Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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By belenabigail_

Dalila POV'S


Alexandro me sostiene de la mano mientras me guía hasta la sala. El agarre es decidido pero sin perder cuidado. Nos encaminamos tranquilos al enorme sofá, aunque sus pasos son más grandes. Tiene las piernas más largas, y marcan clara diferencia con mis pisadas algo más cortas.

El hombre Armani me indica que me siente. Lo miro confundida cuándo él se acomoda sobre sus talones, casi en cuclillas.

—¿Hasta dónde has llegado con un chico, Dalila?—Su penetrante mirada me estudia por un instante, apoya ambas manos sobre mis rodillas desnudas—Recuerdo que has mencionado nunca haber tenido novio—Trago saliva con dificultad.

Asiento—No mucho, quizás sólo a una cita—Me encojo de hombros. Él esboza una sonrisa cálida, puede que enternecido.

—Me refiero a qué base, ¿Cuánto has dejado que se acerquen a ti?

—Oh.

Kat viene a mi memoria diciéndome que no mencione en lo absoluto eso de no ser una experta en los besos, porque jamás he dado uno.

Alexandro percibe mi nerviosismo—Quiero sinceridad absoluta, porque de otra forma no sabré cómo llevar esto contigo, y estoy decidido a hacerlo bien—El tono en su voz tiene un tinte demandante—No tienes que tener vergüenza conmigo, Dalila—Se suaviza a lo último.

—Lo sé—Pero por algún motivo, me siento así. Pequeña y expuesta. Niego con la cabeza antes de dejar caer un suspiro entrecortado de entre mis labios.

Me regaño a mi misma por la falta de confianza. Puedo con ésta mierda, hay cosas peores a confesar que jamás te han besado. Entonces, me enderezo sobre el sofá, más decidida que nunca.

Estoy aquí porque yo lo quiero. Tengo que dejar de comportarme como una niña asustadiza y empezar a aceptar lo que el italiano me ofrece. Si espero sentir su toque, como llevo ansiando desde que lo conocí, no puedo ponerme en un lugar de víctima.

Joder, nunca he besado a nadie. ¿Y qué hay con eso?

Inspiro profundamente antes de soltar:

—Nada—Su ceño se frunce en confusión—Jamás he dejado que pasara nada.

—¿Nada?—Alza una ceja. Niego despacio.

El hombre Armani se echa para atrás, incrédulo. Sin embargo la expresión en mi rostro no flaquea, me mantengo firme y tranquila. Pero por dentro el remolino de emociones que amenaza con explotar en mi pecho me tiene muy ansiosa.

¿Me volverá a rechazar?

Tomando coraje, de pronto me encuentro a mi misma hablando una vez más;—Aunque apuesto a que tú puedes enseñarme, ¿Verdad?

Alexandro aprieta la mandíbula, sus ojos más oscuros, como jamás los había visto, me estudian por lo que parece una eternidad. El pecho del italiano se sacude cuando da una respiración profunda y después deja salir el aire contenido. Se alza sobre sus propios pies para pararse. Por segunda vez en la noche me vuelve a ofrecer su agarre.

El italiano me lleva con él hasta el gigantesco ventanal, dónde los enormes edificios abarcan la mayor parte del paisaje neoyorquino. La luna brilla en lo alto, escondida entre las densas nubes y las estrellas a su alrededor. Aunque es la segunda vez que soy testigo se semejante vista, me sigue sorprendiendo.

Alexandro se acomoda detrás de mi, contemplando las luces de la ciudad en silencio. Sus manos, tan cálidas como siempre, se encargan de viajar hasta mis caderas. Siento la firmeza de su pecho contra mi espalda, y en consecuencia tengo que retener el jadeo que asalta con deslizarse por mi garganta.

Hasta que por fin vuelve a hablar, ahora su tacto se desliza hasta mi cintura—Me diste tú permiso—Me recuerda. Lo sé. Nada del Alexandro amable. ¿Qué tanto será así?—Pero ésto lo quiero llevar con calma, te mereces que así sea—Me encuentro con su reflejo en el vidrio, acomoda sobre mi hombro parte de mi cabello. Está igual o más acelerado que yo, con la necesidad ardiendo debajo de la piel.

—¿Eso crees?

—¿Me estás cuestionando?—Alza una ceja, soberbio.

—Quizás—Respondo de la misma forma.

El silencio es todo lo que recibo por su parte hasta que me hace girar sobre mis propios pies en un movimiento ágil. Mi cuerpo termina apretado entre el grueso vidrio y la firme figura de Alexandro. Jadeo ante el repentino contacto, extasiada por la sensación de tenerlo sobre mi. Mis pechos ajustados a su gran torso. La delgada tela del vestido rozándome los pezones con cada pequeña fricción. Suspiro del gusto. 

El hombre Armani me lanza una mirada burlona. Está en todo conocimiento sobre el poder que sus acciones ejercen sobre mi.

A continuación, siento la punta de sus dedos subir por mi muslo, justo por el pequeño tajo que tiene mi vestido a un costado. Lo miro; expectante, y rebosante en anhelo.

—Esa no es una buena decisión que tomar conmigo, Dalila—Su nariz busca la mía, deslizándose en una suave caricia que me hace estremecer.

Por si sólo el gesto es dulce, aunque detrás, sus palabras guardan una claro significado de advertencia.

—¿Por qué?—Lo reto.

Me gusta la idea de pelear un poco, y obtener a cambio al hombre escondido debajo de tanta amabilidad e inquebrantable personalidad.

Me preparo para su reacción, y no debo esperar mucho tiempo para presenciar el cambio que mi actitud insolente genera al rededor de toda su aura.

Alexandro tiene todas las cualidades necesarias para ser catalogado como alguien caballeroso, digno de formar parte de élite de Nueva York. Todos tan calificados, de muchos contactos y exquisitos gustos. Pero algo me dice que en la soledad de su departamento, su último deseo es comportarse bien conmigo. Sin embargo, éste lado de él causa graves estragos en mi, y definitivamente me gusta más de lo que puedo admitir.

La mirada del italiano se vuelve severa, la línea de su mandíbula jamás ha estado tan definida cuando aprieta los dientes en una expresión primitiva. No obstante, éste hombre debe gozar de un autocontrol impresionante, porque a pesar de mi búsqueda por meterme con sus nervios, no se apura en hacer nada.

Cada movimiento suyo está bien ejecutado. Se coloca bien contra mi figura, la palma de su mano se cierra sobre una de mis piernas, y seguido me acomoda con decisión sobre su cadera.

No puedo negar que la posición en la que estamos es bastante íntima y que el calor que comienza a formarse en ese lugar secreto entre mis piernas, me desorienta por un momento. Tanto así que batallo con las ganas de frotarme contra él, porque estamos demasiado cerca, y realmente esa es una posibilidad.

—A veces siento que se te olvida una cosa, bella bruna—Una sonrisa de costado se abre paso por sus labios—El que manda aquí soy yo—No deja lugar a dudas.

—¿Qué pasa si eso no me interesa?—Mis ojos recorren su cincelado rostro hasta que nuevamente, me conecto con su mirada, y por un momento en sus profundos iris brilla algo parecido al enfado.

—¿Crees que me importa?—Habla con lentitud, dejando caer sus palabras en una línea mortal. Sé que estoy metiéndome en la boca del lobo, pero a este punto tampoco me interesa retractarme—Quebrarte será tan sencillo, bella bruna—Niega. Su gesto se opaca bajo la sombra de una oscura perversión. Las imágenes de lo que espera hacerme ocupan por completo su mente—Podemos jugar a ésto todo lo que quieras, pero el resultado no será diferente—Asegura—Cuando menos lo esperes, te tendré inclinada sobre la maldita mesada de la cocina—Exhalo un suspiro entrecortado ante tanta honestidad. Él nunca maldice, a excepción de momentos así, me doy cuenta—Mojada y abierta de piernas en mi cama, o lloriqueando contra alguna pared lo suficientemente resistente para aguantarnos a ambos mientras recibes mi polla hasta el fondo—Sofoco un gemido. Mi imaginación actúa al instante, mostrándome los escenarios más eróticos y sucios en comparación de los que pude haber creado alguna de esas tantas noches que pasé sola en mi habitación. Sus largos dedos comienzan a tantear el tajo del vestido, adentrándose sin vergüenza debajo de la tela para rozar los bordes de mis bragas—¿Quieres todo eso? ¿Quieres que cumpla con mis promesas, Dalila?—Alza una ceja; petulante, con maliciosa diversión.

Aprieto los labios en una delgada línea.

Me asalta las ganas de contraatacar y seguir presionando hasta lo último, pero no tengo las fuerzas necesarias para hacerlo. Al menos no hoy. Porque la espera ha sido demasiado exhaustiva; tanta hambre contenida, un implacable deseo acumulado.

—Si—Murmuro.

—Esa no es una respuesta—Dice con sorna.

Por mi garganta pasa un sonido lastimero.  Lucho conmigo misma para dejar atrás mi orgullo, acoplarme a sus reglas y entender que lo que tanto pedí, es lo que estoy obteniendo.

Alexandro es un mandón.

Le gusta decir y que los demás obedezcan. Dominar, ejercer, exigir. Ese es él.

Lo veo en el brillo de su mirada, en la forma en la que espera a que cumpla sus órdenes cómo es debido, y aunque ésto debería de espantarme, sobretodo porque nunca he experimentado nada parecido, me excita a tal punto que comienzo a sentir la humedad formase en mi carne.

—Quiero todo eso, Alexandro—Asiento—No puedo esperar a que suceda.

Pero incluso ante la satisfacción que surca su rostro luego de recibir mi respuesta, sé que nuestro ida y vuelta no es algo que sólo a mí me estimule.

Después de todo aquí estoy en su departamento, por una u otra razón, a Alexandro también lo incita a desear más de lo nuestro. Quizás es la forma en la que lo reto constantemente, ya sea dedicándole alguna que otra mirada o usando las palabras. Tal vez, de la misma manera en la que a mí me encienden sus demandas, es que a él lo provoca mi desobediencia.

—Pero tendrás que ser paciente, ¿Cierto?—Le da un toque a mi barbilla—Vas a tener mi polla cuando crea que estés lista, ¿No es así?—Mi cabeza cae hacia atrás con un gemido al tenerlo empujando su pelvis hacía adelante, su gran bulto rozando mi centro palpitante.

—Si—Vuelvo a gemir.

—Eso es—Apremia.

Con su mano libre, con la que no juega con los bordes de mi ropa interior de encaje, me toma de la mandíbula. Alexandro me penetra con la mirada. Me asombro al tenerlo así. Está irreconocible, más allá de la lujuria y cualquier necesidad que pueda recorrernos por nuestros sistemas. Muy lejos de ser aquél hombre que abre la puerta del coche para mi, o corre mi silla cuando me invita a tomar asiento. Demasiado ajeno a la figura del empresario impecable, ese que aparenta tener un comportamiento intachable.

Pero me gusta. Me gusta muchísimo contemplar la parte suya que mantiene en las tinieblas. Esa de la que me dejó probar aquella vez en el Bar.

Tenemos los rostros a milímetros del otro. El italiano tiene una expresión salvaje, casi como la de un animal en plena caza. Lo está disfrutando, se retuerce en su propio placer al verme vulnerable bajo su toque.

—Escúchame atentamente, Dalila—Sus nudillos acarician mi mejilla—Vas recibir mi boca sobre la tuya, y voy a explorarte y darme por fin el gusto de saborearte—Quiero hablar pero no creo que salga nada coherente, sería sólo un intento fallido, por lo que me decido a oír lo que tiene para decirme—Tú vas a seguirme el ritmo, eso es todo. No tienes más que dejarte llevar, me encargaré del resto. Capisci?—Finaliza en italiano.

Tal vez esa sea la única palabra que conozca de su idioma—Si—Acepto.

Ansiosa por sentir sus labios sobre los míos, muy impaciente enriedo mis brazos a su cuello.

Alexandro me da una larga mirada. Estudia mi rostro con detenimiento, sobretodo mis labios, antes de suspirar pesadamente.

—Quería ser bueno para ti, al menos ésta vez después de tú confesión—Hace alusión a que todavía nadie me ha besado—Pero luego te metiste con mi paciencia—El músculo de su mandíbula tiembla—Tuviste el valor de contradecirme—Continúa—Por eso te voy a dar al Alexandro por el que me conociste. Ese mismo que soy cuando voy por lo que realmente quiero—Gruñe—Sin embargo, eso es lo que estás pidiendo desde aquella noche—Su voz se vuelve más ronca—Así que cumpliré nuevamente con tus caprichos: No me contendré más, seré ese hombre bruto y malhablado que tanto te gusta.

Gimoteo—Me gustan ambos—Encuentro mi voz. perdí el pudor hace rato. Justo después de haber sentido las yemas de sus dedos trazar pequeños círculos sobre la piel cercana a mis bragas;—El tú qué puede tratarme como a una maldita reina, y también al que le gusta decirme que me meterá la polla dentro sobre todas las superficies en las que pueda recostarme.

Un rugido retumba en su pecho.

—Esa sucia boca, esa puta sucia boca—Exclama—Tan bonita y siempre maldiciendo.

—Tú lo estás haciendo ahora—Arqueo una ceja.

—Mi casa, mis reglas—Brama.

Entonces me posee de la manera más primitiva posible.

Sus labios son suaves, aunque se mueven con destreza y rudeza sobre los míos. Mi fuerte gemido de asombro es ahogado por su boca, pero de pronto por fin soy lo suficientemente capaz para salir de mi estado de aturdimiento y seguirlo en su avasallador saqueo. Es todo un rey, conquistando a su paso y domando bajo su poder esa parte en específico de mi cuerpo. No me molesto en darle vueltas al asunto, no me permito dudar de si lo estoy haciendo bien. Me dedico a dejar que explore mi cavidad bucal todo lo que se le antoje. Me muevo contra él, cuando muerde y chupa mi labio inferior, dejándolo atrás luego de un momento para pasar a mi mandíbula y depositar besos a lo largo de la zona con adoración.

Gruñe, maldice, gime bajo y también muy ronco. Creo quizás hasta oírlo decir mi nombre en un murmullo.

El hombre Armani me corrompe de una forma exquisita. Es evidente que busca someterme, mostrarme quién está al mando. Yo lo dejo. Le dí mi permiso antes, así que tiene completo acceso a mi ahora.

Una de sus grandes manos me sujeta con firmeza desde la nuca, y la otra en un agarre decisivo desde la parte externa del muslo. Alexandro se encarga de mantenerme en posición, nuestros cuerpos muy unidos. Mi espalda aún contra el enorme ventanal de la sala de estar; sin cortinas, la tenue luz que ambienta el espacio, y la fría noche de la ciudad como único testigo de nuestro arrebato de pasión.

En eso vuelve a mis labios, pero ésta vez con una caricia más amable.

Me ofrece la oportunidad para que me acople a su ritmo. Su punto ya ha quedado claro; él es quién lleva  el poder. Y yo lo disfruto, sintiéndolo por todas partes, demasiado complacida de que ésto esté al fin sucediendo.

El hombre Armani está levemente inclinado hacía mi por la diferencia de altura, mientras que la única pierna que tengo apoyada me ayuda a subir algunos pocos centímetros cuando presiono la punta del pie en el suelo. Enriedo mis dedos en su oscuro cabello. Me pierdo en el olor de su perfume; fresco, adictivo, sólo de él, demasiado distintivo. Podría reconocerlo en cualquier lugar. También en cómo su cadera encaja a la perfección con la mía, haciendo fricción en los sitios adecuados.

Nuestras lenguas se descubren otra vez, pero con más mansedumbre. Permito que la mía tímidamente lo siga en su lento baile. Sus toques son gentiles, el sabor de su saliva más allá de lo que había imaginado.

Es bastante sencillo entender que me gusta. Que por nada del mundo quiero que se detenga. Pero al final, obligados, tenemos que separarnos en busca de aire.

Mi pecho sube y baja rítmicamente. Tengo las hormonas echas un genuino lío, afectando sobre todo la molestia en mi botón de nervios, que no desaparece y sólo empeora. Me enfoco en sus ojos, a penas las pupilas oscuras perceptibles en contraste con sus iris de un color negro tan intimidante, pero que se ablanda al recorrerme el rostro con una mirada.

El italiano pasa saliva, maldiciendo en un gruñido ronco.

Pero de un segundo a otro, y sin él decir absolutamente nada, me aferro a Alexandro con más fuerza al ver cómo engancha mi pierna suelta al otro costado de su cuerpo. Él me carga, su agarre posesivo sobre mi culo. Doy un respingo, estrechando mi abrazo al rededor de su torso.

Alexandro no da más que unos pasos hasta alguna parte en particular de la sala de estar, desvía su atención brevemente de mi cara a algo detrás de nosotros. Con mucho cuidado comienza a bajar. Entiendo que toma asiento en el gran sofá, conmigo a horcajadas sobre él.

—Alexandro...

—Silencio—Asevera. El acento italiano bien marcado detrás de esa única órden—Sólo besos.

Él promete, y a si mismo cumple.

Una vez más, sus labios atacan con fervor los míos.

•••

No sé cuándo tiempo pasa. Pierdo la noción después de que su lengua sigue la línea de mi labio inferior, chupa el centro y succiona.

Gimo, demasiado contenta de que todavía ninguno de los dos parezca haber tenido suficiente del otro.

Supongo que mis tontas preocupaciones no sirvieron de nada, ya que Alexandro parece muy satisfecho con mi destreza para besar en pleno aprendizaje.

Aún en el regazo de Alexandro me engancho a sus brazos, embobada con la sensación de sus bíceps debajo de las palmas de mis manos. Mi vestido está subido varios centímetros, casi dejando al descubierto las bragas, pero aún así me siento increíblemente cómoda.

Tal vez el motivo de esto sea que a pesar de mi figura a medio cubrir, el hombre Armani jamás se ha excedido ni ha tenido intenciones de presionarme.

Me retuerzo entre sus piernas, busco frotarme cuando los besos no son capaces de aminorar las palpitaciones y el vacío en mi sexo. Él se da cuenta de mi desesperación. Con la misma delicadeza con la que me trajo antes hasta el sofá, es que nos cambia de posición. Ahora, con la espalda apoyada sobre los almohadones y Alexandro entre mis muslos, no puedo hacer otra cosa que removerme otra vez. Parte de su propio peso recae en mí, y me maravillo al percatarme que me encanta la forma en la que se siente.

Lo observo con atención; Alexandro se sigue viendo impecable, un poco despeinado y con la camisa oscura arrugada, sin embargo, eso sólo le suma una apariencia condenadamente caliente. Toco su tonificado abdomen por encima de la prenda de ropa, el pensamiento de querer verlo sin nada me asalta. Dejo que las puntas de mis dedos hagan caricias sin patrón alguno. Me permito deleitarme con sus pectorales anchos y los hombros bien formados.

El italiano está a gusto con la manera en la que me aventuro a examinar su cuerpo, el sonido bajo y grave que emite desde el fondo de su garganta, me da un indicio de aquello.

Jadeo—Necesito que me atiendas, Alexandro—Busco más fricción.

Alexandro exhala abruptamente.

Jamás había sido tan descarada con un chico.  Para empezar, nunca en mi puta vida me he sentado siquiera arriba de las piernas de alguien, mucho menos recostada así. Y ahora aquí estoy, frotándome contra el italiano como una gata en celo sin restos de vergüenza alguna.

Dejo ir un suspiro. La mirada se le vuelve más amable, comprensiva. Quita algunos mechones rebeldes de cabello sobre mi rostro—Es normal que te pongas así, bella bruna. La primera vez que experimentas algo sexual, es difícil no excitarse tanto.

Me quejo—¿Me vas a ayudar?—Frunzo los labios—¿Me vas a aliviar, Alexandro? 

Sus labios tiran en una sonrisa ladina, colmada de malas intenciones—¿Creiste que te dejaría ir a casa así?

—No lo sé—Me sincero—Eso sería demasiado cruel, ¿No crees?—Acerco mi rostro al suyo.

—Lo sería—Pasa la lengua por sus labios—Pero nunca dije que yo sea una buena persona, Dalila.

—¿Eso que significa?

Ríe entre dientes, bajo y burlón.

—Que si quieres tú propio placer, tendrás que buscarlo tú misma—Explica—¿Quieres venirte, Dalila?—Asiento, aún sin comprenderlo del todo. Me quejo por la distancia cuando el italiano me suelta y se pone de pie, acomodando sin mucho éxito la ropa que lleva puesta. Con su ayuda me enderezo sobre el sofá. Hace lo mismo por mi; me baja esos centímetros de más del vestido y ajusta la prenda para luego depositar un casto beso sobre mí clavícula—Ven aquí—Me extiende su mano.

Mis dedos se entrelazan con los suyos.

Estamos caminando hasta las escaleras. Curiosa lo sigo a su lado, deseosa de saber que rayos planea hacer. Subimos los escalones de uno en uno, hasta que damos con el largo y ancho pasillo. Nos detenemos frente a una puerta que se me hace bastante familiar, a pesar de ser igual al resto. El pasillo en particular, más que nada, me da una idea.

El italiano abre paso para mí, y al instante me doy cuenta de que estaba en lo cierto. 

Me trajo a la habitación en la que pasé aquella noche de violenta tormenta, en la cuál no tuve más remedio que aceptar su invitación a dormir debido al desastre que era fuera. Donde incluso, él se encargó de bajarme el cierre de mi muy bonito vestido Armani. Aquél que mandé a la tintorería después de que el agua de la lluvia casi lo echara a perder.

Me guía a través del cuarto, hasta que nos paramos frente a la enorme cama.

¿Quiere que vaya a dormir?

Lo miro—¿Por qué...

Alexandro no me deja siquiera empezar que me corta—Te vas a tocar para mí, esa es la única forma que obtendrás un orgasmo ésta noche.

La respiración se me queda a medio camino. Abro los ojos de par en par, sorprendida por su pedido.

—¿Qué?—Inquiero, pasmada.

Alza una ceja—Esperas que te alivie cuando no puedes hacerlo tú misma para mi—Arrogancia absoluta—¿Crees que si accedo, dejaré que simplemente te frotes sobre mi polla dura?—Me mira con incredulidad—Tú coño merece más que esa mierda, así que vas a mostrarme cómo te tocas ti misma—Continúa. Me lo quedo viendo, sin dar crédito a lo que estoy oyendo—De paso puedes ir perdiendo la vergüenza para el momento en que yo lo haga, porque créeme, si me pongo de rodillas delante tuyo e intento abrirme paso con los dedos entre esos bonitos pliegues que seguramente tienes, te arderá la cara de vergüenza—Niega lentamente—Quiero que estés cómoda, y la mejor forma es que tengas la confianza absoluta sobre tú cuerpo, sobre ti misma siendo sexual, para mostrarme toda tú antes de que yo te toque.

Me quedo muda en mi lugar; asombrada de todas la palabras obscenas que ha dicho Alexandro en menos de un minuto, y sobretodo por su descarado pedido.

Alzo una ceja—Era cierto—Hago un corto gesto con la cabeza en su dirección—No hay rastro del Alexandro amable.

Su ronca risa resuena por toda la habitación—No cuando estemos íntimos entre tú y yo—Se encoje de hombros—Te lo dije.

Asiento—Lo sé—Trago saliva—Todo un hombre bien portado en la alta sociedad, pero bastante rudo y áspero entre éstas cuatro paredes.

La esquina de su labio tira en una sonrisa oscura.

—Me sorprende que no lo notes—Sus nudillos me acarician la mejilla—No soy tan amable con todos, no cómo tú lo haces ver.

—¿Entonces?—Inquiero.

Ladea la cabeza a un costado—Es fácil ser gentil con alguien como tú bella bruna, sólo eso—Se aleja algunos pasos—Tú lo haces muy sencillo.

Muerdo el interior de mi mejilla. Cada recuerdo que comparto con él, no me dice nada diferente a lo que ya sé. Alexandro es gentil, cuidadoso y muy respetuoso. En cada evento que lo acompañé hasta el momento, muestra lo buen educado que está.

Coincido en que por momentos es algo más frío, puede que distante. Tal vez, si lo pienso mejor, puede que...

—Dalila—Vuelvo en mi al escucharlo decir mi propio nombre—Déjame tener el privilegio de verte tocarte, porque estoy seguro de que la vista vale completamente la pena.

Mi rostro se enciende.

He llegado hasta aquí, no veo porqué ahora debería salir corriendo, por muy apenada que esté.

Además, quizás tenga algo de razón. El deseo nubla la mente, y ahora, sólo un poco más fría y con los pies sobre la tierra, es que reflexiono sobre todo lo que he dicho y además, lo que hemos echo. La forma en la que pedí que me tocara. Los sonidos que caían de mi boca. La necesidad. El placer. Los movimientos circulares de mi cadera en busca de más duros roces.

Joder.

¿Podría haberme dejado tan vulnerable para él? ¿Solo así?

—No me gusta tocarme—Mordisqueo mi labio inferior con nerviosismo. Él se queda muy quieto, deteniéndose por completo a mitad de camino del sofá individual que está frente a la ridículamente enorme cama—Quiero decir, yo...

—Tienes toda mi atención—Por Dios que sí. No aparta su mirada de la mía, incluso cuando se acomoda sobre el individual para luego ajustarse las mangas de la camisa hasta la altura de los codos.

Alexandro está desconcertado, pobre, conmigo parece ser que nada le sale según lo planeado.

—Es que, no sé, no me satisface lo bastante...—Carraspeo.

—¿Meterte los dedos?—Finaliza en mi lugar. Tomo una profunda respiración. Asiento. Por un segundo, necesito apartar mis ojos de los suyos—Mírame—Exige. Rápidamente vuelvo a él para no quedar como una maldita cobarde, pero la realidad, es que la idea de salir de aquí en forma de una carrera comienza a rondar por mi mente—No hay porqué avergonzarse de estas cosas. Menos conmigo. ¿Tengo que repetirlo?—Sentencia severamente.

—Bien—Sin embargo, el color en mi rostro no se disipa.

Los hombros se le relajan—¿Quizás no sabes muy bien cómo hacerlo?—Pregunta con amabilidad. Aprieto los labios en una delgada línea.

—Tal vez, las veces que lo intenté... no funcionó para mi.

Alexandro asiente lentamente, absorbiendo mi respuesta y dándose de unos segundos para pensar. Al final, parece dejarlo estar. Al menos para ésta primera noche.

—Veremos eso más adelante—El gesto se le afloja—¿Entonces cómo te alivias? Por como hablaste, creí que te tocabas.

Por más que acabo de decirle no sentirme apenada, la garganta se me cierra de golpe, incapaz de poder pronunciar cualquier cosa. Entonces, sin quererlo, desvío la mirada a la cama. A dónde la gran cantidad de mullidas, impecables, costosas y aplumadas almohadas están acomodadas a la perfección. Una encima de la otra, ocupando la zona debajo del cabecero.

Lo escucho rugir un exabrupto entre dientes.

—¿Dalila?—Vuelvo mi atención al italiano. Suena extasiado, con alguna idea propia suya que le esté dando vueltas por la cabeza y lo llene de placer—¿Te gusta frotarte con las almohadas?—Mi estómago bajo se contrae.

En respuesta, asiento muy despacio. Me remuevo sobre mis propios pies, nerviosa.

Mierda. ¿Cómo voy a mirarlo a la cara después de ésta conversación?

—Joder—Deja caer su espalda hacia atrás. La mirada se le vuelve salvaje, bañada en un desmesurado gusto por esta nueva revelación mía—Non smetti mai di stupirmi, bella bruna (nunca dejas de sorprenderme, bella morena)

Camino hasta el borde la cama. El corazón me juega una carrera, las manos me sudan, pero así y todo, los flujos entre mis piernas delatan lo que verdaderamente estoy pensando.

La idea de que Alexandro me vea montando una jodida almohada, me excita.

Sin todavía haber tocado el suave objeto, prácticamente puedo sentirlo debajo de mi coño. Frotando los lugares justos, dándome lo que a mí me gusta y requiero. Gimo despacio. Tengo que correrme, ir por esa tan maldita liberación.

—No te saques el vestido. No hoy.—Alexandro me ordena desde su posición con las manos entrelazadas sobre su regazo. Así y todo, su bulto es bastante visible, aunque realmente no creo que éste intentando ocultarlo.

Desde mi lugar veo la manera en la que su espalda se mantiene derecha, las piernas acomodadas con elegancia y la expresión suya cruzada en un oscuro deleite. Se ve jodidamente intimidante, como alguien a quién te gustaría sólo complacer.

Trago saliva. Mi cuerpo hace memoria de la sensación de fricción, a cuando me pegué a Alexandro en el sofá: aquello que guarda debajo de sus pantalones parecía tan grande. A puesto, a que en realidad sí lo es.

Sin querer que mis pensamientos divaguen  demasiado, termino por asentir. Pero sin perder el toque mío algo rebelde, agrego;—Pero sí las bragas—Aprieta la mandíbula. No es la misma sensación, y realmente, en serio, necesito venirme—Éstas se irán.

No le doy tiempo a responder que ya estoy tirando de la ropa interior hacia abajo por mis piernas. Me muevo dos pasos al costado, para que la prenda arrugada en mis talones quede finalmente sobre el suelo. Al volver la cabeza al italiano, noto que no ha quitado sus ojos de mi en ningún momento. No presentó queja ante lo que acabo de hacer, por lo que no le ha molestado en lo absoluto, o ésta vez ha decidido simplemente dejarlo pasar.

—Bien, Dalila—Asiente—Antes que nada—Apoya los codos sobre sus rodillas, inclinando su gran y trabajada figura para adelante—No estás obligada. ¿Comprendes? Si no éstas completamente segura o a gusto, siempre tienes la opción de negarte—Frunce el entrecejo en un gesto serio—No miento. Dímelo y terminaremos con esto antes de si quiera haberlo empezado.

—Lo sé—Digo—Pero quiero hacerlo—Me muestro confiada. Lo que es cierto.

A pesar de los nervios, estoy ansiosa por dejarme llevar. Ser sucia. Muy descarada. Bastante desvergonzada. Que ambos podamos conocer una nueva faceta en mi, a la que al parecer, la excita que la observen mientras se masturba.

Una pizca de fascinación brilla en esos profundos pozos suyos. Sonríe con orgullo, y asiente con la cabeza antes de volver a su posición inicial en el sofá.

—Sé jodidamente obediente para mí y haz lo que te ordené—Suelto todo el aire de mis pulmones en una gran bocanada.

Me armo de valor y me subo a la cama con las piernas temblando. La excitación a un nivel jamás alcanzado y las ganas de hacer mío ese maldito orgasmo.

Decido imaginar que Alexandro no está aquí conmigo. Que no me ve desde el otro lado de la habitación, ni que deja escapar un suave gruñido al verme tomar una de las almohadas y acomodarla entre mis muslos.

Jadeo ante la sensación, la tela delicada se moja al instante con mi necesidad.

—Dannatamente bella (condenadamente hermosa)—Lo escucho murmurar.

No busco dar con su mirada, sé que en el momento en que sus ojos conecten con los míos, me bloquearé. Prefiero seguir con el plan inicial. Tal vez, con el pasar de los minutos me relaje un poco más, pero en estos instantes necesito no centrarme en eso.

Aferro mis manos al edredón del colchón en dos pequeños puños. Me inclino más hacía adelante, mi negro cabello cayendo en cascada por los lados de mi rostro. Arqueo la espalda y acomodo las caderas. Gimoteo al deslizarme primero hacia adelante y luego hacia atrás.

Questa immagine rimarrà anche nei miei dannati sogni (ésta imagen permanecerá hasta en mis malditos sueños)—No sé dónde él esté, pero definitivamente percibo su voz más cerca.

Niego levemente, intentando enfocarme en lo que estoy haciendo y dejar atrás las preocupaciones. Al italiano ésto también le gusta, lo pone duro, así que ¿Debería estar tan apenada? La respuesta es no. Cuando llego a esa conclusión, por muy obvia que sea, es que mis movimientos se hacen más certeros y seguros.

No retengo los gemidos que se deslizan a través de mi garganta y se instalan en el centro de mi pecho. Cierro los ojos con fuerza, mi boca se abre ligeramente para balbucear palabras incoherentes.

Cambio de postura, enderezo la espalda y dejo que mis caderas hagan círculos.

—Dios—Siseo.

Me pierdo en el momento, dejo de tener presente el lugar en el que estoy y me dedico a disfrutar de como mi centro se muele contra el almohadón, de cómo mis pliegues se abren ligeramente con cada roce que el borde de la tela de la funda me da al  amontonarse bajo mi coño. Lloriqueo más alto, ansiosa por mi orgasmo.

Entonces el calor abrasador que me recorre las venas cae en mi estómago, el nudo del deseo volviendo a formarse, listo para que se desate y me libere de una vez por todas.

Vengo aguantado desde la sala de estar, antes de que comenzaran los besos y las caricias provocativas. Incluso, si soy sincera, la molestia entre mis muslos está previamente a que ponga un pie en el departamento de Alexandro.

Pero de repente, todo cambia.

Siento la presencia del italiano, quién se instala a un costado de la cama. Tomo una profunda respiración antes de levantar el mentón y abrir los ojos. El hombre Armani tiene todos sus sentidos puestos en mi, especialmente en la zona de mi cintura para abajo. Sus manos están cerradas en dos puños, los nudillos blanquecinos. Me centro en la forma en que su pecho se mueve de arriba a abajo; la respiración acelerada, su voz rasposa cuando expulsa una maldición entre dientes.

Sigo su acalorada mirada. Mi vestimenta, que en un inicio de la noche estaba perfectamente planchada y perfumada, se acopla a mi cuerpo apretando los huesos de mis caderas, mi abdomen, y también los pechos. Sin mencionar que la tengo bien hasta arriba, unos centímetros por encima de mi coño.

Estoy al descubierto.

La humedad resplandeciendo entre mis piernas, mojando la tela de mi nuevo objeto favorito.

Cuando nuestras miradas hacen contacto y me atrapa bajo su hechizo, jadeo fuerte. Él aún mantiene las manos en dos puños, como si se forzara a si mismo a no avanzar de ninguna manera. Sólo observar. Disfrutar del pequeño show que le estoy dando. No voy a mentir, me gusta saber que puedo llevarlo al límite. Pero el hombre es inquebrantable, más fuerte y decidido que ninguno. Alexandro se pone en cuclillas a un lado. Su altura le permite seguir atestiguando la escena sin ninguna falta de detalles. Me permito dirigir mis ojos por un momento a su entrepierna, a dónde su erección empuja para ser liberada.

—Ahora imagínate montando mi polla—Inspira profundamente—Repitiendo esos mismos bonitos sonidos que salen de tú boca.

Frunzo el ceño, farfullando que no puedo más.

La imagen mía que se reproduce en mi cabeza a continuación; deslizándome sobre su eje, ida y vuelta, me arrebata un quejido. No lo tolero ni un segundo. La urgente necesidad de correrme me abruma. Pero mantengo mi vista sobre él, incapaz de apartarla.

—Apretada a mi alrededor—Una sonrisa se forma en sus labios, llena de maldad—Tú calor dándome la bienvenida, tan mojada y lista para mí—Se acerca un poco, su cabeza a la altura de la mía—A puesto a que sería tan fácil hundirme en tú interior, llegando a los puntos más recónditos de tu ser.

Sollozo, fuera de control. Ésto es demasiado, más de lo que me esperaba. Alexandro presente mientras me masturbo en su cama, todo un escenario que nunca creí que pasaría. Pero jodidamente erótico.

—Córrete, Dalila—Manda. Su acento, más imponente que nunca, abriéndose paso cada vez que abre la boca para exigir—Deja que tus fluidos manchen toda esa puta almohada.

Me tenso por un instante, y obedezco, viniéndome con fuerza mientras gimo su nombre.

Todo lo que pasa después, es silencio. Aunque cortado por el sonido de mi acelerada respiración. Llevo una mano a mi frente empapada en sudor.

Todavía me sigo recuperando cuando Alexandro se yergue sobre su lugar. Tengo las piernas entumecidas, y mis jugos se deslizan por el interior de mis muslos al sacar la almohada. Me quejo entre dientes. Observo la mancha de mi orgasmo. No evito que mis mejillas tomen algo de color, y es todavía peor al ver cómo Alexandro toca la humedad residente con su dedo pulgar e índice. Deja ir un suspiro pesado.

Lo miro a los ojos, él correspondiendo a mi mirada casi al instante.

Dopo stasera, Decisamente non ti permetterò di allontanarti da me così facilmente (después de esta noche, definitivamente no dejaré que te alejes de mí tan fácilmente)

Por supuesto no entiendo lo que dice, pero me basta para saber que se trata sobre una decisión ya tomada. La posesividad con la que me mira, y la promesa en su voz, me lo marcan.


•••


👀 Yo les dije que iba a estar picante la cosa con éste libro 🔥🔥🔥🔥

Espero que les haya gustado 🤍 y que el italiano y la latina sean más de lo que incluso habían esperado.

En fin, entre EDP y HEAVEN, si mi familia llega a leer esto me desconocen jajajjsj

Lxs quiero muchísimo, gracias por tanto amor.

Instagram: librosdebelu

Belén🦋

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