Indeleble [+18] [Libro 1 de l...

By KayurkaRhea

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COMPLETA Ella ama el ballet. Él ama los tatuajes. Ambos son distintos, ambos son precisos, sin embargo, la... More

INDELEBLE [+18]
ADVERTENCIA
BOOKTRAILER
DEDICATORIA
EPÍGRAFE
Prefacio
1| Brisé.
2| Sombreado.
3| Grand Jeté.
4| Delineado.
5| Relevé.
6| Sissonne.
7| Diseño.
8| Pirouette.
9| Contraste.
10| Glissade.
11| Effacée.
12| Trazo.
13| Balançoire.
14| Soutenu en tournament.
15| Textura.
16| Rond de Jambé.
17| Renversé.
18| Arabesque.
19| Tinta.
20| Simetría.
21| Doubles Tours.
22| Patrones.
23| Assemblé.
24| Letras.
25| Chaines-deboulés.
26| Acordes.
27| Agujas.
28| Adagio.
29| Sintonía.
30| Chassé.
31| Piel.
32| Profundidad.
33| Entrechat.
34| Discordancia.
35| Armonía.
36| Wabi Sabi [parte 2]
37| Allegro.
38| Cover up [parte 1]
38| Cover up [parte 2]
39| Freehand.
40| Melodía.
41| Écarté.
42| Negro y gris.
43| Contrapunto.
44| Avant.
Epílogo
Especial de San Valentín

36| Wabi Sabi [Parte 1]

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By KayurkaRhea

Clay

Mis pies apenas tocan las escaleras a medida que las subo y las suelas de mis botas rechinan sobre el piso lustroso del recinto mientras marcho, casi a trote, sobre él. Paso de largo la recepción y me encamino hacia el lugar de urgencias con el corazón martillándome las costillas. Me abro camino a empujones y codazos, e ignoro las protestas de los otros que esperan por noticias de sus seres queridos, sumergidos en la misma incertidumbre que parece ahogarme a mí también.

—¿Dónde está?—demando hosco cuando encuentro a mi hermano en la sala de espera del ala de urgencias.

Bryce se pone en pie enseguida e intenta tocarme el hombro, pero lo retiro.

—¡Bryce, responde! ¡¿Dónde está?!—no pretendo sonar tan alterado, pero la angustia me gana y oprime el pecho.

—Tranquilízate—me pide cerrando su mano en torno a mi brazo—. Lo único que conseguirás en ese estado es que te internen a ti también para sedarte.

Intento recuperar la respiración que he perdido en mi carrera desde el estacionamiento hasta el hospital. Inhalo, exhalo y las costillas me duelen por el aire que se me atora en el costado. Coloco las manos en mi cintura, clavo la vista en mis zapatos y me concentro en el desbocado latir de mi corazón golpeando contra mi caja torácica como si quisiera salir corriendo y emprender su propia carrera, ya por el maratón que corrí o por la angustia que lo aqueja.

No me gustan los hospitales. A este punto, no debería ser secreto para nadie que repudio muchas cosas: los lugares cerrados, los lugares atestados, los aviones, el sol, la arena, a los fanáticos religiosos, los paparazzi, el estofado de cerdo y un millar de cosas más, pero hay algo que encabeza la lista junto a los espacios que me generan claustrofobia: los hospitales.

Los hospitales con sus luces neón, sus paredes dolorosamente blancas salpicadas de un azul que tranquilizan una mierda, sus habitaciones pequeñas y sus aparatos que te mantienen conectado a la vida con un constante pitido. Lo repudio, pero, sobre todo, me enferma el hedor a muerte, desesperación y dolor. Está impregnado en todas las esquinas y recovecos de este lugar, y lo odio.

—¿Cómo está?—repito con la voz apretada cuando ya me he calmado lo suficiente.

Levanto la vista hacia Bryce, que juega con el anillo en su pulgar en un signo inequívoco de nerviosismo.

—Está...

—¡Habla, joder!

Da un respingo y me gano la mirada desdeñosa de unas cuantas personas que ocupan la sala, pero no me importa.

­—Está bien, Clay, Niza está bien—suelta con la misma lentitud con la que yo dejo escapar el aire.

—¿En qué habitación está? Quiero verla.

—No es buen momento ahora.

Acribillo a mi hermano por atreverse a impedírmelo.

—Quiero verla, Bryce. Si no me dirás tú en qué habitación está, entonces hazte a un lado.

Hago el ademán de ir hasta recepción cuando de nuevo se interpone en mi camino. Tenso la mandíbula, irritado.

—Los médicos dijeron que era mejor dejarla reposar por ahora. El golpe en la cabeza fue fuerte.

Me crispo apenas me dice la noticia, la angustia corroyéndome como ácido.

—¿Se golpeó la cabeza? ¿Cómo? Solo dijiste que se desmayó.

—Intentó sentarse, pero se desvaneció y cayó hacia atrás. La mesa del estudio estaba cerca y...

—¡¿Y no pudiste atraparla?!—bramo, sin importar que alzo una ola de murmullos inconformes a mi paso.

—¡No sabía que iba a desmayarse! ¿Cómo iba a preverlo?

Miro a un lado enfocándome en el feo color azul que reviste las paredes para amortiguar la ira colándose por mi sistema, aunque el miedo no la deja tomar protagonismo por mucho tiempo. Mi pecho se comprime y hago el ademán de sentarme cuando una voz me lo impide.

—¿Familiares de la señorita Niza Daisy Hess? —cuestiona una enfermara con voz átona y llego hasta ella en dos zancadas.

—Sí, nosotros.

Nos mira escéptica con sus ojos empequeñecidos por el cansancio.

—¿Alguno de ustedes es familiar directo de la paciente?

Mi hermano me alcanza y compartimos una mirada vacilante, hasta que tomo la palabra.

—Soy su novio.

Las letras se quedan ancladas a mi lengua y resultan extrañas mas no molestas. Al contrario, es como si siempre hubiesen pertenecido a mi boca.

—De acuerdo—concede—. Por el momento solo uno puede verla.

—Ve tú, anda—me insta Bryce dándome una palmada en la espalda y sigo a la enferma alta cuando se gira y comienza a andar por el largo pasillo.

—¿Está bien? —inquiero con el miedo evidente en mi tono.

—Sí, está bien. La hemos trasladado a una habitación para mantenerla en observación el resto de la noche—contesta sin emoción.

No respondo, la garganta me aprieta tanto que duele. Me doy cuenta de lo nervioso que estoy cuando llegamos a la puerta de su habitación, el número 106 pegado a la pared adyacente en letras negras y claras.

— Procura no alterarla—me sugiere la enfermera—. En breve asistirá el médico encargado de dar seguimiento a su caso para realizarle unas cuantas preguntas.

—¿Tendré que salir para el cuestionario? —indago reticente.

—Eso será decisión del médico—ataja y gira sobre sus talones sin emitir otra palabra.

Permanezco frente a la puerta. Lo que normalmente me tomaría minutos convencerme para enfrentar, se reduce a una fracción de segundo en el que la necesidad de comprobar su bienestar sobrepasa cualquier rastro de indecisión. Giro el pomo y entro sin vacilar.

Niza está sobre la camilla con los brazos conectados a esos aparatos que tanto detesto a través de agujas que mancillan su piel, tan pálida como el color blanquecino de las sábanas y con el fiero rojizo de su cabello contrastando con el armonioso esquema de color del hospital.

Salgo de mis cavilaciones cuando gira el cuello para enlazar su mirada con la mía y mi pecho se cierra. Me cuesta verla así, como la materialización de un mal sueño, porque sus ojos normalmente vivaces y repletos de una curiosidad desmedida por la vida, están apagados por los golpes, tanto físicos como emocionales, y me abruma.

—Clay—me llama con un hilo de voz y una sonrisa diminuta que no llega a sus ojos.

—¿Cómo te sientes? —cierro la puerta a mi espalda.

Me acerco hasta quedar al borde de su cama y tomo sus dedos entre los míos para darles un apretón que me corresponde sin pensarlo dos veces, como si fuera una reacción natural.

—Como esa vez en la que Betsy me lanzó por los aires luego de enojarse conmigo—resuella y el comentario es tan tonto que me hace sonreír.

—¿Por qué tu yegua se enojó contigo?

—Por atizarla demasiado—se remueve y hace un gesto de dolor—. Quería ganar esa carrera, pero me traicionó—dice ofendida—. Estaba tan cerca.

—Lamento que no cruzaras la meta—estiro el brazo para retirar un rizo de su rostro, acariciando con la yema de mi dedo el delgado contorno de su barbilla.

—Sí la crucé, solo que no con mi yegua, sino con mi cara—lanzo el suspiro de una risa—. Me raspé todo el cuerpo, pero la peor parte se la llevó mi mejilla derecha y mi nariz.

Es una charla boba y banal, pero me regresa la capacidad de respirar que no sabía había perdido cuando me enteré que estaba en el hospital, sin embargo, la risa y el buen humor mueren rápidamente y en su lugar queda una pesada atmósfera de silencio que ninguno de los dos quiere romper porque se siente demasiado bien, pero hablar es necesario.

—Niza, ¿qué pasó en el estudio?

Arruga los labios pálidos.

—Me desmayé.

—Lo sé, eso me lo dijo Bryce, pero ¿qué pasó realmente?

—No lo sé, solo... me sentí débil, todo dio vueltas y vi puntos negros. Cuando quise sentarme, mis piernas no me respondieron y bueno... me golpeé la cabeza contra la mesa.

—Dije realmente—enfatizo severo—. Te has saltado comidas otra vez—no es una pregunta, sino una afirmación porque lo sé, lo noto en la delgadez de su cuerpo y el color enfermizo, casi lívido que ha adquirido su piel.

Su rostro se compunge en una mueca y su silencio me da la razón.

—Sí he comido—responde en tono bajo—. Solo que no tengo tiempo de hacerlo mucho porque debo aprender la nueva coreografía y...

Ahogo una maldición con la ira naciendo de mis entrañas otra vez cuando toca ese tema.

—Todo esto es por el recital, ¿no? Porque la hija de puta te quitó el papel.

Su rostro vuelve a arrugarse, los músculos de su garganta se mueven mientras traga grueso y lucha por contener las lágrimas que le anegan los ojos.

—Bryce dijo que compró boletos para el recital, para él y el resto de su banda, y yo... y no pude... no pude decirle que yo no estaría, que ya no tenía un lugar.

Se limpia la mejilla con el dorso de la mano en un rápido movimiento, esperando que no la atrape llorando, pero lo noto. Le duele no tener aquello por lo que trabajó tanto que contemplarla vivir su frustración y su dolor me destroza, porque en el proceso de vivir el duelo de lo que ha perdido, se está perdiendo a sí misma.

Así es el arte en su esencia más pura. Una rama cruel que cumple nuestros sueños en la misma medida que los destroza sin un ápice de clemencia.

—Niza, ya hablamos de esto un millón de veces, solo...

No puedo terminar la frase porque los golpes en la puerta me cortan. Miro irritado a esa dirección para encontrar a la médico encargada del caso sonriendo en el umbral.

—¿Interrumpo algo? —cuestiona sin perder esa sonrisa fría que parece una pegatina.

—Sí.

—No—contradigo a Niza, que me mira mal—. Adelante.

La mujer de alta estatura y complexión curvilínea con piel canela se adentra en la habitación. Extrae de la coleta en que lleva sus rizos un bolígrafo y se concentra en la carpeta que lleva entre las manos.

— Soy la doctora Rivers. Tu nombre es Niza Daisy Hess Winslet, ¿cierto?

Me congelo y la miro con el cuello rígido, esperando que niegue el último apellido de su nombre, porque debe ser una equivocación. No puede compartir el nombre con...

—Sí—afirma y la quijada se me afloja, aunque consigo mantener la boca cerrada.

Winslet. Niza es familiar de esa hija de puta. La impresión me golpea de lleno, pero se combina con otras emociones más turbulentas y debo parpadear un par de veces para amortiguar el impacto.

—¿Qué edad tienes?

—Veintiún años.

—¿Fecha de nacimiento?

—Veintinueve de abril del...

—Lo sé—la corta y vuelve a colocar esa sonrisa fríamente practicada sobre su rostro—¿Te importaría contestar unas cuantas preguntas?

Niza se pasa la lengua por los labios, nerviosa y le doy un apretón para confortarla.

—Supongo que sí.

—Bien, primero...

—¿Necesita que salga? —inquiero antes de iniciar para no incomodar.

La mujer hace un gesto con la mano para restarle importancia y de nuevo muestra esa sonrisa. Qué irritante.

—No, está bien—replica y asiento, sentándome en el sillón que hay junto a la camilla—. ¿A qué te dedicas?

—Soy estudiante de danza—su voz sale rasposa—. Bailarina en la Academia Central de Artes de Nueva York.

—¿Tus padres también residen aquí?

Noto el tensar en sus hombros.

—No, viven en Texas.

El rasgar del bolígrafo contra el papel mientras hace anotaciones inunda el aire.

—En tu familia, ¿existe alguna enfermedad crónica? ¿Hipertensión, diabetes, problemas cardiovasculares?

—No que yo sepa.

—Bien. ¿Cuándo fue tu último periodo?

Alzo los ojos hacia ella, curioso.

—No recuerdo. Creo...creo que el último lo tuve hace tres meses o algo así.

Permanezco observándola alarmado. No sé una mierda sobre ginecología, pero esto no puede ser normal. ¿Tres meses sin período? No es una buena señal.

—¿Tienes vida sexual activa?

Atrapo su mirada por una fracción de segundo antes de que la baje apenada.

—Sí—responde en voz baja.

—¿Usas métodos anticonceptivos?

Niza enrojece enseguida y sé que hablar de este tema le cuesta, así que respondo en su lugar.

—Preservativos—contesto sin más. La mujer me dedica una rápida mirada antes de continuar anotando.

—Bien— se aclara la garganta—. Regresando a tu profesión... ¿cuántas horas sueles practicar?

Niza se muerde el labio y sé que está nerviosa.

—Yo... solo unas... quiero decir, en la semana yo...

—Por día, ¿cuántas horas practicas al día? —repite con un tono más severo.

—Entre la rutina de cardio, ejercicios y coreografías creo que...aproximadamente...catorce—admite por lo bajo, como si confesara un secreto que nadie debería saber.

Me asombraría, pero ya pasé esa etapa cuando la conocí, a diferencia de la mujer, que tiene problemas en disimular su sorpresa.

—¿Sueles desayunar?

—No.

Más anotaciones.

—¿Tienes un esquema definido de comidas?

Niza se tortura más el labio entre los dientes.

—Algo así. Sigo una... dieta especial.

Eleva los ojos del papeleo.

—¿Cuántas comidas haces al día?

Traga.

—Una o dos.

—Dile la verdad, Niza—intervengo por segunda vez y ella esconde un rizo tras su oreja, afligida.

—En muchas ocasiones no tengo tiempo para comer, el horario es muy demandante, pero suelo comer... una vez al día o...

«O ninguna» respondo para mí.

—Ya veo—escribe aun más sin perder el gesto de concentración—. En los últimos, digamos, tres meses que es la fecha en la que tuviste tu último periodo, ¿has experimentado dolores de cabeza, mareos o fatiga?

Se remueve incómoda otra vez.

—Escuche, ya sé a dónde va todo esto y le aseguro que estoy bien—suelta de pronto con firmeza—. No tengo ningún problema con...

—Este cuestionario es para generar tu historial clínico—la corta la médico con un tono condescendiente—. Así que por favor, coopera conmigo y responde las preguntas.

—Pero yo...—rebate, aunque al final accede—. Sí lo he experimentado, pero lo atribuyo a los ejercicios y las rutinas. Algunas son extenuantes, suelen agotarme.

—Tal cosa no debería suceder—suspira y vuelve a colocar el bolígrafo entre sus rizos—. El examen que realizamos tras tu ingreso arrojó una deficiencia de hierro en tu sangre considerable, me atrevería a decir que incluso alarmante.

Abro muchísimo la mirada. No lo esperaba, sabía que algo en ella debía andar mal, pero no creí que a ese nivel.

—Aún estamos a tiempo de tratarlo, por ello es necesario canalizarte con un especialista antes que se vuelva un problema más grave de lo que ya es—informa la doctora Rivers con tono crítico—. Por lo que respecta al golpe, solo estarás en observación el resto de la noche, no presentas ninguna contusión.

—De acuerdo—accede con facilidad y me sorprende, porque suele ser más terca que un burro.

Detengo mis pensamientos cuando caigo en cuenta de lo que acabo de pensar. Dios, me está invadiendo igual que un virus.

—Por lo pronto, te prescribiré algunas vitaminas y en conjunto con un nutriólogo, una dieta distinta que deberás seguir al pie de la letra—declara con voz decidida pero suave—. También te reduciré las horas de práctica, no te hace bien desgastarte tanto, y dejar el ejercicio de cardio por unos meses. Si pudieras reposar por al menos dos semanas sin asistir a tus ensayos...

Niza abre los ojos desmesurados.

—No, no—se niega rotunda—. Ausentarme no es una opción, ni tampoco dejar de practicar. Yo... es de vida o muerte.

—La situación en la que te encuentras es de vida o muerte—enfatiza y el comentario me cala profundo, aterrándome—. Si no tienes cuidado por ti misma ahora, después será demasiado tarde. No podrás bailar más si continúas de este modo—le advierte sutil—. Estaré por aquí de nuevo en un par de horas más.

Permanecemos en silencio cuando se retira, ninguno sin atreverse a hablar. Asimilo todo lo que acabo de escuchar, aunque la sensación de angustia no deja mi pecho y se sujeta a ella con uñas y dientes, pero Niza es terca, y no hay nada más complicado que hacer entender a alguien que no quiere escuchar.

—¿Estás molesto conmigo? —pregunta luego de unos minutos.

—¿Serviría de algo estarlo?

Arruga los labios, sin creerme.

—Estos días han sido muy duros, desde que Winslet me sacó del recital...

—Tu tía Winslet, querrás decir. ¿O es tu madre?

Se crispa como si hubiese dicho una maldición, y sí, hablar de esa mujer era como decir un perjuro.

—Sí es mi tía.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Nadie lo sabe.

—¿Por qué?

Suelta el aire, cansada.

—Porque a ella le molesta la idea, no lo sé. Siempre dijo que las relaciones familiares y el trabajo deberían mantenerse separados—mira sus brazos conectados al suero y un monitor—. Supongo que se avergüenza de mí o algo así.

—¿Qué?—suelto una risa sin humor—. La única que debería sentir vergüenza de que la relacionen con ese vejestorio eres tú.

Lanza una risita que muere cuando Bryce entra a la habitación sin tocar, cargando flores, globos y...

—¿Eso es un castor de peluche?

Bryce estrecha más la horrible rata contra su cuerpo.

—¡No es un castor, es una nutria!—replica a la defensiva—. Mientras esperaba fui a la tienda de regalos, vi estas cosas y creí que te harían sentir mejor.

Niza le regala una de sus mejores sonrisas.

—Gracias, pero no tendrías que haberte molestado.

—Oh, claro que sí, quiero que estés bien, de lo contrario, ¿quién controlaría al Grinch de mi hermano?

Pongo los ojos en blanco.

—Se está haciendo una fea costumbre que me llamen de esa manera ustedes dos.

—Te queda muy bien, ¿a que sí, Liza?

Le lanzo a la aludida una mirada de advertencia que me sostiene por un segundo antes de asentir, apoyando a mi hermano. Traidora gesticulo con los labios, pero se ríe más fuerte. Bryce coloca las flores y los globos en el buró enseguida de la camilla para después extenderle la nutria con ilusión.

—Creo que un oso sería más lindo, pero estaban agotados.

—No te agobies, me gustan las nutrias, son bonitas—responde tomando el peluche para acomodarlo en su regazo.

Arrugo la nariz en un gesto de desagrado.

—Son horribles.

—¡No lo son!—rebate la pelirroja dejando vislumbrar un poco del fuego que suele caracterizarla, y eso me alegra.

—No lo son, idiota—Bryce cruza los brazos y elevo la vista hacia él, irritado—. ¿Sabías que se toman la mano para dormir y no perderse?

—¿Por qué se perderían mientras duermen?

—Tal vez son sonámbulas—dice sin más y se gana una carcajada de Niza que inunda toda la habitación.

Interactúan un par de minutos más en los que Bryce le cuenta todos los datos inútiles del mundo que se ha aprendido a lo largo de los años hasta que mi paciencia se agota y mi irritación se transforma en molestia. La misma enfermera que me guio hasta la habitación entra para cambiar el suero, nos reprende por estar ambos dentro cuando solo se permite uno y terminamos saliendo para que realice a Niza el chequeo reglamentario.

Bryce se despide de ella con una sonrisa y la promesa de verla en el recital. Ella hace un esfuerzo descomunal por no perder la máscara de impasibilidad mientras se despide de él, y lo que antes se cocinaba a fuego lento como molestia en mi interior, termina por hervir en furia.

Tomo a mi hermano del brazo y lo coloco sin mucha delicadeza contra la pared más cercana.

—¿Qué te pas...?

—¿Qué te pasa a ti?—escupo iracundo.

Bryce me mira confundido.

—¿Qué hice?—pregunta con verdadera vacilación, hasta que sus ojos se abren desmesurados en reconocimiento—. ¿Esto es por la nutria? ¿Te molestaste por el peluche?

Inhalo y las aletas de mi nariz se hinchan.

—Hombre, si querías darle tú la nutria tendrías que habérmelo dicho antes, yo...

—¡No, Bryce, no es por la maldita nutria!—respondo elevando la voz y haciéndolo respingar—. ¿Por qué le hablaste del recital? ¿Por qué le dijiste que irías con los chicos de la banda?

Abre y cierra la boca con la confusión permeando su semblante, más perdido que antes.

—¿A qué te refieres? Lo dije porque su recital es esta semana, ¿no? Hasta compré entradas en primera fila para apoyarla y...

Muevo mi mandíbula, cada palabra como un pedazo de carbón que aviva más mi cólera.

—Ella no estará en el recital, te lo dije. Te dije que no mencionaras el tema.

—No es cierto. ¿Cuándo me lo dijiste?—su piel palidece bajo la luz blanquecina del recinto—. No me mientas, no lo recuerdo. Si me lo hubieras dicho yo...

—Te lo dije justo ayer—lo corto hastiado—. Te llamé y te pedí que no mencionaras el tema del recital porque la habían expulsado y podría afectarla.

Mi hermano abre los ojos impactado y noto la culpa en toda su cara.

—No lo sabía.

—¡Te lo dije precisamente para que lo supieras!—bramo.

—¡Lo sé, pero tal vez no estaba prestándote atención!

—Lo único que pido que hagas y no eres capaz—siseo con desdén—. ¿Sabes cuánto le afecta que le hables del recital en el que no estará?

—¡Lo sé y lo siento!

—¡Por favor!—respondo con sorna, invadido por la ira—. Casi haces que muera con el golpe.

Su cara se contrae en una mueca.

—¿Qué? Estás exagerando y ¡no fue mi culpa!

—Sí lo fue, tú lo mencionaste.

—¡¿Y cómo se suponía que no lo mencionara si no sabía que el tema estaba vetado?!

—¡Tal vez si prestaras atención a algo más que no fueras tú, lo sabrías!—exclamo también, corroído por el enojo.

Mi hermano da un paso hacia atrás, impresionado.

—Escucha, no fue mi intención lastimarla de esa manera. Sabes que jamás lo haría, ella es una persona que aprecio.

—¿En serio? Pues tal vez sería mejor que no la apreciaras porque todos a los que quieres terminas lastimándolos, solo echa un vistazo a Hela y lo que tu amor le hizo.

Apenas termino de recitar las palabras deseo tomarlas de vuelta, volver el tiempo atrás y jamás decirlas, porque el dolor oscurece su temple y me remueve, pero estoy tan molesto y estresado con la situación que no me deja espacio para arrepentirme. Con mi hermano siempre es la misma historia. Él es esa piedra que no nos deja llegar a la superficie.

—No la metas en esto—pide dolido.

—Solo digo la verdad sobre ti. Bryce, tienes que crecer y dejar de jodernos la vida a todos.

—¡Te dije que mencionar lo del recital no fue mi intención!

—¡Pero igual la lastimaste! Pudo haber pasado algo peor, pero no lo ves—apuñado su pecho con mi dedo—. No lo ves porque todo en el mundo eres tú y esa enfermiza obsesión con tu ex.

Me retira el dedo sin mucha delicadeza.

—¿Crees que eres mejor? ¿Que tú eres perfecto y no tienes nada en qué trabajar? ¡Estás tan jodido como todos nosotros!

—¡Al menos yo no voy detrás de mi ex sin dejarla avanzar!

Me da un empujón violento.

—¿Tú qué sabes?—sisea—. Fui a verla ayer, tal vez por eso no recuerdo lo que me dijiste del recital, porque iba conduciendo hacia su clínica.

—Vaya, ¿y se supone que con esto demuestras que no estás obsesionado?

Me acribilla con los ojos.

—¿Por qué no me das una oportunidad para explicarte las cosas?

—¡Porque te la he dado por años! ¡Años has tenido la oportunidad de demostrarme que eres una persona mejor, que has cambiado, que te importan los demás, pero no lo haces! ¡He estado para ti mientras la cagas, para limpiar tus desastres! ¡Una y otra vez dejando mi vida de lado por ti!

—¡No lo hagas más! Clay, no quiero ser una carga o un obstáculo para ti, solo quiero estar contigo, no quiero dejarte solo—pone las manos sobre mis hombros en gesto conciliador, pero las retiro con desdén.

El enfado me gana, me carcome desde dentro y se combina con el estrés y la consternación hacia Niza, así que solo hablo.

—Me dejaste solo mucho tiempo, Bryce y jamás te necesité. Puedo arreglármelas, ¿pero tú? Quiero ver eso.

Sus ojos se llenan de aflicción y me duele, pero también siento una satisfacción sádica por echárselo en cara al fin, todos esos años de resentimiento reprimidos en mi interior tras su abandono.

—También puedo cuidarme solo.

Suelto una risa sin humor.

—¿Y cómo? Si ni siquiera eres capaz de dejar esa mierda.

—¡Para eso me voy!

—¡No es la primera vez que dices que te internarás para después recaer!—exploto con la ira quemando mis venas—. He visto la misma historia un millón de veces, pero esta vez, créeme, no estaré ahí para limpiar tu desastre.

—¡Pues no lo estés! ¡Yo no te lo pedí!—grita a su vez, alterado y dolido—. Lamento no ser el hermano que esperabas, ¿de acuerdo?

Permanezco tenso, enojado con él y su inmadurez; enojado con su actuar todos estos años, por sus ausencias, su inclinación por autodestuirse y sus adicciones, así que mi lengua pesa cuando recito las últimas palabras.

—Yo también.

El dolor rompe su semblante y lo oscurece como nunca antes, marchitándolo, pero no habla más sobre el tema. Inspira, se yergue y asiente.

—Bien. Espero que Niza se recupere. Pediré a Mimi que me mantenga informado. Cualquier cosa que necesiten...—vacila— no duden en pedírmela. Cuídate, Clay. Te veré después.

Mete las manos en su chaqueta y camina a paso rápido entre los pasillos del hospital sin mirar atrás.

Apoyo el cuerpo en la pared, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos en un intento por tranquilizarme y pensar con racionalidad, tratando de convencerme de que he dicho las cosas por una razón y que esa extraña sensación de ligereza debo agradecerla más que reprocharla, sin embargo, la culpa se niega a irse y yo la hago mi mejor huésped.

¥

¡Hola mis niños!

Parte 1 de este cap porque es largo.

Ya estamos en la recta final, así que, cuéntenme, ¿qué les ha parecido la historia? ¿Les gusta? ¿Cambiarían algo?

¡Disfruten!

Con amor,

KayurkaR. 

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