Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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By belenabigail_

Dalila POV'S


Joan está apoyado sobre la columna del gimnasio mientras ambos vemos a Bruno terminar su rutina de entrenamiento. Como es habitual, mi hermano a penas si tiene tiempo para beber un poco de café antes de irse al restaurante.

De sólo pensar en el Anémona, mi piel se eriza.

—¿Cómo estuvo la salida de anoche?

Mi mente recuerda de inmediato el extraño comportamiento de Cristina. No me la he cruzado ésta mañana pero hace un rato me mandó un texto para quedar para almorzar, creo que Kat también vendrá. Es sin duda la oportunidad perfecta para tratar el tema, no quiero nada de drama, pero si explicaciones.

—Nada mal—Le digo. Aún no le he dicho en absoluto sobre Alexandro y sinceramente quiero que se quede así por un buen tiempo. Entonces decido indagar con Joan sobre mi amiga, quizás el sepa algo—¿Todo bien con Cristina?

Me mira al instante—¿Por qué lo preguntas? ¿Te ha mencionado algo?—Su rostro se contrae en una expresión de alerta, los ojos levemente más abiertos y la mandíbula apretada.

Frunzo el ceño. Joder, creo que ahora quizás las cosas puedan tener algo más de sentido. Tal vez estén teniendo problemas. Lo último que Cris me dijo fue sobre su impresionante estrés debido a los preparativos de la boda, y lo enfadada que la tiene la poca cooperación de Joan sobre las elecciones importantes para la gran noche. El dinero también es un punto a resaltar, nada en la ciudad de Nueva York es barato y menos aún tomar la decisión de caminar hacía el altar.

Me reprocho por no haberme dado cuenta de que mi amiga la ha estado pasando mal. Creí que ya lo tendrían solucionado.

—No—Niego—Pero la noto algo diferente, ayer estuvo bastante extraña—Confieso.

Mi hermano cruza los brazos sobre su pecho, suspira pesadamente y aparta la mirada. Uh-oh, cuando hace eso, la cosa es seria.

—Hemos estado teniendo problemas—Acepta.

La música del gimnasio está al nivel justo para que no sea una molestia. La cantidad de gente es bastante moderado, como siempre que da inicio la semana, pero nadie a nuestro al rededor escuchará nuestra conversación, porque realmente todos están aquí para distraerse y enfocarse en ellos mismos.

—¿Es por los preparativos de la boda?—Asiente.

—Sobretodo porque a penas si estoy lo suficiente en casa para compartir tiempo con ella—Pasa saliva con dificultad. Noto lo estresado y muy abrumado que está, es una lástima que siempre tenga que llegar a sus límites antes de decirme lo que sucede y poder desahogarse—Me la paso en el trabajo, Dalila, y es mi pasión. La cocina es en lo que soy verdaderamente bueno. Me gusta el clima agitado, la adrenalina de cumplir con los tiempos y el calor de la estufa quemándome en las mejillas cuando estoy horas de pie cocinando. Vivo por esto. Cada día—Remarca al final.

Asiento—Lo sé.

Es prácticamente un privilegio cada vez que Joan se expresa. Así que siempre intento no decir nada de más, dejar que lo expulse todo antes de darle mi honesta opinión.

—Cristina no lo entiende—Niega. No es hasta recién que vuelve a conectar sus ojos con los míos. La mirada turbada me indica que está en un debate propio—Me dice que soy egoísta, que debería poner mucho más de mi parte en nuestra relación—Chasquea la lengua—Y todo lo que me empuja a hacer es querer tomar la mayor cantidad de carga horaria para no llegar a casa y discutir—Su voz se apaga—Me pregunto si ésto va a funcionar cuando nos casemos, si vale la pena. Quizás tenemos objetivos diferentes.

—¿Sientes que tú carrera está primero?—Inquiero—¿Primero que tú vida personal?

—Si—No lo duda. No le toma ni un segundo  responder.

Me quedo muy quieta en mi lugar, pasmada ante tanta sinceridad por su parte.

Usualmente pueden pasar largos minutos antes de que diga algo, dándole demasiadas vueltas al tema en esa cabeza suya. Pero ahora, con la firmeza y decisión en su tono, me ha tomado desprevenida.

La verdad es que no puedo ser muy objetiva al respecto, porque está de más decir que sea lo que decida mi hermano, lo apoyaré. Aunque eso no significa que cuidar a mi amiga de salir posiblemente herida no sea una prioridad.

—Debes hablar con Cristina—Comienzo. Me parte el corazón que todo esté yendo en picada para ambos, sobretodo porque él es mi hermano y ella mi mejor amiga. Sin embargo, no es un asunto mío. No quiero sofocarlos ni hacerlos sentir que me deben una explicación o ser cuidadosos con cómo puede afectarme a mi, simplemente por la relación tan cercana que los tres mantenemos. Al final del día, todo lo que cuenta es su propia opinión respecto a lo que quieran hacer—Dile cómo te sientes, sé igual de sincero que lo fuiste conmigo.

Menea la cabeza, dudoso—Es que no sé por dónde comenzar—Exhala un suspiro—Me quiero casar con ella, Dios lo sabe, pero necesito que entienda el amor que le tengo a mi profesión.

Apoyo la palma de mi mano en su hombro, le doy un ligero y corto apretón—Amas más a tú carrera que a tú pareja, Joan—Aprieto los labios en una delgada línea—Ese no creo que sea un buen comienzo para un matrimonio.

—Si no me caso, ¿Qué es lo que me queda?—Alza una ceja—Paso de los treinta años, Dalila. Se supone que debería sentar cabeza, formar una familia. Pero estoy atado a la cocina, y me estreso cuando llego a casa porque quiero volver al restaurante lo antes posible. No soy capaz de disfrutar de siquiera un maldito día libre.

—Quizás te refugias entre las ollas y los mariscos por temor a enfrentarte a la realidad—Sus ojos brillan con desesperación, no sabe qué hacer—No te quieres casar, hermano—Niego—Tienes tú propio contrato con el Anémona, no creo que haya espacio para otro, según lo que me dices. Y definitivamente no tienes que contraer votos sólo porque pienses que debas hacerlo.

—¿Entonces qué hago? ¿Aplazo la boda?—La arruga en su frente se marca con mayor profundidad, claro gesto de estrés y ansiedad. El hombre está abatido, consternado—Le tengo muchísimo cariño a Cristina, en verdad. Lo último que deseo es dañarla.

La garganta se me cierra al pensar en mi mejor amiga. Me duele el pecho al saber sobre lo que tendrá que hacer frente en los próximos días, pero me duele más la forma en la que Joan se ha expresado sobre ella. Cariño. ¿A caso ya no la ama más?

Lo comprendí todo mal. Creí que era un asunto de balance, de no querer ceder ni uno ni al otro. Trabajo o vida personal. Jamás que la había dejado de querer.

Todo es tan confuso. Hasta hace unos meses atrás estaba segurísima de que les aguardaba un futuro muy prometedor para ambos; la búsqueda de un nuevo departamento, el ascenso de mi hermano, el trabajo propio de Cris, la propuesta más romántica del mundo...

Cruzo los brazos sobre mi pecho, ciertamente un poco molesta—No lo sé, pero no la hagas perder el tiempo buscando flores y diseñando con una modista un costoso vestido—El tono de mi voz se pone más serio. Joan tiene que descubrir qué diablos quiere hacer con su vida lo más rápido posible, y sobretodo con su prometida. Es su problema ser indeciso, ella no tiene porque aguantarlo—Creo que ya lo tienes bastante claro, sólo que estás siendo un cobarde y no quieres admitirlo.

—¡Dalila, por favor!—Se exaspera—Esto no es más sencillo para mi...

—Tampoco para ella—Lo corto de sopetón—Te quiero, y siempre estaré de tú lado, pero cuando te equivocas pienso decírtelo. Igual que siempre—Veo de refilón a Bruno bebiendo un trago de agua. Caigo en la cuenta de que ha terminado con su circuito, por lo tanto la conversación con mi hermano mayor también. Es hora de volver a trabajar—Decídete rápido, sé honesto contigo y con Cristina. Ese es el único camino, luego recién tomen una decisión.

La expresión en su rostro se relaja, aunque no del todo—Gracias, lo seré.

—Sé que sí, jamás me decepcionas.

Le despeino un poco el cabello largo con la mano, a lo que por fin, esboza algo parecido a una pequeña sonrisa.

Entonces recuerdo que en menos de dos horas me espera un almuerzo con mi amiga, la misma que está completamente enamorada de mi hermano y no tiene la más mínima idea sobre su incertidumbre para una boda que está a sólo unos pocos meses de celebrarse.

Si es que eso llega a suceder.

El restaurante a unas pocas calles del trabajo es uno de mis favoritos. Además de la cercanía, la increíble atención y por supuesto la comida, es el clásico sitio al que las chicas y yo solemos casi siempre frecuentar. Le tengo un aprecio especial.

Kat está a mi derecha, la rubia todavía lleva una bufanda enroscada al cuello y el saco beige puesto encima. Desde que la conozco dice que le lleva un buen rato aclimatarse, más si viene de fuera y está fresco. Muy friolenta, es así desde que tengo memoria.

—¿Cómo va el sexy boxeador?—Me río por lo bajo.

Kat no lo conoce, pero de sólo decirle que usa guantes, le gusta dar unos cuantos golpes y andar en pantalones cortos, es suficiente para catalogarlo como apuesto.

—Más que genial, la quedan solo diez días para la primer pelea—Me acomodo sobre la silla. Le doy una revisada más a la carta del menú, aunque sé de antemano que quiero comer un buen plato de pastas con una copa de vino blanco. Entonces me viene a la mente el italiano, y lo increíble además de impredecible que estuvo la pasada noche ¿Qué estará haciendo?—¿Qué tal el trabajo?

Kat bufa cansada, expresión de fastidio y algo exasperada—No puedo seguir con esto, le prometí a Cristina no ser tan impaciente y avasalladora con las preguntas que me pican en la punta de la lengua, pero ¿Vamos a seguir haciéndonos las tontas?

Alzo las cejas en confusión—¿De qué hablas, Kat?—Me vuelvo a reír de su pataleta. Siempre tan ella.

—¡¿Qué pasó con el italiano?!—Susurra por lo bajo, la voz contenida pero siempre con un matiz chillón.

—Oh—Murmuro. Las mejillas se me encienden.

—¡¿Oh?!—Repite. Veo el brillo en sus ojos.

—Baja la voz, joder—Me quejo.

—¿Ya se han besado?—No le importa en absoluto mi pedido, apoya los codos sobre la mesa y acorta la distancia entre ambas—Espera, te has puesto roja... Por dios, ¡Oh Dios mío! ¿Le has dado tú tesorito, pequeña Dalila?

Me golpeo la frente con la palma de la mano, no doy crédito a lo que mis oídos acaban de oír. Le doy una ojeada al restaurante. Lo bueno de Nueva York es que a nadie nunca le interesa que es lo que estás haciendo. Pero aún así, incluso algo avergonzada de su curiosidad insaciable y necesidad de tantos detalles, suelto la carcajada. Kat también se ríe.

—Desembucha, Dalila—Rueda los ojos—¡Qué me está matando la incertidumbre!

—No, todavía no hay nada de besos—Su ceño se frunce, profundo y algo confundido. Yo me siento de la misma forma, amiga mía.

—¿Nada?—Niego, no evito que se me forme un puchero—¿Y en qué gastan el tiempo? ¿Hablando de la economía mundial?—La sonrisa que me da me afloja un poco la tensión sobre los hombros. Todavía sigo mal por el tema de Cristina, y me está matando que se tarde tanto en llegar,  también me tiene nerviosa el asunto que hemos acordado con Alexandro.

—Ésta noche iré a su departamento—Me encojo de hombros—No lo sé, quizás suceda algo allí.

—Es que ya es hora, pequeña—Le da un sorbo a su copa con agua—¿Por qué se tarda tanto, de todos modos? Parece bastante... sexual. No te ofendas, pero no tiene la pinta de ir a rezar los domingos por la mañana, más bien de darte una buena follada antes de irse a trabajar.

Me carcajeo—Quiere hacer las cosas bien, supongo.

Después de nuestro encuentro en el Anémona, Alexandro me dejó en casa, luego todo se resume a dar vueltas en la cama el resto de la noche, bastante frustrada por supuesto. Me muero por fundirme en los brazos de ese hombre, aunque sé que iremos muy despacio.

Katherine ladea la cabeza hacía un costado—Dalila, respóndeme—Su tono de voz desciende varios tonos—¿Tú ya has besado a alguien, cierto?

Me quedo muy quieta sobre mi lugar. Trago saliva y es la primera vez, creo, que realmente me siento tan apenada. Es que besar siempre lo he tomado como algo demasiado intimo, tan o más que tener sexo, al menos para mi. Y eso que por ahora no he hecho ninguno de los dos.

Niego despacio, muy despacio—Jamás.

—¿Jamás?

—No.

—Eres pura en todos los sentidos, joder—Se lleva las manos a la cabeza—¿Es en serio?—Está desconcertada.

—Si—Asiento—¿Crees que sea demasiado que manejar para Alexandro?—De repente me preocupo.

—¿Para ese hombre?—Alza una ceja—No, no les des tantas vueltas. Puedes no decirle, sólo síguele la corriente—Comienza—Pero no le metas la lengua hasta la garganta, ¡Es un asco! Tiene que ser siempre algo sutil, sensual, erótico—Deja caer un ojo en un guiño fugaz.

Me río—Está bien, creo que puedo hacer eso.

—Se que sí—Se encoje de hombros—Ahora, ¿Dónde está la bruta de tú otra amiga? Lleva veinte minutos tarde.

La miro con desaprobación—No le digas así, Kat.

Aunque en algo tiene razón. Aún la estamos esperando y el mesero ya vino dos veces a pedir nuestros pedidos, pero tuvimos que negarnos y rogar por más tiempo. En la gran manzana siempre hay exigencias por una mesa, pasado el tiempo de espera, y si no has ordenado nada, suelen darte una patada en el culo.

—Siempre es tan cortante conmigo, está claro que no le agrado—Hay cierto recelo en su voz—Pero no sé porqué.

—Se está comportando mucho mejor ahora, ¿No te has dado cuenta?

Últimamente le ha tenido más paciencia a Kat después de haber salido con nosotras un par de veces. Hemos tenido un buen avance, por lo menos logré no le saca el dedo del medio a sus espaldas.

—Mentira, ¿Qué fue todo eso del sábado?—Enarca una ceja, su cabello rubio y lacio cae sobre sus hombros cuando lo acomoda con ambas manos.

Todo mi cuerpo se tensa al recuerdo de lo incómodo que fue tener que pasar por eso. Menos mal que Alexandro no se sintió ofendido. Estuvo realmente fuera de lugar, una falta de respeto total. Incluso para Cristina.

—No lo sé, quería averiguarlo hoy—Admito. Entonces mi celular vibra cuando llega un mensaje. Cristina ha escrito—Pero no creo que pueda hacerse hoy.

Kat bufa, de malhumor—¿No vendrá?

—Se le hace imposible, eso es lo que dice—Me encojo de hombros.

Me siento decepcionada, pero después de todo quizás esté con Joan. El estómago se me hace un nudo al revivir en mi mente la conversación que tuve con él. Espero que las cosas resulten bien para ambos. Al menos, que no duela demasiado.

—¿Pedimos?—Inquiere.

Asiento—Vamos a comer.

A lo siguiente, mi amiga hace un gesto con la mano llamando al mesero.

•••

La entrada al edificio de Alexandro es, por quedarse corto, inmensa y elegante. Igual que la primera vez. En la recepción no hacen más que preguntarme a quién solicito ver, y cuando el hombre Armani aprueba mi presencia me dejan ingresar sin ningún problema.

El tiempo en el ascensor pasa demasiado rápido, a penas si puedo calmar los latidos acelerados de mi corazón y tomar una profunda respiración antes de que las pesadas puertas de metal se abran delante de mi. Del otro lado, no está más que un italiano muy apuesto esperando por mi.

—Dalila—La forma en la que dice mi nombre es bajo, ronco y perfecto. Me acostumbré a qué lo diga así, tan característico de él—¿Llegaste sin ningún problema?—Dejo atrás la gigante cabina de hierro y acero, su media sonrisa me recibe ni bien estoy frente a él.

—No hay quejas—Me encojo de hombros.

—Preferiría que me hubieras dejado ir por ti—Frunce levemente el ceño. Me acerco aún más, con las ganas de sentir el aroma de su perfume y la suavidad de su tacto.

—No quería ser una molestia, además, puedo manejarme en la ciudad con mucha facilidad—Una sonrisa astuta se asoma en sus labios.

—Seguro que sí—Cuando quiero darme cuenta, su mano está apoyada en la zona baja de mi espalda. El italiano me invita gentilmente a seguirlo hacia la única puerta que divide su departamento del ascensor. Se me había olvidado de que Alexandro es el dueño de todo el piso—Lamento decirte esto, pero Andrea está dentro—Me informa—Vino a visitarme y al enterarse de que tú vendrías prácticamente me rogó para saludarte, no se quedará a cenar, sin embargo, espero que no te moleste.

Niego de inmediato—Por supuesto que no.

Andrea tiene una personalidad difícil de asimilar ni bien la conoces, pero después de la charla tan franca que hemos tenido aquella noche en el casino, ambas dejamos en claro las intenciones de la otra. Son todas buenas, sin ánimos de causar problemas, incomodar, o hasta pelear por la atención del hombre Armani. Las dos somos adultas, no es necesario comportarse como dos chiquillas.

Los oscuros ojos de Alexandro me observan por un instante, y cuando creo que va a decir algo termina por asentir. La puerta se abre, pasamos por debajo del umbral y nos adentramos.

Sigo bajo el cálido agarre del italiano mientras nuestros pasos nos trasladan hacía la sala, y en eso una figura vestida con un increíble vestido azul aparece frente a nosotros. Andrea me sonríe encantada al verme, ella está impecable, como la vez que la conocí. A su lado hay una mujer, quizás cercana a los cuarenta años. Alexandro no ha mencionado nada sobre ella. Tiene la cara regordeta, una sonrisa amistosa en los labios y los ojos color avellana más bonitos que he visto. Su cabello color castaño está recogido en un moño muy prolijo, y el delantal salmón se ajusta a la perfección a su curvilíneo cuerpo.

—Dalila, ya conoces a mi hermana—Cierto matiz receloso cubre cada una de sus palabras, pero me percato de la sonrisa cariñosa que amenaza con exponerlo. Es obvio que la adora—Y ella es Mayra, me ayuda a mantener éste sitio en pie.

Oh, con que es ella.

—Es un gusto, soy Dalila—Le sonrío sincera. Me acerco, la mujer no tarda nada en extender su mano y tomar la mía en un apretón ligero. Ni bien hemos terminado, Alexandro se encarga de ponerme nuevamente junto a él.

—El placer es mío, Señorita—Paso por alto que me ha dicho así, quizás es costumbre de su trabajo.

Noto que la mujer se remueve sobre sus propios pies algo nerviosa. No entiendo a que va eso, pero no me agrada la idea de que se sienta incómoda.

—Me gusta su delantal—Señalo. La sonrisa de Mayra se ensancha, y la mía con ella.

Mi piace, ha buone maniere (me gusta, tiene buenos modales)—Se escucha a Andrea decirle a su hermano. La miro sin comprender ninguna de sus palabras.

Lo so (lo sé)—El hombre Armani asiente, por un momento sus oscuros ojos se encuentran con los míos. Un tinte de orgullo brillando en ella. La palma de su mano se desliza de arriba a abajo por lo largo de mi espalda. Un escalofrío me recorre por la espina—Ma ricordati di parlare in una lingua che capisce, non mi piace vedere l'espressione smarrita sul suo viso (Pero recuerda hablar en un idioma que entienda, no me gusta ver la expresión de desconcierto en su rostro)

Andrea abre ligeramente los ojos y levanta las manos en señal de disculpa. Mi mirada pasa de ella a su hermano, mucho más confundida que antes.

—Me alegra volver a verte—Sin embargo no tengo tiempo a preguntar qué está pasando. La impresionante mujer italiana se acerca y me da un corto abrazo. Sus ojos, de color esmeralda y de una mirada salvaje, astuta y traviesa, me recorren el cuerpo de una vez—Bonito vestido, siempre está acorde a la situación. ¿Me recuerdas de dónde la sacaste, Alexandro?—Inquiere con sutil gracia, sin perder el acento tan característico suyo.

Mayra niega lentamente con una ligera sonrisa, para nada asombrada con Andrea. Debe estar acostumbrada a ella. Eso hace preguntarme hace cuánto tiempo que trabaja para el Señor Cavicchini.

—Ya las has saludado, ahora, ¿Puedes marcharte?—El Italiano arquea una ceja. Su hermana rueda los ojos con fastidio.

—¿Has escuchado eso, Mayra?—Mira a la señora, mucho más corta de estatura que nosotros tres—Mi propio hermano acaba de darme una patada en el culo. Increíble.

—No seas dramática, y vete de una vez para que pueda estar a solas con Dalila.

Mis mejillas se encienden. Prefiero no entrometerme, es cosa suya el tipo de relación que lleven. Aunque debo admitir que me da un poco de diversión la franqueza con la que se hablan.

—En mi caso Señor Cavicchini, la cena está en el horno. ¿Necesita algo más?—La mujer pregunta con tranquilidad.

—Un corazón, joder, que está echando a su propia hermana—El cabello negro lo tiene tirante en una coleta alta, los zapatos, de un tacón fino, resuenan contra el piso cuando camina hasta el gran sofá y toma un bonito bolso Louis Vuitton—Pero reconozco cuando no me quieren en un lugar, así que me iré.

—Deberías haber sido actriz—Alexandro se burla.

—Como sea, nos vemos mañana—Bufa—Y lleva a Dalila contigo, este evento será espectacular—Me mira a mi—A todo esto, mejor lo hago yo—Su hermano gruñe cansado. Ella lo ignora sin más, cosa que igualmente viene haciendo desde que entré al lugar. Me río por lo bajo, entretenida—Hay un evento en mi hotel, otra vez. Me encantaría que estés ahí, porque será el primero a mi nombre—Explica—La beneficencia del otro día estaba pactada hace meses, pero esto, oh mierda, ésto estará a completamente otro nivel.

No tengo ni la menor idea de que está hablando, pero si Alexandro quiere llevarme con él a puesto que me lo pedirá. No necesito abrocharme al italiano como un abrojo, vamos despacio, ninguno de los dos está jugando una carrera. De cualquier forma si es que prefiere no tener mi compañía, aunque algo decepcionada, lo aceptaré.

Repito; no hay porqué apurarnos con nada.

—Entre tú y Dalila, no sé cuál de las dos maldice más—La interrumpe su hermano.

Joder, sabía que soltaba demasiadas palabrotas a su lado.

¿Le molestará? Bueno, es lo que hay.

—Una cosa más a la lista que agregar—Se encoje de hombros—Ahora me agrada incluso más—Me guiña un ojo—En fin, dale tú todos los detalles—Le lanza un beso mientras camina hacía la salida—Pero la quiero ahí—Lo señala con el dedo—Mayra, gracias por ser tan amorosa, tú comida siempre viene bien.

—Cuando necesite, Señorita.

Andrea le sonríe abiertamente—Hasta luego a todos—Sonríe—¡No me extrañes, hermanito! Ten presente que uno de los tantos autos que tienes en tú cochera privada fue un regalo mío. Para la próxima que quieras excluirme—Le sonríe con sorna.

Alexandro resopla, yo me río, y el italiano no deja pasar tal reacción mía por alto. Su intensa mirada, bañada en simpatía, se estrecha hacía la mía. Una suave sonrisa se asoma en mis labios. Entonces Andrea está fuera, el golpe seco de la puerta resuena por todo el impecable departamento.

—Puedes retirarte, Mayra—La mujer asiente comenzando a desabrocharse el bonito delantal—Arreglamos para dentro de unos días. Gracias por la cena.

—No hay de qué Señor Cavicchini, siempre es un placer—Le da una fugaz sonrisa. Me doy cuenta de que a él no se le mueve ni un pelo cuando Mayra lo llama de tal manera. El rostro no se le tensa, y mucho menos los hombros se le ajustan en una posición de molestia—Espero verla pronto, Señorita Dalila.

—Lo mismo digo—Respondo.

En menos de dos minutos la cálida mujer se dirige a la zona de la cocina, regresa con un gran bolso y se despide con otra sonrisa acompañado con un gesto de la mano.

Al final estamos los dos solos, en un enorme departamento que ya he visitado previamente, pero por alguna razón en el que me encuentro más tensa que la primera vez. Expectante y ansiosa.

Quizás tiene mucho que ver el hecho de que hemos aclarados nuestras intenciones, no del todo, pero la gran parte está hablada. Sé lo que quiere de mi el italiano, y él sabe que yo también lo quiero.

—Vamos a que comas algo.

Ni bien la puerta se cierra y no queda ningún rastro de Mayra, Alexandro se encarga de guiarme hasta la cocina. Hay un exquisito aroma a comida en el aire, y la boca se me hace agua cuando el Italiano retira del horno una enorme fuente con lasaña.

—¿Me dejas ayudar?—Inquiero cerca de él.

Alexandro me da una mirada de soslayo, duda por un instante pero termina por asentir. En el Anémona no me dejó si quiera tocar un sólo tenedor. Darle vueltas a una salsa por más de diez minutos no sé si se cataloga como ayudar en la cocina, así que me gustaría poner algo más de mí en ésta ocasión.

—Los platos están en la alacena de la izquierda, las copas a la derecha—Asiento.

No es nada difícil hacerme de la vajilla. Le acomodo todo sobre la superficie de mármol y espero pacientemente cuando el italiano sirve dos grandes porciones. La comida tiene una pinta increíble, sin dudas Mayra ha echo un gran trabajo.

El hombre Armani me da una sonrisa ligera que me ayuda a quitarme un poco los nervios, pero no del todo, luego toma un vino y lo sirve en dos copas. Es blanco y la botella rotulada me dice que también dulce.

—¿Dónde prefieres cenar, Dalila?—Pregunta. Muerdo el interior de mi mejilla.

—Donde tú quieras—No puedo negar que me está costando afrontar la velada. Mi usual actitud astuta y de honestidad bruta, está actuando más reservadas de lo usual.

El corazón me late a un ritmo acelerado, y los vellos de la nuca se me erizan de sólo recordar todas las cosas que nos hemos dicho entre los dos. Además, al tener esa conversación con Kat ahora me preocupa que quiera besarme, cuando antes todo lo que quería es que lo hiciera.

¿Qué tal si no lo hago bien? ¿Qué pasa si fallo estrepitosamente? La preocupación me invade, y debo sonreír para no alarmarlo cuando frunce el ceño levemente hacía mi.

—¿Está todo en orden?—Inquiere. Asiento rápidamente. Joder, necesito calmarme. Sus ojos, penetrantes y de mirada inteligente, se clavan en los míos. Está claro que no se lo traga—Vamos a hacer las cosas bien—Emplea con suavidad—Trae tú plato y también la copa, comeremos en el desayunador de la cocina. Más relajado, ¿Te parece?

Asiento de inmediato—Eso suena genial—Le sonrío con honestidad.

Ambos nos acomodamos sobre los altos taburetes y similar a la otra noche que estuve aquí, comenzamos a comer.

Abro los ojos al sentir el sabor de la lasaña en el paladar, la pasta tiene el punto justo de cocción, la salsa está increíble y ni hablar de la cantidad insana de queso que rebosa por todas partes.

—Joder—Murmuro. Alexandro me escucha.

—Mayra sabe que lo que hace—Se muestra de acuerdo conmigo. Le digo que sí, y a continuación doy otra bocado cuidando de no perder los modales, además de no quemarme.

—¿Hace mucho que trabaja para ti?—Pregunto.

Le doy un sorbo al vino, que está igual de exquisito. No dudo de que todas las botellas que el italiano tenga son de pura calidad. Saboreo el dulce líquido en mi boca, dejando que el alcohol arrastra consigo todas mi estúpidas inseguridades. Me repito que Alexandro no me invitó aquí para hacer burla de mi poca experiencia, y que si algo llega a suceder ésta noche, él se encargará de guiarme durante todo el camino.

—Es estadounidense, pero vino conmigo desde Italia—También bebe de su copa—Vive en mi país de origen desde que tengo uso de memoria, pero no quería a nadie más dentro de mi hogar, así que le pedí que viniera conmigo.

—Se nota que los aprecia mucho, a ti y a tú hermana—Él me mira por unos instantes, luego se encoje de hombros.

—Es mutuo, supongo—Acomoda la copa a un lado, corta otro trozo de comida en su plato—¿Qué hay de tú familia?—Inquiere.

Dejo los cubiertos sobre el plato, me remuevo sobre el taburete y paso saliva—Sólo somos Joan y yo—Tengo fugaces recuerdos de mamá y papá, la verdad es que con el pasar del tiempo se ha echo cada vez más difícil identificar si su imagen en mi cabeza es real o está mezclada con una fantasía mía—Mi hermano era mayor de edad cuando se tuvo que hacer cargo de mi, desde entonces somos nosotros dos.

—¿Qué hay de tus padres?—Frunce el ceño.

La mandíbula se me tensa—Si los encuentras, me avisas.

El hombre Armani se me queda observando por algunos segundos. Si espera a que agregue algo más, lo lamento, pero no pasará.

Evito hablar de mis progenitores en cada ocasión que surge el tema, ya no forman parte de mi día a día, así que no veo necesario nombrarlos en lo absoluto.

Mi única familia son Joan, Cristina y Katherine. Eso es todo.

—No era mi intención incomodarte, Dalila—El entrecejo se le arruga, la mirada se le opaca.

Niego—No te preocupes, pero prefiero hablar de otra cosa—Confieso. Alexandro no insiste, accede a mi pedido y le agradezco aquello en silencio

Miro el plato frente a mi cargado de comida. De repente se me ha cerrado el estómago. Sin embargo me esfuerzo por dar unos cuantos bocados más, aunque no llego a mucho.

—¿Cómo está tú trabajo?—Decido ser yo la que pregunte esta vez. El italiano alza las cejas, se acomoda un poco y exhala un suspiro.

—Agotador—Aprieta los labios en una delgada línea—Igual que siempre.

—Entiendo los números, pero los detesto—Soy jodidamente sincera. Nada me aburre más que andar haciendo cuentas, aunque para mi buena suerte nunca me costó hacerles frentes en el instituto—Aunque si quieres, puedes conversar conmigo sobre eso—Me encojo de hombros.

Sé que el italiano es inversionista, y que maneja sus ingresos de aquí para allá apostando al próximo mejor negocio. Lo hizo con el Anémona, seguramente también lo habrá echo con otras muchas pequeñas o grandes empresas de Italia. El hombre vino aquí para triunfar, eso es obvio, incluso lo dijo en aquel discurso suyo de apertura. Y no voy a mentir; me agrada de sobremanera que tenga ese hambre de poder, de querer llegar a más y no conformarse. Es la misma actitud que tengo respecto a mi carrera.

Alexandro esboza una sonrisa encantadora ante mis palabras, los hombros se le sacuden al reír.

—Lo último que quiero es aburrirte con datos innecesarios—Le da una mirada a mi plato—¿No quieres más?

Muerdo el interior de mi mejilla, apenada—Voy despacio, eso es todo—Él asiente. Me doy mi tiempo para recuperar el apetito, acomodarme y seguir adelante.

Ambos quedamos en un cómodo silencio mientras no quitamos la vista del otro, Alexandro tampoco toca su comida. De un momento a otros nos hemos quedado sin palabras. El aire se torna ciertamente más tenso y pesado. Tomo una profunda respiración sintiendo como la piel se me eriza, demasiado expectante.

No importa como hayamos comenzando la noche, lo cierto es que estamos aquí para mucho más que sólo tener una conversación amena. Eso es lo que anhelo, en realidad. Por fin poder tocarlo, saborear su boca y dejar que haga conmigo lo que quiera. Sus iris, iguales a dos oscuros pozos, se tornan en una mirada abrasadora que me arrebata el aliento.

El hombre Armani se pone de pie, su altura imponiéndose sobre la mía. Me hace sentir pequeña, al descubierto.

Alexandro rodea el desayunador hasta llegar a mi lado, lo sigo con la mirada, absorta con cada uno de sus elegantes y bien ejecutados movimientos. Nunca pierde la clase, el porte y la forma impresionante de hacerme temblar hasta las rodillas.

Me pierdo en la forma ancha de sus hombros, la espalda recta y en cómo la camisa Armani le luce tan bien. Me muero por verlo sin ella y comprobar la firmeza de su torso, los músculos marcados y la línea en V que sé esconde debajo de la tela.

Entonces, Alexandro se inclina hacía mi, su cálido aliento golpea contra mi rostro. Me nubla por un momento el aroma de su piel, fresco y perfumado gentilmente. Mi pecho sube y baja con cada respiración que doy, pero el calor va en aumento incluso más cuando sus manos se ajustan a los costados de mi asiento y me acomoda para que quedemos bien de frente.

—Quiero hacerte tantas cosas. No tienes idea de lo abrumador que es—Mantengo mis manos aferradas al taburete. La mirada hambrienta que me lanza me deja helada sobre mi lugar.

—¿Ésta noche?—No me molesto en disimular la necesidad en mi voz, desde que lo conocí he esperado a que algo suceda entre nosotros. Lo que sea.

—Todo a su debido tiempo, bella bruna—Toma un mechón de mi cabello y lo acomoda detrás de mi oreja—Pero primero necesito que me respondas algo.

—¿Qué?—No reconozco el tono de mi voz; ronco, bajo y excitado.

—Quiero oír salir de esa preciosa boca que tienes, que te rindes ante mi—La esquina de sus labios se alza en una sonrisa maliciosa—Cuando seamos sólo tú y yo, dejaré los modales de lado. Te tendré como yo lo quiera, por supuesto sin dejar de cuidarte, pero será a mi manera. Cómo y cuando yo lo diga.

Trago saliva con dificultad. Aprieto las piernas debajo del vestido. Me remuevo incómoda, deseosa de que acorte la distancia entre ambos de una maldita vez y estampe sus labios contra los míos. Sin embargo, quiero quitarme todas las dudas antes de lanzarme sin paracaídas.

—¿Rendirme ante ti?

Asiente con la mandíbula apretada. Sus profunda mirada da con la mía, con tal intensidad, una tormenta de oscuridad pura desatándose en sus iris.

—Hasta que te folle aprenderás que me gusta que me hagan, de la misma forma que yo aprenderé cuáles son tus debilidades. Que te hace temblar y lloriquear por más—Siento el calor subir por mi cuello hasta las mejillas. Suelto un jadeo—Pero cogerte será lo último, ¿Lo entiendes? Cuando estés lista para mí, con total seguridad, ahí es que pasará. No antes, no después—Asevera.

Asiento—Bien.

Tiemblo al sentir la palma de su gran mano en mi mejilla, dando suaves círculos con su dedo pulgar.

—¿Estás dispuesta, Dalila?—Su ceño se frunce, parece ansioso por una respuesta.

El italiano se yergue sobre su lugar, y el espacio que se forma entre ambos me molesta. Quiero agarrarlo de su camisa y tirar de él hacía mi. Quiero la menor cantidad de distancia posible entre los dos. Pero me aguanto, y le doy lo que me pide.

—Lo estoy—No me lo pienso ni por un segundo.

Joder, si supiera la cantidad de pensamientos sucios que tengo desde que lo conocí. La marea de sueños húmedos que me acechan por las noches, la forma en la que mi cuerpo reacciona a un simple contacto suyo.

—No sabes el alivio que me da escuchar eso, bella bruna—Y le creo. La expresión que atraviesa su rostro es de pura satisfacción.

—¿Qué es lo siguiente, Alexandro?—Pregunto con curiosidad.

Alzo la barbilla para verlo bien a los ojos. Su mano me toma del mentón en un ajuste autoritario.

—Me voy a saciar de ti—Promete—Llevo mucho  tiempo poniendo a prueba mi autocontrol—La mirada se le oscurece, poseída en una aguda lujuria—No estoy acostumbrado a ser paciente—Su pulgar se pasea por mi labio inferior—Y me muero por probarte.

Joder, yo también me muero porque lo haga.

•••

Quería subirlo el viernes, pero me pareció que ya era mucha espera🖤 les prometo que no falta tanto para el 012 😉

¿Qué les pareció? Espero que les haya gustado🤍

Por si quieren seguirme ahí y no lo encontraban con el anterior 🎉🎉 además, los invito a pasarse por HEAVEN 🔥🔥🔥

Lxs quiero muchísimo, gracias por tanto amor, cariño y buenas vibras que SIEMPRE me mandan.

Ésto es solo el principio de EDP, falta mucho, mucho más de la latina y el italiano.

Instagram: librosdebelu

Belén🦋

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