INMORAL-[En Proceso]

By Any_Insa

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Nadie conoce su rostro, pero eso no evita que el mundo la tema. Luego de la muerte del líder de la mafia, Ann... More

⚠️ADVERTENCIA⚠️
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
EXTRA - AÑO NUEVO
CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 18

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By Any_Insa

Ann:

Decir que he estado de un humor de mierda todo el día sería un eufemismo.

Desde que me he despertado y me dí cuenta del error que cometí, mi mente ha estado intranquila. Sí, salvé a alguien. Es lo que se supone que haría un miembro del ejército, pero de alguna forma, para mi mente, que haya terminado rodando por esa colina y terminar algo herida, lo interpreta como una falla, sin importarle mucho las palabras de Werner de que no he fallado.

Tal vez se deba, solo un poco, a la voz que volvió apenas desperté. Ha estado susurrando, burlándose todo el día, repitiendo una y otra, y otra vez, lo incompetente que puedo llegar a ser.

No ha sido hasta hace una hora que ha decidido esconderse en algún lugar oscuro de mi mente y lo cierto es que espero que siga así, al menos, hasta que pueda ir con mi terapeuta.

Inconscientemente, mi cuerpo ha estado tenso, esperando el inminente castigo por haber terminado herida. Werner me ha dicho que no sería así, sino que en lugar de eso, mi cuenta de capitana recibiría una buena compensación.

Compensación que no podré gastar.

Pero no importa lo que haya dicho, mi cuerpo no lo puede digerir. Tiene demasiada buena memoria corporal como para comprender que no me encerrarán en un calabozo o me dejarán afuera, en la intemperie.

Dejo a un lado las cavilaciones, decidiendo que no es el momento para ese tipo de pensamientos.

No cuando mi primera mayor amenaza se encuentra a varios metros de la pista, esperándome a mí y a mi segunda mayor amenaza, quien por cierto, mantiene un brazo alrededor de mi cintura, ayudándome a caminar.

—¿Sabías que estaría aquí?— cuestiono, la voz áspera y adolorida saliendo de mi garganta.

El cuerpo de Werner está rígido, pero por más endurecido que se encuentre él, el brazo a mi alrededor se mantiene suave y firme.

—Nick me avisó hace unas horas— no quita los ojos de su padre, la dureza dominando sus rasgos y su voz.

Por un momento, me pregunto qué habrá ocasionado esta tensión en la relación de padre e hijo. Pero como no es mi problema, no me esfuerzo en preguntarselo a Werner. Tengo mejores cosas en las que pensar.

Y tampoco creo recibir una respuesta que no sea "métete en tus asuntos, Dankworth".

Demasiado rápido para mi gusto, llegamos hasta el Comandante, deteniéndonos a cuatro pasos de él. Su rostro se encuentra libre de emociones, mirándonos tanto a su hijo como a mí. Cuando sus ojos se encuentran con los míos y analiza mis heridas con un ceño fruncido, no puedo evitar que la imagen de otro rostro severo y desaprobatorio cruce por mi mente.

Lo sacudo de mi mente tan rápido como apareció. No es el puto momento para pensar en eso.

Los ojos del comandante, muy lentamente, bajan de mi rostro hasta el brazo de Werner que sigue rodeándome. Pienso que Werner me soltará de golpe y me dejará caer, pero no lo hace. Es demasiado consciente de mi estado. Sabe que apenas deje de apoyarme en él, caeré al suelo y para mi mala suerte, yo también soy consciente del mareo detrás de mis párpados y de que no seré capaz de pararme por mi misma.

Soy orgullosa, mierda, claro que lo soy, pero prefiero que el Comandante me vea apoyada en su hijo a que me vea caer al suelo frente a él.

Primero muerta a estar a sus pies.

—General, capitana— a regañadientes, Werner se lleva la mano libre a la sien. Hago lo mismo y un brillo sospechoso en el comandante me pone en alerta—. Me alegro verlos bien— toma una pausa y volviendole a echar una mirada a las marcas en mi rostro, agrega—. Aunque no esperaba tanto daño.

La acusación y molestia hacia Werner es clara en su voz y expresión.

Sonrío, arrogante.

—¿Qué quiere que le diga, Comandante? La vida de un héroe no es nada fácil— atraigo su atención.

Me contempla y luego, una sonrisa fría llena sus labios.

—Ahora que lo mencionas, felicidades por tu hazaña, Dankworth. Gracias a tu acción, nadie se atreverá a sospechar de tus verdaderas... raíces.

Mi sonrisa no flaquea cuando la voz que me atormenta cambia la palabra "hazaña" por "falla".

Dios quiera que nunca lo descubran — finjo una mueca de preocupación.

El comandante Michael no se da cuenta, pero el apretón en mi cintura me avisa que no a todos se les pasó desapercibida la burla en mis palabras.

Me muerdo el interior de la mejilla para no reír y, de pronto, me quedo quieta y el hombre a mi lado se tensa aún más.

Michael tiene los ojos clavados en la mano en mi cintura y de nuevo, ese brillo sospechoso y calculador que no entiendo, vuelve a su rostro.

Por un momento, creo que va a darse cuenta que Werner y yo tenemos un trato y nos acusará de traición. O bueno, a su hijo, ya que lo mío no contaría como traición.

¿O sí?, bueno, no sé, me da igual.

Pero ese momento pasa de largo cuando vuelve a su completa tranquilidad, dejando de mirar el lugar en el que el cuerpo de Werner y el mío se tocan.

Hhmm...

—Vine desde Washington porque necesito hablar contigo— se dirige a su hijo, yendo al grano—. Y no es algo que pueda esperar.

Lo inflexible de su tono deja en claro que no piensa recibir un "no" de Werner.

El General esconde cualquier emoción de su padre cuando asiente.

—Primero llevaré a Dankworth a su habitación.

El comandante mira entre ambos, asintiendo lentamente.

—Muy bien, te esperaré en mi oficina. No tardes— se prepara para irse luego de esa orden seca y al dar un paso atrás, se detiene. Gira el rostro hacia mí y con una sonrisa que podría catalogarse como escalofriante, dice—. Qué te mejores, Dankworth.

Después de su inexpresivo deseo, se va y no nos movemos hasta que lo vemos desaparecer detrás de un edificio.

—¿Crees que sospeche?— murmuro. No hace falta añadir lo que creo que sospecha.

Werner sacude la cabeza, negando.

—No lo creo.

Señala con la cabeza hacia el frente y comenzamos a caminar, o bueno, él lo hace. Mis pies apenas rozan el suelo. Werner me tiene pegada a su costado y me alza levemente, de una manera que no planto del todo mis pies sobre la superficie.

No me quejo. Me encuentro demasiado cansada como para pelear.

—¿Cómo estás tan seguro? ¿Borraste todo lo que hicimos de las cámaras de seguridad?

—Solo las imágenes de cuando nos dirigimos a ese edificio. Aunque no lo creas, las salas de entrenamiento se consideran, de alguna manera, un lugar íntimo— levanto la cabeza, mirándolo y esperando a que se explique. Sus ojos bajan a mis labios por un segundo y luego, vuelven al camino—. Para los soldados, el entrenamiento es como un tipo de terapia. Hay soldados que se encierran por horas dentro de esas salas, queriendo estar solos con sus demonios internos. El comando respeta esos momentos de vulnerabilidad, de manera que no ponen cámaras dentro para no hacerlos sentir observados mientras lidian con sus mentes.

Guardo silencio un rato, procesando la información que acaba de compartir.

—Vaya...

Me gano una mirada interrogativa.

—¿Qué?

Sonrío, dándole rienda suelta a mis pensamientos.

—Nada, solo que me puse a pensar en que no creo que hayamos sido los primeros en estrenar ese lugar. Ya sabes— levanto mis cejas de manera sugerente—. No hay cámaras de seguridad, por ende, creo que varios soldados no se encerraron solo para luchar con sus demonios internos.

Al dar a entender mis pensamientos, el rostro de Werner se vuelve inexpresivo.

No puedo evitar que la risa salga de mi interior, risa la cual, deja de ser divertida en cuanto el dolor me recorre el tórax y el sonido se transforma en una dolorosa tos que hace que Werner nos detenga.

Me da una botella de agua que saca de no sé dónde y los próximos minutos se concentra en hacernos caminar y en regañarme por hacer que me duela las costillas.

Llegamos a las escaleras de los dormitorios y, cuando hace un amago de levantarme, lo detengo con una mirada fulminante que le hace rodar los ojos.

Al final, gano y comienzo a subir escalón por escalón, deteniéndome en cada uno por varios segundos para poder dejar que el aire entre en mis pulmones de manera correcta cada que el dolor me atraviesa como un rayo.

Werner se mantiene a mi lado, molesto y paciente por mi terquedad. No me apresura cada vez que me detengo, solo se asegura de sujetarme bien para que no caiga por las escaleras y de que descanse lo suficiente para seguir subiendo.

Al llegar a la cima, el mareo me nubla la visión y con mal humor, pero sin señalar nada, Werner me deja apoyarme en él hasta que llegamos a mi puerta. Evito pensar en lo delicioso que se siente su calor alrededor de mí.

Llegamos hasta mi puerta y es una verdadera suerte que no nos hayamos cruzado con nadie. Deben estar cenando en el comedor.

Saca la llave de su bolsillo y nos metemos dentro. Mientras me lleva hasta la cama, me aseguro de que todo esté tal y como lo dejé. Me relajo cuando verifico que todo está en orden.

Me deja en la cama con cuidado y luego de contemplar mi rostro, Werner se voltea y deja una bolsa sobre mi mesilla.

—Descansa. Iré a ver qué quiere el comandante y luego volveré para hablar— avisa, sacando una tableta de pastillas y otra botella de agua.

Jesús, ¿de dónde demonios quita tantas botellas de agua?

—Tómate esta pastilla— la deja sobre la mesilla—. Y no te levantes ni hagas movimientos bruscos mientras no estoy.

Y empieza con las órdenes.

—Como diga, General— murmuro, rodando los ojos.

Me mira mal y empieza a alejarse. A mitad del camino, se detiene y vuelve a voltearse en mi dirección.

—¿Quieres que te traiga algo de cenar?

Ya no me sorprendo tanto ante la pregunta.

Werner es bueno y amable, a pesar de su dureza y severidad. Me he dado cuenta de esto desde la noche en que vomité en su baño. Tiene un carácter gruñón de mierda, pero es considerado, a su modo.

—Me gustaría decir que sí, pero tengo el estómago hecho mierda...

—Ese lenguaje, Ann— regaña y sigo sin prestarle atención.

—... Así que no, no quiero ponerme a vomitar por todo el muro cuando vaya a trabajar esta noche. No quiero perder mi dignidad.

Frunce el ceño, sin entender lo que digo.

—¿De qué hablas?

Es mi turno de fruncir el ceño.

—Tengo un castigo que cumplir, por si no lo recuerdas— explico lentamente, divertida—. Fuiste tú quien me lo puso, al igual que a los demás.

Rueda los ojos, exasperado.

—Ya sé de qué castigo hablas— abro la boca para preguntarle que por qué demonios lo pregunta entonces, pero continúa antes de poder hacerlo, dice:—. Me refiero a por qué rayos piensas que te dejaré hacer guardia cuando apenas puedes levantarte.

—Tengo...

—Ya sé que tienes el castigo, pero no lo harás hasta que te sientas mejor— se da cuenta que voy a refutar y se acerca de nuevo, quedando sobre mí.

Me obligo a levantar la cabeza y desviar mis ojos de la entrepierna que queda, para mi conveniencia, justo a la altura de mi rostro. O esta cama es demasiado baja o Werner es demasiado alto. Apuesto a que se debe a lo segundo.

Él sigue hablando, arrugando las cejas con molestia y fingiendo que no se da cuenta de mi atención sobre cierta parte de él.

—Así que, Ann— la imagen de mí boca inclinándose hacia el frente pasa por mi mente. Miro hacia arriba y por la mirada oscura de Werner, sé que él también tuvo la misma visión, solo que él es mejor en seguir hablando, como si no estuviera afectado—. Vas a jodidamente obedecer mis órdenes. Y te quedarás así, esperándome en la cama, sin moverte hasta que vuelva para poder terminar con esto, ¿entendido?

¿He? ¿De qué estábamos hablando?

Retrocedo en la conversación, tratando de recordar a qué se refería.

Lentamente, la sonrisa va colándose en mis labios y la arruga entre sus cejas se profundiza al caer en cuenta del doble significado que podría haber en sus palabras.

Me lamo los labios, echándole otra ojeada a la parte de su cuerpo frente a mi cara.

—Cuidado, General, que fácilmente podría malpensar de su orden— mi sonrisa se ensancha ante su mirada de odio—. A ver, aclareme esto. ¿Quiere que me quede en la cama hasta que usted vuelva para no lastimarme o para que pueda fol...?

No deja que continúe y sin decir nada, se voltea y se larga de la habitación con la mandíbula temblando por lo mucho que la aprieta.

Lucho contra la risa que quiere atravesarme y hago un esfuerzo para no matarme de la risa. No quiero volver a sentir como si un rayo me partiera.

Respiro hondo un par de veces y varios ejercicios de respiración después, logro recobrar la calma. Me inclino hacia la mesilla y de un cajón, obtengo el móvil que dejé aquí.

Siseo con los labios apretados cuando algo punzante se clava en mi costado desde dentro y con mucho cuidado, recuesto la espalda contra la cabecera.

Realizo un ejercicio de respiración más en tanto el móvil se enciende y lo tomo para desbloquearlo.

Inmediatamente, una ola de mensajes llega apenas lo tengo en mis manos.

Voy a la persona que más mensajes me ha escrito y hago clic en el chat.

Luka: El operativo ha acabado hace horas, ¿cómo te fue?

El mensaje lo envió ayer al medio día.

Luka: Dijiste que el operativo no duraría más de unas pocas horas, ¿está todo bien? Ya es de tarde.

Luka: No me digas que no te has llevado el móvil, si es así, rayaré tu precioso escritorio de sequoia.

Luka: Ann, ya es de noche... ¿dónde estás? Se supone que ya estás de vuelta en Nueva York.

Hay un montón más, varios enviados a lo largo de la madrugada. Me salto los que faltan y voy hasta el último que me envió. Fue hace treinta minutos.

Luka: Si estás haciendo de nuevo una de esas bromas de cuando éramos jóvenes, Ann, te aviso que estoy cagado del miedo. No es el momento para tu retorcido humor.

La culpa me golpea al leer la preocupación de Luka.

No soy una persona que se arrepiente de sus acciones o del daño que podría rebotar hacia las personas, he perdido esa vena desde que era adolescente. Pero ahora, al leer los mensajes de Luka y de lo que desencadenó no haber llevado el móvil por pereza o no llamarlo desde cualquier otro que podrían haberme prestado, vuelvo a recordar que él es la única persona que puede hacerme sentir culpable.

Empiezo a teclear con avidez, pero detengo los dedos al no saber qué decir.

No le puedo decir que casi muero. El muy loco traería una centena de guardias con él y derribaría las puertas del comando hasta llevarme con él. Es demasiado inconsciente cuando se trata de su propia seguridad.

Así que, decidiendo que no puedo contarle los verdaderos hechos, al menos por ahora, empiezo a teclear una respuesta adecuada.

Ann: Como le hayas hecho una rayadura a mi escritorio, Luka, prometo quemar tus preciados trajes Gucci.

Su respuesta llega en menos de un minuto.

Luka: ¡Joder! Estás viva, Ann. Estaba preocupado. Creí que era hora de sacar el testamento.

Mis rasgos se suavizan al leer su respuesta, a pesar de su broma.

Ann: Lo siento, no lleve el móvil. No pensé que tardaríamos tanto en Francia.

Eso es verdad.

Luka: Pequeña idiota, ¿por qué tardaste tanto? Estaba cagándome, en serio. Ivana por poco me ata a la silla para dejar de moverme por todas partes.

Una sonrisa se cuela en mis labios. Si Luka no fuera mi amigo, ya lo hubiera colgado por haberme llamado idiota.

La sonrisa se esfuma cuando formulo mi respuesta llena de mentiras.

Ann: Hubo un percance al terminar el operativo. El comando de Francia quería que nos encargaramos de un caso que no han podido solucionar. Nos llevó toda la tarde y noche.

Termino de escribir y lo envío. Salgo del chat cuando empieza a escribir y voy hasta la otra persona que me ha escrito.

El primero me saca una sonrisa.

Ivana: Luka está siendo un dolor en el trasero, no se queda quieto. Creo que podría hacer un agujero en el piso de tanto caminar. Por favor, termina con su tortura y contestale. Un poco de humo se eleva por donde pasa.

Ivana: Ann, mujer, por favor. Me ha estado siguiendo por todas partes para quejarse. No te enfades conmigo si te dice que lo amarré en la terraza.

Ivana: Te quiero, pero ahora mismo te estoy jalando del pelo mentalmente por dejarme con este idiota. Está apunto de llorar.

Ann: Idiota al que amas, solo para recordartelo.

Me paso los mensajes de Luka mientras espero a que Ivana responda y a los diez minutos, una respuesta corta y seca llega.

Ivana: Johana te dijo que ya no hablaras de eso.

Los próximos veinte minutos me la paso escribiendo con mis dos amigos, sintiéndome más ligera al olvidar las miles de cosas que tengo que hacer por los próximos días.

Le estoy enviando un mensaje de despedida a Luka justo en cuanto la puerta se abre de golpe y no es hasta que presiono enviar que levanto la cara del aparato en mis manos.

No sé cómo es posible, pero los pelos se me ponen de punta cuando mis ojos se encuentran con unos oscuros ojos verdes. Tiene las pupilas tan dilatadas que hasta parecen negros.

Pero no es el color de ojos por lo que me recorre un escalofrío.

Se debe a la rabia y el odio infinito que cargan ambos ojos. Tiene la mirada desenfocada, como si estuviera en otro lugar y no en mi habitación. Una vena sobresale de su sien y no deja de palpitar al igual que el tic en su mandíbula.

Sujeta el pomo con una fuerza que sospecho que podría romperlo y la tensión zumba por todo su cuerpo tenso, como si se esforzara por contener todas esas emociones negativas.

No se mueve y por un momento, creo que todo ese odio se dirige a mí. La mirada perdida me dice que tal vez no sea así, pero no puedo evitar recapitular en los días anteriores, buscando algo que yo haya hecho para molestarlo.

Una pequeña emoción de sorpresa me recorre al pensar en que me he erizado por la mirada cruda de Werner. No me asusta nadie en concreto, soy demasiado genial para eso, pero joder si no me he estremecido ante el odio que exuda todo su cuerpo.

Al no encontrar nada fuera de lo normal que he hecho estas últimas semanas, frunzo el ceño, pensativa.

No es hasta que recuerdo con quién ha tenido una reunión hace apenas unos minutos que me atraviesa el entendimiento.

Su padre le ha puesto esa expresión de desprecio.

De pronto, su mirada se dirige hacia mí y toda esa violencia contenida vibra en mi dirección. Abre la boca y me preparo para lo que está apunto de soltar. Luce demasiado fuera de sí y podría soltar cualquier cosa que...

—No te has tomado el medicamento— reprocha.

Mi mente se congela, confundida.

—¿Eh?

Su voz sale calmada, al igual que la primera vez.

—Que no te has tomado el medicamento como lo ordené, Ann— chasquea la lengua, negando mientras se acerca.

Suelta el pomo, moviéndose hacia mí con una calma letal.

Toma el medicamento en su mano, junto con el agua y me lo extiende.

Con un poco de confusión, los tomo y me los llevo a la boca sin dejar de observarlo.

No puedo comprender lo que acaba de pasar. Werner sigue con el odio en los ojos, pero también está acompañado de reproche ante mi desobediencia. Sigue con los rasgos endurecidos en rabia, pero su voz salió tan calmada que no puedo evitar la confusión ante lo contradictorio de su comportamiento.

—Estás molesto— señalo, sin poder evitarlo.

Levanta una ceja hacia arriba, como si no le impresionara mi señalamiento. No puedo evitar fijarme en su mentón sin afeitar.

—No me digas.

Mi confusión aumenta.

—Pero no me estás gritando— vuelvo a señalar.

Es su turno de mostrar confusión, disipando parte de las emociones de desprecio.

—¿Por qué lo haría? Estoy furioso, sí, pero no contigo. No tendría porqué hacerte pagar con mi estado de ánimo cuando no eres tú a quien quiero prender fuego.

Me quedo en silencio, repitiendo sus palabras en mi mente.

Hhmm...

Werner es grande y todo él grita poder y violencia. Es un militar que parece constantemente enfadado, pero ahora que lo conozco mejor, me doy cuenta de que no es alguien injusto.

Nunca he conocido a alguien con tanto dominio sobre sus emociones, incluso yo puedo llegar a ser un poquito... Bueno, desquiciada con mis emociones y por ende, me es imposible no sentir un poco de respeto hacia este hombre.

Me observa con algo de inquisición al no recibir respuesta.

—¿Qué?— pregunta, receloso ante lo que podría estar pensando.

Niego.

—Nada— murmuro, de pronto curiosa por saber qué lo hizo llegar a ser como es.

¿La relación con su padre? ¿El entrenamiento como General? ¿La relación con su madre? ¿La ruptura con su ex novia?

Hay tantas opciones que no sé por cuál optar.

Se mueve por la habitación y no lo pierdo de vista. Toma la silla del escritorio y se detiene por un rato para observar el contenido sobre la madera. Se aparta del mueble con la silla en mano y su mirada cambia hacia el tocador cerca del armario. También estudia el contenido sobre el tocador.

Caigo en cuenta de que es la primera vez que Werner entra a mi habitación del comando.

Deja la silla a un lado de la cama y se sienta sobre ella.

—Ahora lo entiendo— dice, contemplativo. Su humor ha vuelto a la normalidad.

Busco una mejor posición mientras sigo sentada contra el respaldo.

—¿Qué cosa?

Hace un movimiento con su dedo en dirección al escritorio y tocador.

—Porque siempre hueles diferente. Tienes tantos perfumes y lociones que no caben todos en el tocador. Incluso usas la mitad del escritorio.

Levanto una ceja ante su observación.

—¿Qué quieres que te diga? El tocador es demasiado pequeño— Ni siquiera me he traído la mitad de mis fragancias por eso.

—Solo lo es para tí— dice en tono evidente—. Nadie en el comando tiene tantos perfumes hasta el punto de necesitar el escritorio.

—¿Acaso ha estado en todas las habitaciones femeninas como para saber eso, General?— increpo, burlona a mi insinuación.

Como lo imaginé, Werner no se pone ni rojo ni se avergüenza, solo suspira.

—No hace falta que me meta en todas las habitaciones como para saber que eres la única obsesionada con los cosméticos— lo próximo lo dice con la molestia dirigida a mí persona—. Además, sabes que no me meto sexualmente con mis empleados y compañeros. No mezclo...

El trabajo con tu vida personal. Sí, sí, ya oí eso— lo imito, quitándole importancia—. Aunque no deberías ofenderte si dudo sobre eso, después de todo, tú y yo hicimos un trato.

Chasquea la lengua, irritado.

—Eso es diferente y lo sabes, no eres una soldado real— se cruza de brazos—. Y no menciones el trato que sigo dudando sobre ello.

—¿Ah, sí?— bajo mi tono a uno aterciopelado—. Pues no parecías tener muchas dudas cuando, en tu auto, me metiste la lengua hasta la garganta.

Un gruñido de molestia brota de él y por su expresión antipática, sé que no le gustó nada lo que dije.

—Suficiente, dejemos el tema— masculla, cortante—. Tenemos cosas más importantes de las que hablar.

No permito que haga decaer mi humor.

—¿Más importante que tu lengua en mi garganta?— finjo inocencia, queriendo sacarlo de quicio.

Por la forma en la que me fulmina con los ojos sé que funcionó.

—Eres insufrible— acusa.

—Lo sé— no lo niego—. Me lo han dicho toda mi vida.

Suspira, como si le doliera tenerme frente a él.

—Bien, acabemos con esto de una vez. Volví para hablar sobre tu itinerario de los próximos días.

Cualquier humor que residía en mí, desaparece.

—Como me digas que tendré que quedarme en cama...— entrecierro los ojos.

Me ignora.

—He hablado con los chicos y todos han estado de acuerdo en que no puedes cumplir con tu castigo en este estado. No volverás hasta que te sientas mejor— su mirada deja en claro que no tolerará ninguna discusión. Lástima si piensa que abriré la boca, discutir es de mis cosas favoritas—. También hablé con Vanessa, ella se quedará a cargo de la trop...

—No.

Me niego rotundamente. No me quedaré en cama como si tuviera alguna grave discapacidad.

Endereza la columna, también entrando a la defensiva.

—Sufriste una contusión pulmonar y varios daños superficiales. Esto no es discutible, Dankworth. No puedes simplemente caminar por ahí como...— lo corto a mitad de su oración.

—Y tú no puedes simplemente ordenarme que me quede en cama, como si no tuviera miles de cosas pendientes por hacer. Soy una persona completamente capaz de lidiar con unas cuantas heridas, General— mis brazos cruzados y mi postura le deja en claro que no retrocederé con esto.

—Ann...— su boca se crispa en molestia.

—Werner...— me enfado al igual que él.

De pronto, caemos en cuenta de la cercanía en la que nos encontramos. A lo largo de la conversación, nos hemos yendo inclinando hacia el otro de manera inconsciente y justo ahora, su rostro se encuentra a centímetros del mío. Me fijo en que el moretón que había en su barbilla de cuando peleamos ya desapareció y que el pequeño corte que le hizo ese hombre cuando fuimos a matar a esos traidores, ya cicatrizó.

Lo miro a los ojos, que de pronto se vuelven oscuros por una razón muy diferente a la ira. Bajo mi mirada a sus labios y él hace lo mismo.

De pronto, una idea brilla en mi mente.

Con la idea clara y la determinación en mente, comienzo a inclinarme hacia el calor de Werner.

Me mira como si estuviera gritando "¡¿Qué carajos haces?!", pero no me detiene cuando el espacio comienza a acabarse entre ambos.

Siento el roce de sus labios en los míos, el pequeño suspiro que suelta, la respiración contenida en sus pulmones... Creo que incluso yo no podría estar respirando.

Me inclino aún más cuando no reacciona como quiero y cuando mi respiración se mezcla con la suya y la duda se une a la oscuridad lujuriosa en sus ojos, se retira de golpe, despojándome de su calor.

Me quedo quieta un segundo y con normalidad, vuelvo a posicionar la cabeza contra el cabecero de la cama.

Espero pacientemente.

Uno... dos.. y...

Werner se pone de pie y colocando ambas manos en sus caderas, me contempla con pura exasperación y amargura. El calor del deseo no desaparece completamente de su mirada.

Suelta el aire que retenía y luego de reflexionar, habla:

—Mañana a primera hora tenemos una junta con los demás— dice, con la voz ronca. Suena como si se estuviera forzando a hablar. Todo para largarse de aquí lo más rápido posible—. Luego de eso seguiremos hablando sobre... sobre tu itinerario.

No me da tiempo de responder. Simplemente toma la chaqueta que se ha quitado al llegar y sale por la puerta, cerrándola de manera suave.

Cuando me quedo completamente sola, una lenta sonrisa de victoria me llena el rostro.

Ann: 1.

General amargado: 0.

☠️

Me encuentro en la sala de reuniones junto a Vanessa, Hannah, Willow, Keith y Nick.

Liam, Sasha, Esteban, Robert y Werner aún no han llegado.

Vanessa no ha parado de preguntarme si me duele algo y aunque lo cierto es que sí, le miento diciéndole que no, que el medicamento me quita cualquier molestia.

—¿Qué medicamentos estás tomando?— cuestiona Nick, como si sospechara de mi mentira.

—No recuerdo el nombre— respondo, lo cual sí es cierto. Ni siquiera he leído las cajas de las pastillas que Werner me ha metido en la boca.

—De todas formas, es una mierda que hayas terminado cayendo por una colina— Keith se mete en la conversación, saliendo de la que mantenía con Hannah y Willow—. Es una suerte que Werner te haya encontrado.

Todos asienten al mismo tiempo.

—Fue una suerte— coincide Hannah—. Me pregunto cómo lo habrá...

De pronto, guarda silencio al igual que todos y evitan mi mirada.

Han recordado que llevo un microchip que me controla las veinticuatro horas incrustado en la nuca.

La llegada de Liam salva el incómodo momento, entrando por la puerta con una sonrisa radiante y el cabello castaño enmarañado cayéndole en los ojos.

—Buenos días a todos— saluda efusivamente, tomando asiento al lado de su hermana, muy ajeno a la tensión. Me sonríe al verme—. Me alegra verte bien, Ann— lo dice como si lo dijera en serio—. Todos nos llevamos un susto de muerte.

—A mi también me alegra no haber muerto, Liam.

Se prepara para hablar, pero la voz amarga de Sasha lo interrumpe al entrar en la sala.

—No deberías preocuparte por eso— sus botas repiquetean mientras se dirige a su lugar, sin quitarme los ojos de encima—. Después de todo, dicen que la hierba mala nunca muere.

Una sonrisa fría le llena los labios mientras me mira, sentándose al otro extremo de la mesa, bien lejos de mí. Al parecer, no se siente para nada culpable por lo que pasó en el operativo, siendo que fue su actitud de negación lo que nos impidió retirarnos a tiempo.

Le regalo la misma sonrisa.

—Entonces debería alegrarte saber que tú tampoco morirás pronto, Sasha— repiqueteo las uñas sobre la mesa, esperando su reacción ante el rebote de su propia burla.

La sonrisa se le borra por completo y el aire a nuestro alrededor se vuelve denso.

Creo que escuché la risita ahogada de Keith provenir desde su lugar y también su protesta cuando Willow, u otra persona, lo pellizcó para que guarde silencio.

Los ojos de Sasha se vuelven mortales.

—Tú, estúp...— la ofensa queda al aire cuando el resto de los miembros se nos unen, pero estoy segura de que su silencio se debe más al hombre de ojos verdes, con la barbilla recién afeitada que entra por último, que a los demás chicos.

Werner se fija en el silencio sepulcral que reina en toda la sala y de inmediato, sus ojos se giran hacia mí, como si me estuviera acusando por la tensión en la sala.

Ruedo los ojos, sin molestarme en sentirme ofendida.

Toma asiento en la cabeza de la mesa, a mi lado y su mirada acusatoria se desvanece cuando empieza a hablar.

—Buenos días— su grave voz reverbera en la sala y no puedo evitar prestarle toda mi atención.

—Buenos días— le contestan el resto de la sala y sus ojos se estrechan cuando yo no lo hago.

—Voy a ser rápido con esto para que puedan volver al trabajo, así que iré al grano— como siempre, Werner no se anda con rodeos—. La capitana Dankworth y yo hemos estado hablando y llegamos a la conclusión de que es hora de continuar con los planes.

—¿Planes?— Robert, la persona con la no he hablado desde hace semanas, pregunta.

Werner gira la cabeza hacia mí y con un suspiro, explico:

—Los planes por los que estoy aquí: Dar información al comando para detener a los líderes de las demás organizaciones y ayudar a que la mafia deje de crecer con mi asombroso ingenio— Sasha bufa ante lo último y la ignoro—. Hemos decidido que primero nos enfocaremos en la mayor amenaza, la cual es la Ndrangheta. Es nuestro objetivo. Y su líder, quien por cierto está metiendo sus negocios en América, es a quien debemos detener antes de que se expanda demasiado. Planearemos cómo detenerlo y cuando lo hagamos, pasaremos a los demás líderes y así sucesivamente hasta que logremos meter a todos en la cárcel y, de esa forma, ustedes puedan encerrarme a mí en alguna prisión en medio del mar.

Termino, aburrida por tanta explicación. Visualizo la expresión de aprobación de Keith por la rapidez con la que hablé.

—¿Lo hice bien?— pregunto, divertida porque él puede hacerlo incluso más rápido.

—Nada mal para una novata— asiente, orgulloso.

Solo Keith y yo nos encontramos divertidos. Los demás quedan perturbados con mi larga explicación, creo que más por la parte final.

Werner y Sasha son los únicos que lucen aburridos, como si tuvieran mejores cosas que hacer.

Harían buena pareja.

—¿Lo has entendido ahora?— Werner le pregunta a Robert.

—Sí, muchas gracias, General — murmura, pero en ningún momento dirige mirada alguna hacia mi, a pesar de que fui yo quien se lo expliqué.

—Ahora que todos estamos al día, los mandé llamar porque quería informarles de nuestros siguientes pasos— Werner apoya sus codos sobre la mesa—. Cuando Dankworth y yo vayamos a Canadá la próxima semana, traeremos la información necesaria para comenzar a armar un plan. Quiero que todos vayan preparando a sus soldados para lo que podría venir más adelante.

Absorben las palabras de Werner y todos asienten cuando él les dirige una expresión inquisidora.

—También vayan preparando un escuadrón para que recorra la ciudad de Nueva York. Quiero que vigilen cada callejón en busca de personas que sean parte de la Ndrangheta.

Nick habla cuando lo embarga una duda.

—Creí que la gente de Ann se encargaría de la vigilancia.

—Y lo harán, pero cada quien lo hará por su lado— explica Werner con simpleza—. Mientras más personas estén pendientes a la Ndrangheta, mejor.

Lo del escuadrón de vigilancia no es idea nuestra. Fue de su padre, con quien tuvimos una breve reunión hace un rato, antes de que se fuera del comando de vuelta al suyo.

—También quiero que intervengas en todas las cámaras de la ciudad, Liam— le ordena a su hermano que asiente con seriedad—. Tú y el departamento de tecnología vigilen cada cámara, busquen cualquier actividad sospechosa— señala hacia mí—. Ann te dirá más tarde cuáles serían esas actividades, deberán reunirse más tarde en el edificio de tecnología.

—Como digas— acepta la orden y me sonríe un momento para volver a enfocarse en su General.

Las órdenes siguen y siguen, y cuando la reunión se acaba, Werner deja que todos se vayan. Solo quedamos nosotros dos.

Aprovecho el momento para informarle.

—El comandante dió vía libre a mis tareas de mafiosa— canturreo.

Hace una mueca. Estaba esperanzado de que me dijera que no.

Hablé con el comandante sobre las visitas anuales que hacía en toda América. Cuando le dije que los viajes no solo me servirían para verificar que las cosas siguen en orden con mi organización, sino que también podría ayudarnos a conseguir cualquier información sobre cosas que desconocemos y que podría servirnos en algún momento, no dudó en darme luz verde para proseguir.

—Si no quieres acompañarme, tranquilo. Otra persona puede ir conmigo.

Sonríe sin humor.

—Buena suerte con eso. No confío en que otra persona pueda controlarte como lo hago yo— la amenaza llena su voz—. Si no vas conmigo, no vas y punto. Me importa una mierda que el Comandante lo haya aprobado.

Y aquí está, el lado hijo de puta del General Hamilton.

No puedo evitar que ese lado suyo me cause humor, así que lo disimulo con fingida irritación.

—Bien— ruedo los ojos—. Entonces, ya que irás conmigo, prepárate para la segunda parada que haremos luego de Canadá.

La cautela brilla en sus ojos.

—¿Cuál es esa parada?

Sonrío de oreja a oreja, completamente divertida por lo que se viene.

—¡México!


~☆~

Holi, holi.

Tenía pensado subir el cap ayer, pero no he podido así que me disculpo por ello.

En verdad espero que les haya gustado. A partir de ahora empiezan los viajes, que por cierto, es la parte que más he estado emocionada por escribir. Se vienen cosas jsjsjs.

No se olviden de votar ni de comentar.

¡Nos leemos la próxima semana!

Any❤️

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