Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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By belenabigail_

[¡Comenten que me gusta leerlos! Espero que lo disfruten❤️‍🔥]

Dalila POV'S

Las chicas dejaron la mesa hace algunos minutos, acordaron ir a la pista de baile y mover las caderas por un rato. Por si a caso ellas tienen otros planes luego del club, nos despedimos. En cuanto al italiano y a mí, decidimos permanecer en el piso superior, bebiendo más vino y conversando.

Pero todavía no puedo quitarme de encima el horrible malestar de lo ocurrido. Esperaba otra cosa.

Después del comportamiento de Cristina y las muchas miradas reprobatorias que Kat le lanzó durante a lo largo de la noche en un intento de hacer que cambie de actitud, creí que Alexandro estaría molesto, quizás incluso incómodo pero hasta el momento parece llevarlo todo muy bien.

—¿Más vino?—Me obligo a dejar todo eso para más tarde cuando escucho esa profunda voz. No es el lugar ni el momento de replantearse que diablos le ocurre a mi amiga, más si nunca fue así conmigo o con algún allegado mío.

Me esfuerzo por sonreír. Relajo los hombros y me acomodo sobre la silla, aunque realmente no sé si logro verme tranquila.

—No para mi, gracias—Niego.

Sus oscuros ojos se clavan en los míos. Me observa con detenimiento, tanto así que comienzo a sentirme nerviosa—No es mi intención ser entrometido, Dalila—Su rostro se tensa, mi pulso se acelera. Cada vez que estoy junto a éste hombre es muy difícil mantenerme serena—¿Está todo en orden?—Suena a pregunta, aunque hay un ligero tono a demanda en el final.

Paso saliva con dificultad. Nada de esto es su culpa y no quiero hacerle pensar que mi repentino cambio de humor se debe a él porque eso está muy lejos de la realidad.

—Por supuesto que si, sólo...—Joder. No puedo soltarle como si nada mi drama de amigas, además dudo mucho que tal cosa le interese. Entonces, en lugar de dejar que el vómito verbal me afecte me dedico a darle un buen vistazo. Mi mirada se desliza por su nariz recta, los labios y mandíbula afilada. Alexandro alza una ceja de forma inquisitiva. Sus ojos se estrechan hacía mi. Tomo una profunda respiración y cuando menos me lo espero mi boca se abre y le suelta;—¿Cuándo me dirás que es lo que realmente buscas de mi?

El italiano esboza una sonrisa fugaz, no sin antes abrir los ojos un poco debido a la sorpresa. Fui directo al hueso, eso está claro. Concisa y sin tanto rodeo. Mi pregunta no tiene nada de falso, tal vez nos distraiga del punto real que me tiene tan inquieta ésta noche, pero eso a él no le incumbe.

—Mañana en la cena, creí que ya lo habíamos dejado pactado—Sus ojos se ensombrecen—Nuestro acuerdo, aquel que hicimos en el casino, ¿Lo recuerdas? Me debes unas cuentas noches de compañía, bella bruna. Así que será mañana, cuando estés descansada y preparada.

Niego, impaciente y medio harta de tanto misterio—Ahora.

—¿Ahora?—Alza las cejas, incrédulo.

—¿Por qué no?—Mi ceño se frunce—¿Cuál es la diferencia a esperar un día más?—Cruzo una pierna sobre la otra, tiro del borde del vestido hacía abajo, sin querer que nada quede al descubierto.

—Porque yo lo digo—Sentencia.

Una risa corta se escapa de entre mis labios. Me quedo viendo al italiano esperando a que sea una broma, pero cuando no ríe ni da algún indicio de que así sea, la sonrisa se me comienza a desdibujar.

—¿Es en serio?—Su mirada brilla, no sé si por diversión o quizás en un destello de enfado. Me acomodo mejor para encararlo, mi largo cabello cayendo hacía un costado—No puedo creerlo—Me vuelvo a reír, irónica y escéptica, hasta un poco molesta.

—¿Qué es lo que no puedes creer?

Mi mandíbula se aprieta—¿No se hace nada sin tú consentimiento? ¿Debe ser todo cómo tú lo quieres?

—Usualmente—Asiente.

—¿Y piensa que estaré bien con ello? ¿Qué lo voy a tolerar?

—Por supuesto que no estarás de acuerdo con ello, Dalila—Una sonrisa de lado comienza a jugar en la comisura de sus labios—Eso es una de las cosas que más me gusta de ti, veo poco probable que alguna vez me des una respuesta predecible y aburrida.

No lo comprendo, y en verdad me estoy esforzando por hacerlo, pero no me la pone para nada fácil—¿Entonces me lo dirás ahora?

—No—Niega.

La frustración me corre por las venas, suelto un bufido algo molesta. Por su lado Alexandro se ríe entretenido, en un tono vibrante y jovial. Si no estuviese tan decepcionada con la situación me dejaría llevar por el pensamiento de lo atractivo que se ve cada vez que ríe, pero ahora no es en eso en lo que me quiero enfocar.

Supongo que el italiano capta parte de mi disgusto, entonces de repente su silla se arrastra levemente por el suelo antes de ponerse de pie. Alexandro se acomoda el saco y extiende su mano.

Desde mi posición alzo la cabeza para verlo bien a los ojos, confundida por el repentino cambio de escenario.

—Vámonos de aquí—Cuando me doy cuenta sus dedos tiran de los míos. De pie junto a él, su tacto ahora pasa a mi espalda baja.

—¿Me llevas a casa?

—¿Quieres irte a tú departamento?—Vuelve la cabeza hacía mi. No hemos dado ni dos pasos que nos detenemos.

Lo pienso por un segundo, aunque en realidad no es tan necesario.

Sé lo que quiero y si eso involucra tener un tiempo extra a solas con el italiano, entonces lo tomo, incluso si no tengo idea de cuáles sean sus planes o intenciones. La curiosidad y emoción son más fuertes que cualquier otra cosa, la adrenalina de adentrarme a lo desconocido me empuja a cruzar mis límites y descubrir cosas nuevas.

—No—Soy sincera.

Su sonrisa se expande, oscura y misteriosa pero sin perder el toque arrogante—Esperaba que dijeras eso.

Cuando dejamos la zona exclusiva la pista de baile no está mucho menos vacía, tampoco la barra. Los cuerpos bañados en sudor, las luces brillantes y el olor a alcohol, entre otras sustancias, se perciben en el espeso aire del establecimiento.

Alexandro mantiene su agarre delicado en mi espalda, me sostiene cerca al costado de su cuerpo y se encarga de que nos dirijamos a la salida sin ningún tipo de problema, pero antes de llegar a la puerta dirijo mi mirada hacía la concentración de personas que sacuden las caderas, frotan sus cuerpos y alzan los brazos con euforia.

Es imposible diferenciar a uno del otro, no ubico a ninguna de las chicas y me gustaría decirles que ya me voy.

—¿Pasa algo?—Mi piel se eriza al sentir la cálida respiración del italiano sobre mi oído. Niego.

—No veo a mis amigas—Tengo que alzar la voz para que me escuche entre todo el ruido y la música.

Sus ojos buscan los míos—¿Quieres despedirte?

Asiento—Sí, pero dudo mucho que las encuentre—Me encojo de hombros—Les enviaré un mensaje.

—¿Estás segura?—Su ceño se frunce.

Vuelvo a asentir—No te preocupes, nos despedimos antes, sólo quería asegurarme de hacerles saber que me marcho.

—Como tú quieras, Dalila.



—¿A dónde iremos?

Después de tantos viajes en el coche de Alexandro me he acostumbrado a los asientos de cuero, al aroma de pino en el aire y al ronroneo que hace el motor cuando el costoso automóvil se pone en marcha y anda por las ajetreadas calles de la ciudad.

—Dijiste querer saber mis intenciones, estamos en camino a eso—Alexandro se mantiene por completo concentrado en el tráfico.

Una de las cosas que me gusta del hombre a mi lado es que no use chófer, porque se ve jodidamente increíble mientras conduce.

—Pensé que no cambiarías de opinión—Arqueo una ceja—Ya sabes, las cenas y eso...

—¿Quién dijo que no lo haríamos?—Se jacta—Aquello continúa en pie—Firmeza en su voz—Sólo te cumplo el capricho, Dalila, y deberías saber que yo no hago tal cosa a menudo.

—¿Por qué conmigo si?—Inquiero.

Se queda en silencio por un segundo antes de contestar;—Te diré que no te acostumbres demasiado, sólo eso.

—Ya veremos—Lo reto.

Alexandro aprieta la mandíbula, parece estarse aguantando la sonrisa que se le asoma por los labios. Niega lentamente con la cabeza, pero más para si mismo, en reacción a cualquiera que sea el pensamiento que le esté rondando ahora mismo por la mente. Muerdo el interior de mi mejilla.

—No te conviene hacer eso conmigo, bella bruna—Me mira de soslayo—Al final del día, siempre soy el que lleva la delantera.

—Tal vez no conmigo, Señor Cavicchini.

Una risa ronca se desliza por su garganta, entre incrédulo y divertido. Mis ojos observan el perfil de su rostro, más de una vez me encuentro a mí misma dándole una buena repasada.

Jamás en toda mi vida alguien me había atraído tanto como Alexandro lo hace.

Penso che mi piace già che tu mi chiami così, (creo que ya me gusta que me llames así)—Al hablar en italiano siempre sus expresión se endurece, la voz con un tinte aterciopelado, pero contenido, como si se estuviese esforzando por no dejar caer un gruñido—Ma mi piacerà ancora di più quando lo userai per pregarmi di avere pietà di te (pero me gustará aún más cuando lo uses para rogarme que tenga piedad de ti)

Me gusta que hables en tú idioma natal, incluso si no entiendo nada—Le digo en español, haciendo lo mismo que aquella vez cuando nos conocimos. Hay algo extrañamente erótico en tener el poder de decir lo que realmente quieres sin tener que dar explicaciones—Es increíblemente sensual, al menos si viene de ti.

El pecho de Alexandro sube y baja lentamente después de tomar una profunda respiración. En ésta ocasión no retiene el sonido rasposo que abandona su garganta, sus manos se aprietan en un agarre más ajustado sobre el volante, los nudillos blanquecinos.

—Esto se nos está haciendo costumbre—Gruñe volviendo al inglés. Suelto una carcajada.

—No me quejo.

—Yo tampoco, Dalila—Sonríe de costado dándome un ligero vistazo.

Queriendo saber hacía dónde nos dirigimos, me enfoco en mi lado del acompañante. A través del vidrio, entre las luces de la noche, la inmensa cantidad de gente y con los imponentes edificios de acero por doquier, empiezo a reconocer la zona.

Frunzo el ceño en confusión, y aún más al percatarme que realmente nuestro destino es tal lugar.

Alexandro dobla en la próxima esquina y avanzando dos cuadras más hasta que terminamos en la parte trasera, donde se hace la carga y descarga. El coche se detiene frente a la casilla de seguridad, el italiano sólo debe ingresar un código en el panel táctil para que la barrera se abra.

—¿Por qué aquí?—Pregunto.

El hombre Armani termina de acomodar el auto, apaga el motor y desabrocha su cinturón de seguridad, al momento se vuelve para mirarme.

En todo el transcurso de nuestros viaje a penas si noté algo, estuve mucho más concentrada en no perderme ningún detalle de su rostro mientras lo veía conducir; en como su ceño se fruncía, la mandíbula se le marcaba y las venas de sus manos resaltaban al ajustar el agarre sobre el volante.

—Porque vamos a hacerlo a mi manera—Alza una ceja. Me remuevo sobre el asiento, bastante nerviosa bajo su intensa mirada—Voy a ceder en darte lo que pides hoy mismo, pero en la manera en la que yo lo quiera.

—¿Es lo que necesito hacer para obtener más respuestas?

—Sí—Asiente.

No lo dudo ni por un segundo—Entonces no tengo problemas con eso.

—Es bueno saberlo, bella bruna—Suena complacido, a gusto.

Ambos bajamos del coche. El estacionamiento libre de cualquier alma, y muy bien alumbrado por cualquier eventualidad. He estado aquí un par de veces antes, pero jamás con tanta quietud y soledad. Los ruidos de la ciudad se mantienen presentes pero distantes, estamos dentro de una pequeña burbuja que conozco demasiado bien.

Caminamos hacía la puerta de emergencia, Alexandro es quien abre el candado con la que me imagino es su propia llave. Mientras espero, el frío de la noche cala en mis huesos y me hace estremecer de la cabeza a los pies, me vuelvo a reprochar no haber traído conmigo un buen abrigo otoñal.

—Listo, ya podemos entrar—Se hace a un lado para dejarme pasar. Le sonrío fugazmente en agradecimiento, y mi cuerpo se relaja al momento en el que el calor del sitio me envuelve.

—No había vuelto desde la remodelación—Confieso.

Escucho el seguro y luego los pasos del italiano. Recorro la impresionante nueva cocina con la mirada, asombrada al encontrar todos los aparatos electrónicos nuevos, el suelo reluciente y las paredes pintadas en un impecable blanco.

Sin dudas al Anémona le ha venido fenomenal tener un nuevo propietario, no es que antes no estuviera bien, pero ha subido de categoría. Más exclusivo, elegante y chic, justo como la parte de los comensales. Sólo había podido acceder al lado público del restaurante cuando fue la re- apertura del mismo, y ahora que por fin puedo ver con mis propios ojos lo que me faltaba, dónde es que Joan ha estado trabajado como loco sin cesar tantas horas, el lugar me gusta aún más.

—¿Habías venido antes?—Inquiere.

Asiento con la mirada perdida en la zona de preparación, el bloque de cocción y la parte de emplatados. Todo se ve mucho más moderno.

Me llena de orgullo que mi hermano mayor lo haya logrado, él es quién se encarga de que aquí todo fluya como se deba y la gente disfrute de un buen plato de comida. Me emociona formar parte de su entorno laboral, ponerle una imagen al sitio que él tanto ama y respeta.

—Algunas veces, pero no todo el tiempo—Le aclaro. Siento su presencia detrás mío, tranquila y reservada. Justo como lo es él.

Las puntas de mis dedos recorren las mesadas, sonrío al verificar que no hay ni una molécula de polvo. Joan es un demente con la limpieza, y más si tiene que ver con su empleo, lo que está muy bien si tenemos en cuenta que todo lo que toca terminará en el estómago de alguna persona.

—¿Por tú hermano?

Asiento por segunda vez—En algunas ocasiones me permitían entrar y ver, lo que sé que está mal, pero tenía los privilegios para hacerlo—Bromeo. Me vuelvo para mirarlo, su expresión se pone simpática.

—Los sigues teniendo, en lo que a mí respecta—Alza una ceja divertido. Me río entre dientes.

—Definitivamente no creí que conocería al nuevo dueño del Anémona, había comenzando a despedirme de la pasta gratis—La sonrisa del italiano se ensancha, niega lentamente.

—¿Quieres pasta? ¿Eso está bien para ti?—Pregunta.

Creo que está jugando conmigo hasta que lo veo sacarse el saco de su costoso y fino traje Armani para después dejarlo a un lado sobre una de las mesas de preparación, comienza a arremangarse la oscura camisa hasta la altura de los codos.

—¿Vas a cocinar para mi?—Me asombro.

Mi pecho se llena con un sentimiento de calidez, demasiado halagada. Es pasada la medianoche y el italiano está dispuesto a preparar un poco de pasta para mi.

Ahora mismo no me interesa el hecho de ya haber cenado, no me importa hacer un poco de espacio en mi estómago.

Jamás pensaría que alguien como Alexandro podría preparar comida, quizás por el estereotipo armado de que alguien adinerado no cocina lo que come. También está eso que mencionó la otra vez, de que una mujer lo ayuda con algunos quehaceres del hogar.

Su mirada se oscurece, el gesto misterioso y la sonrisa burlona.

—Dije que sería a mi manera—Me recuerda—Vamos a cenar, y luego conversaremos todo lo que quieras sobre lo que planeo hacer contigo y ese hermoso cuerpo que tienes.


•••



Sentada sobre la mesada de la cocina, con las piernas cuidadosamente cruzadas una sobre la otra y en mi regazo con un plato de increíbles vermicelli, me encuentro cómoda y a gusto.

—La espera valió la pena—Aguanto las ganas de soltar un sonido de placer, remuevo la pasta en la salsa roja y las hebras de queso parmesano. Le doy un pequeño sorbo a la copa de vino que está a mí lado, el sabor ácido colándose por mi garganta.

Al italiano le llevó más de una hora de preparación, y en todo el rato estuvo siempre muy dispuesto a contarme todo sobre los platos tradicionales de su nación, entre otras cosas de allí. Las risas no hicieron falta, tampoco el vino o la harina desparramada. No me dejó ayudar demasiado, pero si sirve de algo yo fui quien se encargó de revolver la salsa.

—¿Ah sí?—Pregunta. Asiento.

Tiene los dos primeros botones de la camisa desabrochados, un poco de harina en los brazos y el cabello algo revuelto. Muy apuesto. Ni siquiera cuando fue a entrenar conmigo al gimnasio, en ropa deportiva, tenía un aspecto tan relajado.

Envuelvo más de los fideos con el tenedor y los llevo a mi boca. Alexandro me mira atento, lo que me pone un tanto nerviosa, pero parece encantando con mi aprobación por su comida. Una sonrisa vacila en mis labios, algo avergonzada. No entiendo porqué es tan difícil comer bajo la mirada de alguien, pero oh Dios, sí que lo es.

Por su parte el italiano probó un poco de su preparación, pero me explicó que estaba más interesado en que yo lo haga. Así que aquí estoy, frente al empresario dueño del restaurante para el que mí hermano mayor trabaja comiendo pasta a las dos de la madrugada. ¿Quién lo diría?

—¿Cocinas seguido?

Niega—Sólo en ocasiones especiales.

Arqueo una ceja—Me siento halagada—Él ríe entre dientes.

—Deberías—Asiente con una vaga sonrisa.

Pienso en una buena respuesta que darle, pero entonces lo veo acercarse más a mí, y ante la expectativa mi corazón se salta un latido. Al llegar se encarga de tomar el plato de mis piernas y dejarlo a un lado, inconscientemente me encuentro apretando las piernas debajo de mi vestido. Casi jadeo cuando las cálidas y grandes palmas de sus manos descansan sobre mis rodillas.

—Quería hacer ésto mucho más formal, ¿Sabes?—No deja de mirarme. Mí respiración se vuelve errática, demasiado abrumada por la cercanía y su aroma tan varonil—Pero eres insistente, y lograste que hasta yo mismos comience a replantearme si podía esperar un día más, y aquí terminamos.

Paso saliva con dificultad, su tacto logra afectarme lo suficiente para que me incline más hacía él. Alexandro aprieta la mandíbula, y al subir unos pocos centímetros por mis muslos tengo que morder mi labio inferior para evitar gemir del gusto.

Al observar su expresión, tensa y sombría sé que algo lo inquieta.

—¿Estás molesto por eso?—Me sorprendo ante el tono de mi voz, más bajo y con un tinte rasposo.

—Si—No tarda en responder, contenido y afilado—No cambio de planes, Dalila. Soy quien dicta las órdenes, no quien las acata.

—¿Y si es así, que sigo haciendo aquí?—Su ceño se frunce. Me encuentro a mi misma descansando mis manos en sus firmes y trabajados brazos—Dímelo de una vez—No tiemblo ni dudo al decir.

Alexandro chasquea la lengua, y en un movimiento ágil me sostiene por las caderas cuando me baja al suelo. Suelto un jadeo, y me aferró a él con más decisión. La parte baja de mi espalda presiona contra el borde de la mesada, la tela del vestido arrugada algunos centímetros más arriba, pero no demasiado. Su pecho roza el mío, casi pegados por completo.

Nuestra respiración se mezcla—Vamos a aclarar todo ahora—Y la decepción me golpea como un tren al sentirlo bajar por mis costados para tomarme de la mano y guiarme hacía la puerta de la cocina, la cuál va directo a la sala de los comensales.

Tengo que esforzarme por no decir nada, muy en mi interior esperaba un beso.

Los manteles retirados, las sillas dadas vueltas sobre la mesa y una luz muy tenue. El restaurante más tranquilo que nunca, con un aire muy diferente a lo que es ni bien abre las puertas y se llena de gente dispuesta a degustar platos, conversar y tener un buen rato.

Alexandro me sigue sosteniendo mientras nos guía a una de esas cuantas mesas, pero me suelta para acomodar dos sillas e invitarme a tomar asiento. Lo hago con la curiosidad a flor de piel, y quizás hasta algo preocupada. Parece algo demasiado serio, algo que sería tratado sólo como un trámite, un negocio con el empresario.

La expresión en su rostro, serio y formal, me advierte que lo que está por pasar aquí será más que interesante. Sin quererlo me gustaría volver a la cocina, dónde todo era mucho más distendido y poco probable a salir mal.

Pero en lugar de eso me acomodo bien sobre mi lugar, y un poco inquieta es que necesito pasar las palmas de mis manos repetidas veces sobre la falda de mi vestido, en un intento en vano de calmar mis nervios.

El hombre Armani; tan tranquilo, de un semblante inquebrantable y apariencia perfecta, clava su mirada en la mía sin vacilar. No aparto mis ojos de los suyos pero no tiene demasiado sentido intentar descifrar que es lo que está pasando por su cabeza. Alexandro no es un libro abierto e intuyo que eso lo usa a su favor, muy al contrario de mí, que ante cualquier emoción fuerte necesito decir o hacer algo.

—¿Recuerdas la noche en la que nos conocimos?— Para cuando por fin habla, mi estómago está echo un nudo.

En estos momentos no sé que esperar.

Pasó casi un mes entero desde aquella vez, y para estos tiempos me sigue asombrando que se mantenga tan distante conmigo físicamente. Entonces es por eso que aquí estamos. Llegó el momento de poner las cartas sobre la mesa, ser sinceros y dejar las verdades al descubierto.

Sólo somos nosotros dos.

—Si—Sería imposible para mí olvidarla, incluso algunas veces sigue dando vueltas por mi mente.

La mandíbula del italiano se tensa, el recuerdo jugando en su memoria—Fui completamente honesto contigo en aquél bar, te ví y al instante supe lo que quería.

—Pero no funcionó—Agrego. Él asiente, y parece descontento.

—Afortunadamente tuve la suerte de encontrarte nuevamente, y me sentí aliviado—Me dice mientras acomoda las mangas de su camisa y abrocha los pequeños dos botones de su muñeca.

—¿Por qué?

—¿No es obvio?—Responde en su lugar—Porque sigo queriéndote tener, Dalila, y mientras más pasa el tiempo la necesidad de mostrarte lo que puedo darte y lo que tú a cambio me darás a mi, es agobiante.

Me quedo sin aire al escuchar aquellas palabras venir de él. Busco cualquier indicio de que sólo sea una clase de juego perverso, habladurías de un hombre que lo único que desea es follarme y olvidarse de mi. Una noche, una revolcada. Pero va más allá, hasta si es sólo sexual, su ojos tienen un brillo de promesa oscura, casi malévola. Aunque también entre toda esa sombrías intenciones, hay un destello de deseo que me nubla las ideas.

Oh, ¿Dónde me estoy metiendo?

—¿Qué podría darte yo?—Medio me río incrédula.

Con certeza puedo decir qué es lo que yo obtendría de él: Alexandro me abrirá el camino a un mundo que jamás he experimentado, y aunque no lo haya comprobado, está de más decir que tiene toda la fachada de ser uno de esos que puede lograr hacerte temblar las piernas y tenerte rogando por más.

—Tú placer—Se encoje de hombros. Siento mis mejillas calentarse—Te quiero enseñar de todo lo que te has perdido hasta ahora, aunque no te puedo negar que me genera cierta satisfacción saber que seré el primero en mostrártelo.

Estudio lo que dice, y me permito de unos segundos antes de decirle con total honestidad a qué es lo que eso suena para mí.

—¿Eso es lo que quieres?—Frunzo el ceño—¿Que aprenda a follar?—No sé cómo tomarlo, si estar enfadada con lo que creo es su proposición o encantada con la idea de estar entre las sábanas de su cama.

Alexandro alza levemente las cejas, y una sonrisa maliciosa da inicio en la comisura de sus labios. Simplemente lo he puesto en palabras más sencillas, es todo lo que he hecho, no hay porqué ponerle tantos adornos. Y me encanta en parte saber que el italiano está asombrado de que hasta en éstas circunstancias pueda mantenerme entera.

Algún día quizás mi tan jodida honestidad me ponga en un aprieto, pero ahora estamos en este sitio para decirnos de una vez por todas lo que venimos guardando desde aquella fría noche de otoño.

—Es difícil que quede bien si lo pones así, bella bruna.

—Es la única forma, Señor Cavicchini—Alzo una ceja—¿Ésto es como un negocio para ti? ¿Estamos poniendo sobre la mesa mi virginidad?—Me inclino más hacia él, con los codos apoyados y los malditos nervios a un lado.

Si quiere que lo tratemos como un papeleo, entonces eso haremos.

Él me mira sin dar crédito, quizás un poco enfadado y otro poco encantado por mi arrebato y falta de tacto. Soy como el diamante en bruto que él espera tallar hasta sacarle el brillo suficiente y luego tirar. ¿Es así? Porque es la impresión que me da.

—Tengo más consideración por tú virginidad de lo que tú crees, no es cualquier cosa para mí, y no pienso de ninguna forma arrebatarte algo tan importante sólo así.

—Es sólo sexo, Alexandro—Niego—Que me mantenga intacta a esta edad no es especialmente porque esté esperando a mi caballero de armadura blanca, o que mis padres me hayan inculcado la cultura de contraer matrimonio antes de tener intimidad—Aclaro—Podría haberme ido contigo esa misma noche de habermélo pedido, pero entonces te dije que jamás he compartido cama con ningún hombre, y me trataste como a una niña.

Aquello todavía me decepciona, porque en el fondo esperaba que no se echara para atrás y decidiera aventurarse conmigo. Sólo le fui sincera,
no podía ir tan lejos sin decirle ese gran factor.

—¿Te habrías ido con cualquiera de ese bar?—Las arrugas en su frente se profundizan, el gesto tenso y la mandíbula afilada. La mirada cargada en oscuridad.

—No—Niego—No me estás entendiendo.

—Entonces dime aquello que no comprendo—Pero el enfado en su voz no se aplaca.

Si me habrían dicho hace algunos meses atrás que estaría sentada a mitad de la madrugada, con un italiano tan apuesto como poderoso, en una mesa vacía de un restaurante vacío conversando sobre mi estado sexual, entonces me habría reído. Y mucho.

Así es como los eventos se desarrollaron, y por más poco creíble que sea, ésto está sucediendo.

—Siempre quise que mi primera vez fuera con alguien que sepa lo que hace, y que no se aterre al descubrir que yo jamás he tenido sexo—Aclaro. No puedo evitar que mis mejillas tomen algo de color—No necesito tener una primera mala experiencia, no con un idiota. En el instituto todos son jóvenes y apresurados, cuando estudié mi carrera no fue mucho mejor—Prosigo. Muerdo el interior de mi mejilla, algo ansiosa por lo que estoy a punto de decir—Entonces el tiempo pasó, y la verdad es que mi virginidad no es algo que me persiga o pese. Pero entonces te ví, y en ese instante entendí que sólo pasaría al siguiente nivel con alguien como tú, y no me refiero por el poder que tienes o al alcance de tus negocios en la ciudad, está muy lejos de eso—Los hombros de Alexandro se destensan, su mirada más relajada. Lo último que me interesa de este hombre es su bolsillo—Nunca nadie me ha afectado como tú lo has hecho, Alexandro—Confieso al final.

Sus ojos recorren mi rostro por unos instantes, él está absorbiendo cada parte de mi, cada rasgo y emociones. Espero por su respuesta, a medida que los segundos pasan los latidos de mi corazón parecen ir en aumento.

—Aunque tú no lo veas así, tomaré algo muy preciado, Dalila—Su voz se vuelve ronca, baja y estimulante—Sólo si tú me dejas.

—Eso es lo que espero—Asiento—Pero todo tiene que estar claro, tus pautas y las mías—Digo—Porque no podemos dejar nada sin discutir, repito, no está en mis intenciones salir herida de ninguna forma.

—Tampoco quiero que lo hagas—Está ofendido, como si mi desplante fuese estúpido. Pero me quedo mucho más tranquila al decirlo, así en el futuro no habrá confusiones

—¿Entonces que es lo que ocurrirá de aquí en adelante?—Cuestiono.

El italiano se echa para atrás en su silla, la espalda erguida y la mirada más opaca—Iremos despacio, te enseñaré todo lo que a mí me gusta, y tú me enseñarás que es lo que te da placer a ti.

—¿Y si todavía no sé qué cosas son esas?—Paso saliva. El calor del rubor subiendo por mi cuello hasta mi rostro.

—Si es así, lo descubriremos juntos—Ofrece.

—¿Por cuánto tiempo?—Inquiero—¿Hasta que te canses de mi?

Necesito entender a dónde es que me estoy metiendo, porque aunque el italiano sea el hombre con el que alguna vez soñé que me gustaría estar, no sé cómo podría manejar una gran decepción por su parte. Si todo está dicho, entonces mi mente se hará a la idea de que nuestro acuerdo es sumamente físico.

Lo que me recuerda a que no hace muchas semanas atrás me dije a mi misma que no buscaba una relación. Nada sentimental. Supongo que seguir aferrada a eso hará que no me fascine demasiado con lo que tengo delante de mí, me mantendrá los pies sobre la tierra. Esto no debe porqué cambiar o poner en duda aquello.

Alexandro niega lentamente, de su pecho vibra una risa corta e irónica. Entonces se pone de pie, rodea el poco espacio que nos separa y se pone justo frente a mi. Debo alzar un poco la cabeza para verlo mejor, pero él me lo facilita poniéndose en cuclillas. Así y todo, su rostro queda a la altura del mío. A veces no me doy cuenta de lo alto y fuerte que es.

Es en situaciones así que soy consciente de la diferencia de tamaño entre nosotros.

—A puesto todo a que tú serás la primera en huir, bella bruna—Con sus nudillos deja una suave caricia en mi mejilla.

—¿Tan malo eres, Alexandro?—Mi pecho sube y baja, la respiración un desastre debido a expectativas y necesidad acumulada.

Lo veo debatirse sobre qué decir, con la expresión firme y distante—Sono distruttivo, egoísta e prendo tutto quello che voglio (soy destructivo, egoísta y tomo todo lo que quiero)—El acento italiano bien marcado, duro y decisivo, hasta con un toque posesivo, soberbio—Sono yo tutto ciò per cui dovresti uscire di qui e non tornare (soy todo por lo que deberías salir de aquí y no volver)—Una de sus manos se desplaza por mi mandíbula, cuello y clavículas, la otra apretando ligeramente mí muslo. Yo jadeo, tan suave, delicado y excitante. Es así que la sombra de un gesto perverso tiñe el cincelado rostro del italiano—Ma per tutto quello che sono è che non posso lasciartelo fare (pero por todo lo que soy, es que no puedo dejar que lo hagas)—Su suave aliento a escasos centímetros del mío—Non finché non ti avrò come voglio (no hasta que te tenga como yo quiero)

Aunque no soy capaz de entender lo que dice, la señal se alza en lo alto; grande, roja y brillante.

—¿Eso es un sí?—Sofoco un gemido al tener sus tiernos y cálidos labios justo debajo de mi oreja.

Il patto è sigillato (el pacto está sellado)—Murmura.



•••

¿Les gustó? 🖤

Lxs quiero muchísimo, gracia por el amor.

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