Volver a mi casa fue tan pero tan extraño que no sabía ni cómo describirlo. Ver el cielo, las casas, la gente...Todo parecía irreal; o mejor dicho, parecía irreal que a tan pocos segundos vivieran otras personas en otro planeta de una manera distinta.
Mi mente estaba trabajando fuerte para aceptar el hecho de lo que acababa de pasar. Estaba tirada en el sofá, con la tele encendida, pero sin prestarle ninguna atención. Porque mi mente no paraba de pensar. De unir puntos, de revivir las experiencias que acababa de vivir.
Por suerte, los chicos habían tenido razón y me encontraba sola, en mi hogar. Resulta que el tiempo en Khracira realmente es lento comparado con el de la Tierra. Así que, mis padres todavía estaban trabajando, y no eran ni las siete de la tarde.
Y yo me encontraba agotada. Nadie nunca me advirtió que viajar a otro planeta iba a ser agotador. No me imaginaba el día que conociera a mis padres, ni al castillo, ni a las demás cosas.
Cuando volvíamos al planeta Tierra, Horus y Dhimot básicamente me dijeron que lo que había visto hoy era muy poco comparado con lo que me iban a mostrar en un futuro. No había visto cómo vivían las personas, cómo se comunicaban, cómo trabajaban, cómo era su día a día, y menos que menos había visto el de mis padres. Así que, sí, eso me había alterado un poco, también. Porque decir que lo que vi hoy era algo pequeño, que ver playas y animales de otros colores y formas era pequeño, era preocupante. Para mí, había sido algo inmenso, imposible de describir.
Pero bueno, Horus había sido muy convincente, así que aquí estaba. Analizando todo una y otra vez.
El pitido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos, y lo recogí enseguida. Al ver que era Emma, lancé un suspiro. Rayos. Había olvidado lo del instituto de hoy, debía armar una buena excusa.
—Hey—respondí y mordí mi labio.
Emma tardó unos segundos en contestar.
—¡Holaaa! ¿Te acuerdas de mí? ¿Tu mejor amiga? Porque me tienes abandonada. En serio. Si pudiera hacerte una denuncia, lo haría—suspiró.—¿Esta todo bien? ¿Por qué te fuiste temprano hoy?
No pude evitar reír.
—Lo siento tanto, Ems...Y sí, esta todo bien. Mis padres necesitaban... mi ayuda para unas cosas.
Había sido la mentira más pobre del mundo. Lo sabía.
Emma resopló.
—Eso no es para nada sospechoso, pero lo dejaré pasar. Escucha, es viernes a la noche y me estoy deprimiendo a más no poder, así que, ¿por qué no te vienes a casa?
No me pareció una mala idea en absoluto.
—Me parece un plan genial. Estaré allí en un rato.
—¡Genial! Y oye, ponte algo lindo.
Mi corazón se detuvo por unos instantes.
—¿Emma? ¿Por qué querría ponerme algo lindo?
Soltó un suspiró.
—Pues porque sí. El amor propio es importante, ¿sabías? No tiene que haber una razón para la que te tengas que poner linda...
Ya, claro.
—Emma Larsh—dije su nombre firmemente, sabiendo que odiaba que lo usara.
Resopló.
—¡Es en serio!
Puse los ojos en blanco y sonreí un poco de costado.
—No hay ninguna posibilidad de que me lo hayas dicho por amor propio. Así que, ahórrate las excusas y dime.
—Me gusta esta Iris que impone orden. Se siente bien.
Lancé una risita.
—Ahora en serio.
Largó el aire.
—Bueno, esta bien. Quizás, he quedado con Ian y los chicos para ir a comer algo...
—Lo sabía—dije y me di palmaditas mentalmente en el hombro por conocer tan bien a Emma.
—Lo siento, pero es que tenía miedo que me dijeras que no.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué te diría que no? Me caen bien.
Carraspeó.
—Oh, por nada. Bueno, te espero aquí. En media hora te quiero tocando la puerta de mi casa, ¿entendido?
Y colgó.
Yo quedé confundida. Ya habíamos salido un montón de veces con ellos, no entendía por qué me decía...
Ah. Cierto. Recordé cómo la última vez que había estado con ellos, en Guiston, habían salido corriendo cuando yo llegaba de hablar con Horus. Se habían comportado de una forma tan extraña que no sabía cómo lo había olvidado.
Suspirando y arrepintiéndome un poquito de la decisión, comencé a prepararme para ir a lo de Emma. No pensaba arreglarme. Iba a ir con los vaqueros que tenía puestos, una remera y mis zapatillas.
Veinte minutos después, me encontraba tocando la puerta de la casa de Emma.
La puerta se abrió y apareció Emma.
—Aquí estas—dijo con una gran sonrisa y me dio un abrazo, que se lo devolví a gusto.—Mis padres están en algún lado vaya a saber dónde, así que creo que le diré a los chicos de venir aquí.
Asentí con la cabeza, y pensé en lo extraño que era que nuestros padres siempre estuvieran trabajando hasta tarde. Debía estar agradecida, porque por lo menos siempre tenía a Emma de compañía.
—Me parece bien—respondí y cerré la puerta a nuestras espaldas—. Oye, Trevor viene, ¿verdad?
Suspiró y se dejó caer en uno de los sofás.
—Pues le he escrito, pero todavía no me responde.
Eso era preocupante. Si bien había visto a Trevor entre clases luego de la charla que tuvimos, en donde nos confesó que le gustaba alguien pero no nos lo podía decir, digamos que no habíamos pasado mucho tiempo juntos, en realidad.
Así que, que no respondiera el mensaje, era muy pero muy extraño.
—Pásame tu celular—dije y me senté a su lado. Cuando me lo dio, le escribí otro mensaje a Trevor, en donde básicamente lo amenacé con quemarle el trasero si no venía hasta aquí.
Emma me miró orgullosa.
—Sí, eso definitivamente lo podría haber escrito yo.
Sonreí, triunfante.
Los minutos pasaron, y finalmente, Ian, Max y Alex llegaron. Por lo que me acababa de contar Emma, ella y Alex no volvieron a verse, pero estaba bien con eso.
Al principio, apenas entraron en la casa, estaba tensa de pies a cabeza. No sabía cómo me iban a tratar ahora, ni si iban a ignorar lo que había sucedido la vez pasada.
Al parecer, decidieron hacerlo, porque hacía como una hora que estábamos jugando a las cartas, y parecían estar normal.
El timbre sonó, interrumpiendo nuestro juego, y Emma se levantó de un salto a abrir la puerta.
—¿Esperamos a alguien más?—me preguntó Ian.
No hizo falta contestarle. Trevor entró por la puerta con una gran sonrisa en la cara y tres cajas de pizza en la mano.
—¡Eh, hombre!—lo saludó emocionado Alex—. Estaba muriendo de hambre, gracias.
Trevor lo miró ofendido.
—¿Te alegras solo por la pizza? ¿Qué hay de mi presencia?
Alex entornó los ojos.
—¿Tu presencia me sacará el hambre?
Trevor levantó las cejas.
—Buen punto—respondió y procedió a tirarle una de las cajas, que Alex atajó habilidosamente.
Todos le dimos las gracias, y cuando me saludó, me abrazó más de lo normal.
—Gracias. Sé que fuiste tú la del mensaje—me dijo en el oído, y si me hubiera dicho que los pandas volaban, no podría estar más sorprendida. Supongo que sintió que me tensaba, porque agregó:—Sí, tu buen vocabulario te delata. Emma jamás hubiera escrito «trasero», estoy seguro que hubiese usado la palabra «culo» o ...
—Ya—dije y comencé a reírme. Lo solté y lo miré, y por primera vez en mi vida, pensé que realmente estaba triste, aunque tratara de disimularlo.—Ven, tengo chocolate. ¿Quieres?
Asintió con la cabeza.
—Sabes que sí.
Le di un apretón en el hombro y me levanté, rumbo a la habitación de Emma, en donde guardaba mi mochila con los dulces. Sí, había traído chocolate. No sabía por qué. Simplemente, pensé que lo necesitaría, y tenía razón.
Cuando volví a planta baja, Emma estaba hablando de algo muy animadamente con Ian y Alex, y vi que Max entraba al baño. Me senté al lado de Trevor y le ofrecí el chocolate. Comió un pedazo rápidamente.
—¿Has visto lo rico que es?—le dije a Trevor y golpeé su hombro con el mío.
Asintió con la cabeza, pero pude ver que su mirada estaba ausente.
Y ahí se me partió el corazón.
— ¿Qué te pasa? Y no me digas que no te pasa nada—solté en un tono firme, captando su total atención—. Porque te conozco desde que éramos unos pollitos y sé que algo no anda bien, y no quiero que te lo guardes más porque me pone muy mal verte en este estado. ¿En dónde quedó el Trevor con hiperactividad, que disfruta de la vida?—susurré.
Trevor me miró asombrado, abriendo mucho los ojos, y pasó algo que jamás hubiese imaginado: se le cayó una lágrima y luego otra, y otra, y otra.
Trevor estaba llorando.
—Ay, no. ¡Lo siento! soy una bruta Trevor—le dije y lo abracé.
—N...no...—dijo entre sollozos.
No quería que nadie lo viera así, por lo tanto lo agarré del brazo y literalmente lo arrastré hacia el cuarto de Emma. Ninguno de los presentes se dio cuenta porque estaban como en su propio mundo.
Cerré la puerta con el cerrojo y volví a abrazar a Trevor, que temblaba a cada sollozo. Nunca me sentí tan mal en toda mi vida.
—Trevor, lo siento tanto, en serio, lo que menos quería es que pasara esto, lo sabes—dije en voz suave—. Pero no podía verte más en estado eh...vegetal.
Lanzó una risita con mocos y ese fue el mejor sonido que me podían dar en ese momento. Nos sentamos en el piso una vez que se calmó un poco y se limpió la cara.
—Iris...n...no fue por culpa tuya. O sea sí, pero no de la mala manera. Necesitaba que alguien me dijera lo que pensaba y que me haga caer en la realidad.
Asentí con la cabeza, temiendo a decir otra palabra y que vuelva a echarse a llorar. No es que me molestase, pero era algo desesperante no poder hacer nada para que se sintiera mejor.
—¿Quieres hablar de eso? ¿Es por esa chica, no? ¿La que te gusta?
Sorbió los mocos y asintió. Le alcancé un pañuelo para que se pueda limpiar y me lo agradeció con la mirada.
—Sí, es por ella—dijo todavía con la voz ronca.—Diablos, ¿por qué es tan difícil controlar los sentimientos? No tiene sentido. Nuestra mente debería ser capaz de hacerlo.
Reí.
—La verdad es que sí, pero creo que le sacaría toda la diversión.
Me miró horrorizado.
.—¿Llamas a esto diversión?—dijo y se señaló la cara, en donde más lágrimas y mocos seguían cayendo.
Le alcancé otro pañuelo.
—Buen punto—respondí con una mueca.
—Lo que más me tiene mal, es que no se lo puedo decir, porque arruinaría todo—siguió hablando.
— ¿Por qué? Al revés, quizás ella también sienta algo por ti... ¿Me vas a decir quién es?—fruncí el ceño.
Sonrió.
—Emma...
Sonreí de constado.
—Deja de confundir nuestros nombres, soy Iris, creo que ya lo sabes. Pero bueno, si no me quieres decir, no importa—hice una señal con la mano para quitarle importancia.—No te quiero presionar.
—Es Emma la chica, Iris.
Mi corazón dio un vuelco. Mi panza se contrajo y abrí mucho, mucho, los ojos.
— ¿Emma? ¿Emma, Emma? ¿Nuestra Emma? —pregunté indignada.
Asintió con la cabeza.
— ¿Quieres decir otra vez más su nombre? Creo que no lo oí.
Yo seguía con la boca abierta.
—Ya sé que parece una locura, por eso no se lo dije a nadie. Solo a Ramón—siguió diciendo. Reí al recordar al perro de Trevor. —El punto es que no puede enterarse, Iris. No se te puede escapar nada.
Mi cabeza daba vueltas. ¿A Trevor le gustaba Emma? ¿La misma Emma que se enojaba con él y que le pagaba puñetazos o que lo hacía quedar en ridículo solo por diversión? ¿La misma Emma que conocía desde que prácticamente nací?
—Sigo procesándolo, pero está bien, no voy a decir nada—levanté ambas manos.
— ¿No me vas a preguntar por qué?
— ¿Por qué, que?—pregunté confundida.
—Por qué no quiero que se entere.
Incliné a cabeza a un costado.
—Porque supongo que es para no arruinar la amistad, ¿no? se podría volver incómodo.
Asintió con la cabeza.
—Exacto. No la quiero perder, y sabiendo cómo es Emma... Bueno, justamente por eso: no tengo idea de cómo reaccionaría.
Soltamos una carcajada y luego de un rato, cuando a Trevor no le cayeron más lágrimas y mocos, y cuando su voz volvió a ser normal y no la de Darth Vader, volvimos al comedor. Max, Emma, Ian y Alex se encontraban bailando desaforadamente una canción de Selena Gómez en el medio del salón. Con Trevor los miramos un rato, y luego Trevor se preparó un trago que lucía asqueroso. Él y Emma eran los únicos que estaban bebiendo alcohol, mientras que los demás nos limitamos a tomar zumo o agua. Era un tanto extraño, pero no tanto como había imaginado.
Luego de un rato me sumé a su baile, al principio tímidamente, luego con un poco más de soltura, hasta que decidí cerrar los ojos y dejarme llevar...
Terminamos en un concierto.
Literalmente.