Adonis (YA EN PAPEL)

Por Mayrson

4.3M 151 53

¿Qué pasaría si te despertases sin saber dónde estas? ¿o sin saber quién eres? ¿Qué pasaría si te despertases... Mais

Prólogo y nueva versión
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Feria del libro de Madrid

Capítulo 1

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Por Mayrson

Buenas! Os adjunto además el primer capítulo de esta nueva versión de Adonis que tanto me enorgullece presentaros. Para vosotros:


El pitido me estaba dejando sorda por momentos, ¿acaso nadie más podía oírlo? Quería levantarme y arrancar el enchufe. O arrancarme los oídos. 

O poder moverme. 

Mis manos estaban atadas a ambos lados de la cama, una cama que parecía tener barrotes. Sentía que mi cuerpo estaba lleno de cables de colores que pesaban demasiado. El pitido aumentaba su frecuencia por momentos, y en mis oídos aumentó también esaintensidad. 

 Abrí los ojos y solo había luz blanca, esa que te recomiendan los expertos para no tener la vista cansada mientras estudias. Esa que hay en los supermercados de barrio, en las farmacias, y en los hospitales. 

En los hospitales con su olor a gel desinfectante, ropa limpia, guantes de látex y enfermedad. Si el oído y la vista no me habían dado una respuesta, la cánula de oxígeno que me molestaba en la nariz, si me la dio. 

—¿Shaila? —Era la voz de mi padre, y eso me tranquilizó al instante—. Tranquila cariño, todo está bien. Todo está bien. 

Mi padre, Josh, no paraba de repetir sus últimas tres palabras mientras la habitación se llenaba de gente a la que no conocía, todos vestidos de verde y blanco. Me recolocaron el oxígeno, me cegaron las pupilas y dejaron caer un par de gotas de un líquido sobre mi antebrazo que no tardó en deslizarse por mis venas. 

Después, todo volvió a ser negro. 

Tenues voces volvieron a alertarme. Ya no había pitidos, no sentía la presión de los cables y el oxígeno de la punta de la nariz había desaparecido. Podía moverme, levantar las manos y llevármelas al pelo. 

—Shaila. —Mi padre dijo mi nombre de nuevo, ésta vez parecía más tranquilo—. Voy a avisar a un médico, no te muevas. 

Creo que asentí despacio, pero no le hice caso. 

 Traté de levantarme, pero algo me pinchaba. La pequeña aguja estaba clavada en mi mano, y no dudé en dar un buen tirón. Mucho mejor. Apoyé los pies descalzos en el suelo, estaban igual de pálidos que siempre, seguramente también fríos. Llené mis pulmones de aire y me apoyé con firmeza sobre ellos. Todo parecía estar bien. 

—Te dije que no te levantases. —Había demasiada preocupación en sus ojos como para parecer enfadado conmigo. 

Levanté la cabeza y le tendí la mano. La suya siempre más caliente que la mía, y más firme. Su otra mano me apartó el pelo de la cara mientras sonreía. Sabía que mi voz saldría entrecortada, pero no quería callarme la pregunta. 

—¿Qué ha pasado? 

—¿No recuerdas nada? —Preguntó mi padre con cautela. Josh abrió los ojos como si le hubiese dado una sorpresa, pero una de las malas—. ¿nada de nada? 

—Nada. —Negaba con la cabeza. 

—¿Qué es lo último que recuerdas? 

Los ojos de una enfermera a mi lado miraban con tristeza, quizás con lástima. Los de mi padre, me estudiaban sin perder detalle. Los míos se entrecerraron. 

Lo último que recordaba era el instituto. A mi amiga Mina le habían pedido ir al baile de primavera tres chicos distintos y ella me hacía una lista de pros y contras. Había aprobado el examen de matemáticas con un notable y la profesora de biología me había echado la bronca por llegar tarde. Tenía poca gasolina en el depósito del coche y mi padre me había prestado dinero para llenarlo a la salida, pero yo ya me había gastado una pequeña parte en unos pendientes azules que vendían en el mercadillo solidario y que quedarían de escándalo con mi vestido color nude. Llevaba un jersey fino rosa y unos pantalones vaqueros, aquel día de primeros de verano parecía que iba a refrescar y yo iba preparada para ello. 

Miré por la ventana, la nieve estaba blanca y cuajada, diciéndome que hacían ya varios meses de aquel último día que yo era capaz de recordar. 

—¿Qué día es hoy? —Una línea fina se abrió solo para coger una bocanada de aire en el rostro de mi padre. Volví a repetir la pregunta—. ¿Qué maldito día es hoy? 

—Estamos en invierno, Shaila. En menos de un mes será Navidad. 

Me comenzó a faltar el aire mientras que mi padre me agarraba del brazo para evitar que me cayese. Necesitaba ir al baño, echarme agua en la cara y despertarme. 

 —¡Estoy bien! —grité cuando la enfermera desenfundó una aguja que pensaba clavarme en Dios sabe dónde. – Solo necesito agua. 

Como un autómata, mi padre me acercó una botella que tenía en la mesilla. Me recogí el pelo y me vacié la mitad sobre la espalda. Tenía que despertar. La cara de mi padre palideció de golpe, si es que eso era posible, cuándo sostuve la botella de agua vacía entre nosotros. 

—¿Qué pasa? —pregunté, preocupada al ver su expresión. 

Parecía como si hubiese visto un fantasma a mis espaldas, así que me di la vuelta varias veces sobre mí misma. 

—¿Qué pasa? —probé de nuevo. 

Con una mano me señaló un punto a mis espaldas, y con la otra me sostuvo el hombro. 

—Tu espalda —susurró, dándome la vuelta y levantándome el pelo—. Tienes un tatuaje. 

—¿Qué? —Me deshice de su agarre y corrí, sin tropezarme, hacia el espejo del cuarto de baño. Después, solo pude susurrar—: Joder. 

Contuve el aliento mientras lo observé con detalle. Un circulo enorme, envuelto en tinta negra, había tapado gran parte de mi espalda. Estaba lleno de letras, números y dibujos que no reconocía, que solo provocaban que el corazón comenzase a latirme en la cabeza. Lo toqué con cuidado, como si fuese a mancharme. 

—¿Cuándo te lo hiciste? —preguntó mi padre a mi lado, ni siquiera le había notado llegar. 

—No lo sé. —Seguía pasando mi mano por él. No había ninguna costra, la piel estaba tersa y suave ahí dónde había perdido su coloración natural. No sabía mucho sobre tatuajes, pero podía asegurar que no era reciente. 

—¿Crees que pudo habértelo hecho él? ¿Tu secuestrador? 

—¿Mi secuestrador? 

—Has estado desaparecida, Shaila. 

La saliva comenzaba a saberme a metal en la boca, tal vez por los medicamentos o porque notaba que los pies se me separaban del suelo. 

—¿Desaparecida? ¿Cómo desaparecida? ¿Cuánto tiempo llevo desaparecida? 

—Siete meses y dos días. —La respuesta de mi padre fue rotunda, seca y con voz ronca. Mi padre siempre fruncía el ceño cuando la cosa se ponía seria: Era verdad. 

Llevaba siete meses y dos días desaparecida. Tenía una laguna en mi memoria de todo ese tiempo, y algo andaba mal. Muy mal. 

El diagnóstico médico fue claro: un bloqueo mental postraumático debido a una mala experiencia. Mis constantes vitales estaban bien, las analíticas parecían correctas y las radiografías y demás pruebas solo mostraban normalidad. Me advirtieron de que podía ser posible que sufriese ataques de pánico, pero entraba dentro de lo esperado de alguien a quién han tenido secuestrado durante tanto tiempo. 

Las recomendaciones médicas fueron intentar hacer una vida normal y retomar la rutina cuanto antes. Las recomendaciones policiales se basaron en decirme que les llamase si recordaba algo. 

—Me encuentro perfectamente —dije, cambiándome de ropa para volver a casa—. Además, ya has oído a los médicos, es bueno retomar vida normal. 

—He dicho que no vas a volver a clase, Shaila. No mientras quién lo hizo siga por ahí suelto. 

—Sabes que no voy a parar. —Insistir era mi segundo nombre, pero también el de Josh Doyle—. Llevo meses seguramente encerrada, solo quiero recuperar mi vida. Por favor. 

Josh se paró en seco a mitad del camino en el parking y le di un beso en la mejilla;había ganado esta discusión y ambos lo sabíamos. 

—Iremos a hablar con el director mañana temprano. Veremos qué podemos hacer con tus clases. 

Quería dar saltos de alegría, y no precisamente por volver a ver a la profesora Saurade biología sino porque, al menos, notaba que estaba empezando a recuperar mi vida. 

—¿Coche nuevo? —Levanté una ceja, admirando el Mustang azul plata de mi padre. 

—Últimamente estoy teniendo mucho éxito en varios negocios. 

Mi padre, Josh Doyle, era un famoso empresario en Portland. Siempre le había ido viento en popa a toda vela, y aunque yo hubiese estado desaparecida, era algo que no había cambiado. Eran muchas las noches que había pasado sola en cada desde los doce años, cuando mi madre murió en un trágico accidente de coche y cuando mi padre comenzó a centrarse más en los negocios, pasando semanas enteras en Portland para desarrollar sus proyectos. 

Vivíamos en Cannon, un pequeño pueblo costero a unas dos horas de la gran ciudad. En el jardín frente a nuestra casa, Mina sonreía y corría hacia mí, ignorando el levantamiento de ceja de mi padre. 

—Te dije que era muy pronto para este tipo de sorpresas. —Se quejó inútilmente mi padre. 

—Oh, venga, señor Doyle –protestó Mina—. No me puede decir que Shaila vuelve a casa y luego prohibirme verla. 

Sonreí a mi padre y él hizo lo mismo. Ambos sabíamos que Mina aparecería igualmente. 

—Si llega a pasarte algo, te mato. —Mina me besó toda la cara sin soltarme la mano. 

Las horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos con una taza de chocolate caliente en nuestras manos. Mina había conseguido un par de matrículas de honor y liarse con casi todos los chicos del equipo de futbol, lo cual había hecho que el ranking de tíos buenos por los que estaba colada, cambiase su orden con respecto a tiempo atrás. Mi padre se reía con cada comentario, tan solo alejándose un par de minutos para atender una llamada telefónica. Trabajo, supongo. 

—Mañana tengo una reunión temprano. —Sí, había sido por trabajo—. Iremos al instituto cuando acabe, será mejor que descanses. 

Esa era su educada señal para que me metiese en la cama a las ocho de la tarde. Bueno, y para que Mina se despidiera con dos besos y una promesa de hablar a solas. Había notado tensión durante todo nuestro encuentro, pero las preguntas directas de Mina eran algo que había que callarse delante de Josh. Y las dos los sabíamos. 

Había llegado cansada del hospital, y después de escuchar un par de modestos cotilleos, me sentía más agotada que nunca. Me di una buena ducha con agua caliente y me lavé el pelo hasta que el negro azabache volviese a coger su brillo natural. Hicieron falta un par de lavados, pero mereció la pena. 

Rocié todo mi cuerpo con la colonia que solía usar, al menos era algo familiar. Me tumbé en la cama y me arropé hasta el cuello mientras, entre tanta ola de la playa muy a lo lejos, oía a Mina repetir que Nolan se había convertido en su chico de ranking número uno, dejando en segundo lugar a Sergio Hawthorne. 

 —Nolan Newt —había dicho Mina entre suspiros—. ¿Te acuerdas de él? 

—¿Debería? —pregunté, cautelosa.Sabía que tenía una laguna de siete meses en mi vida, pero ese nombre no me sonaba de antes. 

—Estaba en mi clase de geografía el año pasado —respondió, encogiéndose de hombros y restándole importancia. —Como Sergio Hawthorne pasaba de mí, tuve que buscar un plan B. 

—Espera, espera. —Levanté las manos en alto para aclarar el dato que había dado mi amiga—. ¿Intentaste ligar con Sergio? 

—Solo un poquito. —Mina juntó los dedos índice y pulgar hasta dejar un minúsculo espacio entre ellos. Levanté una ceja—. Jamás intentaría ligar con tu mejor amigo, todo el instituto sabe que estáis predestinados casi desde que nacisteis. 

Mina cruzó los brazos haciéndose la ofendida, pero las tres sabíamos que eso no era cierto. Sergio Hawthorne era uno de los chicos más guapos que conocía, y que Mina estuviese perdidamente encaprichada de él, nunca había sido un secreto. 

Que Sergio Hawthorne y yo estuviésemos predestinados a estar juntos, nunca había parecido ser del todo cierto. Al menos, de momento.


Capítulo 2 

A la mañana siguiente la nieve resbalaba por el tejado y se acumulaba en el alfeizar de la ventana de mi dormitorio. Me abrigué con una chaqueta de lana y bajé los escalones de dos en dos hasta la cocina. Me moría de hambre. 

El reloj marcaba las diez de la mañana, seguramente mi padre seguiría en la reunión de trabajo en Portland, aunque con un poco de suerte me habría dejado zumo de naranja recién exprimido. Rodeé la isla de la cocina y abrí la nevera, cogí la botella de cristal sonriendo y un par de huevos. Sin embargo, no duraron mucho entre mis manos. 

 Al darme la vuelta, sentado sobre la mesa de la cocina, una sonrisa burlona me miraba de arriba abajo. 

—¡Joder! —grité, dando un salto hacia atrás. 

 Agarré uno de los cuchillos que tenía a mano, maldiciéndome a mí misma cuándo me di cuenta de que era el de pelar fruta. El más pequeño de todos. 

—¿Quién eres? —Aunque me temblaban las piernas, logré que mi voz saliese firme—. Llamaré a la policía. 

El chico comenzó a reírse, bajó con la agilidad de un gato y se acercó lo suficiente como para rodear el cuchillo con su mano. La sangre comenzó a caer a borbotones sobre el suelo de la cocina, pero él seguía sin dejar de mirarme y sonreír, como si no le doliese. 

—¿No me reconoces? —Mi cabeza comenzó a ir a mil por segundo. No, no tenía ni la más remota idea de quién era. Me acordaría de conocer a un chico tan guapo, supongo—. Me llamo James. 

Al oír su nombre, alcé mis ojos para conectarlos con los suyos, como si se estuviesen esperando. Después, todo vino de golpe. El frío, la humedad, el sonido del agua, la habitación blanca. Dejó de parecerme tan atractivo según flashes de imágenes fugaces comenzaban a golpearme.


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