βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

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β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
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━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘

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By Lucy_BF

──── CAPÍTULO LXXXVIII──

TE PROTEGERÁ

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◦✧ ✹ ✧◦

        EALDIAN NO PODÍA DEJAR DE PENSAR en lo que había ocurrido en casa de Drasil hacía apenas unos minutos. La joven escandinava, a quien había estado ayudando a prepararse para partir hacia un futuro incierto, le había sorprendido de una manera que jamás habría esperado: le había concedido la libertad. Tras una conversación en la que se había abierto nuevamente a él, confesando que estaba asustada por lo que pudiera llegar a suceder en aquella guerra que amenazaba con destruir el legado del famoso Ragnar Lothbrok, Drasil lo había dispensado de sus servicios, confiriéndole aquello que más ansiaba desde que había llegado a Noruega: volver a ser el dueño de su vida y su destino.

Por Dios y por todos los Santos, había sido tan inesperado para él... Ni en sus mejores sueños lo habría imaginado, no cuando aquella chica lo había arrastrado lejos de su hogar y su patria, convirtiéndolo en su sirviente. Si bien era cierto que la hija de La Imbatible no lo había tratado mal ni lo había humillado —como hacían otros amos con sus siervos—, para él esos últimos meses no habían sido plato de buen gusto.

Aunque era consciente de que podría haber sido peor.

Muchísimo peor.

Dentro de lo malo, la escudera —término que allí empleaban para referirse a las mujeres guerreras— le había proporcionado ropa, alimento y un techo bajo el que dormir, además de protección. No lo había sobreexplotado ni se había aprovechado de él, y tampoco le había levantado la mano en ningún momento. Su estancia en las barracas de Kattegat le había mostrado la peor cara del hombre, y es que el trato que recibían la mayoría de los thralls por parte de sus dueños era, cuando menos, inhumano. Cosa que él, gracias al Altísimo, no había tenido que experimentar en carne propia, al menos no de mano de Drasil.

Debía admitirlo: se había acostumbrado a aquella vida, a pasar la mayor parte de su tiempo con Kaia y Drasil. La segunda había insistido tanto en aprender más sobre su cultura y costumbres que en más de una ocasión había abandonado la vivienda con un terrible dolor de cabeza. Pero, por lo general, no le habían desagradado aquellas conversaciones en las que ambos habían aprendido infinidad de datos sobre la sociedad y el estilo de vida del otro.

Le había resultado curioso darse cuenta de que los paganos no eran tan diferentes a ellos —los cristianos—, como siempre le habían hecho creer. Que ellos también eran hombres y mujeres con familias, sueños y aspiraciones.

Drasil era la prueba de ello, de lo mucho que se había dejado llevar por los prejuicios. Había sido a raíz de su convivencia con ella que había empezado a cambiar su opinión respecto a los vikingos y a las falsas creencias que su gente se había encargado de divulgar sobre ellos. Había aprendido a tolerar su compañía y sus piques, y hasta incluso a estar cómodo en su presencia.

Aquella extraña sensación que lo había abordado en su primer encuentro, cuando, nada más verla, la imagen de esa persona que una vez fue su otra mitad se apareció frente a él, reflejada en aquellos radiantes iris esmeralda, había vuelto a manifestarse a lo largo de su estancia en Noruega, especialmente en los momentos de vulnerabilidad de la skjaldmö. Y tal vez aquello hubiese sido lo que le había impulsado a mostrarse más cercano con Drasil, a darle su apoyo en esos instantes tan duros y difíciles para ella... Aunque la realidad era que una parte de él había terminado por cogerle aprecio.

Durante el transcurso de esos últimos meses había tenido muchos sentimientos encontrados. Había odiado a Drasil, culpándola de su mala suerte y de estar tan lejos de los suyos, pero poco a poco ese rencor y resentimiento se habían visto opacados por la luz que desprendía la muchacha. Había sido su actitud para con él, esos pequeños detalles que lo habían hecho sentir acogido, lo que había ablandado su corazón, hasta el punto de que ahora temía por la vida de la que hasta hacía unos minutos había sido su dueña.

Él también era soldado. Sabía lo que implicaba participar en una batalla de tal calibre, lo mucho que estaba en juego, y el hecho de que la propia Drasil tuviese tan pocas esperanzas respecto a su victoria sobre el bando contrario no había hecho más que incrementar ese extraño desasosiego que se había implantado en su pecho a raíz de su última conversación.

Suspiró lánguidamente.

Quedaban pocos minutos para que el ejército abandonara Kattegat, de ahí que las calles de la capital estuviesen atestadas de hombres y mujeres que iban de aquí para allá con premura, ultimando los preparativos de su partida. Él, por su parte, se dirigía a los barracones, ya que, a pesar de que volvía a ser un hombre libre, no tenía otro lugar al que ir. Drasil le había concedido la libertad, sí, pero él seguía siendo una oveja perdida en una manada de lobos hambrientos.

No sabía nada de aquellas lejanas tierras, ni tampoco conocía a nadie que pudiera echarle una mano. Las únicas personas capaces de ayudarle en ese aspecto eran Kaia y la propia Drasil, y ambas formaban parte de las huestes que lucharían contra el rey Harald Cabello Hermoso. Estaba solo y desamparado, perdido en una inmensidad de la que no sabía cómo salir.

Aunque lo que sostenía en la mano derecha era una buena ayuda, de eso no cabía la menor duda. Y es que la castaña, antes de marcharse, le había dejado junto a la puerta principal una bolsita con algunas monedas de plata, además de un brazalete como el que llevaban todos los escandinavos. Según tenía entendido, aquellas pulseras representaban a los hombres libres, quienes comenzaban a usarlas como símbolo de su transición de niño a adulto. Justo lo que necesitaba para dar veracidad a su puesta en libertad a ojos de los demás.

Tras unos minutos más de caminata llegó a su destino. Abrió la desvencijada puerta que conducía al interior de las barracas e ingresó en el edificio construido a base de madera y paja. Allí dentro el ambiente era pesado y estaba cargado de un olor fuerte y rancio que, en sus primeras noches durmiendo bajo ese techo, habían amenazado con hacerle vomitar. Cosa que, por suerte —o desgracia, dependiendo de cómo se mirase—, ya no le ocurría, dado que había terminado habituándose a ello.

No le extrañó encontrar el interior de los barracones prácticamente vacío, a excepción de un grupo de esclavos que parecían muy afanados en guardar sus escasas pertenencias en morrales de tela raída... Siendo una de ellos Guðrun, aquella silenciosa y esquiva thrall que había resultado ser toda una caja de sorpresas.

Sus encuentros e interacciones tras el altercado en la plaza del mercado habían aumentado de manera considerable, pasando de ser inexistentes a algo más frecuentes luego de defenderla de aquel malnacido que había intentado abusar de ella en público. Si bien la rubia continuaba siendo tan reservada y taciturna como siempre, el hecho de que ella supiera hablar sajón los había acercado bastante, hasta el punto de que Guðrun también lo había estado ayudando a perfeccionar su nórdico.

Eso sí, siempre evitando cualquier tipo de contacto físico. Ealdian había descubierto en esa última semana que la joven era sumamente celosa de su espacio íntimo y así lo demostraba al mantener las distancias con él y con cualquier otra persona, lo que no hacía más que confirmar sus sospechas de que aquellas cicatrices que lucía en el rostro no eran las únicas marcas que poseía. Que tenía otro tipo de secuelas que no podían apreciarse a simple vista, unas que llevaba bajo la piel.

No titubeó a la hora de avanzar hacia el fondo del edificio, pasando de largo su propio catre para poder acercarse a Guðrun. El hecho de que ella también estuviera empacando sus cosas aumentó aún más la intranquilidad que llevaba acompañándolo desde que se había despedido de Drasil.

—¿Vas a algún lado? —preguntó el hombre, empleando su lengua materna para contar con algo más de privacidad, cosa de la que carecían al tener que dormitar en el mismo cubículo con más de una veintena de personas. Los otros tres esclavos que también estaban presentes se encontraban a unos metros de ellos, pero de igual forma se sentía mejor y más cómodo hablando en sajón.

Ante su inesperada intervención la muchacha dio un ligero respingo, puesto que había permanecido ajena a su presencia todo ese tiempo, concentrada como estaba en su tarea. Giró sobre su cintura para poder encararle, ocasionando que su rebelde mata de rizos dorados se ondulase en consecuencia, y le lanzó una mala mirada por haberla sobresaltado de esa manera.

—Lo siento —se disculpó Ealdian.

Guðrun soltó todo el aire que había estado conteniendo y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, forzándose a recuperar la compostura. Aquel rincón que había convertido en su refugio estaba vacío, salvo por la fina capa de heno que hacía la función de cama. Sus efectos personales —que no eran muchos, más allá de su vestimenta y de algunos objetos de uso cotidiano— ya no estaban, habiéndolos guardado todos en su bolsa.

—Parto con el ejército —respondió tras unos segundos más de fluctuación. Se dio la vuelta y focalizó toda su atención en el zurrón, el cual cerró con un sencillo nudo.

El cristiano, por su parte, alzó las cejas con desconcierto.

—¿Con el ejército? —repitió él.

Guðrun asintió, enfrentándole de nuevo.

—Sí. Aunque su destino sea la guerra, los nobles siguen necesitando a sus criados para que su estancia en el campamento sea lo más amena posible —explicó ella con naturalidad—. Lagertha me ha seleccionado, junto a otras esclavas a su servicio, para que la acompañe. —Cruzó los brazos sobre su pecho, no sin antes recular un paso para poder apoyar la espalda en las frías tablas de madera que constituían la pared del edificio—. ¿Qué pasa? ¿Acaso los ricachones ingleses no hacen lo mismo, sajón? —cuestionó, burlona.

«Por supuesto que lo hacen», pensó Ealdian. Pero aquella noticia le había pillado con la guardia baja, ya que no había pensado en ello hasta ese preciso momento. No había sopesado la posibilidad de que ella fuera una de las thralls elegidas para atender a la soberana durante el tiempo que durase el conflicto.

Ante su mutismo, Guðrun hizo el amago de coger su morral para poder colgárselo del hombro, pero la visión de la bolsita y el brazalete en la mano derecha del cristiano acaparó irremediablemente su interés. La joven enarcó una de sus finas cejas mientras su mente se ponía a trabajar a toda velocidad, atando cabos.

—Te ha liberado. —Aquello no fue una pregunta, sino una afirmación.

Ealdian bajó la mirada hacia su mano dominante.

—Lo ha hecho, sí —contestó, justo antes de restablecer el contacto visual con su interlocutora, cuyos orbes verde azulados destellaban con un inusual brillo—. Me ha dicho que soy libre de regresar a Wessex si así lo deseo —añadió.

—¿Y vas a volver? —quiso saber Guðrun.

El hombre hizo un mohín con la boca y se encogió de hombros.

—No lo sé. Ahora que ha estallado la guerra dudo que se haga una incursión a Inglaterra pronto —expuso Ealdian con gesto sombrío—. Tu gente tiene otras prioridades ahora mismo.

La rubia exhaló un tenue suspiro.

Tenía razón, no lo iba a negar. El conflicto civil que se había desatado entre Kattegat y Vestfold era lo primordial ahora mismo, tanto para Lagertha como para los Ragnarsson. Cualquier viaje previsto a tierras extranjeras había sido cancelado ante la acuciante necesidad de contar con el mayor número posible de hombres y mujeres aptos para luchar en la cruenta batalla que se avecinaba.

—Aun así, yo que tú tendría mi petate preparado por si acaso —le aconsejó Guðrun, a lo que el inglés la observó con expectación—. Por lo que he oído, Harald es un hombre poderoso. Y si cuenta con la ayuda de dos hijos de Ragnar, es bastante probable que las cosas se pongan feas. —Aferró su zurrón y se lo cruzó sobre el pecho—. Siendo esclavo eras útil, pero ahora que te han dado la libertad tan solo eres un forastero. Uno cristiano, además. Nada le impedirá a cualquiera que posea malas intenciones matarte —sentenció sin ambages.

Ealdian se tensó como un resorte al escucharlo.

—Aunque veo que Drasil no te ha dejado desprovisto de ayuda —prosiguió la chica a la par que señalaba con un suave cabeceo aquella bolsa de piel que tintineaba con cada movimiento. No había que ser muy inteligente para deducir que había monedas en su interior—. Puedes irte lejos y empezar de cero, sajón. Y no necesariamente tiene que ser en Inglaterra.

Guðrun se agachó para poder coger su capa, la cual era tan fina que apenas la protegía del frío. Cuando volvió a erguirse se la colocó sobre los hombros y se la anudó al cuello, todo ello bajo la atenta mirada de Ealdian, que la observaba con una expresión indescifrable contrayendo su fisonomía.

—Aprovecha la libertad tú que puedes —apostilló la thrall.

Sin nada más que decir, Guðrun echó a andar hacia la salida de las barracas, en las que únicamente quedaban ellos dos. Avanzó uno, dos, tres, cuatro pasos y cuando fue a dar el quinto, la voz del cristiano volvió a colarse en sus oídos, haciendo que se detuviera y que girase nuevamente sobre sus talones para poder encararle.

—Espera —le pidió Ealdian, valiéndose de un par de zancadas para volver a aproximarse a ella. Guardó la bolsita y el brazalete en el bolsillo de su pantalón y se llevó las manos al cuello, concretamente al cordel negro del que colgaba su cruz—. Ten... Ten esto. Te protegerá —musitó, tendiéndole el collar.

Todo cuanto pudo hacer la muchacha fue alzar las cejas con asombro.

—¿Me entregas tu cruz? —Su voz también reflejaba lo mucho que le había sorprendido aquel gesto por su parte—. Ni siquiera soy cristiana... Dudo mucho que tu dios quiera proteger a una pagana como yo —pronunció en tanto negaba con la cabeza. Sus iris glaucos no dejaban de saltar del colgante a los ojos de Ealdian, que eran tan oscuros como una noche sin luna.

—Mi Dios ayuda a todo aquel que lo necesite —repuso él con suavidad.

Guðrun volvió a cruzarse de brazos, reticente.

—Apenas me conoces. Ni siquiera somos amigos. —Y ahí estaba de nuevo su vena desconfiada, aquella que siempre sacaba a relucir cuando algo la trastocaba—. Tan solo somos dos pobres desgraciados que han acabado en el mismo agujero —soltó, lacónica. Su acento era sumamente notorio, pero su fluidez a la hora de hablar sajón no hacía más que aumentar la curiosidad que el hombre sentía por ella.

Ealdian volvió a encogerse de hombros.

—Tú misma lo has dicho: somos unos pobres desgraciados que han acabado en el mismo agujero —declaró en su mejor tono neutral—. Y sé de primera mano lo duro que resulta sentirse solo y no tener a nadie que te ayude o que mismamente te escuche. —Un músculo tembló en la mandíbula de Guðrun ante eso último—. Así que... Tú simplemente acéptalo.

Ealdian volvió a extender su brazo, ocasionando que la cruz que colgaba de aquel cordel negro se balanceara de un lado a otro, describiendo pequeños círculos.

Tras unos instantes en los que se mantuvo en silencio y mirándolo fijamente a los ojos, la joven aceptó el amuleto. Realmente no tenía nada de especial; tan solo era una cruz tallada en madera oscura, pero el hecho de que el inglés se la hubiera prestado para que su dios la amparase el tiempo que durara aquella guerra le proporcionaba un inmenso valor. Era un detalle que no esperaba y que la había descolocado bastante.

—Supongo que ahora tendré que regresar sí o sí para poder devolvértela, ¿no? —bromeó ella, tratando de distender un poco el ambiente.

Ealdian rio entre dientes.

—Me has pillado —respondió él en el mismo tono.

La sombra de una sonrisa asomó al semblante de Guðrun, cuyas facciones eran tan dulces y armoniosas que el chico a veces se preguntaba si no sería una especie de ángel caído del cielo. Y es que aquellas cicatrices que la rubia se empeñaba tanto en ocultar no le restaban belleza, ni mucho menos. Sino que eran una prueba de su fortaleza, de lo inquebrantable que era su espíritu a pesar de las adversidades. Y eso era algo que él admiraba mucho.

Ha det, leysigni* —se despidió ella, esta vez empleando su lengua materna.

Ahora fue el turno de Ealdian de sonreír.

Ha det, Guðrun.

Aquel era un bosque frío y sombrío, además de monstruosamente magnánimo. Perfecto para levantar su campamento base, cosa que hicieron apenas se adentraron lo suficiente en la espesura. Se habían asentado cerca de un pequeño arroyo que les serviría para abastecerse del agua necesaria para el tiempo que durase el enfrentamiento. Aún quedaban tiendas por montar, pero la mayoría ya estaban alzadas, con sus telas de colores verdes y azules ondeando al compás de aquella brisa que evidenciaba que el invierno estaba llegando a su fin.

Eivør jamás había estado en ese bosque, el cual quedaba al este de Kattegat, muy cerca de la Montaña de la Cicatriz, pero confiaba en que fuese un buen recurso para poder llevar a cabo su estrategia de ataque una vez que iniciase la batalla. O, mejor dicho, las batallas, dado que tenía claro que aquel conflicto civil se iba a alargar bastante. Puede que hasta incluso meses.

La morena había optado por una carpa —de menor tamaño que el resto, claro está— para ella sola, puesto que no le apetecía compartir tienda con nadie que no fuese Drasil. Ahora que estaba casada, su mejor amiga cohabitaba en la misma carpa que Ubbe, y Eivør no tenía el humor ni los ánimos necesarios para interactuar con nadie que no perteneciera a su círculo de confianza. Podría haberse instalado junto al resto de sus compañeras de armas, pero prefería la soledad. Un espacio íntimo y exclusivo para ella que le permitiese reflexionar y poner sus pensamientos en orden.

Y eso era lo que había estado haciendo en la última hora: montar su tienda. Esta apenas era un trozo de lona del tamaño justo para que pudiera estar cómoda en su interior, pero no necesitaba nada más.

Ahora se encontraba en el exterior, sentada en un tocón de madera mientras afilaba su inseparable hacha de mano. La hoja, al entrar en contacto con la piedra de amolar, emitía un enervante chirrido al que Eivør ya estaba más que acostumbrada, de ahí que ni se inmutase cada vez que pasaba el filo por la roca, provocando que varias chispas brotasen a causa de la fricción del acero.

A su alrededor varios hombres y mujeres iban de aquí para allá con aparente ajetreo. Algunos de ellos seguían levantando carpas, otros vaciaban los carromatos con las armas y las provisiones que habían traído de Kattegat y otros simplemente charlaban en pequeños grupos en tanto bebían y comían algo para recuperar fuerzas.

La escudera, en cambio, no tenía hambre. Despedirse de su abuela, a quien había tenido que dejar en la capital por razones más que obvias, le había cerrado el estómago, haciendo que perdiera el apetito. Había sido una despedida dolorosa, hasta el punto de que no había querido alargarla más de lo necesario para no terminar de derrumbarse frente a Hilda.

Tan solo esperaba que los Æsir y los Vanir fueran clementes con ella y le permitiesen volver a reunirse con la völva en cuanto la guerra concluyese.

Como si una fuerza superior la empujara a ello, su mirada fue a parar al grupo de tres hombres que platicaba junto a un portentoso árbol. Sus pulsaciones se dispararon irremediablemente cuando una cabellera rubia —la cual ella conocía muy bien— entró en escena. Su propietario, cuyos orbes celestes eran un fiel reflejo del cielo despejado, se aproximó a esos tres guerreros y se detuvo junto a ellos, palmeándole la espalda al que tenía más cerca.

Sin dejar de afilar su hacha, la muchacha suspiró. No había vuelto a hablar con Björn desde su disputa tras darse a conocer la noticia de su compromiso con Snæfrid y lo cierto era que ninguno había vuelto a buscar al otro para entablar conversación. Su relación se había enfriado a más no poder, estancándose en un punto muerto del que Eivør dudaba que pudiese salir.

Aunque una parte de ella seguía pensando que aquello era lo mejor. Piel de Hierro había contraído nupcias con la princesa sámi hacía unos días, tal y como estaba previsto, y ella no tenía la menor intención de inmiscuirse en su matrimonio. Bastante había tenido ya con Torvi, quien prácticamente no le dirigía la palabra, como para verse de nuevo implicada en un conflicto similar.

Había aprendido la lección.

El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando los ojos de Björn establecieron contacto con los suyos, que permanecían delineados en negro para que el sol no la molestase en exceso.

Eivør apartó rápidamente la vista, volviendo a focalizar toda su atención en el hacha que sostenía en su mano derecha. Trató por todos los medios de mantenerse así, concentrada en su faena, pero, una vez más, aquella fuerza superior la impulsó a alzar la mirada. El corazón le revoloteó dentro del pecho al reparar en que el caudillo vikingo continuaba observándola. Los hombres que lo acompañaban seguían parloteando, pero él había dejado de prestar atención a la conversación que estaban manteniendo para poder contemplarla a ella.

Por Odín, ¿qué tenían esos ojos azules que tanto la atraía? No quería mirarle, pero le resultaba imposible no hacerlo. Era tenerlo cerca y sentir la necesidad de establecer cualquier tipo de contacto con él, aunque fuera el más insignificante... Y realmente lo odiaba. Detestaba que sus emociones tomaran el control de sus actos, como si no fuese más que una simple marioneta.

Se encontraba tan absorta en aquel intercambio de miradas que estaba protagonizando con Björn que, en un despiste por su parte, la mano en la que portaba el hacha se desvió unos centímetros de su trayecto sobre la piedra de amolar. La hoja, que ya estaba lo suficientemente afilada, no entró en contacto con la roca, sino con su otra mano.

La quemazón que sintió apenas el filo abrió la carne hizo que soltara la piedra de inmediato. Eivør rompió el contacto visual con el rubio para poder bajar la mirada hacia su mano herida, en cuyo dorso —muy cerca del hueco que se abría entre el índice y el pulgar— se había formado un corte lo bastante profundo para que varios hilos de sangre emanaran de él.

La skjaldmö agitó la mano en un acto reflejo y maldijo entre dientes, sintiendo cómo el dolor se intensificaba. El flujo también aumentó; varias gotas carmesíes se deslizaron por su piel y se precipitaron hacia el vacío, manchando la tela oscura de su pantalón y la punta de sus botas. Se lo tenía merecido, así la próxima vez no se distraería con nimiedades.

Enganchó el hacha a su cinturón y se puso en pie, sosteniéndose la mano lastimada con la contraria. Y entonces ingresó en su tienda mientras apretaba los dientes y farfullaba cosas ininteligibles, sintiéndose tremendamente estúpida. Una vez dentro, avanzó hacia la mesita que se erigía junto a una de las paredes de lona y cogió el trapo que había sobre su superficie. Un siseo brotó de su garganta en el momento en que presionó el paño sobre la herida para poder detener la hemorragia.

—Ni que fueras una maldita novata, Hrólfrsdóttir —se reprendió a sí misma en un vano intento por ignorar el ardor que ya comenzaba a extenderse por su brazo izquierdo. Tan solo esperaba no necesitar puntos de sutura.

El trozo de tela que hacía la función de puerta se movió tras ella, emitiendo un suave silbido, y fue ahí que, por segunda vez en lo que llevaba de día, el aire abandonó sus pulmones.

Eivør no necesitó darse la vuelta para saber quién había entrado en su carpa. Había algo característico en su presencia, en su manera de andar y de moverse... Y no sabía cómo ni por qué, pero ese algo era fácilmente reconocible para ella.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Eivør, todavía dándole la espalda al recién llegado. Presionó aún más el trapo contra la llaga y apretó los labios para poder contener el quejido que pugnaba por escabullirse de su boca.

Björn se detuvo a un metro de la entrada, con su larga trenza dorada oscilando de un lado a otro sobre su espalda. Con su atuendo de guerrero el primogénito de Ragnar Lothbrok se veía todavía más imponente. Y es que muy pocos en aquel asentamiento poseían su envergadura, además de su fiereza a la hora de combatir.

—He visto que te has cortado —articuló Björn con las manos bajo las axilas—. Tan solo quería asegurarme de que estabas bien. —Hizo un mohín con la boca cuando la más joven se volteó para quedar cara a cara con él.

Aún con el paño cubriendo su herida, Eivør se encogió de hombros.

—Sobreviviré —contestó con simpleza.

Sus rasgos faciales se contrajeron en una mueca de dolor cuando retiró el trozo de tela de la mano en la que tenía el corte. Seguía sangrando y le escocía bastante, incluso podía apreciar cómo la piel circundante al tajo empezaba a hincharse. Piel de Hierro, por su parte, no vaciló a la hora de acortar la distancia que los separaba y detenerse frente a ella, que se puso rígida en un acto reflejo.

—¿Puedo? —consultó a la par que señalaba su mano magullada.

Eivør alzó el mentón con soberbia.

—¿Tu esposa no se estará preguntando dónde estás? —inquirió, punzante—. Deberías estar con ella en vez de preocuparte tanto por una simple escudera. Al fin y al cabo, tienes una alianza que mantener. —No lo pudo evitar, simplemente dejó salir toda su ponzoña. Estaba resentida, era más que evidente.

Ante aquel dardo envenenado, Björn inhaló profundamente.

Saltaba a la vista que su relación con Eivør no estaba atravesando un buen momento. Desde que la noticia de su compromiso con Snæfrid había salido a la luz no habían hecho más que distanciarse, sobre todo a raíz de que la chica se encargara de dejarle claro que ella jamás tendría algo serio con él. Y, aun así, a pesar de que las cosas no estuvieran bien entre ellos, Björn seguía sintiendo la imperiosa necesidad de estar cerca de la guerrera. Le resultaba inevitable, incluso después de su rechazo.

—Solo una mujer ocupa mis pensamientos, y esa no es Snæfrid —confesó el caudillo vikingo, cuyos iris azules no se apartaban de los pardos de su interlocutora.

Los músculos de Eivør entraron en tensión cuando, sin previo aviso, la mano de Björn tomó con gentileza la suya, a fin de cotejar mejor la gravedad del corte. Sus dedos callosos y robustos acariciaron delicadamente su piel, procurando no acercarse demasiado a la herida, de la que continuaban manando hilillos de sangre.

—Lamento que las cosas entre nosotros hayan acabado así, Eivør —pronunció el mayor de los Ragnarsson, volviendo a mirarla. Su mano continuaba aferrando la de la susodicha, que estaba haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para mantenerse inexpresiva—. De veras que lo siento.

Björn dejó una última caricia en sus nudillos y entonces la soltó, ocasionando que una extraña sensación —una amarga— se apoderara de Eivør. Ella lo observó en silencio, con una tormenta de emociones desatándose en su interior, pero no se permitió decir nada.

Aquello no le sorprendió al rubio, quien la conocía lo suficiente como para saber que el orgullo la cegaba. Así que simplemente esbozó una sonrisa desvaída y, luego de girar sobre sus talones, se encaminó hacia la salida. No obstante, antes de abandonar la tienda, Björn se detuvo y se volteó una última vez hacia la morena.

—Deberías ir a que te vieran eso —comentó, señalando con un suave cabeceo la mano izquierda de Eivør—. Una herida infectada podría dificultarte las cosas a la hora de luchar —añadió.

La muchacha no tuvo tiempo de responder. En cuanto Piel de Hierro terminó de hablar, hizo la lona a un lado y salió de la carpa. Y ella... Ella se quedó con aquella sensación amarga expandiéndose por su pecho y oprimiéndole el corazón.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

· ANOTACIONES ·

Mínimo de votos para publicar el siguiente capítulo: 40.

Ha det«adiós».

Leysigni es el término que se empleaba para referirse a aquellos esclavos que eran liberados por sus amos, pasando a convertirse en hombres y mujeres libres.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis amores!

Ay, ay, ay... ¿ESTAMOS PREPARADOS PARA LOS BATALLOTES QUE SE VIENEN? Porque el ejército ya ha abandonado Kattegat para instalarse en el bosque, así que se avecina salseo intensito e infinidad de paros cardíacos. Desde ya aviso que no pago psicólogos ni me hago cargo de los posibles traumas que puedan surgir a raíz de esta última tanda de capítulos u.u

Pero bueno, todo a su debido tiempo xP

¿Qué os ha parecido esa primera escena de Ealdian? Porque a mí me encanta escribir sobre él, de verdad =') Parece ser que nuestro cristianito ha acabado cogiéndole cariño a Drasil uwu La cuestión es: ¿cuándo y en qué circunstancias se reencontrarán? Si es que llegan a hacerlo, claro *sonrisa perversa*.

¿Y QUÉ ME DECÍS DE MI BEBITA GUĐRUN? La amo. Siento una conexión súper especial con su personaje y, al igual que me ocurre con Ealdian, adoro escribir sobre ella. En este cap. hemos podido ver cómo ha evolucionado su relación con el sajón desde el incidente en el mercado... ¿Opiniones? ¿Cómo creéis que se desarrollará todo entre estos dos? Porque Ealdian ha tenido un detalle muy bonito con ella al entregarle su preciada cruz (͡° ͜ʖ ͡°)

Y, bueno, la última escena es para los amantes del Eivörn, jeje. Aunque las cosas entre estos dos no están nada bien, como habéis podido comprobar x'D ¿Creéis que llegarán a arreglarse antes de la batalla o el ship está tan hundido como el Kagertha?

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado de la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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