RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA...

By honeysoulmeli

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Loren se enamoró de un desconocido que le llenó la mente de mentiras y supo ocultar su verdadero ser, pero es... More

𝗔𝗡𝗧𝗘𝗦 𝗗𝗘 𝗟𝗘𝗘𝗥
𝗣𝗥𝗘𝗚𝗨𝗡𝗧𝗔𝗦 𝗬 𝗖𝗢𝗠𝗨𝗡𝗜𝗖𝗔𝗗𝗢𝗦
𝗚𝗥𝗨𝗣𝗢 𝗗𝗘 𝗟𝗘𝗖𝗧𝗢𝗥𝗘𝗦
𝗗𝗘𝗗𝗜𝗖𝗔𝗧𝗢𝗥𝗜𝗔
𝗦𝗜𝗡𝗢𝗣𝗦𝗜𝗦
𝗜𝗡𝗧𝗥𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗨𝗡𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗢𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗖𝗜𝗡𝗖𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗦𝗘𝗜𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗢𝗖𝗛𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗡𝗨𝗘𝗩𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗭
𝗖𝗔𝗣. 𝗢𝗡𝗖𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗢𝗖𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗖𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗖𝗔𝗧𝗢𝗥𝗖𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗤𝗨𝗜𝗡𝗖𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗘̂𝗜𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗢𝗖𝗛𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗡𝗨𝗘𝗩𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗨𝗡𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗗𝗢́𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗧𝗥É𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗖𝗜𝗡𝗖𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗦É𝗜𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗢𝗖𝗛𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗡𝗨𝗘𝗩𝗘
𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗜𝗡𝗧𝗔
𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗜𝗡𝗧𝗔 𝗬 𝗨𝗡𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗜𝗡𝗧𝗔 𝗬 𝗗𝗢𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗜𝗡𝗧𝗔 𝗬 𝗧𝗥𝗘𝗦
𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗜𝗡𝗧𝗔 𝗬 𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢
𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗜𝗡𝗧𝗔 𝗬 𝗖𝗜𝗡𝗖𝗢
CAP. TREINTA Y SEIS
CAP. TREINTA Y SIETE
CAP. TREINTA Y OCHO
CAP. TREINTA Y NUEVE
CAP. CUARENTA
CAP. CUARENTA Y UNO

𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗦

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By honeysoulmeli

Loren Philips


Después de que los guardias de seguridad me arrojaron a la calle como si fuera un perro abandonado, me limpié los ojos llenos de lágrimas. Mi puño aún temblaba de dolor y estaba enrojecido, pero sabía que no se comparaba con el sufrimiento que Adrián estaría experimentando en ese momento. Me sentía desorientada, sin saber a dónde ir ni qué hacer. Las personas a mi alrededor me miraban con confusión, y la vergüenza comenzaba a inundarme.

Mi vida giraba en torno a él. Había perdido toda autonomía y el peso sobre mis hombros era abrumador. De repente, todo cobró sentido: cada aroma, cada llamada, cada reunión; todo era una farsa. Sin embargo, el miedo me paralizaba, ya que todo lo que tenía lo debía a él, ignorando mis propios esfuerzos y deseos de superación.

Mis ojos estaban nublados, y el pensamiento de haber olvidado mis anteojos me atormentaba. A pesar de que mis rodillas temblaban, seguí avanzando; solo quería escapar, anhelaba desesperadamente hacerlo.

Froté suavemente mis párpados para intentar distinguir la siguiente calle. Al otro lado, vi una cafetería abierta. Quizás podrían prestarme un teléfono para llamar a Madison. Había olvidado por completo que ella estaba en casa, probablemente cuidando al cachorro. Antes de cruzar, visualicé los autos que se acercaban hacia mí y corrí para evitar ser atropellada, ya que la zona del hospital estaba muy transitada.

Mis rodillas volvieron a temblar, haciéndome sentir insegura, temiendo caer. La voz de mis pensamientos intrusivos repetía: "Tal vez si eres todo lo que él dijo y tu cuerpo ya no puede con esos kilogramos demás".

Mareada y con los ojos hinchados, abrí las puertas de la cafetería. El único sonido que se escuchaba era el de mi llanto incontrolable. Sentí las miradas a mi alrededor y, al levantar la cabeza, una mujer asombrada por lo que veía a simple vista. No pude evitar sentirme avergonzada y ocultar mi dolor con una leve sonrisa.

—¿Estás bien? —preguntó ella mientras se acercaba.

—En realidad, no mucho. Solo quiero un café y un lugar donde poder llorar... —murmuré en voz baja, para que no me escucharan.

—¿Deseas algo más?

Mis ojos se desviaron hacia el menú de postres anotados en un tablero de madera cerca de la barra, y rápidamente negué. La comida se había convertido en mi red de confianza desde hacía tiempo, pero ya no quería seguir con eso.

—No, gracias. Solo el café... sin azúcar. —Limpié con mi antebrazo los mocos que comenzaban a escurrirse por mi labio superior—. No quiero molestar más.

—Pero, cariño, estás temblando. —Puso su mano en mi frente y continuó—: Y no tienes fiebre...

De repente, otro fuerte mareo me golpeó, y esta vez, mi cuerpo no pudo soportarlo más, haciendo que cayera al suelo de rodillas, tal como mis pensamientos habían advertido minutos antes.

La mujer trató rápidamente de ayudarme, pero me negué a recibir ayuda, no quería más dramas en la lista infinita de recuerdos.

Las preguntas instantáneas comenzaron a consumirme de nuevo, como cuando estaba dentro del hospital: «¿Por qué nos casamos? ¿Por qué tantas promesas? ¿Por qué tantos "te amo"?».

—Estoy bien, puedo hacerlo sola —susurré, levantándome como si no hubiera pasado nada.

—¿Quién te hizo tanto daño, cariño? —preguntó, pero no respondí. Sus manos con rapidez secaron mis lágrimas y sin avisar, sus brazos me rodearon con fuerza—. Tranquila —susurró con voz dulce—. Estarás bien, cariño.

Por alguna razón inexplicable, no me sentí atacada o molesta por su intromisión; era más como el abrazo que nunca me habían dado las personas que amé.

—No creo que pueda volver a estar bien.

—¿Por qué?

—Me traicionó la persona que más he amado, me traicionó tantas veces —Mis lágrimas comenzaron a empapar su suéter, pero a ella parecía no importarle—. Nunca pensé que él sería capaz de causarme tanto dolor.

Levantó mi mentón con sus finas manos, haciendo que nos miráramos a los ojos, y dijo:

—Todo tiene una razón, llora y vive tu dolor, pero no te culpes por decisiones que no están en tus manos. Todos somos pasajeros en el mundo de los demás, no le des más poder del que ya tiene sobre ti. El amor siempre vuelve, y de las personas menos esperadas.

—Pero mírame, ¿quién podría amarme o quererme? Ni siquiera mis padres biológicos quisieron estar en mi vida, ahora mi matrimonio se ha ido al carajo y ya no me gusta lo que veo en el espejo.

—¿Tu cuerpo te define como persona? ¿El daño que te causaron te define como persona? Dime.

—No, yo sé que no.

—Entonces enfócate en lo que tú amas y cura tus heridas con el amor que tienes para dar a otros, guarda tus sentimientos para ti. Tiempo al tiempo.

—¿Eso qué significa?

—Significa que... ya vendrá tu momento para amar y ser amada, ya llegará esa persona que te amará incluso en tu peor momento.

Aún no nos habíamos presentado, pero sus palabras eran un consuelo para mi mente que no paraba de torturarme por haber aumentado de peso y haber dejado de arreglarme desde que perdí el embarazo.

La abracé fuertemente, no quería soltarla. Estar cerca de ella se sentía familiar, como estar en casa. Me dolía tanto no tener a nadie con quien refugiarme, mis padres adoptivos habían fallecido en un accidente automovilístico meses antes de mi boda secreta con Adrián, y los extrañaba para seguir adelante.

Después de un rato de sentarme en una de las mesas que me ofreció, mi respiración se calmó, aunque mis ojos estaban hinchados y, por ende, mi vista era algo borrosa.

«Madison sigue en casa», recordé.

—¿Podría prestarme su teléfono? —pregunté avergonzada, cuando Mariana regresó con la taza de café en las manos.

En la bolsa de plástico donde venía la ropa había una tarjeta de presentación con su número telefónico: necesitaba llamarla y explicarle lo que había sucedido.

—Claro, tengo uno fijo en la cocina, acompáñame.

Al entrar, todo era muy distinto; una casa aparentemente espaciosa con detalles tradicionales de la cultura mexicana, que reconocí por un viaje previo con Adrián. Pero al estar embobada mirando, aplasté un pequeño juguete, el cual comenzó a emitir una canción, y me percaté de todos los demás que había en el suelo.

—Lo siento, Alberto es un poco destructivo al jugar.

—¿Su hijo?

—Nieto, soy vieja para tener otra criatura —rió con ironía y no pude evitar sonreír un poco.

Calculaba que tenía unos cincuenta años como máximo, pero su rostro sin muchas arrugas la hacía parecer aún más joven.

—Mi hija trabaja en el hospital, y yo cuido al bebé —agregó.

—Oh, entiendo, no haré ruido.

El pequeño estaba dormido en un sillón, sosteniendo un peluche de felpa que lo hacía ver más adorable, pero la canción que había hecho el juguete parecía querer despertarlo.

«Mi bebé tendría casi la misma edad. Me hubiera encantado conocerlo, abrazarlo, cuidarlo y verlo crecer. Tal vez sería igual de bello que Alberto...».

La señora Mariana, cuyo nombre estaba en la camiseta del uniforme, me entregó el teléfono en la mano; salí de nuevo para no despertar al bebé con la llamada, y ella se quedó adentro vigilando por si despertaba.

Tecleé el número de Madison y rápidamente entró la llamada. Desde donde me encontraba, observaba el estacionamiento y la salida del hospital, sumida en la incertidumbre de si Adrián ya se había marchado o seguía dentro del edificio.

—¡Hola, mamá!, te dije que estaría ocupada —contestó Madison.

La sorpresa se apoderó de mí al reconocer su voz. Dos almas increíbles, conectadas por lazos invisibles.

—¿Madison, eres tú? —pregunté, sorprendida.

—¿Loren? Qué sorpresa, ¿cómo supiste mi dirección?

—Crucé la calle…—respondí con ironía.

Escuché su risa contagiosa resonando en mis oídos.

—Debí decirte que mi casa está al cruzar la calle, por cierto, tu perrito está muy bien.

—¿En serio? —exhalé un suspiro de alivio.

—Parece que encontró la comida antes de que llegara —añadió—. ¿Qué te han dicho sobre tu marido? ¿ya despertó?

El nudo en mi garganta se apretó más. Momentáneamente, olvidé todo lo que estaba ocurriendo al escuchar su voz.

—No puedo darte explicaciones por teléfono... prefiero esperar a que llegues, han ocurrido muchas cosas y necesito que me hagas otro favor.

—Claro, dime.

Mientras miraba por la ventana del local, pude vislumbrar una figura familiar saliendo del hospital en un mar de furia; era Adrián. Andrea parecía intentar seguirle, pero un automóvil se detuvo frente a él y rápidamente se marchó, dejando a Andrea atrás.

«No puede ser...».

—Madison, necesitas salir rápido de ahí.

—No me asustes, ¿qué está pasando?

—No hay tiempo, por favor, entra a la última habitación del fondo: saca una maleta del armario y empaca todo lo que encuentres femenino, arriba del... —Mi voz se extinguió cuando el auto desapareció de mi campo visual—. El escritorio hay un fólder con documentos, también empácalos.

Intentaba mantener la calma, no quería desencadenar otra crisis, necesitaba mis medicamentos.

—¿Las tarjetas que están aquí, también?

—Sí, mi teléfono está en la tercera habitación.

Su respiración agitada resonaba al otro lado de la línea, como si estuviera corriendo de un lado a otro buscando lo que le pedía.

—Ya encontré tu teléfono, ¿qué más hago?

—Sal de la casa con discreción y llama a un taxi.

—¿Y qué hago con el perrito?

Lo pensé un poco y respondí con melancolía:

—Tendrás que dejarlo, no creo que puedas con todo, es demasiado.

Me dolía, pero sabía que no era seguro traerlo conmigo.

—El taxi tardará diez minutos en llegar —me informó unos segundos después.

—Es mucho tiempo, Adrián furioso es capaz de llegar en cinco minutos...

—¿Estoy en peligro?

—Sí, algo así.

—Tranquila, llegaré pronto.

Tras colgar, me senté en la barra del local, completamente angustiada y olvidando por completo la existencia de las cámaras de seguridad. Cada segundo parecía una tortura, cada minuto se dilataba en una eternidad.

Fijé la mirada en el suelo, ensimismada en mis pensamientos, hasta que el tintineo de la puerta me hizo volver a la realidad.

—¡Hola! Adivina a quién traje conmigo —dijo, ocultando algo bajo una manta.

—Lo trajiste, ¿verdad? —afirmé.

Asintió con una sonrisa, retirando la manta que lo cubría.

—No podía dejarlo, es tan lindo —susurró, abrazándolo con ternura.

—Me recuerda a él...

Tomé al cachorro entre mis manos, su suavidad era reconfortante.

—Entonces ya es mío. Lo llamaré chispita —bromeó, mientras arrastraba una maleta.

—No se llamará así —le aseguré.

Ayudé a cargar la maleta dentro de la casa, sumida en la confusión sobre mi futuro, sin un lugar al que llamar hogar.

Había contemplado la idea de alquilar un departamento, pero la falta de ánimo y la evasión de regresar al trabajo me aterraban. La sola idea de que Adrián pudiera buscarme me atemorizaba.

—Así que ya conociste a mi bebé Alberto —comentó, saliendo con el pequeño en brazos.

—Sí, ¿qué edad tiene? —pregunté con curiosidad.

—Un año y cinco meses, de hacerme feliz y no dejarme dormir.

—¿Puedo cargarlo?

—Claro, pero tenemos que hablar. Ah, por cierto, tu teléfono no ha parado de sonar.

Tal vez era Adrián, pero no tenía ánimos de escucharlo.

—Después veré quién es, no te preocupes.

Continuamos con la conversación, pero mi mente estaba en otro lugar. Mi vida había dado un giro inesperado y no sabía cómo enfrentar los desafíos que se avecinaban. Sin embargo, tener a Madison a mi lado me daba un poco de esperanza en medio de la oscuridad.

El tiempo pasó lentamente mientras discutíamos los siguientes pasos a seguir. Decidimos que lo mejor era mantenernos en contacto y esperar a que las aguas se calmaran antes de tomar decisiones definitivas.

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