Nadie es perfecto

Από DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... Περισσότερα

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

6.-El otro lado del cristal (3ª parte)

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Από DianaMuniz

En sus sueños, la luna teñía de azul el cuerpo dormido de Zero y él bajaba esa sábana en vez de subirla. En sus sueños, recorría el paisaje del placer abriendo senderos de besos con la lengua, provocando terremotos que erizaban la superficie de ese mundo y se adentraba en sus profundidades para arrancar los gemidos de sus entrañas. Pero eso era en sus sueños, y al despertar, la ausencia le asfixiaba tanto como la tela de sus pantalones.

-Fantástico -masculló al verse traicionado por su subconsciente. No era la primera vez que le pasaba y sabía que no sería la última-. Esto empieza a ser enfermizo -se dijo, pensando que tenía que hacer algo para poner fin a esa obsesión. Si lo que necesitaba era sexo, bien, no era la primera vez que contrataba los servicios de un amante profesional. Pero ahora no estaba en Galileo, estaba en la cama de la Odisea. Allí no había amantes profesionales. Allí solo estaban... Una idea se abrió paso a través de su mente como un gusano se abría paso hacia el corazón de la manzana. ¿Por qué no? Los androides Eros habían sido destinados para ese fin. Habían resultado muy útiles para solucionar ciertos problemas en la población adolescente de la nave.

-Yo no soy un adolescente -se dijo, e intentó conciliar de nuevo el sueño. Pero no había cerrado los ojos cuando las imágenes que le habían despertado le asaltaron de nuevo sin piedad acrecentando el vacío y la presión-. Mierda -murmuró de nuevo al ver que su problema se hacía más grande. Por supuesto, había muchas formas de remediar el asunto de la presión pero eso solo aliviaría la parte fisiológica-. Ulises -llamó, intentando que la vergüenza que sentía no se transparentara en su voz-, envíame a uno de los Eros.

-Por supuesto. El Eros X-359, llamado Telémaco, llegará en un tiempo estimado de un minuto y cuarenta y cuatro segundos.

-Bien -dijo y no necesitó preguntar quién era cuando escuchó abrirse la puerta de la habitación.

Telémaco tenía la apariencia de un joven fotosintético de cabello castaño, alguien que no pasaría desapercibido en una tripulación compuesta casi exclusivamente por leónidas. Los Eros tenían terminantemente prohibido adoptar las formas de ningún miembro de la pequeña comunidad. Tristan sabía que no siempre aceptaban esa orden a rajatabla, pero en las contadas ocasiones que esto no había sucedido, había sido más un remedio que un problema. De todas formas, el aspecto que tenía ahora Telémaco, no era el que necesitaba. ¿Qué forma podía darle? Pensó en alguna de sus visitas al catálogo de la casa de placer de Galileo, pero a quién quería engañar, no era eso lo que buscaba en ese momento.

«Sé lo que quiero, ¿por qué no tengo el valor de pedírselo?».

Sin haber dicho nada, el androide transmutó su apariencia para adquirir la de un leónida de ojos azules y dorada melena rizada. Un sentimiento de nostalgia y amargura se hizo grande en él y le invitó a cumplir con un deseo que llevaba mucho tiempo dormido en su interior. Pero no era ese deseo el que quería calmar ahora.

-No -gruñó, y se enfadó con Telémaco por resucitar sus fantasmas-. Esa apariencia no.

-¿Cuál debo tomar, entonces? -preguntó el androide con voz solícita.

-Tienes acceso a los bancos de datos de Ulises, ¿verdad? Reúne la información correspondiente a Adam Alcide. Sé que tenemos imágenes cedidas ya que nos encargaron su eliminación.

-La orden fue anulada -observó Telémaco.

-Lo sé, pero los datos siguen allí. Quiero que adoptes la apariencia de Adam Alcide.

El cambio fue instantáneo y asombroso. Era él, no había ninguna duda pero... le faltaba algo. «Después de todo, no solo era sexo», se recordó y sonrió para sí, pensando si aquel joven algún día sería consciente de la huella que había dejado. Ordenó a Telémaco que se quitara la ropa mientras él hacía lo mismo.

«No solo es sexo, eso puedo tenerlo».

***

Estaba cambiado. La fatiga y la hambruna habían hecho mella en él agudizando sus facciones, dándole un aspecto felino. Las clavículas sobresalían por el cuello del pijama de enfermería con el que estaba vestido. La última vez que se vieron, su cabello era una cortina de plata que cubría sus hombros y llegaba hasta su cintura. Ahora, a duras penas escondería su mano.

-Dejadnos solos -pidió.

Garou asintió con la cabeza y se marchó sin mediar palabra, Artos le siguió y solo Dorrick permaneció en la habitación.

-Le he cuidado lo mejor que podido -dijo Dorrick.

-Lo sé -asintió Tristan, era consciente de ello.

-Es... peligroso -añadió refiriéndose a los asesinatos del Elíseo, pero él no se habría sorprendido. Conocía de memoria el informe médico del doctor Milo, sabía que, si se le acorralaba, Zero era imprevisible-. No sé de qué le conoces pero no te fíes de él, es mucho más de lo que aparenta.

-Eso también lo sé. -Tristan creyó que Dorrick nunca abandonaría la habitación pero finalmente lo hizo-. Ulises, no quiero interrupciones -dijo en voz alta. Ahora estaban solos. Había planeado mil veces ese momento pero... Zero le observaba sin decir nada. Parecía sorprendido, pero le había reconocido. De eso no cabía duda-. Ha pasado mucho tiempo -dijo, intentando empezar una conversación.

Zero asintió, parecía confundido. Parecía tan perdido, tan indefenso...

-Tu pelo... -murmuró con tristeza, recordando la brillante mata que había acariciado.

-¡Crecerá! -se apresuró a contestar Zero. Tristan se sorprendió por su reacción, no había pretendido molestarle-. ¿Por qué...? -La voz le temblaba-. ¿Por qué estoy aquí?

-Porque no quiero que mueras -contestó, y era la verdad-. Hay alguien que...

-... que me odia tanto que no se conforma con verme muerto -dijo Zero terminando la frase por él-. Lo sé. ¿Crees que no me he dado cuenta? Pero sigo sin saber por qué te importa a ti. «¿Eres consciente que cuando salga por esa puerta no volverás a verme?» -Sus propias palabras le atacaron a través de los labios de Zero-. Entonces dije que sí pero la verdad es que tardé bastante en ser consciente. Y... y no sé por qué. ¡Ni siquiera sé tu nombre!

-¿No sabes mi...?-se extrañó-. ¿No lo preguntaste? ¿Ni cuando me fui, después de que discutiéramos?

-Tampoco entonces -dijo Zero con una mueca.

-Temo preguntar... ¿por qué no lo hiciste? ¿Tan enfadado estabas que no querías...?

-¿Enfadado? -Zero rio con amargura-. Esa es buena. Supongo que sí, cualquiera en mi situación habría actuado con despecho. Pero yo soy estúpido, ¿recuerdas? ¡No lo pregunté porque tú no querías que lo supiera! Exactamente lo mismo que te contesté aquella vez.

-Nunca he creído que fueras estúpido -se defendió.

-«Ni siquiera tú eres tan estúpido» -De nuevo sus palabras eran arrojadas en su contra-. Tengo buena memoria.

-Intentaba hacerte reaccionar -se disculpó-. Nunca he creído que fueras estúpido. Ni por un momento.

-No es necesario que lo creas tú, ya lo creo yo por los dos. -La voz de Zero estaba teñida de amargura-. Oye, agradezco que me ayudes. De verdad. Pero... quiero ir a casa.

-¿Ir a casa? Por supuesto, ¿dónde está? -preguntó. Y se arrepintió de hacerlo cuando vio la expresión dolida con la que le miró el joven. Sus iris azules, tenían el color irreal del cielo de Galileo. Mirarse en ellos era como si este le devolviera la mirada. Y había dolor, mucho dolor-. Lo siento -se disculpó, volviendo a sentirse extraño al compartir emociones que no le pertenecían-, no quería echarte nada en cara. -dijo y levantó la mano, buscando el contacto de su mejilla.

-¡No! -exclamó Zero dando un paso atrás antes de que llegara a tocarle. Tristan retiró el gesto entre sorprendido y molesto-. ¿Para eso me has traído aquí? ¿Sexo?

-Sería más sencillo si solo fuera eso -murmuró. Él mismo se lo había planteado muchas veces y sí, el sexo tenía solución-. ¿Sabes? Esta conversación me recuerda mucho a la que tuvimos la última vez. Cuando me preguntaste por qué había escogido salvar tu vida. ¿Qué te respondí entonces, Zero? Mi respuesta no ha cambiado. Es el mismo motivo por el que estás aquí.

-Dijiste... Dijiste que te había dado algo que no te había dado nadie -dijo en apenas un susurro. Tristan alzó la mano de nuevo y esta vez, Zero permitió que le acariciara la mejilla. Una vez más, el cielo le devolvió la mirada-. Te busqué, ¿sabes? Te busqué en todas partes. -Tristan le miró sin comprender-. Busqué sentir lo mismo que aquella vez. Te busqué en cada persona que se cruzó en mi vida y no te encontré.

-Zero... -suspiró, intentando contener la extraña alegría que parecía adueñarse de él-. Siempre he sabido dónde estabas -confesó avergonzado-. Estos tres años he estado allí. Siempre había alguien cerca que te cuidaba. Que te protegía si te metías en líos, que llamaba al servicio médico si tenías un... accidente. -Zero se sorprendió al escuchar sus palabras, sabía de qué le estaba hablando-. Solo tenías que haber pronunciado mi nombre y yo habría movido cielo y tierra por volver a encontrarte. Lo único que sabía era que no quería que te pasara nada -continuó-. Cuando hace dos meses desapareciste... me dije a mí mismo que si te encontraba, no me volvería a conformar con mirar desde lejos.

-Pero no podía llamarte -dijo-. Eres... Nadie.

-Me gustaría seguir siendo Nadie -dijo. «Ojalá fuera Nadie»-. Sin nombres, sin obligaciones... Sé tan bien cómo debo actuar en cada situación, tengo tan asimilado el autocontrol que ya me he olvidado de cómo es sentir -confesó-. Es como estar anestesiado. Tú me lo recuerdas.

Quizá había hablado de más. Lo había dado todo, no se había reservado nada. Necesitaba a Zero casi tanto como el aire, necesitaba saber que existía, que estaba vivo, que estaba bien. Aunque eso significara años luz de distancia y el anonimato. Él no lo sabía pero se había convertido en el refugio de su humanidad y ahora tenía el poder para destrozarlo por completo, aunque no fuera consciente de ese poder.

Pero Zero tenía las ideas más claras y más iniciativa. Había comprendido antes que ya no era momento de más palabras. Intentó moverse pero las esposas magnéticas se lo impidieron. Pero no se dio por vencido, acercó tanto su rostro que no dejó lugar a dudas. Tristan sujetó su cara y le besó.

«Su sabor, su aroma...», nada de eso había podido brindarle Telémaco. La perfecta máquina se convertía en un triste juguete al compararse con el original. Su propio cuerpo le mostraba lo mucho que había añorado el contacto de su amante original.

-Este no es el sitio -recordó su cordura, pero fue apartada a un lado sin reparos por esa hambre que le impelía a devorar el cuerpo que tenía delante. Zero se revolvió. Se apartó un momento para descubrir que estaba peleándose de nuevo con sus instintos y las esposas-. Esto es molesto -gruñó.

-Dímelo a mí -bromeó Zero.

-Yo no tengo las llaves -dijo, intentando recordar-. Lo siento.

-Es incómodo pero... tiene un punto divertido -dijo Zero encogiéndose de hombros.

Tristan tomó ese comentario como una invitación. Y retomó lo que había empezado, comenzando en sus labios, siguiendo por su cuello...

No necesitó mirar para saber de dónde venía ese siseo. Se apartó un segundo demasiado tarde. «¡Le dije que cerrara, que no quería interrupciones!», exclamó su subconsciente hirviendo en rabia. Zero se retiró, sorprendido y asustado, le miró y miró a los intrusos, alzando la barbilla en un gesto desafiante que no pasó desapercibido para él.

«Al menos no es Rodrick», se consoló al ver que los recién llegados eran los que acababan de salir por la puerta apenas unos minutos antes.

-Esperábamos a que acabaras para concretar la hora de la reunión -acertó a decir Dorrick. Parecía muy incómodo, no podía culparle-. La puerta se abrió sin más y creímos que era tu forma de decirnos que ya podíamos entrar.

-Creo que Ulises está enfadado contigo -comentó Artos. Sí, una nueva muesca en la lista de victorias de Ulises que le acercaban más y más a su desconexión total.

-Artos -dijo Tristan, poniendo toda su voluntad en que su voz sonara voz firme-, llévate a Zero a su habitación. Quítale las esposas pero mantén las puertas cerradas. Puede salir de ella siempre y cuando alguien le acompañe. No quiero que ande solo por la Odisea.

-Claro -asintió su hermano llevándose a Zero con él.

Antes de abandonar la habitación, pudo sentir la mirada del cielo sobre él, una vez más, pero esta vez no la devolvió. No, no podía mostrar debilidad. La supervivencia de ambos dependía de que él fuera capaz de manejar esa situación.

-¿Eso era todo el misterio? -gruñó Garou, en un tono demasiado alto- ¿Te has traído a tu puta a la Odisea?

-¿Son celos eso que detecto en tu voz? -replicó Tristan-. ¿Míos o de él? Porque todavía recuerdo la amable invitación que me hiciste cuando nos conocimos.

-Sabes a qué me refiero.

-No, no lo sé. No me he traído a ninguna puta a mi nave. He traído al accionista mayoritario del cincuenta por ciento de la A&A, hay una significativa diferencia.

-¿Y qué era eso? -exclamó el gigante gris en clara referencia a lo que estaban haciendo cuando les interrumpieron-. ¿Una transacción comercial?

-Algo así -asintió improvisando sobre la marcha-. Él y yo compartimos una historia anterior. Se cazan más moscas con miel que con vinagre -recordó-. Y podría ser un aliado formidable.

-¿Eso es lo que dirás en la reunión? -preguntó Dorrick.

-¿Reunión?

-A eso veníamos, ya han llegado Viento-Helado y Piedra-Negra, y los otros señores te esperan desde hace un cuarto de hora. ¿Tus transacciones comerciales con Zero saldrán en la reunión?

-Preferiría acabar las negociaciones antes de dar cuentas de su resultado -dijo Tristan.

-Bien -gruñó Garou-, diré que la reunión se aplaza... ¿Una hora? Con eso tendrás tiempo de sobra para que saldes tus... negociaciones.

***

La puerta de su despacho se abrió de golpe dejando entrar al torbellino de seda multicolor que suponía Lenda Elharo. Hacía mucho tiempo que no se veían. Tristan ya no iba a Galileo tanto como le habría gustado y quedar para charlar con un amigo, no eran excusa suficiente para un viaje de tres días. Las obligaciones en las Termópilas y la Odisea ocupaban casi todo su tiempo y ya no había grandes planes que trazar en el planeta artificial.

-¿Vestido para la caza? -preguntó Tristan, observando el llamativo atuendo del óptimo.

-Siempre -asintió divertido-. Estoy invitado a una fiesta esta noche y tengo que dar una charla práctica sobre la manipulación de los puntos de placer femeninos. ¿Te quieres venir?

-Sin ánimo de ofender, no me interesa mucho esa charla -rechazó con una mueca.

-No me ofendes, pero nunca se sabe si habrá un bello príncipe heredero de un imperio, que necesite ser rescatado de las manos de su malvado tío -se burló. Tristan sonrió, se negaba a mostrar que el comentario le había hecho daño. No pensaba concederle esa victoria-. Por cierto, ¿sabes algo de él? Me quedé con las ganas de conocerle personalmente.

-No, nada -negó con la cabeza-. Me despidió con un puñetazo así que lo interpreté como un "no hace falta que me llames".

-¡Qué melodramático eres! -exclamó Lenda poniendo los ojos en blanco-. Solo estaba alterado. Razones no le faltaban. No deberías darle importancia. Si te sirve de consuelo, yo sí sé algunas cosas.

-No quiero saberlas -murmuró Tristan. Quizá no era mala idea salir de fiesta esa noche. Los planes de Lenda no solían ser de su estilo pero a lo mejor les daba suficiente tema de conversación para no tener que recurrir de nuevo a Zero.

-Sigue vivo -dijo el óptimo desoyendo sus palabras-. Sigue rico y sigue muy soltero.

-¿Muy soltero? -preguntó Tristan, intrigado a su pesar.

-Sí, soltero en plan "tengo un cuerpo perfecto y no sé si está más abultada mi cartera o mi paquete". No se aburre. O eso es lo que dicen las revistas del corazón. El chico es carnaza de la buena y le persiguen las pirañas. Eso desespera a su socios en la A&A, sobre todo por la preocupante aparición de arpías trepadoras.

-¿Lees revistas del corazón?-dijo, pero la verdad era que no le sorprendía.

-No, leo estudios mercantiles -replicó el óptimo haciéndose el ofendido-. En ellos hablaban de los problemas de reputación a los que tenía que hacer frente la A&A debido a los cuestionables hábitos de vida de su socio mayoritario. Desde luego, fuiste un punto de inflexión en la vida de ese chico. ¿Qué demonios le hiciste para que el angelito se convirtiera en demonio?

-¿Se ha convertido en demonio? -preguntó, más asustado de lo quería reconocer. ¿Y si Lenda tenía razón? ¿Y si había despertado al monstruo que habitaba en el genoma de Zero?

-Un demonio de la lujuria y de la fiesta -suspiró Lenda-. Tranquilo. Solo parece un crío con ganas de juerga, no un megalomaníaco psicópata. Está viviendo una fase rebelde, nada más.

-De todas formas -dijo, aunque se sintió aliviado ante la aclaración de su amigo-. Él no era así. Él no... -No continuó-. Puede que también sea culpa mía.

-Te tienes en muy alta estima -bromeó Lenda-. Seguro que no eres el primer amante que le supone un desengaño. Tiene veintiún años y el cuerpo de un dios rencarnado, seguro que ha tenido cientos de... -No continuó, le miró y dejó caer los hombros-. No había otros, ¿verdad?

-Fui el primero -confesó Tristan, sintiéndose avergonzado por compartir un secreto que no era solo suyo.

-Querrás decir, el primer hombre.

-No, quiero decir el primero.

-Joder -suspiró el óptimo dejándose caer en una silla-. Menuda responsabilidad. La parte positiva es que no tenía nada para comparar, así que si no le dolió mucho...

-¿Podrías dejar de ser tú por un momento? -exclamó Tristan.

-Deberías relajarte -recordó Lenda tras una pausa en la que Tristan tuvo que centrarse en la respiración para mantener al límite sus pulsaciones. No debía alterarse, y menos por una tontería así-. No llevas inhibidor de spartina y...

-Lo sé -dijo el leónida-. Llevo píldoras encima de todas formas -dijo, mostrando la cajita que contenía un inhibidor instantáneo que frenaría en seco cualquier indicio de transformación.

-Siento haber bromeado -dijo Lenda con la cabeza gacha-. No pretendía molestarte más de lo necesario. No sabía que el chico te importara tanto.

-Yo tampoco -se vio obligado a admitir-. ¿Puedo hacerte más confesiones? Necesito que me digas que estoy loco y puede que necesite tu ayuda médica para solucionarlo.

-Me estás preocupando... -dijo el óptimo, y Tristan no supo distinguir si era una broma o no.

-Le veo a todas horas. Sueño con él incluso cuando estoy despierto, y son sueños muy reales que van más allá de la lujuria. A veces me parece reconocer el olor de su piel, otras veces su sabor llena mi boca...

-Empiezo a captar la idea, gracias -gruñó Lenda.

-Pero no está. Y he hecho todo lo posible por quitármelo de la cabeza y puede que sea porque... estoy aburrido, porque todo va bien, porque si no, no me explico cómo puedo perder el tiempo de esta forma. Es... como si no fuera yo. Me siento estúpido, como si tuviera quince años solo que con quince años yo estaba muy ocupado asesinando a mis hermanos. Debo de tener algún tipo de absurdo desajuste hormonal o un problema con esos malditos genes de diseño que te hacen tanta gracia. Tiene que ser algo físico... Algo que se pueda curar. Me siento... envenenado.

-Entiendo... -murmuró Lenda-. Estás enfermo.

-Deja de burlarte -gruñó Tristan-. Ahora no soy tu amigo, soy tu paciente. Eso significa que esta conversación nunca trascenderá de esta habitación.

-Ya lo he pillado -se defendió-. Y no me burlaba. Estás enfermo, de verdad. ¿Cuánto hace que pasó aquello? ¿Tres meses? El tiempo debería haber sido más que suficiente -dijo pensando en voz alta-. Pero debe de ser tan desquiciante para un maniático del control como tú, que no has hecho más que retroalimentar tu problema. Genial. Eres un hipocondríaco de los sentimientos. Cualquier otro se habría dado cuenta y habría suspirado en la distancia y ahí se habría acabado todo. ¿Quieres saber tu problema? Estás enamorado, Tristan.

-No lo estoy -dijo, pero no consiguió sonar muy convincente.

-Vale, lo que tú digas, no lo estás. Solo estás completamente obcecado, tómate un par de tranquilizantes o ¡córtate las venas! ¡Llora por las esquinas! ¡O escucha canciones deprimentes! Escribe larguísimas y ridículas cartas, lo que quieras. Hay mil formas de luchar contra ese sentimiento. Porque es eso, un sentimiento. Esas cosas que entierras en tu fortaleza imaginaria. Así que, haz eso, entiérrala y haz como que nunca ha existido y vuelve a ser tú.

-Eso me gustaría -reconoció Tristan. Se sentía ridículo por mantener esa conversación, y a la vez agradecido por tener a alguien con quien mantenerla.

-¿Sabes la mejor fórmula para luchar contra ese virus? -dijo Lenda acompañándole a la puerta-. Irte de fiesta, emborracharte y acostarte con quien sea. Todos los gatos son pardos en la oscuridad y el alcohol distorsiona los recuerdos. Se trata de mantenerse ocupado. Así que, ¡vámonos! -Tristan se quedó inmóvil en el umbral. Las palabras de Lenda tenían sentido, tenían mucho sentido. ¿Y si no era el único que necesitaba una cura? Ese pensamiento le hizo sonreír-. ¿Qué...? ¡Mierda! -exclamó el óptimo consciente de lo que implicaban sus palabras.

-Creo que me quedo -dijo Tristan, volviendo al escritorio-. No me va lo de llorar por las esquinas.

-Será ahora -gruñó Lenda-. ¿Y ahora? ¿Qué piensas hacer? Que el chico se haya dado a la juerga no significa necesariamente que sienta lo mismo que tú.

-Lo averiguaré -dijo-. No avanzaré sin estar seguro. Nunca lo hago. Pero... no voy a dejarlo estar si existe la más remota posibilidad de que sienta algo parecido por mí. Buscaré el momento y sabré cómo... He conquistado un planeta; no puede ser tan difícil.

***

Se cambió la camisa con una sonrisa de satisfacción tatuada en su rostro. Las negociaciones, como lo había llamado Garou, habían resultado muy satisfactorias. Zero había crecido y ya no era el mismo chico inocente que conociera en Galileo pero, sin embargo, seguía siendo el mismo chico, ansioso por demostrar lo que había aprendido como un estudiante que busca la aceptación de su maestro. A pesar de todo lo sucedido, a pesar de todo por lo que había pasado, seguía manteniendo esa extraña aura de inocencia que le hacía tan atrayente. ¿Cómo podía existir alguien así? Esa pregunta le fascinaba.

Ahora tenía que mantenerle con vida.

-Disculpen el retraso -dijo tomando asiento al frente de la mesa oval. Repasó los rostros de sus aliados y los distribuyó en categorías según la magnitud de los problemas que le causarían.

-¿Cómo han ido las negociaciones? -preguntó Rodrick con fingida inocencia. Garou y Dorrick se miraron extrañados, ellos no habían dicho nada-. Me he tomado la libertad de presentar a los socios un pequeño avance.

-¿Adam Alcide? -preguntó un leónida casi tan grande como Garou y con una larga barba cuidadosamente recortada. Piedra-negra, uno de los causantes de la demora y de que ahora estuvieran debatiendo sobre Zero-. Su compañía ha puesto una recompensa. Yo digo que se lo devolvamos, poco a poco -rio.

-Nos es más útil vivo -dijo Tristan.

-¿Por qué? ¿Nos lo pasarás a nosotros cuando acabes con él? -rio de nuevo-. Me ha dicho que parece una niña con melena de plata. Será divertido.

-¿Sabes, Rhagu? Con leónidas como tú nunca habríamos salido de Sparta. Seguiríamos allí, ahogándonos en nuestra propia sangre mientras los príncipes de Origen se enriquecen con nuestra tierra. Eres incapaz de pensar más allá de una recompensa temporal. La A&A tiene uno de los mayores ejércitos corporativos, capaz de rivalizar con el de Seguridad Interorbital.

-No me dan miedo esos principitos -gruñó el leónida con desdén, herido ante las palabras de Tristan-. Uno solo de los nuestros acabará con veinte de los suyos.

-Siento decirte que los príncipes de Origen no estarán allí para ver cómo les destripas. Estarán cómodamente sentados en sus ricos sillones de terciopelo, viendo como matas a los leónidas que trabajan para ellos.

-Lo más seguro sería matarle sin dejar pistas -decidió Rodrick-. Hacerle desaparecer. Es demasiado arriesgado cobrar la recompensa.

-Siempre pensando en la supervivencia, Rodrick -dijo Tristan con desdén-. Quien no arriesga no gana.

-Nunca empieces una pelea que no estás dispuesto a ganar -le recordó usando sus palabras contra él.

-Eso hago -dijo-. Alcide tiene poder, tiene muchísimo poder pero no lo utiliza. Es joven, es... manejable. Yo sé cómo hacerlo.

-Querrás decir que sabes cómo... follártelo -replicó Rodrick, aunque le había temblado la voz al pronunciar la última palabra. Ya se imaginaba que el pequeño cobarde le daría problemas.

-Eso mismo -admitió Tristan con una sonrisa-. Durante estos últimos tres años, la A&A ha invertido una cantidad monstruosa de recursos en tapar los escándalos del joven Alcide, suponiendo que tarde o temprano recapacitará y asumirá el liderazgo de sus empresas.

-Si descubrieran que está... -dijo Dorrick siguiendo su razonamiento, dándole la coartada que necesitaba para hacer más verídica la historia-... contigo. Sabiendo como son esos tipos, se morirán de vergüenza. Se verán obligados a pactar para acallarlo todo. Obtendríamos la ventaja que buscábamos. Podemos utilizarlo para presionar y lo mejor es que no haríamos nada ilegal. LA A&A estaría atada de pies y manos y Seguridad Interorbital ni se plantearía intervenir porque... bueno, Alcide es libre de acostarse con quien quiera, ¿no?

-Pero todo es una cuestión de apariencias -recordó Garou-. Tiene que quedar muy claro quién manda en la relación, sino podrían usarlo en nuestra contra. Tiene que ser un perfecto principito de Origen. ¿Colaborará?

-Bueno, si no lo hace, siempre podemos recurrir a mi plan -recordó Rodrick.

***

Todavía les llevó un par de horas acabar de discutir todos los puntos que había en el orden del día de la reunión. Larga, agotadora... pero Tristan la aguantó con el anhelo secreto de que cuando terminara, habría alguien esperándole.

Como se imaginaba, Rodrick no pudo dar por zanjado el asunto de Zero hasta demostrar que era completamente inofensivo. Se inventó una serie de pruebas que parecían sacadas de una novela barata. Una serie de entrevistas que consistirían en medir hasta qué punto era un sujeto manejable. El propio Rodrick hablaría con Zero para determinar el grado de cooperación, también lo haría Garou, que tenía el apoyo de los señores, y un tercero elegido por Tristan.

-Lenda Elharo -dijo casi sin dudar.

-Él es un óptimo -protestó Rodrick-, ¿qué tiene que...?

-Ha demostrado su valía y ser digno de confianza -recordó Tristan-, y su implicación es mayor que la de muchos de los aquí presentes. Además, Adam Alcide no es solo un príncipe de Origen, tratarlo únicamente como eso sería un grave error. Es un clon diseñado bajo una serie de parámetros que podrían resultar decisivos. El doctor Lenda está familiarizado con sus antecedentes, creo que es adecuado que sea él quien realice una de las entrevistas.

-Por mí vale -dijo Dorrick alzando la mano. Hacía un rato que apoyaba la cabeza en la mesa, hastiado ya de la pantomima que se representaba ante sus ojos-. ¿Acabamos ya? Tengo hambre, ¡y una mujer!

Algunos de sus socios asintieron divertidos, otros gruñeron algún improperio, pero todos coincidían en que llevaban demasiadas horas de reunión.

-En cuanto tenga listo los preparativos -dijo Rodrick-, convocaré la siguiente reunión.

Tristan asintió, no tenía ganas de discutir, pero Rodrick era un problema que debía de ser resuelto cuanto antes mejor. Solo tenía que decidir quién y cuándo. Pero pensaría en ello mañana, ahora no quería pensar, ahora solo quería sentirse vivo.

Cuando abrió la puerta del dormitorio de Zero lo primero que le asaltó fue el color rojo de la sangre que bañaba el suelo. Tardó un instante en distinguir lo que pasaba y aunque un escandaloso «¿por qué?» se dibujaba en su mente, lo arrinconó, lo ignoró y se centró en lo único que importaba: Zero estaba en peligro.

Reconoció sin dudas al ser que le sujetaba y llevaba puesto el rostro de su amante. «Telémaco». Tristan unió en el mismo dedo las piezas del anillo que Tesla le había fabricado diez años antes. Nunca se desprendía de él, y menos en la Odisea. Ese anillo generaba un campo de nulidad de corto alcance, ideado expresamente, para derrotar a ese tipo de androides casi invulnerables.

El efecto fue curioso. Solo necesitó acercar la mano y el pelo, la piel, la tela que cubría el cuerpo del androide... todo se convirtió en agua y cayó sobre Zero bañándole como si alguien le hubiera arrojado un cubo de agua viscosa. Pero eso no era todo, Tristan localizó entre los restos de fluidos el disco metálico que era el corazón y el cerebro del androide y con rabia lo estrelló contra el suelo. Había intentado matar a Zero y ese sentimiento le enfurecía hasta límites insospechados. Golpeó el disco, una vez y otra, hasta que estuvo seguro que ningún rostro se formaría de nuevo.

Luego, se apresuró a ayudar al joven. De sus brazos salía un sendero sanguinolento que no parecía detenerse ante nada.

-¡Zero! -exclamó, ayudándole a incorporarse.

-Nadie -murmuró él con voz débil. Aunque supiera su nombre, todavía utilizaba ese estúpido apodo que le había puesto-. ¿Qué era eso?

-Un androide polimórfico de placer -contestó, avergonzado-. Un consolador -bromeó-. ¡Ulises! -llamó en voz alta, rayando la desesperación-. Abre comunicaciones con la doctora Nullien.

-¿Sí, Fenris? -Reconoció la voz de la óptima.

-Trae el equipo médico de emergencia a la habitación de Zero. Date prisa.

No había tiempo que perder. Tenía que hacer algo. No podía quedarse mirando. Se quitó la camisa, recordando la pequeña discusión que habían tenido por una estúpida mancha, e intentó hacer un vendaje en una de las muñecas. ¿Por qué Telémaco había actuado así? ¿Tendría que ver con el extraño comportamiento de Ulises?

-Lo siento, lo siento, lo siento -murmuró como un mantra que exorcizaba su responsabilidad.

-¿Un androide de placer? -repitió Zero en un murmullo apenas comprensible-. Se parecía a mí. A mi yo de antes.

-Ya. -Tristan agachó la cabeza. ¿Cómo podía explicarlo sin que pensara que estaba loco?-. Te dije que no era sexo lo que buscaba. Eso era fácil de conseguir.

-¿Por qué?

-¡No lo sé! No... No lo sé. No quiero ni imaginarme lo que habría pasado si hubiera abierto esa puerta un poco más tarde. No... no puedo. -Tristan sacudió la cabeza ante la imagen que se había formado en su mente. Encontrándose el cuerpo de Zero, inerte, con los brazos abiertos como si hubiera decidido acabar con su vida. Nunca se lo habría creído, pero hubiera sido una pobre excusa al encontrar su cadáver. Apretó su cuerpo contra el suyo y le besó-. Aguanta un poco -le susurró, tranquilizándose a sí mismo-, ahora vienen.

-Ahora estoy bien -dijo y se sumió en la inconsciencia segundos antes de que la doctora apareciera y tomara el control de la situación.

-Vivirá -dijo simplemente.

No necesitaba más.

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