Una maldita confusión

נכתב על ידי america65_

5.1M 470K 1.3M

Jean intenta confesar su atracción hacia Olivia en una fiesta, pero por culpa del alcohol termina declarándos... עוד

Sinopsis + Advertencias de contenido
01| Manera de cagarla número uno: declararse ebrio
02| Manera de cagarla número dos: pensar con la cabeza de abajo
03| Te gusto
04| 7x8=52
05| Pregúntame si quiero besarte
Bocetos #1: Bonito
06| Mi novio
07| ¿Quieres que te escupa en la boca?
08| ¿Esta es tu definición de diversión?
10| Feliz cumpleaños
10| Feliz cumpleaños
Boceto #2: El príncipe y el caballero
11| Vete a la mierda, con amor
12| Miedo
13| Número uno
14| Maldición
15| Un sentimiento nada nuevo
Boceto #3: Verano
16| Ser honesto
17| El nacimiento de la tragedia
17| El nacimiento de la tragedia
18| Respira y enfrenta las consecuencias
19| Excusas
20| Todas mis primeras veces
20| Todas mis primeras veces
Boceto #4: Mano
21| El caos
22| Cuando no tienes adónde ir
22| Cuando no tienes adónde ir
23| El tú y yo de aquel día
24|Confuso
24| Confuso
25| Cada pieza en su lugar
Boceto #5: Nada
26|Onsra
27|Diferentes caminos
28|Cuando estemos listos
Epílogo
Boceto #6: Mis mañanas contigo

09| Sí, esta es mi definición de diversión

186K 14.2K 69.9K
נכתב על ידי america65_

—¡Ve más despacio! —Oliver pide entre jadeos. Su voz suena bastante cansada.

Dudo unos segundos antes de bajar la velocidad. No sé por qué se queja tanto si ni siquiera estoy yendo rápido. Por lo que a mí respecta estoy yendo muy lento a comparación de lo que normalmente suelo ir, de hecho, ni siquiera he podido ir al ritmo que me gusta por tener que esperarlo. Reprimo las ganas que tengo de bufar.

Pienso en mantener mi velocidad actual porque ya me he retrasado demasiado solo por esperarlo, pero al voltear a verlo y mirar que tiene el rostro completamente rojo, con gotas de sudor cayéndole desde la frente hasta llegar a su mentón y la respiración agitada, casi a punto de desfallecer, me detengo.

Oliver parece agradecer al cielo en cuanto dejo de correr. Lleva sus manos hacia sus muslos, inclinándose hacia adelante para recuperar el aliento. ¿Tan mal la estaba pasando corriendo? ¿Cómo puede ser eso posible? En verdad iba bastante lento porque sé a la perfección que él no es bueno en los deportes, mucho menos cuando de correr se trata, ¿cómo puede cansarse tan rápido si esto no es ni la mitad de lo que corro todos los días?

Iba despacio, no es mi culpa que no sepas correr —reprocho, alzando mi camisa para limpiar las gotas de sudor que empapan mi rostro. Dejo mi abdomen al descubierto por esa acción.

—Le pides demasiado al que no se mueve de su silla. Correr debería ser un delito. —Apenas puedo oírlo, está tomando grandes bocanadas de aire que impiden que lo escuche con claridad.

—Te hubieras quedado en casa si tanto lo odias, tonto.

Levanta la vista hacia mí, viéndome por debajo de sus tupidas pestañas. Al darse de cuenta de la desnudez de mi abdomen sonríe pese a su agotamiento. Esa maldita e irritante sonrisa de los mil demonios. Agh, cómo me frustra. A pesar de que no quiero que me afecte, no puedo controlarlo: su sonrisa cansada va directo a mi pecho.

—Bueno, tampoco está tan mal, de hecho, creo que amo correr. Es mi nueva actividad favorita. Soy el fan número uno de las carreras. Si correr es un delito entonces arréstenme.

Alza sus brazos a la altura de su pecho, fingiendo que quiere que le ponga las esposas. La única razón por la que le pondría esposas sería para dejarlo esposado a un poste de luz un día entero. Blanqueo los ojos y bajo mi camisa para cubrir mi abdomen. Él hace una mueca con los labios.

—Ya que amas tanto correr entonces iré más rápido, estaba siendo considerado porque creía que lo odiabas, pero creo que no lo necesitas, ¿verdad, fan número uno? —me burlo de él, preparándome para correr de nuevo.

La palidez en su rostro regresa y tengo que fruncir los labios para evitar que las comisuras de mis labios se eleven en una sonrisa.

¿No que amabas correr, imbécil?

Doy la vuelta para seguir corriendo y Oliver comienza a rezongar en voz alta, es obvio que quiere que yo lo escuche, sin embargo, lo único que consigue es que yo corra aún más rápido solo para molestarlo. En los próximos minutos corro tan rápido como mis piernas me lo permiten, es casi imposible que él pueda seguirme el paso. Si no era capaz de correr a la misma velocidad que yo cuando mis pasos eran menos veloces, dudo que pueda alcanzarme ahora que voy deprisa.

Giro la cabeza para darle un vistazo rápido por encima de mi hombro y en serio me planteo la idea de detenerme para sacar mi móvil y tomarle una foto ahora mismo. Oliver inhala y exhala varias veces por la boca de una forma tan extraña que me pregunto si es siquiera normal que alguien pueda hacer tales gestos, su expresión es digna de ser la próxima foto del grupo de WhatsApp que tenemos. Las imágenes del chat grupal siempre han sido fotos nuestras viéndonos ridículos, por ejemplo, ahora mismo tenemos a Andy durmiendo con la boca abierta en medio de una clase.

La idea de Oliver siendo nuestra próxima foto sonaba bastante tentadora, era lo suficiente ridícula como para que se convierta en el próximo blanco de bromas en el grupo. No obstante, no tomo ninguna fotografía que pueda ridiculizarlo, por el contrario, vuelvo a detenerme y espero a que él me alcance. No tarda más de cinco minutos en hacerlo. Lo primero que Oliver hace es lanzarme una mirada llena de reproche, de las que gritan: «¿cómo te atreviste?». Se echa en el suelo y una vez más trata de tranquilizar su respiración y de recomponerse. La culpa hace un hueco en mi interior al verlo así de cansado. Solo quería molestarlo un poco, no dejarlo casi muerto.

Me pongo de cuclillas frente a Oliver y le tiendo la botella de agua que traje conmigo para él, a mí no me gusta traer agua. Es tedioso tener que cargar la botella en todo el camino, por ello prefiero beber cuando regreso a casa. Solo la he traído esta vez porque una parte de mí sabía que Oliver iba a terminar de este modo. No, no solo una parte, todo de mí intuía que no iba a poder dar más de una vuelta sin sentir la muerte. Ha pasado poco más de media hora desde que comenzamos a correr, aún me sorprende que siga respirando o que no haya vomitado su corazón en el proceso.

Él hace el intento por sonreírme, pero gracias al cansancio, falla. Sus ojos viajan de mi rostro a mi mano que está ofreciéndole la botella, luego regresa a mi rostro y completa la sonrisa de sus labios que segundos atrás no podía formarse.

La sonrisa que me da consigue irritarme más de lo que ya lo estaba. Me irrita porque es la misma sonrisa de idiota con la que coquetea con las otras personas, y no me molesta que se la dé a los demás también, lo que me irrita es que esa misma sonrisa de la que tanto me burlé comienza a hacer efecto en mí.

Prácticamente estoy apuñalando mi ego cada vez que él sonríe porque caigo en lo que yo mismo juzgué, pero lo que más me irrita de él no es la manera en la que me sonríe, ojalá solo fuese eso, lo que en verdad me molesta es la forma en la que me ve, como ahora. Sus ojos se ven brillosos y no sé si es debido a la luz del amanecer que está impactando en su rostro o si es por otra razón oculta, solo sé que quiero que cierre los ojos y deje de mirarme de ese modo. Estoy considerando con bastante seriedad ir a mi casa por mis lentes de sol y colocárselos.

Oliver no duda ni un segundo más en arrebatarme la botella, comienza a beber como si su vida dependiese de ello y por las expresiones que hace creo que así es. Me limito a quedarme en esa posición mientras miro cómo bebe todo el líquido.

Una vez que acaba suelta un gran suspiro de alivio seguido de una sonrisa que no tarda en transformarse en una mueca al notar que se terminó todo y no me dejó nada.

—¿Querías? —inquiere con cautela.

—No, era todo para ti —respondo aunque sí esperaba beber un poco.

—Mañana yo traigo el agua.

Alzo mi ceja.

—¿Mañana? ¿Quién dice que vendrás a correr conmigo mañana? —cuestiono con incredulidad—. Solo has venido hoy porque querías cumplir con la lista, no necesitas venir mañana.

Mi respuesta es un rotundo «ni se te ocurra aparecer por aquí». El viernes en nuestra salida a la galería de arte me contó sobre la lista de actividades que podríamos hacer y por desgracia acepté. Digo por desgracia porque hoy, lunes, Oliver está tratando de cumplir con una de los puntos de la lista: hacer todo lo que yo hago en un día. Y que lo haga es fastidioso.

A pesar de que la noche pasada le dije que no tenía qué hacerlo y que no debía levantarse tan temprano solo para correr conmigo, él insistió en venir. Creí que sus palabras no tendrían peso alguno, es decir, estamos hablando de Oliver, él odia cualquier actividad que requiera esfuerzo, sobre todo si tiene que levantarse temprano. Jamás creí que lo vería frente a mi puerta esta mañana, esperándome con una sonrisa cansada y ojos somnolientos.

¿Por qué se toma tan en serio esto? Solo es una tonta lista, ni siquiera se interesa por las cosas que sí debería dé, como los exámenes o las posibles carreras para la universidad, ¿por qué interesarse y empeñarse en una lista? Oliver es tan difícil de entender.

—¿Quién dice que voy a correr? —él contraataca provocando que lo mire confundido—. Te echaré ánimos desde una banqueta obviamente. ¿Cómo podría perderme la experiencia de verte con el abdomen descubierto? ¡Es el paraíso!

Sonrío sin gracia.

—Te llevaré a conocer el paraíso de un golpe en la cabeza si tanto quieres conocerlo.

—Llévame a conocer el paraíso, pero sin el golpe en la cabeza, por favorcito.

—¿Un golpe en el estómago entonces?

—¿Por qué solo piensas en golpes cuando hablamos de "conocer al paraíso"? Hay muchas maneras de conocerlo, sádico, ¿te has leído el kamasu...?

—Voy a correr de nuevo.

—Me callo, entendido —se pone rígido enseguida. Aguanto las ganas que tengo de reír—. Esa fue una muy fea amenaza. ¿Cómo crees que voy a correr de nuevo? ¡Casi muero! —exclama, moviendo sus manos de forma exagerada.

—Tú fuiste el que insistió en venir —le echo en cara.

El único responsable de haber acabado así fue él mismo, si me hubiese hecho caso no estaría aquí en primer lugar. Comienzo a cansarme de la posición en la que estoy así que me siento sobre el pavimento. Este se siente frío, tengo que flexionar mis piernas para abrazarlas con mis manos, queriendo entrar en calor.

—¡No sabía que sería tan malo! —se queja sin dejar de mover sus manos—. ¿Cómo puedes hacer esto todos los días? ¿Qué clase de ser humano eres? —Me da una mirada penetrante—. Cada día me replanteo la idea de que no eres de este mundo.

—O tú eres muy flojo.

Bufa.

—Lo soy, no lo niego, pero créeme, cualquier ser humano estaría igual que yo —dice a su favor y acto seguido acerca su rostro hacia el mío obligándome a alejarme un poco—. ¿Cómo puedes hacerlo esto a tu pobre y bonito cuerpo?

Lo dice con tanto pesar que me pregunto qué creerá de mí si se llegase a enterar que lo que hemos hecho hoy no tiene punto de comparación con lo que hago todas las mañanas. Oliver mantiene sus ojos sobre los míos, pero poco después baja la mirada hacia mi cuerpo, es una mirada rápida que dejo pasar desapercibida por mi propio bien.

—No es la gran cosa.

—¿No es la gran cosa? —replica, indignado—. ¡Estoy casi muerto!

—Te recuerdo que el de la idea de cumplir esa lista de actividades fuiste tú —repito y como si eso no bastara, añado—: Y te recuerdo también que quien puso las actividades fuiste tú, de nuevo.

Él suelta una risita.

—¿En qué pensaba cuando escribí que haríamos lo que tú hacías? —se lamenta—. ¿Esta es tu definición de diversión? ¿El sufrimiento? —repite la misma pregunta que le hice en la galería de artes.

—Tu sufrimiento —corrijo y sonrío—. Sí, esa es mi definición de diversión.

—Masoquista, sabía que esa carita bonita escondía varios secretos.

La combinación de un tono burlón y coqueto en su voz se hace paso en la lista de cosas que comienzan a irritarme de él, si continúa de ese modo no tardaré en llenar una hoja entera. Oliver se acerca de nuevo, pero esta vez no me alejo. Se ríe por lo bajo y toma mis mejillas entre sus manos, tirando de ellas.

—¿Qué más escondes Jean Miller? ¿Un posible sentimiento romántico no de amigovios hacia mí?

Continúa burlándose. Le doy un manotazo para que deje de tocarme, pero eso provoca que él tiré de mis mejillas con un poco más de fuerza.

—¿Sentimientos aparte de la repulsión? No lo creo.

—Admítelo, he hecho lo que nadie más ha hecho en todos estos años —menciona y junto las cejas. Él nota mi confusión y aclara—: Que tu corazón de piedra reviva en solo un mes.

Sus palabras me molestan de cierta manera, él no ha hecho nada con mi corazón, lo único que ha conseguido de mí en todo este mes es que lo soporte menos y que mi paciencia se agote cada vez más, desde su tonta propuesta hasta la ridícula idea de ser "amigovios" estos cinco meses, todas esas acciones se han ganado un hueco en mi corazón, pero no en la parte sentimental, sino en la sección de "odio". Como el manotazo no funcionó, coloco mis manos sobre sus muñecas, tratando de quitármelo de encima.

—Claro, mi corazón comenzó a latir por un imbécil de ojos verdes que no sabe cuánto es siete por ocho y por supuesto que me enamoré de él en solo un mes —digo sarcástico.

Deja de reír y de igual manera deja de tirar de mis mejillas. Al principio creo que al fin dejará de molestarme y retirará sus manos, pero hace todo lo contrario, mantiene sus manos sobre ellas, acunando mi rostro. También creí que yo retiraría mis manos de sus muñecas, sin embargo, no lo hago. No digo nada más y él tampoco lo hace, solo nos quedamos viendo. El aire frío nos acompaña, pero el toque de sus palmas en mi rostro se siente cálido. Él siempre se siente cálido. Las miradas que hemos compartidos estas últimas semanas parecen subir de intensidad y se prolongan cada vez más. No puedo seguir permitiendo que pasemos la línea.

—Vete a casa —retiro sus manos de mis mejillas con brusquedad y me reincorporo de mi lugar, cortando lo que sea teníamos—, tenemos clases en una hora.

—¿Ni siquiera me invitas a desayunar? —pregunta con fingida indignación. Mantengo mi expresión seria y él se cruza de brazos—. Primero no me invitas un café, ahora menos el desayuno...

—Te invito cordialmente a que te vayas a la mierda.

Él continúa ignorándome.

—... además, traje mi ropa. Tengo que hacer todo lo que haces. ¿Lo olvidaste?

—Eso es lo que quiero hacer ahora mismo.

—... ¿Y si nos bañamos juntos?

¿Qué?

—¿Tantas ganas tienes de que te rompa el rostro de un puñetazo? —gruño—. Ve a casa.

Alza sus manos, inocente.

—Era broma, bonito. —Esboza una pequeña sonrisa—. Pero si quieres, la parte de la ducha juntos podría no ser broma, ¿sabías que el noventa por ciento de las relaciones de amigovios creen que las duchas juntos hace que la confianza sea mayor y por ende haya más confianza cuando tienen sex...?

—Lárgate antes de que me arrepienta de haber aceptado salir estos cincos meses.

—Señor, sí, señor.

Lleva una de sus manos hacia su cabeza, haciendo el típico saludo militar. Ruedo los ojos y lo dejo ahí mientras yo camino en dirección a mi casa. ¿De dónde demonios encuentra todo eso? Comienzo a creer que le pone más empeño a su búsqueda relacionada a "cosas sexuales" que a las tareas que dejan en la escuela. Aun así, no voy a mentir, el hecho de que quiera estar informado sobre eso hace que lo vea un poco más atractivo. Sí sé que siempre que habla de eso busco la forma de callarlo, pero es solo mi manera de no seguir cayendo en su juego. No puedo culparme, las personas se me hacen mil veces más atractivas cuando son inteligentes o se informan sobre algo en específico.

Giro mi cabeza solo por pura inercia y junto las cejas al ver que él sigue ahí parado. En cuanto me mira agita su mano hacia mí con efusión, despidiéndome. Regreso mi vista al frente de nuevo. Su entusiasmo se une a la lista sin fin de cosas que me irritan. ¿Por qué tiene que estar tan animado tan temprano?

Si bien cada vez lo entiendo menos, también siento que estoy acercándome a él y aunque hace unos días me habría preocupado, ahora no me importa. De todas maneras esto terminará en cinco meses. No importa si nos acercamos más, si la situación entre ambos se pone incómoda o si nuestra amistad queda colgando de un hilo, yo me iré a Mánchester y él se quedará aquí, en Sunderland. Solo debemos continuar llevándonos como lo hemos hecho estas semanas.

Cinco meses más y esto no importará.

Luego de llegar a casa y hacer lo que tengo que hacer —cosas como ayudar con el desayuno, alistar el lunch de Lana para la escuela, sacar la basura y entre otras actividades más—, voy a la escuela. Normalmente no suelo ser de los primeros, pero tampoco de los que llega tan tarde como Andy u Oliver, en especial Andy, el otro aún llega cinco minutos antes de que la clase comience, es por ello que, cuando veo a Oliver con la mejilla apoyada contra su mesa y los ojos cerrados mientras duerme, me sorprendo por tercera vez en lo que va del día. ¿En serio está haciendo todo esto solo para hacer lo que yo hago? ¿Desde cuándo es tan intenso? Hago el menor ruido posible, pero parece que tengo una alarma que le avisa cuando llego porque entreabre los ojos poco a poco y me sonríe.

Tomo asiento en mi lugar, ignorando la punzada en el pecho que siento cada vez que sonríe. Oliver se gira hacia mí para encararme.

—¿Qué tan lejos piensas llevar lo de "hacer todo lo que yo hago"? —curioseo, pero por su expresión desconcertada dudo que haya entendido mi pregunta. Aclaro mi garganta—. Viniste temprano.

Arquea las cejas.

—¿Por qué crees que es por ti? Sí, puede que salir a correr haya hecho que no haya podido dormir de nuevo sobre todo porque ver tu abdomen descubierto hizo que no pudiera cerrar los ojos porque cada vez que lo hacía la escena se repetía una y otra vez y eso puede que haya hecho que me metiera a duchar media hora antes de lo que acostumbro y eso puede que me haya hecho venir más temprano, pero ¿qué te hace creer que es por ti? Puff.

Ríe nervioso.

—¿Entonces no es por mí?

—Es por tu abdomen —aclara.

—¿Y el abdomen de quién es...?

—Tuyo, pero...

—Ahí está, viniste temprano por mí.

Sonrío con un poco de egocentrismo al hacerlo casi admitir que yo soy la razón por la que está aquí. Oliver se rinde y asiente.

—Nunca voy a entenderte, si decía que vine temprano por ti, te hubieras molestado, y ahora que no lo digo, quieres que lo diga. ¿Tanto te gusta ser el centro de mi atención, bonito?

Frunzo el entrecejo. Eso no es cierto, es decir, para ser honesto sí me gusta ser el centro de atención cuando es para bien, pero no me gusta ser específicamente el centro de atención de él, de hecho, no me gusta ser su centro de atención, pensar en la idea solo me dan ganas de anotarlo a la lista de cosas que me irritan de él. Abro los labios, preparado con una respuesta sarcástica, pero, para mi buena fortuna, Karla llega y toma asiento a un lado de Oliver. Ella se vuelve hacia nosotros y junto las cejas por nuestro silencio.

—¿Por qué se quedan callados? ¿Estaban hablando mal de mí?

Miro de reojo a Oliver, quien solo se ríe por la conclusión a la que Karla acaba de llegar. Sus neuronas no se conectan para deducir que podríamos estar hablando de algo más privado, sobre todo si consideramos que ella "sabe" o sospecha sobre lo que tenemos. Aun así, prefiero que sus neuronas no le ayuden.

—No necesitamos que no estés para hacerlo.

Le sonrío consiguiendo que ambos comencemos una pelea sin sentido —de esas que nos caracterizan— durante los próximos quince minutos y que la conversación que tenía con Oliver muera por completo. Cuando las primeras clases comienzan sorprendo a Oliver observándome con atención por encima de su hombro; con más de la que le pondría a los maestros y a la que le pone a su libreta cuando dibuja. Alzo mi lápiz y él lo hace de igual manera. Dejo el lápiz en mi mesa y él también. Está, literalmente, haciendo todo lo que hago. ¿Piensa hasta cagar como yo o cómo? La próxima vez que vuelva a sugerir hacer este tipo de cosas lo mandaré a la mierda.

No le digo nada porque no puedo hacerlo, menos si el maestro de matemáticas está explicando uno de los ejercicios en la pizarra, solo me limito a golpear la parte trasera de su silla esperando que se dé cuenta de que me enfurruña que esté repitiendo mis acciones.

Sin embargo, eso parece que le da gracia y que lo motiva a seguir repitiendo lo que hago como si fuera un niño pequeño que está molestando a su hermano ya que alarga la mano hacia atrás de forma disimulada para que el maestro no lo mire y me busca a tientas, al dar con mi brazo, me pellizca y retira su mano a la velocidad de la luz para que yo no pueda regresarle el golpe. ¡Dios! ¡Es tan... infantil!

Gruño en voz baja y vuelvo a golpear su asiento repetidas veces hasta que el maestro dirige su atención a mí y al pequeño alboroto. Me detengo y finjo que no estoy comportándome igual de infantil que Oliver y que estoy muy entretenido con su clase, pese a que no he puesto atención en los últimos minutos. Luego de que el maestro pone su atención en la pizarra otra vez, no hago nada más y trato de concentrarme en las fórmulas de derivación que escribe. Espero que la clase finalice para poder reclamarle a Oliver y decirle que pare de hacer lo que hago. No tiene que tomarse las actividades de la lista tan literal.

—¿En serio planeas hacer absolutamente todo lo que hago? —espeto una vez que el profesor sale del aula. Apoyo mis antebrazos en mi mesa para acercarme a él. Oliver se vuelve hacia mí.

—Obvio. Está en la lista, y yo soy una persona bastante responsable y comprometida.

Me da una sonrisa divertida mientras que yo entrecierro mis ojos de forma acusatoria.

—¿Responsable y comprometido?

—Sí, claro que lo soy, me duele que dudes de eso —abre la boca, herido. Entrecierro aún más mis ojos haciendo que se ría y relaje su postura—. Está bien, no lo soy, a menos que quien necesite mi completa atención sea un chico de uno setenta y tanto con ojos cafés, sea rubio y tenga un abdomen tan marcado que pueda lavar mi ropa en él. ¿Te suena alguien así?

Esbozo una sonrisa lánguida y me acerco aún más para estar cerca de su rostro.

—¿Te suena una señora de uno sesenta y algo de ojos negros, cabello cobrizo con algunas canas y con una actitud tan de la mierda que pueda juzgarte con solo darte una mirada? —inquiero y él me ve sin entender. Niega con la cabeza—. ¿No? Es la señora de la enfermería, la conocerás si sigues imitando todo lo que hago.

—Pero no te enojeeees —alarga la última vocal y se gira hacia su sitio unos segundos, acto seguido se vuelve hacia mí, pero esta vez con una hoja en la mano—, solo hago lo que dice la lista —la señala y entorno los ojos.

No espero que me la dé, se lo arrebato de las manos. No la había visto con tanto detenimiento antes, ni tampoco me había tomado la molestia de ver la cantidad exacta ni el tipo de actividades. Empezamos con la actividad número uno que es de las más normales: ver las películas de Harry Potter, pero después de bajar la mirada encuentro la número cien: alpinismo. Ni siquiera hay montañas cerca de aquí, ¿qué demonios tenía en la cabeza?

Leo rápido cada actividad, entre las cuales destaco: bailar, cocinar, saltar de un paracaídas, subirnos a un bote. ¿Qué mierda es esto? ¿Lo que hacen Phineas y Ferb en sus vacaciones? ¿No querrá, de pronto, que encontremos la cura de alguna enfermedad o que terminemos con el calentamiento global?

—¿Cómo pretendes que hagamos todo esto? —reclamo.

—Solo lo que podamos —aclara—. Aunque la meta serán las cien.

Mis ojos viajan por toda la hoja, encontrándome con todo tipo de actividades.

—Eliminaré algunas y agregaré otras —aviso, ni siquiera le pregunto si puedo hacerlo, voy directo al grano—. Es lo justo.

—Nada que vaya a atentar contra mi vida, por favor.

—Lo dice el que puso alpinismo.

No responde porque el chirrido de una silla nos interrumpe. Los dos giramos la cabeza hacia donde provino el ruido. Andy, quien por fin se ha dignado a aparecer en clases, ha arrastrado su silla para sentarse, hay unas grandes ojeras debajo de sus ojos cafés y su cabello castaño está hecho un completo lío, parece que ni siquiera quiso peinarse. Nos ve y luego a la hoja. Sus ojos se abren por sí solos, como si despertase del sueño.

—¿Qué hacen? ¿Tarea? ¿A ver?

Oliver y yo nos damos una mirada cómplice. Nadie debe saber de esta lista jamás, mucho menos de la extraña relación que tenemos, ya tengo suficiente con que Karla sepa algo, no puedo dejar que Andy lo sepa. Señalo la puerta con rapidez.

—Heather.

Andy gira su cabeza con rapidez y aprovecho que se distrae para poner la hoja bajo mi libreta.

—¡¿Dónde?! —la busca con la mirada mientras trata de acomodarse el cabello con las manos. Al no encontrarla, me ve de nuevo con molestia—. Te odio mucho.

Gruñe y se sienta, se pone los audífonos y usa su libreta como almohada, recostando su cabeza sobre ella para dormir, parece que alguien tuvo una muy mal noche. Llamo su nombre, asegurándome de que no escuche nada. Él parece una piedra. Sonrío y al fondo noto que Edward está mirando hacia nosotros, elevo una ceja y él se voltea de nuevo. Qué extraño es.

—¿Por qué a Andy sí le sonríes lindo y a mí me das las sonrisas amenazantes?

Regreso mi atención al tonto que no deja de meterse bajo mi piel cada segundo. Oliver hace un mohín en los labios y junta las cejas en señal de reproche. ¿Está celoso? ¿Y de Andy? ¿Es en serio?

—Agradece que te sonrío siquiera.

—Quiero de las sonrisas lindas —rezonga.

—Solo se las doy a quienes se lo merecen —lo molesto.

—¡Andy te culpó de haberte comido la última rebanada de pizza cuando fue él mismo!

—Y tú le creíste la primera vez.

Se queda callado unos segundos, recordando lo que sucedió esa vez. Tras pensarlo, suelta una risa nasal.

—Eso... es verdad. Aun así, ¡exijo que me sonrías como le sonríes a él!

—Le sonrío así a todo el mundo —me defiendo haciendo que bufe. ¿Puede ser más infantil?—. Menos a ti. A ti sí te doy las sonrisas amenazantes.

Lo digo casi sin pensar, no puedo retractarme de mis palabras debido a que una sonrisa coqueta se dibuja en sus labios.

—Bueno, si es así entonces me gustan las sonrisas amenazantes, creo que son más lindas que las amables, como que tienen más pasión, ¿sabes? Sonríeme así más. Pero solo a mí.

Enarco una ceja.

—No recuerdo que hayamos acordado la exclusividad o algo.

—Ah, ¿no?

—No.

—Yo recuerdo que sí, lo juro por mi gato.

—Pues pobre gato, se va a morir porque no acordamos nada. Un minuto de silencio por él.

—Tiene siete vidas.

—Seis ahora —corrijo.

—Estoy seguro de que lo acordamos —insiste.

—¿Cuántas veces quieres que se muera tu gato?

Él gira a ver a nuestro alrededor, supongo que para ver si alguien está mirándonos. Toma mi libreta con una de sus manos y la alza a la altura de nuestros rostros, luego, se acerca a mí y me hace una señal con su dedo para que yo también rompa distancia, como si quisiera contarme algo ultra secreto. Solo por pura curiosidad me acerco lo suficiente. Oliver aprovecha mi ingenuidad para darme un beso húmedo y rápido en los labios.

Agrando los ojos.

—Woosh, bíbidi bábidi bu, te condeno al beso de la exclusividad, si le sonríes a alguien más sin dientes te quedarás —dice, moviendo su dedo frente a mí, simulando que es una clase de varita mágica, ¿qué mierda?—. Woah, sí rimó.

—¿Qué?

—Ahí está, el acuerdo de exclusividad —sonríe con orgullo—. Por favor solo castígame a mí con tus lindas sonrisas amenazantes, no vayas a matar a alguien del miedo, lo hago por el bien de la humanidad, es un sacrificio que estoy dispuesto a pasar.

Ya.

—Imbécil —chisto—, como si pudiera sonreírle a alguien más. Eres el único tonto que me saca tanto de mis casillas como para sonreírle de forma amenazante.

Mi declaración solo lo hace sonreír aún más. Baja la libreta y mira alrededor de nuevo. La alza otra vez y con su mano libre me toma del mentón, dudo unos segundos porque la idea de que alguien nos vea está taladrando mi cabeza. No obstante, no puedo dejar de ver sus labios y la necesidad de besarlo incrementa. Esta vez soy yo el que se impulsa con sus antebrazos para poder poner mis labios sobre los suyos.

No es un pequeño roce que dure solo un instante como el que me ha dado minutos atrás, o como el que me dio esa tarde que corrimos de la cafetería, es uno más parecido al primero que tuvimos. Uno más profundo, más urgente. La adrenalina sube a mi pecho, pensar que si la libreta se cae o que alguno de mis compañeros o amigos me ve me ponía tenso, pero al mismo tiempo, el peligro que corríamos me hacía querer seguir besándolo más y más. Era una extraña combinación entre querer seguir y querer detenernos, pero la parte a la que le gustaba la idea de ser descubiertos me superaba.

Me asusto a mí mismo con esa idea y tengo que obligarme a mí mismo a separarme, aunque no hay necesidad de hacerlo ya que él lo hace, se aleja de mí con una sonrisa en su cara. En su linda e irritante cara.

Carraspeo y me acomodo en mi asiento, Oliver por fin baja la libreta. Miro a mi costado, Andy está más que dormido, solo hay pocos en el salón, pero todos están en sus asuntos. Menos mal, ya tengo más que suficiente con el hecho de que mis compañeros de basquetbol sepan lo mío con Oliver.

—Cuando acepté lo de usarnos mutuamente no me refería a esto —menciono ocasionando que me mire confundido—. Es decir, parece que somos una pareja o algo.

—Somos amigovios, tranquilo, ¿o tienes miedo de caer enamorado de mí? —y ahí está de nuevo. Ese tono coqueto que no hace más que alterarme—. No te culpo, qué buen gusto tienes, bonito.

—Me preocupa que seas tú el que sienta algo —me defiendo.

—He salido con personas sin sentir nada, no hay diferencia en esto, tranquilo —lo veo con recelo—. Es como la quinta vez que lo digo, no seas paranoico. Somos amigos, eso no va a cambiar nunca.

Asiento y no digo nada más, ya ha quedado más que claro, no necesitamos repetirlo de nuevo. Bajo mi mirada hacia la lista de actividades que había escondido por Andy.

—¿Alpinismo? ¿En serio?

—¿Fue demasiado?

—Para nada, como hay tantas montañas cerca de nosotros y como tenemos el equipo y sabemos hacerlo —ironizo.

Se echa a reír y no tardo en unirme a él.

—Te seré sincero, copié y pegué todo lo que encontré en internet.

—Con razón hay una actividad que dice "visitar una Sex shop".

—Esa sí era ida mía —sincera con una sonrisa. Probablemente tengo la expresión más divertida en mi rostro porque suelta una gran carcajada—. Es broma, me quedé sin ideas luego de las primeras treinta. Sabes lo mucho que odio pensar.

—Cierto.

Me mira ofendido.

—¿Estás confirmando que no pienso? ¿Dices que no uso la cabeza?

—Lo has dicho tú.

—¡Tendrías que haber dicho que no era cierto!

Pese a que me gustaría decirle que era broma, que él en verdad usa la cabeza para cosas que le convienen —como todas sus búsquedas de datos sexuales que me suelta de la nada—, no lo hago, y tampoco le digo que me parece demasiado atractivo cuando lo hace —aunque esta última parte tampoco lo quiero admitir yo—. No lo hago especialmente porque me gusta ver cómo se queja.

Oliver toma mis manos con las suyas y entrelaza nuestros dedos, casi en un acto inconsciente porque sigue protestando. Por mi parte, dejo que tome mis manos y me río por sus ridículos intentos de hacer que yo diga que sí usa la cabeza. Vale, puede ser que no se haya equivocado del todo cuando dijo que me gusta ser el centro de su atención. Pero solo un poco.

Miro detrás de Oliver y me alarmo en cuanto Mary camina hacia nosotros. Aparto las manos de Oliver de inmediato, ni siquiera le doy tiempo a él para explicarle por qué lo he hecho, enserio mi rostro y hago el intento de pasar desapercibido la mirada confusa que me da.

—Eres un imbécil —lo insulto. El desconcierto en su mirada aumenta.

—¿Pasó algo? —Mary inquiere al llegar.

—Oliver siendo Oliver —excuso. El pobre apenas puede comprender lo que está pasando. Solo he hecho esta mini escena por si Mary llegó a ver que teníamos las manos entrelazadas. Soy yo y mi maldita paranoia que no quiere que nos descubran.

—Eh... —parece que entiende la situación—, es su culpa por tener un bonit...

No bobo, no me llames bonito, ¿qué no te enseñaron a aparentar?

—¿Conoces a David? —le pregunto a Mary antes de que él pueda terminar su oración. Sí estoy siendo muy paranoico ahora mismo.

—¿No es el mismo por el que Karla sentía algo? —trata de adivinar. Asiento. No tiene nada que ver con la conversación, pero al menos la desvié del tema.

—Sí, creo que le gustas —comento. David va a matarme si se llega a enterar que lo he usado como distracción y peor aún, que le he dicho a Mary que él le gusta. Soy un pésimo amigo.

—Paso —hace una mueca y ahora me siento mal por el pobre de David—, es algo lindo y parece un buen tipo, pero le gusta a Karla, no le haría eso a una amiga —sonríe y luego se ruboriza—. Además, me gusta alguien, se los he dicho.

No es que lo haya olvidado, pero tampoco era algo que debía decirle a David, después de todo es un secreto para ella.

—El chico misterioso del que no nos quieres hablar, pero que hablas cada vez que puedes —menciono.

Ella se ruboriza más.

—No es cierto.

—¿Nos lo ha dicho unas trescientas veces en lo que va del mes? —volteo a ver a Oliver.

—No seas exagerado —me da una fuerte palmada en el hombro—. Unas quinientas tal vez.

Mary rueda los ojos.

—Por eso no hablo de eso con ustedes, son insoportables —gruñe—. Hacen tan buena pareja.

Oliver y yo nos paralizamos, nos cagamos, nos morimos. ¿Sabe algo? No, no puede saberlo, no nos vio, me aseguré de separarnos antes de que ella nos viese. No hay modo de que lo sepa. A menos que Karla... No, podrá odiarme todo lo que quiera, pero jamás se le ocurría contarle a alguien lo que me prometió no decir.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Sabes algo o por qué dices? —Oliver no podría ser más obvio. Si hay un premio por la discreción seguramente él no se lo llevó. No puedo golpearlo porque sería más evidente, pero las ganas no me faltan.

—Lo decía porque ambos son insoportables —responde dubitativa—. Están muy extraños.

Los dos volvemos a quedarnos en completo silencio. Ninguno se atreve a decir algo que nos saque de esta situación, ni siquiera Oliver que se le ocurre las mayores tonterías de la vida cada segundo, ni siquiera a mí que soy bueno desviando los temas. La cosa es que soy bueno mintiendo, en verdad lo soy, pero ahora mismo nada se me viene a la cabeza, no puedo pensar en nada que pueda ayudarnos a salir de esta y dudo que al imbécil de Oliver se le ocurra algo. De pronto, a nuestro costado, Andy se levanta con brusquedad de la silla que casi se cae en el acto y levanta la mano, para decir somnoliento:

—Presente.

Todos los que estamos en el aula volteamos a verlo, el tonto debió de estar tan preocupado porque quedarse dormido que en sus sueños creyó que algún maestro pasaba lista. Las personas comienzan a reírse y entre ellas Mary, quien se olvida de nosotros para ir con Andy a molestarlo. Él pestañea un montón de veces hasta que es consciente de lo que acaba de hacer y su rostro se pone rojo.

Andy no sabes cuánto te amo y cuánto amo a tus estupideces en este momento.

La siguiente clase no tarda en empezar y durante el transcurso del día trato de mantenerme lo más alejado posible de Oliver que pueda, no porque me irrite que repita las acciones que yo, sino porque estamos en riesgo de que las personas sepan que tenemos esta extraña relación. Sé a la perfección que es mi lado paranoico, justo como aquella vez en la cafetería y donde le pedí que nos fuéramos, pero no puedo evitarlo, no quiero arriesgarme de nuevo. No puedo pensar en la idea de que nuestros amigos se enteren de esto, o que media escuela lo haga. No necesito más problemas en mi vida.

Estando en casa es menos difícil para mí el tener que estar tan tenso y el tener que poner tanta distancia con Oliver, solo lo hago por si mi mamá nos ve. Sí, él ha llevado demasiado lejos la tonta actividad y luego de varios minutos donde intenté hacer que se fuese a casa, logré... nada. Vino a casa. Sentía que la pelea verbal la ganaba yo, pero esa idea se fue a la mierda en cuanto me siguió en todo el camino.

—Esto es literalmente todo lo que hago en casa, puedes irte —insisto, ya había ayudado con los quehaceres de la casa, ahora mismo estoy tratando de estudiar, pero él acostado en mi cama, sin la corbata del uniforme y con las mangas de la camisa arremangadas, no es de mucha ayuda para mi concentración. He tratado de mantener los ojos en mi laptop y en los libros donde he subrayado un par de cosas, pero es difícil no apartar la vista del portátil hacia él.

—¿En serio crees que vine porque quiero hacer todo lo que haces?

—¿No fue así?

Levanto la vista em su dirección. Ahora ha cambiado de posición, está boca abajo, haciendo quien sabe qué con su libreta y lápiz. Deduzco que está dibujando, no es como que le guste hacer algo más que dibujar, o al menos no que yo sepa.

—Nop, solo era una excusa para pasar tiempo contigo.

Contengo las ganas que tengo de bufar.

—Entonces vete. Me estás distrayendo.

—¡Pero ni siquiera te estoy molestando!... —su voz se apaga a medida que analiza mis palabras. Una sonrisa pícara adorna su rostro—. Oh vaya, ya entiendo, no puedes concentrarte cuando tienes a alguien tan guapo frente a ti.

Le lanzo una mirada sin gracia. Pienso en alguna respuesta ingeniosa que haga que me deje de hablar por, al menos, los próximos cuarenta minutos, pero él se me adelanta y hace que sea yo que el que quede callado en cuanto dice:

—Te comprendo, yo tampoco puedo apartar la mirada cuando se trata de ti.

Paso saliva por mi seca garganta. Oliver es el único al que le puedo dar el derecho de dejarme callado y dejarme en aprietos. Tiene el pase VIP para hacer eso. Se lo ganó con varios comentarios coquetos y de doble sentido que no dejan que yo pueda responderle de igual magnitud.

Relajo mi expresión y veo de nuevo hacia mi laptop, ignorando lo que ha dicho. Él se ríe, pero no mencionada nada. Oliver es de la clase de persona que es capaz de burlarse de ti sin importar la situación, y no lo digo de una mala manera, todo lo contrario, es capaz de buscarle el lado divertido y echártelo en cara. Ahora mismo agradezco que no lo haya hecho y que deje pasar desapercibido el hecho de que no pude responderle y el hecho de que mi rostro pudo haberse calentado un poco.

—¿Por qué quieres que tomemos distancia en la escuela? —cambia el tema de conversación. Siento que mis músculos se destensan al oírlo.

—Porque no quiero que nuestros amigos crean que salimos —contesto con obviedad.

—¿Cómo que no salimos? Ya hasta hicimos un mes de noviazgo —suena bastante ofendido, pero una falsa indignación.

Respiro hondo y me repito a mí mismo que siga prestando atención a mi laptop y que no levante la mirada hacia él. Si nota que no estoy interesado, dejará de hablarme y se aburrirá haciendo que se vaya a casa.

Una mala idea de mi parte si consideramos que Oliver insiste demasiado y que hace hasta lo imposible por sacarme de mis casillas cada vez que puede.

—Adoptamos un hijo —persiste en hacerme hablar—. Jean junior.

Aprieto los labios. ¿Por qué no le ha cambiado el nombre a ese animal peludo?

—¿Cómo puedes olvidarte de tu hijo? —cuestiona en un lamento al no obtener respuesta de mi parte—. Pobre Jean Junior, ¿qué le diré cuando pregunte por su segundo padre?

No puedo permanecer tanto tiempo callado, menos cuando se trata de llevarle la contraria.

—¿Cuándo acepté adoptar un gato? —la pregunta sale mi boca sin que yo deuda evitarlo. Aprieto el puño. Qué imbécil soy al ceder tan rápido.

—No te confundas, él te adoptó a ti.

—En serio voy a sacarte de mi casa —amenazo, haciendo el mejor de mis intentos por no verlo. Tomo una bocanada de aire—. Y volviendo a tu primera pregunta, no me llames bonito frente a ellos y toma distancia así como hoy.

—¿No será extraño que no coquetee contigo? Siempre lo he hecho.

—Será más extraño que coquetees con más frecuencia —para mí esa solución era más razonable. Sí, él coqueteaba conmigo desde antes, pero no lo hacía en serio y por ende yo tampoco me lo tomaba de ese modo. Ahora es diferente, sé que lo dice de verdad y no soy bueno ocultando los hechos—. Solo no lo digas en público, por tu culpa los de mi equipo creen que somos novios, tengo suerte que no se haya esparcido por toda la escuela. Si alguien más te escucha llamándome así... Uhm. No quiero estar en la boca de todos, menos cuando ni siquiera tenemos algo.

—Creí que te gustaba ser el centro de atención.

—No cuando las personas hablarán más de eso que de lo que realmente importa —suelto un suspiro pesado—. Me verán en los pasillos y dejarás de ser "el MVP del equipo" por un "el chico que sale con su amigo". —Hago una mueca con los labios—. Recuerdas lo que pasó con Edward. Dejó de ser "el de las mejores notas" por el "homofóbico".

—Se lo ganó.

—Sí, se lo ganó —le doy la razón. ¿Cómo pudo golpear a un chico solo por su orientación sexual? Es un completo idiota, es horrible que sigan existiendo personas como él, de todas maneras, no quiero ser el Edward Rumsfeld del salón—. Aun así, no quiero ser el chisme escolar.

Enmudece de pronto y tengo la sensación de que lo que he dicho puede que le haya afectado un poco. Me reprendo a mí mismo cuando levanto la vista poco a poco de la pantalla de mi portátil hacia mi cama, en donde está Oliver.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquiere tras unos minutos.

—Ya la estás haciendo.

—Lo tomaré como un claro que sí amorcito, haz todas las que quieras —se burla—. ¿Siempre has sabido que te han gustado los chicos?

Dejo de teclear. ¿Por qué lo pregunta?

No sé cuál sea la razón por la que me lo está preguntando, pero no siempre lo supe, o al menos no lo supe claro. Las señales estaban ahí, durante toda mi vida, pero no quise verlas, quería convencerme de todo lo contrario. Aunque no pude convencerme mucho tiempo, menos en aquel verano.

—Creo que no —comienzo a teclear de nuevo—, las personas siempre te imponen que si eres hombre te gustan las mujeres o si eres mujer te gustan los hombres y que no hay más géneros que esos dos, supongo que el que supiera que debían gustarme las mujeres hizo que me negara la idea de que me gustase un chico, como el «sí ese chico es lindo, pero solamente es eso, ¿verdad? Solo encuentro atractivo a ese chico, pero no me atrae, no tiene por qué atraerme, a mí me gustan las mujeres como a todos los demás» —repito las mismas palabras que me decía a mí mismo antes de admitir que también me gustaban los chicos—. Me molestaba mucho que me hicieran creer eso, aunque fue a los trece cuando dejé de pensar como ellos querían que pensara.

—¿En serio? ¿Conociste a alguien? —es lo único que pregunta de todo lo que he dicho. Consigo ponerme un poco nervioso.

—¿Por qué preguntas?

Oliver se calla un momento.

—Nunca me ha gustado nadie, puedo salir con las personas, pero no siento nada... bueno tal vez algo romántico, pero solo me pasa con una persona, solo... no siento nada... emm... sexual, ¿sabes? Con ninguna persona.

No puedo evitar alzar la vista hacia él. Me he quedado mudo con su declaración, me alegra que tenga la confianza para decírmelo, solo me sorprende, con toda la coquetería barata que suelta a diestra y siniestra y con el hecho de que suelte cada comentario sexual hacia mí y que hayamos hecho... eso, en su casa, no fue la gran cosa, pero hubo roces. Los hubo. ¿No sintió nada hacia mí? ¿Lo hice sentir incómodo? Me siento muy confundido.

—Claro y yo soy una planta —digo porque es lo único que se me ocurre soltarle.

Se ríe.

—Contigo es diferente y por eso es que me confundes tanto —me sonríe—. Tú, tu carita bonita, tu sarcasmo y tu terquedad me confunden muchísimo. Contigo me nace hacer esas cosas. Me siento en confianza. Te quiero. O sea, somos amigos de hace años, me siento bien a tu lado —sincera y mi corazón bombea a toda prisa—. Cuando me besaste a los trece y cuando me besaste y confesaste que sentías algo por mí por equivocación en esa fiesta hace un mes... creo que fueron las primeras veces en donde la idea no se sentía extraña o rara, todo lo contrario, se sentía... bien. Se siente bien —se corrige.

—Sinceramente no sé qué decir —suelto.

No lo digo solo porque siento que mi corazón está estrujándose contra mi pecho por escucharlo decir que se siente bien conmigo, lo digo porque en verdad no tengo ni la menor idea de qué decir. Lo ha soltado tan de la nada y no es que yo sepa mucho sobre esto. Me siento un completo tonto por no poder decirle algo y por no poder comprenderlo.

—No tienes que decir nada, apenas yo lo entiendo —se encoge de hombros mientras suelta una risita.

—¿Has investigado? —pregunto.

—Mucho —suspira, agostado—, en verdad. Por todos lados. Aunque aún estoy en ello, ¿sabías que de esas tardes de investigación es que tengo muchos datos sobre el sexo? —comenta y creo que ahora comienzo a entender por qué sabe tanto de eso—. Te sorprenderías si te digo que estoy aprendiendo más buscando por mi cuenta que de lo que nos enseñaron en la escuela, como, por ejemplo, que la pregunta más buscada sobre la sexualidad sea la disfunción eréctil, mientras que la segunda es la eyaculación precoz.

—Chico inteligente —sonrío—, así que de ahí vienen todos esos comentarios.

Me regresa la sonrisa.

—He llegado a pensar que hay algo roto en mí y que necesitaba encontrar algo para repararlo. O alguien —hace una mueca—. Lo intenté mucho, salí con muchas personas, coqueteé con muchas personas aunque me sintiera incómodo. Lo único que conseguía es que me sintiera más... frustrado por no saberlo y que la idea de estar con alguien fuese cada vez más incómoda y extraña. Mi conclusión era que en verdad había algo mal conmigo.

—No hay nada de malo contigo —le aseguro.

—El chico de la cafetería me gustó después de conocernos —sincera— para salir en una relación, pero él quería algo más y no me sentí a gusto. No es que piense que me desagrada en su totalidad la idea del sexo, pero... solo quiero saber por qué no lo siento.

—Que no sientas algo sexual no significa que estés roto. Y tampoco necesitas encontrar a una persona que "te repare" porque en primer lugar no hay nada qué reparar... —me apresuro a responder, a este punto mi laptop se ha bloqueado y mi cabeza también. Ni siquiera sé qué debería decirle, estoy muchísimo más perdido que él. Tomo aire—. Si te has sentido incómodo todo este tiempo conmigo o si crees que debes hacerlo, aunque no tienes qué, podemos dejarl...

—Fui yo el que se lanzó —me interrumpe de prisa—, y ¿sabes por qué? Porque contigo sí lo siento, solo contigo —ahora es mi turno de ensanchar los ojos y verlo estupefacto—. Estoy igual de confundido.

Nos quedamos callados. Golpeo mi pie contra el suelo repetidas veces. Me gustaría poder entenderlo, pero me siento igual a cuando tenía trece y no comprendía nada de lo que yo sentía. Siempre he creído que soy diferente del yo de hace cinco años, que he madurado y que he aprendido más, pero al parecer sigo siendo el mismo que aún no conoce nada. Ni siquiera puedo decirle algo a Oliver que le ayude pese a que acaba de sincerarse conmigo.

—No tienes que saberlo ahora —es lo único que se me ocurre decirle—, a mí me costó mucho descubrir por qué sentía que los chicos me gustaban y aún más, aceptarlo, es un proceso largo... o corto, es diferente en cada persona, cada uno tiene su propio proceso y sus propias experiencias, hay mucho tiempo para descubrirlo, no te sientas presionado —trago saliva—. Puedes investigar, hablar con personas que sientan lo mismo —me callo un momento—. Puedo ayudarte si quieres.

—¿Con las cosas sexuales? —alza su ceja y blanqueo los ojos en automático, no puedo creer que ni en estas situaciones deje de bromear—. Woah, qué solemne, tú siempre tan amable, bonito —tomo una de las hojas de mi libreta, la arranco y la hago bolita para lanzárselo en su dirección. Mi buena puntería ocasiona que le dé justo en el rostro. Él se echa a reír—. Gracias, Jean.

—Son cinco libras.

Ahora él blanquea los ojos y yo río.

—Le pides que te pague al artista que apenas gana para sí mismo, ¿al menos un descuento de amigovios?

—No. Aquí tratamos a todos por igual —sonrío.

—Eres irritante a veces —bromea y se acuesta boca arriba en mi cama, mirando al techo—, pero eso no importa ahora, no hablemos de eso, lo que importa es ¿quién fue el chico que hizo que te dieras cuenta de que te gustan los chicos también?

Tú. Fuiste tú.

Me pongo tenso de inmediato y enciendo mi portátil que se había bloqueado. Buscar sobre la historia del papel higiénico (que es una de las tareas que nos han dejado) era mucho más interesante que tener que responder a su pregunta.

—Deja de distraerme —bufo.

—Anda, dime, ¿quién es mi competencia?

—Ya.

—¿Lo conozco? ¿Sigues hablándole? ¿Es guapo? ¿Más que yo?

—Y más callado también.

Me ignora.

—Dudo mucho que sea más guapo que yo, nadie es más guapo que yo. Solo tú, pero no saldrías contigo mismo... ¿O sí? Bueno, eres un poco narcisista.

—¿Yo?

—¿También es narcisista? Si es así eso podría explicar por qué te gustó tanto —concluye sus suposiciones y junta las cejas—. Dime quién es —exige.

—¿Para qué?

—Para estar al mismo nivel que él, obviamente. Es mi rival, necesito saber quién es para saber a quién me enfrento.

Hago el intento por no sonreír, pero las comisuras de mis labios se elevan tanto que ya no puedo hacer nada para evitarlo. Es un imbécil, ¿cómo podría decirle que a la persona a la que se "enfrenta" es a él mismo?

—He dicho que ya. —Giro mi cabeza hacia la pared de al lado para que no note mi sonrisa.

—Dimeee —se queja.

—Deberías hacer tu tarea —sugiero para que deje de insistir.

—Aburridoooo.

Eso acaba con mi paciencia.

—¿A quién llamas aburrido? —pregunto, ofendido. Me vuelvo hacia él y Oliver esconde rápido su libreta. Me sonríe inocente—. ¿Qué ocultas?

—Eres muy bonito, ¿sabías?

—Lo repites cada segundo. Y tengo un espejo, claro que lo sé. —Bajo la vista hacia su libreta, preguntándome por qué la ha ocultado. Lo único que se me ocurre es que estaba dibujándome—. ¿Acabas de dibujarme?

—Nop.

La sonrisa de sus labios me dice que sí. Y los latidos de mi corazón me dicen que me gusta la idea de ser dibujado por él.

—Quiero ver.

Me levanto para mirar, pero apenas Oliver nota mis intenciones, también se levanta y alza sus manos, evitando que pueda quitárselo. La diferencia de altura de ambos no es grotesca, sin embargo, puede que finja un poco que no pueda quitarle la libreta cuando claramente sí que puedo. Forcejeamos un poco, hasta que él se da la vuelta, bloqueando mi oportunidad de obtener su cuaderno.

—Atrápamee —canturrea.

—¿Sabes que corro muchísimo más rápido que tú?

—No si estás en el suelo.

—Espera, ¿qué?

No me da tiempo a pensarlo porque me empuja a la cama con fuerza y suelta una gran carcajada mientras comienza a correr. Hijo de puta. Gruño, reprochándome en mis adentros por no haberle quitado la libreta cuando pude hacerlo. Pese a la situación, sonrío y un poco. Me levanto como puedo y voy detrás de él a pasos veloces. Él no está muy lejos de mi campo de visión, está cruzando la sala de estar hacia el otro pasillo que da a las recamaras de mis hermanos. Continúa riéndose, burlándose de mí por no atraparlo. Me sorprendo a mí mismo riendo y burlándome de igual manera.

Oliver casi se tropieza con la alfombra del pasillo y acelero mis pasos, ni siquiera necesito esforzarme de más, soy más rápido que él y por ende no tardo nada en estar a escasos centímetros. Estoy a nada de tomarlo de la playera, pero él dobla en la esquina y abre la puerta que está enfrente. La puerta de la habitación de Lana.

Me resbalo en mi intento de parar y suelto un pequeño quejido. Mierda.

Oliver se ríe de mí desde el marco de la puerta de la habitación de Lana y acto seguido se aproxima hacia mí. Me tiende su mano, pero como el maldito orgulloso que soy, no la acepto. Apoyo mis manos en el suelo y me reincorporo sin su ayuda. Lo ve ceñudo con la mandíbula apretada, él solo me sonríe y me regala una de esas miradas que me ponen tan nervioso.

—¿Por qué se miran así? —inquiere Lana, asomándose atrás de Oliver. Carraspeo, había olvidado que estábamos frente a su habitación. Los dos volteamos a mirarla, tiene el maldito peluche endemoniado y una tiara de princesa en su cabeza. Ella mira a Oliver y sonríe, mostrando el hueco en su sonrisa por el diente que se le ha caído—. ¿Quieren jugar conmigo?

Yo estoy a punto de negarme, pero Oliver asiente por los dos. No me atrevo a llevarle la contraria porque la sonrisa de mi hermana se ensancha. Suspiro. Con lo mucho que amoo jugar con ella, sobre todo cuando me da papeles tan sosos como los de un puto árbol, ¿quién demonios se cree para darme papeles no protagónicos? Esa maldita niña.

Me abofeteo mentalmente por mis pensamientos estúpidos, no puedo creer que esté maldiciendo a una niña de cinco años, próximamente seis, y peor aún, por algo tan infantil. Sí, el que parece que tiene cinco soy yo.

Lana prácticamente arrastra a Oliver a su habitación y de mala gana sigo sus pasos. Ella comienza a explicar sobre lo que está jugando y sobre los roles de cada uno, según sus palabras, es la princesa del castillo, su horrible muñeco que parece Chucky es su fiel sirviente, y Oliver...

—Tú serás el príncipe porque te pareces a uno —le dice Lana a él. El susodicho le da una sonrisa amable. Aprieto los labios.

¿Es en serio? ¿Le da el papel de príncipe a él y no a mí, su hermano? Oliver ni siquiera parece un príncipe, Lana está ciega. Debemos llevarla al oculista.

—¿Y yo? —curioseo. Mi hermana me da la misma mirada que me dio el día que insistí en jugar con ella.

—Un árbol.

Oliver muerde su labio inferior, como si quisiera evitar reír. Yo solo me pudro en el enfado y la indignación. Le lanzo una mirada fulminante al imbécil más imbécil de todos los imbéciles y este lleva su mano a su boca, evitando que vea cómo hace lo posible por no carcajearse de mí. Imbécil.

En los siguientes diez minutos veo cómo ambos juegan mientras que yo me limito a quedarme sentado sin hacer nada más que ser un simple espectador o lo que mierda sean los putos árboles. Si no fuese porque los árboles son la razón por la que vivimos ya les habría declarado la guerra. Suelto un gran bostezo en cuanto Lana menciona que van a tener un baile o una cosa así. Mi bostezo no pasa de largo por Oliver.

—Creo que usted puede bailar con este honorable caballero —le dice a Lana mientras señala a su muñeco diabólico. Dios, hasta en los juegos se toma su papel muy en serio. Ella une sus cejas.

—¿Y tú?

Oliver le sonríe y mira hacia mi dirección.

—Yo bailo con el árbol —declara. Tanto mi hermana como yo nos quedamos confundidos. Oliver se pone de cuclillas a Lana para estar a su altura—. La leyenda de una princesa besando un sapo puede tener diferentes versiones, ¿ya lo sabías? —le pregunta y ella niega—. Hay una leyenda de un increíble, apuesto, atractivo, maravilloso príncipe que besó un árbol y este se convirtió en un bonito y gruñón caballero.

Por su bien, espero que no se refiera a mí.

—No hay princesa —dice Lana, como si Oliver se hubiera olvidado de mencionarla.

—Los cuentos no son solo de príncipes y princesas —aclara él. Junto mis cejas—. A veces hay de príncipes con príncipes, princesas con princesas, también de quienes no se identifican como príncipes o princesas, hay muchas historias, ¿no te las han contado?

—No —responde, intrigada con lo que le está contando. Los ojos de Lana están brillando con muchísima ilusión, es como si le hubieran dicho que la mismísima Elsa de Frozen vino a visitarla—. ¡Cuéntame!

—¿Qué haces? —le pregunto por lo bajo. Él se gira a mi dirección.

—Dijiste que de pequeño te molestaba que se dijera que los chicos debían estar con chicas y las chicas con chicos, ¿no? Cambio eso —masculla y se vuelve hacia ella—. ¿Entonces quieres que te cuente más?

Ella asiente y él aclara su garganta.

—Había una vez, un príncipe que paseaba por el bosque y se encontró un árbol, uno con las hojas más bellas que había visto. Aunque en el palacio se corría el rumor de que si lo tocabas, podías morir, al príncipe no le importó y lo tocó. Y al hacerlo, el árbol se transformó en un...

—¡Un príncipe! —exclama Lana. Oliver niega.

—Error, en un gruñón y bonito extraterrestre.

Blanqueo los ojos.

—Jódete —lo insulto. Oliver coloca sus manos en los oídos de mi hermana.

—¡Cuida tu bocota con tu hermana! —regaña—, y no hablaba de ti, hablaba de otro gruñón extraterrestre —contraataca y suelta a Lana. Respiro hondo, reprimiendo las ganas de golpearlo.

—¡Woah, quiero saber más! —es lo único que responde Lana a su historia. Él le sonríe.

—¿Verdad que es muy interesante? Qué aburrido sería si todas las historias fueran de príncipes con princesas.

«Qué aburrido sería si todas las historias fueran de príncipes con princesas» repito en mi interior y sin querer estoy sonriéndole a Oliver, le estoy dando de esas sonrisas que dice que jamás le doy, las que "le doy a todo el mundo", la diferencia es que esta no es la que suelo darle a los demás, no es una sonrisa amable a la cual tengo que forzarme, es una sincera. Pero él no me ve porque está bastante entretenido contándole historias a mi hermana, así que no va a enterarse y yo tampoco voy a decírselo.

Jamás le diré que, desde los trece, él es de las únicas personas a las que le sonrío sincero.

Casi veinte minutos después, mamá llama a Lana para que vaya a cenar y pese a que también nos llama a Oliver y a mí, le digo que cenaremos en mi habitación porque tenemos una tarea que hacer. Es una pequeña mentira, pero conozco tan bien a Oliver para saber que podía decir algo en la mesa de lo que mi mamá no esté enterada. Además, era demasiado incómodo estar en el mismo lugar que ambos.

Ahora mismo Oliver está sentado en la cama y yo en la silla de mi escritorio.

—Ser tú es demasiado cansado —suspira.

—No es para tanto.

Me ve ceñudo.

—Corres por la mañana, ayudas en casa, vas a la escuela y prestas atención, regresas a ayudar, haces tus tareas, estudias y juegas con tu hermana. Sin contar que entrenas normalmente. —Enumera lo que hago con sus dedos—. De solo decirlo me cansé —suelta otro suspiro—. Haces demasiado, ¿en qué momento respiras? Podrías morir de estrés.

—No es mucho, solo son mis obligaciones, ya me acostumbré —me encojo de hombros, aunque sé que en el día hago un par de cosas que no son del todo mis obligaciones y que eso ha ocasionado un par de fuertes e intensos dolores de cabeza. Oliver achica sus ojos, me remuevo en mi asiento y trato de cambiar el tema de conversación—. Gracias por lo de hoy, Lana se divirtió mucho —«y yo también» quiero decir, pero me contengo—. Y gracias por los cuentos. Creo que a mí yo de diez años le hubiese encantado escucharlos.

Me devuelve la sonrisa como respuesta, quedándose callado. Y creo que no necesita decir palabra alguna para que yo pueda entenderlo. Es justo de esas sonrisas que te hacen sentir más que un montón de charlotearías.

—¿Sabes bailar? —pregunta de pronto.

—¿Qué? —digo entre la confusión—. Eh... no, no y tampoco me gust...

—Ven te enseño.

Se levanta de su lugar tan pronto como le digo que no sé bailar y cuando me ofrece su mano para que yo me levante, dudo. Una parte de mí quiere decirle que se me hace extraño que haga esto de la nada y que es ridículo hacerlo, pero otra parte de mí me insiste en que tome su mano y haga el tonto con él.

Alzo la mirada de su mano hacia su rostro y lo encuentro sonriéndome de oreja a preja sin separar los labios. Sí, la maldita sonrisa que odio y me gusta tanto. Desvío la mirada y sin pensarlo mucho, tomo su mano con la mía. Sus dedos tocan los míos y nuestras palmas no tardan en encontrarse, siento un pequeño cosquilleo cuando entrelazamos nuestros dedos. Él tira de mí con fuerza haciendo que mi pecho choque contra el suyo.

Sonríe aún más y sin dejar que yo pueda arrepentirme de esta pésima idea, comienza a arrastrarme por toda la habitación en pasos torpes y tontos porque ni siquiera tenemos música que nos guíe, estamos bailando, o, mejor dicho, moviéndonos por pura inercia. Oliver lleva mis manos hacia sus hombros y luego baja las suyas a mi cintura, tengo que tomarlo con fuerza para sostenerme porque su agarre me hizo tambalear un poco.

No tenemos música, pero por alguna razón escucho Sway de Michael Buble en mi cabeza. No sé si es por la forma en la que Oliver me está mirando, por lo ridículo que es la situación, por su sonrisa o por todo eso en general, pero mi corazón no deja de latir erráticamente. Oliver no deja de sonreír en ningún momento y eso no ayuda mucho a mis nervios. Tengo que tragar duro para no dejarme llevar como lo hago siempre que se trata de él.

Luego, como si se aburriese, se separa un poco de mí, obligándome a que lo suelte. Supongo que hasta aquí llegamos, pero él me demuestra una vez más que siempre hace todo lo contrario a lo que creo que hará porque toma una de mis manos con las suyas y las levanta. Al inicio no comprendo qué es lo que quiere hacer, no obstante, no lo pienso tanto porque me da la primera vuelta y luego de esa me da varias vueltas más, nos reímos como bobos en todo momento, hasta que quedo frente a él, con su pecho chocando contra el mío. La música que imagino en mi cabeza se detiene  y nosotros también. Y entonces, me besa.

Esta vez no se siente como los besos anteriores, en donde parece que estamos comiéndonos el mundo, parece que vamos lento, justo como un baile. Sus labios atacan los míos y parece que estos estuviesen danzando al ritmo de nuestros corazones. Sí, es un beso que sabe y se siente como un baile.

Oliver suelta mi mano para poder llevar las suyas a mi rostro mientras que yo las llevo a su cintura, abrazándolo. Estamos tan cerca que puedo sentir cómo su pecho sube y baja a toda prisa, puedo sentir lo latidos de su corazón, su respiración golpeándome el rostro. Puedo sentirlo muy bien y a puesto a que él también sentirme del mismo modo.

Nos separamos un poco, nuestros labios aún rozándose. Mis ojos están fijos en los suyos y no puedo evitar pensar que se ve lindo.

—¿Por qué querías bailar? —le pregunto, tomando distancia.

—Me lo debías, se supone eras mi pareja de baile en el juego de tu hermana, pero por los cuentos que le conté ya no pudimos hacerlo, además, era una de las actividades de la lista, era matar a dos pájaros de un solo tiro —recuerda y asiento—. No sabía que los árboles bailasen tan bien. Qué bonito.

Frunzo el entrecejo y golpeo su hombro con mi puño. Él se echa a reír.

—Y tú tan imbécil.

—Así te gusto —se burla. Voy a negar su declaración, pero él abre los ojos en grande, como si se acordase de algo—. Espera.

Da la vuelta y sigo sus movimientos con mi mirada. Camina hacia mi cama, en donde dejó su mochila. Se tarda unos segundos en buscar algo y acto seguido se vuelve hacia mí con la lista. Sonrío en tanto se acerca a mí. Me muestra la hoja y apunta hacia las actividades, precisamente a las que acabamos de hacer.

—Las tachemos de la lista —me mira y sonríe.

Tomo uno de los lápices de mi escritorio y las tacho de la lista.


10: Hacer todo lo que Jean hace en un día.

30: Bailar juntos.


***
Yo: *tardo una semana en escribir un capítulo de más de 10k palabras*. Ustedes *se lo leen en menos de un día y dicen que está corto*
Yo: 🕴🕴

Me sorprende que nos leamos capítulos largos, pero que nos cueste leer un PDF de dos hojas de la escuela JSJSJS

¿Capítulo favorito por el momento o el que más les haya gustado?♡♡

¿Qué actividad creen que no debe faltar en la lista? ♡♡

¿Se identifican más con Oliver o con Jean?

No conocemos, dentro de lo que cabe, mucho de Oliver, pero lo iremos haciendo a medida que vayamos avanzando la historia. Quiero aclarar también que las experiencias son distintas para todos, pero si llegan a sentirse identificados con Oliver o si solo quieren entender más, les dejo algunas páginas, las primeras tres están en inglés (1, 2 y 3), pero si entran desde su cel le dan a traducir en los tres puntitos, las otras otras tres páginas (4, 5 y 6) están en español♡♡:

1. https://www.asexuality.org/?q=attitudes.html
2  https://www.autostraddle.com/coming-out-twice-on-being-gay-and-asexual-in-a-world-without-representation/
3. https://www.asexuality.org/?q=general.html#ex5
4. https://www.cromosomax.com/63104-todo-sobre-la-comunidad-ace
5. https://www.chilango.com/agenda/otros/seras-tal-vez-eres-demisexual-y-no-lo-sabes/
6.
https://es.asexuality.org/?start=13

Besitos ♡♡♡♡

המשך קריאה

You'll Also Like

67.8K 1.6K 47
Tú; sigues a través de los nueve círculos del infierno, donde se encuentran los más grandes pecadores de la historia, quienes reciben castigos a la...
10.1K 691 19
Mi llegada a aquella escuela de ricos no había sido lo mejor, pero debía hacerlo si quería matricularme y tener un acceso a la universidad y ahora qu...
190K 32.2K 43
"Deseamos arreglar cosas rotas cuando nosotros somos los que necesitan arreglo". Owen Philips se siente desagradado de los animales desde que tiene u...
1.4M 268K 89
Todo comenzó cuando Bastian le lanzó una lata en la cabeza a su nuevo vecino, Dylan, y desde entonces no se han separado, a pesar de que son algo dif...