UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLET...

By Jota-King

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Saga "The Wings of the Scorpions" Primera entrega. En un pueblo olvidado del mundo, Arturo debe luchar día a... More

Notas del autor.
Cita en el bar.
La amenaza de un extraño.
Atención a las señales.
Recuerdos del pasado.
Conflictos.
Viaje al fondo del abismo.
Una señal de esperanza.
Palabras del alma.
No hay plazo que no se cumpla.
Las llamas de la venganza.
Cenizas.
Mar de dudas.
Noche de insomnio.
Luto en Los Manzanos.
El último recorrido.
Considérate afortunado.
Familia fracturada.
Nuevo error.
Don nadie.
Hombres de la calle.
Cementerio de esperanza.
En el lugar equivocado.
Un nuevo destino.
Se abren puertas.
Oportunidad.
Prueba de confianza.
Una nueva identidad.
Son más que sueños.
Sinceridad.
Encuentro inesperado.
Mordiendo el anzuelo.
Noches perdidas.
Retomando el juego.
Convaleciente.
Pleito en el bar.
La muerte anuncia su llegada.
Con el corazón en la mano.
Una estrella en el firmamento.
Adiós viejo querido.

Bondad en el corazón.

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By Jota-King

A la mañana siguiente, como ya era de costumbre cada vez que se quedaba a pasar la noche, John Michael era el primero en despertar. Se levantó del viejo sillón y tomó un cojín que adornaba éste, relativamente ligero en su peso, dirigiéndose a la habitación del anciano, lenta y sigilosamente, abrió la puerta y le tiró el cojín en la cabeza.

—¡Ya, levántate viejo de mierda, me tienes que dar desayuno, tengo hambre! —Gritaba entre risas luego de aquel cojín lanzado.

—¡Muchacho del demonio, hijo de tu santa madre, —alegaba en el acto luego de tirar al suelo el objeto— cuando vas a aprender a despertarme como la gente!

—¡Ya, ya, ya, no alegue tanto y levántese, tengo hambre y hay mucho que hacer hoy, recuerde que hoy seremos carpinteros! Voy a comprar el pan por mientras. —Concluía John Michael, retirándose para realizar las compras en cuestión, y así darle tiempo de vestirse.

—¡Mocoso de mierda, —seguía alegando éste sin embargo— pero ya me va a tocar a mí, le voy a tirar un ladrillo por la cabeza, a ver si con eso se le ablandan los sesos!

—¡Te estoy escuchando viejo de mierda! —Le gritaba a lo lejos John Michael, antes de salir.

—¡Anda a comprar pan para el desayuno, ah, y no molestes al señor Riquelme, ya se ha quejado varias veces por tu culpa!— Le gritaba desde el dormitorio mientras se levantaba de la cama.

—¡Ah, medio susto, por tarugo lo voy a fastidiar un buen rato, así se queja con ganas!

John Michael salió en busca del pan para el desayuno, y llegando a la esquina se encontró con el señor Riquelme, a quien llevaba tiempo conociendo, tomándole un cariño especial desde el primer día. Todos en el sector conocían de sobra la trágica historia del señor Riquelme, quien en sus años mozos fue uno de los más acaudalados de la ciudad, pero para su desgracia, sus hijos y hermanos habían sido consumidos por la avaricia, y con mentiras lograron arrebatarle toda su fortuna, tirándolo a su suerte a las calles de la ciudad.

Esos actos en su contra lo hicieron perder la razón, deambulando desde aquel entonces sin un rumbo fijo. Llegó un buen día a las inmediaciones del sector donde se ubica el taller, y nunca más se apartó de ahí. John Michael se lo encontraba en las mañanas y le regalaba unas monedas para que el hombre pudiera comprar algo de comida, claro, no sin antes molestarlo un rato. No por querer burlarse de la situación del hombre, por el contrario, para intentar hacerle ver un poco el lado divertido de la vida, por muy triste y opaca que fuese su realidad. Con el correr de los días, poco a poco fue naciendo entre los hombres el cariño y respeto que hasta hoy sentían mutuamente, a pesar de las bromas de John Michael.

—¡Hola viejo de mierda, —soltaba eufórico John Michael al encontrarlo en su camino, quien lo recibía con una sonrisa— otra vez andas por aquí, ándate para tu casa mierda!

—¡Hola weón de mierda de amarillo! —Le gritaba éste, dándole un fuerte abrazo. John Michael lo recibía con gusto, pero rápidamente lo hacía a un lado, no porque le molestara un abrazo de aquel andrajoso hombre de calle, sino para molestarlo por las palabrotas que éste había pronunciado.

—¡Ya te dijeron que eres gracioso! ¿De dónde sacaste esas palabras? —John Michael intentaba contener la risa— Si en esta historia el único que dice groserías soy yo.

—¡A ti te aprendí las palabrotas, eres mi mentor!

—¡Ah, ahora soy tu mentor, bésame la mano entonces y háceme reverencia, anda a comprarme el pan, prepárame el desayuno y me lo llevas a la cama! (¿Bastará con eso, o le pido algo más?)

—¿Algo más desea el señor? —Preguntaba éste, posando sus manos sobre su cintura, esperando alguna de las típicas respuestas de parte de su amigo.

—¡Sí, pégate una bañadita y ándate para tu casa mierda, andas dando lástima en la calle! ¿Dónde pasaste la noche weón? —Interrogaba éste luego de molestarlo.

—En un banco de la plaza. —Respondía con un grado de vergüenza el señor Riquelme, pegando su mirada en el suelo. John Michael notó la tristeza del hombre, por lo que cambió el tema en cuestión para intentar levantarle el ánimo, solo como él sabía hacerlo.

—¡Ah, estás trabajando en un banco weón, ya, préstame plata entonces! —Le gritaba éste, dándole una palmada en la espalda y extendiéndole la mano para recibir el dinero pedido.

—¡No, no de esos bancos, de los otros, de esos donde te sientas en la plaza!

—¡Ah, especifica entonces, y yo feliz porque tenías trabajo en un banco! Ya vamos, —resolvía John Michael, haciéndole gestos para que lo acompañara— para variar tengo que comprarte el desayuno.

—Eres mi ángel guardián muchacho. —Aquel desdichado, desde el día en que lo conoció, encontró un alma caritativa en la figura de John Michael, tomándole mucho cariño desde entonces, pues su nuevo amigo era capaz de ver mucho más que esas ropas andrajosas y la suciedad, veía en él a un ser humano.

—¡Qué ángel guardián ni qué ocho cuartos, —alegaba éste mientras caminaban en dirección al almacén— a fin de mes te paso la factura!

—Como tú digas amigo mío. —Murmuraba el señor Riquelme, un tanto acongojado por sus palabras, pensando en su interior cómo lo haría para pagar aquella deuda. Por su parte, John Michael notó que su amigo no entendió la broma, por lo que no perdió tiempo en aclarárselo.

—¡Si es broma viejo de mierda, con qué me vas a pagar! —Decía éste al tiempo que posaba su brazo alrededor de los hombros del señor Riquelme, a quien le volvió aquel brillo en los ojos al escuchar esas palabras, brillo que solo se vislumbraba cada vez que se encontraba junto a John Michael

—Si tuviera con qué, yo encantado. —Éste lo miraba con ternura y un tanto de vergüenza a la vez, pero regalándole una pequeña sonrisa al mismo tiempo.

—Con tu amistad me sobra viejito, y eso no se compra. —Esas palabras le dejaban en claro que para él eso era lo importante— ¡Y con esa sonrisa sin dientes que me regalas!

—Eres un tipo muy simpático, —le aseguraba el señor Riquelme, quien lo miraba como si se tratara de un hijo, y aprovechaba el momento para darle un pequeño consejo— ojalá ese corazón que tienes no cambie nunca con el tiempo, que el dinero no te cambie muchacho.

—¡Ah, como si tuviera mucho! —Alegaba éste. (¡Y eso es culpa del escritor de mierda que escribe esta porquería de historia, podría haberme hecho millonario, pero no!)

—Uno nunca sabe mi amigo, ¿quién no te asegura que un día te llegue mucho dinero?

—Eso sería bueno para mí.

En el acto John Michael fantaseaba con todo lo que podría hacer si contara con mucho dinero en sus bolsillos. El soñar no cuesta nada y está permitido todo lo imaginable y lo que el dinero que sueñas tener, sea capaz de comprar. Al ver que se encontraba en estado de soñador despierto, en cosa de segundos el señor Riquelme lo devolvió a la realidad.

—Pero también podría ser tu perdición.

—¿Lo dice por lo que le pasó a usted? —Preguntaba John Michael, intuyendo a qué se refería.

—Sí mi niño, —con pena en sus palabras le daba la razón— por tener mucho dinero terminé en la calle, por la codicia de los que se decían ser mi familia.

—No todos somos iguales, —expresaba seguro en sus palabras, deteniendo su andar, cosa que también hacía su compañero— yo si el día de mañana tengo mucho dinero, nunca voy a olvidar de dónde vengo. Un par de pesos más o menos no me van a cambiar, y menos me harán darle la espalda a mi gente.

—Espero que tu discurso sea de verdad y no solo adorno. Mira que ese cuento lo escuché muchas veces, y aquí me ves en la calle.

—¡Viejo de mierda dudoso, —le alegaba John Michael, retomando la caminata hacia el almacén— si ahora el discurso te lo estoy dando yo! ¡Ya, vamos a comprar desayuno mejor, supongo que estás muerto de hambre!

—Supones bien mi niño. Gracias por tu ayuda.

—¡Nada de dar las gracias, lo hago porque quiero, aparte usted igual es divertido!

—¿Entonces te acercas a mí solo por diversión? —Preguntaba sorprendido el señor Riquelme

—¡Obvio que sí viejo, por qué otra cosa! —Exclamaba burlesco éste, soltando una risotada.

—¿Lo dices en serio?

—¿Amaneciste delicado hoy viejo weón? —Para variar el señor Riquelme no entendía una vez más la broma— ¡Si estoy bromeando! Me cae bien mi viejo, y le tomé mucho cariño, por eso me acerco a usted. ¡Pero no se acostumbre el viejo de mierda!

—¡Eres muy gracioso weón de amarillo! —Expresaba con alegría el señor Riquelme.

—¡Ya camina mejor viejo de mierda, vamos por el desayuno!

Mientras tanto en el taller, el anciano miraba y miraba el reloj, preguntándose el porqué de la tardanza de su ayudante, sospechando que una vez más se había topado con el señor Riquelme y su buen corazón le impediría el no darle una mano, aunque fuese con algo poco para comer. El anciano sabía que aquello en John Michael era una gran fortaleza, el ser una persona capaz de ayudar a sus semejantes sin importar lo mal que lo estuviese pasando, siempre estaba su mano extendida sin pedir nada a cambio. De pronto éste apareció con el pan y algo para acompañarlo.

—Para qué te voy a preguntar el motivo de tu demora, si ya tengo claro que te encontraste con el señor Riquelme. —Refunfuñaba éste al verlo aparecer.

—¡No, si es el viejo el que se me acerca! —Alegaba éste, defendiéndose de sus acusaciones.

—Muchacho, ya te conozco. —Le objetaba el anciano.

—¡Pero por la cresta tata, que quiere que le haga, si es divertido molestarlo! Aparte usted sabe que todas las mañanas le doy algo de comer al pobre viejo.

—Por lo menos tienes un buen corazón muchacho, sobre todo con las personas que estimas y que lo necesitan. Eso habla bien de ti.

—Da pena el pobre viejo, —John Michael dejaba las bolsas con las compras sobre la mesa, y se disponía a poner a calentar agua mientras proseguía hablándole al anciano— mal que mal, se ve que es una buena persona, no entiendo como su propia familia le hizo tanto daño.

—El dinero y el poder trasforman a la gente, incluso a los menos pensados. Son armas muy poderosas cuando están en malas manos.

—Puede que tenga razón. Lo malo es que a los parientes uno no los elije, simplemente llegan, por suerte la amistad se puede escoger.

John Michael tomaba asiento a la espera que el agua estuviese caliente mientras el anciano de manera pausada colocaba las cosas sobre la mesa. Ambos se quedaban esperando, hasta que el sonido de la tetera anunciaba que el agua ya se encontraba hervida, y en el momento John Michael se reincorporaba de su asiento exclamando:

—¡Ya, tengo hambre, comamos algo para ir a trabajar mejor!

—Pues por eso te estoy esperando. Tomaremos desayuno, y luego iremos a comprar esa pieza.

—¿Oiga tata, y como la vamos a traer si tenemos la furgoneta nada más? —John Michael vertía el agua en las tazas que el anciano ya había preparado sobre la mesa.

—Pediremos despacho. Dependiendo de lo que demore el despacho, nos dará tiempo de ver el lugar en donde la instalaremos. Además, tenemos que ver las dimensiones que tienen disponibles para saber cuánto espacio debemos hacer. Lo bueno es que al costado tengo un buen sitio pavimentado, solo hay que limpiar y sacar lo que hay acumulado.

—¿Oiga y si necesitamos ayuda para eso, puedo ir a buscar al señor Riquelme? Así se gana unos pesos el hombre por último.

—Está bien muchacho, puedes traerlo para que te ayude si lo necesitas. —Accedía el anciano, mientras se preparaba un trozo de pan.

—El dinero que le demos me lo descuenta de mi paga, yo no tengo problema.

El anciano por minutos se quedó observándolo tras sus palabras, en silencio. Intentaba encontrar aquella respuesta que muchas veces rondaba su mente. ¿Cómo una persona de buen corazón era tan injustamente azotado por la vida? John Michael notó la mirada del anciano y rápidamente rompió el silencio con lo primero que se le vino a la mente.

—¿Qué pasa tata, ya se enamoró de mí que me mira tanto?

—¡Mocoso cabeza hueca, tú y tus estupideces! —Exclamaba entre risas éste.

—¡Yo sé que soy sexy, pero no me mire así, si después yo me enamoro no se queje! —Ambos se largaron a reír tras el simpático comentario de John Michael. Una vez que lograron detener sus risas, éste continuó hablando, cambiando el tema de conversación— Oiga tata, hay que pasar a cargarle combustible a la furgoneta, yo no alcancé el otro día. Y también me fijé que ya pronto hay que ir a renovar el permiso de circulación.

—¿Y la revisión técnica? —Preguntaba el anciano luego de sorbetear su taza con café.

—Para eso falta todavía, pero antes de llevarla yo creo que ya va a necesitar hacerle el cambio de aceite, ya pronto va a cumplir el kilometraje.

—De eso no me preocupo, aceite hay, y te tengo a ti para que le hagas el cambio.

—¿Y cuánto me va a pagar por eso? —Preguntaba bromeando éste, a lo que el anciano respondía, también bromeando.

—¿Y la pieza que te voy a comprar?

—¡Por la cresta tata, si estaba bromeando nomás! Mejor me quedo callado. —Para John Michael aún le era difícil el entender cuando el anciano bromeaba o no, aunque en ocasiones a leguas notaba el enojo de éste, sin embargo, cuando de bromas se trataba, era un tanto neutral en la forma que tenía de expresarlas, por lo que John Michael muchas veces tardaba en darse cuenta que se trataba de una jugarreta.

—¡Si yo también estoy bromeando muchacho! —Entre risas le gritaba el anciano, pues notó que su pupilo no comprendió que estaba bromeando con sus palabras, a lo que éste no tardaba en alegar.

—¡Ah viejo de mierda insolente!

—Bueno muchacho, terminemos para ir de compras.

Finalizado el desayuno emprendieron la marcha rumbo al lugar que el anciano conocía para comprar la pieza prefabricada. En el camino pasaron a cargar combustible, antes de proseguir con el recorrido. Una vez que llegaron al lugar, el anciano se encargó de hacer las gestiones para la compra, cancelar el valor establecido y el despacho. Para su fortuna, el vendedor que lo atendió era cliente de su taller, al igual que el padre de éste, por lo que conocía el lugar al cual enviar la compra.

Tardaría dos días en ser despachada, por lo que el tiempo corría a su favor para hacer el espacio donde sería instalada, y no solo eso, además se comprometió a enviarle gente al día siguiente del despacho para que realizaran el armado de la pieza en el lugar que el anciano determinara, dado los lazos de amistad que por años los unían. Los hombres se marcharon felices por lo realizado, y se dirigieron a otro sector conocido por el anciano, puesto que éste insistió en que debían comprar muebles básicos para la nueva habitación, a pesar de la negativa de John Michael.

A la larga tuvo que aceptar los argumentos del anciano, que básicamente se limitaron a que era un regalo de su parte para brindarle algo de comodidad, y que como él era el jefe, debía acatar sus órdenes. Esto último, obviamente, en son de broma. La compra consistió en una cama con su respectivo colchón, ropa de cama, un velador, una cómoda y un modesto televisor. John Michael no cabía dentro de sí ante la generosidad que el anciano tenía con él.

Sentía que era mucho lo que estaba recibiendo y no tenía forma alguna de retribuirle su gesto, por lo que el anciano le bajó el perfil a la situación, argumentando que su trabajo y dedicación serían más que suficientes para que se diese por pagado. John Michael entendió con sus palabras, que todo eso le sería descontado de su paga, pero en verdad lo que el anciano quiso decir, es que su compañía y cariño eran pagos suficientes para él.

El hombre le había comenzado a tomar un aprecio más allá del que se llega a tener de parte de un jefe a un ayudante, era un aprecio y cariño similar al de un padre hacia un hijo. Tras comprar los muebles y lograr acomodarlos en el furgón, el anciano daba por concluidas las compras del día, por lo que volvieron al taller. Se había hecho tarde ya, y entre el ir y venir no habían tenido tiempo de almorzar, por lo que antes de llegar al taller pasaron a comprar algo de comer en el lugar de costumbre, y como daban platillos de cenar, compraron lo suficiente para que les quedara algo para el día siguiente.

Ya de vuelta en el taller y tras comer algo, el anciano se dispuso a descansar por un momento mientras John Michael descargaba lo comprado para acomodarlo en un rincón del inmueble, para luego descansar unos minutos en el sillón de costumbre. No sin antes tomar una buena taza de café, quedando profundamente dormido.

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