UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLET...

By Jota-King

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Saga "The Wings of the Scorpions" Primera entrega. En un pueblo olvidado del mundo, Arturo debe luchar día a... More

Notas del autor.
Cita en el bar.
La amenaza de un extraño.
Atención a las señales.
Recuerdos del pasado.
Conflictos.
Viaje al fondo del abismo.
Una señal de esperanza.
Palabras del alma.
No hay plazo que no se cumpla.
Las llamas de la venganza.
Cenizas.
Mar de dudas.
Noche de insomnio.
Luto en Los Manzanos.
El último recorrido.
Considérate afortunado.
Familia fracturada.
Nuevo error.
Don nadie.
Hombres de la calle.
Cementerio de esperanza.
En el lugar equivocado.
Un nuevo destino.
Se abren puertas.
Oportunidad.
Prueba de confianza.
Una nueva identidad.
Sinceridad.
Bondad en el corazón.
Encuentro inesperado.
Mordiendo el anzuelo.
Noches perdidas.
Retomando el juego.
Convaleciente.
Pleito en el bar.
La muerte anuncia su llegada.
Con el corazón en la mano.
Una estrella en el firmamento.
Adiós viejo querido.

Son más que sueños.

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By Jota-King

En Los Manzanos, las cosas no marchaban muy bien en la vida de William. Tras finalizar los trabajos de construcción de la modesta vivienda para Gertrudis y sus hijos, éste decidió internarse en el centro de rehabilitación para combatir sus adicciones al alcohol. Pese a llevar tiempo luchando con aquellos fantasmas, su fuerza de voluntad no era suficiente, y poco a poco comenzó a caer nuevamente en las malas juntas y en el licor.

Durante el tiempo en que volcó su fuerza y mente en construir aquella modesta vivienda, sus adicciones habían disminuido notoriamente, lo que alimentaba las esperanzas de sus más cercanos, viendo un futuro nuevo en la vida de William. Sin embargo, una vez que su tarea llegó a su término, y luego de ayudar a Gertrudis y sus sobrinos a instalarse en la vivienda, aquellos que se habían alejado de él, volvieron desde las sombras y sin remordimiento alguno lo encaminaron a esa vía que tanto trabajo le costaba dejar de recorrer.

Al internarse en el centro de rehabilitación, la familia pensó que por fin tendría la ayuda suficiente para abandonar de una vez por todas aquella vida de excesos, dejando con este paso tan importante, un grado de felicidad en el corazón de Gertrudis y sus hijos, y pese a que hasta el último minuto William no estaba del todo convencido de dar este paso, el apoyo de todos fue fundamental para que se decidiera. Todos con excepción de doña Carmela.

William temía que al comenzar su rehabilitación, volvería a quedar en soledad, pues ya se había acostumbrado en muy poco tiempo a estar en compañía de su familia, sobre todo de sus sobrinos, siendo Jeremick el que más tiempo le dedicaba. Con la ausencia de Arturo en sus vidas, tenía la certeza y el deber de estar junto a ellos, pese a que no quedarían desvalidos, ya que hoy más que nunca tenían el apoyo de los padres de Gertrudis, aunque la relación entre ella y doña Carmela era un sube y baja.

Sería finalmente don Eusebio quien le haría entender que lo mejor era que retomara sus planes originales, esos que se vieron interrumpidos con la muerte de Arturo, y de una vez por todas rehabilitarse y salir de ese mundo que tantos problemas le había dado, así su vida tomaría el rumbo que jamás debió extraviar. Gertrudis le prometió que estarían al pendiente de él y que las puertas estaban abiertas para cuando saliera de su rehabilitación, no solo por ser el hermano de su difunto marido, sino también por el cariño que le tenía.

No obstante, su estadía en el centro de rehabilitación no sería extensa. El encierro y la soledad que lo carcomía por dentro, pese a estar rodeado de gente que al igual que él, buscaba ayuda para dejar atrás sus problemas y adicciones, aunque perfectos desconocidos para él, terminó por cobrarle factura en muy corto tiempo. La culpa que sentía de verse obligado a dejar atrás a la familia de su hermano, y en especial, la depresión que lo consumía su muerte, comenzaron a influir negativamente en su mente.

Fueron varias las ocasiones en que sostuvo diferentes altercados con el personal médico, y aunque William intentaba controlarse durante estos episodios, más de algún susto les provocó durante su estadía. Los medicamentos que debía ingerir, pero en especial, la abstinencia que se veía obligado a tener para superar su adicción, fueron factores importantes en sus cambios de ánimo, teniéndolo la mayor parte del tiempo irritable.

Transcurrida la primera semana con muchos altibajos, pudo tener la primera visita por parte de Gertrudis, don Eusebio y sus sobrinos, siendo los hombres los primeros en ingresar a la habitación de William. Tío y sobrino se fundían en un cálido abrazo apenas se veían, soltando una que otra lágrima de felicidad. Luego se estrechaba de mano con don Eusebio, quien se mostraba feliz al saber que a duras penas, William lograba completar una semana sin una gota de alcohol.

—Así es don Eusebio, increíblemente llevo siete días sin beber, y créame que no ha sido fácil.

—Me lo imagino muchacho, llevas muchos años en ese mundo y cuesta dejarlo.

—Igual yo dejaba de tomar en exceso por un tiempo, pero seguía tomando igual, aquí sin embargo ya son siete días como le digo. Siete eternos días sin alcohol.

—La primera semana de una nueva vida para ti muchacho.

—¡Sí tío, tiene que aprovechar de estar aquí y dejar de tomar tanto, —Jeremick se mostraba entusiasmando y optimista a la vez— así vuelve con nosotros!

—¡Claro que volveré enano, mucho antes de lo que piensas! —William le revolvía el cabello al abrazarlo— Solo dame tiempo.

—Pero no demore mucho, quiero que sigamos trabajando juntos, me gustó trabajar con usted.

—Ya verás que pronto volveremos a trabajar juntos, te lo prometo. ¿Y tu madre y hermanas, dónde se quedaron que no me vienen a ver?

—Gertrudis pasó a hablar con tu médico tratante, —le mencionaba don Eusebio— y las muchachas se quedaron con ella. La verdad tus sobrinas no estaban muy convencidas de venir a verte.

—¿Y eso por qué?

—Pues porque pensaban que te verían muy mal.

—¡Son bien tontas mis hermanas!

—Jeremick, no hables así de ellas —le llamaba la atención William— sus razones tendrán para pensar eso. Además, allá afuera se dicen muchas cosas respecto al trato que recibimos aquí, y créeme que muchas de ellas son falsas. Aprende a no creer todo lo que dicen enano, si yo te digo que estoy bien es porque estoy bien.

—Así es mi niño, ya vez que tu tío está bien aquí, se está esforzando por recuperarse y estar alejado de la bebida que tanto sufrimiento le ha dado.

En ese instante, por el umbral de la puerta aparecía Gertrudis junto a sus sobrinas. Apenas las divisaba, William se abalanzaba a las jóvenes para abrazarlas como si llevase años sin verlas, volviendo éste a derramar una que otra lágrima de felicidad por el encuentro. Dicha felicidad se completaría al abrazar a Gertrudis. Su mente buscaba en sus registros cuándo había sido la última vez que se había gestado un abrazo entre ambos, no encontrando por el momento aquel recuerdo.

—Te ves bien Willy.

—Gracias cuñadita, la verdad me he sentido bien en estos días. He tenido uno que otro problema, pero nada grave.

—Ya me di por enterada de eso, tu médico me informó cómo ha sido tu primera semana aquí. La verdad no creí que durarías tanto. —Bromeaba ésta.

—¡Ya somos dos cuñada, ya somos dos! ¿Y ustedes, todo bien en la casa?

—Lo normal, no hay mucho que decir.

—¿Tu madre sigue haciéndote la vida imposible? —Miraba en el acto a don Eusebio, mal que mal, se refería a su esposa— Perdón por decir eso.

—No te preocupes Willy, ya estoy acostumbrado a escuchar cosas así.

—Hay cosas que no cambian Willy, —mencionaba por su parte Gertrudis, sentándose a los pies de la cama y expeliendo un hondo suspiro— y personas que no cambian en lo absoluto.

Por ser la primera visita, ésta se limitaría a un máximo de dos horas, por lo que el tiempo no lo perderían en hablar precisamente de doña Carmela y su obsesión compulsiva por dañar a quienes se suponía amaba con todo su corazón; sería una pérdida de tiempo hacerlo, además de amargarles aún más la vida. Solo un milagro le haría cambiar.

La segunda semana sería más compleja en la vida de William dentro del centro de rehabilitación, no solo por seguir con su abstinencia y medicamentos que aborrecía ingerir, sino porque durante las noches, dados los cambios que manifestaba su cuerpo gracias a su lucidez, comenzó a tener extraños sueños, muchos de los cuales le recordaban el día en que murió Arturo, causando en él un estado totalmente diferente, mostrándose retraído y ausente durante el día.

Casi al finalizar la tercera semana de encierro, despertaba súbitamente a altas horas de la noche tras soñar que se encontraba de fiesta con varios de sus amigos. Asustado y desorientado, comenzó por largos minutos a recordar lo que estaba soñando, llamándole la atención algo en específico, e impulsado por ese extraño sueño que cada vez que lo recordaba lo sentía más real, tomó la decisión de escapar del centro de rehabilitación sin que nadie se diera cuenta. Solo al día siguiente el personal médico notaría su ausencia, dando aviso de inmediato a sus familiares.

En ese instante, para William era algo más que un extraño sueño, algo más encerraba, algo perdido en lo más recóndito de su mente, y como no se encontraba bajo los efectos del alcohol, pensaba que esos recuerdos lo estaban invadiendo a través de sus sueños, mostrándole que no solo la muerte de Arturo había sido planeada paso a paso, sino también la extraña muerte de su prometida Rose Marie. Debía saber la verdad y llegar al fondo de lo que estaba ocurriendo, sus sueños eran muy convincentes como para ignorarlos, en especial éste.

Lo primero que Gertrudis pensó tras recibir aquella llamada, era que William no había soportado el estar tanto tiempo sin una gota de alcohol en su cuerpo, escapando del lugar para juntarse con sus amigos a beber, e hizo lo que jamás pensó que haría… fue al bar en su búsqueda. Tuvo que esperar a salir de su trabajo para ir en su búsqueda, en parte porque tenía mucho que hacer aquel día, pero en el fondo impulsada por ese deseo de intentar mantener la calma y despejar su mente.

Su furia prosperó apenas escuchó esa voz al otro lado de la línea, dándole la mala noticia respecto a lo ocurrido con William. En su camino fueron muchas cosas las que por su mente pasaron. Se imaginaba encontrarlo completamente borracho en compañía de los susodichos amigos con los que solía rodearse, y sintiendo lo que seguramente Arturo sintió en las innumerables ocasiones en que acudió a ayudarlo. Por primera vez vivía en carne propia la angustia de su esposo, comprendiéndolo finalmente. 

Pero… ¡sorpresa!... nadie sabía nada de William, nadie lo había visto desde que había ingresado para rehabilitarse. Con el correr de los días, su desaparición comenzó a generar sospechas no solo por parte de Gertrudis, sino también de quienes más le conocían. Por este motivo, Gertrudis decidió dar aviso a la policía para que iniciaran su búsqueda. La noticia de la desaparición de William corrió como el viento en el pueblo, y los más escépticos aseguraban que se había arrancado a otra ciudad para seguir en su mundo de alcohol, buscando un lugar donde nadie lo conociera.

Sin embargo, los más cercanos a él; como don Pepe por ejemplo, no creían esa hipótesis. Más si consideraba que al igual que William, misteriosamente también desaparecieron aquellos que lo inducían a beber hasta quedar completamente borracho, quienes por lo demás, en su mayoría no eran residentes del pueblo, ya que vivían en la Ciudad sin Nombre. Solo un par de ellos vivían en Los Manzanos, pero llevaban tiempo alejados de William, precisamente por las últimas amistades que éste había entablado.

Gertrudis los conocía, y recurrió a ellos para saber si tenían idea del paradero de William, o si por lo menos lo habían visto en algún bar, pero la respuesta se repetía, no sabían nada de él desde hacía mucho tiempo. Sus nuevas amistades no tardaron en alejarlos del grupo como si fuesen perros con sarna. Una tarde, mientras Gertrudis hacía compras para abastecer la alacena, se topaba por azar con don Pepe, quien a simple vista se notaba algo molesto, pero a la vez errante, sumido en sus pensamientos. Gertrudis no podía perder la oportunidad de acercarse a hablarle.

—¿Le sucede algo don Pepe?

—Señora Gertrudis, perdón por no saludarla, no la había visto.

—No se preocupe señor. ¿Ha tenido noticias de Willy?

—Para nada. Me he contactado con amigos y conocidos de otros bares de la Ciudad sin Nombre y nadie lo ha visto, es como si se lo hubiera tragado la tierra.

—Es muy raro que de la noche a la mañana nadie sepa de él. Hablé incluso con Emilio y Juan, pero tampoco lo han visto. Solo espero que se encuentre bien.

—Eso si es que aún no cae en las garras de ese sujeto, ese del que todos especulan es el culpable de lo ocurrido con Arturo.

—¿Usted lo cree? —Gertrudis sentía un poco de miedo al escucharle decir eso.

—Espero estar equivocado, sin embargo, Willy tenía la intención de dar con el paradero de ese sujeto para ajustar cuentas.

—¡Dios mío, eso no lo sabía! —Por segundos buscaba en su memoria aquel dato, pero no daba con él— Y la verdad, si es que en algún minuto mencionó eso, realmente no lo recuerdo.

—Con todo lo ocurrido con Arturo, difícilmente lo recordaría. ¿Sus hijos se encuentran bien?

—Dentro de lo que se puede decir bien… todavía les cuesta asumir que Arturo ya no está.

—A muchos nos cuesta asumir eso, —se rascaba la cabeza— y ahora con la desaparición de Willy… la verdad da mucho para pensar.

—Y sin dejar rastro.

—Sus motivos tendrá mi señora. Willy siempre sabía lo que hacía pese a estar bebido.

—Si es que está buscando esas respuestas que tanto necesitamos, —reflexionaba Gertrudis— lo mejor es pensar que se encuentra bien.

—Mientras no dé señales de vida, no lo sabremos.

—Eso es lo que me angustia, no saber nada de él. Mis hijos me preguntan todos los días si hay noticias de su tío, y no tengo nada para decirles.

—Tiempo al tiempo mi dama, tiempo al tiempo.

Sus nuevas amistades insertaron en William muchas dudas, precisamente por desaparecer sistemáticamente tras el incendio y muerte de Arturo. Algo no encajaba en sus recuerdos de fiestas y excesos en compañía de ellos, y los días de encierro, su lucidez y esos extraños sueños, le fueron útiles en cierto modo para sacar a la luz una cantidad de información que hasta el momento permanecía dormida en lo más profundo de su mente.

Pero había piezas del rompecabezas que permanecían inquietantemente para él, ocultas o perdidas en su mente durante sus veladas sumidas en el alcohol; eso hasta esa noche en que escapó del centro de rehabilitación. Antes de escapar volvía a recrear en su mente aquel sueño para estar seguro de lo que haría, y repentinamente vino a su mente un detalle en particular que no había recordado antes, una llamada telefónica contestada por uno de sus nuevos amigos, que casi en detalle la recordó.

“Creo que tengo a uno, pero no estoy seguro, cuando llegue el grupo de Federico…”

El recuerdo de aquella pequeña frase hilada por el recién llegado a su grupo de amigos, fue la que encendió las alarmas en él. Todo comenzaba a tener sentido, en especial la advertencia de don Pepe respecto a la llegada de aquel forastero al pueblo, aquel que resultó ser Federico y de quien todos sospechaban era el culpable de la muerte de Arturo.

—Si las sospechas resultan ciertas, —pensaba William esa noche, minutos antes de tomar la decisión de escapar— entonces ese bastardo también era parte de la banda de Federico… la banda del simio mejor dicho. Federico no fue el primero en llegar al pueblo buscándonos… debo salir de aquí y encontrar a ese hijo de perra, seguramente me estarán vigilando, saben que estoy internado aquí, mi presencia pone en peligro a toda esta gente si deciden actuar en mi contra… no tengo opción, debo irme ya.

Desde que escapó esa noche, permaneció oculto en la Ciudad sin Nombre. Allá tenía gente conocida y de confianza que podía albergarlo mientras ideaba un plan para dar con el paradero de aquel amigo que ni el nombre recordaba, pero sabía los lugares que frecuentaba en la ciudad, por lo que tenía la certeza que sería cuestión de tiempo para dar con él y sacarle a golpes la verdad.

Por desgracia su cometido con el correr de los días no llegaba a buen puerto, pese a preguntar en los lugares que aquel sujeto frecuentaba, muchos de ellos en compañía de William y sus amigos, nadie sabía con exactitud su actual paradero, lo que alimentaba más sus sospechas. Sus noches las pasaba en persecución de un verdadero fantasma, pues al igual que él, ninguno de los entrevistados conocía su nombre.

Eso hasta una madrugada. Se encontraba caminando sin rumbo fijo por las calles de la Ciudad sin Nombre sin saber que hacer, con sueño y hambre. Se había prometido no consumir una gota de alcohol mientras no diera con aquel sujeto, y al llegar a las cercanías de un local que permanecía abierto aún, estaba a punto de romper esa promesa que con esfuerzo mantenía. Pensaba que después de tanto tiempo, una cerveza no le haría daño.

Unos pasos lo separaban de la entrada y del sabor de la cebada, sintiendo que se le hacía agua la boca de solo pensarlo, pero súbitamente detenía su andar y daba media vuelta. Desde el interior aparecía a quien con afán buscaba, en compañía de un par de sujetos. Apenas se mantenían en pie, caminando de forma errática y aparentemente sin rumbo fijo. Era la oportunidad que tanto buscaba. Con precaución los siguió hasta un estacionamiento cercano. Iban en busca del vehículo en el que se movilizaban.

De manera torpe buscaban entre sus ropas las llaves, era tal su grado de alcohol que ninguno tenía idea de quien las portaba. William aprovechó esa distracción y se abalanzó sin dudarlo, tomándolos por sorpresa. A dos de ellos; los acompañantes de su objetivo, los tomó por el cuello y con todas sus fuerzas estrelló sus cabezas una contra la otra, desplomándose inconscientes por el fuerte golpe. Al instante centró su mirada en su objetivo, quien impávido lo miraba. Con furia lo tomó por las ropas y sin soltarlo lo estrelló contra el vehículo.

—¡Por fin te encuentro hijo de perra!

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