UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLET...

By Jota-King

607 158 11

Saga "The Wings of the Scorpions" Primera entrega. En un pueblo olvidado del mundo, Arturo debe luchar día a... More

Notas del autor.
Cita en el bar.
La amenaza de un extraño.
Atención a las señales.
Recuerdos del pasado.
Conflictos.
Viaje al fondo del abismo.
Una señal de esperanza.
Palabras del alma.
No hay plazo que no se cumpla.
Las llamas de la venganza.
Cenizas.
Mar de dudas.
Noche de insomnio.
Luto en Los Manzanos.
El último recorrido.
Considérate afortunado.
Familia fracturada.
Nuevo error.
Don nadie.
Hombres de la calle.
Cementerio de esperanza.
En el lugar equivocado.
Se abren puertas.
Oportunidad.
Prueba de confianza.
Una nueva identidad.
Son más que sueños.
Sinceridad.
Bondad en el corazón.
Encuentro inesperado.
Mordiendo el anzuelo.
Noches perdidas.
Retomando el juego.
Convaleciente.
Pleito en el bar.
La muerte anuncia su llegada.
Con el corazón en la mano.
Una estrella en el firmamento.
Adiós viejo querido.

Un nuevo destino.

9 3 0
By Jota-King

Luego de aquel café, que se extendió por cerca de media hora, salieron a dar otra ronda, pero esta vez por otro sector del cementerio, donde estaban sepultados quienes mejor posición social tuvieron en vida, y por ende, sus tumbas y mausoleos eran más refinados, acordes a su poder económico. Tumbas esculpidas con el mejor mármol, pequeños floreros del mismo material y sus nombres tallados en letras de oro de 24 quilates lucían imponentes.

Los mausoleos por su parte, eran una verdadera joya arquitectónica, de dimensiones exorbitantes y con grandes puertas forjadas en fierro fundido. Los apellidos de aquellas acaudaladas familias lucían imponentes en la cúspide y en su interior, lo imaginable que el ser humado pudiera crear para ornamentar el espacio, desde llamativas fuentes hasta complejas estructuras que solo comprendían quienes en vida las habían diseñado. Pero ni toda esa riqueza había logrado eludir su destino cruel, pues también se encontraban en el más absoluto olvido.

Una nueva ronda los conduciría por los pasillos donde los nichos apilados unos sobre otros, eran tan altos que se unían con el firmamento. Las fechas esculpidas en la mayoría de los nichos, databan desde hace más de cincuenta años, y si ponías atención, lograbas distinguir que la mayoría había muerto de edad avanzada, sin embargo, había un sector donde los difuntos eran relativamente jóvenes.

Eran muy pocas las que a simple vista demostraban que sus seres amados supervivientes, sagradamente mantenían con flores frescas los floreros, pero otras, eran tan antiguas que incluso apenas se lograba distinguir el nombre del occiso. Y por supuesto, rondaron por el lugar donde se encuentran los más desdichados, aquellas almas perdidas a las cuales por registro solo se tiene un número, aquellos a quienes ni un solo familiar se dignó a reclamar, sepultados cual si fuesen solo una bolsa de basura llena de desechos, y que compartían lugar con todos aquellos que perecieron en el terremoto que el anciano describió.

Aquel lugar era la fosa común del cementerio, un lugar plano y enorme, adornado solamente con estacas enumeradas, un sitio sombrío y vacío. Lugar triste y abandonado, carente incluso de la mano de Dios. Las estacas eran innumerables, y en cada sector donde se hallaba una de éstas, se encontraban solo compartimientos de cemento, en cuyo interior había trescientas ánforas. Fue tal la cantidad de muertos durante el terremoto, que decidieron cremar los cuerpos para tener espacio suficiente donde poder sepultarlos.

Hubiera sido más fácil esparcir sus cenizas precisamente en el lugar donde perdieron la vida, pero las autoridades eclesiásticas decidieron que aquello sería una aberración, una interrupción al descanso eterno de esas almas que encontraron la muerte de manera trágica, por ello destinaron una suma importante de dinero para sepultar sus cenizas en un terreno santo. Sin duda este sector fue la parte más triste de ver durante el recorrido.

Sin darse cuenta, la noche había corrido entre rondas y café. Hasta que los primeros rayos de sol eran recibidos con la última taza de café entre las manos de los hombres. El trinar de los pájaros que recibían el nuevo día acompañaba el momento, y el frío implacable de la noche poco a poco comenzaba a ser parte del recuerdo. Pronto llegaría la hora de abrir las puertas del cementerio, y la paz en su interior sería interrumpida para que los pocos y devotos dolientes visitasen una vez más a sus seres queridos.

Para nuestro amigo era hora de partir, con la esperanza de que su nuevo destino lo llevase al encuentro de aquellos a quienes buscaba. Debía dar rienda suelta a todo ese temor y rabia que en su interior tenía, y expulsar aquello de una vez por todas desde lo más profundo de su ser. Buscar gente que al igual que él, se encontrara perdida y sumida en tinieblas, pero con el valor suficiente de alzar la voz era la tarea que debía realizar si pretendía acabar con la tiranía de aquel al que apodaban simio.

—Solo hay una manera en la que puedo ayudarte ahora muchacho, —decía el anciano antes de la despedida— imagino que necesitarás ayuda económica.

—Pues la verdad sí, más o menos. —Respondía con un poco de vergüenza— pero sería incapaz de aceptarla de su parte.

—Descuida muchacho, es lo menos que puedo hacer por ti. Me has dado una noche inolvidable.

—Usted ni se imagina la noche que me ha regalado.

—Tengo a alguien del otro lado, creo que es el único pariente vivo que me queda, un hermano.

—¿Y con lo viejito que es usted, y tiene un hermano vivo?

—En realidad es hermanastro, se crió en familia diferente, por ello aún sigue vivo. Desconozco en qué trabaja, pero sé que aún vive.

—¡Con esos datos va a ser fácil para mí encontrarlo! —Exclamaba nuestro amigo, gesticulando con los brazos y esbozando una gran sonrisa.

—Arturo. —Indicaba el anciano.

—¿Cómo me dijo? —Un frío le recorrió el cuerpo, sentía como los pelos se le erizaban al escuchar aquel nombre que había sido obligado a dejar atrás. Su mundo en fracción de segundos volvió a él, inundándolo por completo.

—Arturo del Orto, así se llama. —Unos segundos de silencio prosiguieron a las palabras del anciano, eso hasta que… nuestro amigo estallaba en risas.

—¡Supongo que se está burlando de mí! —Exclamaba riendo aún éste, pensando que se trataba de un chiste de parte del anciano.

—¿De qué te ríes hombre? —El anciano no entendía qué era lo gracioso que había dicho como para hacerle reír de manera tan explosiva, como si por fin aquel extraño visitante podía descargar algo de tensión.

—¡Del Orto… el apellido chistoso! —Exclamaba entre risas, incluso tomándose el estómago, pues ya le dolía de tanto reír— ¡Nunca había escuchado un apellido tan gracioso!

—¿Muy gracioso lo que te digo? —El anciano fruncía el ceño, pues aún no le encontraba la gracia a sus propias palabras, o simplemente no lo entendía.

—¡Disculpe, disculpe, fue sin querer! —Expresaba sin embargo nuestro amigo, intentando comportarse y por sobre todo, parar de reír.

—Bueno, bueno, cuando acabes de reírte…

—¡Ya, sí, sí, disculpe, fue sin querer… del Orto! (¿Entendiste el chiste o te lo explico?)

—¿Puedo continuar?

—Pero no me diga otra vez ese apellido. ¡Ahora falta que el suyo sea del Hoyo! —Explotaba nuevamente en risas al gritar aquello.

—Si sigues con tus bromas no te diré nada, mocoso insolente. —El anciano sonaba un tanto molesto por el tono de su voz, y por sobre todo por seguir sin entender la broma en cuestión.

—¡Disculpe, es que me hizo reír demasiado y hace mucho que no me reía así! ¡Le pido disculpas, no fue mi intensión ofenderlo! —Pese a las risas, intentaba mantener la cordura— ¿Me decía?

—Dile que vas de parte de John Michael… del Hoyo.

—¡Es en serio, ya pare, dónde está la cámara escondida aquí, no me diga que ese es su apellido!

—¿Acaso no te fijaste en la piocha que porto en mi pecho? —Inquiría el anciano ya enfadado, señalándola en sus ropas, la cual saltaba a la vista.

En cosa de segundos las risas se apagaban y observaba la piocha que el anciano aún señalaba sobre su pecho. Su rostro permanecía sin expresión alguna, esperando respuesta.

—Pues no. —Respondía éste, poniéndose serio e incluso un tanto avergonzado por no haberlo notado antes. (¡Escritor de mierda, cómo no hiciste que me fijara en ese detalle!)

—Pues broma o no, le atinaste a mi apellido.

—Pues dejándose de bromas, —reflexionaba— si me dice que esta ciudad originalmente era de nueve millones, y que de este lado hay con suerte un millón, será buscar una aguja en un pajar.

—Pues si logras dar con esa aguja serás afortunado, —aseguraba el anciano— y tu camino se te hará más llevadero, tendrás la ayuda y el apoyo que ahora necesitas.

—La verdad no sé cómo agradecerle lo que ha hecho por mí, lo que me ha dicho y lo que me ha mostrado. Cuando llegué aquí no sabía a ciencia cierta a lo que venía, no sabía si valdría la pena venir, tenía muchas dudas con este viaje.

—¿Y ahora?

El anciano esperaba haber ayudado en algo a aquel desconocido, y al preguntar, su mirada reflejaba cierto grado de ternura. Y aunque muchas cosas lo dejaban un tanto más tranquilo, aún rondaban en su mente muchas interrogantes. Aun así, en su interior sentía un peso menos, pese a no ser mucha la carga liberada, era en cierto grado un alivio para él.

—Las dudas aún están presentes, y usted no me las puede resolver por desgracia. Pero iniciaré este nuevo viaje con una tranquilidad que no tenía al llegar, y créame que eso en mi interior sirve mucho. Mi mente tiene un poco más de claridad en lo que debo hacer, y mi corazón está más tranquilo. Comprendo que mientras ese sujeto no dé con mi paradero, mi familia estará bien, y eso es lo importante para mí. Debo seguir así, perdido. Es lo único que tengo a mi favor en este momento.

—Pero recuerda que no puedes pasar tanto tiempo en las sombras.

—También tengo claridad de ello. Pero por el momento es mejor así, estar perdido.

—Así es mi amigo, ese factor sorpresa a tu favor debes cuidarlo mucho. —El hombre se levantaba de su silla e invitaba a nuestro amigo a salir de aquella pequeña construcción que los albergó durante la noche, pues ya se acercaba la hora de abrir las puertas del cementerio, y mientras caminaban lentamente hacia el portón, el anciano continuaba hablándole— Porque el día que den con tu paradero, te atacarán con todo lo que tienen, y para ese momento debes estar preparado, no debes seguir solo, debes tener gente que te apoye, que se una a tu causa. Esa parte te será difícil, pues el temor que han infundido entre las masas ha sido tremendo, pocos tienen el valor de tan siquiera mencionar el apodo de simio.

—Si me he dado cuenta de eso. —Respondía éste, pues lo sabía de sobra— A mucha de la gente que le pregunté, prácticamente me dieron la espalda, me mandaron a la mierda.

—Solo si en tu camino te topas con la gente indicada mi amigo, esa es la manera que tienes para lograr tu cometido. Pero debes ser cauteloso en tus pasos, de lo contrario entrarás en un callejón sin salida, y al final del camino solo una cosa encontrarás.

—¿Y eso es lo que me temo? —Éste lo miraba fijamente a los ojos, sin detener sus pasos.

—Creo que sí, ya lo sabes… una muerte segura.

—Si la muerte me llega, —expresaba dando un suspiro con sus palabras— solo espero tener la oportunidad de volver a conversar con usted antes de ese día, y ver a mi familia.

—Volverás a ver a tu familia, —aseguraba el anciano, dándole una palmada en la espalda en señal de aliento— pero volver a hablar conmigo, eso es más difícil mi amigo, quizás no por lo que suceda, sino por mi edad. Quizás eso marque la diferencia en que tú y yo volvamos a conversar.

—Ojalá no sea así.

Un fuerte abrazo selló la despedida de los hombres al llegar éstos junto al portón, sin importar las miradas de quienes en el exterior, esperaban la apertura del lugar. Las puertas del cementerio por fin eran abiertas al público, y la gente que en el exterior aguardaba con flores y presentes entre sus brazos, ingresaba a visitar a sus seres queridos, aquellos pocos que no olvidaban a quienes en vida amaron.

Los rayos del sol en ese momento ya se sentían con más fuerza, brindando una calidez exquisita y dejando atrás el recuerdo de la fría noche, no así lo experimentado por los hombres, en especial en el corazón de aquel viajero. No obstante, la noche no le había brindado suficiente tiempo, algo quedaba en el tintero, y bastó que los hombres se miraran mutuamente para saberlo.

—Amigo, ¿un último café? —Le preguntaba el anciano antes de que éste partiera.

—¡Sí señor, un último café! —Respondía feliz nuestro amigo.

Con la alegría a flor de piel, los hombres volvían a la pequeña estructura que utilizaba el anciano, donde la dinámica de la noche por parte de éste, se desarrollaba tal cual, a paso lento y pausado, pero al estar el agua lista y los cafés servidos, los hombres se largaron a conversar un sinfín de cosas banales. Para ellos no era necesario tocar un tema en específico, simplemente tenían esa necesidad de platicar el uno en compañía del otro.

Antes del mediodía se encontraba frente al enorme puente que conectaba ambas partes de la ciudad del Oeste-Otro. Buscó una parada de autobús con la incertidumbre y el miedo de no saber qué le deparaba su nuevo destino. Hasta que pasado unos minutos, por fin tomaba el autobús 77 y al abordar éste, emprendía la ruta hacia una nueva aventura en su vida.

El puente era una mega estructura que solo en revistas o en la televisión había tenido oportunidad de ver algo similar. Sin lugar a dudas el ser humano era capaz de crear maravillas cuando se lo proponía. El autobús tardó 20 eternos minutos en recorrer aquella estructura, y otros 30 en llegar a su parada final. El día para él en ese punto apenas comenzaba, y sin darse cuenta ya habían pasado casi tres semanas desde su llegada al otro extremo de la ciudad.

Cansado de solo tener migajas, aquel día había dejado los pies en la calle, los trabajos por poco dinero no le eran suficientes y dormir en la calle por las noches era peor. Su cuerpo ya no lo soportaba y su estómago menos. Había perdido bastante peso, y aunque no lo podía ver, lo sentía. Su traje solo le ayudaba a regenerar su cuerpo, el hambre no se la quitaba. Su mente divagaba de un lado a otro, y antes de que se diera cuenta, se encontraba una vez más caminando sin rumbo fijo por calles totalmente desconocidas, hasta que terminó por sorprenderlo nuevamente la noche.

Con el estómago vacío y el cansancio a más no poder, buscó refugio para poder pasar el frío implacable que se hacía sentir, e intentar dormir un poco, con la esperanza de que los rayos de sol del nuevo día le depararan algo mejor. Un callejón y unos contenedores de basura serían su refugio aquella noche, un callejón sombrío y con basura acumulada por doquier, donde ni los postes del alumbrado público funcionaban.

A la mañana siguiente continuó su búsqueda, necesitaba con urgencia conseguir un empleo estable, de nada le serviría seguir así, pasando hambre y frío de esa manera, pues moriría antes de encontrar al artífice de su desgracia, por lo que debía dejar en pausa su búsqueda y concentrarse primero en encontrar un trabajo, tomar en cuenta el consejo de la señora Adelaida y del velador del cementerio, y buscar a alguien que al igual que él, tuviese problemas con esa gente, no podía sacar adelante esto por sí solo.

Si seguía así, sería perder más tiempo del ya desperdiciado. Tenía a su favor el hecho de que en todo ese tiempo, no había tenido problemas con esa dichosa banda, por lo que asumía que aún no lograban dar con su paradero. Pero debía estar preparado para cuando llegase el día en que lo encontraran.

—Bueno, soy mecánico, voy a buscar un taller, en todo lo que he recorrido no me he topado con ninguno, eso es raro en una ciudad tan grande como esta. A ver si encuentro uno que necesite un ayudante, ya me aburrí de las migajas. A lo mejor no he buscado bien, con lo dantesca que es esta ciudad es fácil perderse, más para mí que ni la conozco. Necesito un trabajo donde pueda hacer lo que realmente hago y no improvisar cada día, no puedo seguir así. Moriré de hambre antes de encontrar a ese hijo de perra, ¿qué chiste tiene pasar tanta pellejería y no lograr mi objetivo? (Si ves un taller por ahí me avisas. ¿Estás leyendo aún o ya te aburrí?)

Pero necesitaba aquello que le habían arrebatado. Estaba tan sumido en solamente sobrevivir el día a día, que ni siquiera había reparado en ello, en que no poseía un nombre. En los lugares donde trabajó, solo se referían a él como joven o maestro, jamás con un nombre. Su vida pasada se había consumido en el fuego, en aquel maldito incendio que marcó el comienzo de este presente que aún no está del todo convencido de seguir.

Más alternativa no tenía, debía sacar fuerzas de flaqueza para continuar adelante y no morir en el intento por recuperar su pasado, aunque muy en el fondo sabía que ya nada volvería a ser lo mismo ni en su vida ni en la de su familia. Un juego cruel lo estaba arrastrando al fondo del abismo, haciendo que lejos de encontrar respuestas y ayuda, fuese invadido por el miedo, la desesperanza y la soledad.

Y a pesar de que en su camino encontró gente de buen corazón que una mano le tendió al verlo caído, de igual manera sentía que sus pasos eran inútiles, no llegaba a nada en concreto, imaginaba que en verdad se encontraba en el fondo de un pozo, lejos de la luz, dando gritos de desesperación que eran enmudecidos por la penumbra de aquel fondo.

Continue Reading

You'll Also Like

38.4K 3.3K 18
Con el riesgo de morir si entraba a esa habitación , Jimin no podia aguantar más el llamado de su alfa en celo , Jimin debía correr riesgo y que pasa...
88.1K 12.4K 50
Taehyung es un Omega que nunca tuvo una vida fácil. Junto a su padre Jin, deciden mudarse para comenzar de nuevo, pero a Tae le cuesta socializar y J...
31.7K 5.3K 29
JiMin le pide a TaeHyung que lo acompañe a una cita con el Alfa que le gusta, prometiendole que éste llevaría otro Alfa para él. TaeHyung acepta ilu...
24M 1.9M 156
En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. ...