La mala del cuento ©. [TERMI...

By CarolinaRuizRizo

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No hay nada peor en el mundo que un corazón roto, y eso Emma Wallace lo sabe bien. Dos años después de que Ca... More

Capítulo 1 (Parte 1)
Capítulo 1 (Parte 2)
Capítulo 2 (parte 1)
Capítulo 2 (parte 2)
Capítulo 3 (Parte 1)
Capítulo 3 (Parte 2)
Capítulo 4 (Parte 1)
Capítulo 4 (Parte 2)
Capítulo 4 (Parte 3)
Capítulo 5 (Parte 1)
Capítulo 5 (Parte 2)
Capítulo 6 (Parte 1)
Capítulo 6 (Parte 2)
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9 (Parte 1)
Capítulo 9 (Parte 2)
Capítulo 10
Capítulo 11 (Parte 1)
Capítulo 11 (Parte 2)
Capítulo 12 (Parte 1)
Capítulo 12 (Parte 2)
Capítulo 13 (Parte 1)
Capítulo 13 (Parte 2)
Capítulo 14 (Parte 1)
Capítulo 14 (Parte 2)
Capítulo 15 (Parte 1)
Capítulo 15 (Parte 2)
Capítulo 15 (Parte 3)
Capítulo 16
Capítulo 17 (Parte 1)
Capítulo 17 (Parte 2)
Capítulo 17 (Parte 3)
Capítulo 18 (Parte 1)
Capítulo 18 (Parte 2)
Capítulo 19 (Parte 1)
Capítulo 19 (Parte 2)
Capítulo 20 (Parte 1)
Capítulo 20 (Parte 2)
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26 (Parte 1)
Capítulo 26 (Parte 2)
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30 (Parte 1)
Capítulo 30 (Parte 2)
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35 (Parte 1)
Capítulo 36 (Parte 1)
Capítulo 36 (Parte 2)
Capítulo 37 (Parte 1)
Capítulo 37 (Parte 2)
Capítulo 38
Capítulo 39 (Parte 1)
Capítulo 39 (Parte 2)
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52 (FINAL)

Capítulo 35 (Parte 2)

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By CarolinaRuizRizo

Le mandé un mensaje a Alice indicándole lo poco que sabía: Que Axel se había metido en una pelea y que me dirigía hacia el exterior a ver qué demonios había ocurrido. Por último, traté de explicarle donde se suponía que nos dirigíamos y me guardé el móvil en el bolsillo justo después. Arthur fue abriendo camino para Bethany y para mí por mitad de Paradise. Por alguna razón me sentí aliviada de tenerla cerca en aquel momento, porque iba soltando comentarios parecidos a los que haría Nate, y eso me hacía mantener la mente fría y no dejar que la preocupación y el cabreo que sentía se extendieran por mi cuerpo.

Cuando Arthur abrió las puertas del local, una fría ráfaga de viento me saludó haciendo que la carne se me pusiera automáticamente de gallina. Bethany y yo seguimos al chico rubio y esperamos a que no pasaran coches para poder cruzar al otro lado del polígono. Arthur nos condujo por un callejón repleto de locales de fiesta que desembocaba en una calle mucho menos concurrida y con un olor nada agradable. Y entonces le vi.

El corazón me galopó con fuerza en el pecho.

Axel estaba sentado en un escalón, con la cabeza apoyada en la pared y una mancha oscura en la comisura de la boca que tenía muy mala pinta. Había dos chicos más con él, pero desconocía sus nombres.

—Axel. —le llamé arrodillándome rápidamente delante de él. Sentí el frío de la calle atravesar mis pantalones. —¿Qué has hecho?

Tenía los ojos cerrados pero los abrió cuando escuchó mi voz. Las pupilas estaban dilatadas y había un brillo distinto en ellos. Comenzó a reírse y cuando yo puse cara de confusión se llevó una mano a la boca para intentar aguantarse. Cosa que no consiguió.

—¿Estás borracho?

No me contestó y siguió riéndose esta vez sujetándose el estómago. Levanté la vista hacia Arthur que se encogió de hombros sin saber exactamente qué decir.

—¿Pero qué le pasa? —exigió saber Bethany que estaba más cabreada que otra cosa.

Agarré la barbilla de Axel con cuidado de no rozar el lugar dónde le habían propinado el golpe y de repente dejó de reírse, entonces y por primera vez, sus ojos se clavaron en los míos.

—¿Qué has hecho, Axel? —murmuré.

—¿Maléfica...?

Arrugué la nariz percibiendo el aroma del ron en su boca.

—Ya te podrías haber bebido un licor de manzana. —musité observando como la mancha de la comisura de sus labios se volvía un poco más oscura. Le rocé con el pulgar y Axel cerró con fuerza los ojos y no supe si era porque le estaba doliendo mucho o porque no se esperaba aquel contacto.

—¿Pero qué ha pasado?

Me parecía que esa iba a ser la frase estrella de la noche.

Era Nate.

Alice, a su lado, soltó una maldición mientras ponía cara de disgusto.

—¡Gladiator! —soltó Axel antes de comenzar a reírse de nuevo.

—¿Es que solo va a soltar nombres de personajes o como va la cosa? —preguntó Bethany.

Volví a clavar la vista en Arthur, ya con la peor cara de mala hostia que pude fabricar.

—Se le estaba yendo un poco la mano con las copas así que decidimos salir a que nos diera el aire. —comenzó a decir éste por fin.—Pero nuestro encantador amigo decidió que el portero le estaba mirando mal, así que le invitó a... —cerró la boca.

—¿A..? —exigí saber.

Pero fue un chico moreno que estaba cruzado de brazos el que habló.

—A una pelea ninja.

Nate se rio y yo puse los ojos en blanco porque parecían estar vacilándome entre todos.

—Se ha liado un poco y el portero le ha dado una buena, aunque nos lo hemos podido llevar de allí antes de que la cosa se complicara más. Le hemos ofrecido llamar a un taxi para que se fuese a casa. —fue Arthur quien retomó la conversación. —Pero no paraba de decir que quería hablar contigo.

—Y desde luego que está en condiciones de hacerlo. —comenté irónicamente regresando la vista a Axel. Le solté suavemente la barbilla.

—¿Te he...dicho... —comenzó a reírse un segundo, pero después despegó la cabeza de la pared de cemento y se inclinó suavemente hacia mí. Sus labios rozaron mi oreja. —que estás... preciosa?

Me ruboricé y me aparté tan rápido que, las personas que había tras de mí, fruncieron el ceño sin saber muy bien qué había pasado.

—Vamos a llamar a un taxi, ¿vale? —dije rápidamente tratando de recuperar la compostura.

Axel negó con la cabeza, dejándose caer sobre mi hombro.

—Quiero dormir justo aquí.

Vaya por dios.

—No voy a perdonarte en la vida que hayas arruinado tu fiesta de cumpleaños. —soltó Bethany.

—Tampoco seas tan dura con él... —respondió Arthur que se había apoyado contra la pared sin saber muy bien qué hacer.

Nate volvió a reírse y entonces añadió:

—Oh, vamos. ¿Por qué actuáis como si el chaval hubiese cometido un delito?

Giré la cabeza todo lo que Axel me permitió y le dediqué una mirada asesina, pero Nate no se amedrentó.

—¿Qué? Es verdad. ¿O ahora me vais a decir que ninguno de vosotros se ha pasado un poquito de la raya con las caipiriñas? Si hubiera incendiado un local entendería vuestras caras.. Encima que le ha querido dar emoción a la noche con una... ¿pelea ninja?

Casi le gruñí.

—Hueles a algodón de azúcar. —Axel se acomodó un poco mejor en el hueco de mi hombro y su nariz me rozó el cuello. Contuve la respiración y traté de clavar bien las rodillas en el suelo porque prácticamente se había dejado caer sobre mí. Y pesaba mucho.

—¿Qué hacemos? —pregunté tratando de ignorarle.

—Podrías adoptarlo, se ha aferrado a ti como un pequeño koala. —se burló Nathaniel y de verdad que me entraron ganas de matarlo allí mismo.

—Podríamos esperar a que se le pasase un poco y después mandarlo a casa. —opinó Alice.

Al final todos estuvimos de acuerdo en que era la mejor opción, así que mientras Arthur trataba de quitarme a Axel de encima, Bethany y el chico moreno fueron en busca de una botella de agua y un poco de hielo para el golpe de la mandíbula. Nate, por su parte, se dedicó a sacar el móvil y a hacerse fotos con Axel, que achinaba los ojos para sonreír y prácticamente hacía todo lo que mi amigo le decía, desde poner morritos hasta pestañear como una bonita mariposa. Yo puse los ojos en blanco porque de verdad que todo me parecía completamente surrealista.

—Si me hubieran dicho esta mañana que la noche iba a resultar de esta manera no me lo habría creído. —le dije a Alice cuando conseguí separarme un poco de la escena.

Me froté los brazos porque había empezado a sentir nuevamente mucho frío. ¿Por qué siempre se me olvidaba la chaqueta dentro las fiestas?

—Pero no entiendo qué ha pasado.

—Al parecer había mucha gente en Paradise y prefería continuar la fiesta en otro sitio.

Alice arrugó la nariz.

—Eso no tiene ningún sentido. No parece algo que Axel haría.

Yo me encogí de hombros porque no sabía ya que pensar. Antes de que nos diésemos cuenta, Bethany y el chico moreno habían vuelto con una botella grande de agua y un botellín de cerveza.

—¿Y el hielo? —pregunté acercándome a ellos.

—No nos han querido dar ni un trozo. Le hemos ofrecido incluso cinco dólares por uno pero nos han mandado a paseo. —Bethany levantó el botellín. —Esto es lo único fresco que hemos podido conseguir. Ah, y esto. —me lanzó una bolsa naranja repleta de paquetes de pipas y gominolas, además de dos paquetes de distintas clases de patatas. Alcé una ceja. —¿Qué? Si vamos a tener que hacer tiempo aquí, mejor estar bien suministrados.

No iba a ser yo la que pusiera objeciones a eso.

Todos conseguimos hacernos un hueco en el escalón y mientras Axel decidió que mi regazo era un buen sitio para echar una mini siesta, los demás nos dedicamos a trincar todas las chucherías que había en la bolsa mientras nos dedicábamos a observar a través de la calle de enfrente como el ambiente seguía creciendo, a pesar de que eran ya las cuatro y veinte de la madrugada.

No quería saber qué estarían pensando todos lo que pasaban por allí y se nos quedaban mirando, pero no podía culparlos tampoco. Con una mano me estaba dedicando a comer pipas mientras que con la otra sujetaba el botellín de cerveza contra la mandíbula de Axel. A veces soltaba soniditos que hacían que se me ablandara el corazón, pero cuando le miraba bien y recordaba que me había dejado plantada y que encima se había ido de fiesta a otro sitio, me entraban ganas de atizarle con la botella en el otro lado de la cara para que llevara dos moretones a juego.

Después de que acabáramos con todos los suministros, le llegó el turno a Nate, que pensó que era un buen momento para comenzar a contar anécdotas de esas de las que te morías de la risa o de la vergüenza, porque tenían que ver con algo vergonzoso que hubiésemos hecho.

—Por favor, cuenta la del baño. —exigió Nate devorando las últimas migajas de patatas que quedaban en un paquete.

Resoplé y tuve que controlar una risa porque esa sí que era buena. A Bethany y a Alice pareció pasarles lo mismo.

—Bueno, estábamos las tres. —comencé a decir señalándolas. —Nathaniel se había quedado en la explanada dónde la gente estaba bebiendo y nosotras decidimos que teníamos que ir al baño. Habíamos bebido un poquito así que ya podéis imaginaros como fue la búsqueda del inodoro perdido.

Alice soltó una risita y Beth se tapó la cara.

—Total, lo encontramos, pero eran uno de estos a los que les tienes que echar una moneda para que las puertas se abran; sin embargo las chicas que había haciendo cola por delante de nosotras estaban haciendo un poquito de trampa. —seguí diciendo y sin darme cuenta bajé la mano que tenía libre hacia el cabello de Axel y pasé los dedos por él. —Vamos, básicamente mientras una hacía pis la que estaba esperando fuera ponía el pie en la puerta dejando sólo una rendija abierta, para que no se cerrara y tuvieran que echar otra moneda.

—Mira que sois listas. —dijo Arthur. —No hay duda de que sois las del sexo dominante.

—No lo sabes tú bien...—respondió Bethany.

—El caso fue que cuando nos llegó el turno decidimos que Alice entrara primero, y yo me encargué de poner el pie para que la puerta no se cerrara. Pero mientras Alice estaba dentro, Bethany y yo comenzamos una pelea fuera para ver quien entraba la siguiente, y al final se me escapó el pie y la puerta se cerró. —continué diciendo. —Y no teníamos dinero para volver a abrirla.

Bethany se llevó una mano a la boca tratando de controlar la risa y Alice parecía estar reviviendo aquella situación, porque no paraba de asentir a la vez que decía: "valientes amigas las mías".

—Si la hubierais visto pidiéndonos por favor que la sacáramos de ahí.—esta vez la que fue incapaz de contener una carcajada fui yo.—"Tías, abridme que está oscuro". "Tías, ¿qué pasa que no puedo salir?"

—¡Y nosotras sin un sólo centavo en la cartera para poder sacarla!—soltó Bethany haciendo que Arthur y el chico moreno soltaran una risotada. —Aún no recordamos como conseguimos abrir la puerta y liberarla, pero fue muy bueno.

Axel se movió entonces sobre mi regazo, colocándose boca arriba. Bajé la vista de repente, encontrándome con que tenía los ojos fijos en mí, pero ahora había otro brillo en ellos. Más felinos, más penetrantes. Aparté rápidamente la mano de su pelo.

—¿Cómo te encuentras? —balbuceé.

Axel se incorporó entonces de mi regazo e hizo una mueca de dolor, llevándose la mano a la cabeza.

—¡Hombre, amigo! Has vuelto a la vida. —dijo Arthur.

—Creo que me va a explotar la cabeza. —soltó finalmente y por primera vez pareció reparar en todos los que nos encontrábamos allí, porque su vista voló desde Alice que se encontraba en una punta hasta Bethany que estaba sentada justo en el lado contrario. Pensé que volvería a mirarme, porque yo no podía apartar los ojos de él, pero no lo hizo, sino que se puso en pie y Arthur tuvo que agarrarlo del brazo cuando se tambaleó un poco hacia la izquierda.

En cualquier otro momento me habría reído, pero había algo distinto en Axel, parecía... parecía estarme evitando.

Arthur le palmeó la espalda.

—Bueno, ¿nos dejas llamar ya a un taxi o qué?

—Lo que no sé es por qué no lo habéis hecho ya. —se quejó.

—Pues porque estabas muy pesado con que tenías que hablar con Emma.

Mi nombre pareció tener un efecto en él demoledor, porque apretó los labios y pude ver como la mandíbula se le endurecía. Yo me quedé rígida sobre el escalón de piedra. ¿Pero qué demonios le pasaba?¿Estaba enfadado? Porque la que tendría que estarlo era yo, y mucho de hecho. Me había dejado plantada para irse de fiesta a otro lugar, había soportado (tampoco es que me hubiera molestado mucho pero...)que se me tirara encima y me dijera que olía a algodón de azúcar, ¡e incluso le había dejado dormir sobre mí para que ahora pareciera que yo era el demonio!

Yo también me puse en pie, sintiendo como una nube de malhumor comenzaba a rondarme sobre la cabeza. Caminé hacia la basura más cercana mientras los demás comenzaban también a incorporarse, y tiré el botellín de cerveza, que ya no era más que un líquido caliente. Regresé sobre mis pasos y me detuve con los brazos cruzados mientras el resto discutía si mandar a Axel a casa y tomarnos la última en algún sitio o si era el momento de que todos regresasemos.

Más allá de que me pareciera surrealista que nos hubiésemos montado ahí de la nada un súper grupo, y que hubiésemos podido estar todos compartiendo un rato divertido, me parecía todavía más inverosímil que quisieran continuar con la recién formada alianza a pesar de que el motivo de la misma se fuera ir en taxi a su casa.

Por alguna extraña razón, sé que habría aceptado aquella propuesta porque durante el rato que nos habíamos tirado comiendo gominolas y compartiendo anécdotas me había sentido cómoda, sin embargo no podía pasar por alto el hecho de que Axel, con la poca conciencia que le quedaba, estaba pasando de mí, y lo estaba haciendo en serio porque incluso había comenzado una conversación con Alice y le estaba preguntando qué tal la noche.

—Yo me voy ya a casa chicos. —dije tratando de sonar calmada y no como una persona que estaba a punto de asesinar a alguien. Alcé la muñeca en la que llevaba mi reloj y la meneé en el aire. —Son las seis menos veinte de la mañana, estoy muerta.

Nadie había parecido reparar realmente en la hora, porque sus caras fueron de sorpresa. Lo cierto es que el tiempo había pasado tan rápido que ni siquiera habíamos sido conscientes.

Al final todos decidieron que era hora de volver a casa por lo que emprendimos la marcha a través del callejón, que ahora estaba sólo la mitad de abarrotado que hacía unas horas. Axel se mantuvo al final del todo con Arthur a su lado, que le estaba comentando algo entre susurros, pero Axel lo desestimaba con la mano en un gesto seco. Yo me adelanté porque pasaba de verlo, si él iba a ignorarme yo podía hacerlo mejor.

Alice se agarró a mi brazo y para mi sorpresa Bethany apretó el paso para ponerse a nuestro lado, mientras que Nate permaneció más atrás.

—La verdad es que no es la noche que me había imaginado. —comenzó a decir Bethany. —Pero tampoco me voy a quejar.

—Supongo que no ha estado mal del todo. —reconoció Alice aferrándose más a mí debido al frío de la madrugada.

Cuando alcanzamos de nuevo la calle principal, nos dimos cuenta de que Paradise ya estaba cerrando sus puertas, al igual que muchos de los otros pubs de la zona, lo que supuso que había una marea degente dispersándose hacia los aparcamientos y hacia la parada de taxi. Me froté los brazos cuando Alice me soltó.

—Va a ser una locura pedir un taxi. —musitó Arthur observando la cola.

—No te preocupes, no tardan tanto. —intervino el chico moreno. —He salido aquí muchas veces de fiesta y nunca he esperado más de 10 minutos.

—Yo tengo el coche aparcado ahí atrás. —comencé a decir señalando el final de la calle. —Podríais veniros unos cuantos conmigo. No me importa acercaros.

—Nena, vives en la otra punta de la ciudad. —me recordó Nathaniel. —Vete tranquila.

Fruncí el ceño porque de verdad que me daba igual llevarme al que quisiera a su casa, pero cuando volví insistir la respuesta fue la misma. Asentí despacio y no pude evitar mirar un sólo segundo a Axel, pero para variar se encontraba con la vista fija en el infinito y más allá. ¿No se pensaba despedir si quiera después de haberme tirado casi dos horas sujetando una botella fría contra su mandíbula? Me dolía mucho la muñeca pero de verdad que aún tenía fuerzas para soltar un buen gancho. ¿No quería eso?, ¿una pelea ninja? Resoplé.

—Me voy entonces. ¿Me mandáis un mensaje cuando lleguéis a casa? —miré a Bethany para que supiera que también me refería a ella en cuanto a eso, y la comisuras de sus labios se elevaron lentamente mientras asentía.

—Te acompaño al coche. —dijo Nathaniel pero levanté la mano en un gesto negativo.

—Esto está lleno de gente, no hay problema.

—Aún así...

—Oh, vamos, he aparcado ahí al lado. No pasa nada.

Nate no pareció muy convencido pero acabó asintiendo porque yo era bastante cabezota cuando me lo proponía y lo que menos quería era que si se quedaba un taxi libre tuvieran que perderlo porque Nathaniel se había empecinado en acompañarme. Hice una exagerada reverencia para despedirme y me di la vuelta con una sensación amarga en la boca del estómago.

Recorrí sólo unos cuantos metros por la acera cuando pasó por mi lado un coche a toda velocidad, que más que transitar por una carretera de un polígono parecía estar en mitad de una carrera de esas que dejan un asqueroso olor a rueda quemada. El viento que levantó, acompañado del que ya había, hizo que un mechón de pelo se me escapara de las horquillas, y tuve que ahogar un grito por el susto que la cercanía del vehículo me había provocado.

Me llevé una mano al pecho, sintiendo cómo me iba a toda velocidad y entonces me tragué la segunda exclamación de la noche cuando alguien me rodeó el brazo con fuerza y me empujó hacia el lado más profundo de la acera. Los ojos de Axel desprendían furia.

—¡¿Pero qué te pasa?! —musité soltándome bruscamente de su agarre sintiendo todavía el pulso disparado. Otro sobresalto más y estaba segura de que la funeraria tendría que venir a por mí.

—¿Qué te pasa a ti? —gruñó enfadado. —¿No dejas que Nathaniel te acompañe pero te dedicas a pasear tranquilamente por el borde de la acera? ¿Has perdido el juicio o es que nunca lo has tenido?

Abrí la boca para responder pero la volví a cerrar. No iba a hablar con él desde luego, no tenía ningún derecho a ignorarme para después hacerse el preocupado. Ya podía irse a paseo. Me di la vuelta y continué mi camino dejándolo ahí plantado, pero apareció a mi lado instantes después cortándome el paso.

—No te vas a ir. —advirtió.

Parpadeé antes se soltar una risa seca.

—Ya. —le adelanté por la derecha pero volvió a sujetarme del brazo, esta vez con más suavidad. —Te preocupaba que fuera por el borde. ¡Pues mírame! Voy por el maldito interior. ¿Puedes irte de una vez con los demás? Vas a hacer que pierdan el taxi y quiero llegar a mi casa de una vez.

—No vas a coger el coche. No sola.

—¿Disculpa?

Axel pareció desesperarse como si lo que estuviera diciendo fuese evidente y yo una estúpida.

—Es peligroso.

—¿Peligroso?

A pesar de que Axel me estaba sujetando había una distancia prudencial entre los dos.

—La mayoría de la gente que sale de fiesta por este polígono es irresponsable. Coge el coche cuando no debería.

Empecé a perder la paciencia.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? No he bebido ni una sola gota de alcohol.

Axel cogió aire y tiró de mí acercándome lo justo para que pudiera reconocer con precisión cada detalle de su rostro.

—Si... si alguien se chocara contigo juro que... —su rostro se endureció de una forma que me hizo contener un suspiro y no pude negar que aquella preocupación removió algo dentro de mí.

El viento sopló de nuevo y tuve que sujetarme el mechón que se había soltado con los dedos y tratar de devolverlo a su lugar.

—No voy a quedarme aquí a dormir si eso es lo que esperas.

Axel pareció reparar en algo entonces, porque sus dedos volvieron a rozar la piel de mi brazo de una manera que no se parecía en nada ahora a la forma que había tenido de detenerme. La piel se me puso de gallina y esta vez no tenía nada que ver con el frío. Me fijé en cómo apretó los dientes y entonces se deshizo de su chaqueta y me la pasó por los hombros mientras yo me quedaba muy quieta.

—Estás helada. —dijo cortante. —Ni siquiera me había dado cuenta

Había dureza en su voz, como si aquello realmente le molestara. Me arrebujé en aquella prenda sintiendo a Axel más cerca que nunca, sintiendo aquel olor que desprendía como mío. Un grupo de gente pasó por nuestro lado y Axel me atrajo hacia sí evitando que me rozaran. Por primera vez desde que desapareció de la pista de baile nos miramos de verdad, siendo plenamente conscientes el uno del otro.

—Me iré contigo en el coche. Cuando salgamos de esta zona puedes dejarme dónde sea, llamaré a un taxi para que me recoja entonces.

Sabía que negarme era estúpido, pero además no podría haberlo hecho ni aún habiéndolo querido, porque la presión que ejercía en mí era impresionante. Hice un movimiento afirmativo con la cabeza y Axel emprendió la marcha, colocándose a mi lado izquierdo, dejándome en la zona más apartada de la carretera.

Ninguno de los dos nos dirigimos ni una palabra, ni siquiera cuando llegamos al aparcamiento y entramos en el coche. Puse el aire acondicionado nada más arrancar el motor, pero no me deshice de la chaqueta de Axel. 

Una parte de mí se encontró tentada de preguntarle qué le pasaba, si estaba enfadado conmigo o si le había poseído un espíritu perverso. Mientras esperaba tras la pequeña cola para salir del polígono, repasé cuatro veces todo lo que había ocurrido en el transcurso de la noche, pero seguía sin dar con nada relevante que explicara su mal humor, o su falta de él. Lo que estaba claro es que íbamos a tener que dejar nuestra maravillosa conversación pendiente para otro día.

—Puedes dejarme aquí. —fue lo primero que dijo cuando logramos dejar atrás la zona de fiesta y por fin salimos a carretera. Fruncí el ceño porque quería que lo dejara en un paraje desierto y oscuro.

—Va a ser que no.

Sentí como giraba la cabeza hacia a mí pero me mantuve erguida en el asiento, con la vista clavada en la carretera. No iba a dejar que me intimidara.

—Llamaré a un taxi, no tienes de qué preocuparte.

—¿Tú me dejarías a mí aquí?

No respondió.

—Pues yo a ti tampoco. —terminé de decir. —Te dejo en casa y me vuelvo a la mía. Y no pierdas el tiempo en discutir conmigo, no voy a parar en ningún sitio así que sólo te queda aguantarte o tirarte del coche en marcha.

Activé los pestillos justo después, porque viendo como Arthur había tenido que sujetarle todo el camino estaba segura de que los efectos del alcohol aún perduraban en su organismo, y no quería ninguna sorpresita.

—¿Tienes que hacerlo todo tan difícil siempre?

—¿Difícil? ¡Has sido tú el que ha querido montarse en mi coche!

Axel chasqueó la lengua con fastidio pero no dijo nada más, sino que se apoyó contra la ventanilla.

Al cabo de unos instantes, cuando traté de bichearlo de reojo, me di cuenta de que los suyos se habían cerrado, aunque seguía con esa expresión de auténtico cascarrabias del bosque antiguo. Parecía que ni dormido podía relajarse.

Aparqué el coche en el mismo lugar dónde lo había dejado la primera y última vez que estuve allí. Me desabroché el cinturón y me recoloqué la chaqueta sobre los hombros mientras me volvía hacia Axel.

—Hemos llegado.

Axel murmuró algo pero continuó con los ojos cerrados. Suspiré abalanzándome sobre la palanca de cambios para quitarle el cinturón.

—Te aseguro que vas a dormir mejor en una cama que aquí sentado. Vamos.

—Ahora mismo no sé ni dónde tengo las llaves. —oí que decía somnoliento. —¿Dónde está Axel? Eso quisiera saber yo...dónde está Axel. —hizo una pausa. —¿Y las llaves? Tampoco lo sé.

Alcé una ceja. Madre mía. Le zarandeé y abrió los ojos sobresaltado.

—Emma.

—Axel.—dije ahora aguantándome una risa. —Hemos llegado.

Se pasó una mano por la frente.

—Gracias por traerme.

Me encogí de hombros y su mirada se detuvo en mí unos instantes, escrutándome con cautela.

—Buenas noches. Ten cuidado en el camino de vuelta. —murmuró finalmente  para mi completa decepción, y entonces abrió la puerta.

—Espera.—fui a quitarme la chaqueta pero hizo un gesto negativo con la mano.

—Hace frío y vas en tirantes. Otro día me la devuelves.

Ese "otro día" sonó tan frío y lejano en sus labios que otra vez volví a sentirme perdida en un mar de dudas que amenazaba con asfixiarme.

Ni siquiera me dejó decirle adiós, cerró la puerta y aunque era aún de noche, no perdí de vista su figura cuando comenzó a ascender por la escalera que daba al bloque de pisos dónde residía. Me dejé caer sobre el volante y esperé pacientemente a que abriera la puerta metálica y desapareciera por ella, cosa que no sucedió. Al cabo de diez minutos decidí bajarme.

Hacía muchísimo más frío que cuando salimos del polígono, así que me puse bien la chaqueta, metiendo los brazos dentro mientras subía la escalera. Axel se giró hacia mí y otra vez estaba ahí esa mueca de fastidio.

—¿De verdad no sabes dónde tienes las llaves? —pregunté ignorando su cara de "lárgate de aquí".

Alzó el manojo ante mí.

—Regresa al coche.

—Cuando abras la puerta.

Aquello pareció molestarlo aún más, pero volvió a girarse hacia el cerrojo, tratando de introducir la llave en todos sitios menos en el espacio indicado. Soltó una maldición y yo me mordí el labio con fuerza porque de verdad que quería reírme, pero Axel tenía cara de que no iba a soportar ninguna burla.

—¿Me dejas a mí? —dije tratando de sonar seria a pesar de que quería reirme desesperadamente.

Harto, Axel me dejó las llaves en la mano. La introduje en la cerradura a la primera y la puerta se abrió con un chasquido. Gruñón me las pidió de vuelta pero cerré el puño escondiéndolas.

—Te abro la puerta de arriba y me voy.

Axel se humedeció los labios y no perdí de vista ni un sólo detalle de aquel maravilloso espectáculo. Se apartó entonces de la puerta y me dejó pasar. Bingo.

Cuando llegamos al número doce (otra vez en un aplastante silencio) millones de recuerdos asaltaron mi mente de una forma que hizo que las mejillas se me pusieran completamente rojas. Sabía que no debía estar pensando en algo así, pero ¿qué iba a hacer? Bajo la atenta mirada de Axel volví a repetir la misma acción que en la puerta principal, y le di suavemente un toque con el pie haciendo que se abriera y dejara a la vista el oscuro recibidor, entonces me giré y le devolví las llaves.

—Espero que seas capaz de abrir la de tu cuarto tú solito.

Apretó la mandíbula con fuerza sólo un segundo y al siguiente instante me encontré dentro del recibidor contra la puerta de la entrada, que Axel había cerrado tras nosotros. El corazón comenzó a palpitarme muy deprisa.

—¿Quieres que te lo demuestre? —dijo con una voz tan baja y ronca que hizo que un escalofrío me recorriera el cuerpo de arriba a bajo.

—Podría catalogar esto como secuestro. —balbuceé sintiéndome completamente vulnerable.

Las luces estaban apagadas así que su rostro era una sombra frente al mío. Pegué más la espalda a la puerta.

—¿Ya no tienes ganas de bromear?

Tragué saliva.

—¿Qué? Sólo pretendía ayudarte.

—Ayudarme.—repitió con sarcasmo apoyando una mano a cada lado de mi cabeza.—Eso es lo que siempre haces, ¿no?

—Pues sí. —dije con más valentía de la que realmente sentía. —Quizás no lo recuerdes porque estabas en modo avión, pero la que ha estado aplicándote frío sobre ese golpe tan feo que tienes ahí porque te has creído Karate Kid, he sido yo.

Aquella mención no pareció gustarle nada, porque su rostro se endureció como una losa de piedra, dejando ver únicamente una furia que brotaba de aquellos ojos en los que a penas podía distinguir ahora ningún color.

—Si tú no... —comenzó a sisear con rabia, pero al instante pareció morderse la lengua, tragándose lo que iba a decir.

Fruncí el ceño confusa.

—¿Si yo no qué?

Axel soltó un gruñido bajo que más que intimidarme hizo que los músculos de mi abdomen se tensaran de una manera nada desagradable. De verdad que no tenía ningún tipo de vergüenza. Axel estaba enfadado por a saber qué y en vez concentrarme en eso no podía dejar de pensar en cómo le favorecía ese rol de tipo enfadado, sexy y provocador, pero desde luego que Axel no estaba tratando de aparentar nada de eso.

—Tú nada. —replicó ahora con una sequedad increíble apartándose de la puerta.

El ambiente gélido del exterior parecía haber traspasado mágicamente las paredes, porque ahora sentía un frío insoportable que ni siquiera la chaqueta de Axel podía paliar. Me puse derecha todavía con el ceño fruncido.

—Creo que me he perdido una parte de la historia porque pensaba que estábamos bien. —dije simplemente.

—Y estamos bien.

—¿Tú crees? —pregunté en el tono más sarcástico que pude. No me aparté de la puerta y Axel continuó manteniendo las distancias. Me parecía sorprendente como era capaz de pasar de un extremo a otro: o se pegaba de una manera que invitaba a pensar que no sabía nada acerca del espacio personal, o se iba a la otra punta como si quisiera mantener una conversación a voces. Quizás debería comprarle un megáfono por si pretendía seguir alejándose como lo estaba haciendo. Me crucé de brazos comenzando a enfadarme de nuevo. —Me dejaste plantada cuando se suponía que íbamos a hablar.

A Axel se le escapó una risa desesperada. Observé en la penumbra como se pasaba la mano por el cabello negro desordenado, que a penas podía distinguirse de la propia oscuridad; entonces dejó caer el brazo y dio unas cuantas zancadas hasta mí. Se sacó algo del bolsillo y cuando pude darme cuenta entendí que se trataba de la nota que le había dado antes de que desapareciera de la pista de baile y todo comenzara a ir cuesta abajo. Comenzó a leerla en voz alta, y por un momento, las palabras que había escrito poniendo tanto cuidado, aquellas letras que había unido escondiendo todo lo que sentía, sonaron vacías en sus labios, como si no significaran nada. Terminó de leerla y la agitó entre dos dedos delante de mí.

—Quieres que volvamos a ser amigos. —dijo a continuación. —Lo acepto. ¿Sobre qué más deberíamos hablar?

De verdad que no conocía a este Axel tan hostil, y ahora más que provocador me estaba pareciendo un completo gilip....

—Vamos, Emma, no tengo toda la noche.

—No sé que narices te pasa, pero estás siendo un completo imbécil.

Axel entornó los ojos y entonces dejó caer la nota de entre los dedos, que se balanceó suavemente en el aire antes de caer en el suelo. Yo seguí aquel recorrido con los ojos, completamente lívida. ¿En serio? Estuve a punto de llamarle algo muy feo, pero Axel me dio la espalda y se largó del recibidor por la puerta del salón, dejándome ahí sola.

Las manos me temblaron levemente y no supe si se debía a la rabia que había comenzado a bullir en mi interior por no poder comprender la situación, o si por el contrario se debía al dolor que había sentido cuando la nota rozó el suelo. Me agaché despacio y la recuperé antes de romperla en mil trozos, convirtiéndola luego en una bola de papel que arrojé al mismo sitio dónde Axel la había tirado. Si él iba a ser cruel yo podía serlo el triple.

Atravesé la puerta del salón y dejé atrás aquel sofá en el que tantas veces había pensado por mucho que me costara admitirlo, dirigiéndome hacia la única habitación en la que no había entrado en mi anterior visita. Axel pareció sobresaltado cuando abrí la puerta y entré como si fuese mi propio dormitorio. Había encendido una pequeña lámpara que a penas daba luz alguna, y se estaba desvistiendo. En cualquier otro momento de mi vida, seguramente habría emitido un chillido de vergüenza como si fuese estúpida y no hubiese visto nunca un torso desnudo, o quizás me habría hecho la tonta más de la cuenta para admirar aquel espectáculo. Porque de verdad que era digno de admiración. Pero en aquel momento estaba tan enfadada que me daba igual que tuviese un abdomen que parecía haber sido cincelado por uno de esos escultores griegos que veneraban a los dioses. Y me daba igual también que tuviera desabrochados los pantalones y que eso diera lugar a una muy buenas vistas de sus oblicuos, tan pronunciados que tuve que tragar saliva.

—¡¿Qué estás haciendo aquí?!

—¿De verdad pensabas que iba a largarme así como si nada? —solté indignada sintiendo que me ponía roja, y no sólo por el enfado.—Estaba deseando estar contigo esta noche. Desde que te largaste estuve contando cada minuto, cada maldito segundo, como si no pudiera esperar tranquila a que regresaras. Decidir verte hoy me ha supuesto más quebraderos de cabeza de los que puedas imaginarte. ¡Y tú...! —apreté los puños a mis costados. —¡Y tú te comportas ahora como si no te importara nada!

Axel cuadró los fuertes hombros, bañados por la suave luz de la lámpara.

—¿Estás diciendo que debo agradecerte que verme te suponga un dolor de cabeza?

—Yo no he dicho eso.

—¿Ah, no? ¿Entonces qué demonios querías decir, Emma?

No contesté y aquello pareció sacarle de quicio. Por segunda vez en menos de diez minutos, volvió a darme la espalda y se agachó para recuperar la camiseta oscura que había dejado tirada en el suelo. Había comenzado a doblarla cuando conseguí armarme de valor y cerrar las distancias que nos separaban. Le arrebaté la camiseta de las manos y Axel cerró los ojos dejando escapar un lento suspiro.

—Deja de ignorarme de una vez.

—Has sido tú quien no ha respondido. —contestó con una voz tan gélida como un cristal afilado, que me habría cortado de no haber sido porque yo estaba completamente en llamas. Levantó la mano para arrebatarme la camisa pero fui más rápida y la escondí tras mi espalda. —No tengo ganas de jugar, Emma.

—¿Crees que yo sí? Sólo quiero saber por qué te has enfadado conmigo.

—Y yo hace rato quería que te largaras, pero parece que ninguno está dispuesto a hacer feliz al otro.

Que dijera con aquella frialdad que quería que me largar hizo que algo me doliera en lo más profundo del pecho.

—Eres un imbécil.

—Eso ya lo has dicho antes, me abures con tanta repetición.

—¡Pues vete a la mismísima mierda! —exclamé lanzándole la camiseta, que golpeó su pecho antes de caer arrugada a sus pies. —Eso no te lo había dicho antes, ¿no? ¿A que esto tampoco? : ¡Gilipollas! No vas a volver a verme en tu vida, ¡ni aunque vengas llorando con toda esa mierda de que te importo y de que esto se ha debido a que has metido la cabeza en el bidón de la cerveza como si se tratara de una fuente de agua por error! ¿Y sabes qué te digo? ¡Que ojalá te duela la cabeza mil años y te deshidrates y te quedes seco como una maldita momia!

Madre mía, estaba completamente desatada pero lo que sentía en mi interior era aún más fuerte. Había pensado que Axel era una persona distinta a las demás, siempre amable y conciliador, era eso precisamente lo que me había hecho enamorarme de él; la forma que tenía de mirarme, la manera con la que acariciaba cada palabra al hablar y la dulzura y pasión en sus ojos hiciera lo que hiciera, pero Dios, no había nada de eso en el tío que tenía delante, era como si un espíritu maligno hubiera invadido su cuerpo para causar estragos. Y los estaba causando, pero bien.

La luz de la lámpara parpadeó un segundo, y casi pude ver mi reflejo en Axel, que parecía casi tan indignado como yo lo estaba, salvo por una diferencia: ¡Que él no tenía ninguna razón para estar así! Pasé por su lado como un completo volcán en erupción, dispuesta a salir de aquella maldita casa para no regresar jamás.

—¡Eso! Vete de una maldita vez. Y no te preocupes, ¡seguro que Cayden te estará esperando con los brazos bien abiertos, así podrá consolarte por haber tenido que pasar la noche cuidando de un asqueroso borracho!

—¡Estoy segura de eso! —repliqué volviéndome hacia Axel, haciendo que cogiera aire bruscamente como si no se esperara esa respuesta.—¡Gracias al cielo Cayden no tiene nada que ver contigo!

—¡No! Desde luego que no, ¿y sabes por qué? ¡Porque él jamás podrá enamorarse de ti de la misma manera que lo estoy yo!

El aire se me quedó atascado en los pulmones en el mismo momento en el que aquellas palabras escaparon de sus labios, pero antes de que pudiera hacer nada para tratar de recobrar el aliento o simplemente en ser consciente de lo que eso significaba, Axel estaba encima de mí. 

Me había hecho retroceder contra la pared del fondo de una manera tan súbita, que había colocado su mano tras mi cabeza para impedir que me golpeara en aquella acción. Sentí los latidos de su corazón chocando desesperados contra mi pecho. La máscara de hielo, tan fría como el ártico, se había destruido en mil pedazos y ahora sólo había dolor en el rostro de Axel, además de la adrenalina que aún bullía por su cuerpo debido al enfado.

Axel se mordió el labio con fuerza y su mirada se clavó en la mía, haciéndome sentir mareada.

—¿Sabes lo jodido que es estar enamorado de alguien que ya ha tenido el mayor amor de su vida?

—¿Qué... qué estás diciendo Axel?

No podía pensar. No podía.

La mano con la que me sujetaba la cabeza descendió hasta mi nuca y yo me encogí al sentir sus dedos en mi piel, dejando un rastro de fuego cuando me acarició el cuello y la clavícula. Me quedé muy quieta, sintiendo como cada caricia me arrastraba a un infierno en el que quería arder para siempre, y dios, eso estaba muy mal. Axel contuvo el aliento y sus facciones se endurecieron como si estuviera reprimiéndose. "Si estoy así es porque me estoy conteniendo de hacer lo que más deseo.", me había dicho horas atrás mientras me sujetaba entre sus brazos, aunque en aquel entonces sus palabras me habían sonado cuidadosas, y el Axel que tenía ahora frente a mí era de todo menos cuidadoso. Era salvaje, impredecible y lo veía en sus ojos y en la manera en la que sus dedos me recorrían la piel de una forma casi suplicante.

—No puedo soportar que sea él. —dijo en voz áspera y baja. —No puedo soportar cómo le miras, no puedo soportar siquiera pensar en el hecho de que se atreva a tocarte cuando no se merece nada de ti.—me rozó el labio inferior con el pulgar y su mirada siguió aquel recorrido con una intensidad que me puso la piel de gallina. Cuando regresó la vista a mis ojos sentí que las piernas estaban a punto de fallarme. —¿Qué hago, Emma? ¿Qué hago si estoy muerto de celos?

Me sentí atónita, comenzando a asimilar cada palabra, cada frase que escapaba de sus labios y que se clavaba en mi pecho dejándome apenas sin aliento. Pero él había bebido y aún podía saborear en el ambiente el aroma amargo del alcohol.

—Axel...—mi voz fue casi un ruego y ni siquiera supe si lo había dicho en voz alta o no. —Axel, has bebido y a lo mejor....

—Estoy enamorado de ti. —dijo de repente cortando cualquier explicación lógica que yo pudiera ofrecer. —Estoy enamorado de ti desde la primera maldita vez que te vi, Emma. —guardó silencio un segundo que se me hizo eterno y entonces añadió: —He tratado de olvidarte, de no verte en todos los rincones cada vez que levanto la vista, de no pensar en las mil maneras en las que hundiría las manos en tu cabello y exigiría tus labios hasta que no pudieras más... Te juro que he tratado de contenerme cada instante que he pasado contigo, Emma; pero parece que soy egoísta después de todo. A pesar de que lo has elegido a él soy incapaz de no desearte... —se inclinó hacia mí y sus labios rozaron mi oreja provocando mil tormentas en mi interior. —Soy incapaz de renunciar a ti.

Un calor se extendió por todo mi cuerpo. Un calor que ardía como las caricias de Axel y como su voz baja y afligida. Su corazón tan descontrolado como el mío, latía de una forma que hacía que todos los músculos de mi cuerpo se tensaran de una manera embriagadora, como si yo misma hubiera metido la cabeza en el bidón de la cerveza y ahora todo diera vueltas a mi alrededor. Y necesitaba más. Mucho más.

Entonces Axel se apartó tan sólo unos centímetros. Me recorrió con las yemas de los dedos la mejilla, la sien, y entonces el puente de la nariz con una increíble dulzura que hizo que mi corazón se ablandara. Esbozó de pronto una sonrisa lastimera y yo cerré los ojos cuando sus labios rozaron mi frente en un beso que fue, el más tierno que yo había recibido jamás.

—Lo siento. —Axel se apartó de mí, y yo sentí un frío que me heló los huesos. Casi podía escuchar a todas las células de mi cuerpo protestando, exigiendo el fuego que las había arropado instantes atrás. —No he debido ponerte en esta situación, Emma. Tienes que marcharte. Necesito que te marches.

Me quedé muy quieta, con la espalda aún clavada en la pared, que ahora se sentía como un bloque de hielo. Tomé aliento de forma entrecortada cuando Axel retrocedió un paso más, y luego otro. Cuando se dio la vuelta y agarró la camiseta que aún continuaba tirada sobre el suelo, yo apreté los puños a mis costados con tanta fuerza que las uñas se me clavaron en las palmas de las manos.

—No he elegido a nadie. —dije haciendo que Axel se quedara muy quieto. Contemplé como los músculos de su espalda desnuda se tensaban de repente y no pude evitar pensar que quería tocarle, que quería tocar cada centímetro de piel que tenía descubierta y que la luz de la lámpara acariciaba con suavidad.

—Emma... —me rogó sin darse la vuelta, apretando con fuerza la camisa que aún sujetaba entre las manos.

Aquello, mi nombre en sus labios pronunciado de esa manera que sólo él podía lograr, hizo que pulsara el botón. Que la bomba se accionara en una ridícula cuenta atrás.

—Quiero tocarte.

En el mismo momento en el que lo solté, Axel se giró hacia mí con los ojos abiertos de par en par, como si no se creyera lo que acababa de decir. Cogí aire con brusquedad porque me di cuenta de que eso podía haber sonado como las palabras de una maldita pervertida del desierto. Estuve a punto de intentar arreglarlo, porque no quería tocarle, bueno sí, pero no de esa manera... Sino de todas las maneras posibles.

—Yo... —pero no fui capaz de decir nada más porque Axel había desecho sus pasos y ahora estaba delante de mí, tan alto y autoritario que me sentí incapaz de levantar la cabeza y sostenerle la mirada después de lo que acababa de soltar, aunque eso de tener la vista clavada en su abdomen no ayudaba para nada tampoco. Tragué saliva y mi mano reaccionó casi involuntariamente, tocando con cuidado aquellas líneas duras y fuertes, justo encima del ombligo. Axel se encogió ante el contacto y me agarró la mano con una rapidez abrumadora, apartándola.

—Emma... —otra vez mi maldito nombre susurrado de aquella manera que lo ponía todo patas arriba. Sentí una punzada en el pecho ante aquel rechazo y no pude evitar pensar si había bebido algo en la fiesta y se me había olvidado, si había bebido lo suficiente como para estar imaginándome toda aquella situación y que mi cabeza lo hubiera malinterpretado todo. Me mordí el labio con fuerza, pero entonces Axel me empujó de nuevo. Sus manos me aferraron la nuca y la cintura, apretándome de tal forma que todas las partes de nuestros cuerpos se tocaron haciendo que soltara un gemido. Axel se estremeció al escucharme, pero yo no era capaz de sentir vergüenza en aquel momento. —Dime que sí.

Estaba a punto de preguntarle a qué quería que dijera que sí, pero entonces su boca mordió mi cuello y ahogué otro de aquellos sonidos sintiendo como la parte baja de mi abdomen se contraía sin remedio. Traté de coger aire pero Axel besó aquel lugar dónde me latía el pulso y se me olvidó que el oxígeno era realmente necesario.

—Dame permiso. —exigió contra mi cuello. Cerré los ojos con fuerza cuando abrió los labios y sentí su lengua sobre mi piel.

—Axel...

Volvió a morderme y su mano apretó mi cintura. Entonces aquellos besos escalaron hasta mi mandíbula, lentos, provocadores y posesivos. El siguiente lo depositó en mi mejilla y yo giré la cabeza buscando lo que llevaba deseando tanto tiempo, pero Axel se apartó unos centímetros y negó con la cabeza con cuidado. Sus ojos brillaban de una manera que me hizo sentir abrumada.

—No has dicho que sí. —dijo, rozando con los labios la comisura de mi boca de una manera desesperante.

Nunca había deseado nada con tanta fuerza en la vida. Nunca una espera me había sabido tan dulce y amarga a la vez, tan insoportable y maravillosa. Enredé mis manos en su cabello haciendo que todo su cuerpo se estremeciera, reaccionando ante mí. Respiré hondo, sintiendo su pecho contra el mío.

—Bésame.—le supliqué.

Axel me atrajo más contra sí, tratando de calmarse.

—Emma...

—Te doy permiso. —murmuré desesperada. —Sí quiero.

Y entonces no tuve que decir nada más. La bomba explotó.

Axel rozó sus labios con los míos una sola vez, vacilante, como si temiera que pudiera arrepentirme en cualquier momento; como si fuese posible que me arrepintiera de lo que más deseaba en el mundo...Hubo un segundo roce, y otro más, cada uno más seguro que el anterior, más duro, más excitante. Y justo en ese momento, me besó de verdad.

Atrapó mi labio inferior entre sus dientes arrancándome un suspiro que hizo que se apretara más contra mí si eso era posible. Mis manos descendieron por sus hombros mientras él me besaba desesperado; sentí el deseo en cada mordisco, en cada roce de sus labios con los míos. Y yo me sentía igual, le necesitaba, y aquella cercanía era insuficiente, completamente insuficiente. Bajé la mano por su espalda y clavé las uñas en su piel cuando Axel profundizó el beso de una manera que hizo que mi cuerpo temblara en unas increíbles sacudidas de placer. Exploró cada rincón de mi boca con posesividad, saboreando cada instante como si pudiera ser el último. Entonces me agarró por la cintura alzándome y yo enrosqué las piernas entorno a él, haciendo que soltara un gruñido que puso en alerta cada parte de mi cuerpo.

Me apretó contra la pared mientras me besaba y yo gemí, sintiendo como el mundo desaparecía a nuestro alrededor como si jamás hubiera existido.

—Emma...—jadeó contra mis labios de manera dolorosa. —Dios, Emma. Ni siquiera te imaginas cuantas veces he imaginado tenerte justo así.

Sentí que mi cuerpo entero ardía ante aquellas palabras y no pude hacer más que estrechar mis piernas contra su cintura en respuesta. Porque no sabía que decir, porque había devorado todas mis palabras con sus labios. Axel jadeó haciendo que el pulso se me disparara al verlo de esa forma, tan vulnerable, tan hermoso, tan mío.

Me estrechó con fuerza , pecho contra pecho y sus labios volvieron a exigir los míos mientras me llevaba a su cama. Axel me dejó en ella con extremo cuidado sin abandonar mi boca y depositó una mano tras mi nuca para poder alcanzar bien mis labios y que no me sintiera incómoda. Yo dudé un segundo antes de continuar lo que había empezado. Quería tocarle, tocar su piel, sentir cada centímetro contra mis manos. Cuando toqué su pecho, Axel tembló ante la caricia y yo me derretí.

Puse la mano sobre su corazón, sintiendo como latía desenfrenado. Me preguntaba si esto de verdad era real, si yo era la verdadera causante de aquellos latidos, de que su cuerpo se sacudiera con cada beso, con cada caricia... Axel abandonó mis labios para comenzar a saborear de nuevo la piel de mi cuello. Aquello hizo que millones de chispas quemaran cada zona que él besaba y mordía. Se acomodó mejor sobre mí y yo ahogué un jadeo cuando volví a sentirlo por completo contra mis pantalones. Aquella era la mejor tortura a la que me había sometido jamás. Sentí que me embriagaba, sentí que estaba a punto de perderme en él, en el fuego que desprendía su piel.

—Mi Emma... —susurró despacio contra mi cuello antes de depositar un suave beso. Pasó la lengua por aquella zona y yo me estremecí alzando las caderas hacia él, lo que le arrancó un gruñido bajo.—Maléfica... —dijo esta vez casi suplicante.

—Creo que me gustas. —dije a media voz. Pero yo sabía que no era una creencia, que era una realidad tan certera como él y yo en aquella cama. Y que era mucho más que eso, mucho más que gustar, mucho más de lo que sería justo que yo le dijese.

Axel levantó la cabeza hacia mí con las mejillas febriles y el cabello negro revuelto de una manera arrebatadora. Se quedó en silencio un segundo y yo me asusté, porque pensé que aquello, aunque sólo era una media verdad que escondía mucho más, no sería suficiente para él; pero entonces Axel esbozó una sonrisa tan tímida y tierna que me paralizó por completo. El corazón me dio una sacudida y las abejas de mi estómago me picaron sin piedad cuando Axel deslizó la mano por mi mejilla, acunando mi rostro con una delicadeza increíble. Sus labios rozaron los míos pero él no podía dejar de sonreír.

—Emma.—juntó su frente con la mía.

—¿Qué? —susurré.

Tiró de mí hacia abajo, envolviéndome por completo con su cuerpo y me separó la piernas encajándose conmigo de una manera que me hizo ahogar un grito. Me sobraban los pantalones. Me sobraban tantas cosas que era incapaz de enumerarlas. Le arañé la espalda tratando de acercarlo más a mi, exigiendo que me besara, exigiendo que me hiciera arder.

—No vuelvas a decir nunca más que somos amigos.

Yo sonreí ante aquello y él respondió a mis súplicas en respuesta. Gimió contra mis labios mientras me devoraba por completo, explorando con su lengua cada rincón; arrebatándome el aliento como si necesitara respirar a través de mí. Sentí el humo y la menta en cada beso, volviéndome loca, haciéndome más prisionera de Axel de lo que ya lo estaba.

Me quitó la chaqueta y agarró uno de los tirantes del top, deslizándolo por mi hombro con sumo cuidado, depositando besos lentos en mi piel desnuda. Se apoyó sobre un brazo tratando de no aplastarme, y su otra mano escaló con cautela por mi abdomen, acariciándome con lentitud, como si no quisiera perderse ningún detalle, como si estuviera grabando en su retina cada movimiento que yo hacía ante sus caricias.

Siguió subiendo los dedos por el top rojo, por la parte externa del mismo, y cuando su pulgar rozó la curva de mi pecho me agité, sintiendo como el cuerpo comenzaba a temblarme. Aquello desató un brillo en los ojos de Axel que me estremeció. Quería más, necesitaba más. Muchísimo más.

Axel contuvo el aliento cuando regresó la mano al tirante de aquella prenda y yo esperé con una mezcla de nervios y ansia a que tirara de ella, a que juntara su pecho con el mío... piel con piel, corazón con corazón. Pero de repente frunció el ceño, cerrando los ojos con fuerza y su mano tembló sobre el tirante.

—No.—dijo con aflicción.

—¿No? —repetí confundida respirando entrecortadamente.

Axel apretó los puños y su rostro se contrajo en una mueca de dolor.

—Quiero desnudarte. Quiero tocar... quiero tocar cada parte de tu piel y besarla hasta aprenderme cada marca, cada lunar dibujado en tu cuerpo... —Axel se apartó de repente de mí y yo me incorporé sobre los codos sintiéndome perdida, dispuesta a rogarle que lo hiciera... —Pero, ¿cómo seré capaz de volver a mirarte si lo olvido?

----------O----------

BUENOOOOOOO, si yo corrigiendo he chillado 32 veces mientras lo leía no me quiero imaginar quienes lo estéis leyendo por primera vez AHHHHHHH

Espero que lo hayáis disfrutado tanto como yo y que sólo estéis deseando más y más..... 

Os leo en comentarios y no olvidéis regalarme una estrellita solidaria si os ha gustado el capítulo <3<3<3<3<3

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