UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLET...

By Jota-King

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Saga "The Wings of the Scorpions" Primera entrega. En un pueblo olvidado del mundo, Arturo debe luchar día a... More

Notas del autor.
Cita en el bar.
La amenaza de un extraño.
Atención a las señales.
Recuerdos del pasado.
Conflictos.
Viaje al fondo del abismo.
Una señal de esperanza.
Palabras del alma.
No hay plazo que no se cumpla.
Las llamas de la venganza.
Cenizas.
Mar de dudas.
Noche de insomnio.
Luto en Los Manzanos.
El último recorrido.
Considérate afortunado.
Familia fracturada.
Nuevo error.
Don nadie.
Hombres de la calle.
Cementerio de esperanza.
Un nuevo destino.
Se abren puertas.
Oportunidad.
Prueba de confianza.
Una nueva identidad.
Son más que sueños.
Sinceridad.
Bondad en el corazón.
Encuentro inesperado.
Mordiendo el anzuelo.
Noches perdidas.
Retomando el juego.
Convaleciente.
Pleito en el bar.
La muerte anuncia su llegada.
Con el corazón en la mano.
Una estrella en el firmamento.
Adiós viejo querido.

En el lugar equivocado.

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By Jota-King

Aquel sigilo y sosiego fue interrumpido por el anciano. Ya era hora que su enigmático visitante comenzara a hablar, y si no daba el primer paso para iniciar la conversación, aquel extraño no lo haría. Lo notaba aterrado y distante, como si esperase a que todo el mundo se fuera en su contra.

—¿Y dime muchacho, que te trajo a este lugar? —Preguntaba por fin el anciano, ya que desconocía los motivos de tan extraño visitante.

—Ayuda de su parte. —Respondía un tanto temeroso éste.

—¿Y cómo puede ayudarte un anciano como yo, si se puede saber?

—Espero que su ayuda me sea útil. —Decía éste, evadiendo un tanto la pregunta, pues no sabía cómo abordar el tema.

—Si no preguntas, no sabré si puedo ayudarte en algo.

—Vine porque me dijeron que podía ayudarme con un problema que tengo. Más bien, en encontrar a alguien en especial. —Se retractaba en sus palabras— Por lo que me dijeron, usted conoce mucha gente aquí, y espero que conozca a quien estoy buscando.

—Pues dime su nombre muchacho.

—¿Si se lo digo no me va a correr como lo hacen cada vez que pregunto?

—Si no preguntas, no sabré si debo correrte o ayudarte. —Respondía éste, con un tono de voz un tanto risueño, intentando no reír.

—Estoy en busca de aquel al que apodan simio. ¡Ya lo dije! —Expresaba un tanto aliviado al poder decir el motivo de su visita— Ahora puede correrme de aquí si quiere, está en su derecho.

—No te preocupes muchacho. Te propongo que terminemos esta ronda y volvamos por un poco de agua caliente para conversar. —Respondía sin embargo éste, y de manera cordial posaba una mano sobre el hombro de nuestro amigo, invitándolo a seguir caminando bajo la iluminada noche.

—¿De verdad no me va a correr de aquí? Su respuesta lo tomaba por sorpresa, pues lo normal para él tras pronunciar ese nombre, era que lo corrieran casi a patadas del lugar, exigiéndole el no volver más.

—Tranquilo muchacho, continuemos la ronda.

—Gracias señor, muchas gracias por sus palabras. —Decía aliviado éste ante la amena invitación, sintiéndose incluso más tranquilo a pesar de estar a media noche caminando por un cementerio.

—Antes de volver, quiero que me acompañes a un lugar en especial que hay aquí. Dada tu inquietud, es algo que debes ver antes de continuar nuestra conversación.

—Pues vamos, con gusto lo acompaño.

Caminaron por un sendero que rodeaba el cementerio hasta que llegaron a los pies de un pequeño cerro, donde se dejaba ver en la cúspide de éste, un pequeño edificio que no era otra cosa que el oratorio del cementerio. A un costado se erguía la figura de una Virgen con sus brazos extendidos, dándole la bienvenida a quienes llegaban al lugar.

Frente a ellos, una larga escalera con peldaños y pasamanos de madera vieja y resquebrajada, pero firme. Los hombres comenzaron a subir hasta que llegaron a la entrada del oratorio. En ese instante el anciano invitó a su acompañante a rodear el edificio por un costado, y le mostró el paisaje que frente a sus ojos estaba.

—Observa muchacho. —Cansado por la caminata, el anciano se sentaba en una de las tantas bancas que se encontraban en el lugar.

—¡Vaya, la vista es espectacular! —Exclamaba éste sorprendido al contemplar la vista ofrecida por el anciano— Toda esa ciudad que a lo lejos se ve iluminada, llena de ruido. No como aquí, este silencio es indescriptible, nunca creí estar de noche en un cementerio y encontrar tanta paz y tranquilidad. Ese puente de allá debe ser enorme, desde aquí se ve grande. Esta ciudad es pequeña en comparación a aquella.

—Te he traído aquí para que comprendas lo que hablaremos, —indicaba el anciano— y así como tú me hiciste una pregunta, espero me dejes también hacerte una.

—Con toda confianza señor, —expresaba nuestro amigo— pregunte lo que quiera. ¿Eso que se ve al frente es un lago o es el mar?

—Algo así. Bueno vamos, creo que el frío amerita algo de calor en el cuerpo.

—Si vamos, y baje con cuidado, no sería bueno que tropiece y caiga escalera abajo.

—Tranquilo muchacho, estaré viejo, pero conozco este lugar como la palma de mi mano. ¿Y tú muchacho, cuál es tu historia, tienes familia? —Preguntaba el anciano mientras descendían a paso lento por aquella escalera.

—En algún lugar lejos de aquí está mi familia. —Respondía un tanto melancólico.

—Por tu tono de voz imagino que los extrañas, y que estás aquí por ellos.

—En parte sí, estoy por ellos, para protegerlos.

—Perdón si mi pregunta te incomodó.

—Para nada señor, es solo que me entristece estar lejos de ellos por culpa de terceros. Y el no saber si se encuentran bien es lo peor de todo. —Confesaba mientras contemplaba el firmamento.

—Bueno, la noche es joven, tendremos tiempo de charlar, —aseguraba el anciano— vamos de vuelta para tomar algo caliente y responderé tu inquietud para que estés más tranquilo. Espero que lo que te voy a decir te sea de ayuda.

—Yo también lo espero mi amigo. (¡Por fin, lejos de los muertitos un rato, todavía estoy asustado pero debo hacer de cuentas que no!)

Ambos emprendieron la marcha de vuelta. Al llegar, la rutina del anciano fue la misma, con la diferencia que en esta ocasión, el anciano dejó la anafre enchufada a la toma de corriente para que su calor temperara un poco la habitación. Una vez que se encontraban cada cual con su taza en la mano, prosiguieron la conversación.

—¿De modo que llegaste a mí para ver si puedes dar con aquel sujeto?

—Así es, él es el causante de todos los problemas que estoy acarreando, y la verdad ya no doy más con esta situación. —Le aseguraba mientras mantenía aquella taza con café entre sus manos.

—¿También es su culpa que lleves esas ropas? —Inquiría el anciano, queriendo saber el motivo de tan extraña vestimenta— Pues por mucho que intentes cubrirlas, se notan igual.

Era una pregunta que inevitablemente la escucharía tarde o temprano, pues a pesar del esfuerzo de la señora Adelaida por disimularlo, de todas formas se notaba. Pensó la manera de eludir la respuesta, sin embargo, sintió que no era lo adecuado, dada la amabilidad mostrada por aquel extraño hacia él.

—Tuve una pelea con un sujeto en un bar en mi pueblo. —Hacía una pausa en sus palabras, pues se encontraba dubitativo en revelarle lo que había pasado, pero sentía que podía confiar en aquel anciano— Defendí a una muchacha de sus malos tratos y juró vengarse. Tiempo después mi hogar fue envuelto en llamas por su culpa. Durante el incendio intenté salvar a mis hijas, quienes se suponía estaban dentro de la casa. De hecho logré sacar a una, pero cuando ingresé a rescatar a la otra, en vez de encontrarla a ella, me encontré con este sujeto y comenzamos a pelear. Lo último que recuerdo de ese episodio es que quedé atrapado bajo una viga de madera y era envuelto en llamas. Cuando desperté me encontraba en una habitación oscura, encadenado al muro y portando este traje amarillo. Mis atacantes me dieron por muerto y me obligaron a venir a esta ciudad. Se supone que este traje está regenerando mi cuerpo calcinado, y aquel al que llaman simio, es a quien debo encontrar para que me libere y poder volver con mi familia.

Al escuchar las sentidas palabras de su acompañante, el anciano se quedó sin palabras. No entendía cómo alguien podía tener ese grado de crueldad en su ser. No obstante, por desgracia para su visitante, hablaba ni más ni menos de aquel demonio apodado simio.

—Como para no creer tu historia, —espetaba el anciano ante el relato expresado por aquel visitante tan peculiar— pero en el proceso imagino que tus intenciones son las de acabar con su banda de criminales, para evitar que vuelva a hacer algo así en tu contra.

—Esa es más o menos la idea. No es que lo quiera hacer, pero me veo forzado por las circunstancias. Me obligaron a seguir este juego.

—Sí, todo esto no es más que un juego para él. —Aseguraba el anciano— Aquel al que buscas, le encanta este tipo de juegos, es como lo que hace el gato con el ratón, simplemente juega con él hasta ocasionarle la muerte. Tu cruzada está cuesta arriba en ese sentido. No podrás ganar este juego de no ser que encuentres personas que se unan a ti.

—¿Qué es lo que sabe usted sobre ese sujeto? —Preguntaba éste, reclinándose en la silla, sintiéndose ya más cómodo en el lugar. Era evidente que aquel anciano sabía más de lo que aparentaba.

—Creo saber lo necesario para servirte de ayuda. —Expresaba el anciano.

—Pues entonces deme algo de luz, porque me encuentro sumido en la oscuridad con todo esto.

—No darás con él a menos que así lo quiera. Hace unos momentos te hice ver el paisaje al costado del oratorio. —Le recordaba, apuntando hacia la ventana.

—¿Y eso qué tiene que ver con ese sujeto? —Preguntaba extrañado por la referencia.

—Que estás buscando en el lado equivocado.

—¿Cómo es eso?

—Cuando era pequeño, un fuerte terremoto sacudió este lugar. Fue tan grande su poder, que partió esta ciudad en dos. Lo que viste allá afuera no fue más que un lago creado por napas subterráneas provenientes del Mar Calipso.

—¡Pero ese mar está cercano a la ciudad Sin Nombre! —Exclamaba sorprendido ante las palabras del anciano. No creía que algo así fuese posible.

—Simplemente la tierra se tragó parte de la ciudad. Aun así, nadie se explica cómo el lugar se llenó con las aguas de ese mar. Los investigadores llegaron a la conclusión de que fue a través de napas subterráneas, pero dado lo lejano que queda el Mar Calipso, muchos no creen esa versión, y no solo eso, al viajar esas aguas hasta éste lugar, se elevaron muchas islas en ese mar. Se cree que ese a quien buscas, se apoderó de una de esas islas, pero nadie a ciencia cierta sabe cuál de ellas, ya que las aguas que rodean las islas se tornaron violentas, por lo que son muy pocos los que se atreven a internarse en ellas para llegar a alguna isla, y los pocos que han vuelto con vida de esa aventura, simplemente vuelven perturbados mentalmente. Ese al que buscas es un ser despiadado y de temer.

—¿Quiere decir que en este lado, donde estoy, o donde estamos mejor dicho, es solo una parte de la ciudad del Oeste-Otro? —Preguntaba aún sorprendido.

—Así es muchacho, —respondía aquel anciano, dejando su taza sobre la mesa, pues ya había terminado de beber su café— cuando esta ciudad estaba unificada, sus habitantes bordeaban los nueve millones. Hoy en día esta porción de tierra alberga cerca de un millón, y cerca de dos millones fueron los que perdieron la vida en el terremoto. Si pretendes encontrar a quien buscas, deberás cruzar uno de esos puentes y llegar a la parte de la ciudad donde está la mayoría. Allá podrás dar con quien buscas. En este lado rara vez alguno de sus secuaces se deja ver. Este es el lado olvidado de la ciudad, y solo vienen aquí cuando deben sepultar a sus seres queridos, pues para bien o para mal, fue en este lado donde quedó el cementerio, y por lo que yo sé, jamás quisieron construir otro. ¿O acaso no te diste cuenta en nuestra ronda que la gran mayoría de las tumbas solo te muestran flores marchitas?

—Si lo noté. También noté que muchas de ellas simplemente no tenían adorno alguno. Qué triste que pase eso, —reflexionaba— vienen y dejan aquí a quienes en vida amaron, y en la muerte solo los echan al olvido. Aquel episodio del terremoto, debe de haber sido un infierno aquí.

—Fue más que eso. —Afirmó el anciano— Tardaron meses en recolectar los cadáveres que flotaban sobre las aguas que inundaron la parte de la ciudad que se hundió. De hecho, fueron miles los cuerpos que jamás fueron encontrados.

—¿Y no los buscaron en las profundidades?

—Por años lo hicieron, pero sin resultados positivos. Fue muy poco lo que lograron recuperar, simplemente la tierra se tragó aquella parte de la ciudad para nunca más permitir que el ser humano pudiese tan siquiera estar cerca de ella.

—¿Y toda esa gente que rescataron del agua, qué hicieron con ellos?

—Están aquí… en la fosa común del cementerio. Familias enteras perecieron, por lo que no había quién reclamase sus cuerpos.

—Si aquel terremoto partió esta ciudad en dos y se tragó parte de ella. —Pausaba en ese instante su relato, pues comprendía por fin el por qué no daba con el paradero de quienes estaba buscando— ¿Entonces he perdido todo este tiempo buscando donde no debía buscar?

—Me temo que así es mi amigo. —Respondía el anciano, mientras se preparaba otra taza de café— Por lo visto tus atacantes nunca te dijeron como era esta ciudad.

—¡Estos bastardos han estado jugando todo este tiempo conmigo! —Gritaba enfurecido, levantándose de su silla y tomándose la cabeza— ¡Todo este tiempo perdido para nada!

—Te queda el consuelo de estar vivo. Y si es así es por la sencilla razón que no han dado con tu paradero. Eso puede ser una ventaja para ti. —Le aseguraba el anciano, intentando con sus palabras calmar un poco sus ánimos.

—¿Pero y mi familia?

—Tranquilo, ellos están bien.

—¿Cómo puede estar seguro de eso?

—Tuve alguna vez una familia, —decía el anciano, mirando a nuestro amigo, quien se sentaba nuevamente en la silla y ponía atención a sus palabras— por desgracia mis hijos dieron pasos que no debieron dar, y se inmiscuyeron con gente con la cual no debían hacerlo. ¿El resultado? Aquí estoy, en completa soledad. Todos mis seres queridos fueron asesinados. Es una de las cosas que mis ojos han tenido que ver, que tus seres amados lleguen uno tras otro. Ver sus lápidas, sus tumbas. Aquellos que los mandaron aquí saben quién soy, saben que estoy aquí, pero por circunstancias que hasta hoy desconozco, me mantienen vivo. Solo sé que el día de mañana estaré aquí, eternamente sepultado en algún lugar. He pasado gran parte de mi vida esperando a que llegue el día en que me toque partir.

La resumida historia del anciano lo había dejado perplejo, no sabía qué responder. No había forma de hilar palabra alguna que consolara todo el sufrimiento que aquel anciano había vivido por años. No comprendía como un ser podía ser tan desalmado, tan carente de sentimientos, tan falto de corazón. Que no tuviera remordimiento alguno frente a sus actos y mucho menos ante el dolor que causaba a su paso. Aquel al que apodaban simio, era un verdadero demonio y debía ser detenido, la ola de caos, muerte y sufrimiento que causaba a su paso, debía acabar de una vez por todas.

—Realmente no sé qué decirle. —Murmuraba mirándolo tímidamente y con la ternura propia con la que se mira a un anciano— Su historia es desgarradora, no comprendo cómo tiene la fuerza de seguir en pie. Solo espera la muerte para por fin descansar en paz, está lleno de dolor, pero a la vez inspira una paz que no comprendo.

—Es este lugar el que me da la paz que tú ves y que sientes. —Respondía el hombre, haciendo referencia a su lugar de trabajo— Donde muchos solo ven dolor y recuerdos, yo veo paz, veo el punto en que le das sentido a la vida, le pierdes el temor a la muerte y solo esperas que toque tu puerta.

—Es admirable su modo de ver las cosas. No muestra frialdad o rencor ante lo vivido, por el contrario, emana una paz imposible de explicar.

—Esa es la experiencia que se adquiere con el correr de la vida, —con mano temblorosa aquel anciano daba un sorbo a su taza de café, y proseguía diciendo— llega en ella un punto en que solo esperas el desenlace, el punto final.

—Pues en lo personal, me queda camino por recorrer, —reflexionaba nuestro amigo, sirviéndose también un trago de aquel café en su taza— y en el proceso me encargaré de encontrar la forma en que éste sujeto pague por todo lo que ha hecho. Le faltarán días de su vida para pagar todo el sufrimiento que le ha causado a tanta gente inocente.

—Debes emprender el rumbo hacia el otro lado de la ciudad si quieres encontrarlo.

—¿Conoce a un tal Federico? —Esperaba que aquel hombre le diese un indicio de donde podía encontrarlo.

—Federico, Sandro, Bruno, Rigo, son solo unos cuantos nombres de los secuaces de más confianza de ese sujeto. Es normal encontrarlos en los bares y cantinas de mayor renombre de la ciudad. Y no olvides este nombre… Ángela.

—¿Ángela, y quién es esa? —Le sorprendía escuchar que dentro de tantos nombres de alto rango, asomara el de una mujer… debía ser una muy especial.

—Es la única mujer que ha llegado alto en su organización, y es de armas tomar. Tiene mucho poder, y rara vez se le ve, pero cuando aparece, tenlo por seguro que nadie queda vivo.

—¡Una mujer peligrosa! —Exclamaba impresionado ante las palabras del anciano.

—Peligrosa es poco para describirla mi amigo.

—¿Cómo llego al otro lado de la ciudad? Digo, para cambiar un poco el tema.

—Imagino que tomando un autobús, ¿o pretendes llegar caminando?

—¡Mierda, la pregunta estúpida que hice! —Exclamaba dándose un golpe en la cabeza. (¡Tú no me digas nada, reconozco lo estúpida que fue!)

—Y bastante.

—¿Otro café? —Preguntaba para reparar lo dicho.

—Ahora sí mejoraste la pregunta, —respondía con una sonrisa en los labios el anciano, pues ya ambos habían vaciado sus tazas— y mi respuesta es sí, el frío lo amerita.

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