βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

β€– π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π€π‚π‹π€π‘π€π‚πˆπŽππ„π’
β€– ππ„π‘π’πŽππ€π‰π„π’
β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈
β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π“π‘π€Μπˆπ‹π„π‘π’
━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas

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By Lucy_BF

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

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──── CAPÍTULO LXXXVII──

AMARGAS DESPEDIDAS

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        ASPIRÓ UNA TEMBLOROSA BOCANADA DE AIRE. Estaba nerviosa, inquieta, con todo su cuerpo cosquilleando en anticipación a lo que iba a sobrevenir. Esa noche apenas había podido pegar ojo, de ahí que unas oscuras ojeras surcaran la parte superior de sus pómulos. Pero la intranquilidad que la atenazaba la mantenía activa, hasta el punto de que se había pasado toda la mañana dando vueltas por casa, cuidando que todo estuviera en orden y que no se le olvidase nada.

Drasil cerró los ojos. Sus manos no paraban de tamborilear sobre sus muslos, evidenciando así la agitación que le mordisqueaba las entrañas. Ubbe había estado con ella en todo momento, asegurándole que no tenía nada de lo que preocuparse, que todo saldría bien. Pero ahora que su esposo no estaba, ya que había ido al Gran Salón a ultimar con Björn los detalles de su partida, sentía que todo se le venía encima. Como si aquellas cuatro paredes que se habían convertido en su nuevo hogar la asfixiaran.

Habían sido días duros. Muy duros.

Su desencuentro con Lagertha había sido la gota que colma el vaso, el golpe decisivo para que terminara de quebrarse. Sus palabras, el cómo la había amenazado sin el menor atisbo de vacilación, como si nada las uniese, la habían llevado al límite de sus fuerzas. No en vano había acudido a su madre en un arranque de desesperación, tan alterada que la propia Kaia no había titubeado a la hora de enfrentar a la soberana para pedirle explicaciones.

Ojalá no hubiese sido tan estúpida e impulsiva. De haberse callado, ahora las cosas no estarían tan tensas entre su progenitora y Lagertha. Porque sí, no era ningún secreto que la situación entre ambas estaba bastante mal; peor que nunca. Y aquello, como cabía esperar, no había tardado en convertirse en la comidilla de toda Kattegat.

La noticia del distanciamiento entre la reina y su segunda al mando se había propagado a una velocidad pasmosa, generando cierta inquietud entre los hombres y mujeres que conformaban el ejército. Y es que aquella brecha en su relación no podía haberse producido en peor momento.

Y todo por su culpa.

Aunque la realidad era que no se molestó en detener a su madre cuando esta, con el fuego de la ira relampagueando en sus iris grises, la dejó en compañía del esclavo para poder rendir cuentas con Lagertha. Una parte de ella —la que predominaba en aquellos instantes repletos de tensión e incertidumbre— no quiso hacerlo, resentida por el trato que había recibido por parte de la rubia. Pero ahora que lo pensaba en frío se arrepentía enormemente de haber involucrado a su progenitora en todo aquel asunto.

A Ubbe, en cambio, sí había tenido que contenerle para que no se presentara en el Gran Salón y montase un escándalo. Aunque gracias a los dioses no le costó demasiado, dado que a su marido le pudo más su preocupación por ella que sus ansias de echarse a la yugular de la afamada skjaldmö.

Suspiró, tratando de dejar su mente en blanco.

Ya habían pasado dos semanas desde entonces, desde que Lagertha le había dejado clara su postura respecto a su relación con Ubbe. Y en esos catorce días se había sentido tremendamente mal consigo misma. Al fin y al cabo, ella era la causante de todas esas divisiones en su propio bando. Divisiones que no les beneficiarían lo más mínimo de cara al enfrentamiento que tendría lugar en dos días.

La presencia del cristiano a su lado la distrajo, haciendo que emergiera de sus turbulentas cavilaciones, de aquel pozo negro que amenazaba con engullirla. Drasil lo observó por el rabillo del ojo, detallando todos y cada uno de sus movimientos. El sajón la estaba ayudando a acomodarse el peto de cuero endurecido, atando los cordones laterales del mismo, por lo que estaba completamente centrado en su tarea.

La hija de La Imbatible esbozó una tenue sonrisa.

El thrall había cambiado, pero para bien. No era el mismo hombre esquivo y retraído al que había sacado de Inglaterra hacía medio año, y tampoco parecía desconfiar tanto de ellas como al principio, cuando apenas era un extraño en Kattegat. Es más, a veces Drasil tenía la impresión de que hasta disfrutaba de su compañía y de las largas charlas en las que hablaban —o al menos hacían el intento— de su cultura y costumbres.

Por no mencionar que el día que tuvo su disputa con Lagertha, el inglés se mantuvo a su lado en tanto su madre acudía al Gran Salón para hablar con la soberana. La había apoyado a su manera, haciéndole saber con su silenciosa presencia que, fuera lo que fuese lo que la tuviera en ese estado, no estaba sola. Que podía llorar y desahogarse todo lo que quisiera, porque él no iba a juzgarla.

—¿Sabes lo que va a ocurrir en los próximos días? —preguntó la muchacha, rompiendo el aciago silencio que llevaba acompañándolos desde hacía unos minutos. No habían hablado directamente sobre ello, pero estaba convencida de que el cristiano sabía algo. A fin de cuentas, el conflicto civil había sido el único tema de conversación en la capital esas últimas semanas.

Sin apartar la mirada de la armadura, el esclavo realizó un movimiento afirmativo con la cabeza. Lucía tranquilo, como si nada ni nadie pudiera perturbarlo, pero la forma en que apretó los labios en una fina línea le hizo saber a Drasil que no estaba tan sosegado como aparentaba.

Y lo comprendía. Realmente entendía su desasosiego.

—Mentiría si dijera que no estoy nerviosa —prosiguió la castaña, volviendo la vista al frente. Podía ver a través de la ventana del aposento el revuelo que había en el exterior, el cómo sus compatriotas iban de aquí para allá con sumo ajetreo, queriendo zanjar sus asuntos antes de abandonar Kattegat—. En realidad... Estoy muerta de miedo. —Ante ese último comentario, el sajón alzó la vista hacia ella. Su expresión se había suavizado y sus orbes azabache titilaban con comprensión—. Hay mucho en juego en esta guerra y no sé si sobreviviremos a ella —confesó con un hilo de voz.

De nuevo se hizo el silencio.

En cuanto el thrall terminó de abrocharle el peto, Drasil inhaló profundamente. Avanzó hacia el lecho que ahora compartía con Ubbe y cogió uno de sus protectores de brazos. Acto seguido, se lo acomodó en el antebrazo derecho y se volteó hacia su silencioso acompañante para que la ayudara a atarlo. El cristiano así lo hizo, volviendo a acortar la distancia que los separaba y moviendo sus dedos con agilidad y precisión sobre los finos cordones.

—Si muero en batalla, las cosas cambiarán para ti. Y no para bien, precisamente —manifestó ella tras unos segundos más de mutismo. Una sombra recorrió el semblante del inglés al escucharlo—. Ya no estaré para protegerte. Y si Ivar se hace con el control de Kattegat y te reconoce, es probable que acabe lo que empezó en Wessex. —Un escalofrío recorrió su espina dorsal al recordar el estado en que El Deshuesado tenía a los cristianos que sobrevivieron a la contienda que se libró en York.

El esclavo bajó la mirada, como si ya tuviera asumido que su suerte no iba a hacer más que empeorar en el momento en que ella saliese por esa puerta. Había visto de lo que era capaz Ivar, lo cruel y despiadado que podía llegar a ser con tal que conseguir sus propósitos. De modo que era consciente de lo que le depararía de caer nuevamente en manos del menor de los Ragnarsson.

Era un thrall, y eso implicaba estar en lo más bajo de la pirámide social. Para los nórdicos no era nada, no era nadie... Tan solo un juguete del que podrían deshacerse en cualquier momento. El resto de esclavos con los que convivía en las barracas se lo habían demostrado con creces.

Y Drasil también lo sabía. Sabía que sin ella no sobreviviría en Noruega.

Al menos no como thrall.

—Sé que me odias —prosiguió la hija de La Imbatible, ocasionando que su interlocutor restableciera el contacto visual con ella—. Y no te culpo. Te he arrastrado lejos de tu hogar y te he esclavizado. —Obvió el detalle de que si lo había hecho no era para sobreexplotarle ni beneficiarse de él, sino para aprender más de su sociedad. Y para salvarle del funesto destino que Ivar tenía reservado para él, aunque no lo hubiese querido admitir hasta ahora—. Pero realmente desearía que hubiésemos tenido más tiempo —añadió a la par que sonreía con tristeza.

Sabía que el sajón la estaba entendiendo por cómo la observaba, y es que su cara en aquellos momentos era todo un poema. Era evidente que su discurso lo había pillado desprevenido, que no esperaba aquellas palabras por su parte, pero Drasil quería que supiera que, pese a todo, había disfrutado de su compañía.

Era un buen hombre, había podido comprobarlo en el transcurso de esos meses. Y era precisamente su corazón noble lo que la estaba impulsando a actuar de aquella manera con él. Porque se lo merecía.

—Te libero de tus servicios —pronunció finalmente la escudera—. A partir de ahora ya no eres un esclavo. Ahora eres un hombre libre: puedes ir a donde quieras y hacer lo que consideres oportuno. —La mueca que compuso el aludido ante aquellos vocablos fue una de auténtico desconcierto, como si no terminara de creerse lo que acababa de oír. A Drasil le gustó la forma en que se le iluminaron los ojos, con una ilusión y una esperanza renovadas—. Y si tu deseo es regresar a Inglaterra, que así sea. Ya puedes volver a casa, cristiano.

La joven ensanchó su sonrisa, haciéndole saber con aquel simple gesto que estaba hablando con total sinceridad. El inglés, por su parte, se mantuvo en silencio mientras trataba de procesarlo todo, de asimilar que volvía a ser libre.

Drasil no dijo nada más, puesto que no lo creyó necesario. Lo que sí hizo fue atarse el talabarte alrededor de la cintura y asegurar a él su espada y el seax de su tía Jórunnr. También se colocó el otro protector en su brazo izquierdo, para posteriormente aferrar su morral y cruzárselo sobre el pecho.

Estaba preparada.

Se tomó unos instantes para poder contemplar una última vez la alcoba, como si quisiera empaparse hasta del más mínimo detalle, y entonces se encaminó hacia la puerta. Solo cuando llegó al umbral se detuvo y giró sobre su eje para poder encarar a su antiguo thrall.

—Buena suerte, sajón —le deseó.

Estuvo a punto de salir a la sala común de la vivienda cuando la voz del hombre la retuvo:

—Ealdian. Mi... Mi nombre es Ealdian —declaró él, revelando al fin cómo se llamaba. Había sido su manera de sublevarse, de hacerle saber que jamás lograría doblegar su espíritu, pero ahora las cosas habían cambiado. La situación lo ameritaba—. Y tú... Tú sobre... sobrevivirás. Estoy seguro —apostilló con algo de dificultad. Había progresado mucho en la adquisición del idioma, y lo demostraba al formular frases cada vez más complejas.

Los labios de Drasil hilvanaron una nueva sonrisa, siendo esta la más resplandeciente que le había dedicado hasta el momento.

Ealdian. Curioso nombre.

Le observó detenidamente, rememorando su primer encuentro. El modo en que se habían conocido no era el mejor, eso estaba claro, pero le apenaba tener que despedirse de él tan pronto. Y algo le decía que el cristiano, muy en el fondo, sentía lo mismo.

—Adiós, Ealdian —musitó la skjaldmö—. Estoy convencida de que tu dios te tiene reservadas grandes cosas. Así que aprovecha esta segunda oportunidad.

Y sin nada más que añadir, Drasil abandonó la estancia a paso ligero.

No se molestó en llamar. Aquella había sido su casa durante los dos últimos inviernos, por lo que, apenas se detuvo frente a la puerta principal, la empujó con suavidad e ingresó en la vivienda.

Echó un vistazo rápido a la zona común, centrándose especialmente en la mesa que había junto a la ventana. En su superficie había un zurrón muy parecido al suyo y un escudo con el emblema de Lagertha, además de una espada larga y un par de cuchillos guardados en sus respectivas fundas.

—¿Madre? —articuló Drasil luego de dejar su propio morral sobre la mesa—. ¿Ya estás lista? —inquirió, alzando la voz para que pudiera escucharla, dado que no había ni rastro de su progenitora en la salita. Habían acordado que pasaría a recogerla para ir juntas al Gran Salón, de ahí que primero se hubiera presentado en su casa en vez de ir directamente al punto de encuentro que habían concretado con el resto de sus compañeras de armas.

Al no recibir respuesta, la muchacha arrugó el entrecejo y avanzó hacia la puerta que conducía al dormitorio de su madre. La abrió, provocando que los goznes chirriasen en consecuencia, y asomó la cabeza a través del umbral. Le sorprendió tanto localizar a Kaia sentada al borde del lecho, inmóvil y con la mirada perdida, que no pudo por menos que acudir rápidamente junto a ella.

—Madre —la llamó en tanto se acomodaba a su lado. Sus manos, que permanecían cubiertas por sus característicos mitones de cuero, buscaron las de la susodicha, estrechándoselas después con delicadeza—. ¿Te encuentras bien? ¿Sucede algo? —consultó sin poder disimular un timbre preocupado en la voz.

La Imbatible viró la cabeza hacia ella, clavando sus iris cenicientos en los suyos, que eran del mismo color que el pasto en pleno misseri de verano. Lucía pálida y ojerosa, como si ella también hubiese pasado una mala noche. Aunque su mirada, la forma en que su boca suave se había convertido en una mueca, ocultaba algo más. Y aquello, como cabía esperar, hizo que a Drasil se le saltaran todas las alarmas.

—Ya estás preparada —bisbiseó Kaia mientras la examinaba de arriba abajo. Alzó su mano derecha y la condujo hacia la trenza de cuatro cabos en la que su primogénita se había recogido el cabello. Había intercalado entre los mechones cintas de la misma tonalidad que la camisa que llevaba bajo la armadura, lo que le recordó inevitablemente a su difunta hermana, quien también tenía esa costumbre cuando iba a participar en alguna batalla.

Drasil arqueó una ceja ante su extraño comportamiento.

—Madre, no... No evadas mis preguntas, por favor —le pidió, ocasionando que la célebre escudera bajara la mirada—. Te conozco bien y sé que te ocurre algo. ¿Has... Has vuelto a discutir con Lagertha? —tanteó. Aquella opción sonaba bastante factible, dadas las circunstancias.

Su progenitora suspiró.

—No —solventó con simpleza. Apartó su mano de la larga melena de la muchacha y retomó el contacto visual con ella—. Simplemente me he puesto a pensar. He reflexionado sobre todo lo que ha sucedido en estas últimas semanas, y también sobre lo que pasará en los próximos días. —Aspiró una trémula bocanada de aire. Ahora fue su turno de estrechar las manos de Drasil entre las suyas—. Se acercan tiempos oscuros y... —No fue capaz de continuar. Un molesto nudo se aglutinó en su garganta, constriñéndole las cuerdas vocales hasta el punto de impedirle seguir hablando.

A pesar de que aquello solo sirvió para asustarla aún más, Drasil no la forzó ni la presionó. Mantuvo sus manos unidas a las de La Imbatible y aguardó a que esta se recompusiera, todo ello mientras su mente se ponía a trabajar a toda velocidad, sacando sus propias conclusiones al respecto. Conclusiones que no le estaban dejando un buen sabor de boca.

—Tú eres todo lo que tengo. Lo único que me queda en Midgard —prosiguió Kaia tras unos instantes más de fluctuación. Tenía los ojos vidriosos y la voz le temblaba, como si estuviera a punto de romperse—. No puedo perderte. A ti no.

Drasil comprimió la mandíbula con fuerza, tratando por todos los medios de mantener sus inestables emociones bajo control. Escucharle a su madre decir eso había provocado que una dolorosa punzada le atravesara el pecho, amenazando con terminar de resquebrajar su maltrecho corazón. Y es que en una guerra había mucho en juego.

—No me vas a perder —le aseguró la más joven. Ella también tenía sus dudas sobre aquel conflicto civil. Había una insidiosa vocecilla en su cabeza que no paraba de repetirle que las cosas no iban a salir tan bien como Björn y Ubbe aseveraban, que por mucho que se hubiesen devanado los sesos pensando una estrategia de ataque, Ivar siempre iba un paso por delante. Pero debía ser fuerte por su progenitora—. Venceremos a Harald, Ivar y Hvitserk. Los dioses estarán de nuestra parte, estoy convencida.

Kaia negó con la cabeza, desolada.

Volvió a clavar la vista en sus manos entrelazadas y se sorbió la nariz. El nudo en su garganta no desaparecía, tornándose más opresivo y asfixiante a cada segundo que transcurría. Aquellas palabras que ansiaban ser liberadas le quemaban en la punta de la lengua, y realmente deseaba poder compartirlas con su hija. Había callado durante mucho tiempo, pero ahora... Ahora que la guerra estaba a punto de comenzar sentía la imperiosa necesidad de sincerarse con Drasil, de ponerla sobre aviso.

—Hay algo que no te he contado —susurró la afamada skjaldmö. Alzó de nuevo la mirada hacia su retoño, que la observaba con expectación—. Cuando aún estabas en Inglaterra, Hilda tuvo una visión. Una visión sobre ti. —Las facciones de Drasil se crisparon al oírlo, como si una parte de ella intuyera lo que estaba a punto de revelarle—. Ella te vio en una batalla. Era una lucha encarnizada, con infinidad de cadáveres tendidos en un suelo ensangrentado —continuó relatando—. Dijo que estabas siendo acechada por un lobo y un zorro.

La aludida frunció el ceño, confundida.

¿Un lobo y un zorro? ¿Qué significaba eso?

—Pero hay algo más. —La voz de su madre hizo que se pusiera rígida. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza al reparar en la desazón que empañaba los rasgos faciales de Kaia—. Hilda también vio cómo caías... Cómo eras engullida por la oscuridad —confesó finalmente.

Aquello fue como un jarro de agua fría para Drasil, quien no pudo evitar palidecer. Su garganta se secó ante lo que la völva había augurado sobre su futuro, aunque no permitió que la intranquilidad que se había abierto paso dentro de ella se delatara en su expresión. En su lugar, se removió ligeramente en su sitio e inspiró por la nariz, fingiendo tener todo bajo control.

—Al principio pensé que lo que vio Hilda estaba relacionado con lo que te ocurrió en Inglaterra, pero ahora que estamos a tan solo dos días de la batalla... —La experimentada guerrera calló antes de concluir la frase. Había vuelto a bajar la mirada y las arrugas generadas por su entrecejo fruncido se habían pronunciado aún más—. No sé si he hecho bien en decírtelo. Sin embargo, ¿cómo no hacerlo, teniendo en cuenta la situación actual? No podía dejar que te embarcaras en esta guerra sin saberlo —argumentó.

La chica guardó silencio, tratando de asimilar lo que sus oídos acababan de escuchar. Aquella visión que Hilda había tenido sobre ella había aumentado considerablemente su inquietud, no lo iba a negar, pero su progenitora estaba en lo cierto. Tenía derecho a saberlo, y más ahora que solo faltaban dos días para entrar en guerra con Vestfold.

La zozobra de su madre era entendible. Cargar con el tormento que suponía saber más de la cuenta era un arma de doble filo, de ahí que comprendiera su necesidad de compartirlo con ella. De estar en su lugar, ella habría hecho lo mismo.

—En Wessex estuve varios días convaleciente —indicó Drasil, a lo que Kaia alzó nuevamente el rostro hacia ella—. Realmente sentía que me tragaba la oscuridad, que la vida me abandonaba... Así que puede que la premonición de Hilda estuviese relacionada con ese suceso. Sería lo lógico, madre. Al fin y al cabo, la tuvo cuando yo aún estaba en Inglaterra —puntualizó, procurando sonar lo más convincente posible.

La Imbatible volvió a sacudir la cabeza.

Había algo que seguía sin cuadrarle.

—¿Y qué pasa con el zorro y el lobo? ¿Qué relación tienen con lo ocurrido en Inglaterra? —cuestionó, escéptica—. Creo que hay algo que se nos está escapando.

La muchacha profirió un lánguido suspiro.

—Quizás hubo algún detalle que se me pasó por alto. Mis recuerdos de esos días son borrosos. —Se encogió de hombros con naturalidad—. Las visiones proféticas no siempre son fehacientes, madre. Existe un margen de error, incluso puede haber varias formas de interpretarlas —remarcó.

Kaia respiró hondo y exhaló despacio.

—Supongo que no puedo pedirte que no luches, ¿verdad? —Los labios de la mujer hilvanaron una sonrisa desvaída, conociendo ya la respuesta. Volvió a dirigir su mano dominante al semblante de su primogénita y acarició su mejilla izquierda con dulzura.

Drasil negó, vehemente.

—No pienso quedarme de brazos cruzados mientras las personas a las que quiero arriesgan su vida en una guerra que me afecta tanto como a los demás. —Aquello lo articuló sin vacilar lo más mínimo y con un sutil brillo centelleando en sus orbes esmeralda—. Me da igual lo que haya visto Hilda, madre. Ninguna visión va a impedirme cumplir con mi deber de escudera —declaró, ocasionando que la mencionada derramara la primera lágrima—. Soy la dueña de mi propio destino, y eso no lo va a cambiar nadie. Ni siquiera los dioses.

Kaia ensanchó su sonrisa, provocando que un par de lágrimas más resbalaran por sus marcados pómulos. Su mano derecha continuaba en el rostro de Drasil, acariciando su sonrosada piel con cariño.

—No puedo sentirme más orgullosa de la mujer en la que te has convertido —musitó La Imbatible con la voz quebrada debido a la emotividad del momento—. Y estoy convencida de que tu padre y tu tía también lo estarían. —La joven sollozó al oírlo—. Allá donde estén, les honrará saber que llevas su misma sangre.

No hubo más palabras después de eso.

Drasil abrazó a su progenitora en tanto sus ojos derramaban sus propias lágrimas, y Kaia la correspondió del mismo modo. Ambas se sumieron en un llanto silencioso mientras se aferraban la una a la otra como si sus vidas dependieran de ello. Y fue ahí que las dos se encomendaron a sus deidades para que fueran clementes con ellas y las amparasen en aquel conflicto civil que, sin nadie saberlo, supondría un antes y un después en la historia de Noruega.

#

Eivør contempló su reflejo en el balde de agua que había sobre la mesita auxiliar de su aposento. Se había recogido parcialmente el pelo, enganchando los mechones laterales con un pasador de hueso para que no le estorbasen, y se había maquillado los ojos, delineándolos en negro. Su atuendo de escudera se ajustaba perfectamente a su silueta y su espada larga y su hacha pendían de su cinturón de cuero.

Viró la cabeza hacia el lecho y clavó la vista en el morral y el broquel que había sobre el colchón. Su ropa y sus efectos personales ya estaban guardados, por lo que estaba lista para partir, para reunirse con sus compañeras de armas en el Gran Salón y poner rumbo hacia el bosque junto al que tendría lugar la batalla que determinaría el futuro de Kattegat.

Y, aun así, una parte de ella se negaba a marcharse, a abandonar aquella casa que, tras poco más de dos inviernos, se había convertido en su hogar. Aunque la vivienda en sí no era lo que la retenía, sino la otra persona que también residía en ella. La mujer que, contra viento y marea, se había encargado de criarla como a su propia hija.

Odiaba tener que dejarla. Le dolía en lo más profundo de su ser tener que separarse una vez más de su abuela, cuando hacía apenas unas lunas que se habían reunido tras participar en su primera incursión a tierras extranjeras. Pero no podía seguir posponiendo aquel momento.

Era hora de decir adiós, aun cuando no sabía si iba a sobrevivir a aquella guerra. Si las nornas le permitirían regresar con vida o si, por el contrario, cortarían el hilo de su destino en plena batalla, tal y como había vaticinado el adivino.

Era esa incertidumbre lo que la estaba matando. No por temor a la muerte, ni mucho menos, sino por el hecho de que, a partir de ahora, a cada contienda en la que participase acudiría pensando que podría ser la última.

Inspiró por la nariz y soltó el aire por la boca, para posteriormente avanzar hacia el camastro y coger su zurrón. Se lo cruzó sobre el pecho, sacándose después el cabello que había quedado atrapado bajo la correa, y aferró su escudo para poder colgárselo de la espalda. Pesaba, pero estaba acostumbrada a ello. Acto seguido, abandonó la alcoba y salió a la sala común de la casa, allá donde Hilda la aguardaba sentada junto al fuego que crepitaba en el hogar.

Apenas la vio salir de la dependencia, la seiðkona se puso en pie y se aproximó a ella. Eivør ancló los pies en el suelo y Hilda la recorrió con la mirada, como si se estuviera cerciorando de que todo se encontraba en orden. Ninguna de las dos dijo nada, simplemente se escudriñaron en silencio.

Su abuela tenía unos ojos muy bonitos, de un azul tan claro que, en ocasiones, dependiendo de cómo les diera la luz, parecían grises. Habían ido perdiendo intensidad con el paso del tiempo, pero seguían siendo radiantes y vivaces.

Hilda posó las manos en sus brazos en tanto sus iris volvían a examinarla de arriba abajo. Poco después las alzó para poder acunar el rostro de la morena entre ellas. Sus dedos pulgares, temblorosos y arrugados, acariciaron sus sonrosadas mejillas en un tierno gesto, provocando que el corazón de Eivør se le encogiera dentro del pecho.

Con los ojos vidriosos, la muchacha tomó las manos de la völva entre las suyas y se las estrechó con cariño, justo antes de besarlas. Hilda tragó saliva y apretó los labios en una fina línea blanquecina, como si estuviera tratando de controlar sus propias emociones.

—Haré sacrificios para que Tyr y Freyja te protejan en el campo de batalla —dijo la anciana con voz estrangulada.

Siempre había sido muy difícil de quebrar, de hundir, pero el hecho de que su nieta, su mayor tesoro, fuera a formar parte de las huestes que lucharían contra el ejército de Harald, Ivar y Hvitserk la tenía con los nervios a flor de piel. Especialmente ahora que los dioses se negaban a mostrarle nada de lo que iba a acaecer en los próximos días.

Lo había intentado varias veces, tratando de ponerse en contacto con los Æsir y los Vanir para ver si estos podían revelarle algo del futuro de su nieta, pero había sido en vano. Lo único que había recibido era silencio, y eso la desasosegaba a más no poder. Porque empezaba a pensar que sus deidades le estaban ocultando algo.

Eivør no fue capaz de contestar.

Acortó la distancia que la separaba de su abuela y, con las manos en sus mejillas, depositó un beso en su frente. Todo ello mientras una traicionera lágrima se deslizaba por su tez bronceada.

Hilda jadeó, pero no dijo nada. Simplemente se limitó a disfrutar de aquella muestra de afecto tan poco común por parte de la joven.

—Te quiero —murmuró Eivør—. No hay palabras que puedan describir lo agradecida que estoy por haberte tenido en mi vida. —Las manos de la seiðkona se afianzaron nuevamente en torno a sus brazos, hundiendo los dedos en la tela de su camisa—. Todo lo que soy te lo debo a ti, así que gracias. Gracias por todo. —Sonrió con melancolía al pronunciar eso último.

La skjaldmö depositó un último beso en la frente de la mujer y, sin querer alargar más aquella amarga despedida, giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

· ANOTACIONES ·

Mínimo de votos para publicar el siguiente capítulo: 40.

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N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Uy, uy, uy... ¿Pero qué ha pasado aquí? ¿Será que nuestros ojos nos han engañado a la hora de leer? ¿O es nuestra mente la que nos ha jugado una mala pasada? Pues no, querubines míos. Todo ha sido muy real. ¡El cristianito por fin le ha revelado su nombre a Drasil! ¡Ya podemos llamarle oficialmente Ealdian! *Finge sorpresa*. Lo cierto es que se ha hecho de rogar (nuestro amigo tiene demasiado orgullo), pero, como bien se menciona en el capítulo, la situación lo ameritaba uwu

Aunque no os voy a mentir: en un principio no iba a ser así la escena. Mi intención era que le dijera su nombre mucho antes (concretamente en el cap. 74), pero al final lo descarté porque no me cuadraba. Y menos mal que he esperado porque, en mi opinión, creo que el momento ha quedado perfecto con el trasfondo de la escena :')

¡Y ES QUE DRASIL LO HA LIBERADO!

Decidme, ¿os esperabais que lo hiciera tan pronto? Porque a Ealdian le ha pillado totalmente desprevenido. Si es que mi niña es más buena que el pan T_T Aunque, ¿qué pasará ahora con él? ¿Qué hará? ¿A dónde irá? Porque sigue siendo un cristiano en tierras paganas. ¿Alguna teoría de lo que sucederá en los próximos capítulos? ( ͡❛ ͜ʖ ͡❛)

Me hubiese gustado mucho escribir la ceremonia de liberación, ya que en la sociedad escandinava se hacía una especie de ritual llamado frelsisol, pero por exigencias del guion no ha podido ser x'D Pero bueno, lo más probable es que suba un pequeño apartado en el anexo hablando sobre ello =)

Luego tenemos la escena de Kaia y Drasil, que, aunque ha sido súper emotiva, nos ha recordado que nuestra bebita puede estar en peligro, jeje. Y lo mismo ha ocurrido con la última parte, protagonizada por Hilda y Eivør (no miento cuando digo que se me escaparon varias lágrimas escribiendo su despedida). Y ahora Lucy va a aportar su granito de arena refrescandoos la memoria sobre el encarguito que le ha hecho Harald a Trygve acerca de matar a cierta Imbatible (¬‿¬)

¿Ya veis por dónde van los tiros?

Y bueno, poco más tengo que decir. No está siendo un buen día y lo único que me apetece es estar en la cama :') ¡Por cierto! Sé que tengo muchos comentarios pendientes de responder y prometo que lo haré a lo largo de estos días. No penséis que me molestan ni nada del estilo, porque amo leer vuestras opiniones y reacciones, de verdad :3

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado de la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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