INFERNUS ©

By alegcl

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¡PAUSADA TEMPORALMENTE!‼️ Un misterioso "hombre" se mezcla entre nosotros, los mortales, para observarnos. Cr... More

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By alegcl

BLACK

No sé exactamente qué sentí cuando el hombre que tenía delante se abalanzó sobre mí para besarme.

¿Miedo? No, era el mejor Dios del Olimpo.

¿Tristeza? Puede, me engañó en mi propia casa y después de despidió de buenas a primeras.

¿Felicidad? Debería decir que sí, pero tampoco es eso. Es una sensación extraña que no sé interpretar.

Lo único que sabía ahora mismo es que Hades no iba a parar. Y yo tampoco. Me caí sobre la cama con él encima y empezó a subirme la blusa por encima de la cabeza hasta quitármela. Me quitó también el sujetador y empezó a besarme el cuello y los pechos. Notaba que estaba muy excitado, y aún así sabía que esto no estaba bien.

—Para. —le dije.

No lo hizo, por supuesto que no. Siguió con su labor y pensé que iba a volverme completamente loca.

—Hades... —le llamé por su nombre , a lo que me contestó soltando un gruñido. —Para...

Levantó la cabeza para mirarme. Sus ojos oscuros me transmitían varias emociones: deseo, anhelo, excitación, súplica. En realidad no quería parar, pero sabía perfectamente que estaba casado. Me intenté apartar pero él me sujetó con fuerza.

—Vaya, vaya. —una voz femenina nos interrumpió. Mierda.

Hades se levantó y me tapó con las sábanas, las cuales estaban empapadas de sudor de él con la otra mujer. Aparté rápidamente la tela de mi cuerpo y me puse la blusa, para después levantarme como alma que lleva el diablo y salir por la puerta. Pero algo, o más bien alguien a distancia, la cerró de golpe y con seguro.

Me giré aterrorizada para mirar a la mujer que tenía de repente a pocos metros de mí. Una sonrisa siniestra le cruzó la cara para mirarme con clara superioridad y bastante tirria.

—¿Eres tú el angelito que está corrompiendo a mi marido? —me quedé paralizada. No sabía qué narices decir a una diosa del Olimpo. —¿No dices nada? Responde.

—¡Basta! —el grito de Hades nos sorprendió a las dos. Perséfone se dio la vuelta y volvió a mirarme después a mí con un odio inmenso.

Se dio media vuelta y fue andando lentamente hasta Hades, pero justo entonces se volvió hacia mí y actuó tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar, y al Señor White tampoco. Perséfone lanzó una fuerza extraña contra mí, empotrándome contra la puerta, golpeando mi cabeza fuertemente contra ésta y aprisionándome la garganta impidiendo que respirase. Me estaba, literalmente, ahogando.

—¡Perséfone! —Hades se lanzó contra ella y la tiró al suelo. El hechizo cesó y yo caí de bruces mientras la vista se me nublaba por la falta de aire. Hades corrió hacia mí y me levantó en brazos. —¿Estás bien?

Quise responderle, pero el aire seguía sin llegarme a los pulmones. Apareció una humareda negra de repente y nos envolvió a Hades y a mí. Vi la expresión de odio de Perséfone. Se abalanzó contra nosotros, mirándome directamente a mí. Por impulso, cerré los ojos y me aferré con fuerza al cuello del hombre que me sostenía.

De pronto, mi cuerpo iba bajando y noté que Hades me posaba sobre el suelo. Abrí los ojos, primero uno y luego otro para cerciorarme de dónde estábamos. Un trozo de tela negra voló delante mío. Me volví y vi a mi jefe con su túnica negra con un broche dorado para sujetarlo a su cuerpo, quedando descubierto parte de sus pectorales y abdominales. Se dio cuenta de que lo miraba, porque soltó una carcajada con su voz, ahora más ronca que antes. Me giré con las mejillas sonrosadas con un poco de vergüenza, observando el lugar con atención.

—Bienvenida a mi mundo.

Le miré de nuevo, con desconfianza, pero a la vez con seguridad. Me rozó la espalda con la mano y se me erizaron todos los pelos de la nuca. Me di cuenta de que estaba enfadada, y la verdad es que un poco avergonzada tras el encontronazo con Perséfone mientras su marido me desnudaba en su cama. Cama en la que Hades hizo cosas con otra mujer, además.

—Así que... ¿todo esto es tuyo?

—Lo es.

Me empujó suavemente, para meterme en su castillo. Joder, era inmenso, de ladrillos negros. Era precioso.

—No pensé que esto fuera real... —dije pensando que lo había dicho solo en mi cabeza, pero para mi desgracia lo dije en voz alta.

—Pues es mucho más que real. ¿Quieres... —carraspeó. —verlo? —le miré con confusión. —El castillo. —aclaró.

—Sí... sí.

—Entra.

Fui a subir las escaleras, pero algo me detuvo.

—¿Está ahí dentro?

—¿Perséfone? No. Lo sabría.

—No. El... bicho.

Hades apoyó su tridente en el suelo mientras subía su mano hacia mi mejilla. Por alguna razón, no me aparté. Incluso se acercó un poco más a mí.

—¿De qué bicho hablas?

—El perro. O... perros. —esbozó una sonrisa para luego soltar una carcajada divertida. —¿De qué te ríes?

—¿Te da miedo Can-Cerbero?

—Los perros, en general.

—Este es muy bueno.

Le miré con la ceja alzada.

—¿Te piensas que un San Bernardo me da miedo pero un puto perro gigante de tres cabezas no? ¿Estás loco?

—Lo primero, no insultes a mi perro en mi casa. Y lo segundo, él tiene oídos y sentimientos. Y oye, mucho.

—¿A qué te refieres?

—Oye a kilómetros de distancia.

Me quedé pálida. Escuché otra vez como temblaba el suelo. Joder. Hades me miró divertido. Yo me fijé en las puertas del castillo. Subí rápidamente las escaleras y las empujé, pero no obtuve el efecto deseado.

—Hades. Por favor. Ábrela.

—¿Sin disculparte con mi perro?

—Hades, por favor. Me aterrorizan los perros. Y más uno gigante con tres cabezas, joder.

De pronto, un fuerte viento se agolpó contra mi cuerpo. Sabía lo que era, y no quería darme la vuelta para comprobar que tenía una de las cabezas gigantes justo detrás de mi espalda.

—Hades. Me dan pánico, te lo digo en serio.

—Y yo te digo que te disculpes.

Muy a mi pesar, me di la vuelta y me encontré con la cara de un dóberman que tenía de altura lo que medía todo mi cuerpo. Mis piernas empezaron a flaquear, mi cuerpo se fue haciendo más pequeño hasta que me quedé sentada en el suelo porque mi rodillas terminaron fallando. Mi respiración estaba entrecortada. No aparté los ojos del animal ni un segundo. El perro gruñó, y entonces otra de las cabezas estiró su cuello y se acercó para olerme. Miré a Hades, sin saber qué coño hacer. Esperaba impaciente, bastante serio, a que me disculpase con su mascota. Al parecer no iba a ceder.

—Lo... lo siento... —dije en un susurro lastimero.

—¿Qué has dicho? No te he oído.

La mirada del perro se encontró con la mía y pegó un ladrido tan fuerte y feroz que me asusté. Pegué un chillido y tapé mis oídos por el estruendoso ruido.

—Lo siento, Cer... Cerbero. —el perro me observó lamiéndose y soltando baba de su lengua sin alejarse ni un milímetro.

—Ven, chico. —su dueño le llamó y se tumbó ocupando prácticamente una hectárea al lado de su amo. Hades le acarició la cabeza izquierda con cariño. —Bien. Puedes irte.

El perro salió disparado hacia Dios sabe dónde. Su amo se giró hacia mí y me levanté con dificultad de mi sitio, tambaleándome un poco en el proceso. Cuando llegó hasta mí, se me nubló la vista y caí en la cuenta de que me había desmayado.


WHITE

Sabía que mi perro daba mucho miedo. Y creo que mucho es quedarse corto. Pero nadie, ni siquiera un mortal, se había desmayado al verlo. O eso es lo que pensaba. Cuando alguna persona lo veía siempre le mandaba directamente al calabozo, no tenía oportunidad de ver su reacción completa. Pero no pensé que fuera para tanto.

Cuando vi la cara de Ángela al irse mi perro entendí que me había pasado un poco. Cerbero es un chucho enorme y debería tener más cuidado de a quién se lo enseño y quién no. Ah, esperad. Del Inframundo no sale nadie. No hay peligro.

Bromas a parte, no pensé que Ángela se fuera a desmayar en mis brazos después de que el perro se largara. La vi tan indefensa que hasta me dio pena. La subí a cuestas llevando mi bidente flotando a mi lado. Me encontré con Phobos en el camino.

—Hola, amigo mío.

—Hades. ¿Esa es...?

—Sí.

—¿Está bien?

—Ha visto a Cerbero y se ha desmayado. —dije encogiéndome de hombros como si fuera lo más extraño del mundo.

—¿Qué? Nadie ha hecho eso nunca.

—Bueno. Al parecer tiene un trauma con los perros, y Cerbero no ha ayudado. —dije mirándola con cierta ternura. —La llevaré a mis aposentos. Que nadie nos moleste.

—Como desee, señor.

Me dirigí a mi habitación y la coloqué encima de la cama. Me di cuenta de que su ropa estaba toda sucia y manchada de alguna baba de Cerbero, así que me tomé el privilegio de desnudarla y vestirla con una túnica rojo sangre que tenía en el armario. La quedaba como un guante, parecía una diosa en toda regla. La dejé descansar y me fui a la sala de reuniones. Allí estaban mis hermanos: Zeus y Poseidón.

—¡Hola! —dije entrando de manera triunfal.

—Como te gusta el protagonismo... —dijo Zeus molesto.

—Mi castillo, mis normas. —dije abrazándolo. Después abracé a Pos y me senté en mi silla, cruzándome de brazos. —Bien, ¿de qué queríais hablar?

—De tu mujer. —me froté las sienes con los dedos automáticamente. Zeus resopló. —Fuiste tú quien se casó con ella.

—Es mi ex-mujer. Y no va a volver por aquí. ¿Tan difícil es de entender?

—Esto es serio, Hades. Las plantas no crecen. Algo está pasando con Deméter y su hija, porque no están brotando los árboles ni los frutos. Grecia está en peligro.

—¿Y qué queréis que haga yo? Si Perséfone se ha vuelto loca no es mi problema.

—Está muy cabreada.

—¿Y puedo preguntar por qué? —dije con cansancio. Mis hermanos se miraron entre sí, debatiendo en sus adentros sobre decirme o no lo que estaba pasando.

—Ángela. —dijo esta vez Pos.

—Por supuesto. —dije dejándome caer en mi asiento. —¿Por qué no se me había ocurrido antes? —me froté la nuca y la frente a la vez. —Esa mujer es como un grano en el culo.

—Pues ese grano en el culo nos está jodiendo a todo el Olimpo, Hades. —dijo Zeus cabreado, levantándose de la silla. —O haces algo, o me veré obligado a actuar.

—¿Qué tienes pensado, hermanito? ¿Matar a tu propia hija? —apretó la mandíbula y sacó unos rayos azules de su mano.

—Sabes perfectamente lo que haré para evitarnos problemas con tu esposa.

—Que no es mi esposa.

—Para mí sí.

—Me puso los cuernos hace siglos, Zeus. Asúmelo. Tú hija es una zorra.

—Sigo pensando en una única solución. —dijo esta vez con los ojos encendidos. Le miré sin comprenderle, pero...

—No te atrevas. —dije desafiante.

—Es la única opción.

—No, no la es. Tiene que haber alguna otra forma de encontrarla y encerrarla. La encerrare yo mismo aquí, en el Inframundo. En el Tártaro con papá si es necesario. Pero no te atrevas a tocarla.

—Todo esto ha venido desde que la conociste.

—He dicho que no la vas a tocar. —dije levantándome y con los ojos completamente rojos. Me puse frente a él dispuesto a empezar una pelea, pero una cortina de agua nos separó a los dos.

—Dejad de comportaros como críos. —dijo Poseidón. —Tiene que haber una manera de evitar a Perséfone y encerrarla sin matar a nadie.

—No seas tan blando, Pos. ¿Desde cuándo te importa una mortal?

—Desde que mi hermano está enamorado de ella.

Lo soltó como el que dice que va a hacer la compra. Eso aprendí en el mundo mortal, no puedes decir algo tan importante así sin tacto y por las buenas.

—¿Es eso cierto, Hades? —me preguntó Zeus. —¿Estás enamorado de ella?

—No lo sé. Solo sé que la quiero a mi lado. Y si tengo que luchar contra Perséfone para que no la toque, entonces lo haré.

—La acabas de conocer, Hades. No conoces s su familia. No sabes nada de ella.

—Odia la muerte. —fue lo único que se me ocurrió.

—Estupendo entonces. Mi hermano, el Dios del Inframundo y portador de la muerte, se junta con una mortal que le aterroriza ir al más allá.

—Debe de ser un trauma, Zeus. No la conoces.

—Tú tampoco. —me retó él.

Me quedé callado, en eso sí llevaba razón.

—No me separarás de ella. Ni tú ni nadie.

—Solo recuerda una cosa. Te lo advertí. —y entonces despareció. Pos aún seguía a mi lado.

—Yo pretendo ayudarte, pero necesito que pongáis de vuestra parte. —hizo un movimiento con la mano y una ola se estrelló contra la puerta de madera oscura, la cual se abrió de golpe dejando ver un pequeño cuerpo vestido de rojo detrás de ella. Me giré con diversión hacia mi hermano. —Los dos. —enfatizó la última palabra. —Ahora debo irme. Hades. —dijo pasando por mi lado a modo de saludo. Se paró junto a Ángela, la cual no se movió ni un milímetro. Es más, parecía tranquila. —Señorita. Espero que disfrute de su estancia con el capullo de mi hermano. —dijo con una sonrisa, a lo que Ángela respondió con una carcajada.

Me gustó ver que se reía en mi mundo. Y a la vez me aterrorizaba. Mucho.

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