Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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033 (Parte 1)
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By belenabigail_


Dalila POV'S

Hace al menos diez minutos que la partida de póker comenzó. Me mantengo de pie a un lado de Alexandro, él tiene toda su atención en las cartas rojas y negras que sostiene entre sus manos. La verdad es que no entiendo que diablos es que se supone tiene que hacer, pero me entretengo al verlo con el ceño levemente fruncido y la mandíbula apretada en concentración. Él es apuesto. Tanto que ni siquiera le doy relevancia a lo que hacen los demás, me dedico a observarlo, y sonreír cuando me dedica alguna que otra mirada cómplice.

Resulta que para el póker, al menos en éste casino, la partida se abre con no menos que el monto de diez mil dólares. Casi me muero al escuchar tal cifra, en ese instante pasó a importarme muy poco nuestro pequeño propio juego. No está en mis planes que el hombre pierda diez grandes, o más, por algo tan estúpido como apostar. Por supuesto que el italiano se negó cuando se lo plantee, incluso dijo algo en su propio idioma que logró ponerme las mejillas rojas. Y eso que no le entendí ni una sola palabra que dejó caer de sus labios.

—La partida aumenta a otros diez mil dólares, por favor caballeros, acerquen sus fichas—El hombre de no más de cuarenta años, con chaleco y moño negro a juego, avisa con voz tranquila, educada.

Me siento más nerviosa, no puedo controlarme cuando apoyo mí mano con suavidad sobre el hombro de Alexandro. Al momento sus oscuros ojos se clavan en los míos, alza una ceja.

—¿Necesitas algo?—Su tono amable no se me pasa por alto.

Aprieto los labios en una delgada línea. Le doy un vistazo al resto de los jugadores, la mayoría está acompañado por alguna mujer. A diferencia de mí, ellas beben tragos y conversan en un pequeño grupo bastante exclusivo del que con sinceridad no me interesa formar parte. Ríen encantadas, entretenidas y más que felices al ver a sus esposos poner en juego tanta cantidad de dinero.

No me siento cómoda con esto.

—¿Qué tal si lo dejamos hasta aquí, Alexandro?—Me inclino ligeramente hacía él. No me interesa que nadie más escuché nuestra conversación—Es demasiado, no sé que haría si esto no sale a tú favor—Arrugo el entrecejo.

Él me estudia por un momento, la sombra de una sonrisa aparece en esos bonitos labios suyos.

—Quanto sei dolce (Que dulce que eres)—Lo siento murmurar. No sé cómo lo haré, pero necesito saber esas cosas que se empeña en decirme sólo en su idioma natal. De repente su mirada cae sobre el suelo—¿Cómo lo llevas con los zapatos?

Las arrugas en mí frente se profundizan—¿Los zapatos?—No sólo que cambia de tema, si no que logra tenerme confundida y perdida a la misma vez. Él asiente, sus ojos vuelven a caer sobre los míos.

—Los zapatos, ¿Te duelen los pies?—Aclara.

La verdad es que son una puta tortura creada para sufrir, pero al menos te ves bonita mientras lo haces. Quiero ser respetuosa, después de todo el hombre Armani tuvo la consideración de enviarlos a mí departamento para mí. Pero eso no quita que extrañe mis deportivas. Mucho. Mierda que las extraño.

—No es nada que no pueda manejar—Me encojo de hombros—La respuesta es un tanto ambigua, no del todo sincera. Seguimos conversando medio en susurros, envueltos en nuestra propia burbuja.

Alexandro no parece conforme con mí respuesta entonces lleva su silla hacía atrás. El elegante hombre extiende su mano, en un movimiento rápido pero suave, guía mí cuerpo hasta su regazo. Cuando mí peso cae sobre sus piernas, mí corazón se dispara. Temo que él pueda escucharlo golpear con tanta fuerza debajo de mí pecho, frenético, encantado y enternecido.

—Está claro que yo no uso de esas cosas—Sus labios rozan mí oído—Pero se ven bastante incómodos. Descansa un poco—Y como si nada, su brazo pasa por el costado de mí cuerpo para volver a tomar las cartas que están dadas vueltas sobre la mesa.

Intento pensar en otra cosa para tranquilizarme.

—Es la segunda vez que nos vemos aquí, ¿Cierto, muchacho?—La voz de un hombre se dirige a nosotros.

Tiene el cabello peinado con gel hacía atrás, varias canas lo pintan de blanco. Las arrugas en su rostro marcan la edad que podría llegar a tener, quizás unos sesenta y tantos, no menos de eso. En una mano sostiene un vaso con whisky y hielo, en la otra las cartas.

Alexandro le dirige la mirada, estrecha sus ojos.

—No se equivoca—Pero no muestra interés en continuar con la conversación. El italiano se acomoda sobre la silla, me lleva consigo más cerca de su pecho—¿Estás bien? ¿Necesitas algo?—Murmura cerca de mí mejilla.

Niego suavemente—Todo en orden—Le doy una leve sonrisa.

—Eres muy bonita, jóven ¿Eres su esposa?—Nos interrumpe una vez más.

Probablemente el mejor lugar para esconderme ahora mismo sea debajo de la mesa. Muerdo el interior de mí mejilla con nerviosismo, incómoda y avergonzada a la misma vez. Entrelazo las manos sobre mí regazo. Mierda. Miro al italiano esperando por su reacción, pero todo lo que él me da es una sonrisa burlona, divertida. Vuelve a ignorar a aquel hombre, se inclina más cerca de mí antes de susurrar;

—¿Quieres ser la Señora Cavicchini por ésta noche?—Su voz se vuelve pesada, sensual y me atrae como abeja al polen.

Aunque sé que su pregunta va dirigida a si quiero seguirle el juego, me deja atónita por más de un segundo. Tengo que aprender a controlarme cuando estoy junto a Alexandro, logra desestabilizarme y meterse con mis emociones como nunca nadie antes lo había hecho. Mí seguridad, capacidad para afrontar cualquier situación y en muchas ocasiones honestidad bruta, se ven aplacadas cuando estoy con él.

En conclusión, logra desarmarme.

Pero me agrada, me gusta que pueda tomarse algo a la ligera y no volverse loco. Cualquier otro hombre en su lugar habría puesto cara de espanto, el tema del compromiso a la mayoría los inquieta. Sin embargo, aunque no esté interesada en sentar cabeza de esa forma, y menos con alguien que conozco de hace tan sólo semanas, es un alivio saber que no es esa clase de idiota que no puede manejar algo tan sencillo como una simple pregunta que no tiene ningún ánimo de ofender a nadie.

—Depende los beneficios, ¿Tendría alguno en espacial?—Me esfuerzo por ignorar como el rubor comienza a subir por mis mejillas.

No quiero ser alguien con él y otra persona en casa. Me gusta retarlo, coquetear, decir lo que pienso. Tengo que combatir la pena, lo mucho que me intimida con su presencia tan elegante. Soy ésta Dalila, siempre lo fui, así que es lo que pienso darle.

Una sonrisa brota de su garganta, incrédulo pero encantado de que sea capaz de seguirle la corriente—Como te lo dije, tú solo debes pedir.

Entonces se vuelve a aquel hombre.

—¿Sería una lástima si no lo fuera, cierto?—Alza una de sus oscuras cejas, sus agarre se cierra más sobre mí cintura. El otro asiente.

—Lo sería—Se muestra de acuerdo. Yo muerdo mí labio inferior para aguantar la sonrisa enorme que amenaza con aparecer. No puedo creer que esto esté pasando—Pero no veo ningún anillo—Su mirada se dirige a mí mano. Le da un trago a su bebida—Sin embargo, se ven encantadores.

La mirada de Alexandro se baña en orgullo, como si aquellas palabras le gustasen más de lo que su sonrisa arrogante quiere hacer creer.

—Oh, es todo por ella—Me da un leve vistazo—Yo sólo permanezco a su lado.

El mayor suelta una carcajada, negando ligeramente.

—Enzo Kostova, un gusto hijo—Deja las cartas sobre la mesa, pero primero les da la vuelta.

—Alexandro Cavicchini—Me suelta por un momento, se inclina más cerca de Enzo—Un placer—Se estrechan las manos.

Ahora, el millonario que al fin tiene nombre y apellido, me mira atento esperando a que me presente. Joder, estoy tan nerviosa con la conversación que estábamos teniendo que se me pasó por alto.

—Dalila Bech—Su mano es grande, cubriendo la mía en casi toda su totalidad. Mi ceño se frunce ligeramente cuando mis ojos se encuentran con una cicatriz en su muñeca, pero no me detengo a mirarla más tiempo del debido. No quisiera incomodarlo.

—Bueno, si seguimos con tanta charla terminaré por perder—Niega Enzo—No quiero eso. Seguiremos después—Hace un gesto con su vaso, lo alza un poco y da un leve asentimiento con la cabeza. Alexandro le corresponde de la misma manera, sólo que él italiano no tiene ninguna bebida bajo su poder.

—No pensé que sería tan amable—Murmuro. El hombre Armani arquea una ceja, entonces ríe.

—¿Amable?—Repite. Me mira como si fuera la cosa más inocente con la que se haya encontrado jamás—Se sapessi cosa lo so, bella bruna (Si supieras lo que yo sé, bella morena)

—¿Me vas a decir qué dijiste ahora?—Frunzo los labios.

Me interesa eso de que esconda todo bajo la seguridad de que yo no lo entienda, además de que me genera cierta irritación. Acomodo mí vestido pasando las palmas de mis manos por la tela, mientras espero a por su respuesta.

—Tengo una partida que ganar—Niega—Estoy ansioso por tenerte para mí, aunque sea sólo con una cena por semana.

Sabe cómo hacer que mí atención se dirija a otra parte, pero no es suficiente para lograr hacerme olvidar. ¿Por qué tanto misterio, Señor Cavicchini?

Suelto una risa—¿No te vas a aburrir de mí?—Inquiero.

Su ceño se marca—¿Aburrirme?—Chasquea la lengua—Dalila, ninguna de las noches que planeo pasar contigo espero que sean aburridas.

No puedo evitar viajar a aquella noche en el Golden Drinks. Él está en conocimiento de mi inexistente vida sexual, ¿Así que, qué es lo que quiere de mí? ¿Por qué tanto interés e insistencia? Pero alejo toda esa clase de pensamientos al darme cuenta que el italiano vuelve a poner su atención sobre la mesa, sumando más fichas, cambiando algunas cartas y respondiendo a algo que otro de los jugadores dice. Aguanto las ganas de dejar caer mí cabeza en su hombro en busca de mayor comodidad, o simplemente más cercanía.

Así los minutos pasan y se convierten en una hora completa. Me remuevo sobre las piernas de Alexandro, en eso una mujer de figura esbelta hace acto de presencia.

Su cabello oscuro cae con gracia sobre sus hombros, tiene unos impresionantes ojos verdes y el traje negro que lleva le sienta de maravilla en cada una de sus curvas. La chica es preciosa, y esa preciosa chica es quien deja caer su tacto sobre el hombro de Alexandro. El italiano al instante se tensa, pero se relaja un poco al notar de quién de trata.

—Caballeros, espero que estén teniendo una maravillosa noche—Habla con seguridad por encima de la lejana música. La observo más detalladamente al notar que su suave y aterciopelada voz guarda un acento muy parecido al de Alexandro.

—Así es, gracias—Alguien responde.

—¿Podría enviar a alguien que traiga más martinis?—Otro acota.

Noto que ella aún no le ha quitado la mano de encima a Alexandro, y él no le dice nada para que lo haga. Me siento incómoda, medio fuera de lugar y algo necesitada de información. ¿De qué se conocen? ¿De la otra vez que él italiano vino aquí a un evento?

—Más whisky, por favor—Enzo suma a la conversación.

—Denlo por hecho—Asiente.

Su agarre se aprieta más sobre él, luego me mira. Una lenta sonrisa aparece en sus labios, pero parece algo forzada. Me estudia un poco. Al fin lo suelta, en mí caso no sé si la picazón de molestia que comienza a formarse en mí pecho es correcta o no. Pero ella se ve gentil y es claramente conocida por mí compañero de velada, por lo que intento no sacar conclusiones demasiado rápido. Entonces les da la espalda a los demás, dirigiéndose por completo a nosotros.

—Siempre tan serio, Alexandro—Niega. Su acento notándose debajo de cada una de sus palabras—¿No vas a presentarme a la chica?—Pregunta, veo cierto brillo indagatorio en su mirada. Y en un gesto totalmente diferente a lo que mostró ser hasta ahora, agita su mano rápido hacia mí—Es muy bonita—Susurra cerca de él.

Alexandro gruñe, irritado. Me sorprende que ella hable como si yo no estuviera aquí.

—Lo siento—Me mira—Mi hermana no tiene remedio—Bufa.

La sensación de alivio me inunda e inmediata comprendo todo. El acento tiene sentido, la belleza sin igual y la postura elegante. Ambos comparten sangre, lo que me da ganas de reír. Joder, ¿Ésta es mí primera vez experimentando los celos? No me gustan en nada, la verdad. Todo a mí al rededor parece volver a tomar color, me relajo y reprendo a mí misma por pensar lo peor. Sin embargo, el asombro de saber que el italiano tiene una hermana no se va. No puedo quejarme, recién nos estamos conociendo.

—¡Alex!—Chilla en un susurro. Es claro que no quiere interferir en el juego. Luego rueda los ojos—Como veo que mí hermano mayor no tiene intenciones de presentarme—Protesta. El hombre Armani vuelve a bufar—Lo haré yo. Soy Andrea Cavicchini.

Andrea acomoda su saco y luego su cabello por detrás de sus hombros. Me vuelve a recorrer con la mirada, por supuesto tiene curiosidad por saber sobre la compañía de su hermano. Yo no viví aquello, conocía a Cristina mucho antes de que se pusiera de novia con Joan. Claramente fue sencillo. No había lugar a dudas ni preocupaciones, tan sólo genuina felicidad y ganas de verlos a ambos juntos viviendo la vida que tanto querían.

Intento levantarme de las piernas del Italiano, pero no me lo permite. Sus grandes manos se ajustan en mi cintura, yo retengo la respiración.

—Dalila, Dalila Bech—Le sonrío.

Ella no responde por un tiempo, estrecha sus increíbles ojos verdes hacía mí.

—Bueno, Dalila. ¿Qué te parece si vamos por un trago?

—Está conmigo, Andrea—Alexandro dice de inmediato. Su voz con cierto matiz a recelo.

Aunque no me molestaría quedarme aquí con el hombre Armani, la verdad es que estoy comenzando a aburrirme de presenciar un juego del que todavía no logro descifrar ni la mitad. Además, ésto parece tener intenciones de durar bastante más. Miro a Andrea, sería una gran error rechazar su oferta, simplemente lo sé.

—Me encantaría—La pelinegra sonríe de par en par. Alexandro frunce el ceño, sus ojos buscan los míos—Si a ti no te molesta—Agrego.

Al momento de decir esas últimas palabras, la mirada de él se suaviza. Niega con la mandíbula apretada, pero luego sin poder controlarlo, termina por sonreír. Su hermana se ve satisfecha. No tengo ni la menor idea de qué me aguarda con ella, pero no voy a acobardarme.

Pienso que quizás quiera marcar territorio.

En un movimiento gentil al fin Alexandro me permite ponerme de pie, no sin él hacer lo mismo. La partida queda en un segundo plano, se aleja un poco de mí para darle un beso en la mejilla a su hermana.

—No tardaré mucho más—Se vuelve en mi dirección. Se acerca lo suficiente para que sea sólo yo quién lo escuche—Estás preciosa bella bruna, ese vestido en verdad te sienta de maravilla—Me da un leve vistazo, orgulloso de que haya sido el Armani el vestido elegido.

Sabía que él no lo pasaría por alto.

—Usted no se queda atrás, Señor Cavicchini—Aguanto las ganas de reír cuando su expresión se endurece. En serio odia que lo llame así, aún le busco el problema a eso.

—Vediamo se hai il coraggio di dirmelo a letto (A ver si te atreves a decírmelo en la cama)—Murmura. Andrea logra escucharlo. Sus ojos se agrandan como dos platos en respuesta.

¿Qué rayos dijo?

—Oh mio dio non avevo bisogno di sentirlo (Oh Dios mío, no necesitaba escuchar eso)—Alza las manos. Su hermano ríe entre dientes, bajo y malditamente sexy.

Siento que me estoy perdiendo de todo.

—Vamos, Dalila—La pelinegra me invita con un gesto de cabeza a que la siga—Tuve suficiente de mi hermano—Niega con exageración.

Alexandro rueda los ojos, pero decide no decirle nada—Te buscaré en un rato, ve tranquila—Aprieta con delicadeza su mano en mi brazo

—Déjala ir Alexandro, no la voy a secuestrar—Es el turno de su hermana de poner los ojos en blanco—Estaremos en la zona privada, te esperamos allí.

El italiano me deja ir a regañadientes, lo que me divierte. Me despido con una leve sonrisa y con toda seguridad sigo a Andrea entre las mesas hacía otra zona del casino, más adentro y oscuro. En todo el camino me siento observada, la sensación se asemeja a la noche en la que conocí a Alexandro, pero hay algo diferente.

Con un nudo en el estómago deslizo la mirada por todo el lugar. No encuentro a nadie que me esté prestando más atención de la debida, así que decido dejarlo estar incluso cuando todos mis sentidos me dicen que no debería.

—Pasa por aquí.

No me doy cuenta de que estamos frente a una puerta hasta que la hermana del italiano habla. Curiosa, entro.

El sitio no es nada fuera de lo común, es simplemente un bar más exclusivo. La luz es pobre, casi una burla. ¿Qué tanto pretenden esconder en la oscuridad? Estrecho los ojos, caminando entre la gente que sostiene tragos en sus manos y fuman uno tras otro ya sea habanos o cigarros. Arrugo la nariz, detesto ese horrible olor.

Andrea me da una mirada antes de hacer que tome asiento en una de las mesas más apartadas, ella me imita. No pasa ni dos segundos antes de que alguien llegue a nosotros.

—¿Les ofrezco algo de beber?—La italiana asiente.

Es increíble lo rápido que puede llegar a ser el servicio si tienes el dinero como mejor amigo.

—Un Martini Rosato—Alza una de sus perfiladas y perfectas cejas—¿Qué hay de ti, Dalila?

No titubeo al responder—Vino blanco, dulce.

El joven muchacho asiente, como llegó de manera tan silenciosa, se marcha.

Ahora quedamos tan sólo las dos. No voy a mentir, no tengo ni la menor idea de que decir,
por lo que voy a dejar que ella sea quién rompa el hielo.

—¿De qué trabajas?—La pelinegra acomoda su traje, pasando las palmas de sus manos por las solapas del fino saco.

—Trabajo con deportistas—El orgullo en mi voz es palpable. Me encanta lo que hago—¿Tú eres algo del casino?—Recuerdo muy bien que le preguntó a los demás jugadores de la mesa si precisaban de algo.

Ella asiente entusiasmada—Hace un mes cerré un trato para la ser la dueña del hotel, y me fascina—Medio chilla.

—Te felicito, es increíble—Acepta el cumplido.

—Forma parte del plan, ya sabes—Se encoje de hombros—No estudié negocios por nada, quiero cada maldito casino de la gran manzana.

No tardo mucho en llegar a la conclusión de que ella es arrogante. No sé todavía si puede decirse que es divertida, quizás algo suelta o extrovertida. Pero sin dudas parece peligrosa, alguien con quién no quisieras tener problemas.

Que bueno que eso no sea de mi interés. Todo lo que quiero es al menos tener una buena relación, ni siquiera sé si lo mío con el italiano tenga futuro. ¿Para qué hacerse tanto problema? Eso no quita que la idea de no ver más al hombre Armani algún día, me inquiete.

—A puesto a qué lo conseguirás—Maldita mentira.

Llevo muchos años viviendo en Nueva York para saber que nadie de los importantes dueños de casinos vendería su imperio, preferirían morir.

En ésta ciudad los adinerados no ceden ni un centímetro de poder.

—Por algo se empieza, Dalila...

Andrea deja colgando las palabras en el aire cuando el mozo vuelves con nuestras bebidas. Agradece en silencio, un leve asentimiento de cabeza y ya está. Por mi parte le sonrío al chico, quién me corresponde educado.

—Dime, ¿Cómo conociste a mi hermano?—El cambio de tema es rotundo y obvio.

Preferiría no ser muy detallista sobre esa noche.

—Fue en el Golden Drinks—Joder, y si que queríamos conocernos más en profundidad esa vez—Pero no llegamos ni a un trago, y bueno, después nos volvimos a encontrar en el restaurante en el que mi hermano trabaja.

—El Anémona—Asiente lentamente—Sé que Alexandro se hizo de él hace unos meses, buena adquisición—Le da un trago a su rosada bebida.

—Seguro que lo fue—Sonrío medio incómoda.

—Mi hermano mayor siempre tuvo claro cómo manejar los negocios, es algo que hace con excelencia.

Bebo de mi copa de vino—¿Sólo son ustedes dos?—Inquiero.

Ella niega—No, está mi hermano menor—Rueda los ojos—Pero Luciano es el más relajado de los dos, por así decirlo.

—¿Vive aquí?

—No—La respuesta es cortante—Él prefiere Italia. Europa es su hogar.

—Entiendo—Le doy otro sorbo a la dulce bebida.

Entonces Andrea frunce el ceño a la misma vez que se inclina ligeramente sobre la mesa. Su rostro muestra seguridad, cada gesto que hace con el cuerpo es delicado pero sin perder el control.

Ella es refinada.

—Iré directo al grano, Dalila—Oh, sabía que ésta charla tenía intenciones ocultas. Me enderezo en mi silla mientras espero a que continúe—La mayoría del tiempo soy una maldita perra, excepto con la gente que me agrada—Su mirada esmeralda me recorre—Pero tengo la capacidad necesaria para entender que Alexandro no se metería con nadie que no valga la pena.

—Recién nos estamos conociendo.

—¡Lo sé!—Se ríe. No sé si es honesta—Pero le gustas, cariño. ¿Piensas que va a dejar que te escapes de entre sus dedos?—Chasquea la lengua.

Trago saliva—Me gustaría que fueras clara—Ambas estamos mayores como para estarnos con acertijos.

Ella arquea una ceja, su sonrisa flaquea.

—Podemos ser amigas o podemos llevarnos realmente mal—Acomoda su largo cabello a un lado—Siempre me gustó poner las cartas sobre la mesa—Se encoje de hombros.

Es mi turno de reír, porque probablemente está esperando a que retroceda.

—Sabes, Andrea—Me inclino de la misma manera hacía adelante, justo cómo ella lo hizo hace minutos atrás—Yo también puedo ser una maldita perra.

Las cartas sobre la mesa, dijo.

—No es lo mío pelear con mujeres por un hombre, y aún menos con la hermana de uno—Niego—Soy más inteligente que eso. Tampoco tengo intenciones de generar algún conflicto, puedo notarlo; eres inteligente, exitosa y hermosa—Señalo—Pero no me amenaces, nunca.

A puesto mi vida a qué Cristina estaría orgullosa de mi. Yo lo estoy, sólo espero que en esta conversación tan abierta y honesta que estamos teniendo, Andrea no se ofenda.

La hermana del italiano procesa mis palabras tomándose su tiempo para responder.  Entonces toma su copa de martini y la alza en el aire.

—Me agradas—Su mirada se oscurece—Por el tiempo que sea, bienvenida a la familia, Dalila.

No me esperaba eso.

También alzo mi copa de vino—Gracias.

Ambas brindamos.

Me gustaría estar a gusto con lo que dijo pero se siente como haber cerrado un trato con el maldito diablo. Por alguna razón, es como si hubiera sellado mi futuro, y no sé si para bien.

•••

—Envidio tú nariz, ¿Me juras que no está operada?—Andrea ladea la cabeza. Suelto otra risa.

—Lo juro, jamás le hice nada—Río más fuerte cuando ella bufa.

Después de nuestra charla las cosas se relajaron. Me sigo sin fiar por completo, pero por ahora estoy dispuesta a mantener la puerta abierta a una amistad.

—La mía tiene tres retoques—Rueda los ojos—No me molesta hablar sobre mis visitas al cirujano, aunque fueron procedimientos menores. Menos los de la nariz, el resto... mejoras.

—¿Mejoras?—Inquiero—Eres preciosa.

—Porque fui al cirujano—Agrega obvia. Las dos reímos. No importa que se haya hecho, en verdad es hermosa.

—Pues, también eso está bien—Le soy sincera—El resultado valió la pena.

—Mas le valía al médico, no fue específicamente barato.

Andrea es justo como lo sospeché; arrogante, algo soberbia y con un sentido del humor bastante ácido. Pero entretiene, es honesta y con ella el tiempo pasa rápido. Lista para responder, una mano sobre mi hombro me detiene.

Vuelvo mi cabeza, el cosquilleo de aquel simple contacto es suficiente para saber de quién se trata. Él está aquí.

Alexandro se ve feliz, satisfecho y orgulloso. Frunzo levemente el ceño al verlo así, pero de repente lo recuerdo: nuestra apuesta. No necesito que lo diga para entender que su buen humor se debe a que ganó, la sonrisa brillante y engreída que tiene dibujada en el rostro lo dice todo.

—¿Debo preguntar?—Andrea cuestiona. Bebe de sus segundo martini. Él niega—¿Ganaste algo más que dinero?—Los oscuros ojos del italiano se clavan en los míos.

—Más de lo que te imaginas—Trato de evitar sonreír.

—Qué bien, espero que algo de eso vaya al fondo de recaudación—El italiano ni siquiera se vuelve para mirarla. Toda su atención está sobre mi, lo que comienza a ponerme de por demás nerviosa. Los latidos de mi corazón se desbocan.

—Si, el dinero fue todo a donación—Le responde sólo por obligación—¿Cómo les fue a ustedes dos?—Respiro aliviada cuándo se dirige a su hermana. Alexandro permanece de pie.

—Maravilloso—Declara—Suo mi piace, e non ha un lavoro al naso, il che è un miracolo di questi tempi (Ella me agrada y no tiene la nariz operada, lo que es un milagro en estos días).

Todo lo que logro entender es una única palabra, la que dice en inglés. Pero por el gesto divertido de Alexandro, espero que todo lo que haya dicho Andrea sea positivo.

—Lei è bella (Ella es preciosa)—Comienzan a hablar entre los dos. Mira hacía mí lado por un breve segundo. Andrea asiente, al parecer estando de acuerdo con algo. La pelinegra se pone de pie, yo la sigo.

—Non mi piace quello che stai facendo però.  Non è sicuro. (Aunque no me gusta lo que estás haciendo. No es seguro)—Mi ceño se frunce cuando la italiana de repente se ve ligeramente molesta—Sai che hai affari in Italia (Sabes que tienes negocios en Italia)

El gesto de Alexandro se tensa—Ricorda chi gestisce la famiglia, non interrogarmi. (Recuerda quien maneja la familia, no me cuestiones)—Su tono se endurece. Andrea suspira pesadamente. Sus hombros se aflojan en una muestra de resignación.

Me dedico a observarlos, no voy a negar que comienza a disgustarme ésto de que hablen como si yo no existiera, pero debe ser algo lo suficientemente privado y familiar para que lo mantengan en su idioma. Eso sin embargo no es suficiente para que mi curiosidad no asome la cabeza.

La hermana de Alexandro hace un movimiento con la mano, irritada.

—Fue un enorme gusto Dalila. Debo revisar que todo esté en orden en el casino, pero espero verte muy pronto—Se acerca a mí—¿Quizás para almorzar?

Asiento, me obligo a sonreír—Seguro.

Al momento de obtener la respuesta que quiere, me guiña un ojo. Se dirige a su hermano mayor.

—Continueremo questa conversazione in futuro (Continuaremos ésta conversación en el futuro)—Ella le da un beso de despedida en la mejilla.

—No, non lo faremo (No, no lo haremos)—Andrea gruñe disgustada.

¿Se trata de una pelea de hermanos?

—Hasta luego, sigan disfrutando de su noche.

Ambos la seguimos con la mirada hasta que desaparece entre el humo del tabaco y las figuras de las personas. La tenue luz no me permite ves más allá de eso, pero intuyo que ya dejó el bar. Ambos quedamos solos. Me debato internamente si decirle al italiano lo mucho que me irrita ésto de no entender que diablos dicen, o mantenerme en silencio y aguantar.

Es divertido cuándo él lo hace, incluso encantador. Es una forma de coquetear y me encanta, pero estar presente en una situación en la que no puedes formar parte por no entenderla es frustrante.

A la mierda.

—¿Siempre hacen eso de hablar entre ustedes en su idioma natal?—Inquiero. El hombre Armani alza una ceja, me observa atento.

—Lo hacemos por costumbre, ¿Te molesta?—Muerdo el interior de mi mejilla. ¿Molestarme? Sólo es cansador no comprender que es lo que están diciendo.

—Es algo incómodo—Me sincero—No sé si debo decir algo o estarme callada.

La comisuras de sus labios se alzan en una media sonrisa.

—Siempre puedes decir lo que quieras, Dalila. Ni siquiera lo dudes—Me extiende su mano—Ven, vámonos de aquí.

Miro su mano por un momento debatiéndome en si tomarla o no. Me decido en que no hay nada de malo en hacerlo, así que me uno en un agarre decidido. Su piel es suave, y muy cálida. Se siente demasiado bien estar así con él. Alexandro me da una vaga sonrisa para después dirigirme hacía la salida del bar. 

Aunque todo salió bastante bien, es un alivio dejar éste lugar atrás.

Al salir del hotel nos encontramos de frente con un clima más que horrible. Llueve a cántaros, gruesas gotas de agua caen desde el cielo empapando por completo a los dos mientras hacemos nuestro camino al coche.

Gracias a Dios por el maquillaje aprueba de agua, pero no sé si eso sea suficiente.

Me siento con Alexandro en la parte trasera, mi respiración acelerada por la pequeña carrera que estuvimos obligados a hacer. Tengo el cabello mojado, el hermoso vestido Armani se pega a mi cuerpo y los zapatos son un desastre. Miro al hombre juntos mi; no está mucho mejor que yo, nadie puede ganarle a la furia de las lluvias de la ciudad, pero se sigue viendo apuesto. Su cabello perdió el elegante peinado, lo tiene revuelto y es... joder.

—¿Tienes frío?—Pregunta. Intento alejar mis recientes pensamientos.

El clima está helado, no es sorpresa que me encuentre temblando. Él parece estar bien respecto a eso.

—Ya se pasará—Le aseguro. Sus ojos me recorren el cuerpo lentamente, volviéndose salvajes y hambrientos. Mi corazón se detiene debajo de mi pecho—¿Qué hay de ti?—Lo veo mientras se afloja el moño de la corbata. Nunca nada tan sencillo como eso me hizo apretar las piernas con tanta fuerza.

—Estoy bien, Dalila—Asegura. Mira al frente—¿Puedes conducir con ésta tormenta?—Le habla al chófer.

Menea la cabeza—Está complicado, Señor—Creo que es la segunda vez que lo escucho hablar—Están cortando calles.

El italiano asiente, pensativo.

—Estamos lejos de tú departamento, Dalila—Observa por la ventanilla del coche, o lo mejor que puede, apenas se logra ver nada a través del vidrio. Pasa a desabrochar los gemelos de su saco—No pienso correr ningún riesgo contigo—Niega decidido.

Me acomodo sobre el asiento—¿Qué vamos a hacer?—Sería estúpido darle la contraria, el maldito cielo se está cayendo sobre nosotros.

Varios bocinazos se escuchan, la gente se está poniendo nerviosa. Es normal, no es lo ideal conducir con tormenta y todos quieren llegar a casa. Aunque sea casi medianoche, Nueva York nunca duerme.

—Vamos a ir a mi departamento, al menos hasta que éste infierno pase. Estamos a unas pocas manzanas—Me mira—Luego si lo prefieres puedo llevarte a tú casa.

—No quiero incomodarte, no es necesario—Pero me urge secarme el cabello y beber algo caliente.

Él aprieta la mandíbula—Tú nunca incómodas. No me hagas dejártelo en claro.

Suelto una risa incrédula.

—Bien—Accedo—Pero luego que la tormenta pase, iré a casa.

No sabría decir si por la expresión en su rostro no le ha gustado lo que dije, pero de todas formas lo acepta.

Menos de diez minutos después llegamos a la zona de los departamentos más exigidos y con la renta más costosa de todo Nueva York. Central Park West no es para todos, eso es sabido. En el San Remo puedes comprar o alquilar, la mayoría aquí es propietario.

El coche ingresa al estacionamiento, suelto un suspiro de alivio cuándo la lluvia y el desastre ventoso quedan atrás. Alexandro me ayuda a bajar, su mano tomando la mía mientras hace que lo siga hasta los ascensores. Los dos nos despedimos del chófer, quien mencionó que se quedaría a revisar si el lujoso auto necesitaría de algún arreglo por culpa del temporal.

Pasamos rápidamente por recepción, y no esperamos mucho hasta que la enorme caja de metal llega. Una vez ambos estamos dentro, apoyo mi cansado cuerpo sobre una de las paredes. Llevo mechones húmedos de cabello hacía atrás, no me quiero ni imaginar la apariencia que tengo.

En eso las chicas vienen a mi memoria, tal vez deba enviarles un mensaje más tarde. Lo último que quiero es que se preocupen.

—¿Cuál es tú piso?—Inquiero curiosa. Evito mirarlo, el espacio en el que estamos es reducido y ya se siente cierta tensión en el aire.

—El último—No sé porque me esperaba menos.

—Ganaste—Medio sonrío al recordarlo.

Veo al frente; el gran panel que muestra como los números no dejan de subir. Cada uno, es un piso diferente. Estoy feliz de que no haya perdido dinero, pero me quedé sin mi beso.

Eso es algo decepcionante.

—Si, gané. Hablaremos de eso más tarde—Hace una pausa—¿No vas a mirarme por el resto de la noche?

Si ser directo fuese un deporte, él tendría malditas medallas por eso.

Mis mejillas toman color. Con toda la valentía que logro reunir volteo mi cabeza hacía el arrogante italiano que sostiene en uno de sus brazos el saco, aún tiene puesta la corbata. Pero así y todo, está increíble.

—¿Contento?—Me burlo.

Él gruñe bajo—Eres más insolente de lo que creí.

Frunzo el ceño—No soy insolente—Me río—Tú estás muy acostumbrado a que nadie te diga nada.

Eso es obvio, ¿Quién retaría a un empresario importante de la alta sociedad? Lo que no me detiene a mí de hacer eso es que yo no lo veo para nada así. Para mí es solo Alexandro, el caballero, apuesto e interesante Señor Cavicchini.

El mismo que dijo que quería follarme.

—Puede ser, quizás sea eso—Apoya su espalda contra la pared—No muchos se animan.

—¿Por qué no?—Los pies me duelen por lo que me decido a quitarme los zapatos. Si el hombre puede estar mitad desvestido, yo puedo liberarme de ésta maldita tortura.

Alexandro sonríe divertido mientras me ve hacerlo.

—¿Por qué crees tú?

Miro al panel táctil, ¿Cuánto vamos a tardar en llegar?

—Tal vez los intimidas—Me encojo de hombros sin saber muy bien que responde a eso.

—¿Qué hay de ti, Dalila?—Separa su cuerpo de la pared, lentamente, muy lentamente, da pasos en mi dirección—¿Te intimido?

Él me pone nerviosa, eso es claro. Alexandro es la combinación perfecta entre un hombre apuesto y jodidamente caliente. Río un poco, él ya lo sabe.

—Sí—Al llegar a mí se inclina sobre mí. Me mantiene contra el ascensor, la mirada oscura y penetrante que me da me quita el aliento. Le gusta la respuesta que obtiene de mi parte, puedo ver lo mucho que se regocija en ella.

—Pero así y todo me dices lo primero que se te pasa por la cabeza.

—A veces eso puede ser una maldición—Declaro—Ser tan honesta—Me explico mejor.

El aire está cargado, demasiado. De repente tengo tanto calor que el vestido empieza a incomodarme. No sé si él también siente la tensión sobre nosotros, pero sería casi imposible no hacerlo.

—Oh, lo sé, soy testigo de esa honestidad—Afirma. Muerdo mí labio inferior aguantando una sonrisa. Todo siempre vuelve a esa misma noche.

—Tú tampoco tienes pelos en la lengua—Apunto.

—Tambíen lo sé—Su voz desciende varios tonos. Su mirada no se aparta de la mía. Estamos tan cerca que puedo sentir su firme pecho rozar el mío.

—Me gusta que seas así—Confieso.

Él sonríe, peligroso—Mhm, quizás después de todo no sólo los polos opuestos se atraen.

Quiero decirle que somos lo suficientemente diferentes, pero caigo en la cuenta de que eso es sólo en el aspecto económico. Porque ambos somos unos sinceros sin remedio, nos gusta coquetear y recibir a cambio, y no nos importa demasiado el que dirán de los demás.

Entonces el ascensor se detiene con un pitido, las puertas se abren.

Alexandro se aleja, como lo hizo anteriormente me extiende su mano. Yo gustosa la tomo, pero el calor del momento previo me da la enorme necesidad de querer más.

Más del contacto de su piel con la mía.

Más de su cuerpo apretando el mío.

Más de sus labios rozando mi oído.

Más, más y más.

Lo quiero todo.

Alexandro abre la oscura puerta delante de  nosotros con una tarjeta magnética, me permite entrar primero, pero lo espero mientras vuelve a poner el seguro. Una vez está eso terminado, me dedico a darle una mirada al enorme espacio.

Aquí podrían caber mi departamento multiplicado por tres. Es enorme, no sólo eso, si no que también muy hermoso. Algo distante, sin muchos toques personales, pero bien amueblado.

—Deberías tomar una ducha, puedes enfermarte.

Dejo de prestarle atención al enorme sofá color negro que hay un lado, como también a la gigantesca pantalla de televisión frente a el. Estamos en la sala de estar, la cuál es preciosa. Un enorme ventanal me permite comprobar que la lluvia no ha cesado, aunque el ruido de las gotas golpeando contra el techo del edificio fueron prueba suficiente. El frío del mármol viaja a través de mis pies, pero no me molesta.

Miro al italiano.

—Ya es suficiente con que me tengas aquí, estoy bien—Afirmo.

Eso no le gusta. Frunce el ceño, niega ligeramente y murmura algo en su idioma que como todas las veces anteriores, no tengo idea de su significado.

—Dalila, es la madrugada, estás empapada, probablemente cansada y con hambre—Aprieta la mandíbula—La comida del evento era horrible, dime ¿Comiste algo?

Tiene razón, de lo que había para ingerir nada era tan bueno como para repetir una segunda vez. A penas si probé bocado.

—No—Murmuro.

—Sígueme, puedes acomodarte en una de las habitaciones de invitados—Comienza a caminar. Lo sigo desde atrás, asombrada al ver algún que otro cuadro de arte colgando de la pared—También hay una pijama, úsala.

—Bien—Acepto, porque dudo que me dé otra opción—Pero la tormenta se detendrá tarde o temprano, me iré ni bien deje de llover.

Veo su espalda tensarse.

—Esa es tu decisión, el auto estará disponible para ti de cualquier manera—Su tono es forzado, hablando entre dientes conteniendose a si mismo.

Me aterra que piense que no estoy siendo educada o agradecida con él, pero me inquieta aún más causarle alguna molestia. Sé que mencionó no tener problemas con mi presencia en su casa, y tal vez deba dejar de pensar tanto y dejarme llevar. El hombre literalmente me lo está dando todo, incluído una habitación de invitados.

Después veré mejor qué hacer.

Llegamos a unas escaleras que subimos en completo silencio hasta la primera planta. Me guía por el lugar, recorremos dos pasillos y yo me sorprendo de ver tantas puertas que llevan a Dios sabe dónde.

¿Qué tan grande puede ser un apartamento?

Entonces nos detenemos, Alexandro abre una puerta y delante mío se deja ver una muy bonita habitación con tonalidades color beige. La cama es un sueño, y es lo primero que noto. Hay un armario para la ropa, una pequeña biblioteca y dos mesas de noche. Doy un paso dentro. Visualizo una puerta más, debe ser el baño.

—Tómate tú tiempo, yo me estaré dando una ducha. Después podemos comer un aperitivo. ¿Necesitas algo más, Dalila?—Niego. Dejo los zapatos sobre el suelo.

—Muchas gracias, de verdad—Le sonrío con amabilidad.

Él asiente—Te espero abajo en la sala de estar.

Lo veo comenzar a darse la vuelta, pero entonces, para mí muy mala suerte recuerdo que Cristina fue quién terminó de subirme el cierre de mi muy amado y ahora arruinado vestido Armani.

¿Cómo diablos voy a quitármelo?

Espero que no sea demasiado pedir.

—¡Alexandro!—Lo llamo justo a tiempo.

Que la maldita tierra me trague ya mismo.

El italiano se detiene, me mira desde la entrada y espera a que continúe.

—¿Podrías hacerme un favor?—Joder, por favor que mis mejillas no se me pongan como dos tomates. Él hace un gesto afirmativo—Necesito ayuda con el vestido, ¿Es demasiado pedir?—Digo dudosa.

El Señor Cavicchini me contempla por unos segundos, eternos segundos que me hacen querer arrepentirme de haber abierto la boca. Pero no lo habría hecho de no ser necesario. Lo veo tomar una profunda respiración, los puños a los costados de su cuerpo se aprietan con fuerza. Su mirada se oscurece.

—Será todo un placer—Retengo un suspiro, aliviada de que no lo haya sentido inapropiado.

Alexandro hace el camino de vuelta sobre sus propios pasos, al instante de caer en la cuenta de lo que he pedido, estoy más nerviosa que nunca. Mi estómago se contrae cuando él llega hasta dónde yo estoy esperando; ansiosa, con la anticipación a flor de piel y la necesidad de su cercanía burbujeando en mi interior. Con un leve movimiento me indica que le de la espalda. Lo hago con lentitud, y todo tipo de emociones se desatan desenfrenadas al sentirlo comenzar a bajar el cierre del vestido. No tengo el control sobre mi cuerpo, mi piel responde, los vellos de mi nuca se erizan. Alexandro es más que cuidadoso y delicado, se toma su tiempo, lo que me hace pensar que aprovecha cada segundo que la situación le ofrece. Las puntas de sus dedos rozan mi columna, retengo un jadeo. Necesito de toda mi fuerza de voluntad para no llevar mi cuerpo hacía atrás y buscar ese cálido tacto suyo una vez más.

Al final está hecho, pero no se aparta.

Su pecho se acopla a mi cuerpo, y sus manos buscan su lugar en mis caderas. Traza suaves círculos sobre el lugar, al igual que a mí, lo siento respirar con pesadez.

Pero se aparta rápidamente, y yo quiero gritar de la frustración. No tengo el valor para verlo a los ojos.

—Ya estás, bella bruna—Desearía que el maldito cierre del vestido no tuviese fin—Te veo abajo—Su voz se vuelve más grave.

Con eso, se marcha.

Yo necesito de unos cuántos minutos para recomponerme.

•••

Italianoooo!! Amo que ya te estén conociendo cada vez más y más.

Gracias por la GRAN espera, de ahora en más prometo actualizar una vez a la semana sin falta❤️🔥❤️🔥❤️

¿Qué les pareció el cap?

¿Qué piensan de Andrea? 👀

¿Que es lo que más les gusta de él Señor Cavicchini?

Espero que les haya gustado, fueron 7k de palabras jajaja pero quería darles un cap largo por tanta paciencia y amor que le están dando a la historia.

Instagram; librosdebelu

Lxs quiero montones 💫💫💫

Belén🦋

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