Todos Mienten

By lauYeva24

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Todo el mundo tiene un gran secreto. Pero algunos serían capaces de todo para protegerlo. El lunes por la ma... More

Prólogo
Cap 1: Castigo
Cap 2: Alergia
Cap 3: Muerte
cap 4: Muerte part 2
COMUNICADO ESPECIAAAL!
Cap 5: Reacciones
Cap 6: Inspección
Cap 8: Piano
cap 9: Don perfecto

Cap 7: Bangover

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By lauYeva24

Martes, 27 de septiembre, 07:30

Narra Marta

Debería hacer los deberes antes de que llegue Paco, pero estoy sentada frente al tocador de mi habitación, presionándome con los dedos la franja de piel donde me nace el pelo. Parece que el bulto que tengo en la sien izquierda va a acabar convertido en una de esas horribles espinillas que me salen cada par de meses. Cada vez que tengo una, es en lo único que se fija la gente.

Voy a tener que llevar el pelo suelto un tiempo, pero bueno, así es como le gusta a Paco. El pelo es la única parte de mi anatomía de la que me siento cien por cien segura. La semana pasada estuve en café Academia con mis amigas y me senté justo al lado de Mireya frente al espejo, y ella estiró la mano para tocarme el pelo mientras le sonreía a nuestro reflejo.

—¿Nos lo podemos cambiar? Aunque solo sea por una semana —me pidió.
Yo le sonreí, pero deseé con todas mis fuerzas ser yo la que estaba sentada al otro lado de la mesa. Odio verme al lado de Mireya.

Es tan guapa, con su piel dorada, sus pestañas infinitas y esos labios, que son como los de Angelina Jolie. Ella sería la protagonista de la película y yo la mejor amiga genérica cuyo nombre se olvida justo antes de que aparezcan los créditos.

Suena el timbre, pero tengo la certeza de que Paco no subirá inmediatamente a mi cuarto: mi madre le mantendrá secuestrado durante diez minutos, por lo menos. No se cansa de hablar de lo de Ricky y, si la dejara, se pasaría toda la noche hablando también sobre la entrevista que hemos tenido con el agente Gotzon.

Me divido la melena en mechones y empiezo a cepillar cada uno de ellos por separado. No dejo de pensar en Ricky. Su presencia ha estado constantemente sobrevolando nuestro grupo desde el primer año de instituto, pero nunca ha sido uno de nosotros. Su única amiga era Ana, una chica que va como de gótica. Pensaba que estaban juntos hasta que Ricky empezó a pedirle salir a todas mis amigas. Por supuesto, ninguna aceptó nunca. Aunque el año pasado, antes de empezar a salir con Raoul, Mireya se emborrachó muchísimo en una fiesta y dejó que Ricky la besara durante cinco minutos dentro de un armario. Después de eso, tardó toda una vida en conseguir que la dejara en paz.

La verdad es que no sé qué esperaba Ricky. A Mireya solo le gusta un tipo de chicos: los deportistas. Debería haberse lanzado a por una chica del estilo de Alba. Es bastante mona, de una forma discreta, con esos ojos miel y ese pelo rubio platino que le queda un poco más largo de los hombros. Además, Ricky y ella debían de estar juntos en todas las asignaturas avanzadas.

Sin embargo, tengo la impresión de que a Alba no le gustaba mucho Ricky. O más bien nada. Cuando el agente Gotzon nos contó como habia muerto Ricky, Alba parecía... No sé lo que parecía, pero, desde luego, no parecía triste.

Alguien llama a la puerta y veo que se abre en el reflejo del espejo. Sigo cepillándome el pelo hasta que Paco entra. Se quita las zapatillas y se desploma en mi cama con los brazos colgando a ambos lados del cuerpo, fingiendo estar derrotado.

— Tu madre me deja frito, Marta. Nunca había conocido a nadie capaz de hacer la misma pregunta una y otra vez de tantas maneras distintas.
—A mí me lo vas a contar... —le digo, levantándome para tumbarme con él.

Paco me rodea con el brazo y yo me acurruco a su lado, apoyándole la cabeza en el hombro y la mano en el pecho. Nuestros cuerpos encajan a la perfección, y yo me relajo por primera vez desde que me han llamado al despacho de la directora Galera esta mañana.

Deslizo los dedos por su bíceps. Paco no tiene unos músculos tan definidos como los de Raoul, que entrena tanto que prácticamente parece un superhéroe, pero en mi opinión tiene un equilibrio perfecto entre musculatura y delgadez. Y es rápido, el mejor central que ha tenido el Instituto Ot en años. No tiene tantos pretendientes como Raoul, pero hay varias universidades interesadas en ficharle, y tiene todas las papeletas para ganarse una beca.

—La señora Merino me ha llamado —me dice Paco.
Mi mano detiene el avance por su brazo y me quedo mirando el almidonado azul de su camiseta de algodón.
—¿La madre de Ricky? ¿Para qué?
—Me ha preguntado si podía ayudar a portar el féretro en el funeral. Va a ser el domingo —dice, encogiéndose de hombros—. Le he dicho que por supuesto. Tampoco es que pudiera negarme, ¿No?

A veces olvido que Paco y Ricky fueron amigos en Primaria e infantil, antes de que Paco empezara con el deporte y Ricky... con lo que sea que hiciera Ricky. El primer año de instituto Paco entró en el equipo de fútbol del instituto y empezó a quedar con Raoul, que ya era una leyenda después de que su equipo de la escuela primaria casi entrara en la Liga juvenil. En segundo, los dos se habían convertido prácticamente en los reyes de nuestro curso, y Ricky no era más que el rarito que solía ser amigo de Paco.

Alguna vez he llegado a pensar que Ricky empezó lo de Bangover para impresionar a Paco. Ricky se enteró de que uno de los del equipo rival de Paco era el que acosaba a un grupo de chicas de tercero mandándoles mensajes y fotos guarras, y lo subió a una aplicación que se llamaba Alterschool. Durante un par de semanas, aquel rumor fue superpopular... y Ricky también. Puede que esa fuera la primera vez en que la gente del insti se fijara en él.

Probablemente, Paco se limitó a darle una palmadita en el hombro y se olvidó del tema, pero Ricky hizo que la cosa fuera a más y mejor creando su propia aplicación. El hecho de difundir rumores no tiene mucho alcance como servicio público, así que Ricky no tardó en empezar a colgar cosas mucho más ruines y personales que lo del escándalo del sexting. La gente dejó de considerarle un héroe, pero a esas alturas ya habían empezado a tenerle miedo, y supongo que para Ricky, en el fondo, una cosa era tan buena como la otra.

Sin embargo, Paco solía defender a Ricky cuando nuestros amigos se metían con él por Bangover.
—Tampoco cuenta ninguna mentira —observaba—. Dejad de hacer mierdas a escondidas, y dejará de ser un problema.

A veces, Paco solo es capaz de ver las cosas en blanco y negro.
Algo muy fácil, supongo, cuando nunca metes la pata.
—El plan de ir a la playa mañana por la noche sigue en pie, si te parece bien —me dice ahora, enroscando un mechón de mi pelo entre sus dedos.

Lo dice como si dependiera de mí, pero ambos sabemos que él es el que gestiona nuestra vida social.
—Claro —murmuro—. ¿Quién viene?
No digas María.
—Se supone que Raoul y Mireya, aunque Mireya no está del todo segura de que a Raoul le apetezca. Cepeda y Aitana. África, Carlos, Noelia, Marilia...
No digas María
—... y María.
Puaj. No sé si son imaginaciones mías o si María, que solía ser la chica solitaria y misteriosa, ahora empieza a apuntar a todos los planes que le propongan.

—Genial —digo, sin mucho entusiasmo, incorporándome para besar a Paco en la mandíbula. A estas horas, ya empieza a raspar, un cambio nuevo de este año.
—¡Marta! —La voz de mi madre sube flotando por las escaleras—. Vamos a salir.

Juan Antonio y ella salen al centro casi todas las noches, casi siempre a restaurantes, a veces a discotecas. Juan Antonio solo tiene treinta años, y sigue teniendo ganas de salir. Mi madre lo disfruta tanto como él, sobre todo cuando la gente se piensa que tiene su misma edad.

—¡Vale! —grito como respuesta, y la puerta se cierra de un portazo.
Un minuto después, Paco se inclina para besarme y me desliza la mano por debajo de la camiseta.

Mucha gente cree que Paco y yo llevamos acostándonos desde primero, pero no es verdad. Él quiso esperar hasta la graduación de tercero. Fue toda un acontecimiento: Paco reservó una habitación en un buen hotel, la llenó de velas y flores y me compró un conjunto de lencería alucinante de Victoria's Secret. Supongo que a mí no me habría importado que fuera un poco más espontáneo, pero sé la inmensa suerte que tengo de tener un novio que se preocupa de planificar hasta el último detalle.

—¿Te apetece? —Paco escruta mi rostro con la mirada—. ¿O prefieres que pasemos el rato juntos y ya está? —Enarca las cejas como si me lo preguntara en serio, pero su mano no deja de descender, centímetro a centímetro.

Nunca le digo que no a Paco. Como dijo mi madre la primera vez que me llevó al médico para que me recetaran la píldora: si dices mucho que no, pronto aparecerá alguien que diga que sí.
—¿A ti que te parece? —le digo, y tiro de él para que se tumbe encima de mí.

Jueves, 27 de septiembre, 08:00

Narra Natalia

Yo vivo en <<esa casa>>. Esa casa delante de la cual, al pasar con el coche, la gente dice: <<No me explico cómo puede vivir alguien ahí>>. Aunque igual eso de <<vivir>> es demasiado generoso. Mi hermana y yo no la pisamos a menos que sea estrictamente necesario, y nuestro padre está medio muerto.

Nuestra casa está en la zona más alejada de Madrid, y es de esas construcciones cochambrosas que la gente rica compra para derribarlas y construir encima. Es pequeña y fea, y en la fachada solo tiene una ventana. La chimenea lleva cayéndose a pedazos desde que yo tenía diez años. Siete años después, el resto de la casa se ha solidarizado con ella: la pintura se ha descascarillado, los marcos de las ventanas se han descolgado, los peldaños de cemento de la entrada se han abierto y están agrietados. El jardín está igual de mal. La hierba llega casi a las rodillas y, después de la sequía de verano, está completamente amarilla. A veces me tomaba la molestia de cortarla, pero luego me di cuenta de que cuidar el jardín es una pérdida de tiempo y que, además, es una tarea que nunca acaba, así que dejé de hacerlo.

Cuando Elena y yo entramos en casa, vemos que nuestro padre está inconsciente en el sofá, y que tiene una botella vacía de whisky enfrente. Mi padre piensa que caerse de una escalera mientras reparaba un tejado hace unos cuantos años, cuando aún era un alcohólico medianamente funcional, fue un golpe de suerte. La compañía de construcción que le contrataba le indemnizó, y quedó lo suficientemente discapacitado como para recibir un subsidio de la Seguridad Social, lo que, para alguien como él, es como ganar la lotería. Ahora puede beber sin parar y seguir recibiendo sus cheques regularmente.

Sin embargo, la pasta que recibe no es mucha. A nosotras nos gusta tener televisión por cable, usar nuestras motos y, de vez en cuando, comer algo que no sean macarrones con tomate. Por eso nos buscamos un curro de media jornada, y por eso todos los días, después del instituto, pasamos cuatro horas repartiendo bolsas de plástico llenas de  analgésicos por toda la ciudad de Madrid. Evidentemente, no es lo que más nos conviene hacer, sobre todo porque el verano pasado nos pillaron pasando maría, y estamos en libertad condicional. Pero no hemos encontrado ninguna otra cosa en la que nos paguen tan bien y que requiera tan poco esfuerzo.

Voy a la cocina, abro la nevera y saco una caja con sobras de comida china para Elena y para mí. Debajo de un imán hay una foto doblada y agrietada como una ventana rota. Mi padre, mi madre, mi hermana y yo cuando teníamos 11 años, justo antes de que se pirara.

Mi madre era bipolar, y no muy constante tomando la medicación, así que tampoco es que tuvieramos una infancia idílica cuando vivía con nosotras. Uno de mis primeros recuerdos es verla romper un plato y sentarse inmediatamente después en el suelo, entre los trozos de porcelana rota, llorando. Un día me bajé del autobús del colegio junto con Elena y nos la encontramos tirando todas nuestras cosas por la ventana. Muchas veces se hacía un ovillo en la cama, y se pasaba allí días sin moverse.

Eso sí, cuando estaba en una de sus fases maníacas era un subidón. Cuando mi hermana y yo cumplimos los ocho años nos llevó al centro comercial, nos dio a cada una un carrito y nos dejó llenarlo con lo que nos diera la gana.
Cuando, con nueve años, me dio aquella obsesión con los reptiles y a mi hermana con los pájaros, me instaló un terrario en el salón con un dragón barbudo y a Elena una jaula con dos inseparables.

Por aquella época, mi padre no bebía tanto, así que entre los dos se las apañaban para que nosotras fueramos al colegio e hicieramos algo de deporte. Sin embargo, mi madre abandonó el tratamiento y empezó a probar otras sustancias psicotrópicas. Sí, yo soy la capulla que trafica con drogas después de que a su madre le destrozaran la vida. Pero una cosa está clara: yo solo vendo maría y analgésicos. A mi madre no le habría pasado nada si no hubiera empezado a meterse cocaína.

Hubo una época en que volvía cada pocos meses. Luego, empezó a volver una vez al año. La última  vez que la vimos teníamos 14 años, y mi padre ya había empezado a irse a la mierda. Me estuvo hablando de que se había mudado a no sé qué comuna en una granja en Galicia, y de lo fantástica que era, y de que quería llevarnos con ella, y de que podríamos ir al instituto allí con los demás niños hippies y cultivar fresas orgánicas, o lo que cojones hicieran allí.

Nos invitó a un helado gigante en él café Academia, como si tuvieramos ocho años, y nos contó todo eso.
—Os va a encantar, de verdad la gente allí es supercomprensiva. Nadie etiqueta a nadie, no es como aquí.

Incluso entonces, todo aquello parecía una auténtica patraña, pero aún así sonaba mejor que Madrid. Así que nos hicimos una mochila cada una, metimos a nuestras mascotas en unos  transportines, y esperamos en los escalones de la entrada a que viniera a buscarnos. Creo que nos pasamos allí sentadas media noche, como unas putas perdedoras, hasta que por fin nos dimos cuenta de que no iba a aparecer.

Aquella vez, en el café Academia, fue la última vez que vimos a nuestra madre.

Cuando la comida china termina de calentarse, le echo un ojo a Stan, mi lagarto, que aún tiene unas cuántas verduras pochas y grillos vivos de esta mañana. Levanto la tapa del terrario y pestañea para mirarme desde lo alto de su roca. Stan es muy tranquilo, y cuidarlo es fácil, los únicos motivos por los que ha conseguido mantenerse con vida en esta casa durante ocho años. Los inseparables de Elena no eran como stan y murieron hace dos años.

—¿Qué hay, Stan? —Me lo pongo en el hombro, cojo los platos de comida y los pongo en la mesa que hay enfrente del sillón y me siento al lado de Elena. Miro a mi padre, tiene puesta en la tele el fútbol, y la apago porque a) odio el fútbol y b) me recuerda a Raoul Vázquez, que me recuerda a Ricky Merino y a esa mierda que le pasó en el castigo. Nunca me cayó bien ese tío, pero aquello fue horrible. Y, pensándolo bien, Raoul fue casi igual de inútil que la morena.Mi hermana, Alba y Marina fueron las únicas capaces de hacer algo que no fuera ponerse a balbucear como una idiota, encima tuvo que consolarla Villar,  en fin.

A mi madre le caían bien las Reches. Siempre se fijaba en ellas en las funciones del colegio. Como aquella vez que hicimos una representación de un belén, cuando estábamos en cuarto, y Elena y yo fuimos de pastorcillos y Marina de virgen María, ironíco ¿Cierto? Alguien robó al Niño Jesús, y Elena lo hizo para chichar a Marina. Hubiera sido mucho más divertido si realmente se hubiera molestado.

Mi chaqueta empieza a pitar, y yo tanteo mis bolsillos en busca del teléfono correcto. El lunes, durante el castigo, estuve a punto de echarme a reír cuando Alba dijo que nadie tiene dos móviles. Yo tengo tres: uno para la gente que conozco, otro para proveedores y otro para clientes. Y un par de móviles extra, para poder intercambiarlos. Pero, claro, no soy tan idiota como para llevarme alguno a la clase de Guix.

Los móviles del curro siempre están puestos en vibración, así que sé que esta vez el mensaje es personal. Saco mi iPhone 5 y veo un mensaje de Alicia, una chica que conocí en una fiesta el mes pasado.
<<¿Tienes ganas?>>
Dudo. Alicia está buena, y nunca intenta quedarse más tiempo del necesario, pero ya estuvo aquí hace pocas noches. Las cosas se complican cuando dejo que los rollos casuales se repitan más de una vez a la semana, pero la verdad es que estoy que me subo por las paredes. No me vendría mal distraerme con algo.
<<Ven>>, respondo.
Estoy a punto de guardar el móvil cuando me llega otro mensaje. Es de Miki Núñez, un chico del insti con el que quedo a veces.
<<¿Has visto esto?>>.
Pincho el enlace del mensaje, que lleva a bangover.

Se me ocurrió cómo matar a Ricky viendo en la tele uno de esos programas de resolución de crímenes.
Ya llevaba tiempo dándole vueltas, claro. Estas cosas no se te ocurren así como así, de la noche a la mañana. Lo que me frenaba era encontrar la manera de hacerlo sin que me cogieran. No me considero precisamente una mente criminal, y tengo demasiada buena pinta como para terminar entre rejas.
En el programa, un tío mata a su mujer. Un caso típico, ¿No? El asesino siempre es el marido. Pero resulta que mucha gente se alegró de que esa tía la palmara. Había conseguido que echaran a una compañera de trabajo, había puteado a unas cuantas personas en el Ayuntamiento, tenía un lío con el marido de una amiga... Una pesadilla de tía, básicamente.
El asesino del programa no era ningún genio. Contrató a alguien para asesinar a su mujer y fue fácil rastrear su registro de llamadas. Sin embargo, hasta ese momento su tapadera resultó ser bastante buena gracias a todos los demás sospechosos. La mujer era el tipo de persona a la que se puede asesinar fácilmente sin que te pillen: alguien a quien todo el mundo quiere ver muerto.
Asumámoslo: en el instituto Ot, todo el mundo odiaba a Ricky. Pero yo fui la única persona que tuvo las agallas para hacer algo al respecto.
De nada.

El móvil casi se me cae de la mano. Mientras estoy leyendo el post, me llega otro mensaje de Miki Núñez.
<<La gente está de la olla>>.
<<¿Cómo te ha llegado?>>, le respondo.
Núñez escribe <<Alguien me ha mandado el link>>, junto al emoji ese que se está partiendo de la risa. Seguro que piensa que esto es un chiste de mal gusto que se le ha ocurrido a alguien. Y seguramente es lo que la mayoría de la gente pensaría si no hubieran pasado una hora entera en compañía de un policía que no para de preguntar de diez maneras diferentes cómo es posible que el aceite de coco haya llegado a la taza de Ricky Merino. Con el policía, y con otras 6 personas que parecían culpablea de cojones.

Ninguno de ellos (excepto mi hermana) tiene tanta experiencia como yo en poner cara de póker cuando la mierda les llueve encima. O, al menos, a ninguno de ellos se le da tan bien como a mí.

–———————————————
HOLAAAAA!!! Que tal? Que teorías tenéis ya? 👀

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