UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLET...

By Jota-King

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Saga "The Wings of the Scorpions" Primera entrega. En un pueblo olvidado del mundo, Arturo debe luchar día a... More

Notas del autor.
Cita en el bar.
La amenaza de un extraño.
Atención a las señales.
Recuerdos del pasado.
Conflictos.
Viaje al fondo del abismo.
Una señal de esperanza.
Palabras del alma.
No hay plazo que no se cumpla.
Las llamas de la venganza.
Cenizas.
Mar de dudas.
Noche de insomnio.
El último recorrido.
Considérate afortunado.
Familia fracturada.
Nuevo error.
Don nadie.
Hombres de la calle.
Cementerio de esperanza.
En el lugar equivocado.
Un nuevo destino.
Se abren puertas.
Oportunidad.
Prueba de confianza.
Una nueva identidad.
Son más que sueños.
Sinceridad.
Bondad en el corazón.
Encuentro inesperado.
Mordiendo el anzuelo.
Noches perdidas.
Retomando el juego.
Convaleciente.
Pleito en el bar.
La muerte anuncia su llegada.
Con el corazón en la mano.
Una estrella en el firmamento.
Adiós viejo querido.

Luto en Los Manzanos.

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By Jota-King

Aunque quería seguir acompañándolo, no podía, pues debía volver a sus labores, pese a la pena que albergaba en su corazón.

—Bueno, me disculpas pero tengo cosas que hacer. Avísame cuando tengan de vuelta a Arturo, quisiera ir a despedirlo, es lo menos que puedo hacer por él y por su familia.

—No se preocupe don Pepe, al igual que usted mucha gente querrá hacerlo. Mi hermano fue muy querido por muchos. —William le daba otro sorbo a su taza de café tras decir aquellas palabras, y su mirada terminaba perdida en algún punto del lugar. No cabía duda alguna de que a pesar de ser uno más del pueblo, la ausencia de su hermano se sentiría.

—Fuerza mi amigo, —expresaba don Pepe ante las sentidas palabras de William. Había notado que éste no se encontraba bien, a pesar de querer aparentar lo contrario, y una palabra de aliento era lo menos que podía hacer por él— fuerza con todo esto que te toca lidiar. No solo a ti, también a tu familia. Fuerza es lo único que te puedo dar. Y si en algo puedo ayudar, no dudes en decirlo.

—Gracias don Pepe, muchas gracias.

Don Pepe se retiró para comenzar sus quehaceres diarios. Por su parte William se quedó pensando en lo que habían conversado, mientras vaciaba el café de su taza, y más que esclarecer sus dudas, estas se tornaron mayores. ¿Había algo que no sabía sobre Arturo, algo que hubiese hecho que desencadenara en su muerte? ¿Pero qué? Algo no encajaba en esta historia, no había lógica en lo sucedido.

En muchas ocasiones hubo diferentes peleas dentro del bar, y William participó en gran cantidad de ellas, pero nunca desencadenaron en algo tan drástico como lo que había sucedido con Arturo. Aquellas peleas nunca llegaron al punto de quitar una vida, también recayendo en la lógica que quienes sostenían estas peleas eran conocidos de toda la vida. Pero esto era diferente, y si Arturo era solo una prueba de lo que podía ocurrir si te cruzabas en el camino de este tipo de "gente", lo que se podía venir a futuro no era muy alentador.

Hizo señas a la muchacha que lo había atendido para cancelar lo consumido, para luego dirigirse a la casa de doña Carmela, pensando en que de seguro dicha mujer comenzaría a atacarlo por no pasar la noche ahí. Pensaba en ello para intentar desconectarse un segundo de la información que tenía en su poder en ese momento. No tardó en tener conflicto con la dueña de casa, quien ya se encontraba despierta al momento de su llegada.

—¿Se puede saber dónde pasaste la noche? —Interrogaba ésta a William apenas ponía un pie dentro de la casa.

William permaneció silente ante la pregunta, intuyendo que la mujer lo que buscaba era crear conflicto. Pero debía responder, aunque solamente motivado por respeto a la morada donde se encontraba.

—Fuera, ¿o no se dio cuenta, algún problema con eso? —Respondía fríamente éste ante la pregunta de la dueña de casa.

—¡Claro que hay problema, te recuerdo que es mi casa! —Exclamaba doña Carmela, dejando en claro de inmediato que ella mandaba en aquella casa.

—No se preocupe señora, es su casa y la respeto, —respondía William, intentando evitar enfrascarse en una pelea innecesaria, lo que menos quería era tener conflictos con aquella mujer— pero no estoy obligado a estar aquí, y menos bailando a su antojo.

—¡De seguro andabas tomando con los borrachos que tienes por amigos, por lo visto no pierdes el tiempo, y mientras tú andas de fiesta mi hija y mis nietos tienen que soportar que la basura de papá que tenían esté muerto, —exclamaba ésta sin medir sus palabras, para luego rematar su diálogo— como si el desgraciado fuese la gran maravilla!

—¡Mira vieja de mierda, —William ya no se pudo contener ante aquella mujer tan altanera, quien no medía las palabras que esbozaba, y perdiendo casi por completo el control le respondió con la intención de ponerla en su lugar— en primer lugar me lo pasé toda la noche frente a los restos de la casa de mi hermano! ¡En segunda me fui a la estación de policía para preguntar si tenían algún dato de lo que pasó! ¡En tercera, sí, me pasé al bar, me tomé como cinco cafés esperando a don Pepe para poder hablar con él y preguntarle si sabía algo! ¡Y por último, no tengo por qué darte explicaciones de lo que hago con mi vida, el único que merecía explicaciones ahora está muerto! ¡Si vas a seguir soltando mierda cada vez que se te dé la gana, te digo ahora que conmigo no te va a resultar, yo no te voy a aguantar que trates de pisotearme, ya suficiente he tenido!

—¡Pero qué ordinario y falta de respeto! —Doña Carmela dolida por la forma en que William la enfrentaba, no podía ser menos, por lo que se defendió para darle a entender que por nada del mundo permitiría que él lograra pisotearla— ¡Es mi casa y son mis reglas, aquí mando yo!

—¡Me importa un carajo lo que digas vieja de mierda, —William alzaba más la voz en el momento, pues ya estaba cansado de tener tan siquiera que cruzar palabra alguna con ella, no estaba dispuesto a seguir soportando la manera tan cruel en que la mujer intentaba no solo pisotearlo a él, sino también a la memoria de su hermano— como te dije, tu casa la respeto, pero a ti, así como eres, ni lo sueñes!

—¡Lárgate maldito borracho, no quiero verte poner un pie en mi casa! —Reaccionaba ésta ante el ataque de William, ya que no tenía forma alguna de debatir lo que le habían gritado en su cara. Su orgullo estaba herido y tenía que defenderse de algún modo.

En ese preciso instante Gertrudis aparecía por la escalera, se había despertado gracias a la discusión que sostenían su madre y William, cuyos gritos llegaban hasta el segundo piso de la casa.

—¡Mamá! ¿Qué está pasando con ustedes?

—¡Éste maldito borracho cree que va a hacer lo que quiere en mi casa! ¡Que se largue el bastardo! —Descargaba con rabia doña Carmela contra William, ante la sorpresiva aparición de Gertrudis en medio del altercado que sostenían. Ya no le importaba tan siquiera intentar disimular lo que sentía.

—¡No tengo ningún problema en irme señora! —Gritaba William ante los fríos alegatos de la mujer, quien tampoco daba su brazo a torcer.

—¡Entonces lárgate de aquí! —La mujer tomaba un florero que adornaba una repisa y se lo lanzaba con furia, sin embargo éste lo esquivaba y terminaba rompiéndose en pedazos contra la pared.

—¡Mamá, —exclamaba en el acto Gertrudis, yéndose sobre su madre y empujándola con rabia por lo que había hecho— si Willy se va me voy con él, y mis hijos se van conmigo! ¡En ningún momento le faltó el respeto a "tu casa" como dices!

—¡Pero hija, como me dices eso! —Alegaba ésta, cambiando de inmediato las facciones de su rostro ante la amenaza de Gertrudis, mostrándose incluso sumisa con tal de conseguir el apoyo de su hija ante la situación.

—¡Porque lo escuché todo, —arremetía sin embargo ésta, mostrándole su apoyo a William por sobre ella— no puedo entender cómo eres así viendo todo lo que está pasando! ¿Acaso crees que mi cuñado no sufre? Yo no me he llevado muy bien con él pero entiendo su dolor, y entiendo que hiciera lo que hizo, ¡ponte en su lugar mamá!

—¡Pero hija, cómo eres capaz de decirme eso! —Alegaba ésta, tomándola por las manos, queriendo calmarla, y por sobre todo domarla una vez más. Intentando voltear a su favor las cosas ante los ojos de su hija.

—¡Pero hija nada! —Exclamaba ésta, liberándose de forma violenta de las manos de su madre, en clara señal de rechazo— ¡Me duele lo que está pasando, y más me duele que te refieras así del hombre que amo, que siempre amé y que siempre voy a amar! ¡No te voy a permitir que pisotees así a mi marido, él está muerto, respétalo, sobre todo ahora que no puede defenderse de tus malos tratos!

—¡Pero hija, yo siempre he querido lo mejor para ti!

—¡Se nota! —Exclamaba Gertrudis, gesticulando con sus manos la ironía en las palabras de su madre— ¿Quieres lo mejor para mí? ¡Y sin embargo basureas a mi marido aun sabiendo todos los sacrificios que él hizo por mí, por mis hijos... tus nietos! ¡No comprendo qué es lo mejor que quieres para mí!

—Perdona hija. —Doña Carmela entrelazaba sus manos mientras miraba hacia el suelo tras pronunciar aquellas palabras. Sin embargo, Gertrudis ya conocía de sobra sus tretas para dar vuelta las situaciones a su favor.

—¿Quieres perdón? ¡Pídele perdón a mi marido por tratarlo así, honra su memoria, ahora él nos cuidará desde el cielo! —Le gritaba entre lágrimas, notoriamente dolida, pues veía que a pesar de lo que estaba ocurriendo, su madre se mantenía inflexible, buscando la manera de quedarse con la última palabra.

—¡Eso si es que se fue al cielo el infeliz! —Contestaba ésta de forma desagradable.

—¡Mamá por la mierda, no hay caso contigo!

Gertrudis dio media vuelta entre lágrimas y corrió por la escalera hacia su dormitorio. Por su parte William hizo lo propio y abandonó la casa con una notoria rabia en su rostro, al punto de azotar la puerta al salir. Los ánimos estaban muy caldeados en ese minuto como para intentar dialogar. La actitud altanera de doña Carmela era un punto muy difícil de lidiar, y en ese minuto no era tema para abordar.

Días después del incidente, a oídos de William llegaba la noticia de que la muchacha a la cual Arturo había defendido por fin aparecía. Su cuerpo colgaba de una viga fuera del bar, amarrada de pies y manos, sus ropas rasgadas y teñidas de sangre, con claros signos de haber sido violada y golpeada hasta el cansancio. Las palmas de sus manos quemadas y su garganta degollada.

No cabía en la mente de la gente como en vísperas de las fiestas de navidad y año nuevo, dos muertes azotaban la tranquilidad del pueblo, causando terror por la forma en que fueron ejecutadas, y sin claridad alguna de un culpable. Dos días después de aquel macabro hallazgo, por fin el cuerpo de Arturo era entregado a sus familiares. Por decisión de Gertrudis, sus restos mortales serían velados en la iglesia del pueblo, para que la gente que sentía cariño por él pudiese darle la despedida que con sus acciones en vida se había ganado.

Muchos fueron a darle el último adiós, en especial los más cercanos. Su mujer e hijos sentados en primera fila, permanecían silentes, con la mirada perdida en el suelo y con la pena de ni siquiera poder verlo por última vez dentro de aquel ataúd. Quizás eso era lo mejor, no retener aquella imagen en la mente y en el corazón. Una imagen de un cuerpo calcinado sería un trauma imposible de borrar para el resto de sus vidas.

Lo mejor era tener su imagen cuando aún estaba entre ellos, cuando estaba con vida. En momentos como éste, el ser humano se da cuenta de que las acciones en vida marcan la diferencia entre la gente, y por la cantidad de personas que se tomaron el tiempo de ir a despedirlo, no cabía duda de que había hecho muchas cosas buenas por sus semejantes. En el interior de la iglesia el silencio era casi absoluto, solo murmullos se sentían sobre lo ocurrido, como una pesadilla vuelta realidad.

En las afueras de ésta, el trinar de los pájaros daba la bienvenida a la gente que hacía ingreso para dar el pésame a la familia y despedirse por última vez de Arturo. Una incertidumbre consumía a cada integrante de la familia, aquella que impedía saber la verdad de por qué su vida fue arrebatada de manera tan despiadada. Quitarle la vida y provocarle dolor a sus seres amados no era suficiente, también su hogar debía pagar las consecuencias, ese que entre sus paredes albergó tanto amor, tanto cariño, y por qué no decirlo, también discusiones y malos momentos.

Una de las cosas que hizo Arturo en vida fue el adquirir una sepultura familiar, pues ambos hermanos acordaron que la sepultura de su madre era intocable, por lo que ninguno podría usarla el día que murieran. Por ésta razón Arturo había comprado una, y entre bromas siempre decían que sería William el primero en usarla, dada su alocada vida, pero la triste realidad era otra.

El futuro es un camino incierto en la vida del ser humano. Muchas veces uno toma decisiones pensando en el futuro, postergando en muchas ocasiones el presente, y sin imaginar que muchas veces aquel futuro está a la vuelta de la esquina. Aquella mañana, William se reunía en su oficina con el párroco de la iglesia para afinar detalles, y ya finalizada su labor, emprendía la marcha para estar con su hermano, no sin antes cruzar unas últimas palabras con el párroco encargado tanto de ésta, así como del cementerio.

—Muchas gracias padre Alfredo por su ayuda.

—De nada hijo, no sabes cómo lamento tu pérdida, imagino que la familia debe estar destrozada.

—Ni se lo imagina padre, —espetaba éste, quien a simple vista se notaba lo desgastado que estaba— teníamos todo listo para pasar esta navidad en familia, y vea lo que pasó. La familia está partida en dos y la navidad que habíamos planeado se fue al carajo.

—Dios ha de saber por qué hace las cosas hijo mío. —Le respondía el padre Alfredo.

—Padre, Dios no tiene nada que ver con lo ocurrido esta vez, esta es obra del hombre, y de uno muy malo. —Sentenciaba William, corrigiendo las palabras de aliento del párroco.

—¡Ay hijo, en este pueblo se dicen tantas cosas!

—Sea como sea aquí hay un culpable, y no tardaré en encontrarlo. —William ya había tomado la determinación de dar con el paradero de Federico, sindicado por muchos como el culpable.

—Pero hijo, ¿no pretenderás tomar la justicia por tus manos? No es lo mejor que puedes hacer en estos momentos de dolor. —Preguntaba con preocupación ante las palabras de William.

—Llegado el momento.

—Si así lo haces, —continuaba el párroco, intentando persuadirlo de su decisión— las puertas del cielo te serán cerradas, recuerda que uno de nuestros mandamientos es no matar.

—¡Pues enséñele esos mandamientos al infeliz que asesinó a mi hermano, —exclamaba un tanto enrabiado William— no a mí padre, no a mí!

—Entiendo tu dolor hijo mío, —continuaba el padre, posando su mano derecha sobre el hombro de William en señal de apoyo— pero la venganza no es la mejor opción, con eso no recuperarás a tu hermano.

—Sé que haga lo que haga él no volverá, pero evitaré que ese maldito le arrebate la vida a alguien más. Lo que a nosotros nos pasó no le puede pasar a otros y no puede quedar impune.

—Lamento escuchar eso.

—Además, los rumores que circulan por las calles son claros, esto es solo el comienzo, ese sujeto pronto vendrá por mí, y debo estar preparado.

—¿A qué te refieres hijo?

—Muchos dicen que ese bastardo llegó a este pueblo en busca de dos hermanos, y por lo que pasó con Arturo, no me cabe duda de que dio con su objetivo. Ahora solo debe terminar su trabajo. Falto yo padre. Por eso debo darle punto final a todo esto.

—Hijo mío, no te dejes influenciar por lo que la gente está diciendo.

—¡Padre, mi hermano está muerto, y todo indica que ese desgraciado fue el culpable, no pretenda hacerme entrar en razón ni mucho menos que le perdone el dolor que nos ha causado!

—No permitas que la ira y el dolor cieguen tu juicio hijo mío. No permitas que tu corazón se llene de rabia. Que la venganza te consuma es solo el inicio de un camino muy oscuro del cual no hay retorno. —Sostenía el párroco.

—Bueno padre, me retiro. Y no se preocupe, que los caminos oscuros los conozco de memoria. No hace mucho los estuve recorriendo, creo que aún lo hago.

—Ve con Dios hijo, que nuestro Señor te acompañe y guíe tus pasos.

—Gracias padre.

En la iglesia era un ir y venir de gente que quería despedir a Arturo y darle el pésame a los dolientes, y como nunca, doña Carmela se comportaba acorde al momento. En el fondo la mujer sabía del amor que había entre su yerno y su hija, aquel amor al que tantas veces se opuso e intentó arruinar, y un pequeño vacío dentro de ella se gestaba al no tenerlo presente, más su orgullo era mayor, por lo que se encargaba de disimular su tristeza ante el resto.

Pero por escasos minutos, sentía que fue un error el desperdiciar tanto tiempo en boicotear aquella relación, en especial mientras miraba alrededor y darse cuenta de la cantidad de gente que se había tomado el tiempo de ir a acompañarlos en esos momentos de gran dolor para su familia. Su corazón le jugaba una mala pasada, considerando lo fría y altanera que ésta era, y le mostraba que nunca debió intentar destruir algo tan hermoso entre su hija y Arturo.

Muy por el contrario, debió aprovechar el tiempo y alimentar los lazos de amor entre ella y la familia que su hija había formado junto a Arturo.

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