UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLET...

By Jota-King

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Saga "The Wings of the Scorpions" Primera entrega. En un pueblo olvidado del mundo, Arturo debe luchar día a... More

Notas del autor.
Cita en el bar.
La amenaza de un extraño.
Atención a las señales.
Recuerdos del pasado.
Conflictos.
Viaje al fondo del abismo.
Una señal de esperanza.
Palabras del alma.
No hay plazo que no se cumpla.
Las llamas de la venganza.
Cenizas.
Noche de insomnio.
Luto en Los Manzanos.
El último recorrido.
Considérate afortunado.
Familia fracturada.
Nuevo error.
Don nadie.
Hombres de la calle.
Cementerio de esperanza.
En el lugar equivocado.
Un nuevo destino.
Se abren puertas.
Oportunidad.
Prueba de confianza.
Una nueva identidad.
Son más que sueños.
Sinceridad.
Bondad en el corazón.
Encuentro inesperado.
Mordiendo el anzuelo.
Noches perdidas.
Retomando el juego.
Convaleciente.
Pleito en el bar.
La muerte anuncia su llegada.
Con el corazón en la mano.
Una estrella en el firmamento.
Adiós viejo querido.

Mar de dudas.

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By Jota-King

Mientras William hablaba con el Capitán, don Eusebio y Jeremick se dirigían rumbo al centro asistencial para enterarse del estado de salud de las mujeres. Éste último evidenciaba una desesperación pocas veces vista en él por ver a sus hermanas y madre, necesitaba ver que se encontraban bien, sin duda motivado por el trágico escenario.

—Capitán Cepeda, tanto tiempo. —Decía éste, extendiéndole la mano.

—William, tanto tiempo… lamento tu pérdida. —Respondía el Capitán, estrechándole la mano.

—¿Algo que pueda decirme por lo ocurrido aquí? —Preguntaba de inmediato, sin dar tantos rodeos al asunto. Necesitaba aclarar su mente, por lo que el Capitán Cepeda podía ayudarle en algo con eso.

—Por ahora nada en concreto. Esto es un desastre y como de costumbre nadie vio nada.

—Eso no es novedad en estos casos, —espetaba con rabia en sus palabras, miraba a su alrededor y no comprendía cómo entre tanta gente presente, nadie había logrado ver lo ocurrido, o mejor dicho, si el siniestro fue provocado— Manténgame informado.

—No te preocupes que así lo haré, este caso lo tomaré personalmente, al igual que el de Rose Marie, ya que quien estaba a cargo fue trasladado de aquí, para que estés enterado de ello también. Pero por desgracia aún no logro conseguir nada, esto ocurrió hace escasas horas, necesito tiempo.

—Haga lo que tenga que hacer y tómese el tiempo necesario. Quiero saber si esto fue un accidente o no. Mi familia necesita saber qué fue lo que ocurrió aquí.

—¿Alguien que conozcas que le tenga tanto odio a tu hermano como para hacer esto? Sé que es una pregunta estúpida, pero debo preguntarte.

—Ni idea, —expresaba William, cruzándose de brazos— todos aquí conocen a Arturo y nadie tenía nada contra él, muy por el contrario, como bien sabe, se llevaba bien con todo el mundo.

—¿Y a ti, —la pregunta era inevitable— puede ser que el móvil no era contra tu hermano, sino contra ti?

—Yo no soy tan popular entre varios, mi pasado me condena, —confesaba con pesar en sus palabras William, entendiendo también que cabía la posibilidad que lo ocurrido no tuviera que ver con Arturo— pero creo que no al extremo de llegar a esto.

—Pues mi experiencia me dice que esto no fue un accidente, creo que fue ejecutado por alguien. La interrogante ahora es saber quién.

—Ahora que lo menciona, —manifestaba William— hace un tiempo atrás Arturo tuvo un altercado en el bar con un tipo, pero ignoro si tendrá que ver con lo sucedido aquí. De hecho el tipo ni siquiera es de por aquí.

—Ah sí, me di por enterado de eso. Creo que partiré por ahí, —reflexionaba el Capitán Cepeda ante lo dicho por William— averiguaré de quién se trata ese sujeto y dónde está.

—Tenga cuidado, —advertía de inmediato éste—  los rumores dicen que está ligado a una banda de criminales encabezados por alguien al que apodan simio. Qué tan real es ese personaje, no tengo la menor idea. Pero de ser así, debe estar muy bien protegido.

—Simio, ya había oído de los rumores en torno a él. —Revelaba el Capitán, lanzando un suspiro muy poco alentador por sus palabras— Lo tendré presente. Te mantendré informado, ve con tu familia, necesitarán de tu apoyo en este momento. Y me alegra no tener que verte pasando las noches en el calabozo.

—Eso es gracias a mi hermano, lástima que ahora no está, —murmuraba éste— y referente a ese que apodan simio, es claro que no es de por aquí, de hecho lo que supimos es que con quien se enfrentó Arturo en el bar, era un perro faldero de ese sujeto, y que estaba en el pueblo buscando a un par de hermanos.

—Si la información que manejas es verídica, todo indica que los hermanos buscados eran ustedes, eso quiere decir…

—¿Quiere decir que puedo ser el próximo, a eso se refiere?

—Me temo que sí mi amigo. —Expresaba el Capitán.

—Pues tendré que mantener los ojos abiertos y mi espalda cubierta.

—Bueno, debo dejarte para continuar con la investigación. Te informaré cuando estén los resultados de la autopsia y cuando puedan retirar el cuerpo. —Le decía el Capitán, estrechándole la mano y tomándolo por el hombro.

—Gracias.

—Espera, —se detenía éste antes de retirarse—  permíteme darte un consejo. No tires a la basura todo lo que tu hermano hizo por ti. Es la mejor manera que tienes para honrar su memoria.

—Procuraré no defraudarlo, —respondía seguro en sus palabras William— ahora tengo una familia por la que velar, pero no por ello me mantendré tranquilo sabiendo que cabe la posibilidad de que esto no sea un accidente.

—Mi experiencia me dice que esto no fue un accidente, pero mientras no tenga pruebas concretas de ello, no puedo ni descararlo ni asegurarlo. Lo siento. Solo te pido que no investigues por tu cuenta, aquello podría traerte problemas mi amigo.

—Descuide. Solo procure mantenerme informado conforme avance la investigación.

—Quédate tranquilo que así lo haré.

Cabizbajo tomó dirección hacia el centro de salud para saber cómo se encontraban Gertrudis y las niñas. Irremediablemente la realidad era la que frente a sus ojos estaba, un hogar convertido en cenizas, una familia fracturada por el dolor, y un hermano al que nunca más volvería a ver. Lo que se veía venir era un mar de dudas.

Ahora William debía sacar fuerzas dentro de su gran dolor para apoyar tanto a Gertrudis como a sus sobrinos, era lo importante en estos momentos, convertirse en ese pilar fundamental que dadas las circunstancias, tanto necesitarían. Pero por su mente corría la idea de que esto no era una mera casualidad, y que aquel sujeto al que Arturo había enfrentado en el bar, sin lugar a dudas tenía todo que ver con lo ocurrido, por lo que ya ideaba la manera de encontrarlo y sacarle la verdad a la fuerza.

La muerte de su hermano no quedaría impune y la justicia se encargaría de impartirla por sus manos, aunque aquello le costara su libertad. En su camino hacia el centro de salud hizo un alto en el bar para intentar obtener información sobre el paradero de aquel sujeto, sin embargo desde aquel día no se le volvió a ver por esos lados, pero el rumor de que efectivamente pertenecía a una banda de asesinos se había hecho más fuerte, y muchos de los que estaban en el bar no tenían duda alguna de que él era el responsable de lo ocurrido, y de la muerte de Arturo.

Pero de ser así, ¿por qué justo ese pueblo, por qué alguien se tomaría la molestia de ir a aquel pueblo perdido en el mapa y causar tanto daño? Sin una respuesta concreta y lleno de incertidumbre, prosiguió su marcha hacia el centro de salud. Si aquel sujeto era en efecto el culpable, ¿acaso una riña en un bar era motivo suficiente para asesinar a su hermano? Si no hizo más que salir en defensa de una pobre muchacha, víctima de sus malos tratos. Si algo tan insignificante era motivo para asesinar, entonces debía encontrar la manera de darle motivos más que suficientes para que aquel asesino saliera de su escondite y lo buscara.

Debía ser precavido, pues si no era más que un eslabón dentro de una cadena de asesinos, correría la misma suerte de Arturo. No podía pensar con claridad, y sin darse cuenta ya estaba estacionado frente al centro de salud del pueblo. Descendió del vehículo e ingresó en busca de su gente. En la pequeña sala de espera se encontró con don Eusebio y doña Carmela, ahí recibió la noticia de que Jeremick había sufrido una crisis, por lo que lo tenían bajo observación.

—Willy, ¿cómo te fue con el Capitán Cepeda? —Apenas lo veía, don Eusebio le consultaba si tenía alguna noticia.

—Nada en concreto. ¿Las muchachas cómo están?

—Mejor, pero las tienen en observación, al igual que a Jeremick.

—Pobres, no imagino el dolor por el que están pasando.

—¿A ti parece no afectarte todo esto? —Interpelaba doña Carmela a William, dado la serenidad que éste intentaba demostrar. En el fondo buscaba la manera de fastidiarlo con su pregunta. La mujer odiaba a William por sus excesos con el alcohol, y sobre todo por ser hermano de su yerno.

—Las apariencias engañan señora, y por lo demás yo no soy mi hermano, a mí no me va a fastidiar con sus palabras, y menos en estos momentos. ¿Le queda claro?

—¡A claro, ahora te pones así! —Alegaba de inmediato ésta, claramente buscando pleito entre ambos.

—Carmela, no empieces, —interrumpía don Eusebio— no es momento de tus berrinches.

—¡Tú cállate! —Gritaba de inmediato la mujer ante la interrupción de su marido.

—Si ya se aburrió de joder, podemos hablar. —Continuaba William, intentando mantener la calma— Han pasado solo horas desde el incendio, pero los rumores no tardaron en correr y anda uno muy fuerte.

—¿A qué te refieres? —Le preguntaba don Eusebio, acomodando sus lentes y rascando su cuello.

—Imagino que ustedes ya saben sobre el altercado, —proseguía William, mirando de reojo a dona Carmela, esperando la reacción insana que la mujer tendría— ese que Arturo tuvo tiempo atrás en el bar.

—¡Por supuesto, —exclamaba don Eusebio, poniendo atención a lo que William decía— todo el mundo lo supo! Arturito jamás había llegado a ese punto en una pelea, pero le dio su merecido a ese brabucón.

—¡Por borracho le pasó! —Atacaba en el acto doña Carmela.

—¡Mire señora, si es que se le puede tildar de esa manera, —exclamaba con rabia William, quien la miraba frunciendo el ceño en señal de desacuerdo ante lo expresado por ella— si no sabe realmente cómo fueron las cosas, mejor no opine! Pareciera ser que solo se dedica a escupir veneno cada vez que abre la boca.

—¡Eusebio! ¿Vas a dejar que este borracho de mierda trate así a tu mujer? —Alegaba ésta a su marido, dándole un fuerte empujón que casi hace que el hombre cayera.

—Mijita, mejor guarde silencio. —Respondía sin embargo éste, intentando no darle tanta atención a lo dicho por William.

—Voy a dejarle en claro algo a su señora, —advertía William a don Eusebio ante la actitud de la mujer— antes que siga escupiendo mierda por diversión. Ese día Arturo se metió en un pleito con un sujeto que estaba tratando muy mal a una de las niñas que trabajan en el bar, y nadie tuvo el valor de defenderla, inclusive el dueño. Fue mi hermano quien se le enfrentó, y desde ese día se le perdió el rastro al tipo ese. El punto es que por los rumores que ya están corriendo, muchos están sindicando a ese sujeto como el culpable del incendio, ya que ese día juró que se vengaría por lo que Arturo le hizo. ¿Entendió señora?

—Esa no era la historia que yo sabía. —Murmuraba sorprendida doña Carmela ante las palabras de William. Sin embargo no ofrecía las disculpas correspondientes por el comentario tan negativo hacia Arturo.

William respiraba hondo antes de proseguir, pues debía mantener la calma, y por sobre todo, evitar enfrascarse en un pleito con doña Carmela. Pero como había llamado su atención con sus palabras, no podía perder ese efecto sobre ella. Aunque durara muy poco.

—Por lo mismo le dije, si no sabe mejor no opine. Y eso no es lo peor.

—¿Cómo que no es lo peor, acaso Arturito andaba en malos pasos? —Con cierta duda y sorpresa, don Eusebio le lanzaba la pregunta, quien no creía que su yerno estuviera metido en algún problema mayor.

—¡Caballero, todos aquí saben que la oveja negra soy yo! —Exclamaba con una leve sonrisa en sus labios.

—Eso está más que claro. —Arremetía doña Carmela entre dientes, atacando con sus palabras una vez más a William y esquivando su mirada.

—Gracias por el apoyo señora, —respondía con ironía éste, al tiempo que con sus manos daba un par de aplausos en son de burla— la cuestión es que a este sujeto lo están ligando a una banda de asesinos, y aquí es donde se pone fea la cosa. De ser así…

— Puede ser que no se conforme sólo con la muerte de Arturito. —Interrumpía sorprendido don Eusebio.

—¿O sea que podemos correr peligro con ese asesino? —Preguntaba doña Carmela, claramente perturbada ante lo dicho por William, tomándole el peso a sus palabras.

—No hay que sacar conclusiones antes de tiempo, pero cabe la posibilidad. Tendremos que estar atentos y no comentar esto con los demás. Ya suficiente martirio tienen con saber que no solo perdieron su hogar, sino también a mi hermano. Yo me encargaré de averiguar bien las cosas. Ahora lo primordial es que las muchachas y el niño estén lo más tranquilos posible, y darle una digna sepultura a mi hermano.

—Tienes razón, no tiene caso hacerles pasar por más de lo que ya están pasando. Además, también querrán recuperar pronto el cuerpo de Arturito. El daño ya está hecho y ahora es nuestra tarea intentar repararlo. —Reflexionaba don Eusebio, quien por lo menos tenía más sentido común.

—Ni siquiera encontrando al culpable se reparará la muerte de mi hermano.

—Eso si es que hay un culpable. —Nuevamente doña Carmela buscaba la manera de hacer perder la calma de William, y lo interpelaba por lo ocurrido, dudando de que fuese como todos pensaban hasta ese minuto— Ustedes los hombres como siempre sacando conclusiones antes de tiempo. Capaz que el incendio haya sido por algún problema en la casa, y no por culpa de alguien ajeno.

—Tendremos que esperar los resultados de los peritajes policiales, —reaccionaba don Eusebio, intentando disimular con otro tema las palabras fuera de lugar de su mujer— ahí sabremos lo que pasó.

—El capitán Cepeda nos mantendrá al tanto de la investigación, ahora debemos ver donde nos quedaremos. Mi casa está arrendada aún, —comentaba William— pero no estaríamos bien acomodados allá, la casa es pequeña.

—Tendremos que ver como acomodarnos en nuestra casa. —Le decía don Eusebio para tranquilizarlo ante el dilema presentado— No vale la pena que des pie atrás con el arriendo, ese dinero te será muy útil ahora, sobre todo porque vas a internarte, no debes dejar eso de lado.

—¿Pero y Gertrudis, y los niños? No puedo dejarlos solos.

—¡No van a estar solos, —alegaba de inmediato doña Carmela— nos tienen a nosotros, no le voy a dar la espalda ni a mi hija ni a mis nietos!

—Por fin abre la boca para decir algo sensato. —Pronunciaba William ante las acertadas palabras.

—¡Fastídiame otra vez y te hago dormir en el patio! —Le gritaba ésta sin embargo, tirando por la borda las buenas palabras expresadas hace escasos segundos.

—Créame que me da lo mismo, tampoco tengo muchas intenciones de estar viviendo bajo su techo. Su manera de ser no me acomoda en lo absoluto. Debió ser muy grande el amor que mi hermano sentía por su hija para tener que soportarla como suegra.

—Dejen los ataques por favor, hay cosas más importantes que discutir. —Don Eusebio una vez más intentaba poner la cuota de cordura entre ambos.

—Tiene razón caballero, usted como siempre poniendo los paños fríos ante las situaciones, usando su masa cerebral y no los impulsos. Ahora más que nunca debemos estar unidos como familia, por muy mal que nos llevemos. —William miraba de reojo a doña Carmela, esperando que la mujer entendiera la indirecta.

—Por el bien de mi hija y mis nietos, haré el esfuerzo. —Respondía ésta fijando la mirada en el suelo.

—Solo porque le conviene quedar bien ante los ojos de ellos, —arremetía William— solo por eso lo hace.

—¡Contigo no se puede tener tregua!

—Ya paren de discutir, ahí viene el doctor. Después si quieren siguen peleándose. —Sentenciaba don Eusebio, quien ya se encontraba en demasía incómodo ante la situación.

El médico del centro asistencial se acercó a ellos, dándoles las respectivas indicaciones para los cuidados de las mujeres, que básicamente consistían en el mayor reposo posible. En cuanto a Jeremick, éste ya se encontraba mejor, por lo que en pocos minutos más, todos serían dados de alta. A juicio del médico, por el momento no había nada más que hacer, no era necesario recetar medicamentos. El dolor por lo ocurrido no lo borraría una simple pastilla.

Ya caída la noche, la familia se encontraba en casa de los padres de Gertrudis, y mientras los abuelos preparaban las camas, el resto permanecía en el living de la casa en el más absoluto silencio. Por suerte el inmueble contaba con habitaciones extras, tres para ser específicos, una de las cuales pertenecía a Gertrudis. Las dos restantes, serían acomodadas para que las hermanas compartieran una, mientras la otra, de momento la utilizaría Jeremick.

Trinidad y Kimberly se encontraban abrazadas a su madre en el sofá, el mismo que tendría que utilizar William para dormir, ya que no disponían de más camas. Jeremick permanecía recostado en el suelo, al costado de la pequeña mesa de centro, mientras William por la ventana observaba en silencio hacia el exterior, imaginando que de un momento a otro aparecería su hermano. En ese instante, por fuera de la casa pasó el jeep que utilizaba Federico, pero William estaba tan sumido en sus pensamientos que no lo notó.

Por el pasillo asomó la figura de don Eusebio, cabizbajo, sin argumento posible de hilar para intentar minimizar el dolor en sus seres queridos. Al contemplar a su hija y nietos totalmente destruidos, fue inevitable que una lágrima rodara por su rostro, la cual se encargó rápidamente de secar con sus arrugadas manos, y casi en el acto doña Carmela también aparecía con un par de frazadas entre sus manos.

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