UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLET...

Jota-King tarafından

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Saga "The Wings of the Scorpions" Primera entrega. En un pueblo olvidado del mundo, Arturo debe luchar día a... Daha Fazla

Notas del autor.
Cita en el bar.
La amenaza de un extraño.
Atención a las señales.
Recuerdos del pasado.
Conflictos.
Viaje al fondo del abismo.
Una señal de esperanza.
Palabras del alma.
Las llamas de la venganza.
Cenizas.
Mar de dudas.
Noche de insomnio.
Luto en Los Manzanos.
El último recorrido.
Considérate afortunado.
Familia fracturada.
Nuevo error.
Don nadie.
Hombres de la calle.
Cementerio de esperanza.
En el lugar equivocado.
Un nuevo destino.
Se abren puertas.
Oportunidad.
Prueba de confianza.
Una nueva identidad.
Son más que sueños.
Sinceridad.
Bondad en el corazón.
Encuentro inesperado.
Mordiendo el anzuelo.
Noches perdidas.
Retomando el juego.
Convaleciente.
Pleito en el bar.
La muerte anuncia su llegada.
Con el corazón en la mano.
Una estrella en el firmamento.
Adiós viejo querido.

No hay plazo que no se cumpla.

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Jota-King tarafından

Esta vez, era Arturo quien interrumpía aquel silencio perpetuo que los envolvía, y descansando su mano en el hombro de William, le revelaba el porqué de su tardanza.

—Me demoré a propósito, sabía que necesitabas unos minutos con nuestra madre; te conozco lo suficiente. Espero que el tiempo que te di fuese suficiente para desahogarte. ¡Mira que no pienso ir a buscar agua otra vez!

—Gracias hermanito, gracias de verdad. Me sirvió de mucho. Perdona si no te digo lo que hablé con ella. Es un tanto personal. ¡Y ya estamos afuera idiota, no necesitamos agua!

—¡Mierda, tienes razón! Tranquilo hermanito. Tú jamás has tenido secretos conmigo, excepto con nuestra madre, y esos secretos los respeto, así como tú respetas los míos. —Refutaba con serenidad Arturo.

—Qué bonito que no nos tengamos secretos, salvo con nuestra madre, ella nos conoce mucho más de lo que nosotros nos conocemos. —A pesar de lo alejados que se encontraban se conocían a la perfección, por lo que era muy difícil el mantener entre ellos algún tipo de secreto.

—La viejita era única. Por suerte nos tocó por madre… por ella somos lo que somos, ¡salvo tú que saliste fallado!

—¿Te tragaste un payaso acaso?

—Ahora tu tarea es demostrarle que no desperdició su tiempo en tu crianza, y que eres mucho más de lo que por desgracia le ha tocado ver de ti desde la muerte. —Sentenciaba de manera más seria en sus palabras Arturo.

—Costará trabajo demostrarlo. —Murmuraba William, dejando sentir con sus palabras no estar preparado para demostrarle a su madre que no todo estaba perdido y que podía retomar el camino.

—La mayor parte del trabajo recae en ti. Por lo menos ya lo estás entendiendo, mira que ha costado mucho tiempo que te dieras cuenta, saliste bien duro de cabeza.

—Y va a seguir costando hermanito, quizás por cuánto tiempo. —Decía William, dando por sentado que el camino que estaba a punto de recorrer sería el más difícil de su vida.

—¡Deja de joderme la vida y meterme en problemas, —se quejaba de inmediato Arturo— dame un respiro si quiera, si cansa tener que dormir en el sillón! ¡Si sigo tratando de arreglar tus problemas voy a terminar sin matrimonio!

—¡De ser así te estaría haciendo un favor! —Exclamaba William, intentando disimular la risa que estaba a punto de expulsar.

Ambos se miraron luego del comentario de William, estallando en risas por largos minutos. Una vez que las risotadas por fin acabaron, se quedaron en silencio, como esperando a que sucediera algo. Por largos minutos cada cual permaneció sumido en sus pensamientos, dando uno que otro vistazo a la hora que marcaba el reloj que Arturo había instalado en el tablero de la camioneta.

Se cobijaban en la brisa que se escurría por la ventana, observando como esta mecía las hojas de los árboles. La visita a su madre había sido distinta y provechosa, en especial para William, dado los cambios que pretendía hacer en su vida, y el pedirle perdón por cosas que hizo y que dijo, sabiendo que el daño que le causaba a quienes intentaban ayudarlo no se comparaba con el daño ocasionado a la memoria de su madre, era una carga de la cual por fin se sentía libre.

Ahora tenía la tarea de demostrarle a su madre que no todo en su vida estaba perdido, que no perdería esta batalla sin dar pelea a los fantasmas del pasado. Minutos después William se volvía a conectar con la realidad que estaban viviendo, miró nuevamente el reloj en el tablero y de reojo observó a Arturo.

—¿Piensas quedarte aquí todo el día o le darás marcha a tu cacharra?

—Sí, vamos andando mejor. —Reaccionaba ante la interrogante de su hermano. Luego de darle arranque a la camioneta, y viendo que ésta no encendía, exclamaba— ¡Mierda, no se va a poder, no quiere encender!

—¿Pero cómo, no le diste agua a tu porquería de cacharra?

—¡Estoy bromeando hombre! ¿O no te diste cuenta que no enciende a la primera?

—Muy gracioso el weón, muy gracioso. Se nota que como mecánico no tienes futuro, debieras tener tu vehículo sin ningún problema.

—¡Una mentirita blanca nomas! —Exclamaba esbozando una sonrisa. —No me da el tiempo, qué más quisiera yo que tenerla al cien por ciento.

—¿Y pasando a otro tema, qué piensas regalarle a tu suegrita? —Consultaba con ironía, pues conocía de sobra la relación conflictiva entre ambos, pero no quería dejar pasar la oportunidad de preguntar, más que nada para fastidiarlo un poco.

—¡Por mí un viaje a un agujero negro, y sin retorno! —Gritaba éste, con un dejo de placer en sus palabras— ¡A ver si así se deja de fastidiarme la condenada vieja!

—¡Entre tu señora y tu suegra!

—¡Por lejos me quedo con mi señora. —Aseguraba en clara defensa de su mujer.

—Es cierto, tu mujer es otra cosa. —Obviamente él sentía más aprecio por la mujer de su hermano que por la suegra que por desgracia cargaba.

—¡Por suerte, sino ni en sueños estaría con ella! —Ambos al unísono estallaban en risas a raíz del comentario de Arturo. Una vez que pararon de reír, éste le daba por fin arranque a la camioneta, iniciando la marcha.

Tomaron rumbo a la Ciudad Sin Nombre para hacer las compras pertinentes. La navidad estaba a dos semanas de llegar, por lo que cuanto antes se hiciera este trámite, tanto mejor. Hacerlo a sólo días sería complicarse la vida, ya que posiblemente no encontrarían lo que querían, y lo peor, el caos en las calles y tiendas sería feroz, dado la mala costumbre de muchos a esperar el último día para realizar sus compras.

Ellos buscaban evitar ese estrés y no estar corriendo de un lado a otro buscando algo que quizás ya se encontraba agotado en el mercado, lo que no significó que el día fuese menos estresante, no obstante, el tiempo invertido rindió los frutos esperados. Para Trinidad, la mayor de las hijas de Arturo, que estaba próxima a cumplir 17 años, habían comprado un nuevo televisor para su dormitorio, puesto que el que tenía ya estaba fallando, pero éste debía ser de un color en especial, y encontrarlo les llevó tiempo.

Para Kimberly, de 15 años, una computadora portátil, lo que no fue tan complicado, y para Jeremick, el menor de los hijos, de 12 años, una consola de videojuegos, la cual les complicó mucho, pues debían llevar los juegos que a él le gustaban, de lo contrario no tendría sentido. En el caso de Gertrudis, Arturo había conseguido un par de aros de plata en forma ovalada, y en el centro de éstos colgaba la figura de un perro, el animal preferido de ella.

Para don Eusebio, el suegro de Arturo, un juego de herramientas para que se entretuviera haciendo arreglos en su casa, puesto que se la pasaba consiguiendo con su yerno estos elementos cada vez que lo necesitaba. Y para doña Carmela, la suegra de Arturo, éste a modo de broma le había comprado una caja de cartón, y en su interior un papel que decía “siga participando”, pero en realidad, le llevaba un cuadro de su artista preferido. No hizo mucho esmero en el regalo de ella, puesto que no se llevaban muy bien.

La mujer era altanera y siempre veía en menos los esfuerzos de Arturo. Nunca estuvo de acuerdo en aquella relación, y por mucho que intentó sabotearlos en los tiempos en que éstos eran novios, no lo consiguió. El amor entre ellos fue más fuerte y los mantenía juntos hasta hoy, por lo que al final doña Carmela terminó por aceptarlo como parte de la familia, pero no dejó de hacerle pasar malos ratos cada vez que la oportunidad se le presentaba. Era casi como un deporte para ella.

—¿Oye Arturo, y nosotros qué diablos nos vamos a regalar?

—¿Cómo que qué nos vamos a regalar? —La pregunta sonaba bastante ridícula, y se lo hacía saber con una mirada— ¿Dónde está la gracia de regalarse algo uno mismo?

—Sí, en eso tienes razón, —reflexionaba William ante la pregunta estúpida, rascándose la cabeza y perdiendo la mirada en cualquier lugar— tendremos que esperar a ver que nos irán a regalar.

—¡A la suerte de lo que nos toque, —espetaba Arturo con resignación— obligado a esperar el típico regalo cuando no se te ocurre qué regalar!

—¿Y eso qué sería?

—¡Calcetines, qué otra cosa! —Exclamaba éste, levantando y dejando caer sus hombros.

—¡Igual estoy pobre de calcetines weón!

—¡Conociéndote, no me cabe la menor duda!

—¿Oye Arturo, y qué fue del hermano menor de Gertrudis?

—Ni idea, —contestó éste— hace años que se fue del pueblo y nadie supo más de él, ¿a poco no te habías dado cuenta?

—¿Tengo cara de darme cuenta de las cosas que pasan? Recuerda que estuve mucho tiempo perdido en otro mundo.

—Tienes razón. La cosa es que lleva mucho tiempo perdido. Igual a los viejos como que nos les interesó mucho, recuerda que era muy problemático.

—Por lo poco que recuerdo de él, sí, era demasiado problemático.

—¿Cómo no te vas a acordar de él, si era uno de los tantos con los que te ponías a beber y andar de fiesta en fiesta? Para ser tan jóvenes no lo hacían nada mal.

—¿Me creerías si te digo que ni me acuerdo de él? —William estaba totalmente confundido ante las palabras de su hermano— Es que me he juntado con cada personaje, que a veces me saludan en la calle y no tengo idea de quién es.

—¡Te tiene bien mal el trago entonces! —Éste no entendía cómo William no recordaba a la oveja negra de la familia de su esposa— Si hasta fuimos juntos al colegio, ¿cómo no lo vas a recordar?

—Créeme que no, quizás si lo llego a ver me acuerdo de él.

—Te tiene mal el trago hermanito, definitivo, —aseguraba Arturo ante la negativa de William en recordar al hermano menor de Gertrudis— menos mal que ya lo estás dejando.

—¡Menos mal, mira que si no voy a terminar olvidándote a ti también! —Entre risas le daba un empujón en son de juego.

—¡Eso no lo creo, no te conviene olvidarme! ¿Quién te va a sacar de problemas entonces? Aparte eso se llama alzheimer, o amnesia por conveniencia, en tu caso.

—¡Ya, ya, déjalo así mejor y sigamos buscando lo que nos falta para irnos, es tarde ya! Mira que después Gertrudis va a salir con el cuento de que nos pasamos a beber por ahí en vez de comprar los regalos. —Concluía William.

Por más que lo intentaron, no consiguieron terminar temprano con las compras, por lo que llegaron a casa a altas horas de la noche. Por lo menos los regalos los habían pedido envueltos, por lo que solo era cuestión de guardarlos para que los niños no los vieran, y el lugar más indicado era la casa de doña Carmela, mal que mal, pasarían allá las festividades. Luego de llegar a dicha casa y cruzar una que otra palabra mientras guardaban los regalos, se fueron a la casa de Arturo, la que quedaba a escasos metros.

Al llegar se sentaron a la mesa y comieron algo antes de irse a dormir. El día siguiente marcaba domingo en el calendario, por lo que fue dedicado a la familia, levantarse tarde a desayunar, ayudar a limpiar un poco la casa e ir de compras al mercado para abastecer la despensa. Comer un rico almuerzo para después reposar mientras se divertían con  juegos de mesa junto a los niños, y en la tarde una salida a la única plaza del pueblo para terminar el día haciendo algo al aire libre.

Ya de vuelta en casa los niños se daban una buena ducha, aunque esto no era obligación ya que se encontraban en periodo de vacaciones, pero lo ameritaba. Los hombres también se duchaban, ya que Arturo debía salir temprano a trabajar, mientras que William debía presentarse en el centro de rehabilitación para firmar los documentos que harían efectivo su ingreso, ya finalizadas las fiestas.

También Gertrudis pasó a la ducha, siendo ésta la última, mientras los hombres se preocupaban de preparar la once para los niños antes de que éstos se retiraran a sus habitaciones. Una vez que la dueña de casa acabó con su merecida ducha, se sentó junto a William y Arturo a la mesa para comer antes de ir a dormir, ignorantes de lo que en un lugar del pueblo se comenzaba a tramar.

Un desconocido, pero renombrado personaje en el pueblo, quien en ese instante se encontraba al teléfono, recibía las instrucciones pertinentes para realizar el paso definitivo, y concluir con la tarea que le había sido encomendada.

—Ya están identificados señor, ¿cuáles son las órdenes ahora? —Preguntaba éste a quien le reportaba la buena nueva— De acuerdo, lo entiendo perfectamente, así lo haré… ¿Acaso lo duda? ¡Claro que el trabajo se realizará, lo haré mañana! ya no puedo seguir ocultándome en este pueblucho de mala muerte… Además ese hijo de perra tiene una cuenta pendiente conmigo, me daré un festín con él… Sí señor, lo entiendo… no se volverá a repetir el problema ocurrido con la novia del grandote… ¡claro que no fue mi culpa, se salió de control!... Entiendo… tengo muy claro que estoy en tela de juicio por ese error, creo que fue suficiente castigo tener que soportar tanto tiempo oculto en este pueblo de mierda y… De acuerdo señor…

Era Federico, quien después del altercado en el bar con Arturo y del fallido matrimonio de William, había permanecido oculto, esperando las instrucciones referentes a los pasos que debía realizar ahora que había dado con el paradero de los hermanos. Tuvo que esperar mucho tiempo para que se gestara por fin aquella llamada, esto como parte de un pequeño castigo por el error que había cometido; error que aún no terminaba de pagar.

Por lo que ahora debía ser cauteloso en el trabajo que le habían encomendado, si es que deseaba seguir viviendo. Era uno de los integrantes de más alto rango dentro de la organización criminal controlada por aquel al que apodaban simio, siendo esta la razón por la cual le habían confiado encontrar e identificar a los hermanos. Tras varios años de espera, aquel sujeto por fin había decidido comenzar a gestar su tan anhelada venganza, siendo Federico su mensajero en esta primera etapa.

Su plan era simple, pero por desgracia éste había complicado las cosas con sus arrebatos, pues lo volvió personal luego de aquel altercado con Arturo, cometiendo un error muy grave. Ahora tenía la posibilidad de redimirse ante los ojos de su jefe con esta nueva oportunidad que le daban.

A la mañana siguiente, Arturo y William se levantaban temprano para comenzar cada cual su día. Éste último despertaba a Jeremick, pues por la insistencia de éste, lo acompañaría a presentarse al centro de rehabilitación en la Ciudad Sin Nombre. Luego de sentarse a la mesa a desayunar y platicar un poco, Arturo se fue a trabajar como de costumbre, mientras que minutos más tarde, William y Jeremick tomaban la camioneta de Arturo, emprendiendo la marcha.

Arturo tenía agendado ir a la casa de don Pepe para revisar un desperfecto eléctrico en la camioneta que utilizaba para hacer las compras del local. Pero antes debía desviarse para comprar unos repuestos en un pequeño local en el pueblo. Por su parte, William y Jeremick llegaban al centro de rehabilitación llamado “HOMBRE SANO, VIDA SANA”, siendo acogidos de manera cordial.

Luego de presentarse con la persona encargada del lugar, hacían el recorrido de rigor para conocer la que sería su futura casa, y firmaba los papeles de rigor. Tras concluir con los trámites se dirigían al centro de la ciudad, pues William quería buscar algún presente para su hermano, y de paso llevar a Jeremick a comer algo, pues éste ya manifestaba tener hambre, siendo que no llevaba mucho desde que habían desayunado.

Arturo ya estaba de vuelta de las compras y se encontraba revisando el desperfecto que acusaba aquella camioneta. Pasada una hora de trabajo, a lo lejos comenzó a escuchar mucho alboroto y gritos, y el sonar de las sirenas de los carros bomba, pero no le prestó atención, por el contrario, sólo pensó en la desdicha que de seguro estaba pasando la familia donde ocurría el incendio.

Más aún, cuando estaban tan cercanas las fiestas de fin de año, y tener que lidiar con la pérdida de una casa a manos del voraz fuego, quien no perdona cuando éste se desata sin control, sería un golpe muy duro y difícil de sobrellevar. De pronto, el hijo menor de don Pepe llegó corriendo donde Arturo se encontraba, apenas podía contener el aliento.

—¡Don Arturo, rápido apúrese! —Le gritaba el niño al ingresar al garaje donde se encontraba trabajando en la camioneta de su padre.

—¿Qué pasa muchacho, por qué tanto escándalo? —Extrañado, Arturo lo miraba mientras limpiaba sus manos con un trozo de tela.

—¡Don Arturo, don Arturo! —Repetía el niño, intentando respirar con normalidad.

—Tranquilo muchacho, respira lento, vienes muy agitado, cálmate un poco, así como estás no podrás decirme lo que pasa.

—¡Don Arturo corra, su casa se está quemando!

—¿¡Qué!? ¿Y por qué demoraste tanto en decírmelo mocoso atolondrado? —Exclamaba Arturo ante las palabras del pequeño.

De inmediato salió corriendo del garaje en dirección a su casa, la cual quedaba a unas ocho cuadras de donde se encontraba aquella mañana.

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