Vidas cruzadas: El ciclo. #3...

By AbbyCon2B

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Muchas cosas han sucedido en la vida de los Morgan, pero la aventura no termina. Su historia está por enfrent... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS.

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By AbbyCon2B

Cuando la reunión terminó, todos empezaron a retirarse para volver a sus casas menos Jonathan, el recibió algunos curriculum durante una hora y almorzó en la oficina lo que le traían del bar.

Era como una especie de líder para todos en el pueblo y se obedecían sus ordenes y seguían sus leyes. Ya hacía tiempo que habían sido registrados en el mapa como White Oak Lands, había sido un buen avance y les había conseguido algunos nuevos habitantes, también algunos nuevos problemas, pero dentro de todo, White Oak funcionaba con armonía. Kyle como sheriff del pueblo mantenían el orden y tenía dos alguaciles que le acompañaban en todo momento. Terrell controlaba a la comunidad de negros que se había asentado años atrás y también crecido y esos hombres vivían libremente con sus familias, trabajaban y se educaban. A veces surgía alguna pelea por temas de razas, un blanco pasado en copas gritaba algo y lo resolvían a los golpes o viceversa, pero los problemas siempre se resolvían con algo de tiempo. también tenían indígenas en la zona (o indios como Jonathan acostumbraba llamarles), ellos habían sido "modernizados" después de que les arrebataran las tierras y sus prácticas indígenas estaban prohíbas, incluso aunque Jonathan quisiera permitirlo, era una ley gubernamental. Los indígenas que se habían negado a "modernizarse" y volverse ciudadanos estadounidenses, habían sido asesinados. Cientos y miles de ellos. Un pequeño porcentaje había sobrevivido y no felizmente.

Aunque fuera un bello pueblo, sus calles seguían siendo de barro y no era un ambiente en el cual Jonathan quisiera a sus hijas o su esposa. Demasiados hombres y mujeres ebrias, peleas y mugre. Por eso ellas rara vez visitaban White Oak.

Él les había colocado una iglesia hacia el campo, para que pudieran asistir a la misa de los Domingos con el reverendo y cuando necesitaban algo del pueblo enviaban a alguno de los muchachos a conseguirlo.

Acomodó los curriculum que había recibido en una carpeta dentro del cajón de su escritorio y miró la hora para confirmar que llegaría al picnic con Olivia. Eran las dos y cuarto, estaba seguro de que a un buen ritmo podía llegar a la casa a eso de las tres y le daría tiempo de darse una ducha y cambiarse antes de ir con ella al jardín.

Se estaba acomodando la chaqueta junto a su escritorio cuando alguien llamó a la puerta abierta y una mujer asomó. Vestía con elegancia, una falda marrón que caía natural por su cuerpo, el corsé estrechando su cintura y una camisa blanca con corbata y chaqueta. Traía también un sombrero y guantes, con un bolso enganchado a sus muñecas y un delgado paraguas. Cuando Jonathan la vio, continuó aprontándose para salir.

—¿Puedo ayudarla, señora? —inquirió y fue hacia la puerta para marcharse—. ¿Necesita indicaciones?

—Eh, no...Leí en el periódico que necesitaban empleados, señor y esperaba poder entregarle mi curriculum.

Jonathan se detuvo de cerrar la puerta de la oficina y la miró. Ella había retrocedido ante su figura acercándose para salir de la habitación por donde ella se encontraba parado y cuando lo tuvo enfrente se obligó a tragar saliva con fuerza y mantener la calma. En las fotos y dibujos del periódico siempre se veía serio e intimidante, pero en persona casi parecía una persona distinta.

—No quiero ofenderla, señora, pero el anuncio aclara que solo tomamos hombres con títulos.

—Bueno, no soy hombre, pero tengo el título, señor Morgan —comentó y buscó en su cartera por una hoja doblada a la mitad—. Si pudiera al menos echarle un vistazo.

Jonathan miró hacia la hoja que le extendió y luego bajó hacia el reloj de bolsillo para revisar la hora. Bufó, abrió la puerta de la oficina y regresó a su escritorio para tomar la hoja.

La mujer ingresó y se sentó frente a él.

Tuvieron unos minutos de silencio mientras él revisaba su curriculum y la miró sobre los lentes antes de quitárselo.

—Sin duda para una mujer tiene un historial impresionante —concedió al ver que era graduada de la Universidad de economía, seguramente la única mujer en haber asistido a esa Universidad en los últimos años—. Pero no es una apuesta que me convenga.

Ella estrujó la cartera que sostenía sobre sus piernas y asintió con comprensión.

—Es un negocio grande y necesito gente experimentada y de preferencia con referencias de anteriores trabajos.

—Comprendo, señor Morgan, pero...Realmente creo que puedo estar a la altura de sus exigencias, si solo pudiera darme una oportunidad para demostrarle mis capacidades.

—En los negocios no puedo permitirme el lujo de dar oportunidades, señora —. Dobló el curriculum y se lo entregó de regreso—. Y sin ofender, no es ambiente para una mujer, créame que le hago un favor.

—Si esa es la razón de su rechazo, por favor no se estrese, vengo de una familia de hombres, señor Morgan, ocho hermanos y mi padre, soy la única mujer y créame que estoy acostumbrada a lidiar con todo tipo de ambiente masculino.

—Usted podrá estarlo, pero los hombres no están acostumbrados a lidiar con una mujer en su lugar de trabajo —. Se puso de pie y tomó su sombrero para acomodárselo—. Realmente lo siento, señora, pero no quiero distracciones en mi compañía.

No era la primera vez que escuchaba eso, ya la habían rechazado de tres lugares distintos por ser muy atractiva, lo cual según algunos hombres resultaba una distracción. Jonathan sabía que alguno de los jóvenes muchachos trabajando en su oficina, sin duda se distraerían con ella en el lugar, lo que al final disminuiría la calidad del trabajo y lo expondría a errores.

Y no podía olvidarse de los peligros que venían con hacer negocios entre los grandes mafiosos. Simplemente no era un lugar en el cual quisiera meter mujeres.

Ella abandonó la silla cuando él se puso de pie y buscó por su tarjeta en el interior de la cartera.

—¿Podría considerarlo, señor? Y llámeme si cambia de parecer, le aseguro que puedo rendir tan bien e incluso mejor que un hombre. Tengo lo que a ellos le falta.

—¿Y que sería eso?

—Emoción, señor, está es una experiencia completamente innovadora para mí, a diferencia de los hombres, estoy lista y emocionada para empezar y dar lo mejor de mí —. Le saludó con una reverencia y se giró hacia la puerta manteniendo su orgullo intacto—. Tenga un buen día, señor Morgan.

—Usted también, señora.

Guardó la tarjeta en el cajón de su escritorio y oficialmente pudo marcharse a su casa para estar con su mujer. Lo que más ansiaba de su día. La encontró en el dormitorio, envuelta en la toalla y con su cabello mojado y cayendo sobre su espalda. Estaba intentando decidir que ponerse para el picnic, de pie ante su enorme armario repleto de vestidos.

Cuando Jonathan entró en el vestidor, ella le sonrió y se alzó en la punta de los pies para abrazarse a él y besarlo.

—Necesito que me lleves de compras o llames al modista.

—Buenas tardes para ti también, mi amor, sí te extrañe toda la mañana ¿y tú? Me alegra saber que me has extrañado a mi también —. Olivia se rio y apoyó la frente contra su torso antes de murmurar una disculpa.

—Perdón, cariño, mis modales. ¿Cómo estuvo tu mañana? Te extrañe mucho.

—Ya veo que sí —murmuró y la apretó contra su pecho al besarla—. ¿Para que quieres al sastrero? Juro que me tiraré por la ventana si dices que no tienes qué ponerte.

—No, no, no es eso. Es solo que mira... ¿No notas esta pesadilla? —. Jonathan miró hacia el armario y todos los vestidos que tenía colgado y negó. Ella parecía ofendida con lo que tenía ante ella, pero Jonathan solo veía mucha ropa—. Se está tornando verde, Jonathan.

—¿Qué?

—Mi ropa, al parecer he tenido una faceta de elegir verde para todos mis vestidos y ahora apenas tengo ropa de otro color. Ni siquiera sé que ponerme para el picnic de hoy, no quiero ir de verde otra vez.

Jonathan miró su perfil con una sonrisa mientras ella revisaba entre la ropa en busca de algún vestido que no fuera verde y si le gustara para usar durante un picnic y él se sentó el sofá del vestidor y admiró sus largas piernas asomando debajo de la toalla. Era una mujer extraordinaria, simplemente perfecta.

—Ya veo el problema.

—¿Verdad que sí? Es una pesadilla —. Se alejó del armario y suspiró—. ¿Qué me pongo, Jona?

—Deja saco mi talento en moda femenina el cual por supuesto tengo porque soy un experto en entender las ropas que ustedes usan —dijo con sarcasmo y Olivia rodó los ojos y le lanzó la camisola que planeaba ponerse debajo del vestido—. Agarra algo cómodo y listo, solo estaremos los dos.

—Pero no quiero ir de verde otra vez —protestó y se giró hacia la ropa—. Voy a recoger todo esto para donarlo y necesito que venga el modista urgentemente.

—Enviaré por él en la mañana, pero necesitas vestirte hoy, nena. Yo iré a darme un baño mientras te aprontas.

Él dejó el vestidor para encerrarse en el baño y Olivia continuó viendo que ponerse y llamó por una de las mucamas para que la asistiera. Terminó eligiéndose por un vestido amarillo con blanco que era cómodo como Jonathan había señalado y fino para mantenerse fresca y disfrutar del clima en el jardín.

La mucama la peinó y cuando terminó, continuó maquillándose y acomodándose las joyas por su cuenta. Estaba perfumándose cuando Jonathan regresó ya vestido con un traje y el cabello todavía algo húmedo por la ducha.

—Mañana debes hablar con Grayson sin falta—recordó y tomó los guantes para cubrirse las manos—. Se irá mañana en la noche y no puede irse sin recibir su sermón.

Asintió y bajaron las escaleras de la casa con sus manos entrelazadas. Jonathan la ayudó a subir al carro y las empleadas le cargaron una cesta con alimentos y una manta. Olivia abrió su parasol para proteger su piel y Jonathan tomó las riendas del pequeño carro y puso marcha hacia un lugar agradable donde pudieran descansar.

—¿Cómo está el hijo de Adrian?

—Está bien, por suerte no fue grave, pero se quedará la noche en la enfermería. Harvie justo está cuidándolo.

—¿Se lastimó mucho?

—Solo la fractura en el hueso, lo cual para un niño de cinco años es bastante —. Olivia miró el paisaje y se alarmó cuando notó que Jonathan iba rumbo al río—. Cariño, no vayas hacia el río, por favor.

—¿Por qué no? Es un lindo lugar para sentarnos.

Pensó en una excusa rápido mientras negaba, no quería terminar en el mismo lugar que Elizabeth e Ethan y arruinar su cita.

—Pero se ensuciará todo mi vestido con el barro.

—Luego lo pones para lavar, ángel, el barro nunca ha sido un problema para ti.

Él la miró de reojo y Olivia maldijo para sus adentros.

Ethan y Elizabeth se habían acomodado hacia el comienzo del río, donde había un pequeño lago, compartían una comida ajenos a que Jonathan iba en la misma dirección y por primera vez, mientras hacían un picnic juntos, de cientos de picnic que habían hecho, Ethan se había sentado más cerca y la miraba atento, bajando la atención hacia sus labios cada tanto y la seducía. Era demasiado bueno seduciendo, Elizabeth se lo concedería. La miraba como hipnotizado y cuando ella sonreía era inercia que él la imitara.

Sus manos se rozaban y él no se apartaba, buscaba el contacto y sentir esa cosquilla en todo su cuerpo.

—¿Pero si tienes exámenes porque no has regresado para estudiar?

—Porque quiero estar contigo —contestó y tomó una de las galletas de la fuente para morderla—. No entiendo porque te sorprendes, Lizzie, siempre me quedo cuando me lo pides.

—¿Por qué somos amigos? —. Él asintió y ella sonrió y apartó la mirada hacia el lago.

Estaba con su vestido en tonos rosado y el cabello parcialmente recogido. Tenía un parasol abierto sobre su cabeza para protegerse del sol y se había quitado los guantes para poder comer.

Él acercó la galleta a sus labios y todo su rostro enrojeció cuando aceptó darle una mordida mientras sentía su mirada quemando sobre su piel. Sabía que Ethan estaba seduciéndola, sabía que ya habían empezado el día con otras intenciones aparte de seguir siendo amigos y a ambos les consolaba saber que el interés era mutuo, que ella no se resistía a que él la sedujera y que él quería seducirla.

—¿Crees que puedas visitarme en Nueva York algún día?

—Papá no me dejará sabiendo que tu estás allá —se lamentó y él tomó el pañuelo de su chaqueta y le limpió suavemente los labios—. Gracias.

—¿Y si viajas con tus hermanas?

—No confía en ellas para ser responsables, créeme, él sabe que me llevo muy bien con ellas.

Ethan suspiró y se giró hacia la canasta para tomar la botella de whisky y la abrió para servir dos tragos. El de ella lo cortó con algo de agua pues Elizabeth no era gran fanática del alcohol.

—¿Peter? —. Ella lo miró y la idea no quedó descartada inmediatamente—. Puedes hospedarte con él ¿no? Y en él tu padre sí confiará.

—Sí, pero porque Peter no me dejará salir sin supervisión y definitivamente no me dejará ir a verte.

—Yo puedo ir a verte a casa de Peter.

—Él no nos dejará solos, Ethan —. Dio un sorbo a su trago y cerró el parasol cuando se aburrió de sostenerlo—. Estoy condenada a ser la protegida de la casa, no sé porque todos mis hermanos se empeñan tanto en controlar cada uno de mis movimientos.

—¿Eres la menor?

—No, esa es Ada, pero a ella le dan todo y hace lo que quiere —. Suspiró y se acostó sobre la manta, Ethan se acostó a su lado, dejando algo de espacio y miraron hacia el cielo—. A veces siento que me ocultan algo ¿sabes?

—¿Algo cómo qué?

Elizabeth lo miró de reojo y se mordió el labio.

Era su mejor amigo mundial y debía poder confiarle todos sus secretos, simplemente no sabía como decir las cosas.

—Mi madre es mi nieta —soltó sin previo aviso—. Y mi padre es el bisabuelo de mi madre, por supuesto no podemos ignorar que ella es del futuro y viajó en el tiempo hace como unos treinta años, pero pues...siento que hay más a la historia que no me dicen.

Eso le habría gustado hacer, pero en su lugar, se encogió de hombros y buscó formas en las nubes.

—No lo sé...Algo grande e importante.

—Si no te lo han dicho seguro hay un motivo ¿no crees? En tu familia son todos muy transparentes entre ustedes.

—Eso es porque papá y mamá odian los secretos y las mentiras —. Agitó los pies al ritmo de una música imaginaria y tomó otra galleta para comer acostada—. Cuando era chica discutían horriblemente por eso.

—Uf, lo recuerdo...Me contaste sobre aquel hombre que intentó lastimar a tu madre.

—La peor discusión que han tenido creo yo, pero igual eso no fue por una mentira ni nada, solo celos de papá —. Se acomodó el bonnet para que le quedara de almohada e Ethan dobló un brazo debajo de su cabeza—. Papá destrozó todo el salón ese día y recuerdo que me dio mucho miedo. Nunca se habían gritado tanto.

—Los matrimonios a veces discuten, es normal, nadie puede convivir las veinticuatro horas del día con alguien todos los días y siempre estar de acuerdo en todo.

—Tu y yo nunca discutimos —señaló y él sonrió.

—Eso es porque tienes suerte de que soy un encanto —. Elizabeth rodó los ojos y lo empujó—. Sabes que tengo razón, si tuviera tu carácter viviríamos agarrándonos de los pelos.

—Buu, no tengo tanto carácter.

Él soltó una carcajada y ella se cubrió con las manos y empezó a negar.

—No tengo tanto carácter. Que buen chiste, Lizzie, anda, cuéntate otro.

—Ya, esto es maltrato —protestó y lo empujó mientras se reía con su rostro enrojecido—. Soy muy tranquila.

—Lo eres, hasta que te hacen enojar. Pero me gusta que tengas carácter o que seas tan mandona —. Él giró sobre su vientre para mirarla y se alzó en los codos—. Me gusta que seas decidida.

—No lo soy —confesó, pensando en lo mucho que le costaba tomar la iniciativa con él.

—Lo eres, tendrás tus inseguridades como todos, pero eres una mujer decidida e intrépida. Tienes un hermoso y explosivo carácter que afortunadamente no estalla conmigo y eres divertida e inteligente. Eres hermosa, Lizzie y podría pasar mi día entero admirándote y memorizando cada centímetro de tu rostro.

Elizabeth sostuvo su mirada, con la respiración estancada en sus pulmones y cuando él buscó su mano, dejó que entrelazara sus dedos y todo su cuerpo se erizó.

—¿Por qué me dices estas cosas, Ethan? —susurró.

Él sonrió y acercó sus nudillos para besarlos.

—Porque me gustas —confesó—. Me ha tomado mucho tiempo reunir el valor para decírtelo, pero cada día que paso a tu lado hace que resistirme sea aun más difícil. No quiero perderte, Lizzie y definitivamente no quiero que mi indecisión sea la causa por la cual pierdo la oportunidad de recibir tu amor.

Ella se sentó ante sus palabras y él se enderezó con ella, temiendo que sus palabras hubieran sido demasiado y la ahuyentara. Elizabeth lo miró a los ojos y acarició su mano, intentando encontrar el valor para decirle lo que sentía por él. Como su cuerpo respondía a su cercanía desde los quince años.

Se inclinó hacia él, ansiando poder besarlo y se detuvo.

—¡Oh, pero que hermoso lugar, Jonathan! ¡Tenías toda la razón y es perfecto para que tengamos nuestro picnic!

—Mierda, es mi madre —susurró al escuchar su voz más alta de lo necesario, anunciando su llegada a la distancia.

—Y viene con tu padre.

Ethan se puso de pie rápidamente y empezó a recoger todo con su ayuda. Lo levantaron como pudieron y corrieron hacia el bosque, de regreso hacia los caballos en los que habían hecho el viaje. Escucharon el carro llegar al lugar donde momentos antes habían estado y las voces de Jonathan y Olivia mientras empezaban a acomodarse y ella reía nerviosa ante la confusión de Jonathan.

Corrieron rápidamente y una vez sacaron a los caballos del bosque, dejaron caer las cosas y ella empezó a reír mientras Ethan tragaba con fuerza y se llevaba una mano al corazón.

—Tu padre no me perdonará una segunda vez, Lizzie.

—No nos ha visto, tranquilo —. Se rio y respiró profundo—. Aunque eso fue emocionante.

—Habla por ti, tu vida no peligra como la mía —. Miró hacia el bosque y no se resistió de reír con ella—. Creo que deberíamos volver.

—Sí, creo que es buena idea.

Olivia se sentó sobre la manta junto a Jonathan y miró el entorno confirmando que no había rastro de Elizabeth o Ethan, con suerte se habían marchado antes o habían escuchado sus gritos a la distancia para advertirle.

—¿Qué fueron todos esos chillidos de momentos antes?

—Nada, solo estoy maravillada con lo bella que es la naturaleza —confesó mientras apreciaba el paisaje—. Tan brillante y tranquilo.

Jonathan la miró seriamente y empezó a negar.

—¿Treinta años de matrimonio y crees que no puedo darme cuenta cuando ocultas algo? Habla ahora, Olivia.

—No sé de que hablas, cariño, yo solo admiro el paisaje.

Jonathan arqueó una ceja y ella forzó una sonrisa y se negó a confesar su pequeño secreto.

—¿Elizabeth ¿no es así? Es lo único que se me ocurre que te importa lo suficiente como para ocultármelo, ¿estuvo aquí con Ethan? ¿Durmieron juntos? ¿Es eso?

Olivia rodó los ojos y cerró el parasol.

—No seas tan exagerado ¿quieres? Solo tuvieron un picnic como nosotros.

—Lo mataré cuando regrese —. No lo haría, pero al menos soñaría con hacerlo—. Y definitivamente debería lanzarte al río por mentirme.

—Si no fueras tan celoso no tendría que hacerlo.

—Es mi hija y ese asqueroso niño me la quiere robar, no lo permitiré. No fácilmente al menos, disfruto haciéndolo sufrir.

—Ya sé que lo disfrutas y eres cruel. Ethan no merece nada de eso.

—Bla, bla, bla —se burló y ella lo golpeó con su abanico—. Solo porque quiero pasar el día contigo ignoraré este incidente, pero no me mientas, Olivia, podemos no contarnos todo, pero no tener mentiras.

Asintió, consciente de que había roto el trato que mantenía su matrimonio en pie y exitoso y empezaron con su picnic. Charlaron toda la tarde, sobre la familia, planes, sus días y en el proceso, él la besó, la acarició y se pegó a ella para disfrutar de su calor y alimentarla. Le gustaban esos momentos en los cuales solo eran ellos dos y el mundo desaparecía.

En la noche, Elizabeth continuó pasando su tiempo con Ethan, sentados en el dormitorio leyendo juntos un libro. Él la miraba mientras leía y cada tanto le acariciaba el cabello sonrojándola o trazaba la línea de su mandíbula. La erizaba cuando la tocaba y tenerlo tan cerca provocaba sensaciones en su cuerpo. Demasiado calor.

Pero debían comportarse, porque Jonathan se paseaba distraído frente a la puerta cada cierto tiempo y los vigilaba con atención.

A la mañana siguiente Jonathan se marchó hacia la oficina para continuar su trabajo y estuvo con sus hijos, recibieron nuevos aplicantes y en la tarde se reunieron para evaluar los curriculum y decidir quien era más adecuado para el trabajo. Habían recibido a quince hombres.

—El tal Plaskett podría servir —comentó Derby deslizando la hoja hacia el centro de la mesa—. Tiene el título Universitario y algo de experiencia.

Jonathan asintió y se quedó pensando en silencio unos minutos antes de acomodarse en la silla y agregar un candidato a la lista.

—Hay una mujer también, que quiere el trabajo.

Sheridan no pudo contener la risa cuando lo escuchó y alguno de los otros hombres también se rieron.

—Las ideas que tienen las mujeres hoy día —comentó mientras se calmaba.

—Supongo, pero tal vez deberíamos considerarla —. Las risas se detuvieron y algunos lo miraron como si estuvieran por iniciar un motín—. Tal vez no sea adecuado incluirla al negocio, pero podríamos sacar provecho de una buena secretaria. Y leí su curriculum, tiene un título universitario en economía y experiencia como bibliotecaria. Sabe organizar documentos.

—No podemos traer una mujer a la compañía, suficiente con rodearnos de negros —espetó Sawyer ante su indignación.

Terrell apretó los puños sobre la mesa y se giró hacia él.

—¿Algo que quiera decir, Simmons?

—No empieces con tus dramas salvajes, Terrell, sabes lo que pienso de los negros y no gastaré saliva explicándote —. Jonathan rodó los ojos y le pidió a Terrell que lo dejara estar para evitar peleas—. No trabajaremos con una mujer. Dañara la imagen de la compañía, de todo lo que hemos construido.

—Yo creo que podría ser una innovación —intervino Adrian—. Con una mujer en el negocio hasta podríamos ampliarnos hacia el mercado femenino.

—Aww, ¿quieres producir vestidos y sombreros floreales? —se burló uno de los hombres—. Sawyer tiene razón, Jona, no necesitamos una mujer en el negocio. Llenará el lugar de puras flores e inciensos.

Otra vez algunos hombres se rieron y Adrian decidió contestar.

—Al menos tapara el rancio olor a mierda que sale de tu boca, Hopkins.

—Cuidado con lo que dices, Morgan.

—¿O qué? —espetó en respuesta sin alarmarse.

—Adrian —advirtió Jonathan y este lo miró de reojo y bufó antes de relajarse en la silla—. La idea de adentrarnos en el mercado femenino no es mala, se vende bien y podría darle a la compañía una nueva imagen.

—Maldita sea, Morgan, no puedes considerar meter a una mujer en nuestro negocio. ¿Qué acaso las tenemos que meter en todo?

—Aye, últimamente no dejan de enterrar las narices donde no les llama, que el voto, que el divorcio, que los derechos, deben tener mierda en el cerebro.

—Cuidado, amigo —señaló Derby, apoyándose en la mesa—. Mi señora es de esas mujeres y no toleraré que la insultes.

—Tu señora puede chupármela.

Jonathan se puso de pie para sujetar a Derby cuando este se lanzó sobre la mesa para abalanzarse sobre el hombre y durante unos minutos, el salón se torno en caos hasta que logró componerlos a todos y que volvieran a sentarse.

—¡Ya basta! —gritó y acomodó su ropa—. Parecen animales, joder —. Se peinó el cabello y volvió a sentarse—. Para empezar, McFee, creo que has olvidado que la mujer de Derby es mi hija...

El rostro de McFee palideció.

—¿Algo que quieras decir sobre ella?

—No, señor, lo siento.

—Eso pensé. Los tiempos están cambiando caballeros y por más que nos cueste adaptarnos las mujeres han decidido que quieren trabajar y no somos quienes para detenerlas. Tener una secretaria podría ayudarnos a organizar mejor este lugar y si resultar ser tan competente como me ha asegurado, podría servirnos para expandir el negocio hacia el mercado femenino como Adrian sugería. Todos aquellos a favor de considerar a la mujer para el trabajo alcen su mano por favor.

Jonathan alzó su mano y también sus hijos, Derby, Chester y Terrell. Sawyer, Sheridan y los demás la mantuvieron baja. Era un empate.

—De acuerdo, supongo que queda indefinido.

—Cometen un error, caballeros —murmuró Eli—. Una mujer podría beneficiar al negocio.

—Sobre mi cadáver, Morgan —escupió Sawyer.

Pasaron al siguiente asunto de la reunión, pero Jonathan se detuvo cuando vio a una mujer a través de las ventanas internas de la oficina. Se disculpó con todos y abandonó la habitación para ir hacia el recibidor de la compañía.

La mujer traía un vestido blanco (pésima elección para un pueblo repleto de barro como White Oak) y hacía juego con su bonnet y guantes del mismo color.

—¿Viene a entregar un curriculum, señora? No estamos aceptando más.

La mujer se giró hacia él con una libreta y lápiz en su mano y negó.

—Oh no, estoy con el periódico, señor.

—No llamé al periódico.

Ella sonrió y paseó por la habitación.

—Lo sé, estoy aquí para reportar sobre sus empresas. La gente comienza a sentir curiosidad sobre la procedencia de todas sus ganancias, pues ningún hombre puede conseguir tanto dinero tan rápido, no como usted.

Él la siguió con la mirada y puso ambas manos en su cadera al mirarla.

—¿Insinúa algo, señora?

—No, señor Morgan ¿debería? Seguro todo su trabajo es legal y no tienen nada de qué preocuparse, de todas formas, yo solo me daré una vuelta para estudiar el lugar.

El semblante de Jonathan cambió, ya no era amable o caballeroso, estaba molesto, porque esa mujer acababa de entrar sin invitación a hurgar en sus asuntos y sugería cosas que le enfurecían.

Apretó los dientes y se humedeció los labios.

—Esto no es museo, así que tendré que pedirle que abandone mis oficinas. Solo aceptamos empleados.

—No vi ningún cartel en la puerta.

—No hace falta, se lo estoy diciendo ahora —. Fue a abrirle la puerta y señaló la salida—. Se aburrirá paseando por el pueblo, no hay mucho para hacer y no descubrirá mucho de mi parte, mis negocios son legales.

La mujer sonrió y se encaminó a la salida.

—Eso ya veremos, señor Morgan. Le dejo mi tarjeta por si desea concederme una entrevista.

Estuvo tentando a no aceptarla, pero supo que solo se habría visto sospechoso, así que tomó la tarjeta y ella abandonó la oficina y regresó a la calle, protestando por el lodo ensuciando sus pies.

En la tarjeta ponía su nombre.

Lois Babcock, reportera del Minnesota Republican.

—Jodida perra —. Regresó al salón de reuniones y lanzó la tarjeta hacia la mesa—. Tenemos una reportera en el pueblo.

—¿Por qué?

—No lo sé, pero sospecha que el negocio no es legal.

—¿Matthewson? —inquirió Sawyer.

Nixon Matthewson era el dueño de una de las grandes empresas que le hacía la competencia a Jonathan. Era un dolor de cabeza y muy capaz de pagar a una reportera para que consiguiera cualquier cosa, cualquier pequeñez, con la cual arruinarlos.

—No lo sé, pero debemos tener cuidado hasta saber que quiere realmente.

Esa tarde, Olivia estuvo en la enfermería con Devon (el hijo de Adrian) y luego ayudó a trasladarlo a la silla de ruedas para que Jazmín pudiera llevárselo a la casa. Ada estaba en la escuela, sus hijos se preparaban para irse a la Universidad y sus hijas se entretenían con sus cosas.

Elizabeth seguía con Ethan, Zenia leía, Gwendoline tejía, Katherina y Kathleen estaban perdiéndose en los jardines mientras divagaban sobre sus planes para el verano y Marie intentaba dominar el rifle de su padre disparando a un árbol desde una distancia considerable.

Se había alejado de la casa hacia los establos, donde normalmente sus hermanos practicaban y ya tenían una serie de objetivos acomodados para mejorar la puntería. Hasta el momento ella ni siquiera había conseguido cargar el rifle y estaba intentando entender como se hacía.

—Está sosteniéndolo mal —señaló el hombre al detenerse a unos pasos de distancia para mirarla—. Se golpeará cuando dispare.

El hombre parecía joven, apena en sus treinta y algo y como el sol le daba de frente, tenía los ojos entre cerrados y el sombrero de vaquero cubriéndole. Sus ojos eran celestes y su barba iba entre el dorado y el rojizo. Él se apoyó en la barandilla del establo y la miró.

—Creo que se cómo usar un rifle, señor, gracias —espetó Marie en respuesta.

El hombre reprimió una sonrisa y bajó la mirada hacia el piso. La vio de reojo, como volvía a levantar el rifle para apuntar y cuando apretó el gatillo el rifle regresó hacia atrás para golpearle el rostro y no pudo evitar reír.

—Guau...Sin duda tiene absoluto control, señorita ¿Cuánto para que me de algunas clases?

La irritación de Marie creció mientras se acariciaba el pómulo donde el arma había golpeado con fuerza. Dolía, pero no iba a demostrarlo en presencia de ese hombre.

—¿No tiene nada más para hacer que molestar mujeres?

—No —contestó él con calma y un marcado acento del este. Le recordaba al acento de Eli y Adrian, característico de Texas—. De hecho, desperté esta mañana y pensé ¿qué mejor que pasar mi tarde molestando mujeres que no saben disparar un rifle?

Su sarcasmo era como una espina en el orgullo y a Marie no le gustaba.

Volvió a acomodar el rifle para seguir intentando y él chasqueó la lengua en desaprobación.

—Se va a golpear otra vez.

Sucedió tal como le dijo y la exasperación de Marie creció.

—Podría ayudarla, si lo pide claro.

—Pues no se lo he pedido, sé lo que hago y apreciaría mucho si dejara de molestarme.

Él se rio y giró su cuerpo para marcharse.

—Como usted diga, señorita, tal vez quiera cambiar de lado y dejarse el otro ojo negro también, para estar igualados —. Soltó una carcajada por su propia broma y Marie maldijo y quiso gritarle al ver como se alejaba, caminando como si se creyera la gran cosa.

Lo conocía, era el estúpido de Rylan Blackwood, su padre le había disparado en la nalga años atrás cuando había robado a Olivia y luego había terminado mudándose a White Oak, ahora ya era un hombre de treinta cuatro años y trabajaba en los campos cultivando y cosechando, pero Marie lo consideraba un asqueroso, grosero, egocéntrico y petulante cretino sin cerebro.

Más ahora que se había burlado de ella.

Dejó de practicar por el día y regresó a la casa para ponerse algo frío en el rostro.

—Oh, mi niña, ¿qué te ha pasado? —inquirió la señora Hooper al verla en la cocina, apretando unos trapos húmedos contra su mejilla—. ¿Alguien te pegó? Dime que iré a darle su merecido yo misma.

Sonrió y acarició el brazo de la señora Hooper cuando intentó consolarla.

—Lo agradezco, señora Hooper, pero no ha sido nadie, solo yo intentando descubrir como agarrar un rifle —confesó ante la vergüenza—. ¿Cree que deje un moretón?

—Oh, sí, cariño, se ve como un golpe duro.

Maldijo para sus adentros y se marchó hacia su dormitorio a descansar. El impacto del rifle le había dejado todos los músculos tensos.

Cuando Jonathan llegó a la noche, se unió a la familia para cenar después de haberse bañado y lo primero que notó fue que Marie tenía un moretón en el ojo. La detuvo, sujetándola del brazo y la giró para alzarle el rostro y mirarla.

—¿Quién fue? —preguntó con los dientes apretados—. Dime ya mismo y no te atrevas a mentirme.

—Calma, papá, no ha sido nadie a menos que quieras agarrarte a los golpes con un rifle —bromeó y él le revisó el golpe con preocupación—. No sé como agarrarlo y cada vez que disparo se me regresa y me pega en el rostro.

—¿No me estás mintiendo ¿o sí? —. Negó y él fue hacia la mesa y tomó una de las cucharas de plata que estaban frías y la presionó contra el golpe—. En ese caso me hubieras pedido ayuda, disparar un rifle es más difícil que un arma normal.

—Tu estabas trabajando y pensé que podía hacerlo sola.

—Como siempre —murmuró y dejó que fuera a sentarse.

Cuando Olivia la vio tuvo la misma reacción o peor, pues gritó del horror y corrió hacia ella para sujetarle el rostro.

—¡¿Jonathan has visto esto?! Oh, Dios mío, ¿quién te ha hecho esto, Marie? Dime, por favor, dime e iré a arrancarle los testículos yo misma.

—Olivia, el lenguaje —señaló Jonathan al sentarse en la mesa.

—¡A la mierda con el lenguaje! Nadie lastima a mi bebé.

—Tranquila, mamá, me lo hice intentando disparar el rifle de papá.

Olivia se relajó y le revisó el golpe.

—Ay, chiquita ¿por qué has pedido ayuda a tu padre o tus hermanos? Esas armas son muy difíciles de dominar—. Le acarició la mejilla sana y tomó una cuchara de plata para presionarla contra el golpe. Marie sonrió porque era lo mismo que había hecho su padre, aunque Olivia no supiera—. No tienes que hacerlo toda sola, papá está para ayudarte.

—Lo sé, pensé que podía.

Se sentaron a comer en la mesa y Olivia besó a Jonathan, pues no lo había visto en todo el día.

—Volviste tarde.

—Surgieron algunos problemas —. Ella lo miró esperando información, pero negó—. Luego te cuento.

Después de la cena y antes de que los muchachos se marcharon, Jonathan habló con Grayson y en lugar de un sermón, recibió una disculpa por parte de su hijo. Al parecer ya había reflexionado al respecto y el sermón de Owen había sido suficiente para preocuparle y asustarlo.

—No te cambies, ángel —pidió al entrar en el dormitorio y ella se detuvo de quitarse el vestido.

—¿Sucede algo?

—Una mujer vino hoy a la compañía, es periodista —explicó y se sentó a los pies de la cama. Olivia lo miró con los brazos cruzados—. Está indagando en mis negocios porque duda que sea todo legal y quiere encontrar algo con lo que seguramente manchar mi reputación.

Olivia tomó asiento en el banco de su tocador y frunció el ceño.

—¿Por qué haría algo como eso?

—No lo sé, pero Sawyer sospecha que alguien puede haberle pagado.

—Pues esa mujer se aburrirá cuando no descubra nada, cariño, no deberías estresarte tanto, todo es cien por ciento legal.

Jonathan chasqueó la lengua y Olivia se detuvo.

—¿Lo es ¿verdad?

Por ese motivo no había querido que se cambiara, le pidió que lo acompañara y fueron en un carro hacia White Oak, viajando en la noche con una farola alumbrándoles el camino. A Olivia le sorprendió que él la llevara hasta las oficinas a esas horas, más aún le sorprendió ver que ya había otros hombres en el lugar; sus hijos, Derby, Chester y Terrell.

—No comprendo, Jonathan ¿qué sucede?

Él la miró y abrió la puerta hacia el sótano.

—Puede que tengamos un problema o dos en nuestras manos —confesó.

Olivia bajo las escaleras hacia el sótano, donde Derby ya había encendido la luz y se detuvo en seco ante lo que presenció. Miró sobre su hombro hacia Jonathan y se cubrió la nariz con su mano enguantada.

—Oh no, Jona... ¿Qué has hecho? —susurró enfrentando el cadáver de un hombre en traje.

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