Obsesiones

By solayalbion

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Dos hermanos que tenían una vida completamente normal como cualquier adolescente, cambiarán el rumbo de sus v... More

Nota
Presentación de los personajes
Prólogo
Capítulo 1: Amores a primera vista.
Capítulo 2: Emma, písame la cara.
Capítulo 3: La célula.
Capítulo 4: Negativos silenciosos.
Capítulo 5: ¡Hola, Latinoamerica!
Capítulo 6: Mentiras compulsivas.
Capítulo 7: Hogar, dulce hogar.
Capítulo 8: Barbie Bunny.
Capítulo 9: El beso de Judas.
Capítulo 10: Acusaciones infundadas.
Capítulo 11: Pelirroja a la luz de la luna.
Capítulo 12: La bola de pelo.
Capítulo 13: Detector asiático.
Capítulo 14: Juicio eterno.
Capítulo 16: No me crees.
Capítulo 17: Superlolo.
Capítulo 18: Dos mujeres y un destino.
Capítulo 19: Perro a la plancha.
Capítulo 20: Cuentas pendientes.
Capítulo 21: La muerte nunca duerme.
Capítulo 22: ¡Hasta la vista, malagueños!
Epílogo

Capítulo 15: ¿Dónde están los hermanos Martínez?

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By solayalbion

Mis ojos se iban intuitivamente a la hermosa cara de Emma, con solo mirarla mi corazón latía a mil por hora y mis manos sudaban tanto que parecía que iba a hacer una piscina con las gotas de sudor que recorrían por estas.

—¿Me abres la lata de refresco? —me preguntó Emma con acento británico, poniéndola en mi mano—. Yo no puedo...

—Joer —comentó Lorenzo, mirando a su móvil sin prestar atención alguna.

—Tío, ¿Puedes abrirla? —me preguntó Carlos, tratando de arrebatarme la lata para abrirla él.

—Eu, ¿Qué hacés? Claro que puedo... —reuní todas mis fuerzas y, tras un poco de esfuerzo, logré abrir la lata—. Acá tenés.

—Muchas gracias, guapo —me dijo eso y, acto seguido, se fue.

—Tío, ¿Y esa? —me preguntó Carlos.

—Denada —Le contesté a Emma y luego me giré a ver a Carlos—. ¿Cómo qué "y esa"? Ella es la mujer más bella que existe, tiene una carita de diez.

—Joer, si la hermana de Álvaro Salazar es más guapa —comentó Lorenzo, entre risas.

—Y dale... ¿Pero qué tiene que ver ella con Emma? —pregunté, con cierta tirria.

—A mi Quique no me hace caso... —suspiró Carlos.

—Joer, cálmate, Coni —Lorenzo posó su mano en el hombro del susodicho.

—Pero, tío, ¿Qué le ves a Emma? —Carlos siguió incordiando con sus preguntas.

—Eu, si es la más linda del universo, ¿Vos estás ciego? —dije, mientras subía el tono de voz.

—Joer la Emma... —susurró Lorenzo.

Tamara

—Ay, me siento re estúpida, Jose... —le dije a mi amiga.

—¿Por qué, Tami? —me preguntó, sin mirar a un punto fijo.

—¿Pero vos viste lo del juicio? Sebas es inocente...

—¿Vos me tomás por idiota? Claro que lo ví, y he escuchado la canción que le dedicó Malú.

—¿Qué canción? —pregunté, confundida.

—La nueva canción de Malú, tejiendo inocencia, habla sobre Sebastián.

—Ay, ¿Vos me estás jodiendo? Cada vez me siento más estúpida... —me lamenté.

—Tammy, si eres la mejor del mundo, ¿Por qué ibas a ser estúpida? —me abrazó y yo correspondí aquella muestra de afecto.

—Porque me porté re mal con Sebas, le dije que no le creía y resulta que es inocente...

—Bueno, siempre puedes disculparte, tú no sabías la verdad, es normal que dudaras.

—Ya, Jose, pero no sé... Igualmente me he portado muy mal con él... Aparte, hoy no ha venido a la escuela.

—Es muy raro, si el director le dijo que ya podía venir ¿Le habrá pasado algo?

—No sé, le he mandado mensajes pero no me ha respondido, es todo muy raro...

—A lo mejor anda enfermo, pero bueno, supongo que pronto vendrá y podrás hablar con él, Tammy.

—Tal vez tengas razón...

Pía

Bitches, ¿Visteis lo del juicio? —nos preguntó Antonella.

—¿Él qué? ¿Sebastián ha ganado? —pregunté, con intriga.

—Sí, ha ganado —contestó Luciana—. Y Malú le ha dedicado una canción.

Antonella, la cual había ayudado a Barbie en el juicio, rodó los ojos en señal de decepción.

—Oye, gorda, ¿Por qué la ayudaste? —le pregunté.

—No tengo que darte explicaciones —me respondió, de mala gana—. Además, ¿A ti qué más te da? Parece como si te gustara Sebas o algo...

—Ay, que tontería, gorda, ¿A mí? ¿Gustarme Sebastián? Si estoy con Mario...

—¿Pero estás segura de que no te gusta, Pía? —me preguntó Caterina, mirándome fijamente.

—¡Que sí, callaros ya!

—No creo que Pía le quiera, porque ella me contó que a Sebas le gusto yo, así que eso es imposible —explicó Luciana.

—Exacto —asentí energéticamente.

—¡Hala! ¡Pues que fuerte, chicas! —exclamó Caterina, creyéndose que no me gustaba.

—Sí, y la verdad es que Sebastián es muy guapo... —comentó la jóven de rasgos asiáticos.

—¿Lindo ese dwarf? —dijo Antonella, con una cara nauseabunda.

—Ay, nena, tampoco todo está en la altura —le expliqué a la bilingüe, tratando de halagar al muchacho de ojos verdes.

—Sí, yo mido un metro cincuenta y no soy fea, ¿Verdad? —nos preguntó Caterina.

Todas miramos a la muchacha de arriba a abajo, sin atrevernos a comentar nada sobre su horrible físico. Finalmente, la asiática rompió el silencio.

—Caterina es linda.

—Ya, pero los boys tienen que ser altos, como Álvaro —explicó Anto.

—Ay, que pesada eres con él —le dije, aburrida de que no parase de hablarnos de él—. Se nota que te gusta...

—Sí, y al menos lo admito —me respondió, dándose aires de superioridad.

—Que pena que él no te de bola —comentó Cate.

Dear, because he is not here, ¡Is disappeared!

—¿Y no veis extraño que desaparezca a la misma vez que Mad? —mencionó Luciana.

—Pero ellos no salían juntos... ¿O sí? —dije, extrañada.

—Madelaine estaba con Álvaro Salazar —me aclaró la asiática.

—Álvaro está desesperado, no para de hablar con Mario y buscar a Madelaine —comenté.

—Me da pena, pobre, eran la pareja ideal —dijo Caterina, con cierta tristeza.

Excuse me? Álvaro Salazar es otro dwarf —interrumpió Antonella.

—Bueno, Anto, a ver si ahora el único chico guapo es Álvaro Martínez —le contestó Luciana.

Dear, es que los chicos enanos son muy feos —aclaró, la líder de las divinas.

De repente, Barbie, sí, la que había llevado a juicio a Sebastián, se nos acercó.

—Te equivocas, hermanastra –dijo, con sus característicos dientes de conejo—. Sebas es bajo y es el chico más guapo, así que te callas.

—¿Cómo tienes la cara de venir, nena? —le pregunté, con rabia.

—Ni que hubiera cometido un delito, estudio aquí —se rió con una risa parecida a la de un conejo.

Excuse me, Barbie, ¿Puedes irte? no pintas nada aquí —Anto miró a la coneja con desprecio.

—Antonella, no digas mucho, tú eres igual que ella —le comentó la jóven de proveniencia china.

—¿Qué pasa? ¿No os gustará Sebas, verdad? —preguntó Barbie, con sospecha.

—¿Qué? Para tu información, asiática, yo no soy igual que Barbie, im better than her —tras contestar a Luciana, se giró a mirar a Barbie y continuó—. Y a nadie le gusta ese enano al que tu llamas handsome, conejo.

—A ti te gusta su hermano, que por cierto se ha ido con Madelaine —respondió Barbie, tratando de vacilar a Anto.

Excuse me? Mi Álvaro tenía una relación con Camila, no con la pelirroja, my dear —le corrigió.

—Él salía con la brasileña, Anto tiene razón —afirmó Caterina.

—¡Qué es peruana! —exclamó con rabia la narcisista.

—Pero es mucha casualidad que desaparezcan los dos a la vez, ¿No crees? —preguntó Barbie, asemejándose a cierto animal de paletas grandes.

—Bueno, nada que ver, gorda —comenté—. Hay mucha gente que ha desaparecido a la vez y no tiene que ver.

Bye, bye, Barbie, cuenta tus estúpidas teorías en otra parte, ¿Sí? —Antonella echó a la chica que se parecía a un conejo.

—No la soporto —comentó Luciana, al ver que Barbie ya se había retirado—. Por cierto, ¿Y Sebas?

—¿Para qué quieres saberlo? —le pregunté, con curiosidad.

—Yo no lo ví, chicas —nos dijo Cate.

Obviously, es tan enano que no lo puedes ver —contestó Anto, entre risas.

—Solo preguntaba por curiosidad —me respondió la asiática.

—Ay, Antonella, has hecho ese chiste diez veces —le dije, cansada de esa broma.

Camila

—Sol, ya estoy comenzando a preocuparme... —le comenté a mi amiga, mientras miraba mi teléfono.

—¿Por qué, porque aquí no puede entrar?

—¿Qué? No te entiendo, es porque le he mandado múltiples mensajes a Álvaro y no me ha respondido a ninguno, ni tampoco responde mis llamadas, ¿Le habrá pasado algo?

—¿Te gusta Álvaro? —me preguntó, con sorpresa—. Y yo no sé nada de él, no viene al instituto desde hace unos días...

—Sí, estábamos de lío.

—Ah, no lo sabía —respondió, con cierta cara de asco—. Yo también le he mandado varios mensajes, pero no me responde.

—¿Es que tú tenías algo con él? —pregunté creando una cierta tensión en el ambiente.

—No, somos solo buenos amigos —sus orejas se enrojecieron tanto que empecé a preocuparme por ella.

—Uy, tienes las orejas un poco rojas... ¿Estás bien?

—¿Yo? Será porque aquí no pueden entrar.

—Mmm... ¿Qué? —miré con una cara rara a la chica con el nombre de la estrella más grande del sistema solar.

En ese preciso momento, Álvaro Salazar, el novio de Madelaine, se acercó a nosotras.

—Hola —nos saludó, secamente.

—Hola, ¿Qué querés? —respondió Sol.

—¿Sabéis algo de Álvaro, ya que tenéis mucha relación con él?

—No, no sabemos nada, no nos responde los mensajes —contesté fríamente.

—¿Y de Madelaine?

—Tampoco responde... En el grupo de animadoras no dice nada.

—Está bien, gracias —tras darnos las gracias, se fue sin decir nada más.

—¿Qué raro, no? —pregunté, mirando a Sol.

—Sí —dijo, incómoda.

Álvaro Salazar

Tras ver que Camila y Sol no me pudieron ayudar en nada, me fui a hablar con mi amigo Mario.

—Uf, ¿Aún no sabes nada de Mad? —me preguntó Mario, estresado.

—No... que cabrona, me la ha jugado... —golpeé con mi puño a la pared provocando que mi mano comenzara a sangrar.

—Y que raro que desaparezca a la par que Álvaro, ¿No? —preguntó mi amigo el corpulento, metiendo el dedo en llaga.

—Seguro está con ese idiota... —volví a golpear mi puño contra la pared haciendo que sangrara aún más.

—Te entiendo, me pasa lo mismo, pero con Sebas. Si no fuera ilegal, mataría a esos dos gilipollas...

—Son más feos y tontos... ¡Cómo los odio! —dije con rabia.

—Sí... Nosotros estamos muchísimo más buenos —comentó mi amigo mientras veía su corpulento cuerpo en el espejo.

—Igualmente, no creo que nos debamos preocupar. No creo que tengan tan mal gusto como para fijarse en ellos —intenté quitarle importancia al tema.

–Ya... supongo... —contestó mi amigo sin mucha seguridad.

Sebastián

—¿Piensas decir algo o qué? —me preguntó mi madre.

—Si me devolvieras el cassette y los discos te lo diría, pero como sé que no me vas a devolver nada...

—Dime donde está y te devolveré todo.

—Te lo diré si cuando lo encontréis le decís que yo no dije nada.

—Sí, sí, pero dinos donde está —dijo ansiosa.

—En San Sebastián. Ahora, dame mi cassette y mis discos —extendí mis manos para recibir dichos objetos.

—¿Y qué hace el gilipollas este por el norte? ¿Lleva abrigo, que hace frío? ¿Y está con la Madalina esa? —preguntó, furiosa.

—¿Y yo qué sé? Solo te puedo decir que está con Madelaine, pero recuerda, no digas que yo te lo he dicho, ahora dame mis cosas —respondí serio.

—Ay, toma —me dijo, lanzándome todo—. Pero cállate ya con los discos.

Mi madre llamó a Michele, la madre de Madelaine, y ambas fueron a la comisaría buscando a la policía Pabla.

—Buenas, Pablo, ¿Qué pasó? —preguntó la policía con confusión.

—¡Mi hijo está en San Sebastián! —exclamó mi madre.

—¡Y mi hija también! —exclamó acto seguido Michele.

—Está bien, Pablos, suban al auto y ahorita vamos —contestó Pabla, levantándose de su sitio.

Se subieron al coche y, tras casi nueve horas en el coche, llegaron a San Sebastián y vieron a Marquel, aquel empleado, reponiendo cajas.

—¿Usted no habrá visto a un chico alto y castaño con una chica también alta y pelirroja? —preguntó mi madre.

—Ah, sí —respondió Marquel, dejando caer las cajas—. Pero se fueron anoche.

—¿No sabrá usted a dónde se fueron? —volvió a preguntar.

—No sé, solo escuché que se iban a Irán o no sé.

—¿Estos son gilipollas? Ahora en Irán...

De repente, una mujer de no más de cuarenta años que se asemejaba un poco a cierto malagueño, se acercó a ellas.

—La llamá se apagó... —les dijo.

—Hola —contestó Michele—. ¿Sabes si desde aquí se puede llegar a Irán rápidamente?

—Creo, creo, creo que no —les contestó la mujer, llamada Natalia.

—Lo que faltaba —murmuró mi progenitora—. ¿Y si el tío este escuchó mal? ¿No hay algún sitio cercano a San Sebastián que tenga un nombre parecido?

—Creo, creo, creo que Irún —respondió Natalia.

—Venga, policía Pabla, a Irún —Michele le metió prisa a Pabla.

—Bueno, está bien Pablo, muchas gracias, ciudadana —le agradeció a Natalia y se fue junto a las preocupadas progenitoras.

Se subieron al coche patrulla de aquella policía mexicana y pusieron rumbo a Irún.

Álvaro

—¿Y si encuentran nuestros teléfonos y saben que estuvimos en San Sebastián? —me preguntó Madelaine, con preocupación.

—Tranquila, está todo controlado —la tranquilicé y pedí una habitación en el hotel.

En ese instante, la televisión del hotel se puso en marcha y vimos como salíamos en "Ya Son Las Ocho" como dos chicos desaparecidos.

—Sí, y se está buscando a los chicos de estas fotografías en Irún ya que son dos chicos desaparecidos, si los veis, por favor, llamar al siguiente número...

Miramos la tele anonadados. Pudimos observar como la recepcionista y otra mujer en la sala nos miraban fijamente.

—Tranquilos —nos dijo—. Soy hermana de Marquel, está todo controlado. Ir a vuestra habitación rápido.

Le obedecimos y fuimos corriendo a nuestra habitación. En cuanto llegamos a ella, nuestras madres y la policía Pabla entraron al hotel y se acercaron a la recepcionista.

—¿Has visto a estos gilipollas? —le acercó nuestras fotos a la cara.

La recepcionista negó rotundamente con la cabeza. Entonces, se acercaron a una mujer con cara de bollo que estaba fumando en un sofá de recepción.

—Tú, ¿Has visto a los gilipollas estos? —mi madre le enseñó las fotos.

—Solo veo una foto borrosa —le contestó y rodó los ojos.

Mi progenitora procedió a restregarle el papel por la cara.

—¿Segura? —le preguntó mientras le restregaba el folleto.

—¿Estás de txantxa, no? Si sois mis zaleak os digo donde están —les dijo.

—Sí, sí —contestó Michele, ansiosa—. ¿Dónde están?

—Han subido arriba, a la habitación seiscientos treinta —les indicó la mujer exageradamente operada, de nombre Amaia.

—Muchas gracias, guapa, que tengas un buen finde —mi madre se alejó y luego murmuró—. No es pesada ni nada la vieja esa...

Se dirigieron rápidamente a nuestra habitación, la seiscientos treinta, y comenzaron a golpear la puerta.

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