Obsesiones

Par solayalbion

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Dos hermanos que tenían una vida completamente normal como cualquier adolescente, cambiarán el rumbo de sus v... Plus

Nota
Presentación de los personajes
Prólogo
Capítulo 1: Amores a primera vista.
Capítulo 2: Emma, písame la cara.
Capítulo 3: La célula.
Capítulo 4: Negativos silenciosos.
Capítulo 5: ¡Hola, Latinoamerica!
Capítulo 6: Mentiras compulsivas.
Capítulo 7: Hogar, dulce hogar.
Capítulo 8: Barbie Bunny.
Capítulo 9: El beso de Judas.
Capítulo 10: Acusaciones infundadas.
Capítulo 11: Pelirroja a la luz de la luna.
Capítulo 12: La bola de pelo.
Capítulo 13: Detector asiático.
Capítulo 15: ¿Dónde están los hermanos Martínez?
Capítulo 16: No me crees.
Capítulo 17: Superlolo.
Capítulo 18: Dos mujeres y un destino.
Capítulo 19: Perro a la plancha.
Capítulo 20: Cuentas pendientes.
Capítulo 21: La muerte nunca duerme.
Capítulo 22: ¡Hasta la vista, malagueños!
Epílogo

Capítulo 14: Juicio eterno.

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Par solayalbion

Estaba un tanto inquieto, ya que me estaba jugando mi futuro. Si le creían a esa mentirosa, estaría muerto y mi vida se iría al garete para siempre, mi futuro, mis sueños, todo... Recé a Dios para que eso no sucediera.

—Venga, que llegamos tarde —dijo mi abogada, sacando la lengua.

Corrimos hacia el coche para llegar a tiempo. Finalmente, tras muchos contratiempos, logramos llegar un minuto antes de la hora acordada.

—Tomen asiento, va a comenzar el juicio —nos dijo la jueza, esperando a que todos nos sentáramos para empezar.

Todos nos sentamos y, en ese preciso instante, todos observaron perplejos como mi hermano entraba a la sala y tomaba asiento.

—Hoy vais a recibir al Dios, padre y espíritu san... —no terminó la frase y escupió una bola de pelo—. Perdón, que de comienzo el segundo juicio. Empezamos el juicio con los testigos, Barbie, ¿Tienes alguno?

—Sí, tengo a Guadalupe.

Guadalupe, al oír su nombre resonar por la sala, se sentó para contar lo que ella había visto.

—Yo no vi lo que pasó, pero ese día recibí una llamada de Barbie diciéndome que acudiera a su casa mientras lloraba a lágrima viva. Al llegar, descubrí que tenía múltiples morados y heridas por el cuerpo. Me contó todo lo que pasó y su madre y yo estuvimos curándole las heridas.

—¡Falso! —exclamé.

—¡Silencio, por favor! —la jueza hizo sonar su mazo—. ¿La abogada de Sebastián tiene alguna pregunta para Guadalupe?

—No —dijo la abogada mientras negaba con la cabeza.

—Muy bien, ¿Tú cuentas con algún testigo, Sebastián?

—Sí, mi hermano.

Señalé a Álvaro y mis padres volvieron a mirarlo con la misma sorpresa que antes. Él los ignoró y se levantó para testificar.

—Puedo confirmar que lo que cuenta la señorita Barbie es falso, ya que ese día a esa misma hora yo y mi hermano estábamos comiendo en el KFC con unos amigos. También tenéis el ticket y las fotos como prueba.

—¿Alguna pregunta, Francisca, defensora de Barbie?

—Y, entonces, ¿Por qué podemos observar en el vídeo como mi hija es golpeada por Sebastián?

—Quizá lo habéis editado, gracias a las tecnologías de hoy día es muy fácil falsificar este tipo de cosas, lo único que sé es que mi hermano no ha hecho nada.

—¿Alguna pregunta más, Francisca?

—No —respondió, apretando sus puños con frustración.

—En ese caso, vamos a deliberar. En dos horas tendremos el veredicto.

Todos nos levantamos de nuestros sitios y salimos afuera. Mi hermano salió por otra puerta rápidamente para no hablar con nadie.

—Esta vez creo que podemos ganar —comentó Nines, con confianza.

—¿Dónde está Álvaro? —preguntó mi madre—. Hace un momento estaba aquí...

—No sé, yo no sabía que venía hasta que lo vi cruzar la puerta.

—¿Cómo que no lo sabes? Si ha venido a testificar a tu favor, algo debes saber. Luego vamos a hablar tú y yo.

Barbie

—Mamá, ¡Vamos a perder! —le grité a mi madre, desesperada.

—Lo sé, Bárbara —respondió, apretando sus puños con fuerza.

—Tienes que hacer algo, mamá, ¿Me escuchas?

—¿Y qué hago, hija? Yo ya no puedo hacer nada...

—No sé, pero debes de hacer algo, ¡Sebas me las tiene que pagar!

—Veré que puedo hacer, pero no te preocupes, hija, Sebastián va a salir contigo y será nuestro rehén —dijo y, seguidamente, emitió una risa malévola.

Sebastián

Pasaron las dos horas y todos regresamos al interior del edificio para saber el veredicto. Estaba con los nervios a flor de piel, ya que no sabía quién ganaría el juicio.

—Bueno, tras debatir durante un buen rato, hemos llegado a un veredicto... —dijo la jueza—. Tras la falta de pruebas de Barbie y la clara falsificación del vídeo, declaramos a Sebastián Martínez inocente.

Mi abogada les sacó la lengua a Barbie y Francisca, como siempre acostumbraba hacer. Las mentirosas hicieron muecas de frustración por no haberse salido con la suya, mientras yo celebraba mi victoria. Noté como Barbie se acercaba hacia mí.

—Esto no va a quedar así... —me susurró al oído y, acto seguido, se marchó del lugar junto a su madre.

Sentí un pequeño escalofrío al escuchar tales palabras, pero no les tomé mucha importancia. Nines se acercó a felicitarme por nuestra victoria.

—¡Enhorabuena, Sebastián! Ya todo ha pasado.

—Gracias, aunque esto ha sido, en parte, gracias a ti. Ya sé a quién llamar si me surge cualquier problema legal —le dije mientras la imitaba y sacaba la lengua.

—No fue nada, Sebas —contestó, también haciendo ese gesto característico suyo—. Si tienes algún problema legal, como ya has dicho, solo llámame y estaré encantada de ayudarte. Adiós.

Nines se fue y yo volví a mi casa con mis padres. Para celebrar mi victoria, me puse a escuchar canciones de La Oreja de Van Gogh, La Quinta Estación y El Canto del Loco sin cesar.

Álvaro

Tras otro largo viaje, regresé al País Vasco y llegué hasta la habitación de hotel que compartía con Madelaine.

—¿Madelaine? —pregunté, mientras abría la puerta con cautela.

—¡Álvaro! —exclamó y, acto seguido, se lanzó a abrazarme—. ¿Cómo fue todo?

—Bien —correspondí su abrazo—. Testifiqué y rápidamente vine hasta aquí. Nadie ha podido hablar conmigo. Aunque, ahora que lo pienso, no me he enterado del veredicto... Llamaré a mi hermano para saberlo.

Sebastián me cogió el teléfono extrañamente rápido.

—Álvaro... me están llevando al centro de menores...

—¿Qué? Pero... lo siento... yo... —respondí, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.

—Es broma, ¡Hemos ganado! Barbie no tenía pruebas prácticamente —escuché como comenzó a dar saltos de alegría.

—Sebas, sabes que no me gustan nada tus bromas, me has asustado... —suspiré, aliviado—. Pues que se joda la dientes de conejo esa.

—Pero... Ella me susurró que esto no se iba a quedar así, y tengo un poco de miedo...

—Bueno, lo importante es que ahora todo se ha solucionado y puedes volver a tu vida normal.

—Sí, todos ya saben que soy inocente y muchos han insultado a Barbie por redes sociales. Ah, y Malú me ha dedicado una canción, se llama "Tejiendo Inocencia".

—Pues vaya nombre —contesté, entre risas por el nombre de aquella canción—.

—El director me ha dicho que ya puedo volver a ir a clases, así que ya está todo arreglado o, al menos, el asunto del juicio...

—Que bien, me alegro muchísimo. Por si pensabas mal de mí, obviamente, no iba a dejar que te fueras al centro de menores...

—Gracias por venir. Aunque la mamá me ha dicho que vamos a hablar, me da miedo el monstruo de las nieves...

—¿Por qué? Y no se dan.

—Porque le he dicho que no sabía que ibas a venir, y me ha contestado que algo tengo que saber.

—Pues Sebas, no digas nada, te lo suplico...

—Sabes que soy el rey de las mentiras —me dijo, intentando calmarme—. Algo se me ocurrirá.

—Sí, ya lo sé —respondí, riéndome—. Bueno, te tengo que colgar, cuídate, hermano.

Le colgué a mi hermano y, de inmediato, Madelaine comenzó a hacerme preguntas.

—¿Y bien? ¿Habéis ganado?

—Sí, ¡Es inocente!

—Que bien, ya está todo arreglado, ¡Así que ya no vas a tener que volver más!

—Sí, ahora nos quedaremos en el País Vasco para siempre –la tranquilicé con otro abrazo.

—Estoy muy feliz de que decidiéramos huir, ya no tendré que soportar a Álvaro nunca más.

—Y yo estoy feliz de que te hayas alejado de ese monstruo —le sonreí.

—Ojalá nunca nos encuentren y podamos vivir en paz, aunque extraño a mi madre —me comentó la pelirroja, con tristeza.

—Cuando la cosa vaya a mejor, podrás hablar con tu familia.

—Ya, pero, ¿Y si tratan de convencerme de volver?

—Bueno, no pienses en cosas negativas ahora, céntrate en el presente.

—Vale —procedió a darme un tierno beso, el cual yo correspondí, gustoso.

Sebastián

Mientras seguía escuchando música, mi madre entró a la habitación y retiró los auriculares de mis orejas bruscamente.

—Bueno, ya puedes ir diciéndome que está pasando, Sebastián Martínez —me dijo, enfadada.

—¿De qué hablas? No te entiendo...

—¿Dónde está tú hermano? Dímelo ya, tengo el poder de la chancla de mi parte.

—No lo sé y, aunque lo supiera, no te lo diría. Él estará bien, se escapó porque le dió la gana.

—Sé que has hablado con él, me ha llegado la factura de las llamadas. Si no me dices a mí dónde está, se lo dirás a la policía.

—Te juro que no se donde está. Él se fue y no me ha dicho a donde.

—Vas a hablar con la policía igualmente, ya que ellos pueden rastrear de dónde viene la llamada.

—¡Qué no, mamá! ¡Él está bien, me dijo que no quería volver!

—¡Venga, vamos! ¿O quieres que saque el león que llevo dentro? —emitió un rugido muy similar al de ese animal.

Nos subimos al coche y llegamos hasta la comisaría, la cual comandaba Pabla Salvatore, una mujer de unos treinta años, pelirroja, de ojos azules y de proveniencia mexicana. Mi madre me obligó a entrar.

—¿Hola? —pregunté, buscando con la mirada a Pabla.

—¿Pablo? —devolvió la pregunta, con confusión.

—Ah, hola, Pabla... esto... ¿Dónde está el mercadona? Me he perdido...

—¿Qué? Perdona, Pablo, no entiendo...

—Que me he perdido, no sé dónde estoy...

—Déjate ya las tonterías —dijo mi madre, tirándome de la oreja—. Venimos a buscar a mi hijo desaparecido.

—Ay, mamá, le quería mentir a Pabla, no intervengas...

—¿Mentir por qué? —preguntó, poniendo una cara similar a la de un león.

—Hijos del trigo, explíquense, no entiendo —nos suplicó Pabla.

—¿Explicar qué, Pabla? —pregunté, haciéndome el tonto, como de costumbre.

—Cállate, gilipollas —me dijo mi madre—. Que rastrees a mi hijo, que está desaparecido.

—Ah, ahorita mismo Pablo, yo lo rastreo.

—Venga, pues, Sebastián, llama a tu hermano —me miró fijamente mi madre.

En ese momento me di cuenta de que no podría hacer nada para evitarlo; Álvaro sería pillado y, yo, quedaría como un mal hermano e hijo, por ayudarle diciendo que no sabía nada de su paradero. Procedí a marcar su número y me respondió a los pocos segundos.

—¿Qué quieres, Sebas?

—Lo siento, Álvaro... ya es demasiado tarde, la policía Pabla está rastreando tú ubicación...

—¿Cómo qué lo sientes? ¿Espera, qué? —preguntó, con un tono de sorpresa.

Colgué rápidamente, sin poder decir nada más.

—Pero Pablo, que pedo, ¿Por qué cuelgas tan rápido? No pude rastrear la llamada.

—Sois gilipollas todos, lo que sois —comentó mi madre, con furia—. ¿Cómo no te va a dar tiempo a rastrear la llamada? ¿Y tú por qué no dices nada? Te voy a castigar sin móvil, sin ordenador, sin el cassette...

—¡No! ¡Sin el cassette no! —exclamé, entre lágrimas.

—F por ti, Pablo —comentó Pabla mientras seguía intentando encontrar la ubicación de la llamada.

—Tú sigue haciendo el gilipollas... Anda, vamos.

En cuanto llegamos a casa, mi madre me quitó todo: mi dispositivo móvil, el monitor del ordenador, mi cassette, mis discos de La Oreja de Van Gogh... me quedé llorando en silencio, me sentía muy culpable.

—¡Ah! —exclamó a mi madre, volviendo a mi habitación—. Y no vas a ir a la escuela tampoco, tú sabrás lo que haces.

Se volvió a ir, y yo empecé a llorar otra vez, pero con más fuerza que antes.

Álvaro

—¿Qué ha pasado, por qué estás así? —me preguntó Madelaine, con cierta preocupación.

—Mi hermano me ha dicho que me estaban rastreando...

—¡No! ¡Nos van a encontrar! —exclamó ella, entre lágrimas—. ¡Y todo porque tu hermano es un chivato!

—Nunca debí confiar en él, ¡Rayos y centellas! —dije, rompiendo mi móvil para que les fuera imposible rastrearme—. Debemos huir a otro lugar...

—Pero... ¿A dónde vamos? —me preguntó, rompiendo su móvil también.

—Vayamos a Irún, aunque no está muy lejos de San Sebastián, dudo mucho que nos encuentren allí.

—Pues vamos, ¡Rápido! —exclamó alterada.

Hicimos nuestras maletas y, rápidamente, pusimos rumbo a Irún. Tras solo media hora, llegamos a nuestro destino.

—Joder, ya teníamos trabajo estable y un lugar donde estar... —se quejó Madelaine.

—Ya, pero hay que volver a empezar por precaución, no sabemos si nos pueden encontrar... Venga, vamos a buscar trabajo.

Nos pusimos a buscar empleo en varias tiendas de la zona, aunque no tendríamos mucho éxito si no sabíamos euskera.

Constanzo

—Eu, chicos —les dije a mis amigos—. ¿Se enteraron de que Sebastián ganó el juicio?

—Joer —comentó Lorenzo—. ¿Y la gracia?

—Pues me alegro por él, tío —dijo Carlos.

—Perdona... —me dijo Emma, tocándome el hombro.

—Eu, ¿Emma? ¿Qué querés? —pregunté, temblando como un flan.

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