"Rejas"

By DientesDeLata

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Fanfiction de Harry Potter. La hija de Sirius Black toma parte. More

Rejas
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo11
Capítulo 12
Capítulo 13
Extra.
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Epílogo

Capítulo 19

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By DientesDeLata

El mes de enero pasa rápido y agotador. Las horas parecen más largas y pesadas que de costumbre y el hecho de que las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas fueran constantemente presenciadas por Umbridge y sus molestas interrupciones, ya que Hagrid al parecer está en período de prueba, hace que se me revuelva el estómago. Y eso no es para nada bueno puesto que las sensaciones de asco junto con la de vacío, que cada vez se intensifica más, me provocan una ansiedad difícil de superar. 

Antes de poder darme cuenta, el 14 de febrero está retumbando en mi mente. Esa misma mañana cuando abro los ojos solo tengo ánimos para volver a cerrarlos. No me gusta esta fecha.

Cuando era pequeña y vivía en el orfanato, la señora Feller solía estar el doble de enojada conmigo y las palizas eran bastante más dolorosas. Ella se casó un 14 de febrero y, cuando se divorció porque su marido la engañó con una adolescente bastante hueca, cada San Valentín era un infierno.

Tengo una especie de odio a todo lo que esa fecha conlleva, pero cuando George me dijo que quería estar conmigo en Hogsmeade no he podido contestar un no. Es más, he sonreído y me he mostrado feliz. Nunca hablamos de mi vida antes de Hogwarts, de la señora Feller o de las cicatrices pequeñas que tengo en algunas partes del cuerpo por consecuencia de los castigos allí. En el estómago, por ejemplo, bajo el ombligo, tengo una larga cicatriz lo suficientemente grande para ser vista en la cercanía. Y en el muslo derecho tengo la marca de unos dedos poco visibles, pero en mi piel blanca, se nota su color morado. Un moratón que no parece dispuesto a irse.

Suspiro profundamente y me visto con lentitud. No tengo idea qué tipo de ropa debo ponerme así que me decido por unos jeans blancos medio rasgados en las rodillas y una musculosa negra con un suéter oscuro algo grande encima. Recojo mi pelo en una coleta baja y ahueco una mano en mi frente. No quiero hacerlo, no quiero pasar toda una mañana recordando que es San Valentín.

Me encuentro con George en la sala común. Me sonríe cuando me ve bajar por las escaleras y postra un beso firme y alegre en mis labios.

—Hey —saluda cuando me suelta.

—Hey —contesto, simulando una risa encantada.

Me toma de la mano y me encamina hasta los carruajes que esperan fuera del castillo para encaminarnos a Hogsmeade.

El viento es ligero pero frío cuando llegamos a las Tres Escobas. Al entrar, los alumnos de Hogwarts son solo unos pocos y las parejas escasean. Arrugo el ceño, extrañada, y busco con la mirada una mesa. Solo reconozco el rostro de Hermione en una de ellas, está con Luna y otra mujer rubia y con expresión fastidiada. La recuerdo como Rita Skeeter.

—Lee me dijo que casi todas las parejas estarán en el salón de té de no sé quién —dice George junto a mí.

— ¿De Madame Pudipié?  —exclamo sin mirarlo, encaminándome a una esquina apartada —. Lavender me aconsejó ir allí. Dice que es muy acogedor y bonito, y que harán una decoración especial por San Valentín —añado, distraída jugando con mis dedos índices.

— ¿Quieres…? —pregunta en un momento, mirándome el rostro para intentar descifrar lo que deseo.

Bufo entre dientes, casi carcajeando irónicamente.

— ¿Tienes que preguntar? ¿En serio, George?

Alzo la vista con una sonrisa y una ceja levantada. Como si no fuera ya lo suficientemente cursi toda esta situación como para pasarla en un lugar con decoraciones de ángeles en pañales y flores ridículamente grandes y rosas.

Él se encoje de hombros y su sonrisa se ensancha.

—Cada vez te quiero más —confiesa, casi sin ser consciente. No me deja tiempo para responder o para ponerme incómoda cuando agrega: —Iré por las cervezas de manteca y algunos bollos. Vuelvo enseguida.

Lo veo marcharse con las manos en los bolsillos y la mirada divertida. No es que haya algo especialmente gracioso alrededor, solo es su usual expresión. Sus ojos son humoristas y casi insolentes hasta en situaciones serias. Es lo que me gusta más de él, su habilidad para suavizar cualquier drama aparente.

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Encontramos una roca pequeña pero cómoda para apoyar la espalda en ella y mirar directamente la Casa de los Gritos. Por alguna razón, al visualizarla y observarla fijamente casi puedo sentir la presencia de mi padre; como si no lo hubiera dejado en aquella enorme y solitaria casa, como si lo tuviera frente a mí. Eso provoca que sonría interiormente y suelte un suspiro relajado. Todo aquel nudo e incomodidad por el día casi se va por completo. Casi.

— ¿Estás bien? —pregunta George a mi lado. Extiende su brazo y me lo coloca por los hombros, apretándome contra su pecho. Allí, entre sus brazos, algo del nudo se desata.

—Claro —miento y me acurruco más cerca. Nunca supe exactamente la razón, pero todos creen siempre lo que sea que diga. Quizá sea mucho mejor mentirosa de lo que alguna vez consideré.

Nos quedamos en silencio bastante rato. El viento es más fuerte aquí y me sacudo por el frío, pero logro mantenerme caliente por el radiante sol que ilumina desde el cielo azul. Aparto un poco el rostro del pecho de George y encaro el clima.  Siempre me han gustado los soplos de aire helado en la cara; me ayudan a despejar la mente y pensar con claridad. O eso es lo que creía ya que cuando intento hacerlo, solo tengo el impulso de volver a la calidez de George, como si necesitara que él borrara todo aquello. Y lo hace en el momento en que besa la coronilla de mi cabello y acaricia con su mano libre mi mejilla fría.

Se separa de mí y alza mi cabeza con su pulgar para que mi rostro esté a la altura del suyo. Roza con su nariz la mía y exclama, haciendo que su aliento golpee mi rostro:

—Estás helada.

Me encojo de hombros y me sonrojo levemente cuando siento un escalofrío muy diferente al que siempre experimento cuando estoy con él. Este es cálido, satisfactorio y casi… Oh, merlín, casi lujurioso.

Acerca lentamente su boca a la mía, la cual casi tiembla. Nunca sentí esto y no tengo idea de cómo tomarlo, así que lo ignoro y pongo una mano en su nuca, acercándolo más a mí. Como si fuera posible.

 Él comienza a acariciar con suavidad un costado de mi estómago por encima de la ropa mientras yo estiro su cabello rojo con fuerza. Ese maldito escalofrío no detiene su rumbo por todo mi cuerpo.

El beso nunca llega a ponerse subido de tono, pero es más pasional de lo que nunca tuvimos. Él pide acceso al interior de mi boca y se lo concedo; nuestras lenguas bailan al mismo son. George gime muy bajo y muda sus caricias por debajo de mi suéter y musculosa, rozando su palma por mi estómago desnudo. No lo aparto, no quiero. Ese jodido sentimiento en la espina dorsal, y que en este momento se encuentra por todos lados, me abruma. Solo sé que necesito más cerca a George.

Él se retira primero con un suspiro y me acerca a su pecho nuevamente. Se lo permito mientras vuelvo a mirar la Casa de los Gritos. No recuerdo cual drama me perseguía desde la mañana, no recuerdo la incomodidad de este día, solo soy capaz de sentir el cuerpo de George que sirve como barrera entre el viento y yo. Cuando estoy con él, cuando me besa, los problemas me abandonan y no siento ya necesidad de enfrentarlos. Solo deseo estar a su lado.

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 El sol golpea mi rostro en el momento en que abro nuevamente los ojos. Los he tenido cerrados desde que me he acostado hace unos minutos en el jardín de Hogwarts. El clima está mejorando considerablemente, dando paso a los principios del verano. La brisa es tan ligera que he tenido que deshacerme de la sudadera que llevé conmigo toda la mañana. La hice una bola y la puse bajo mi cabeza, acostándome de cara al cielo.

En cuanto oigo un movimiento a mi lado y un suspiro largo y pesado, sé quién me acompaña sin necesidad de comprobarlo. Solo una persona es capaz de causarme ese tipo de alegría abrumadora en el pecho.

—Hey —lo escucho saludarme con cansancio.

Volteo el rostro para mirarlo. Sus ojos parecen mucho más claros con la luz del sol en ellos, casi miel derretida en orbes enormes. Noto, también, las ojeras leves en su cara pálida.

Estiro la mano y rozo la suya en un movimiento inconsciente. Él sonríe de lado, sin mirarme aún, y aprieta el agarre. No me había dado cuenta, ahora que siento su presencia a mi lado, cuanto tiempo ha pasado desde que hemos compartido un momento a solas. Él sin Sarah y yo sin George. Con un encogimiento en el pecho, me doy cuenta cuanto lo he extrañado.

— ¿Está todo bien? —susurro, acercándome tanto que su hombro queda pegado al mío. Nuestras manos no se sueltan.

—Sí, claro —contesta, observando el cielo con intensidad.

 Podría haber asentido si fuera otra persona. Sonreír y fingir no haber notado el muy leve tono de pena que esconden sus palabras. Pero se trata de Cal, mi mejor amigo. Ignorar sus problemas sería lo mismo que intentar olvidar los míos. No puedo hacer eso… Simplemente no.

—Calum…—murmuro, usando por primera vez en años su nombre completo. Me siento rara al hacerlo, casi incómoda. Pero de esa manera, él entendería que mi interés por oírlo va en serio.

Él se remueve en su lugar, resignado. Deja de mirar el cielo para centrarse en mí. Cuando voltea la vista, no me siento extraña al ver su rostro tan próximo al mío. Hemos estado en innumerables situaciones que podrían haber resultado incómodas y mal interpretadas, pero nunca para nosotros. Siempre he sentido firme cualquier emoción con respecto a él.

—Siempre he querido que me llamaran William, ¿sabes? Pero mi madre ya había usado el nombre con mi hermano mayor —comenta, intentando desesperadamente cambiar de tema.  No se lo permito.

Lo miro a los ojos en silencio y él finalmente confiesa:

—He estado buscando un hechizo… —murmura—Mi madre dijo que es en vano, que no hay ninguno… pero no puede ser cierto. Me refiero a que hay muchísimos, no puede ser que no exista algo que lo ayude.

Nos quedamos en silencio, él con el ceño fruncido y yo esperando que se explique, pero cuando no lo hace, me veo obligada a preguntar:

— ¿De qué estás hablando?

Lo oigo suspirar entrecortadamente.

—De Gabe. Todo este tiempo he estado buscando algo que pueda ayudar a… a su ceguera.

Cierra los ojos e inclina un poco la cabeza para apoyar su mejilla en mi cabello. Yo solo soy capaz de sostenerle la mano con fuerza y quedarme callada. No tengo idea de qué contestar a eso. Podría decirle que le haga caso a su madre, que si ella dice eso es porque lo ha intentado ya, pero soy consciente de que Gabe merece todo ese cansancio, toda esa poca resignación a la búsqueda.

Cal se aclara la garganta. Queda claro que ha terminado de hablar de ello, sin embargo, sigue con ganas de charlar.

—Tú no estás en las clases de Adivinación, ¿cierto? —pregunta, sin apartar su mejilla de mi pelo y su mano de la mía.

—No —respondo, suspirando y cerrando los ojos otra vez. Ni siquiera mi padre ha logrado que sienta ese grado de comodidad y placer que me colma cada vez que estoy con Cal—. ¿Por qué?

—Qué mal. Querría estar yo allí ahora que el centauro Firenze da las clases… —Parece casi decepcionado y desanimado cuando me contesta.

— ¿Quién no? Está tan bueno —agrego, intentando que ría. Y lo hace. Suelta una carcajada fresca y fuerte.

—No por eso, tonta…

—No te juzgo. Cada uno con sus gustos… Aunque deberías advertirle a Sarah —Lo interrumpo, sonriendo cuando su hombro vibra con otra risa bajo mi mejilla.

Los minutos pasan mientras el viento cálido golpea nuestros rostros. Él lleva solo una camiseta ya que, como es fin de semana, no estamos obligados a vestir nuestras túnicas. Al tener los brazos a la vista, descubro que ha ganado uno que otro músculo y su mano en la mía es fuerte y protectora.

— ¿Crees que Umbridge se vaya alguna vez?  —comento en un momento, casi esperanzada con que afirme mi duda.

Él resopla, casi como si la idea fuera solo una broma. Cuando replica, su voz suena fastidiada y dura:

—No lo creo, la verdad. Y mucho menos ahora que Harry ha salido con esta entrevista en El Quisquilloso y ha hecho que todo el mundo se replantee su confianza en el Ministerio. Además, lo hizo justo después de que ella estuviera exigiendo mutismo de su parte… —Se queda en silencio por unos segundos y cuando vuelve a hablar, su tono es rendido y agotado —. El mundo mágico será un descontrol total en este momento, tanto por estar en desacuerdo como creyéndolo, y Umbridge es la única oportunidad del Ministerio de callar y arreglar todo desde aquí adentro. Después de todo, el poder no es nada si la población deja de creer en él. 

Nos quedamos quietos y juntos quizá por horas, pero no noto la diferencia del tiempo. Casi no hablamos, escuchando en todo momento la respiración del otro. En algún instante, yo inclino mi cabeza y coloco la oreja en su pecho, escuchando los latidos tranquilos y pacíficos de su corazón. Nuestras manos nunca se separan y me importa una mierda lo que piensen los demás de nuestra cercanía. Él y yo entendemos y estamos firmes en el tipo de relación que llevamos y eso es suficiente. Él es mi hermano, el primer significado de familia que alguna vez sentí.

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Cuando entro a la Sala Multipropósitos junto a Cal, George me está esperando a un lado del grupo, hablando entre susurros con Fred y soltando risotadas. No veo a Sarah por ningún lado, y mi amigo, descubriendo mi interrogación silenciosa, susurra en mi oído:

—No ha podido venir. Tiene un examen de Historia de la Magia mañana y quiere estudiar.

Le dedico una última sonrisita mientras tomo la mano extendida de George y todos nos quedamos en silencio para oír de lo que habla Harry. Los minutos pasan rápido mientras sus palabras cortan el aire tranquilo pero repleto de emoción. Hoy haremos el encantamiento Patronus, quizá la razón por la que muchos se comprometieron a esta idea. Yo no sé exactamente qué sentir, si agitación o miedo, pero solo puedo ser capaz de desear tener recuerdos suficientes.

La clase se llena de gritos exaltados mientras intentan agitar su varita del mismo modo. Observo mi alrededor y descubro que casi todos cierran los ojos antes de hacer nada, supongo que para concentrarse en la felicidad. Los que lo logran a la primera son demasiado pocos, se pueden contar con los dedos de una sola mano.

Yo, por mi parte, no levanto la varita en ningún momento.

—Tienes que pensar en algo alegre —escucho que Harry le recuerda a Neville.

—Yo lo intento —contesta Neville, desanimado.

Suelto un largo y pesado suspiro entre dientes. Me encamino cerca de la espalda de Cal, y junto a George que chilla exclamaciones con Fred. Agradezco que no estén mirándome y me pongo en posición.

Pienso en mi padre primeramente. En cómo sonríe, en su rostro, en sus brazos a mi alrededor. Nunca me he sentido tan protegida como cuando estoy con él; o tan entusiasta. Recuerdo su voz, sus carcajadas, toda la vida escondida dentro de esas rejas que le deparan en el exterior. Pienso solamente en él y grito el encantamiento.

— ¡Expecto Patronum!

Una voluta de humo plateado se desprende de la punta de mi varita, pero nada más. No hay suficiente felicidad en esas memorias. Y cuando veo la nutria de Hermione corriendo a su alrededor mientras ella ríe a carcajadas limpias y entretenidas, lo entiendo. En este momento, los recuerdos de mi padre me producen más nostalgia por la distancia que felicidad en todo su encanto. 

Echo un vistazo en dirección a Cal y lo veo gruñir cuando no lo consigue. Él voltea como si sintiera el peso de mi observación en su espalda y me sostiene la mirada. Sus labios se fruncen en una extraña sonrisa de ánimo justo cuando un estrepitoso sonido llena el aula. Todos, estupefactos y en silencio, nos damos vuelta de golpe para ver quien ha entrado. Al principio no veo a nadie, pero cuando vislumbro que Harry se agacha para estar a la altura de algo, observo con más detenimiento el suelo frente a él.

Una extraña criatura de muy poca estatura —un elfo doméstico, supongo —con innumerables gorros de lana sucios en la cabeza y enormes ojos verdes brillosos se agita a los pies del líder del grupo.

— ¡Hola, Dobby! —escucho que exclama el azabache —. ¿Qué haces? ¿Qué pasa?

Los pocos Patronus que seguían dando vueltas se disuelven en la velocidad de un suspiro y la habitación queda a oscuras y en un profundo silencio. Todos solo somos capaces de esperar la respuesta de Dobby, el cual está tembloroso y con expresión espantada.

—Harry Potter, señor… —empieza a chillar el elfo, trémulo —. Harry Potter, señor… Dobby ha venido a avisarle…, pero a los elfos domésticos les han advertido que no digan…

Y, de un momento al otro, se lanza de cabeza contra la pared más cercana. Harry intenta pararlo, pero los gorros de lana suponen una buena protección contra el golpe. Algunas chicas sueltan gritos de espanto y lástima.

— ¿Qué ha pasado, Dobby? —pregunta Harry, tomándolo con fuerza del brazo y apartándolo de cualquier cosa que pudiera suponer un daño.

—Harry Potter, ella…, ella…

El elfo intenta hacerse daño con el puño, pero Harry lo detiene.

Yo me encuentro pálida y paralizada, incapaz de moverme. Todos comprenden a la primera de qué se trata todo esto sin necesidad de que Harry pregunte, pero nadie es capaz de hablar o gritar.

— ¿Quién es “ella”, Dobby?

Cal es el primero de los dos en salir del espanto y se acerca a mí con la necesidad de solo dos zancadas. Pone su mano en la mía y se coloca ligeramente frente a mí, como si “ella” estuviera aquí y él sintiera la urgencia de esconderme.

— ¿La profesora Umbridge? —pregunta finalmente Harry, horrorizado. Con el asentimiento del elfo, todo el mundo sale de su estupor pávido —. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto… que nosotros…, el ED? ¿Viene hacia aquí?

Dobby suelta un alarido y exclama:

— ¡Sí, Harry Potter, sí!

Por un segundo, el tiempo que Harry tarda en enderezarse y mirarnos a todos, el grupo está en silencio y mirando fijamente al elfo que se retuerce en las manos de Harry.

— ¿QUÉ ESPERAN? —grita el líder —. ¡CORRAN!

Como si su chillido sirviera de despertador, todo el mundo empieza a precipitarse hacia la salida, empujándose entre ellos y soltando grititos asustados. La mano de Calum se afianza sobre la mía, como si temiera que nos separen. En un momento, vislumbro las melenas de Fred y George intentando llegar hasta mí, pero el grupo de alumnos los aleja y los pierdo de vista.

Cuando ya estamos en el pasillo, fuera de la Sala Multipropósito, Cal y yo corremos hacia la izquierda del gentío y no nos detenemos. Es cuando siento una mano dura y fuerte sostener mi antebrazo libre. En un segundo aterrado, sabiéndome atrapada, suelto bruscamente el agarre de Cal y lo empujo hacia la pared que está más cerca, intentando que pueda escapar.

Me doy vuelta con los ojos bien abiertos y lo primero que veo es la sonrisa perversa de Draco Malfoy.

—Black —dice sin borrar su expresión, saboreando mi apellido con maldad. Un estremecimiento recorre mi espina dorsal.

Mis palabras se pierden en algún lugar de mi garganta, lo que es raro ya que las siento claras y firmes dentro de mí, pero cuando abro la boca para exclamarlas, solo sale un suspiro vacío.

Los ojos grises de Malfoy se fijan en los míos, fusionándose como solo ellos saben hacer. Gris contra gris en una guerra que no termina. Sé que solo permanecemos segundos allí, con su mano en mi piel, quemándola a través de un tacto gélido, pero parte de mí cree que pasan horas.

Su expresión maliciosa se suaviza de una manera que jamás había visto antes. Sus labios se aprietan como si luchara contra algo, pero la mirada en sus orbes muestra la rendición.

—Vete. Corre antes que Umbridge te descubra —ordena. Su voz suena dura y fría, como si se tratara de un insulto usual y no de una lucha perdida en su interior; de una muestra de compasión y redención hacia mí.

 Lanza una última mirada a mi rostro y permanece allí un segundo entero. Lo oigo soltar un suspiro profundo, casi inconsciente, y se voltea sin esperar ninguna respuesta mía. Lo veo desaparecer en la oscuridad y el revuelo que inunda el pasillo.

Pestañeo varias veces antes de darme cuenta de la situación en la que me encuentro e intento correr lejos, pero una sombra sale de la oscuridad de la pared y rápidamente reconozco el tacto de Calum en el mío. No se ha ido. No me ha abandonado para salvarse a sí mismo.

No sé en qué momento llegamos a la sala común, pero cuando me doy cuenta, estoy acostada en mi cama, bajo la sábana carmesí de seda y con las cortinas corridas, escondiéndome hasta de mi propia casa, como si ellos pudieran descubrir la dirección de mis pensamientos, la traición de mis recuerdos cuando el rostro de Malfoy se coloca en mi memoria.

Me ha dejado ir, ¿por qué lo ha hecho?

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