Dormirán los fantasmas

By Edmond_14

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Incluso hoy, a décadas de haber dado por concluido este relato, tanto los personajes como el escritor se repr... More

Sinopsis y nota del autor
Capítulo 1: Disertaciones en frío
Capítulo 2: Las puertas sin luz
Capítulo 3: Después del día
Capítulo 4: Tres caídos, dos impactos
Capítulo 5: Memorias sobre mañana
Capítulo 7: Crónica de una persecución - II
Capítulo 8: Arturo
Capítulo 9: ¡Adrenalina y culpa!
Capítulo 10: Madre solo hay una y media
Capítulo 10.5
Capítulo 11: Planes de reserva y funeral en el sótano

Capítulo 6: Crónica de una persecución - I

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By Edmond_14


»Yo estuve allí, así como estuve con Eduardo desde que solicitó mi complicidad para orquestar buena parte de lo que hoy vivimos. Empezaré por el plan de la tragedia, ya que el camino es largo y, al ponerme en tu lugar, tu incertidumbre ha de ser cada vez más desesperante.

—Al fin... —Casi digo «gracias». Casi le agradezco al extraño por estar dispuesto a proveerme de las explicaciones que merecía. Continuamos caminando y, de repente, la maleza se hizo más abundante y comenzaba a llegarnos hasta las rodillas. Poco a poco se veían menos casas y en cuestión de minutos, muchos árboles de una frontera inhabitada presenciaban nuestra travesía y ensombrecían al doble nuestro sendero nocturno. Todo esto, al son de la voz del recluso:

—Tu cuñado acudió a mí debido a mi erudición en las artes de la fechoría con máscara de accidente. Además, necesitaba a alguien de suficiente confianza para guardar el secreto de sus maquinaciones con toda profesionalidad criminal. Primero, una llamada de larga distancia; tiempo después, se presentó él mismo a mi puerta. Debo decirte que no llegó sin planes; por lo contrario, ya había preparado parte importante del juego sanguinario, pese a no saber cómo crear los detalles sobre los que me correspondería trabajar. Sus adelantos facilitaron mucho mi quehacer.

       »Él sabía que, a cambio de lo que me estaba ofreciendo, yo estaría dispuesto a ayudarle a construir una escena en la que tú y tu esposa perdieran la vida y cuyas evidencias apuntaran al desafortunado azar, manteniendo en prolija impunidad a los artífices del delito. De alguna manera, a él le debo el haber llevado por primera vez a la práctica una de las maniobras delincuenciales que acostumbraba a diseñar en mi cabeza desde niño. No me mires así; lo que un pequeño oye decir a los adultos con repetitividad repercute de alguna manera en su imaginación.

De todas formas, eran escenarios que yo consideraba jamás irían a concretarse físicamente hasta que me involucré con él.

       »Atravesó varias provincias para visitarme en el pequeño apartaestudio que mi padre me arrendaba y se refirió muy en detalle a un cuñado a quien llegó a amar incluso más que a sus propios padres y a una hermana que era su luz. Que los tres fueron inseparables, que se conocían desde siempre, que dicho hombre fue mucho más que un hermano, que ella era el verdadero significado del amor... que él y ella esto, que él y ella aquello... y que los quería muertos.

       »Sí, yo hice el mismo gesto de confusión que tú. Recuerdo que le pedí ir al grano con las razones y entonces, parafraseando y según la memoria me lo permite, estas fueron sus palabras:

       »Toda imagen que tengo del amor y la complicidad recae en ellos exclusivamente. Sé que, si por azar o error de quien sea, cualquier tipo de infortunio cae sobre mí, nadie sino ellos dos estarán a mi disposición, abiertos incluso a mis caprichos más triviales.

       »También sé que, si en este momento yo reposara sobre mi lecho de muerte, a mi alrededor estarían Clara y él en la primera y única fila. Y estoy seguro de que sucedería igual en las ceremonias de mi deceso: las dos únicas sillas, los dos únicos arreglos fúnebres con condolencias sinceras. Y eso mismo, desde la más temprana infancia, es lo que fue desvaneciéndome casi hasta la inexistencia. ¿Entiendes hacia dónde voy?

       »Le respondí que cada vez entendía menos y, perdiendo ya la paciencia, le exigí claridad.

       »Que ellos son lo único que tengo. Nada ni nadie más. Y eso es culpa de ambos, especialmente de él, quien, a medida que me brindaba aquello de lo que carecí desde la niñez, iba arrebatándome lo que tenía e incluso lo que proyectaba tener y ser. Es algo que preví desde el primer día en un salón de clases mientras mi hermana lo miraba enamorada, de pie en una esquina, y mi error fue no evitarlo antes de convertirme en... no sé, algo peor que un muerto, un muerto que huye.



***



       »Mi sorpresa y desconcierto fueron similares a los que puedo ver en ti en este momento, pues no me parecía que existieran motivos para relamer un odio tan amargo y espeso contra un ser humano de tu perfil, sino todo lo contario. No obstante, según Eduardo, tú disgregaste todas las dimensiones de su vida, empezando por su hogar, hasta convertirlo en una especie de ente anexo a ti... y a Clara. Soy como una extensión de su cuerpo, se la pasaba diciendo. Él me mató primero, sigo yo.

       »El Eduardo que entró por mi puerta esa noche era, efectivamente, una especie de presencia fantasmal de carne y hueso, con un lacio y apelmazado cabello negro que ya dejaba entrever un par de canas y le cubría las orejas, además de unos ojos derrotados que evidenciaban no sé cuánto tiempo de no gozar el privilegio del sueño tranquilo. Te estoy hablando de un personaje en cuya mirada se leía una dolorosa sensación de irrelevancia frente al destino.

       »En vista de que su viaje fue supremamente extenso y él aún no llegaba a los detalles, le propuse quedarse esa noche y las que fuesen necesarias en mi modesto aposento de manera que adelantáramos los planes de la extraña venganza mientras me ponía en la totalidad del contexto.

—Entiendo. El clásico matón a sueldo. ¿Cómo te contactó? —Pregunté mecánicamente mientras caminábamos en medio de la maleza, en una oscuridad casi completa pero preferible a la de las cañerías y el túnel. El recluso parecía estar contándome la historia desde un punto distinto al inicio deliberadamente, tal como le gustaba hacer.

—No soy matón, mucho menos clásico; soy médico. A decir verdad, nunca he hecho daño a nadie, más que en la imaginación o los sueños. Eduardo me contactó fácilmente porque me conocía desde décadas atrás y sabía que, pese a no haber cometido delito jamás, yo tenía la habilidad y disposición para trazar un plan como este. La recompensa que me ofreció era irresistible, a cambio del diseño de la escena solamente. Sin embargo, me ofrecí voluntariamente a llevar todo a la práctica junto a él hasta el final. ¿Por qué? Bueno...

En ese momento, el recluso se detuvo y estiró el brazo hacia mi costado para detenerme junto a él. La espesura de la hierba a nuestro alrededor era tal, que el paso del aire hacia nuestros pulmones se veía interrumpido.

—Casi estamos llegando a nuestra primera parada. Ve detrás de mí, a mi velocidad, y procura no guardar mucha distancia o puedes caer y perderte. En medio de este follaje, ni siquiera yo podría encontrarte.

Comenzó a dar pasos sigilosos entre los altos pastos, arrastrando los pies, como tanteando trampas o concavidades peligrosas en la tierra. Luego, de un momento a otro, sentí que empezábamos a descender y él continuó hablando, esta vez con un especial cuidado de levantar demasiado la voz:

—Tenemos que bajar despacio durante una hora aproximadamente. Guarda tan poca distancia como puedas. En fin, ¿por qué me ofrecí a llevar a cabo el plan junto a Eduardo si mis servicios no cubrían esa parte del esquema? Porque la recompensa me motivó.

Me sorprendió lo que el recluso me contaba, ya que tanto Lalo como su hermana, pese a su condición económica muy superior a la mía, estaban muy lejos de ostentar mayor riqueza. La curiosidad me llevó a hacer la pregunta que cualquiera habría hecho.

—¿Cuánto te ofreció?

—Nada. Me propuso una indemnización, en mi opinión de ese momento, bastante más duradera y satisfactoria que el dinero: la conquista de una venganza añeja que yo también buscaba.



***



—¿Venganza de quién? —pregunté confundido, pero ya más acostumbrado a los enigmas del recluso, cuyo aspecto, por cierto, era el de un profesional de cualquier oficio, menos el de médico.

—Prometo explicarlo al llegar. El caso es que le pedí ser mi huésped muy a pesar del reducido espacio y comenzamos a trazar los primeros planes sobre mi mesa, la cual, días después, desarmaríamos y empacaríamos en su carro, junto a la mitad arrancada del colchón que le suministré, pues no cabía completo en su asiento trasero. Su idea era equipar un pequeño lugar que me dijo haber encontrado y preparado mucho antes de contactarme. Me sorprendió cuán listo estaba y con cuánta antelación.

       »Me aseguró que tanto la ubicación como la entrada al lugar, construida por él, eran estratégicas, pues una era absurdamente visible y la otra, por lo contrario, prácticamente imposible de hallar. Luego, decidimos que...

—¿Cómo preparó un lugar sin saber cuál sería el plan definitivo? —Interrumpí, más por curiosidad y cierta admiración que por indignación, debo confesar.

—Tu cuñado tenía perfecta claridad sobre una cosa desde muy joven: es irrelevante el tener o no un plan; cuando el impulso es la avidez de represalia, necesitarás ocultarte. El transgresor busca madriguera.

—El dormitorio de Arlés —murmuré.

—¿El qué?

—Tu dormitorio. Bueno, el de Lalo, donde desperté. Es que luce similar a la pintura de...

—Ah, sí, sí.

—Entonces el proyecto criminal ha de llevar bastante más tiempo que estos dos meses de laguna y sueño.

—En efecto, se ejecutó hace dos meses, pero empezamos a esbozar los primeros puntos hace un año, poco más. De todas formas, recuerda que el conato de la represalia empezaba a arder en su corazón desde el día que se conocieron en el colegio, de acuerdo a su historia. Estamos ante una vendetta que tiene casi tu edad.

—¿En cuánto tiempo logró Lalo construir el dormitorio y la innovadora entrada por el techo del túnel en la cañería?

—Lo que él creó fue la entrada solamente; el espacio ya existía y correspondía a una muy mal construida bodeguita donde los guardas de los barrios adyacentes al tuyo almacenaban elementos concernientes a sus trabajos y demás. Es decir, dormiste cerca de casa la última noche. La puerta al túnel tardó casi seis años en quedar lista, desde las sombras y al margen de toda sospecha.

—Seis... años... Todavía íbamos a la universidad. Recuerdo que, con incómoda frecuencia, él traía a colación disertaciones relacionadas a la muerte... y Clara y yo sosteníamos la conversación con humor.

—Sí... lleva mucho tiempo hambriento de cualquiera que sea el tipo de satisfacción que daría el cometido. ¿Recuerdas la bodega?

—Sí, de toda la vida. Cegaron la entrada con una improvisada pared de cal y canto hace como diez años. Nunca supe por qué no la...

—¿demolieron? De acuerdo a la pesquisa de Lalo, el croquis de ubicación y la constancia de riesgos de protección no tenían vigencia y, en consecuencia, la Administración no otorgó permisos de...

—¿Solamente él perforó el suelo? Bueno, el techo del túnel...

—Así es, sin ayuda más que la del impulso de su maquinación vengativa. Hizo el análisis de las capas y su posterior fractura en un proceso inverso, es decir, comenzó por lo que quedaba del lecho rocoso, rompiendo hacia arriba, hasta llegar al suelo de la bodega, cuyas maderas viejas le dieron la idea de dejar una entrada a manera de puerta y no solo la estrecha cavidad por la que solamente podría entrar alguien de su esquelética contextura. Él mismo se maravillaba de aplicar por primera vez sus estudios universitarios, además en algo que estaba llevando a cabo él solo.

A medida que el recluso avanzaba en detalles, mis pies flaqueaban por el desencanto, poniéndome en peligro de caer y arrastrarlo a él conmigo. El chirriar de varios tipos de insectos y ranas acompasaban nuestros pasos y, de alguna manera, me ayudaban a sentirme acompañado en medio del tornado de revelaciones que me revolcaban el alma en ese momento.

El paso firme y cuidadoso del extraño no decaía y su espalda permanecía sorprendentemente rígida pese al notable sobrepeso de su equipaje, el cual, viéndolo esta vez más de cerca, me recordaba un poco a los morrales tácticos de los soldados.


***


—El último día en mi casa, decidimos que solamente habría dos disparos: —continuó el recluso quien se notaba no podía parar de hablar —uno para ti, uno para Clara y, una vez cumplida la faena silenciosamente y en una locación desprovista de toda vigilancia, sus cuerpos pasarían por un improvisado y muy arcaico proceso de formolización con el que yo los mantendría aún frescos durante doce o trece días en el dormitorio, que sería el tiempo necesario para tantear el terreno hasta las costas de Santa Lena, donde el mar sería nuestro aliado en la fase final. Allí la idea era...

—¿Quién iba a disparar? —pregunté, mientras algunas lágrimas empezaban a dejarme estelas de amargo desengaño en las mejillas — ¿Mi hermano?

—Sí, tu «hermano». Tomamos un tiempo para hacernos diestros en un club de tiro cerca de Sadalá, la ciudad donde yo vivía entonces. Se ofreció desde el principio a dar los tiros de gracia.

—¿¡Sadalá!? ¡Son seis horas de viaje por aire desde aquí!

—Sesenta y tantas por tierra. Recuerda que él llegó en su carro. Así es el poder de una determinación impulsada por las sombras que asfixian el raciocinio.

Me sorprendía cómo el hombre me daba su historia, al menos una parte, con el automatismo de quien cita una retahíla, una copla o el abecedario. Se detuvo y estiró un brazo al frente, como tanteando a ciegas en busca algún objeto peligroso.

—Llegamos. Primera parada.

Abrió con los brazos dos cortinas de largos pastizales que dejaron entrever una capa de un material ajeno a la naturaleza que nos rodeaba. Al acercarme, palpé y noté que era poliéster. Nos abrimos paso y vi que era una carpa para camping cuyo costado casi llegaba a mi estatura dentro de lo poco que el forraje me permitía ver y tocar.

—Ayúdame a buscar la cremallera —dijo y empezó a posar las palmas sobre la anchura de la tienda, con movimientos que me recordaban al tradicional ademán performativo de los mimos.

—¿Por qué... —empecé a preguntar mientras imitaba su actividad por otro de los costados del templado tejido —estoy contigo? Llevo todo el camino escuchando las razones por las que estuviste con Lalo. Pero...

—A segundos de tu muerte y la de tu esposa, me eché para atrás. Ahora nos busca a los tres.

—Y...

—Sí, vas a preguntar por qué. Bien, primero encontremos la entrada.

Manoseamos la carpa durante unos dos o tres minutos hasta encontrar una protuberancia de tejido más grueso bajo el cual estaba el carro de la cremallera. La levantamos entre los dos hasta la altura de nuestras rodillas, quizás poco menos.

—Entra tú primero para recibir el equipaje sin arrastrarlo, por favor.

—Gateé y, al entrar, vi unos bultos que me parecieron bolsas de dormir extendidas a lo ancho de la carpa.

—Pásamela

—¡Shhh! —suplicó el recluso.

De pronto, sentí que uno de los bultos detrás de mí se movió y dejó salir un gemido ronco. Me sobresalté y volteé a mirar.

—¿Por qué tardaron tantouuu? —preguntó mientras despertaba.




***************************************



Tranquilos, más revelaciones enigmáticas en: 

Capítulo 7: Crónica de una persecución - II


¡Gracias por venir!

~JuanD.

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