Holding on to you | FRERARD

By smokkerings

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❝¿Y si mi felicidad estaba en alguien más que no fuese yo? ¿Y si tenía que arriesgar mi inteligencia, mi orgu... More

Prólogo.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Nota de la autora.
Extra.

Capítulo 3.

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By smokkerings

Al día siguiente estaba un poco más calmado. Había conectado el teléfono del apartamento sólo para emergencias, no quería arriesgar que a Michael le diera una sobredosis y yo no me hubiera enterado.

Tomé mi taza de café como de costumbre, saludé a la enamorada Dori y fui directamente hacia la librería.

«Dios, debería contratar algún empleado» pensé, ya estaba comenzando a fastidiarme toda esta rutina, y para colmo tenía que ordenar la nueva mercancía.

Nadie me dijo nada de esto.

Coloqué música y me dispuse a limpiar los estantes, para luego colocar los nuevos libros según la categoría. La campana me alertó de la llegada de un nuevo cliente y me levanté para observar quién era.

Me encontré con un pequeño chico. Podría calcularle unos dieciséis o diecisiete años. Vestía una camisa de cuadros verde y unos pantalones ajustados acompañados de unos converse. Su cabello era corto y sus manos estaban casi llenas de tatuajes.

Sus ojos avellana se pasearon por todo el lugar, hasta detenerse en mí. Caminé hacia él para sentarme en el mostrador y asegurarme de que no robara nada.

El chico me miró por largo rato, tal vez pensando si era correcto ingresar completamente al lugar.

—Adelante —le dije tratando de mostrarle un poco de confianza, aunque cruzaba los dedos para que no me robara.

No sé si fue mi imaginación, pero el chico se sonrojó. Asintió y se perdió en los estantes de Ficción.

Esperé un rato, un buen rato. No tenía cámaras de seguridad y eso me ponía nervioso. Apareció y traía consigo un libro, «La historia del loco», bueno, por lo menos compraría algo.

Me pasó el libro algo tímido,  y lo guardé en una bolsa junto con su cambio.

No sé cómo paso, o porqué paso, pero mi mirada se había quedado estancada con esos ojos.

—Tienes unos ojos muy lindos —dijo el chico. Me sorprendí con el cambio de roles, ahora el tímido era yo.

—Gracias, me lo dicen a menudo. —Mentira, pero no iba a permitir que ese niño me intimidara con palabras bonitas. Rió por lo bajo, aceptó la bolsa y salió de la tienda.

Eso sí que había sido raro. Comencé a preguntarme de donde había salido todo eso. Yo no era alguien enamoradizo, había aprendido que el que me quiera tiene que ganarme, no bastaban palabras bonitas ni gestos para ganarse la confianza y el pequeño corazón de Gerard.

Y sólo conocía a dos personas que lo habían logrado. Una de ellas era Lindsey, estudiaba en la misma universidad que yo, fui su primera vez. Todo el «amor» que sentía por ella era indescriptible y luego todo se fue a la mierda.

Siempre digo que fue su culpa por no tolerar mi personalidad, pero ella a menudo me llamaba egoísta, egocéntrico, y cosas estúpidas como esa. Nuestra relación había pasado de rosas y mariposas a gritos y golpes.

Después no volví a enamorarme. Y tampoco quería enamorarme. Más bien esperaba con todo mí ser que nunca llegara nadie con la que «no pudiera vivir».

Me sentí observado el resto del día, fue tan incómodo que tuve que cerrar antes de tiempo otra vez. Cuando salí, vi al chico sentado en la otra calle, con la bolsa en sus piernas.

Y esos ojos avellanas observando cada uno de mis movimientos hasta que entré al auto.

...

—Hola, Gerard, soy yo. Sé que ha pasado un tiempo pero, te extraño y... quiero verte.

¿Por qué todos comienzan el mensaje con un «soy yo»?

¿Acaso soy un puto adivino?

Qué curioso. ¿También era capaz de invocar a las personas? Porque me había parecido extremadamente raro aquella coincidencia.

Casualidad de la vida que Lindsey me dejó un mensaje diciendo que me extrañaba. Había reconocido su voz inmediatamente, y más cuando suspiró de esa forma tan peculiar como cuando yo la besaba. Quería quemar la contestadora, de verdad, y luego quise quemar el teléfono completo cuando volvió a sonar.

Si bien no había pasado tanto tiempo no quería ni verla en pintura, ni siquiera me gustaba escuchar su voz. ¿Qué quería de mí? ¿No le bastó todos esos meses en que nuestra relación se iba hundiendo?

Y la muy desgraciada tiene las agallas de decir que me extraña y quiere verme.

—¿Te enteraste que tengo más dinero de lo usual? —fue mi saludo a aquella pelinegra—. ¿Quién carajo te dio mi número?

Mikey, lo encontré en el centro comercial. Me gustaría verte, ¿quieres ir a tomar un café? —respondió. Su voz sonaba algo apagada y ronca. Maldito Michael, debería descontarle dinero.

—¿Qué te hace pensar que aceptaré tan rápidamente? —traté de hacerme el duro, pero la verdad era que moría por una taza que no fuera preparada por mí.

Amas el café, Gerard. ¿Recuerdas la cafetería que queda por la casa de mis padres? Te espero allí —y colgó.

Haría esto por el café, no por ella.

...

Me cuesta aceptar esto, pero estaba nervioso.

¿Nervioso? Estaba que me cagaba en los pantalones. Había llegado rápido, sabía el camino de memoria, casi todos los días en nuestros días de relación la acompañaba a pasar la tarde en casa de sus padres, donde restregábamos nuestras entrepiernas en su antigua habitación.


Bien, ahora pienso que ustedes no querían saber eso.


Pensé muchas veces en devolverme, y casi lo hice cuando la reconocí recostada a un lado de la puerta, pero ya me había visto.

Su cabello negro estaba más largo desde la última vez que la vi, casi llegándole a la cintura, tal vez lo que me había gustado más de ella era que no gastaba dinero en peluquerías estúpidas que solo dañaban el cabello. Su nariz pequeña y redonda seguía adornada con esas pecas que aún se me hacían extrañamente adorables. Pero sus ojos, marrones y oscuros estaban un poco tristes, ya no poseían ese brillo que me habían enamorado.

—Hola, Gee. —La miré perplejo, no esperaba eso. Se acercó a mí en un pequeño abrazo, para luego separarse y besarme la mejilla.

—Años que no escuchaba eso, sabes perfectamente que lo odio. ¿Estás tratando de que huya? —Rió por lo bajo e ignoró mi comentario.

Entramos a la cafetería. Era parecida a la del centro comercial, pero tenía más presencia, algo que hacía sentirme a gusto. Nos sentamos en una mesa frente un gran ventanal con vista al parque, que luego me arrepentí de hacer, ahí siempre nos sentábamos en nuestras citas.

—¿Y bien? —traté de romper el incómodo silencio. Ella sólo me miraba y arrugaba la nariz, eso me convencía que estaba igual de incómoda que yo.

—¿Te casaste? ¿Tienes hijos? —preguntó con algo de miedo. La miré con burla.

—¿A qué viene eso, Linz? —contraataqué, ella también odiaba que la llamara así.

—No lo sé. Quería asegurarme de hacer lo correcto...

—Definitivamente no haces lo correcto. Y estoy solo, gracias por preguntar —crucé mis brazos de forma defensiva y ella se recostó en el respaldar del asiento, suspirando.

—No tienes porqué tratarme así.

—¿Ah, no? Creo que fuiste lo suficientemente perra conmigo durante un tiempo, quisiera devolverte el favor —le sonreí cínicamente, era muy bueno en eso.

¡Bravo, Gerard!

—Eres un... —guardó silencio de pronto. Me pareció raro que cerrara la boca, después de todo insultarme le parecía algo atractivo—. No sé porque carajo te llamé.

—¡Estamos conectados... ! Oh, espera. ¿Debería sentirme mal? —torcí la boca en una especia de mueca triste. Me fulminó con la mirada, se levantó y su mano pegó fuertemente en mi mejilla.

—¡Eres un imbécil! No sé por qué creí que habías cambiado —gritó. Para mi vergüenza todos los que estaban ahí voltearon hacia nosotros.

—¡Tú eres la imbécil por creer eso! ¡No sé para qué mierda vine! —grité de vuelta. Sentí la ira abrazar mi cuerpo y recordé esos días en que peleábamos—. ¡¿Y ustedes que miran?! —Las personas me miraron asustados y trataron de volver a su café.

—Hasta nunca, Gerard Way —casi escupió las palabras frente a mi cara. Tomó su bolso y se fue dando un portazo.

—Zorra... —murmuré en lo que comencé a sentir el ardor de mi mejilla. Me levanté y caminé hacia el cajero—. No voy a permitir que esa desgraciada arruine mi tarde —saqué un poco de dinero de mi bolsillo—, café negro, muy fuerte por favor —y miré al cajero para pasarle el dinero.

Bueno. Mi día no podía ser peor. ¿Qué clase de suerte barata tenía yo encima?

Podría reconocer esos ojos avellanas hasta borracho, en coma y con un palo en el culo. Me miró divertido en los segundos que me quedé en shock con una mano en la mejilla y la otra con el dinero en el aire.

—Luces encantador —dijo e inmediatamente reaccioné.

¿Decía eso después de todo el show con Lindsey? Incluso le había gritado y llamado zorra delante de todos.

¡A una mujer!

—Tu luces horrible en ese uniforme —traté de sonar casual, sacando de mi un poco del Gerard maldito que tenía dentro. El chico sólo rió y se sonrojó.

¿Le decía algo horrible y se sonrojaba? Esperaba que por lo menos me hubiera tirado el café encima.

Me entregó el café y yo aún tenía la mano extendida con el dinero, pero no lo recibía.

—No quiero que me violen en la cárcel, así que toma el puto dinero. —Había decidido dárselo por las fuerzas, pero el chico no lo aceptaba.

—Te doy el café gratis. —Lo miré confundido y por un momento la mejilla dejó de dolerme. Colocó sus codos en la barra de hierro donde reposaba la caja registradora, quedando muy cerca de mí—. Pero quiero algo a cambio, que no sea dinero.

Quería jugar un rato, así que me acerqué a su oído lo más sexy que pude y susurré:

—No me cojo a menores —pasé mi mano por su mejilla, y no sé si había sido mi imaginación, pero tembló ante el contacto.

—No quiero eso —tomó mi mano, la que contenía el dinero y la apretó. Me separé de su oído y observé su rostro. Sus mejillas estaban coloradas, estaba avergonzado ante mi comentario—. Una cita.

—¿Una cita? ¿Conmigo? —Asintió levemente con la cabeza mientras mordía su labio.

—Estoy muriendo de la vergüenza en este momento, así que... ¿qué dices?

—Vete al diablo, niño —sacudí su agarre, tomé el dinero y me dispuse a caminar hacia la salida.

—¡Seis cafés! —lo escuché gritar. Mis pies se paralizaron.

¿Seis? ¿Por una estúpida salida de adolescente?

No puedo mentirles, mi orgullo se veía en juego. Ya le había dicho que no a mi manera, pero estaba sobornándome con algo que ni Dios puede explicar mi adicción.

Volví acercarme a él y le sonreí.

—De acuerdo, tú invitas.


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