Obsesiones

By solayalbion

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Dos hermanos que tenían una vida completamente normal como cualquier adolescente, cambiarán el rumbo de sus v... More

Nota
Presentación de los personajes
Prólogo
Capítulo 1: Amores a primera vista.
Capítulo 3: La célula.
Capítulo 4: Negativos silenciosos.
Capítulo 5: ¡Hola, Latinoamerica!
Capítulo 6: Mentiras compulsivas.
Capítulo 7: Hogar, dulce hogar.
Capítulo 8: Barbie Bunny.
Capítulo 9: El beso de Judas.
Capítulo 10: Acusaciones infundadas.
Capítulo 11: Pelirroja a la luz de la luna.
Capítulo 12: La bola de pelo.
Capítulo 13: Detector asiático.
Capítulo 14: Juicio eterno.
Capítulo 15: ¿Dónde están los hermanos Martínez?
Capítulo 16: No me crees.
Capítulo 17: Superlolo.
Capítulo 18: Dos mujeres y un destino.
Capítulo 19: Perro a la plancha.
Capítulo 20: Cuentas pendientes.
Capítulo 21: La muerte nunca duerme.
Capítulo 22: ¡Hasta la vista, malagueños!
Epílogo

Capítulo 2: Emma, písame la cara.

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By solayalbion

Al llegar al aula, tomé mi asiento correspondiente al lado de mi hermano.

—Pues sí que ha terminado rápido el recreo —dije, pensando en lo rápido que el tiempo se me había pasado.

—Pues no veas —comentó mi hermano—. Venga, entremos a clase.

El resto de las clases siguieron con toda normalidad y, al fin, sonó la sirena para abandonar el edificio e irse a casa. Cuando llegamos, nuestra madre nos empezó a hacer preguntas.

—¿Qué tal?

—Bien mamá, ¿Puedo ir a casa de Antonella a las cinco? —le pregunté.

—¿A la casa de Antonella, para qué? ¿para que se venga para acá? vosotros veréis, yo quiero dormir.

—Yo tengo entrenamiento a las seis —le dijo mi hermano.

—Todo el día saliendo, ¿no? —comentó nuestro padre—. Vosotros que podéis.

Ignoramos sus comentarios y procedimos a comer la pasta que nos habían preparado, la cual no muy sorpresivamente sabía a vómito. Esta comida me provocó angustia, y a mi hermano le produjo diarrea.

—Uf, qué angustia —comenté, llevándome la mano a mi boca.

—Yo tengo cagalera, genial para entrenar —dijo mi hermano, con sarcasmo.

Mi hermano fue al entrenamiento de fútbol y yo fui a casa de Antonella. Cuando llegué, toqué el timbre y al poco tiempo ella me recibió en su casa.

—Hello, boy —me saludó—. Espero que estés listo para darlo todo, porque en mi team no hay losers.

—Hola —le devolví el saludo—. Sí, obvio, estoy más preparado que nunca.

Entonces, me percaté de la presencia de Pía. La miré y me di cuenta de que hicimos contacto visual, así que me sonrojé y rápidamente aparté la mirada. Seguidamente, Mario salió del baño y le dio la mano.

—Hola, Sebastián —me dijo Mario—. Yo también voy a ser un divino, ¿sabes?

—Ay, pues qué bien —le respondí, mirándolo mal disimuladamente.

—Bueno, deberíamos ensayar —dijo Luciana.

—Ahora que está Sebas, nada puede hacernos perder —comentó Barbie mientras bailaba claqué con unos zapatos un tanto extraños.

—Sí, ensayemos —contesté, ignorando el comentario de Barbie.

—¡Let 's go! —exclamó Antonella, poniendo la música.

Empezamos a ensayar la coreografía, pero había algo que me ponía muy nervioso; la mirada penetrante de Pía. Me ponía los pelos de punta pensar que Mario se percataría y me haría algo después del ensayo. Mientras pensaba en eso, vi como la paciencia del chico llegaba a su límite y cortaba la música.

—No puedo más, ¿Eh, Pía? ¡Ya basta! —comenzó a gritar con furia.

—¿What happen? —preguntó Antonella, confusa.

—¡No le grites! —exclamé sin pensar en las consecuencias, pero en cuanto me di cuenta, tapé mi boca con mi mano—. No te quise gritar, Mario, ¡Lo siento!

Pero mis disculpas no le importaron lo más mínimo, ya que cuando me di cuenta, ya me estaba agarrando de la camiseta.

—¡Sebastián, te lo advertí, y no paras de meter las narices en todo! —Me gritó.

—¡Chicos, relax! ¿Qué pasa? —Preguntó Antonella, aún confundida.

Pía explotó y comenzó a llorar. Barbie, al ver como me gritaba Mario, decidió enfrentarse a él.

—¡Sebastián! —exclamó mientras pegaba a Mario.

Sin embargo, de poco sirvió, ya que rápidamente Mario la derribó y Barbie cayó al suelo. Me angustié y grité.

—¿¡Por qué tiras a Barbie y por qué gritas a tu novia!? ¿¡ No ves que también sufre, estúpido malagueño!?

—¡Lo que tienes que hacer es dejarme en paz! ¡No me extraña que nadie te quiera! —gritó mientras daba una patada a la papelera.

—¡Ay chicos, parad, no voy a aguantar esto! —exclamó Blanca, la madre de Antonella.

—Sí, chicos, ¿okey? —Antonella le dio la razón—. No sé qué pasó, pero parad.

Miré hacia otro lado y respiré hondo, tratando de calmarme. Mario dijo que necesitaba tomar aire y se fue. Vi como Pía se quedaba llorando en el sofá y me senté a su lado para consolarla.

—No llores, por favor, me haces sufrir si lloras... —le dije.

—¿Por qué, si ni siquiera me conoces? —me preguntó, extrañada.

—No, pero —me quedé en silencio unos segundos, buscando una excusa—. Es que soy muy sensible y, si la gente llora, yo también sufro, no puedo ver a la gente mal.

—Entiendo —respondió, sorbiéndose los mocos—. Lo que te quería decir es que mi novio me obligó a bloquearte, pero yo realmente no tengo ningún problema contigo. Pero no sé, siempre está enfadado conmigo, soy una persona horrible.

—Bueno, pero si te controla así, quizá deberías alejarte de él.

—No, él no me controla, solo es un poco inseguro. Pero yo lo amo Sebastián, te lo juro.

—Ah, sí, lo amas, sí un poco inseguro ya entiendo —contesté, entristecido.

—Sí, y bueno gordo, gracias por preocuparte —me agradeció.

—No es nada —iba a decir algo más, pero entonces vi que Mario entraba a la casa e instintivamente me aparté.

—Vámonos Pía, me encuentro mal —le dijo, agarrándole la mano.

—Está bien —Pía aceptó sin rechistar y se fueron.

—Hey, ¿y el ensayo, bitches? –preguntó Antonella.

—Ah, no sé, ellos ya se fueron —le dije, viendo como desaparecían en la distancia.

—Lo mejor será cancelar el ensayo y hacerlo otro día —recomendó Luciana.

—Yo creo que también —dije, dándole la razón.

—Bueno, pues podéis iros —nos dijo Antonella a los restantes—. Bye, bye.

Me fuí de allí y me dirigí de vuelta a casa. Mientras, en el entrenamiento.

Álvaro

Llegué y me puse a hablar con un chico llamado Gonzalo, pero no paraba de hablar de una chica de nuestra clase llamada Josefina. Sin embargo, no duró mucho tiempo esa aburrida charla, ya que el entrenador llegó en poco tiempo. El hombre pegó unas palmadas para que prestáramos atención.

—¡Atención, por favor! —exclamó—. Tenemos nuestro propio grupo de animadoras liderado por ¡Madelaine Petsch!

Los nervios me invadieron al escuchar el nombre de Madelaine.

—¿Josefina? —preguntó Gonzalo, esperando que estuviera entre las animadoras.

—¿Estás bien? —me preguntó Bruno, al verme sudando.

—Mmm sí, sí —le dije, intentando calmarme.

—¡Tenemos un grupo de animadoras guapas para animarnos! —exclamó Bruno con entusiasmo.

En ese preciso instante, Madelaine entró al campo acompañada de otras personas, entre ellas Álvaro Salazar. Le dirigí una mirada de asco. El entrenamiento llegó a su fin, y cuando yo era el último que quedaba en el vestuario, Álvaro Salazar entró junto a Madelaine.

—¿Qué, Álvaro, está guapa mi chica vestida de animadora? —preguntó Álvaro Salazar, en tono burlón.

—Sí, está bien —respondí, con ganas de pegarle un puñetazo.

Madelaine iba a decir algo, pero, antes de que pudiera abrir la boca, su novio le dio un puntapié disimuladamente, causándole un morado. Miré al suelo y vi la marca que le había dejado.

—¡Álvaro, eres un asqueroso! —le empujé tras ver lo que le había hecho —. ¡Deja de hacerle daño!

Madelaine intentó otra vez hablar, pero rápidamente Álvaro Salazar le reventó la cara, dejándola inmóvil en el suelo.

—¡Madelaine! —exclamé y, acto seguido, cogí al chico del cuello y lo estampé contra una taquilla.

Fui corriendo a ver el estado de Madelaine y llamé a una ambulancia.

—Madelaine, ¿estás bien? —pregunté, alterado.

—Sí... —respondió, entre llanto.

La abracé, pero entonces Álvaro Salazar agarró mi cabeza y la chocó contra un banco. Me quedé sangrando en el suelo, pero él huyó antes de que llegara la ambulancia y le pillasen. Nos subieron en la ambulancia a los dos y nos atendieron. Cuando terminaron de curarme, fui a hablar con Madelaine.

—Hola —Madelaine me saludó tímidamente.

—Madelaine, debes denunciar a Álvaro, ¡No puedes seguir así! —exclamé.

—No es tan fácil... Su familia paga a la mía para que esté con él, igualmente muchas gracias, él siempre me habló mal de tí, pero ya veo que todo lo que me dijo era mentira, eres muy amable.

—¿Y qué? dudo que tu familia sepa esto, debes hablar con ellos —apreté mis puños de la rabia que sentí—. ¿En serio? Pues yo no le he hecho nada, no lo entiendo.

—Pero que esto sea un secreto Álvaro, cada vez que me acerco a otro —continuó Madelaine.

—Ya, ya —interrumpí—. Pero igualmente hay que hablar con tu familia, no puedes seguir así...

Entonces, Álvaro Salazar volvió para hablar con los enfermeros de la ambulancia para llevarse a Madelaine.

—Chica, tu novio está preocupado por tí, ya puedes irte —le dijo uno de los encargados a Madelaine.

Madelaine obedeció sin rechistar y se limitó a ir con él. Regresé a casa.

Sebastián

—Hola, Sebastián —me dijo mi hermano, entristecido—. ¿Cómo te ha ido?

—Mal. Hemos cancelado el ensayo, y he tenido que consolar a Pía y seguro que lo he hecho fatal y le caigo mal, encima Mario se la ha llevado y ha tirado a Barbie al suelo. Bueno, ¿Y tú qué tal? —le pregunté cabizbajo.

—¿Y por qué piensas que consolaste mal a Pía? no puedes ser tan negativo, y uf que mal me cae Mario. Pobre Barbie, no se merecía eso. Me ha ido mal, ¿no ves el vendaje? Álvaro maltrata a Madelaine, así que traté de defenderla y acabamos los dos en el hospital. No se que hacer, Madelaine está sufriendo mucho —bajó la mirada al suelo.

—Pues muy buen aspecto no tienes, ¿te ha golpeado la cabeza contra un banco? —pregunté, prediciendo lo que había pasado.

—Sí, ¿cómo lo has sabido? un poco más y me deja sin cráneo.

—Tu chichón tiene claramente forma de banco —respondí seriamente.

—Dudo que eso sea posible, pero vale —me contestó, confundido—. En fin, creo que deberíamos alejarnos de ellas, solo les hacemos mal.

—Sí, yo creo que será lo mejor —asentí—. Tendremos que olvidarnos de ellas

—Ya, pero no entiendo como son tan asquerosos Álvaro y Mario, se podrían haber quedado en Málaga.

—Qué imbéciles que son —contesté y, de repente, mi móvil empezó a sonar—. Espera, será mejor que responda.

Saqué el móvil de mi bolsillo y vi el nombre de Constanzo en la pantalla. De inmediato, contesté.

—Dime, Constanzo.

—Eu, amigo, ¿Querés venir al Dos mares? Estoy con Carlos y Lorenzo.

—Constanzo dice que si nos acercamos al dos mares —le expliqué a mi hermano, mirándole fijamente.

—No sé si tengo ánimos —respondió, desanimado—. Pero bueno, será mejor que estar amargado en casa, dile que sí.

—Sí, vamos —le contesté a Constanzo.

—Chau boludito, ahora me voy a la pileta —colgó la llamada.

Mi hermano y yo nos arreglamos y fuimos al Dos mares. El Dos mares es un centro comercial, en el cual puedes ir al cine, comprar ropa, comida, etc Mucha gente quedaba allí para hacer diferentes cosas. Nos dirigimos a donde habíamos quedado con nuestros amigos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Lorenzo tras emitir un sonido de sorpresa.

—Nada —contestó Álvaro—. El novio de Madelaine, en el entrenamiento me dio contra un banco, pero fue porque la defendí.

—Joer —dijo Lorenzo sin emoción alguna.

—Tío, es asqueroso —comentó Carlos.

—Che, ¿sabían que a mi me gusta Emma? —preguntó Constanzo.

—Pues gracias por vuestros consejos —dijo mi hermano, sarcásticamente—. Bueno, dejarlo.

—Yo la verdad es que me voy a alejar de Pía, porque solo empeoro las cosas —les expliqué.

—Ya —me contestó Lorenzo, sin haberme siquiera prestado atención.

—Sí, pero es que yo no puedo dejar que Álvaro pegue a Madelaine —dijo mi hermano, estresado—. Es que no sé, al menos Mario no pega a Pía.

—Mi madre se llama Carla —comentó Carlos, ignorándolo como todo el mundo.

—Mi vieja siempre quiere salir a pasear —dijo Constanzo.

—Bueno, dejemos de hablar de nuestros problemas, ya que igualmente no les prestáis atención, ¿Vosotros qué tal? —les preguntó mi hermano.

—Pero... —Carlos no acabó lo que iba a decir y salió corriendo junto a Lorenzo y Constanzo.

—¿Qué hacéis? —les pregunté.

—Nada, vamos a jugar al fortnite —contestó Lorenzo, mientras corría.

Entonces, mi hermano y yo nos giramos solo para descubrir a Mario y Álvaro Salazar.

—¡No os lo vamos a repetir! —gritó Álvaro Salazar con furia—. ¡Alejaros de nuestras novias si no queréis que os parta las piernas!

—No mires a otro lado, Sebastián —me dijo, mientras con sus manos, giraba mi cabeza al frente–. No os conviene meteros con nosotros.

—Bueno, está bien, lo hemos pillado —contestó mi hermano con cara de asco—. Pero no es justo como tratáis a las chicas...

Ignorando el comentario de Álvaro, los chicos dieron media vuelta y se fueron. Nos dirigimos a nuestros amigos.

—Gracias por avisar, amigos —les dije en tono sarcástico.

—Me caen muy mal, tío —comentó Carlos.

—Joer —dijo Lorenzo.

—Bueno, nene, perdón —se disculpó Constanzo.

—Pues imaginaros a nosotros —respondí a Carlos—. Nos caen en la punta de... géminis.

—Bueno, en fin, que les den —Álvaro cambió de tema—. ¿A vosotros os gusta alguien?

—A mi me encanta Emma —le respondió Constanzo—. ¿Quién si no?

—Joer, que gracioso Constanzo —dijo Lorenzo—. A mi me gustan Sol, Tamara, Josefina, Lara la hermana de Álvaro Salazar...

—¿Te gusta alguien? —preguntó Álvaro, con sarcasmo.

—A mi solo me gusta Quique —contestó Carlos—. Con el que vine aquí el otro día a la bolera, tíos.

—¿Eres gay? —le pregunté.

Carlos asintió con la cabeza

—Pues enhorabuena —dijo mi hermano—. Es broma, a ver si tienes suerte.

Mientras conversábamos, Constanzo sacó su móvil y procedió a mostrarnos todas sus fotos de Emma. Había sacado más de cincuenta.

—Pues sí que estás obsesionado —le comentó Álvaro.

De repente, Emma pasó por al lado nuestra, y todos nos pusimos a mirar a Constanzo para ver su reacción.

—¡Eu Emma, písame la cara! —exclamó.

—¿Uh? —Emma se giró y le miró extrañada.

—Emma, no le hagas caso —le dijo mi hermano, entre risas—. Es que se pone nervioso.

Emma no dijo nada y solo se limitó a seguir su camino.

—Joer, poco caso —dijo Lorenzo.

—Normal, no le puedes hablar a la gente así —le explicó mi hermano—. Se espantan.

—Bueno, pero es que me pongo nervioso la puta madre —le respondió Coni.

Coni: Apodo de Constanzo.

De repente, una empleada se acercó a echarnos porque era hora de cerrar. Acabaron echándonos a patadas.

—Pues sí que cierran pronto —comenté.

—Un poco más y nos escupen en un ojo —dijo Álvaro—. Será mejor que regresemos ya a casa.

—Joer, pues nada adiós —se despidió Lorenzo.

—Chau chicos, la pase de diez —Constanzo dijo eso y se fue.

—Adiós, tíos —Carlos se fue detrás de Coni.

Nosotros volvimos a casa andando. En cuanto entramos, nuestra madre ya estaba echándonos la bronca de nuevo.

—¿Qué ha pasado ya? —preguntó—. Eso te pasa por andar descalzo.

—Menos mal —respondió Álvaro—. Es porque me ha pegado un chico.

—¿No os da una neumonía? —preguntó mi padre—. Chacho, no paráis.

—Tú lo que debes hacer es pegarle una hostia, saca el león que llevas dentro —mi madre le dijo eso y se puso a imitar el rugido de un león.

Mi perro Coco se puso a ladrar de la nada, ya que pensaba que le íbamos a quitar su tapón de botella.

—¿Vosotros vais a querer ensaladilla? —nos preguntó nuestro padre.

—No, yo me voy a dormir —respondió mi hermano con desgana—. No puedo más con mi vida.

—Yo también —contesté.

Los dos nos fuimos a dormir. Al día siguiente, nos despertamos y nos arreglamos para otro día de instituto. Entonces, cogí mi móvil para mirar instagram y...

—¿Pero qué? —pregunté, en shock.

—¿Qué pasa? —preguntó Álvaro, mirándome con preocupación.

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