❦𝗥𝗲𝗴𝗿𝗲𝘀𝗼 𝗮 𝗰𝗮𝘀𝗮 ➻...

By Caliope124

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ʟᴀ ᴘʀɪɴᴄᴇsᴀ ᴛsᴜɴᴀᴅᴇ, ᴜɴᴀ ᴘᴏᴅᴇʀᴏsᴀ ᴏɴɴᴀ-ʙᴜɢᴇɪsʜᴀ, sᴇ ᴇɴᴄᴀᴍɪɴᴀ ᴅᴇ ʀᴇɢʀᴇsᴏ ᴀ sᴜ ʜᴏɢᴀʀ ɴᴀᴛᴀʟ ʟᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ǫᴜᴇ ʟᴀs ɢᴜᴇ... More

𝕊𝕚𝕟ó𝕡𝕤𝕚𝕤
✿𝐏𝐋𝐀𝐘𝐋𝐈𝐒𝐓✿
ᴘʀɪᴍᴇʀᴀ ᴘᴀʀᴛᴇ
༺Tsunade༻
░J░i░r░a░i░y░a░
༺Reencuentro en la nieve༻
░O░r░o░c░h░i░m░a░r░u░
༺Nieve manchada de sangre ༻
༺La decisión de Tsunade༻
░A░n░k░o
༺La aldea del puente༻
░U░n░a░ ░p░i░e░d░r░a░ ░e░n░ ░e░l░ ░c░a░m░i░n░o░
༺El pasado de Anko Parte I ༻
༺El pasado de Anko parte II༻
༺El pasado de Anko Parte III༻

░R░e░c░u░e░r░d░o░s░ ░d░e░ ░u░n░ ░S░a░m░u░r░á░i░

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By Caliope124


▂▂▂▂▂▂▂▂ VI ▂▂▂▂▂▂▂▂▂

El delicado sonido de gotas de agua cayendo, una tras otra, en perfecta sincronía y fluyendo de forma equilibrada en un sonido acompasado captó la atención de Jiraiya.

«¿Dónde estoy?» se preguntó el samurái, no se podía mover, su cuerpo estaba rígido, como si no tuviera control sobre su cuerpo y no lo pudiera sentir. Eso debería ser aterrador, pero, por alguna extraña razón, que cuestionaba las mismísimas leyes de la auto conservación, su espíritu carecía de algún temor.

«¿Qué es esto?» se cuestionó así mismo, siendo consciente de que no podía gesticular una palabra. Sus preguntas solo eran ecos en su cráneo. El delicado sonido del agua calmaba la mente del guerrero, brindando a su alma calcina una delicada paz. Ahora, no le importaba donde estaba, que había ocurrido, sentía que su cuerpo, si es que acaso lo tenía, estaba suspendido en el tiempo.

Algo enturbió su paz. Escuchó el distinguible sonido de sollozos ahogados... una mujer estaba llorando y, ante sus ojos, se materializó un escenario, una remembranza que el mismo recordaba porque lo había vivido.

Era Tsunade postrada delante de la imagen de Buda en un antiguo templo, con un atuendo poco usual en la tosca guerrera; un elegante kimono color verde, sus labios teñidos del color de la cereza, su cabello rubio natural recogido en un sofisticado rodete; sin embargo, a pesar de la belleza inigualable que despedía la mujer, su espíritu estaba colmado con la más grande de las penas, tenía las mejillas rosadas de tanto llorar, sus lágrimas caían al suelo como un profundo manantial, su voz, una mezcla de sollozos desgarradores y súplicas incoherentes a toda deidad que le era conocida.

Una figura imponente se acercó con cautela a la visión de esa desconsolada doncella, se trataba de Jiraiya, no obstante, en ese recuerdo todo su vigor y aspecto estaban marcados por una saludable juventud. Vestía un formal kamishimo y dos katanas pendían de su cinturón.

Tsunade no se percató de la presencia del guerrero (y si lo había hecho lo ignoró), continuó ahogándose así misma en un océano de dolor.

El semblante del samurái trataba de mantenerse estoico, intentaba mantenerse con la mayor compostura, manteniendo el deber de ser educado ante una dama de sangre real, aun así, la mirada melancólica del joven Jiraiya era una prueba irrefutable de su dolor. El sufrimiento de la doncella ante sus ojos lo sentía como el suyo propio.

Con cada lágrima derramada, con cada maldición que salían de los labios de la mujer, un pesar inimaginable atravesaba una y otra vez el corazón del guerrero. Él podía mantenerse en calma en una pelea, podía formar una coraza impenetrable de indiferencia ante sus enemigos, pero, semejantes escudos de acero se estremecían, se debilitaban, se destruían, ante tal imagen, inmensas penurias desgarradoras abrían miles de heridas sangrantes en su alma.

No pudo más. Observar a Tsunade torturase así misma era una total pesadilla que atormentara su mente, hizo lo impensable, se postró al suelo junto a la Senju, frente a la imagen del sagrado Buda, y se abalanzó sobre la joven mujer, envolviendo sus brazos sobre su cuerpo en un fuerte abrazo.

Jiraiya percibió como el cuerpo de Tsunade se estremeció, un tierno temblor la sacudió, más no hizo ningún gesto para apartarlo.

La mujer correspondió al abrazo y, como si fuera un marinero naufragando, aferrándose a cualquier material que le permita flotar en el océano para conservar su vida, Tsunade se aferró a su amigo buscando consuelo, buscando el amparo que solo él le podía brindar en una circunstancia dónde se sentía desfallecer. Jiraiya, estaba más que dispuesto a darle ese lugar, un sitio donde ella podía liberarse sé todos los convencionalismos de su clase social para ser, simplemente, una humana con sentimientos, sin intentar tapar su dolor.

Ambos quedaron abrazados con fervor, aferrándose a la poca esperanza que mutuamente se brindaban, la mujer seguía sollozando sin parar y Jiraiya le acariciaba la cabeza con ternura, era un gesto desesperado por mostrar que pasará lo que pasará él estaba a su lado.

«Lo recuerdo», meditó Jiraiya para sí mismo, mientras el sonido de gotas de agua invisible cayendo una tras otra calmaban su espíritu. «Ese día Tsunade se enteró de la muerte de su prometido, estaba desconsolada, su alma parecía estar quebrándose ante mis ojos, cuando la vi de esa forma... Tan vulnerable ante la inevitable crueldad que avecinaba la guerra, una inocencia ante el mal que se corrompía, un corazón feliz y atrevido que desearía proteger con mi vida... No pude más que abrazarla, con el tacto de su cuerpo empequeñecido ante el mío. Intenté reconfortarla, pero, en el fondo de mi corazón únicamente podía sentirme inútil por no haber podido salvar a su futuro marido, por no haber logrado proteger su felicidad. Su alegría era la mía y cuando la vi desmoronarse por la pérdida, sentí que ese cálido sentimiento se me fue arrebatado.»

Ese recuerdo se desvaneció entre miles de imágenes fracturadas que representaban su memoria y, ante él, una nueva escena se construyó, otra remembranza del pasado.

La representación de un joven Jiraiya dándolo todo en el campo de batalla. Luchando hábilmente con su katana, con el sonido de profundos lamentos, y gritos de batalla que se expandían a su alrededor. Sin embargo, a pesar de tener unas habilidades notables, no pudo evitar ser víctima de uno de sus enemigos, quien lo atrapó con la guardia baja, en un momento dónde toda la energía que almacenó fue liberada sin reserva, y el samurái había quedado cansado.

El joven Jiraiya, trató de herir a muerte a su enemigo, (este se trataba de un miembro del clan Uchiha) pero esté le había acertado una estocada que hirió la mano que portaba la espada, el joven samurái fue golpeado con fiereza en el estómago, trastabilló, su cuerpo débil no pudo reunir las fuerzas suficientes para mantenerse en pie y cayó al suelo, a penas sus manos podían sostener el arma de forma firme y, en el preciso instante en el que observó como la katana de su enemigo era dirigida a su cabeza, cerró los ojos sin poder escapar de un instinto primario, el temer a la muerte. Aun así, no fue asesinado. La fría hoja de la espada no fue su ultimo recuerdo. Su cuerpo no fue hecho añicos en el campo de batalla. Abrió los parpados con la ansiedad de un hombre que teme el beso de la muerte. El soldado Uchiha que iba a asesinarlo, se desplomó en el suelo, inerte, sin vida, víctima de una katana que lo atravesó por detrás.

—Parece que te estás volviendo débil, Jiraiya — siseó en tono burlón, una voz que Jiraiya conocía a la perfección. Se trataba de Orochimaru, el líder del segundo escuadrón de batalla. Un hombre de apariencia de serpiente, que en esos años no simbolizaban el mal que el samurái desearía exterminar.

Orochimaru limpió la sangre de su katana y la regresó a su vaina con porte orgulloso.

—En tus sueños, Orochimaru — masculló Jiraiya, levantándose del suelo, envolvió la mano que se aferraba a la empuñadura de su katana con un pedazo de tela, así estaría seguro, pasará lo que pasará allí, no moriría sin honor.

Orochimaru le dedicó, a quien por ese entonces era su amigo, una sonrisa burlona, y ambos continuaron peleando codo a codo.

La visualización de esa escena no podía evitar traer melancolía y remordimiento al corazón de Jiraiya.

«Si quizás lo hubiera podido detener, en nuestro último combate, las cosas serían muy diferentes» pensó para sí mismo, mientras la imagen metal de él, reprochando a gran voz, la traición de quien, antes fue su amigo, se repetía en su mente una y otra vez.

Maldijo a esa versión suya del pasado. Un Jiraiya inmaduro que no aceptó la verdad. Fue demasiado ingenuo, dejó escapar a un hombre que se había aprovechado de su debilidad sentimental, aquella emoción traidora le daba esperanza de que, tal vez, Orochimaru solamente había elegido el camino incorrecto y regresaría a su hogar natal.

¡Torpe samurái ingenuo! Orochimaru nunca regresó, es más, sus brutales crímenes fueron conocidos en todo el territorio, y ese sentimiento de traición en el corazón de Jiraiya fue reemplazado por uno de culpa. Un intenso remordimiento por no poder detenerlo a tiempo.

Esas memorias de forma súbita se alejaron de su cabeza, y la esencia de un vivó recuerdo se presentó a él.

Se encontraba en un hermoso jardín rodeado de flores de Sakura, pisaba un suave césped verde bien cuidado. Unas rosas y margaritas en flor eran el blanco de mariposas y abejas, y, sobre el tronco seco de un árbol, estaban reposando Jiraiya y Tsunade.

—Entonces, te unirás a las filas del tercer escuadrón —dijo Jiraiya con cierta preocupación en su voz.

Se enteró hace muy poco tiempo de que la princesa Tsunade planeaba luchar fuera de la seguridad de Konohagakure del sur.

— Sí —se limitó a decir la mujer, en un suave susurró.

Jiraiya posó su mirada en su compañera. Era increíble lo diferente que se palpaba esa situación. No parecía una fraternal reunión entre dos amigos, se sentía más como una conversación entre amantes que en poco tiempo elegirían caminos distintos.

Mientras la Senju mantenía la cabeza gacha, los labios fruncidos y los ojos teñidos de melancolía, señal de una profunda reflexión, el samurái se dedicó a admirar la belleza indiscutible de la mujer. Una hermosura que rozaba la perfección, elegancia, y, a su vez, una que consideraba peligrosa y atrevida. Tsunade no cumplía lo que se esperaba de una joven dama de la nobleza, era todo lo contrario. Jiraiya no podía estar más orgulloso y atraído por su carácter, aunque él mismo se sentía intranquilo al observar el ligero velo de penurias en el semblante de la mujer, uno que ella se esforzaba por mantener oculto.

Ambos permanecieron en silencio sin decirse nada y decirse todo. El samurái bebió con éxtasis ese momento. Se trataba de una circunstancia efímera, donde ambos solo eran Jiraiya y Tsunade, sin importar los problemas externos, o lo que podría acarrear el incierto futuro.

***

De forma súbita Jiraiya sintió una fuerte presión en el pecho, y ese bello recuerdo se desvaneció en una especie de niebla. Intentó con todas sus fuerzas volver a él; sin embargo, todo esfuerzo que podía hacer su mente no daba ningún resultado. Había retornado al mismo sitio donde todo empezó. Su cuerpo petrificado sin poder mover ni un solo músculo, y ahora el agua no caía en pequeñas gotas, se escuchaba como el bramar de un océano en tempestad. La dulce melancolía fue remplazada por una violencia abrazadora.

Lo más perjudicial de su situación se empezaba a desarrollar en su mente, era un trabajo dificultoso, darle alguna clase de forma a miles de recuerdos borrosos, padecían estar cubiertos por una niebla espesa con la imposibilidad de acceder a ellos. Era como buscar de forma frenética un preciado tesoro dentro de cientos de baúles vacíos.

De forma imprevista un dolor intenso comenzó a oprimir el pecho de Jiraiya, intentó dar bocanadas de aire para controlar esa molestia; a pesar de aquello, con cada inhalación sentía que sus pulmones se llenaban de alguna clase de líquido. Su cuerpo, antes se sentía rígido, como si estuviera recostado en una plancha de madera, esperando el meticuloso análisis de un dotado en las artes médicas, ahora todo era diferente, no sentía el peso de ninguna de sus extremidades. No sentía sus extremidades. Era una extraña sensación, era como sí... se estuviera ahogando bajo el agua, y la presión lo empujará más y más hacia las profundidades del abismo.

Jiraiya debería estar asustado, con el corazón y el alma repleta de turbación y, sin embargo, dicha situación le era indiferente, sentía una peculiar paz, una profunda resolución marco la mente del samurái.

«¿Así termina mi vida? Todo mi pasado, mi presente, colapsan uno contra otros en mi mente. Estoy muy cansado, demasiado exhausto de haber vivido entre cadáveres, mujeres desconsoladas y niños asesinados. Solo quiero reposar... En paz»

La mente de Jiraiya se había desvanecido, sus últimas palabras fueron como un eco en una caverna húmeda y sombría. Sin embargo, cuando lo único que quedaba era la agradable sensación de un sentimiento que nunca lo había llenado, y las últimas palabras fueron pronunciadas a la nada misma, y la conciencia de un ser mortal se desvanecía en una clase de limbo, una nueva presencia se anunció en la mente del samurái.

«¿Quién...? ¿Quién está ahí?» fueron las primeras palabras que repitió a duras penas en su mente. Más no escuchó una respuesta.

Ahora sentía su cuerpo, una nueva sensación, cada músculo y articulación se sentían reales, no era el producto de su imaginación. Una cálida luz lo envolvió, una energía que lo sacaba de lo profundo de ese limbo que mantenía su mente inactiva. Esa paz que sentía se esfumó, aun así, algo más surgió en él. Un sentimiento que se expandió por todo su ser, la euforia de sentirse vivo. La dicha de tener un corazón que seguía latiendo. Una relajante y armoniosa energía que lo sacaba del agua y hacía retornar su mente y espíritu al reino de los vivos.

El samurái Jiraiya despertó de forma paulatina de su estado de inconsciencia. Lo primero que percibió al estar de nuevo presente en el mundo de los vivos era el dolor que emanaba de su hombro derecho, sentía las extremidades entumecidas. Los parpados le pesaban; en efecto, se sentían de plomo, a pesar de aquello, reuniendo toda la fuerza que podía canalizar, intentó abrir los ojos poco a poco. Su visión era borrosa, parpadeó varias veces, intentando acostumbrar su vista a una luz que parecía que hace largo tiempo no había presenciado.

—¿Dónde...? —Jiraiya hizo una mueca, conforme se le dificultaba hablar por su garganta seca —. ¿Dónde estoy?

La voz del guerrero salió en un débil susurró.

—Jiraiya - dono ¡Ha despertado!

El guerrero posó su mirada a un costado de su lecho y divisó al dueño de esa voz, un joven soldado. Antes de que el samurái pudiera pedir más explicaciones, el muchacho salió corriendo como una gacela de la tienda.

—Tsunade - dono, ¡Jiraiya - dono, despertó!

A la exclamación repleta de euforia del joven fuera de la tienda del herido, le siguió el sonido de pasos apresurados.

La Onna – Bugeisha se adentró al interior de la estancia. Jiraiya contempló como un rayo luz hizo resaltar su perfil, dando a conocer las expresiones de dicha mujer, por el rostro de Tsunade se manifestaba una mezcla de alivio, incredulidad y alegría.  

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