Enséñame a volar

Por Idoia_G

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"Si a mis 38 años, soltero, friki y hogareño me dijesen que mi vida iba a cambiar radicalmente en un segundo... Más

Intro
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítlulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 11

29 14 30
Por Idoia_G


            Me despierto con el vaivén de la cama. ¿Vaivén?

Abro los ojos de par en par. Anoche me dormí pensando en Lola. En su actuación de la noche, quedándose en bolas frente a mí. En mi tremenda erección y en como tuve que volver al baño a aliviarme. En la vida he tenido que masturbarme para aliviar nada después de estar con una chica. Pero es que Lola me provoca. No sé si aposta o lo hace sin querer. Pero me pone a cien en menos que canta un gallo. Miro alrededor y veo que Lola está de pie a mi lado, sobre mi colchón dando saltos. ¿Qué hace la loca ésta?

— ¡Buenos días grandullón! — Lola para de saltar y se sienta a horcajadas sobre mí. Su sexo queda sobre el mío. Solo nos separan dos finas capas de ropa ¿No se da cuenta de lo que hace? Quizá, se da cuenta de sobra y quiere Mambo. No, no me voy a hacer ilusiones. — ¿vamos a ir a correr? Tengo muchísimas ganas. — Sin darme cuenta, cojo a Lola por las caderas. ¡Dios es tan íntima esta postura! Me encantaría acabar con la poca ropa que nos separa, pero no debo porque solo pensarlo me va a matar. La agarro más fuerte y se calla. Me mira fijamente y se muerde su labio inferior. Lo está deseando, ¿no lo ves?, No, no quiero hacerme ilusiones. Si doy el paso es porque estoy seguro. Va a vivir en mi casa. No lo voy a tirar todo por la borda por querer echarle un polvo. Cierro los ojos y echo la cabeza hacía atrás. ¿Querer echarle un polvo? ¿En serio? — ¿Estás bien? Quizás es demasiado pronto — abro de nuevo mis ojos y la miro por la ventana sin decirle nada. El sol ya está saliendo. Si nos levantamos ya, podremos salir a correr y volver para la hora del desayuno sin problemas.

— Sí, vale. Me voy a levantar — Lola se lanza quedando tumbada sobre mí y me da un beso en el cuello. Nooooo, ¿por qué hace estas cosas? No quiero ir a correr, quiero tumbarme sobre ella, entrar en ella y correr la maratón entera si hace falta en su interior. Y me manda señales que me confunden ¡Joder!

Me incorporo con ella aún encima. Noto su presión ahí abajo. Ella la tiene que notar también. Se levanta mirándome todo el rato a los ojos.

— Voy a ponerme algo. Nos vemos en la cocina.

Salta de la cama y sale corriendo para cruzar el pasillo y entrar en su habitación. Yo me tumbo de nuevo y respiro hondo. Voy a necesitar paciencia. Mucha, me temo.

Ya me he puesto mis pantalones y mi camiseta para correr. Oigo un grito de Lola. ¡Mierda! ¿Qué habrá pasado?

Llego al salón y veo que Lola está con la boca abierta y totalmente quieta.

— ¿Qué pasa?

— No. Te. Muevas.

— ¿Qué?

— No. Hables. O. Se. Irá.

— ¿Quiénes? — no me puedo creer esto. Miro a mi alrededor, todo parece estar en su sitio. Lola se agacha y veo que se tira al suelo mirando bajo el sofá

Miaw!!

— ¿Dalton? — El nombre sale de mi boca. Claro, no le he dicho a Lola que hay mil gatos a los que alimento y a veces entran en la casa.

Ggrrrr Miaww?

El pobre gato, mi pobre Dalton asoma por el lateral del sofá huyendo de la presencia de Lola. Creo que el grito le ha asustado.

— Lola, levanta. Solo es Dalton. Uno de mis gatos

— ¿Uno de tus gatos? ¿Hay más?

— Sí, hay unos cuantos más. Venga levanta. — me agacho y la ayudo a incorporarse. Dalton está acercándose sigilosamente a Lola — Ven a la cocina. Si le abres una lata seguro que Dalton viene y se hace tu amigo. Si él es tu amigo, Belinda también lo será. Y después los demás también vendrán a ti. Solo tienes que ganarte a Dalton.

— ¿Cuántos gatos tienes? — Buena pregunta

— Bueno, tengo nueve gatos vacunados y con el chip. Tratados veterinariamente tengo otros dos Golfo y Loco, pero a los comederos suelen venir otros gatos e incluso crían. Pero no los controlo a todos veterinariamente. Decidí parar hace un tiempo. — Lola me mira fijamente con los ojos muy atentos. — Ya los irás conociendo. — Saco un par de latas y se las doy a Lola. — Ten, ábrelas haciendo ruido.

Lola hace lo que le digo y Dalton aparece por la cocina. Se sube a la encimera muy zalamero él y maullando continuamente. Es un golfo. Belinda asoma detrás de él, pero se queda por el suelo restregándose a las sillas. Lola les observa sin moverse con cara de felicidad. Tiene una sonrisa de oreja a oreja. Le paso un par de platos que tengo para sus latas caseras, como a mi sobrina Lucía les gusta llamarlas. Lola echa una de las latas en el plato y lo deja a su lado. Dalton se acerca despacio, muy despacio. Olisqueando el ambiente. Sabe dónde está la comida, pero Lola es desconocida, por lo que se acerca con cautela. Después de dos o tres minutos, Dalton empieza a comer y acaba acomodándose para ello.

— Puedes acariciarlo así — le digo a Lola mientras le acaricio el lomo a Dalton, quien ronronea a mi tacto. Lola le toca también y Dalton ya ni se inmuta. Lola me mira y yo le guiño un ojo. Vacío la otra lata en el otro plato y la pongo al lado de Dalton. Belinda hace su aparición estelar sobre la encimera y se acerca de la misma manera que antes lo hizo Dalton. Después de un par de minutos. Lola está sonriente acariciando a ambos gatos.

— ¡Me encantan! Siempre he querido tener animales en casa, pero mi padre odia los bichos. Como él los llama — hace un mohín muy gracioso mientras habla — y bueno yo no he tenido más remedio que acatar sus órdenes. Pero me encantaría tener un perro. Es mi sueño.

— Es incompatible con tu trabajo — la miro.

— Sí, lo es — suspira con resignación. — Pero, aunque nunca he querido tener un gato, me gustan estos animalillos. Son tan suaves.

— Vamos, te enseñaré donde comen. Hay más y así aprovecho y les echo de comer antes de irnos a correr.

— Siiii. ¡Qué pasada! No te hacía yo un amante de los animales.

— ¿Por qué? Pero si soy un alma solitaria. Soy el loco de los gatos. — La miro y se ríe de mí a carcajadas. — No te rías. Luego lo preguntas por el pueblo.

Salimos de casa por la cocina, nos dirigimos hacia la caseta de la piscina, donde guardo el pienso. Abro la caseta con mis llaves. Le enseño todas las instalaciones cubiertas que le he hecho a los gatos en este tiempo y le explico un poco la historia de Dalton y de los que vinieron después. Ella está encantada y más cuando al ir rellenando los comederos, el resto de los gatos conocidos van acercándose. Lola va haciéndoles fotos a todos y a todo.

— Menudo tinglao les has montado aquí. No pueden tener queja.

— No lo creo. ¿Nos vamos?

— Si. Tengo ganas. Mi amiga Marta siempre me dice que el ejercicio mañanero es el mejor para activarte cuerpo y alma. Y a falta de sexo, que es el que más te activa bienvenido sea correr.

Casi me atraganto con mi saliva al oírla. Madre mía, quiere sexo mañanero para activarse. Yo se lo daría encantado, pero me parece ordinario y de mal gusto decírselo. Así que mejor me lo callo. Salimos por la parte trasera de la parcela. Yo no suelo ir por aquí, pero salimos a un sendero que es más recto y tiene menos desniveles. Aunque correremos bosque a través. También es más sano y las vistas son mejores.

— Vale, vamos a correr por aquí. El circuito lo haremos en función de cómo te vayas notando — Lola asiente a todo lo que le voy diciendo. — Bien vamos a estirar primero — Lo hacemos. Yo estiro, Lola me imita y lo hace igual que yo. No quiero lesiones el primer día. — ¿Listos? — Lola asiente y comienzo a correr con ella detrás de mí.

300 metros después...

— ¡Paraaa! — Lola grita y me giro, la veo con las manos en las piernas, jadeando como si le faltase el aire. — No puedo más.

— Lola ¿me vacilas? Si solo llevamos 300 metros — miro mi reloj para comprobarlo.

— ¿En serio? — Levanta la cabeza y me mira. La verdad es que tiene la cara super roja. Madre mía, en qué hora le dije que sí a esto de correr.

— Lola en serio, todavía se ve la puerta de mi casa desde aquí. — Lola se gira.

— ¡Joder! ¡Qué triste!

— Venga, — me acerco a ella y le masajeo la espalda un poco, el roce me transmite mucho calor, está ardiendo — Haz un esfuerzo ¿vale? Vamos a intentar correr un poco más.

— Venga, vale un poco más.

300 metros después ...

— ¡Paraaa! — Me giro con el grito y Lola se ha tirado al suelo. Jadea de tal manera que parece que tuviese espasmos.

— No te creo Lola. No hemos andado más que 300 metros más.

— Lo siento ¿vale? Mi sensación es que llevo tres horas corriendo.

— Madre mía Lola, estás fatal — Me siento a su lado. La verdad es que estoy un poco sorprendido, no me esperaba una maratón, pero no esperaba esto — Nunca he visto a nadie con tan poco aguante. — me mira de reojo.

— ¡Qué vergüenza! — se tapa la cara con las manos.

De repente empiezo a pensar que quizá pueda hacer algo para al menos pasar el rato más... divertido y hacerla que se mueva.

— ¿A qué huele? – le digo haciendo que olfateo en su dirección con la nariz.

Lola arruga la nariz, se incorpora lentamente y el olor de intensifica.

— No lo sé. Es como olor a...

— ¡Joder Lola!

— ¿Qué pasa? – se sobresalta incorporándose de golpe.

— Te has tumbado sobre una mierda. Y bien grande. — Me levanto y me aparto de ella tapándome la nariz. ¡Qué ascazo, joder!

— Nooooo — se levanta de golpe y comienza a girarse sobre sí misma para ver lo de la mierda. — ¡Qué asco! — se pone a correr, ahora no está tan cansado ¿No? — se quita la camiseta la tira al suelo en un arrebato y yo no puedo dejar de reír.

— ¿Qué te hace tanta gracia? ¡Dios, voy a echar la pota! — se dobla sobre sí misma apoyándose en un árbol. Y empieza a obligarse a tener arcadas. Y te juro que yo no puedo dejar de reír. — ¡Deja de reírte! ¡Joder! ¡Javi!

— Es que... — no puedo parar — es que... tienes que verte la cara. Además, ahora has corrido ¿no? — Me mira con cara de pocos amigos. — ¿Ves como si podías? — la miro sin poder parar de reírme.

Mira su camiseta y la coge del suelo, está preciosa incluso con su cara enfadada. Casi más de lo que es habitualmente. Me encanta. Se lleva la camiseta a la nariz y la huele.

— ¿Me has vacilado, Javier? — Yo sigo sin poder parar de reír. Pero sí. Culpable de todos los cargos.

— Lola, tendrías que verte la cara en serio. Debería haberlo grabado.

— Eres un... — se lanza a la carrera contra mí, no me da tiempo a reaccionar y ella me empuja con todas sus fuerzas. Yo pierdo el equilibrio y me caigo de culo al suelo, pero sigo sin poder parar de reír. Se sienta a horcajadas sobre mí y comienza a darme puñetazos en el pecho.

— ¡Para Lola! — Le digo entre sollozos provocados por la risa. Le sujeto las muñecas para que deje de golpearme y su olor a fragancia de vainilla me llena los pulmones. — Hueles a Vainilla. — Dejo de reírme de golpe para mirarla. Nuestros ojos se conectan. Me encanta el vínculo que hemos creado. Me encanta cómo me hacer volver a ser un adolescente.

— Eres lo peor. — Se suelta de mi agarre. Se levanta y se pone la camiseta.

— Lola, no te enfades. Solo era una broma.

— Solo era una broma, solo era una broma —me dice en un intento de imitarme. — Ya puedes pensar cómo me vas a compensar por esto.

— Café y pastel de chocolate.

— ¿Qué?

— Te invito a pastel y café. En la panadería de mi madre. Así la conoces. ¿Qué me dices?

— Ya puede estar bueno — me lo dice mientras me señala con un dedo y finge seguir enfadada, pero voy conociendo sus gestos y noto la sonrisa bajo su intento de estar seria.

— De rechupete. Ya lo verás.

Me levanto del suelo y comenzamos a caminar, por aquí podemos llegar al pueblo también. Aunque se da algo más de vuelta. Al principio Lola va callada. Me mira de reojo a veces y yo a ella también. A veces la pillo mirándome y al revés. Parecemos dos adolescentes. En serio.

— No me habría imaginado nunca ese lado bromista tuyo. — Suelta de repente.

— Ya bueno. No me conoces. Me conoces en un ambiente de trabajo. Ahí soy más serio. Pero somos muchos hermanos. Imagina, la cantidad de travesuras que se nos ocurrían de pequeños.

— En el curro eres mucho más serio. Me encantaría haberte conocido de pequeño. — Sus mejillas se encienden con el comentario.

— Si — no sé dónde quiere ir a parar.

— Me gusta este Javi. Divertido — me mira y todo mi cuerpo recibe una especie de descarga directa de sus ojos, una descarga de electricidad que se distribuye a través de todo mi cuerpo — relajado, gracioso.

— Me alegro de que te guste. Por cierto, tienes una manía de desnudarte que no es normal — le doy con mi hombro en el suyo y se ríe — Deberías hacértelo mirar.

— Bueno, me siento a gusto con mi cuerpo. No enseño nada que no hayas visto antes. ¿Verdad? — Verdad, pero nunca un cuerpo había despertado tanto en mí. Y no solo físico — Además, delante de ti me siento segura.

— Pareces el anuncio de seguros ese. — Se ríe a carcajadas.

— Pues tú me haces sentir así. Siento que contigo puedo ser yo. Sin maquillaje, sin fingir, sin florituras. Siento que eres... no sé, necesito estar cerca de ti.

— Me alegro, porque a mí, a pesar de las primeras impresiones, También me gusta estar cerca de ti. — la atraigo un poco y le paso el brazo por los hombros. Es un gesto de amigos, pero detrás hay mucho más. Me gustaría que hubiese mucho más.

Llegamos a la panadería de mi madre mientras seguimos hablando acerca de lo que nos vamos encontrando por el camino, le cuento, un poco, la historia del pueblo.

— Buenos días — Saludo a mi madre nada más entrar. Mi madre levanta la vista del mostrador y sonríe al vernos.

— ¡Gordo! — Qué manía. Le arrugo el gesto. — Oh, venga seguro que a ella no le importa que te llame gordo. Princesa. ¿Cómo has dormido? ¿Has descansado bien?

— Sí, Rosario. He dormido genial.

— ¿Y cómo habéis venido tan temprano?

— Hemos salido a correr — Lola se señala el cuerpo, mostrando el atuendo que lleva.

— ¿Correr? Pero si no has llegado ni a la esquina — La miro riéndome.

— Oh, perdón. He dicho que hemos salido a correr, no he dicho que hayamos corrido. Yo lo he hecho. Otra cosa que no sea suficiente para ti. — Sé que está de broma, pero pone su mejor cara de enfado y se cruza de brazos — Eres muy exigente como monitor.

— ¡Hijo! Tienes que ir con más calma. — Mi madre la defiende. ¡Encima!

— Mamá. No hemos hecho ni 600 metros. Y ni siquiera del tirón.

— Estoy desentrenada — Lola se defiende.

— No has corrido en tu vida — le respondo.

— Bueno, niños, no discutáis. ¿queréis pastel de chocolate? Creo que Enzo ya lo tiene listo.

— Sí, por favor — Lola lo suelta haciendo aspavientos, todo muy teatral — necesito reponer fuerzas.

— Ya — paso por detrás de ella y la agarro del brazo — ¡Vamos! — tiro de ella hacia el interior del horno. — Buenos días enano.

Enzo se gira y nos mira a los dos alternativamente.

— ¡Vaya! Mi tío y su rehén. ¿Necesitas que te salve, princesa? — Enzo le hace una reverencia a Lola a lo que ella le responde con un beso en la mejilla.

— No será necesario. Me defiendo sola. — le guiña un ojo y se pone a mirar por todos lados. — Así que aquí se cuece todo ¿Eh?

— Exacto. Tío, siéntate. Voy a haceros un café. ¿Cómo te gusta Lola?

— Con leche, gracias.

— Dos con leche, entonces.

Nos sentamos en dos baquetas que tiene mi sobrino por la cocina. Lola me mira y me guiña un ojo. Yo le dedico una sonrisa. Esta chica me tiene embobado. La verdad. Necesito una señal, para dar un paso adelante. No quiero lanzarme al vacío, sin más. A veces creo que están ahí, que me manda señales, pero otras veces, creo que son imaginaciones mías.

Nos tomamos el café y decidimos que nos vamos a casa. Según Lola a ducharnos, para quitarnos la sudada. Yo quiero irme, para descansar. Nos despedimos y nos vamos caminando de nuevo, pero esta vez por el pueblo. Me cruzo con Germán y Azucena.

— ¡Bicho! — mi hermana siempre me ha llamado así. De pequeño reconozco que era un poco trasto y siempre la sacaba de quicio. Me llamaba bicho a malas, pero luego se convirtió en un mote cariñoso. Se acerca y me da un abrazo y dos besos.

— Azu. ¿A la panadería? — le señalo hacía la calle por donde veníamos Lola y yo.

— Sí, tenemos que trabajar. — Mira por encima de hombro hacía Lola.

— Lola — me giro para hablar con ella — esta es mi hermana mayor, Azucena y su marido Germán.

— ¡Hola! — Lola se acerca y les da dos besos a cada uno. — Vaya, he perdido la cuenta de cuantos hermanos tienes. — Lo dice entre risas y los demás reímos con ella.

— Sí, somos unos pocos — Azucena le contesta mientras la mira de arriba abajo. — No te había visto nunca por... aquí.

— Ya, me acabo de mudar con el grandullón — me señala, mi hermana me alza una ceja y yo levanto ambos hombros. Ya se lo explicaré — Además soy su compañera de trabajo.

— ¿Vaya — mi cuñado me da una palmada en la espalda, muy de hombres todo — Te has ligado a una azafata? Esto es muy impropio del recto de mi cuñadito.

— No soy azafata. — Lola le suelta algo agitada, aunque no demasiado molesta. Me he dado cuenta de que le molesta que la comparen con las azafatas. — Soy Piloto. Como él.

— Perdón, ¡Joder! — mi cuñado habla mientras mi hermana le da una colleja.

— Siempre hablas sin saber.

— Bueno, tengamos la fiesta en paz — intervengo nates de que llegue la sangre al río. — Lola y yo nos vamos a casa. Nos vemos mañana ¿Sí?

— Claro bicho.

Mi hermana y su marido se despiden de nosotros. Y seguimos hacia casa.

— Oye, no se lo tengas en cuenta, es un poco bocazas.

— Tranquilo — Lola me mira y me sonríe. — ¿Cuántos hermanos sois?

— Somos siete hermanos.

— Vaya. A mí me habría encantado tener hermanos.

— ¿Eres hija única?

— Sí. A mis padres les costó mucho tener hijos. Yo soy su pequeño milagro. —veo un extraño gesto en su cara, no tengo por qué desconfiar, pero siento que no es la verdad. Hay algo oculto en sus gestos.

— Bueno, ser muchos a veces tampoco es bueno. Creo que por eso valoro tanto la soledad. De pequeño, era imposible quedarse solo para pensar. Y siempre todos se enteraban de todo. No tenía privacidad, ni nada que se le pareciese.

— Ya. Bueno imagino que cada cual, añora aquello que no tiene.

— ¿Estás bien Lola? — la paro con mi brazo, no m gusta verla tan... ¿triste?

— Sí, claro. No me hagas caso. Me encanta que seáis tantos hermanos. ¿Viven todos aquí?

— Sí. Todos en el pueblo. Mañana los conocerás.

— ¿Mañana?

— Sí. Los domingos hacemos comida familiar. Suele ser en mi casa. Los conocerás a todos. Bueno, si quieres quedarte a la comida, claro — le sonrío y ella a mí. Se agarra de mi brazo y seguimos caminando mientras le cuento cómo es mi familia y quién es cada uno. Creo que es un claro ¡Sí, quiero conocerlos!

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