RELATOS DE EÓN: LA CIUDAD DE...

Bởi DrAlcheon

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Esta pequeña historia es el relato de Minos y de cómo vivió y qué sintió durante el asedio de Fésoda. Para l... Xem Thêm

La Calma

Fésoda

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Bởi DrAlcheon


Era ya de día y el sol anunciaba el comienzo de una nueva jornada. El aire, frío y característico del invierno, de la Época de la Oscuridad, soplaba con una suave brisa. A pesar de ello, el viento arrastraba de vez en cuando partículas procedentes desde más allá de la ciudad de Fésoda, desde el desierto de Narkerlogion, que hacía que los ojos se volvieran rojizos por la irritación del polvo. Un chorro de agua fría me sacó de mi adormilamiento, espabilándome un poco. Las últimas noches habían sido un constante devenir de miedos y preocupaciones y el sueño, huidizo, me esquivaba. Muy lejos se encontraba mi ciudad natal, sentía que me encontraba cerca del fin del mundo, pero no era por la distancia del hogar, más bien, por la distancia con Shilia, eso y la guerra que se cernía sobre todos nosotros. A pesar de haber estado entrenando toda mi vida para el combate, ahora mis pensamientos eran presa del miedo y del desconcierto.

-Debemos darnos prisa, hoy alcanzaremos la ciudad. -Anunció Myron mientras el grupo se preparaba para la travesía-. Abandonaremos el bosque de Rengorn y accederemos a la ciudad por el puente noreste.

-Mi señor, patrullando el bosque por la noche, nos hemos encontrado con numerosos campesinos y granjeros que se dirigen a Fésoda. -Respondió Karan.

El guardia personal y comandante de la ciudad de Fésoda se encargaba de velar siempre por la seguridad de Myron. Yo sentía compasión por él pues se esforzaba por agradar y cumplir todas las órdenes de su señor y este le correspondía con desagrado y mala educación. Durante los escasos días de viaje, desde que salimos del templo de la Tierra, había estrechado lazos con aquel hombre, Karan. Yo había sido nombrado el guardián de la elemental de la tierra, mi deber era conocer a la perfección todo acerca de las fuerzas militares de Gálano y, aunque había leído cientos de libros en la Biblioteca del Saber, aún tenía muchas preguntas. Los guardias de élite, incluido él, tenían el pelo rapado y no pude evitar preguntar a Karan, sorprendiéndome la respuesta tan anodina. Su contestación fue que los soldados de élite deben de viajar por todo Gálano, incluyendo el desierto y las zonas del Páramo del Cuerno. Para evitar tener que lavarse el pelo y estar presentables ante los grandes señores, deciden cortarse el pelo. No era una obligación, pero en palabras de Karan es "una preocupación menos" ya tenían suficiente con no ser devorados por criaturas extrañas o por ser asesinados por alguna tribu que habitara en los desiertos.

-Estarán buscando refugio en la ciudad, y debe ser así, nos aseguraremos de que ningún súbdito sufra daño alguno. ¡Ahora, A prisa! -Respondió con brusquedad el gobernante de Fésoda a su comandante.

Levantamos el campamento tan rápido como lo habíamos montado hacía escasas horas. Desde nuestra apresurada salida desde el templo habíamos viajado tan rápido como los caballos podían galopar y descansábamos lo justo para que los animales no desfallecieran. Junto a Myron y a su guardia personal, nos dirigíamos a Fésoda Anne, Eris y Atnuil, a lomos de su grifo. Nos habíamos detenido para que las monturas de Myron y sus soldados descansasen un poco y darles de abrevar, aunque si por mi hubiera sido, habríamos mantenido el galope día y noche sin descansar. Mi montura podría aguantar días galopando, y las monturas de las elementales eran furias, bestias mágicas que sobrepasaban con creces cualquier equino. Durante las horas de descanso, Anne y Eris se dedicaban a patrullar y a hacer extraños encantamientos que yo no comprendía, según ellas, eran para evitar que el enemigo nos encontrase mediante el uso de la magia. Atnuil, por su parte, vigilaba desde el aire a lomos de Rel. Había podido divisar un gran ejército en la lejanía y a su paso solo quedaban cenizas y muerte; y Atnuil no quería que les alcanzara antes de estar tras la seguridad de los muros de Fésoda.

A un toque de trompeta comenzamos de nuevo el galope a lo largo del bosque. Pude preciar y confirmar cómo era cierto lo que Karan nos había contado. A medida que nos acercábamos a Fésoda, nos encontrábamos con más campesinos y comerciantes que huían de una muerte segura.

Tras varias horas, los árboles del bosque comenzaron a abrir paso a un claro, llegando a los límites del bosque de Rengorn. En la lejanía se podía admirar la grandeza de Fésoda, o la Ciudad de Piedra Eterna, como se designaba en algunos manuscritos antiguos. La ciudad se alzaba sobre una gran colina en torno a dos grandes bases ovaladas, ubicada junto al río Táldien. La gran colina sobre la que se alzaba ofrecía una ubicación ventajosa y difícil de conquistar y el río, era fuente de vida y alimento. Desde el este solo se podía acceder a la ciudad a través de uno de los dos grandes puentes que cruzan el río. Nuestro grupo continuó a galope tendido, encabezado por Karan, seguido por los soldados con el estandarte de Fésoda, tras ellos, iba Myron, escoltado por Anne y Eris. Por último, cerrando el paso, íbamos Atnuil y un servidor. No aminoramos la marcha forzada hasta que llegamos al puente noroeste, no sin antes atravesar los pequeños barrios que se habían seguido construyendo, ampliando la ciudad al otro lado del río. Los barrios, denominados como las Aceñas, eran en su mayoría casas pertenecientes a artesanos, mercaderes y pescadores,

Una vez que llegamos al puente, me maravillé ante la imponente Fésoda. Las construcciones eran dignas de mención en cualquier escrito sobre arquitectura. Los puentes, hechos de piedra maciza y anchos para permitir el paso de una gran cantidad de gente y carromatos, e incluso, soportarían el peso de un ejército marchando sobre ellos. Reparé en que las idas y venidas de los campesinos y comerciantes eran incesantes, muchos corrían a la ciudad en busca de refugio y solo unos pocos la abandonaban en busca de una fortuna mejor. Más allá del puente, se encontraban las murallas que rodeaban la ciudad; formadas por bloques de más de una vara de largo de piedra y sus muros se alzaban más de ochenta pies de altura. La ciudad estaba conformada por dos niveles, en el inferior se encontraban la mayoría de las viviendas, distribuidas en diferentes barrios. En el nivel superior se encontraba el palacio real, junto con los cuarteles de la guardia de la ciudad.

-Por fin, mi querida Fésoda. -Dijo con cierta nostalgia Myron. Un nuevo toque de trompeta, esta vez proveniente de los guardias de las murallas, anunciaban el regreso de su regente. Desde la gran puerta noreste, un séquito salió a recibirnos y la guardia formó en torno a Myron para comenzar su travesía por la ciudad. Miré a Atnuil y vi en sus ojos reflejada la misma admiración que yo sentía. Avanzamos a paso rápido, recorriendo todo el primer nivel de la ciudad, comenzando por la parte norte. Era un acto previsible, pues Myron quería dejar claro que su regente, su salvador, estaba de nuevo entre aquellas murallas. Era obvio que quería mandar un doble mensaje, por una parte, de seguridad a sus ciudadanos y por otra, dejar claro que la autoridad es él y que todos deben recordarlo.

En el momento de su entrada por la puerta al interior de la ciudad, el gentío comenzó a congregarse en las calles para recibir a su señor con vítores y aplausos, algunos incluso se animaban y soltaban flores a su paso. Sin embargo, yo seguía maravillándome con aquella ciudad. A mi derecha, se alzaba la gran muralla, mientras que a mi izquierda se levantaba la colina, culminada por la muralla del segundo nivel, tan imponente como la del nivel inferior. Recorrimos la colina de Islanar, una pequeña elevación sobre el primer nivel, que llevaba el nombre del fundador de la ciudad, en la segunda edad. En esta zona se ubicaban los barrios humildes llenos de mercaderes de baja reputación que solo buscan un poco de suerte para ganarse la vida. Después, continuamos hacia la plaza Rosal, su nombre era bien acertado, pues estaba cubierta en su totalidad por rosales, cuidados por las grandes casas de los nobles que habitan aquella zona. Continuamos hacia el sur del primer nivel, donde se encontraban los barrios de grandes mercaderes, entre los que destacaban las herrerías de la ciudad que trabajaban el metal que extraían de las montañas Feldestio, por ello, el nombre de esa zona era el de Martillo y Yunque, debido al continuo sonido tintineante del martillo golpeando el metal. La diferencia en las construcciones dentro de la muralla era considerable, en el exterior de las murallas, las pequeñas casas eran de madera y paja, mientras que en aquellos barrios las casas señoriales estaban construidas a base de piedra, e incluso mármol, hasta las construcciones de la colina Islanar, donde se ubican los barrios pobres intramuros, eran dignas de elogio.

Llegaron al sur de la ciudad, hasta la gran puerta del sur, y frente a ella, el Templo del Hacedor, lugar de oración para los más necesitados y de búsqueda de perdón para los pecadores. Karan me había contado dos noches atrás, que a diferencia del resto de templos en los que había estado, este templo era diferente. Se dividía en dos partes, un nivel inferior, al que acude el pueblo y un nivel superior, al cual solo tiene acceso el regente desde el nivel superior de la ciudad. De esta manera Myron no tenía que juntarse con el resto del pueblo, dejando clara su superioridad, incluso ante el Hacedor. No me pareció una decisión correcta por parte de un buen líder, por muy regente, o rey que seas, el templo está erigido para que todos sean iguales en el momento de atravesar sus puertas. Aquella noche, Atnuil no pudo evitar bromear sobre cómo se sentirá Myron cuando ella sobrevuela la zona, estando a un nivel por encima de él.

Continuamos el recorrido, ahora de nuevo hacia el norte, visitando barrios más modestos que los que dejaban atrás, pero no tan humildes como los del norte, hasta llegar a la puerta Miranor, en honor al último rey de Fésoda, antes de comenzar el regentado. Aquel barrio recibía el nombre de ese mismo rey.

Delante de ellos se alzaba el ascenso al segundo nivel, hacia la zona de palacio, ubicándose en la parte superior de la colina. "Ingenioso" pensé, si un ejército intenta conquistar la ciudad, además de la fuerte defensa de los muros y el ejército de la ciudad, tendrán que enfrentarse a la defensa natural de la colina, perdiendo fuerzas en el ascenso.

Tras la puerta, a mano derecha, quedaban los jardines reales, idóneos para pasear por ellos y perderse en los pensamientos, además, en ellos se encontraba el panteón real, lugar de descanso eterno para los grandes reyes del pasado. Al oeste, se alzaba el gran palacio, donde se alojaba y vivía Myron. Desde sus ventanas, podía vigilar al pueblo. Contiguos al palacio, estaban los cuarteles de la guardia, donde se alojaban los soldados, ofreciendo seguridad al regente.

En silencio, nos dirigimos a palacio, descabalgando a sus puertas mientras unos mozos de cuadra se hacían cargo de nuestras monturas. Uno de ellos se quedó pálido al acercarse a la montura de Atnuil. Por su expresión, deduje que jamás había visto un grifo y se acercó a la bestia con suma precaución. -Tranquilo chico, Rel ha almorzado un par de cabras esta mañana y no te comerá. -Bromeó Atnuil, al ver el miedo dibujado en los ojos del mozo intentó tranquilizarlo, sin éxito alguno.

-No asustes al muchacho Atnuil -respondí, con cierto tono de reproche. Imaginé que mi expresión no fue muy diferente la primera vez que vi a Rel, llegando a los jardines de Sínoe.

Atuil sonrió y acarició a si montura-. No te hará nada, es mi mejor amigo y mi corazón confía en el más que en otra persona. -Con aquellas palabras, pude apreciar que el rostro del mozo de cuadra se relajaba un poco, pero sin llegar a tranquilizarse del todo.

Los guardias se despidieron con una reverencia hacia Myron y se retiraron a descansar, a excepción de Karan. Anne, Eris, junto con Atnuil y conmigo, seguimos a Myron hacia el interior del palacio, seguidos por Karan.

Ascendimos por una gran escalinata hacia el gran palacio de Fésoda o la Casa de Piedra Blanca, como se llamaba en la época de los antiguos reyes. Se alzaba sobre mi cabeza más de 90 varas y era absolutamente grandiosa. Labrada en piedra blanca y gris y levantada en el punto más alto de aquella colina en la que se ubicaba la ciudad. Parecía como si la misma colina fuera una extensión de aquel palacio. Se componía de tres zonas fácilmente distinguibles: una nave central que terminaba en una torre más alta, la cual simbolizaba el poder del rey y, flanqueándola, dos torres más pequeñas, pero aun así colosales, que representaban al pueblo y al elemental de la tierra. De las dos torres laterales, se desplegaban puentes y contrafuertes a la central, dejando una clara muestra de que el rey debe estar apoyado en el pueblo y en el elemental.

En su interior, atravesamos grandes salones y diferentes estancias hasta llegar al salón real, donde nos esperaban para recibirnos una docena de sirvientes.

-Aseguraros de acomodar a mis invitados, que tengan una bañera con agua caliente y comida para que repongan sus fuerzas -ordenó Myron haciendo un ademán con su mano-os haré llamar para que nos reunamos junto con los nobles la defensa de la ciudad en un par de horas.

A su orden los sirvientes se dirigieron a cada uno de los presentes. Uno de ellos, de aspecto jovial, no tendría más inviernos que yo, me guio por los diferentes pasillos hasta llegar al aposento que me habían cedido. Sin mediar palabra, se despidió y se marchó.

Me adentré en la estancia y descubrí que era una lujosa habitación, con un techo alto y una alfombra de piel en el suelo. Tenía una cama de considerable tamaño, con un colchón de plumas y un ventanal que dejaba entrar la luz por el este. A un lado de la habitación había una chimenea encendida que mantenía una temperatura agradable. También destacaban cuadros al óleo colgados en las paredes y muebles de madera de fresno bien cuidada. Al fondo, se encontraba una puerta que daba a un pequeño aseo donde había una bañera llena de agua caliente que desprendía un leve vapor. Sentí el cansancio en mi cuerpo y me dispuse a disfrutar de ese baño. Me quité la ropa, dejándola encima de la cama y me sumergí en el agua. Sentí un escalofrío por la sensación placentera del agua en mi piel. La apresurada marcha no me había permitido relajarse y pensar con un poco de calma. Mientras notaba como mis músculos se relajaban, mi mente volvía a la orilla del lago Coilos, con la última visión de Shilia antes de marchar. Recordé sus pequeños mechones de pelo, cayendo suavemente sobre sus hombros, siendo balanceados por la suave brisa, como si bailaran una danza, cuyo ritmo lo marcaba el viento. Recordaba sus ojos, de color parduzco, y el calor reconfortante de sus labios, pensando en si estaría bien y si pasaría mucho tiempo hasta poder volver a tenerla entre mis brazos.

Me encontraba tan relajado que casi me sumergí en un sueño, pero pude reaccionar a tiempo de no caer dormido. Me lavé, restregando fuerte mi piel, manchada por el polvo para estar presentable y me vestí con la ropa que habían dejado en la cama. Alguien debió de entrar en la estancia, seguramente el chico que me llevó hasta la puerta, mientras estaba en la bañera, llevándose mis ropas sucias y sustituyéndolas por una camisa de lino verde, en cuyos puños se encontraba bordado el emblema de Fésoda, y unos pantalones también de lino, pero de un color negro más apagado.

Un olor llamó mi atención y sentí rugir mis tripas, recordando que estaba muerto de hambre. No había reparado que encima de la pequeña mesa, cerca de la chimenea, había un plato con guiso caliente y una hogaza de pan.

Me senté en una de las sillas y me terminé hasta la última gota del guiso, estaba famélico y hacía días que no había podido disfrutar de una buena comida, y lo que es peor, no sabía cuándo iba a volver a comer un plato caliente y mi estómago se sentía agradecido por ello.

Apenas me dio tiempo para relajarme acostándome sobre la cama cuando tocaron a la puerta.

-Adelante -anuncié, incorporándome lentamente, como si llevara una armadura de hierro.

-Señor, ya está todo preparado -respondió aquel chico, asomando su cabeza por la puerta.

-No me llames señor, solo soy un pobre desgraciado. -Le contesté, frotándome los ojos para desperezarme.

-Lo siento, señor, digo... -observé como se ruborizaba mientras se trababa al hablar.

-Tranquilo, llámame solamente, Minos ¿Tu nombre es? -Pregunté suspirando.

-Mi nombre es Talor.

-Es un placer, Talor ¿Me has traído tú estas ropas? -Señalé la camisa de lino que llevaba puesta.

-Si, estimé su talla, espero que haya acertado. -El chico se tocaba el pelo nervioso.

-Y con mucho acierto, me queda como un guante.

-Tanto sus ropas como su armadura las están limpiando, al igual que su espada y su escudo.

No había reparado en que no estaban mis armas en la estancia, estaba tan relajado que mi mente estaba nublada.

-Se agradece, acudamos rápido, no quisiera ofender a mi anfitrión. -Dije con elegancia, saliendo de la estancia tras Talor.

Durante el recorrido por el largo pasillo, me encontré con Atnuil. Desde luego que agradecía su presencia, aunque bien preferiría la compañía de Shilia. A pesar de ello, sentía que solo la tenía a ella y percibía que Atnuil sentía lo mismo. Podía notar como se sentía incómoda en aquel lugar, había percibido que no se sentía especialmente cómoda entre los muros de Fésoda y me preguntaba si sintió lo mismo cuando estuvo en Sínoe.

-Nunca había imaginado que supieras llevar un vestido. -Aseguré con cierto tono risueño. Me había sorprendido ver a Atnuil sin su típico uniforme, en cambio, llevaba un vestido del mismo color que la camisa que llevaba, con mangas anchas y cuya falda llegaba hasta el suelo. Un vestido un poco sobrio para un gran palacio, pero demasiado elegante para llevarlo a una cacería.

-¿Qué sucede Minos? ¿Por qué no soy Shilia, no eres capaz de imaginar a otra mujer con vestido y que este le siente bien? -Me preguntó Atnuil con tono de burla. Me había dado donde más me dolía, si bien algunas personas, entre las que se encontraban Atnuil, sabían de mi relación con Shilia, yo no era dado ni si quiera a mencionarlo.

-No, es solo que nunca te había visto como una mujer, ni siquiera había reparado a pensar en ti como una. -Me apremié a responder para no mostrar que el aguijón de Atnuil había dado en el blanco.

-Te sorprendería. -Se limitó a decir. Los tres continuamos en silencio hasta llegar a la sala del trono donde nos esperaban el resto de los asistentes.

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