Conexión Irresistible © [Paus...

By LuisianaVons

79.5K 8K 2.7K

"Jamás pensé que podría llegar a sentir esta conexión irresistible" Jessica Parker está consciente de que le... More

Conexión Irresistible
0|La Despedida.
1|11:11.
2|Hilos.
3|Desconocidos.
4|Fingir.
5|Eureka.
6|No Significa No.
7|Malas Combinaciones.
8|Menos Diez.
9|Lenguaje Mimo.
10|Otra Vez.
11|Deja Vú.
12|Confesiones.
13|Momentos Adecuados.
14|Recuerdos.
15|Sueños Cumplidos.
17|Torturas.
18|Campo de Batalla.
19|Sin Estrellas.

16|La Ruptura.

1.8K 274 85
By LuisianaVons

Eduardo


El sol se ha puesto cuando arribo a mi departamento. Me he pasado la noche entera con Jess recordando los viejos tiempos que vivimos juntos. El recuerdo sigue tan vívido que apenas me he dado cuenta de lo mucho que hemos tenido que atravesar para llegar a coincidir una vez más.

Pero, hemos vuelto a coincidir en un mundo atestado de personas.

Y me aferro a ese suceso que ha cambiado todo.

Porque lo ha hecho. Desde aquella noche en la que coincidimos de la forma más inaudita que pueda existir; mi vida ha dado un puto giro de ciento ochenta grados.

Con una sonrisa, que sospecho no podré arrancar de mi cara durante el resto del día, me zambullo en el ascensor. Un tintineo precede a la apertura de las metálicas puertas. Echo un vistazo a mi rostro a través del espejuelo. Tengo el cabello hecho un desastre, al igual que la ropa arrugada. Dos grandes círculos ennegrecidos se pintan debajo de mis parpados como una señal evidente de mi trasnocho.

Mierda, dude. Estoy tan perdido justo ahora.

Sigo sin poder creerme que todo esto esté sucediéndome a mí. Y, siendo sincero, creo que vamos por un buen camino. Jess, finalmente, ha admitido sus sentimientos por mí. Imaginar que he tenido que aguardar diez años para escuchar esas palabras salir de su boca.

¡Diez años!

¡Mierda!

La euforia me atrapa mientras deambulo por el vestíbulo vía a mi departamento. Me detengo frente a la puerta, y hurgo en los bolsillos de mis vaqueros para encontrar la llave. Demoro alrededor de varios minutos, hasta que me la tropiezo. La inserto en la cerradura, y empujo mi hombro contra la puerta en una maniobra que habíamos tenido que ingeniarnos para abrirla últimamente. Deberíamos llamar a un herrero, pero Eugene insistió en hacerlo antes de irnos del apartamento para no gastar en cosas innecesarias antes.

Suspiro, abriéndola con cuidado.

Acto seguido, me encuentro con, posiblemente, la escena más perturbadora que haya podido imaginarme en la jodida vida.

—¿Qué demonios ocurre aquí? —emito, con mi mano todavía sosteniendo el picaporte.

Enseguida, los dos cuerpos sudorosos y semi desnudos que se besuqueaban apasionadamente en el sillón, se alejan con avidez.

Miro a Loise, cubriéndose con una manta. Su cabello platino vuelto un estropajo.

Sin otra alternativa, Eugene se cubre ahí con grandes almohadones.

Permanezco analizándolos en un silencio que me pasma. Ellos también se han enmudecido. Se ven entre sí, incapaces de hablar.

Sin embargo, su reacción solo me causa gracia.

Contengo la risa que me hormiguea en la punta de la lengua, y empujo la puerta para cerrarla, sin quitarle la mirada de encima.

—Bueno... —insisto, armando una mueca en mi cara para no demostrar la risa que me produce atraparlos con las manos en la masa.

Ellos lucen culpables.

Eugene decide romper el silencio. Sus afilados ojos rebotan de Loise para terminar sobre mí. Sigue escudándose con un par de almohadones decorativos.

Tendré que reemplazarlos. ¿Cómo veré películas abrazando aquellos almohadones luego de descubrir a mis dos compañeros teniendo sexo sobre ellos?

Y lo peor, Eugene cubriendo a su despierto amigo con ellos.

Se aclara la garganta con fuerza.

—Nosotros no...

Loise le interrumpe, rodando los ojos.

Parece molesta, abrumada y avergonzada.

—No es lo que parece —aclara ella.

Muevo la cabeza, asintiendo.

—¿Ah no?

—No. —Se apresura en negar. Oh, dios. Tendré diversión para ratos con estos dos.

—Entonces, ¿no estaban cogiendo? —indago. Sé que me he esforzado en no reírme, pero puedo registrar la carente seriedad en medio de mis palabras.

Más, ellos no lo hacen.

Sigue habiendo mucha tensión entre ambos.

El rostro de Loise se vuelve un entero poema rojizo.

Tan rojo como el bóxer de Eugene.

—¡No digas eso! —chilla, apretando los dientes.

Fuerzo a mis labios a permanecer firmes.

—¿El qué? ¿El que estaban cogiendo? —reitero, con un evidente énfasis.

Ella deja salir el aire de sus pulmones. No se ha movido, y todo su semblante brusco se ha vuelto un ovillo lleno de vergüenza.

Pero, ¡venga!

¿Qué clase de amigo sería si no me burlo de su relación absurda y ahora los encuentro follando en la sala?

—Eduardo —advierte. Sus dedos se empuñan alrededor de la manta que rodea su pequeño y delgado cuerpo—. Estábamos ebrios —alega como excusa.

Me llevo una mano a la barbilla, y apoyo el codo sobre mi antebrazo, amoldando una mirada radiante de acusación en la cara.

—¿Sí?

Ella asiente.

Parece querer metérselo a juro a la cabeza.

—Sí. Fue todo. No sabíamos lo que hacíamos.

—Hum...

Eugene solo se queda mirándola con los ojos bien abiertos.

Luce discrepante con la explicación que me ha dado Loise. Pero no hace nada para llevarle la contraria.

Se me ocurre que solo no quiere que las cosas se carguen más de lo que van.

De cualquier modo, sigo tragándome las risotadas que se conglomeran detrás de mi lengua.

—¿No me crees? —interroga ella. Su cara es una completa nota de suplicación.

Ella necesita que le crea por alguna razón.

Tal vez... para que pueda convencerse a ella misma. Loise siempre ha sido una obstinada. Pero, por encima de todo, una terca a aceptar cuando algo no le sale como quiere o simplemente se le escapa de las manos.

No respondo, por lo que Loise empieza a desesperarse.

—¡Eduardo! ¡Di que me crees!

Me dedico a mirarla, apretando los labios. Sus ojos a punto de salir corriendo al balcón para lanzarse desde un octavo piso, me obligan a detener mi tortura.

Solo asiento.

—Sí. El alcohol nos hace cometer cosas que no queremos aceptar cuando estamos sobrios. ¿No?

Ella se queda muda. Entorna la mirada, antes de marcharse a través el pasillo con tan solo una manta casi translucida hacia su habitación. Poco después, escucho el azote que la propina a su puerta.

Oins, la puerta no tuvo la culpa de sus actos. Pero lo padeció.

Cuando quedamos solos en la sala, Eugene se tumba de regreso al sillón, estirando las piernas y frotándose el rostro con las manos.

No me mira cuando decide retomar la conversación.

—Yo no estaba ebrio.

—Lo sé. —Le hago saber, sentándome en la mesita ratona frente al mueble.

Descubre sus ojos.

Están brillosos.

—Loise tampoco.

Sonrío a medias.

—También lo sé. —Es bastante obvia su cara de frustración, lo que me lleva a elucubrar que, tal vez, Eugene no esté tan arrepentido de lo que ocurrió anoche, como lo estuvo Loise.

Él agita la cabeza.

—Necesito una cerveza. —Se pone de pie, y camina hacia el refrigerador.

—Son las seis de la mañana —le aviso, en caso de que aún no esté enterado del todo.

Hace una cara de poca importancia, y mete la cabeza en el refrigerador.

—¿Quieres una?

—Paso.

Eugene saca una lata de cerveza, y regresa a tumbarse en el sillón. Pasarela con tan solo un bóxer rojo con líneas negras que señalan su...

¿En qué tienda de ropa interior compra este chico?

Sacudo la cabeza, apartando esos pensamientos lejos de mí.

—Bueno, ¿me contarás qué sucedió? —le pregunto.

—¿Tengo otra opción? —contraataca, dándole un sorbillo a la lata fría, por las gotitas de agua que se escurren entre sus dedos.

Niego. Me intriga mucho saber cómo con tanto gruñe y ladra entre los dos, terminaron comiéndose la boca en mi sillón. Sí que es mío ahora que echo cabeza. Fue uno de los primeros mobiliarios que compré cuando nos metimos en el piso.

Eugene, dándole un sorbo más largo que el necesario a la lata, se pasa una mano por el cabello tan negro como la noche. O como el gato de mi vecina Flor.

Ese gato es el anticristo.

Sí. ¿Quién dijo que necesariamente tenía que ser un hombre?

Y ahora que lo reflexiono, ¿qué mejor fachada para un ser del mal que un animal?

El suspiro de Eugene me hace regresar al presente.

—Anoche, luego de que te fuiste, me quedé bailando un rato más con un par de chicas que también estaban en la banda de Loise, y no sé cómo mierda ocurrió, pero luego una chica me retó a besar a Loise. Y...

—¿Lo hiciste? —le interrumpo. Él me muestra una mueca de disgusto.

—No a la primera. Conozco lo suficiente a Loise, y aprecio a mis testículos demasiado como para robarle un beso al cascabel de cabello rubio —dice. Bebe un trago, y emite un suave eructo. Le fulmino con la mirada, pero le importa muy poco—. Pero, luego íbamos de regreso al departamento porque era tarde y no quería ir sola en taxi. El punto es que cuando llegamos al edificio, nos metimos al ascensor y...

—¿La besaste? —pregunto muerto de la intriga. Me tiene tan sumido en el cuento como si fuese una especie de película.

Él tensiona su cincelada mandíbula, y asiente en un pasmoso silencio.

Trato de distinguir los pensamientos que se arremolinan en su cabeza, pero no encuentro más indicios que la tristeza en su mirada grisácea.

Chasqueo la lengua, para espabilarle.

—Solo dale a tiempo para que ella acepte que no te odia como nos hizo creer —murmuro, midiéndome de no hablar tan alto para que Loise no alcance a enterarse de nuestra matutina conversación.

Eugene enarca una ceja.

—Tal vez si me odia.

—Pero se acostó contigo —le recuerdo, para demostrarle lo ilógico que suena eso.

Hunde un hombro con desgano.

—¿Y?

—No creo que se acueste con personas que odie.

—Ya no lo sé. —Suspira, entrecerrando los ojos en dirección al techo—. Solo sé que esta cerveza me ha caído a la patada.

Me río.

—Bueno, son las seis de la mañana. ¿Qué esperabas?

Entonces, parece caer en cuenta de algo más. Endereza la columna, recargando la espalda contra un par de más almohadones, y sus ojos se anclan sobre mí.

Lo miro, fijándome en que ha adoptado una expresión ilustre de perversidad.

—¿En dónde terminaste anoche? —lanza su pregunta, sin ocultar ese tonillo malicioso.

Nuevamente, curvo los labios en la sonrisa más radiante que puedo.

Ni siquiera puedo controlarlo. Me sale automático.

—No digas nada de esto —le susurro, inclinándome hacia el mueble—. Fui con Jess a...

Eugene me interrumpe.

—¡Me cago en la puta!

—Eh, tranquilo, camaleón. —Sostengo sus hombros, para aminorar su euforia—. Solo dimos un paseo por la estatua de la libertad.

Sube una ceja, burlón.

—¿Te refieres a que diste un paseo en sus aguas liberales?

Me quedo quieto, sintiendo a mi rostro volverse fuego.

—No, Eugene. —Le miro con mal genio. Él sigue con esa sonrisa de sorna que me inquieta—. No puedo intentar nada con Jess hasta que no termine con Kenzie.

Se reclina del espaldar mientras derrumba los hombros con relajo.

—¡Gracias ave María purísima y virgencita de Guadalupe por escuchar mis ruegos cada noche! —exclama, dramatizando un rezo—. No más porno por un mes —se dice a sí mismo, luego lo medita una vuelta más—. Bueno... dos semanas. ¿Tres días no es suficiente agradecimiento?

Me echo a reír, y sacudo la cabeza.

Para nadie es secreto que Eugene detesta a Kenzie.

Creo que es mutuo, por mucho que ella insista en negarlo.

—¿Y cuándo piensas mandarla al caño o qué? —inquiere, interesado. Su sonrisa se torna más amplía—. Digo... porque haremos fiesta ese día. ¡Desde Nueva York hasta Buenos Aires habrá fiesta, hermano! —Se desgañita, poniéndose de pie sobre el mueble, y meneando las caderas.

Suspiro.

Pensaba hacerlo anoche, pero se me jodieron los planes.

—Eh... ¿esta noche no es muy pronto? —le consulto.

Eugene resopla.

—Debiste hacerlo antier, más bien.

—Kenzie ha estado tan de cabeza en esto de la película con Tom Hanks que... apenas si hemos tenido tiempo de vernos, y charlar las cosas con calma.

—¿Y por qué no le cortas por ring ring?

—No, Eugene. No quiero que las cosas terminen mal, ¿sabes? —Me dejo caer a su lado, sintiendo al mueble chirrear bajo mi peso. ¡Epa! Esto no sonaba así antes de anoche. Retomo mi voz—. Kenzie ha sido una gran compañera todo este tiempo. No quiero herirla, Eugene.

Eugene, de pie en el mueble, se deja caer estremeciéndolo como si de un sismo se tratase.

Claramente, dentro de menos de lo que asumí, deberíamos sustituir el mueble profanado por las perversas almas lujuriosas de mis compañeros de piso.

Oigo el sonoro suspiro que brota de sus labios.

—Siempre que algo termina, alguien va a quedar herido. En ocasiones, los dos pueden terminar heridos. Pero lo importante, es no retrasar el proceso. Porque cuando notas que algo está roto, y tratas de prolongarle la vida... termina mucho más dañado de lo que pudo haber terminado, si lo desechabas antes —manifiesta con serenidad.

Es la primera vez que Eugene se toma algo en serio.

Me siento como papá orgulloso.

—¿Acabas de darme un consejo de vida? —canturreo ahogado en la ironía.

Él rueda los ojos.

—No, idiota. Te acabo de decir una cita del periódico. ¿Me viste cara de poeta o qué demonios? —contesta, recuperando su traje de payaso.

Le propino un golpecito en el brazo.

—Ya decía que era demasiado viniendo de ti.

—Oh, créeme. Tengo una labia... brutal. —Se ríe, obligándome a seguirle el rollo.

—¿Sí? ¿Y te ha funcionado?

—Puaj. Hasta el propio diablo cayó en mi encanto —trina—. ¿No viste como quedó Loise o qué?

Le miro con mis cejas arriba, y una expresión de picardía que capta al instante.

Su cara difumina esa sonrisa burlona.

—Cuidado con eso, Eugene.

—¿Por? —pregunta, despreocupado. Da otro sorbo a la lata que había abandonado en la mesilla.

Hago una mueca de asco. Ya debe haber puesto tibia.

Y detesto con mi ser entero la cerveza tibia.

Bien fría o nada.

Levantándome del mueble para encapsularme el resto de la tarde en mi habitación a revisar los avances del cortometraje en el que me encuentro trabajando, le muestro una mirada sesgada.

—Ya me dirás.

Oigo el bufido que suelta mientras me pierdo hacia mi habitación.

Cierro la puerta, y me acerco al escritorio con todos mis equipos electrónicos que uso para trabajar, y conecto el móvil a la corriente. Me quedé sin carga a mitad de la madrugada, y no he vuelto a revisar si Kenzie o alguien más me ha dejado algún mensaje.

Cuando pienso en alguien más, no puedo no pensar en Jess.

Jess. Jess. Jess.

Siempre Jess, robándome los pensamientos desde hace añales.

Me saco el suéter húmedo todavía por el lío en el que fui a parar anoche, y lanzo el pedazo de tela hacia el canastillo, estirando el torso y los brazos para lograr mi cometido.

—¡Sí que sí! —exclamo al encestar justo en el aro.

También me arranco los vaqueros, y los atizo al cestón, quedándome solo en bóxers negros.

Ya me ducharé al rato, y también debo ir por algo de comer.

Regreso mi atención a mis pendientes de esta mañana. Cada día que transcurre me acerca más a mi gran presentación. Esa noche en la que demostraré toda la madera de la que estoy hecho. Expondré mi vocación, y lo haré con todas mis fuerzas, porque me prometí llegar lejos con esto.

No solo quería ser un chico más con una camarita.

Yo quiero ser él chico que cumplió sus sueños, incluso cuando había mil obstáculos deteniéndome.

Porque no me quise rendir nunca. Y ahora, menos razones tengo para bajar cabeza.

Escarbo en la cajita llena de cables, cd's y demás, para hallar mi pendrive. Tan pronto lo cojo en dedos, lo inserto en el puerto de la portátil, y transfiero toda las fotografías y videos almacenados al disco duro. Miro la barrita verde que se colorea a medida que va succionando toda la información del pendrive.

Súbitamente, un tintineo me hace desviar la mirada.

La pantalla del móvil que puse a cargar, se ilumina al obtener la carga suficiente como para permitirme usarlo. Estiro los brazos, y deslizo el pulgar por la pantalla para encenderlo. De inmediato, me inundo de notificaciones y campanilleos. Reviso si me han llegado algún mensaje relevante, y acabo en el chat que tengo con Kenzie.

Mis dedos tiemblan al teclear el mensaje. Pero debo hacerlo.

Debo acabar con esto de una vez por todas.

Esta noche romperé con Kenzie.

Chat de Kenzie

Necesito que hablemos, Kenz.

El suave sonido de la portátil, me hace despegarme del móvil momentáneamente. Ya se han terminado de transferir todos los archivos. Los agrupo en una carpeta, y comienzo a asegurarme de que, en efecto, se encuentren todos.

Así me tropiezo con la primera foto que tomé.

Justo esa noche en el parque.

La noche en la que volví a ver a Jess luego de mucho tiempo.

El móvil vuelve a sonar, indicándome que Kenzie ha respondido.

Chat de Kenzie

Buen día, osito. ¿Te parece esta noche?

Le respondo al toque.

Esta noche está perfecto. ¿En dónde podemos quedar?

Entretanto, aguardo por su respuesta, clickeo sobre la segunda foto.

Fue cuando fuimos al Barrio Chino con Jess.

Una punzada de culpa me estremece entero, erizando los castaños vellos de mis antebrazos.

Su mensaje emergente aparece en la pantalla del móvil.

Te paso la direc, osito.

Kenzie ha enviado una ubicación en mapa.

Te extrañaré mientras tanto. Besito osudo.

Una patada en las pelotas dolería menos.

Pese a eso, me las arreglo para contestar por última vez.

Nos vemos, Kenzie.

(...)

Todos sabemos cómo deberíamos vestirnos para nuestra primera cita, o cuando vamos a declararnos al amor de nuestra vida, o incluso, si sospechamos que esa otra persona dará el primer paso.

Pero nadie sabe cómo vestirse cuando vas a romper con esa otra persona. Cuando sabes que no puedes echar el tiempo atrás, y que solo queda aceptar lo que sea que pueda ocurrir. Temo a la reacción que Kenzie pueda adoptar. Pero temo aún más a la reacción que pueda provocar en mí, el verla triste. Y la entiendo. Seré el que rasgue la nube en la que se encuentra montada.

Sin embargo, haré el mayor esfuerzo en ser suave con ella. No quiero que acabemos como esas parejas que firman sentencia de muerte entre sí.

Plancho mi camiseta de mangas largas y botones sobre la mesita plegable. Un par de aporreos en la puerta, me sacan de mi ensimismamiento.

—¡Pasa, alimaña! —grito como luz verde.

Pero a diferencia de lo que creí, no es Eugene el que se cruza en mi mirada. Es Loise.

Lleva un bolso cruzado a su pecho, y avisto la maleta de ruedas detrás de la puerta.

Me inquieto.

Ella se anticipa, levantando su mano al aire.

—No hagas un escándalo.

Señalo su maleta, alzando las cejas.

—Dime que irás a la lavandería —le pido en voz suave.

Loise traga duro, antes de terminar de adentrarse en la habitación. Cierra la puerta con suma cautela, dándome la espalda, durante segundos que me sacan de quicio.

Finalmente, se voltea hacia mí. Sus ojos lucen vacíos, y una expresión carente.

—No, Eduardo. Mi iré del departamento —anuncia.

Se me paralizan las neuronas, porque... ¿qué motivo causó todo esto?

¿El hecho de haberse acostado con Eugene?

¿De verdad fue tan malo?

—Pero, ¿por qué? —Mi voz sale ahogada.

Ella ladea la cabeza. Puedo ver el modo en el que le cuesta hablar.

—Porque no quiero seguir aquí.

—¿Por lo que ocurrió con Eugene? —sugiero.

Loise no lo niega, pero tampoco lo admite.

Solo se limita a balancearse por mi habitación, deteniéndose junto a la ventanilla que ofrece una acogedora panorámica vista de la ciudad. Las luces parpadeantes a la distancia, y libre del caos.

No me mira mientras habla.

—Fue lindo compartir el departamento contigo —musita tan bajo, que debo acercarme un poco a ella para oírla mejor. Se gira hacia a mí, y me da una sonrisa neutra—. Tal vez te pase mi nueva dirección.

—¿Ya hablaste de esto con Eugene?

Ella niega con vehemencia.

—Díselo tú. Por favor.

—¿No puedo hacer algo para retractarte? —Me acerco a ella, y atrapo su mano.

Sus ojos buscan los míos.

—No. Ya tomé una decisión.

—¿Cuál? ¿Evadir lo que sientes por Eugene? —ataco, apretando su mano.

Me suelta con brusquedad, y sus ojos chispean de furia.

—No siento nada por Eugene —asevera.

—¿Segura?

—Muy. —Sus dientes rechinan con ferocidad.

—Pues, el que nada esconde, no huye —le canto al mismo brío que ella.

No es mi intención ponerme en plan imbécil con Loise. Pero, no puedo tragarme las palabras mientras ella se convence de que no siente nada por Eugene. Entonces, ¿por qué se ha puesto así?

Me sostiene la mirada durante efímeros segundos, y termina sacudiendo la cabeza, en una negativa.

—¿Sabes qué, Eduardo? ¡Jódete!

Sigo mirándola, manteniéndome quieto, mientras ella abandona la habitación dando fuertes pisadas. Estampa la puerta con brusquedad, y el silencio vuelve a apoderarse de la habitación.

Entonces, un olor a quemado inunda mi nariz.

Rápidamente, me regreso a la mesita donde abandoné la plancha. La hago a un lado, y escaneo la gran mancha marrón junto al hueco que se ha deshilado en la parte derecha de la camisa.

¡Mierda!

Ya voy tarde. Loise se fue. Kenzie no tiene idea de lo que sucederá esta noche. Y acabo de quemar mi camiseta menos preferida.

Inhalo una comedida bocanada de aire, me decanto por ponerme cualquier otra cosa, y terminar de alistarme para ir a la dirección que me ha enviado Kenzie. Eugene me ha dicho que me acompañará, solo para darme apoyo moral e impedirme que pueda retractarme. 

(...)

Me detengo a examinar el edificio justo antes de entrar. La música que emana del interior solo consigue retorcer los nudos nerviosos en mi estómago. Es ruidosa, e inquietante. Pero alejo los nervios fuera de mí, y avanzo al interior ensombrecido en lucecillas neón azules y rosadas. Hace frío afuera, pero parece que hay calefacción adentro, porque respiro una mezcla de aire tibio.

¿En dónde me citado Kenzie?

Esto es una...

—¡Fiesta! —exclama alguna persona en el fondo.

No sé si me ha leído los pensamientos, o si solo conversa con el grupo de personas que le rodean.

Sigo divagando alrededor del lugar en busca de Kenzie. Extraigo el móvil del bolsillo de mis vaqueros, y trato de alternar la mirada para no irme de bruces en plena escena. Deslizo mi dedo pulgar por la pantalla, para comprobar que Kenzie no ha vuelto a textearme. No lo ha hecho. Su último mensaje fue avisándome la hora en la que estaría aquí.

Un par de palmas me aporrean la espalda.

Solo es Eugene que había ido a estacionar su bicicleta, porque me convenció de usa bicicleta para venir hasta acá en un vago intento de aminorar los nervios. ¿Y sirvió?

Hum... no, la verdad.

Eugene rodea mi espalda con su brazo, empujándome a caminar.

—¿Y ya podemos celebrar? —inquiere con evidente entusiasmo cosquilleando en su voz.

—No todavía, Eugene.

Él me hace girar de lado, para soslayar a un grupo de chicas que bloquean nuestro camino.

Al transitar por nuestro lado, una de ellas le guiña un ojo a mi amigo. Y como buen cazador, le muestra una sonrisa ladeada. Me río para mis adentros. Solo se hace el misterioso.

Capturo su rostro por la esquina de mi ojo.

Seguramente no ha de estar enterado de que Loise nos ha abandonado.

—Loise se ha ido —le suelto finalmente. Sin vacilar. Con voz plena.

Él abre mucho los ojos. La confusión reclama sus facciones.

—¿De vacaciones?

—No.

—¿De emergencia?

Niego una vez más.

—Nop.

—Entonces, ¿de retiro espiritual budista o qué coños? —Se altera, elevando el volumen de su voz por encima de la música.

Tomo una respiración profunda.

—Se fue, Eugene. Se fue del departamento para... siempre. —Le hago saber, frenando nuestros pasos. Sosteniendo sus hombros, le detengo para poder apreciar su cara llena de interrogantes. Sus brillantes ojos grises se esconden detrás de una tupida hilera de pestañas negras, al igual que su cabello. Noto a los músculos de su cuello marcándose.

—No me jodes. ¿Cierto?

Sin despegar mi mirada de él, niego.

Él suspira, y luego chasquea la lengua.

—Bueno, supongo que si me odia al final —murmura con un bajoneo distinguible.

—No creo que te odie.

—Entonces, ¿por qué se fue? ¿Hum? —Sus ojos me enfrentan. Chispean desbordantes de decepción. Pero se las arregla para recuperar su fachada despreocupada. Hace un aspaviento con la cabeza—. Ya me da igual. Loise era insoportable. Terca. Brusca. Insufrible. Rabiosa. Ermitaña. Extraña. Egocéntrica...

Permito a la risita vibrar fuera de mi boca.

—Seguro.

Eugene me da un último vistazo, aparentemente exhausto.

—Iré a por algo de tomar —indica, señalando por detrás de su espalda—. ¿Me buscas cuando mandes a Kenzie de regreso a Kentucky?

Solo asiento, sin poder esconder la sonrisa que alza mis labios.

—Bien.

Lo veo moverse en dirección al tumulto de personas, y me apresuro en reanudar mi búsqueda. Ya llevo diez minutos en el edificio de la NYU, y todavía no he obtenido huella alguna de Kenzie.

Poco después, arribo a la terraza al atajar por un par de escalerillas metálicas que chirrean con cada peldaño que subo. La fugaz fobia de que pueda desprenderse sin haber acabado me atenaza, pero me libero de aquellos pensamientos, sin dejar de caminar. El frío me golpea la cara cuando me encuentro arriba. Para mi suerte, no hay tantas personas como en la parte de abajo, pero si hay unas cuantas cabecillas dispersas. La mayoría es gente fumando.

Y no únicamente nicotina, si saben a qué me refiero.

Me dirijo hasta la barandilla del edificio. En realidad, solo es un mediano muro de concreto que evita que personas ebrias puedan aventarse hacia la calle. Ni siquiera es tan alto como para detener un cuerpo. Mis ojos se pasean en las cúpulas de los edificios a la distancia. Son sendos rascacielos que se mezclan entre las nubes. En el fondo, el ambiente es apaciguado por el pitazo de las bocinas de la ciudad, que reverberan perdiendo cuerpo hasta alcanzarme.

Alguien tose justo detrás de mí.

—Kenzie estaba buscándote —informa.

Miro su cabello naranja con suaves mechones más claros, aportando cierta luminosidad a su cara. Me gusta mucho como le asienta este color combina con sus pecas y sus grandes ojos verdes.

Jessica.

—Hum. También estuve buscándola.

—Está abajo. Con sus amigos los actores —dice, recargando su espalda del murillo.

Imito su posición.

—¿Sabes por qué la he citado? —murmuro en voz baja. Ella menea la cabeza—. Voy a romper con ella, Jess.

Sus labios se fruncen, junto al súbito movimiento de su mandíbula flexionándose.

—¿Estás consciente de que una vez dicho todo, ella va a odiarte? —susurra con suavidad.

Sigo mirándola.

—Lo sé. Pero no me importa, Jess —pronuncio al mismo brío—. Yo solo no quiero seguir mintiéndole. No es justo para ella. Ni para mí. Y mucho menos, para ti.

Sus ojos se vuelcan a los míos. Noto a la estela de culpa que mitiga cualquier otro sentimiento.

—Bien. Tienes razón. Yo también deberé decirle la verdad.

—Pero no esta noche.

—¿Por qué no? —Enarca una ceja.

—Porque es demasiada información, Jess. No queremos sobrecargarla, ¿o sí?

Ella niega, reflexionándolo una vez más.

Termina sacudiendo la cabeza, dándome la razón. Se gira hacia el muro, enseñándome su delineado perfil. Ella es tan... linda. Siempre lo ha sido, y asumo que es consciente de ello.

Jess solía ser espontanea.

El tipo de chica que termina hablando cualquier tontería que se le meta en la cabeza. Solía ser atrevida. Escandalosa. Ruidosa. Llena de ímpetu y ganas de vivir la vida sin restricciones.

Pero ahora, esta Jess es diferente.

Y me gusta mucho más.

—No, no queremos eso —repone, lanzando un sonoro suspiro—. Pero creo que también será mejor que no nos veamos tanto hasta que pase un tiempo. Es lo justo —anuncia, mirándome esta vez.

Cierro la boca, y asiento.

—Bien. Me parece justo también. Pero luego... —Me acerco más hacia ella. Su hombro roza mi pecho, y puedo percibir el modo en el que su respiración se vuelve más lenta y pesada. Sonrío, discretamente—. ¿Me darás una oportunidad?

Sus labios titubean antes de estirarse en una sonrisa.

—¿Mereces una oportunidad? —juega.

—Pues, yo creo que todos merecemos una oportunidad.

Sube su ceja.

—¿Hum? ¿Todos?

—Yo, especialmente.

Ella se gira hacia mí, de modo que nuestros pechos se encuentran. Alzo mi mano en un vago intento de tocar su cara salpicada de tiernos puntitos rojizos.

Pero me detengo antes de llegar a hacerlo. La piel me quema.

—¿Y por qué mereces una oportunidad? —inquiere en un susurro, batiendo sus pestañas con lentitud, y observándome atentamente a través de ellas.

Siento a mi corazón darse cuenta de lo que ocurre, porque acelera el ritmo.

—Porque te he esperado con locura, Jess. Siempre he estado aquí, esperándote. ¿No te habías dado cuenta de mí antes?

—¿Cuánto tiempo?

—Diez años —susurro tan cerca de sus labios que duele. Cada músculo de mi cuerpo se comprime de un modo tortuoso. Entreabre los labios para vaciar sus pulmones. Ha dejado de pestañear—. Diez años. 3650 días. 87600 horas. 10 inviernos. Y... cientos de noches sin dormir.

Mantengo mi mirada congelada sobre la suya, fijándome en que un brillo especial se expande alrededor de sus ojos. Se le llena la mirada de lágrimas. Y no me contengo más, lentamente, deslizo mi pulgar alrededor de su pómulo.

Ella deja de respirar.

Me inclino hacia ella con la tentativa idea de besar sus labios. Suaves. Húmedos. Rosados.

Uno nuestras frentes, y me impregno de su olor a duraznos. Sus ojos no son capaces de deslizarse lejos de los míos. Sus manos descansan sobre mi pecho. Muevo más mi cabeza, y nuestras narices se rozan. La sangre se calienta adentro de mis venas.

—Tienes qué hablar con Kenzie —musita, entrecerrando los ojos.

—Sí. Y lo haré justo esta noche, Jess.

—No le digas que es por mí —me pide al borde del llanto. Su voz suena llena de culpa.

Me rasga por dentro hacerle sentir todo ese peso.

Tomo su barbilla con mi pulgar, y la obligo a mirarme, todavía con nuestras frentes pegadas.

—Ey, naranjita. No te sientas culpable, ¿vale?

Suspira sobre mis labios.

—No me puedes pedir eso cuando vas a terminar con mi prima para estar conmigo.

—Siempre he querido estar contigo, Jess.

—Lo sé. Pero Kenzie llegó primero.

—No, Jess. —Muevo la cabeza, negando. Su cara tiembla en mis manos—. Tú llegaste primero, ¿lo recuerdas? —mascullo por lo bajo. Ella trata de negar, pero la detengo—. Y me embrujaste, hasta que no conseguí borrar tu recuerdo.

—Pero...

—Sh... —Poso mi pulgar sobre sus labios. Sus ojos se agrandan—. No le diré nada sobre ti. Te lo juro.

—Gracias, Wardo.

Niego.

—Todo estará bien.

Sin embargo, una voz resuena en el fondo, obligándonos a separar.

Mierda.

—¿Qué está ocurriendo aquí? 


❣❣❣

Oh, no. Oh, no. Oh, no no no no. 

¡Saludossss, hermosuras! Bueno, WARJESS ha sido descubierto, pero... ¿por quien?

Muchas gracias por leerme, y aunque he notado que hay mas de mil lectores fantasma, no importa. Somos todos bienvenidos. Comenta un fantasmita👻, si eres de ese grupo de lectores. 

Las amito. Subo otro cap rapidin si llegamos a los 200 votos volandito  💖 💛 💚 💙

P.D: No edite el cap, por si acaso notan algún errorcito de ortografía. 

Continue Reading

You'll Also Like

60.4K 1.9K 39
Mi vida es una auténtica mierda. O eso pensaba, eso pensaba antes de conocer a ese chico.... En cuanto lo ví... Afirmé que mi vida era una mierda.Per...
448K 54K 71
Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A...
269K 15.2K 51
❝ El Chico De Omegle ❞ El verano de Abi iniciaba y su aburrimiento no se quedaba atrás. Uno de esos días de aburrimirnto, descubre una página nu...
4.1M 237K 105
Libro uno de la Duología [Dominantes] Damon. Un hombre frío, amante de los retos, calculador... decidido. Se adentra en un mundo desconocido, donde l...