La Máquina de los Sueños - 1...

By GioiaTEscritos

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El 3 de febrero del año 2498, Japón, China, Rusia y Estados Unidos estrecharon sus manos para crear la Alianz... More

Nota de autor
Dedicatoria
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Interludio
Segunda Parte: Capítulo 1
Segunda Parte: Capítulo 2
Segunda Parte: Capítulo 3
Segunda Parte: Capítulo 4
Segunda Parte: Capítulo 5
Segunda Parte: Capítulo 6
Segunda Parte: Capítulo 7
Segunda Parte: Capítulo 8
Segunda Parte: Capítulo 9
Segunda Parte: Capítulo 10
Segunda Parte: Capítulo 11
Segunda Parte: Capítulo 12
Epílogo
Agradecimientos
Nota de Autor
Capítulo Extra

Capítulo 7

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By GioiaTEscritos

El dolor parecía presionar su cráneo completo, como si los huesos se estuvieran pudriendo lentamente, cada vez más necróticos y hediondos. De esa manera actuaba la Alianza, corrompiendo, dañando. Casi no podía ver, lo poco que sus ojos lograban enfocar era desconocido, enigmático, y el resto estaba borroso. Era como si su cuerpo estuviera flotando en una realidad alterna mientras su mente se esforzaba por mantenerse consciente, pero se perdía cada vez más. Los demás seguían presas de la inconsciencia.

Dominique se puso de pie, igual que cada una de las veces en las que había caído. Desde pequeño su estilo de vida se basaba en tres reglas que él mismo se había inculcado. Ser fuerte, a pesar del dolor. Ser luz, para sí mismo y para los demás. Ser libre, en alma y cuerpo. Y aquella última no se estaba cumpliendo.

La habitación estaba completamente ausente del humo que había provocado que cada uno de los prodigios cayeran en un profundo sueño, y aun así el aire era poco, se sentía tensión en el ambiente, y todo estaba más oscuro de lo normal. Aquello desprendía las mismas vibras que el día de invierno en el que el sol se cubrió por completo para no volver a salir. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero no había sido mucho, pues todos seguían tirados en el piso, lo que significaba que los científicos esperaban a que el somnífero se esfumara por completo para entrar y acomodarlos a todos en las camas... ¿o era que no pensaban acostarlos decentemente? ¿Eran, acaso, seres tan desalmados? Los maltrataban día a día, a veces con disimulo, otras veces demostrando el placer que les causaba hacerlos sufrir; llenaban sus cuerpos de drogas y cicatrices, sus mentes de temores y odio; el único derecho que tenían allí era el de seguir vivos, pero en ese punto sus almas estaban tan cansadas, sus cerebros tan lavados, que si Dominique hubiera tenido la capacidad de pensar con claridad habría preferido morir. Pero estaba vivo, todos lo estaban, en ese instante, todos vivieron. Su mente seguía confusa, se sentía fuera de sí, pero no dejaría de tratar de ayudar. No era el momento de permitirle al enemigo crear también una prisión en su mente, distanciarlo de sus ideales; debía seguir siendo él, debía seguir sus propias reglas.

Reaccionaba ante el peligro protegiendo. Quizá porque siempre había tenido que protegerse autónomamente y subestimaba la capacidad de los demás para hacer lo mismo; quizá porque le era sencillo encariñarse con quienes lo rodeaban y de esa manera lo demostraba; o quizá porque trataba de demostrarse qué tanto podía hacer por él, qué tanto por ellos. La razón era de inválida trascendencia en ese momento, motivos podía haber miles, pero su acción fue precisa. Tomó a cada uno de sus compañeros y los acostó en sus respectivas camas con suma delicadeza, siendo Zhi la última, ya que estaba más al fondo de la habitación.

Zhi. Zhi, Zhi, Zhi. Todo el que la conocía sabía que mirarla era sencillo, llamaba mucho la atención, incluso en un atuendo monótono y amorfo. No estaba claro qué era, pero tenía algo que hacía que resaltara; además de su inteligencia excepcional, tenía una especie de brillo que lograba llevar a donde fuera, despierta, dormida, en ambos estados al mismo tiempo, daba igual, siempre estaba ese algo que conseguía que Dominique se enfocara solo en ella por largos ratos, admirando por completo su existencia. Él la miró, y ese pequeño instante se sintió como una eternidad. Eran dos extraños, solo dos personas que habían tenido la misma suerte, y ella lograba que ese chico se preguntara si lo sucedido había sido realmente malo.

-Me miras -alegó la china, susurrando, al abrir los ojos, notando que Dominique la observaba con el mentón apoyado en ambas manos.

Él esbozó una leve sonrisa, sin dejar de contemplarla. Obviamente la miraba, hacerlo se sentía como volar.

-¿No has escuchado nada de lo que sucede ahí fuera? -Zhi intentó, fallidamente, sentarse. No falló porque su cuerpo estuviera débil, sino que el chico la empujó para que volviera a acostarse.

-¿Te quedas quieta? Acabas de despertar y estás drogada.

-Tú estás igual -aseveró ella, esta vez con más intensidad en su voz, sentándose.

Ellos no eran muy diferentes. Ambos se esforzaban por que los demás no perdieran las esperanzas, haciendo todo lo posible para transmitir alegría y fortaleza. Eran líderes por naturaleza, lo que hacía que siempre se enfocaran en cuidar de todos y guiarlos a la mejor alternativa según lo que su lógica decía. Pero cuando se trataba de ellos mismos preferían no prestar atención, no solían pedir ayuda y les molestaba recibirla.

Dominique subió el volumen de su audífono, tratando de escuchar algo, el más mínimo movimiento fuera de la habitación. Era sordo de nacimiento, pero eso no logró que se aislara. Desde el comienzo de su razonamiento estuvo consciente de su diferencia, así que se encerraba durante horas en su dormitorio para llenarse de conocimiento. Era un niño entendido, y se convenció a sí mismo de que si era inferior en algo, podría ser superior en otra cosa y, de ese modo, estaría en equilibrio, sin necesidad de apartarse. La mayoría de sus estudios eran sobre ingeniería mecánica, por lo que cuando le colocaron sus audífonos, a la edad de cinco años, fue capaz de mejorarlos hasta el punto de oír más que el resto.

-Todo está completamente en silencio, Zhi -manifestó finalmente.

La china se puso de pie y se agachó para mirar por la cerradura de la puerta, los guardias no bloqueaban su vista. No había ni un alma en el laboratorio, o eso era lo que se podía observar por el escaso campo visual que ofrecía la pequeña hendidura. Sin embargo, todas las luces azules estaban encendidas, y el lugar era un desastre. Un montón de fragmentos de frascos yacían en el piso, al igual que dos sillones de prueba, y el rojo intenso de un enorme charco de sangre se esparcía lentamente por el salón. Su corazón se aceleró, quizá fuera por la confusión, quizá por la emoción que le causaba entender que había una mínima posibilidad de que alguien hubiera acudido a rescatarlos. Pero no sabía qué había provocado aquello, no sabía de quién era la sangre e incluso estaba comenzando a dudar de que eso fuera real y no una prueba más. Y justo cuando iba a apartarse para darle lugar a Dominique, apareció ante sus ojos un chico. En ese instante su corazón dudó entre aumentar o disminuir su pulso, así que sintió un fuerte vuelco en el pecho y luego los latidos comenzaron a sentirse en todo su cuerpo, violentamente.

-¡Vidente! -gritó, provocando que el niño de ojos marinos dirigiera su mirada profunda a la puerta del dormitorio. Ella se apartó de inmediato.

Dominique podía oír, los oía. Pasos débiles pero firmes del otro lado de la puerta, dos personas, una respiraba agitada mientras su corazón latía lentamente, la otra controlaba el aire en sus pulmones tratando de sincronizar sus exhalaciones con su pulso; había una persona que estaba sintiendo demasiado y trataba de ocultarlo, y otra que estaba sintiendo poco y trataba de sentir con desesperación ese momento. También oía los latidos de sus compañeros, en especial los de Zhi, la chica emitía latidos desesperados, pero perfectamente sincronizados.

-Hay dos personas ahí, Z, dime qué viste.

-Creo que hubo una pelea entre esos dos y los científicos -respondió ella, agitada-. Es un vidente, vi un vidente, estoy segura.

Antes de que él pudiera procesar las palabras de su amiga, y antes de que pudiera observar por la cerradura, la puerta se abrió bruscamente, dejando a Dominique y Zhi expuestos ante la confusa mirada de 534 y 454.
Los videntes traían un traje parecido al de los prodigios, con la única diferencia de que el de ellos era negro y estaba repleto de sangre. Sus cuerpos, en cambio, no estaban tan demacrados, y su mirada no parecía tan perdida. Estaban despeinados, probablemente por la pelea que habían tenido que dar contra los científicos. Uno de ellos, 534, era representante de Estados Unidos; el otro era el japonés.

Todos se miraban, los unos a los otros, lo que parecía un bucle interminable. Los videntes no sabían quiénes eran Zhi y Dominique, y los prodigios no sabían que habían hecho 454 y 534. Todo era confuso. Pero la tensión silenciosa se vio interrumpida por el ruido que provocó la caída de Zhào.

-¡Uh! -exclamó casi inaudiblemente, de manera corta y precisa, Zhi-. ¿Estás bien?

Darya, que acababa de despertar, con la vista borrosa y un punzante dolor de cabeza, se acercó gateando al japonés y lo ayudó a levantarse. Todos los prodigios estaban débiles, pero sabían que Zhào sería el que menos aguantaría si seguían exponiendo su cuerpo a tantas drogas, él era el de menor estructura física y el que mayor maltrato había recibido.

-¿Quiénes... son... ustedes? -preguntó el de ojos azules, haciendo una pausa entre cada palabra. Su voz era grave, a pesar de sus doce años de vida, fría.

Los cuatro prodigios cruzaron miradas, todos lo habían sentido, un escalofrío recorrió sus cuerpos. No estaban seguros de cómo explicar su situación, pero Dominique tomó el control.

-Prodigios que, como ustedes, fuimos traídos a la fuerza a este lugar. Hemos estado sometidos a pruebas virtuales durante tres meses y medio; 5Vision dice que es parte de nuestro entrenamiento para convertirnos en dueños del mundo -dijo, resumiendo lo mejor que pudo los acontecimientos-. No queremos ser dueños del mundo.

-Me obligan a trabajar en la construcción de una máquina que pueda controlar los sueños de todas las personas del mundo -aportó Zhi.

-Y si no nos comportamos como ellos desean, nos torturan hasta dejarnos inconscientes -añadió Darya-. Pero Zhào, gracias a que fue torturado, pudo observar cómo los introducían a una de las habitaciones. Sabíamos de su existencia y del objetivo que les dio la Alianza.

-Íbamos a buscarlos y a pedir la unión de nuestras fuerzas -explicó Dominique, asomando su cabeza por la puerta para ver el desastre-. Parece que ustedes nos encontraron a nosotros.

El ambiente comenzaba a tornarse misterioso, todos estaban alerta, listos para atacar, desconfiando unos de otros. El prodigio estadounidense seguía con la mirada perdida en la escena de la habitación de al lado, mientras los demás esperaban a que dijera algo. Zhào hizo un movimiento brusco e involuntario con la cabeza, comenzaba a sentirse ansioso.

-¿Qué hicieron con los científicos? -cuestionó entonces, desconfiado, quitando a Dominique del transe.

454, quien estaba completamente relajado, desvió su mirada hacia él, alzó el mentón y lo analizó un momento.

-¡Qué hermosa mirada! -exclamó sarcásticamente, con una sonrisa radiante-. ¿Tú eres el japonés? Oí que raptaron a cuatro prodigios, pero nadie se molestó en buscarlos, todos le temen a 5Vision. Y no te preocupes, ya matamos a esos incompetentes; no comprendo cómo podían trabajar en un lugar tan prestigioso, yo jamás los habría contratado.

Estaba claro para Zhào, aquel niño era un psicópata desalmado capaz de aniquilar sin que le temblara el pulso. Además, era sarcástico, insoportablemente sarcástico.

Zhi fue la primera en salir del dormitorio, seguida por Dominique, quien corrió tras ella para advertirle sobre el horror de aquella escena. Zhào aún observaba a 454; «Me alegra no haber ido a rescatar a este imbécil», se dijo, pero borró esa idea de su cabeza enseguida, era aun peor que ese imbécil lo hubiera rescatado a él. El vidente ya no lo miraba, estaba concentrado en otra cosa, otra persona. Dejó de mostrar sus dientes perfectos y bajó sus hombros, por sus labios entreabiertos se escapó un suspiro, así se veía mucho más natural, mucho más real.

-Espera, yo a ti... -Se acercó lentamente a Darya-. ¡Eres tú! -afirmó, sin que se pudiera distinguir si su expresión era buena o mala.

Y antes de que la pelirroja pudiera preguntar a qué se refería, Zhào la tomó de la mano y la llevó fuera de la habitación, mientras maldecía internamente a ese chico de cabello brillante y sonrisa radiante.

La sala, silenciosa como las madrugadas del domingo, estaba repleta de sangre, había herramientas científicas esparcidas por todos lados, y la luz azul iluminaba perfectamente a los seis cuerpos, cada uno de ellos con cortes profundos en sus cuellos.

-Me encantaría presumir, pero fue mayormente trabajo de este chico -garantizó 454 señalando a 534-. ¡No se imaginan! Es realmente bueno desgarrando pieles. Él solo tomó una de esas agujas y la clavó en la cabeza de ese rubio carilindo, la deslizó hacia abajo con fuerza, haciendo un gran tajo, así que al científico le chorreaba sangre por toda su cara. Cuando los otros vieron que cayó muerto todo se descontroló, entonces rompió unos frascos en sus cabezas, tomó un vidrio puntiagudo y comenzó a cortar venas y arterias; la sangre salpicaba su rostro cada que cortaba a alguien -Hacía gestos exagerados con sus manos para facilitar el entendimiento de sus explicaciones-. Y yo solo pude matar a Hanleigh, que era un robot, en realidad nunca tuvo vida.

Dominique lo supuso. El vidente japonés era quien trataba de sentir ese momento, sin lograrlo del todo, acelerando su respiración voluntariamente. Los demás probablemente estaban visualizando la masacre, tratando de entender cómo un adolescente de doce años había logrado hacer sin un plan lo que ellos juntos no pudieron hacer planeando todo cuidadosamente.

-¡¿Cómo...?! -gritó Zhào, rompiendo el silencio, pero antes de continuar la pregunta tomó aire y volvió a su tono monótono-... ¿Cómo vamos a salir de aquí si los científicos no nos pueden sacar? Hay guardias por todos lados.

-¿Esperando a que los guardias se den cuenta y entren y nos manden a todos al Corral? Porque es lo que va a pasar -manifestó Zhi.

-No. Esto es asesinato, nos van a hacer algo mucho peor que llevarnos al Corral -decretó Darya.

-Nuestras vidas son mucho más valiosas que las de estos muchachos para la Alianza -dijo Dominique-. Nos van a llevar al Corral y después nos van a conseguir unos nuevos científicos, y Zhào puede pedirle ayuda a Chambers.

-¡Zhào está en rojo! Un error más y lo eliminan, ¿lo olvidas? Además no creo que resista otra tortura, su cuerpo se debilita -expresó la pelirroja.

Con esas palabras el lugar volvió al completo silencio por unos segundos que parecieron eternos, llenos de tensión y temor.

-Pero no fueron ustedes los asesinos -declaró 534 inesperadamente-. Diré la verdad, después de que todos estemos fuera de la habitación.

Pareció que ninguno se detuvo a pensar en por qué ese vidente se perjudicaría a sí mismo de esa manera para ayudar a personas que no conocía de nada, porque rápidamente el ambiente volvió a llenarse de esperanza.

-Zhi, los guardias van a llamar al hombre de barbas, dile a él que tú debes trabajar en la máquina y te dejará ir. Encuentra el punto e intenta resolver el acertijo -ordenó Zhào, utilizando más palabras que nunca.

-¡Esperen! Todo va demasiado rápido -manifestó la rusa-. Zhào, tú irás con Zhi, ¿me escuchaste? Como sea, vas a convencerlos de que te lleven con ella, no puedes volver al Corral. Y si envían guardias a estar con ustedes en el taller, lo aceptan y trabajan en la máquina.

Las ideas eran buenas, Zhào lo sabía, y sabía que la rusa era una buena amiga que intentaba cuidarlo, y le gustaba que lo cuidara, pero se estaban convenciendo de que la Alianza pensaba igual que ellos, cuando no era así. Y antes de que pudieran percatarse, la puerta se abrió. Los seis quedaron paralizados, esperando a que los adultos analizaran la situación.

Los cuatro presidentes habían decidido. Esperaban que los niños intentaran buscar una salida, pero jamás pensaron que serían capaces de asesinar a seis de sus mejores empleados. Los habían subestimado. La fuerza de voluntad de esos pequeños era demasiado grande, y el encierro había sacado lo peor de cada uno de ellos. 5Vision sabía que no llegaría a nada si mantenía ese método, les habían dado demasiada libertad, y por fin terminarían con eso.
Si el encierro repentino y liberal que les habían otorgado había provocado aquello, lo arreglarían con un aislamiento total como castigo por una razón válida: asesinato. De esa manera entenderían.
Los videntes serían dormidos con permanencia. Los prodigios serían separados, cada uno encerrado en la oscuridad absoluta del vacío de una diminuta habitación hasta que olvidaran por completo quiénes eran.

Dominique luchaba, pero los guardias eran mucho más fuertes. Lo arrastraron hasta su prisión y lo encerraron allí. Hicieron lo mismo con cada uno de los prodigios.

Zhào buscaba con desesperación una salida, pero solo encontraba paredes. No veía nada, y lo único que sentía era un encierro sofocante. Aquella habitación no estaba en el plano, y Chambers no le había contado sobre ella. Se sentía como en una caja en la que apenas cabía él. Todo había salido mal, el fracaso finalmente le había llegado, y solo pudo gritar. Gritar, intentando liberarse, gritar aunque nadie lo oyera, gritar porque lo habían vencido.

Zhi cerró sus ojos, se había resignado. Se sentó en un rincón, abrazando sus piernas flexionadas sobre su pecho. Y lloró, lloró en silencio, pensando en su familia, en todo lo que había planeado para su futuro, en los demás prodigios. Lloró.

Darya se sentó y esperó, aunque no tenía esperanzas. Pero era una niña obediente que siempre debía ser paciente, esperar lo mejor y no enloquecer. Debía ser la princesa perfecta y aceptar lo que le tocaba sin quejarse. Así que esperó, no sabía qué, pero esperó.

Dominique se vio consumido por el miedo. Sus peores pesadillas se juntaban en una cruel realidad. Una realidad que lo desesperaba. Una realidad que no entendía. Gritó y lloró desconsoladamente. Había sido un buen niño, había trabajado en ser el mejor, era inteligente. No era justo que estuviera ahí. Gritó y lloró por miedo. Gritó y lloró por confusión. Gritó y lloró por atención. Gritó y lloró por justicia.

Finalmente, los cuatro se rindieron, no obtendrían nada. Se dejaron caer.


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