Caricias Prohibidas

By juliettamv

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LIBRO I • DUOLOGÍA CARICIAS Leanne piensa que Edward es un bastardo que se cree superior a los demás y Edwa... More

CARICIAS PROHIBIDAS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
EPÍLOGO
Caricias Peligrosas

CAPÍTULO FINAL

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By juliettamv

Las cortas vacaciones han llegado a su fin y después de pasar unos días más en Nueva York, decidimos regresar a Milán. Llegamos por la madrugada, por lo tanto, Emma se quedó a dormir en mi apartamento para evitar ir hasta su apartamento que se encuentra un poco más lejos que el mío. Fui yo quien lo sugirió y ella aceptó.

Ahora, acabamos de terminar nuestras tazas de café.

—Ya debo irme —me dice mientras se pone de pie—. Gracias por las cortas vacaciones, han sido increíbles.

Sonrío.

—No tienes que agradecerme, soy tu amiga.

—Bueno, no cualquier amiga normal te lleva de viaje a Nueva York de un día a otro.

—Debo ser un caso especial —Sonrío.

Me da un beso en la mejilla a modo de saludo, la acompaño hacia la salida y nos despedimos. Pasar tiempo con mis amigos es reconfortante, pero Emma es el tipo de persona a la cual podría acudir para contarle cualquier tipo de problema que tenga. Ella sería la primera en entenderme y darme uno de sus motivantes consejos.

Regreso a la sala, en donde me dejo caer sobre el sofá. Una parte de mí, no puede parar de pensar en que después de dos semanas, voy a verlo de nuevo y a definirlo todo. Es tan raro, saber que todo empezó en Amalfi y ahora estamos en esta situación. Cosas de la vida, supongo. Jamás creí verme envuelta en algo así y mucho menos con él, o mejor dicho, alguien como él. Suelto un suspiro de cansancio. En definitiva, necesito distraerme un poco.

Decido dirigirme a lo que siempre le he llamado «sala de tranquilidad», esa habitación en mi apartamento, esa buhardilla en la que están todas mis pinturas. La tranquilidad se percibe apenas pongo un pie allí dentro y cierro la puerta detrás de mí. Avanzo hacia el taburete que se sitúa justo frente al lienzo que está en blanco, esperando a que dibuje y me exprese en él. Tomo asiento y hago el trabajo de mezclar las pinturas, opto por colores rojizos de diferentes tonalidades y también, opto por utilizar al color negro. Descubrí mi pasión por la pintura cuando cumplí dieciocho años; recuerdo que mientras fantaseaba con una vida de supermodelo multimillonaria que viaja por los alrededores del mundo, también solía fantasear con tener una pequeña galería de arte en la que podría exponer todo lo que he hecho con la pintura a lo largo de los años. Sin embargo, esa última idea fue una simple ilusión pasajera que terminé por descartar cuando mi fama incrementó de una semana a otra, aunque, no niego que no me quejaría de hacer aquello en un futuro; dedicarme al arte. Siempre ha sido mi refugio. Mi padre solía decirme que era un don mío, pues nadie en la familia solía pintar.

No suelo tener mucho tiempo para poder sentarme, dejarme ir y cubrir el lienzo de pintura. Lo hago en momentos específicos, en aquellos días que siento que es necesario. Antes no tenía una rutina especifica, pero más tarde, me di cuenta que por alguna extraña razón, disfrutaba pintar cuando el día era lluvioso o nublado, justo como hoy. El cielo es gris, no hay nada de sol, solo nubes y una atmósfera grisácea que abarca todo Milán.

Tomo un pincel que yace dentro del pequeño frasco en el que guardo a mis herramientas y lo remojo sobre la pintura rojiza oscura, es una tonalidad sensual. Dejo que mis manos guíen el proceso por sí solas, permitiendo que mi creatividad fluya, deslizando el pincel sobre el suave lienzo y trazando líneas rectas. Pierdo la noción del tiempo, me concentro en el lienzo y cuando vuelvo a echarle un vistazo, solo puedo detallar a lo que acabo de crear. No sé muy bien qué idea me pasó por la cabeza, pero el resultado es de mi agrado. El lienzo se ve cubierto por un fondo negro con tonalidades grisáceas y los labios entreabiertos pertenecientes a una mujer envueltos en un rojo carmín se roban toda la atención del cuadro. Además de aquellos labios, se puede observar a la recta mandíbula que forma parte de la estructura del rostro y la mano que se posa cerca de su pómulo izquierdo.

Todo parece haber finalizado y detrás del lienzo, trazo el nombre que se me viene a la mente como un vaivén y que de inmediato relaciono con la pintura.

Mozzafiato

Una palabra italiana que se traduciría como «asombroso».

Finalmente, dejo el lienzo en su sitio para que se seque y me pongo de  pie, admirando a la pila de cuadros que he creado con el tiempo. Están ordenados en fila desde los más antiguos hasta los más actuales.

Después de pasar un tiempo en aquella sala, me dirijo a la cocina para prepararme un té. Mellea se ofrece a prepararlo para mí, pero prefiero no molestarla demasiado y me enfoco en dirigirme al balcón de mi habitación al cual no le suelo dar demasiado uso. No es muy grande, pero tampoco se lo puede considerar pequeño. Tiene buena vista a la ciudad y una mesita blanca junto con dos sillas. Tomo asiento sobre una de ellas y hago eso; mirar la ciudad mientras disfruto del té.

Cuando se hace más tarde, regreso dentro, lavo la taza que utilicé y considero que va siendo hora de que me dé una ducha para empezar a alistarme. Un cosquilleo me recorre el vientre cuando me instalo dentro del cuarto de baño y empiezo a ducharme. No doy muchas vueltas con aquello, simplemente me dedico a enjabonarme el cuerpo y enjuagarme el cabello. Cuando regreso a mi habitación con la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo, me pongo encima mi bata de seda y empiezo por secar mi pelo.

Considerando el nivel que tengo, podría llamar a mis estilistas para que se encarguen de esto, pero prefiero hacerlo sola y llamarlas cuando se trate de un evento o una gala.

Termino de secar mi pelo que cae en cascada a los lados de mis hombros y llego a la parte de elegir mi ropa. No me es demasiado difícil, pues decido optar por algo clásico y delicado, más bien, sencillo. De modo que, mi vestimenta consiste en un vestido ajustado que llega hasta la altura de mis muslos y que se ve envuelto en medio de un color negro oscuro, y encima, llevo un blazer que hace juego con el color del vestido. Prefiero estar más cómoda, por lo que, opto unos tacones bajos de un color claro, casi beige diría yo. Como último detalle; recojo mi pelo en un pequeño moño, dejando dos mechones de cabello fuera del recogido que caen a los lados de mi rostro. Avanzo hacia el espejo que se sitúa en la esquina de la habitación y parpadeo al verme allí reflejada. Generalmente, nunca me siento nerviosa cuando voy a cenar con un hombre, pero esta vez, todo es diferente y los nervios se perciben, aunque sean pocos, están allí presentes, recordándome que voy a verlo.

Miro la hora del reloj que yace sobre la pared y me convenzo de que es momento de salir para allá.

La limusina me recibe y le pido a mi chofer que me traslade hacia la dirección acordada. El viaje se siente tenso, pero logro calmarme un poco. Solo debo mantener el control en la situación y controlarme. No creo que sea tan malo. Tengo que ser capaz de soportarlo. No me da miedo verle la cara, lo único que me da miedo es no saber qué es lo que va a pasar entre nosotros. Siento que he perdido el mando y el control de la situación, ahora mismo no sé en qué términos estamos. Solo sé que estoy confundida. A veces quiero mandarlo a la mierda, otras veces quiero que nos dejemos de rodeos y que simplemente nos besemos, obviando lo demás, pero también, a veces solo quiero que se termine porque el daño que nos hacemos cuando perdemos el control no es normal. Me lo he repetido tantas veces, pero los sentimientos y los deseos son más fuertes.

Entonces, la limusina se detiene y no me pasa desapercibido el pequeño latido que se dispara en mí.

El chofer me abre la puerta, permitiéndome salir del vehículo.

—Señorita —dice.

—Gracias.

—Por nada. ¿Va a necesitar que me quede?

¿Una limusina varada aquí, en el centro? Terrible la idea, la prensa no tardaría mucho en hacer acto de presencia.

—No, puedes irte.

—Está bien. Buenas noches.

—Buenas noches.

Sin más, me alejo y avanzo hacia el restaurante. Pero no lo veo por ningún lado, trato de buscarlo con la vista y...

—Leanne.

Su determinada voz ronca me obliga a darme la vuelta. De forma discreta, paso saliva al verlo. Sus ojos azules se pasean por mi cuerpo. Mantengo la compostura ante su mirada.

—Edward.

Ladeo la cabeza hacia un lado, en señal de que entremos al restaurante. Al llegar a lo que parece ser la recepción, un hombre uniformado nos recibe con una sonrisa amable.

—Señor, señorita. Síganme.

Lo seguimos hasta una de las mesas, está situada casi en el centro y lleva un cuidadoso mantel dorado encima, siguiendo la estética de la estancia. Tomamos asiento y el hombre que acaba de acompañarnos se retira.  La tensión se percibe en el aire cuando nuestras miradas vuelvan a chocar. No sé qué decir con exactitud, por dónde empezar y él tampoco parece estar muy seguro de qué es lo que sigue ahora.

—¿Qué te llevo a tomar esta decisión? —interroga.

—Quiero utilizar esta cena para definirlo todo.

Arquea una ceja.

—¿Vas a ponerme a prueba?

—No realmente.

De pronto, un agradable camarero se hace presente y nos toma el pedido. A los pocos segundos, regresa con una botella de champán que ordenamos y le agradezco cuando la sirve en nuestras copas. El champán complace mi paladar cuando me lo llevo a los labios, sin despegar mi mirada de la suya. Dejo la copa en su sitio y me cruzo de piernas al sentir una sensación electrizante recorriéndome los muslos.

—Respecto a lo de la noche pasada... —empiezo—. Tú te equivocaste, sé que no debí haber alzado la voz. Y sé que no es la forma de resolverlo, los dos nos equivocamos, pero estaría mintiendo si no dijera que quien cometió el peor error fuiste tú, porque eres el responsable de todo.

—Lo sé. Tienes razón.

—¿Cuál fue la razón? Humillarme de esa forma, pedirme que me quede para echarme al día siguiente.

Su mirada pasa de la copa hacia mí.

—No quería aceptar mis sentimientos por ti.

Me quedo mirándolo.

» Creí que la mejor forma de hacer que todo desapareciera era desvinculándome de ti, lastimándote y haciendo que te alejaras.

—No me parece razonable.

—Porque no lo es. Me equivoqué, Leanne. Es algo que nunca sentí y no sé cómo manejar.

—¿No confías en mí?

—Nunca he confiado en nadie —me mira—. Pero contigo es diferente, siento que.. puedo confiar en ti.

—¿Entonces por qué lo rehuyes?

Se pasa una mano por el pelo.

—Porque no sé cómo controlarlo. No puedo manejarlo. 

Me muerdo el labio.

—Acabas de decir que confías en mí. ¿Cuál es la razón?

Vuelve a mirarme, pero esta vez, noto uña pizca de advertencia.

—¿No lo vas a decir? Bien, entonces...

—Creo que eres una de las personas más reales y honestas que alguna vez he conocido —me interrumpe, dejándome sin palabras.

Sin destruir el contacto visual, se lleva la copa de champán a los labios. De repente, me pregunto si él siente la misma sequedad en la boca que siento yo al verlo con esa camisa arremangada que lleva encima.

—Nunca creí que dirías eso —admito luego de unos segundos.

Me tomo un momento para admirar nuestro entorno que se ve predominado por tonos dorados. Aquel fastidioso silencio vuelve a instalarse entre nosotros. No sé cuántos segundos transcurren hasta que el camarero regresa con nuestra comida. Le agradezco y se retira.

Observo mi plato y vuelvo a mirarlo a él. Abro la boca para hablar, pero las palabras no se emiten por mucho que intente. Conforme los minutos avanzan, la tensión incrementa en la mesa y me sorprende que él sea quien lo rompa.

—Leanne —Se pasa una mano por el pelo—. Ya estoy cansado de pelear y de seguir con la misma discusión de siempre.

—Entonces debiste evitar desde un principio haberme humillado.

—No creí que volvería a verte.

—¿No estabas dispuesto a buscarme? ¿A arreglarlo?

Por más que trate de ocultarlo, la decepción resalta mis emociones.

» ¿Qué es lo que quieres de mí?

—Te quiero a ti.

Sus palabras destilan frustración.

—Ese es el puto problema; que dices quererme pero no te tiembla el pulso a la hora de lastimarme o alejarme. ¿Cómo puedo confiar en ti sabiendo que puedes lastimarme cuando se te dé la gana? No pretendo que cambies por mí o que me muestres algo que no he visto, solo que, si tanto dices quererme, deberías darme el lugar que me merezco en tu vida y no conformarme con ser a quién lastimas cuando quieres...

—No quiero lastimarte, Leanne.

—No quiero que lo hagas.

—¿Esto es en serio para ti? —suelto.

Su mirada no suelta la mía y caigo en cuenta de lo cerca que estamos ahora que nos hemos acercado un poco el uno al otro, procreando una distancia casi nula.

—Sí.

Hago un intento por ignorar el revuelo que una respuesta tan simple y tan corta me causa. Se siente como una sensación nueva, como algo fuera diferente, como si fuera otro tipo de sensación que no había percibido antes. Algo inédito, reciente, y que me hace sentir como una adolescente experimentando su primer amor.

El momento parece enriquecedor, tanto que, si me inclinara un poco más sería capaz de alcanzar su boca, pero aquel escenario con el que mi cabeza fantasea se ve lejano cuando mi mirada se posa sobre una de las ventanas y es en ese momento, cuando observo a un hombre fotografiándonos con una cámara.

—Mierda —me alejo y me cubro el rostro con una mano.

—¿Qué sucede?

Edward también se aleja y muevo la cabeza de forma discreta, señalando al ventanal. Él parece entenderlo, pues deja un fajo de billetes sobre la mesa y lo sigo hacia la salida cuando nos marchamos. El viento frío de la noche me provoca un estremecimiento y maldigo el que mi chofer no esté por aquí.

—Pronto vendrán más —digo al ver a otro grupo de personas acercarse a nosotros.

—Ven.

Tomo su mano y a paso apresurado, nos alejamos de las prensa. Sin embargo, oigo a las personas llamándonos por nuestros nombres y puedo percibir a los flashes de las cámaras en nuestras espaldas. Solo quiero que nos dejen tranquilos.

Edward me guía hacia el fondo de la calle, apenas logro examinar nuestro entorno cuando nos escondemos en un rincón a la derecha. El espacio entre las paredes que nos rodean es casi nulo, por lo que, puedo sentir su respiración chocar en mi rostro. Mi pulso late a toda velocidad cuando dejo de oír a la prensa llamándonos. Aún así, sé que están cerca. Por más que no estén llamándonos, oigo sus voces.

Trago saliva cuando siento una gota de agua mojarme el brazo, advirtiéndome que pronto empezará a llover. Intento moverme de mi lugar, pero Edward me retiene, tomándome del brazo. En ese entonces, observo a la prensa pasar justo por nuestro lado. Agradezco que nuestro entorno sea oscuro, de esta forma es más difícil que puedan vernos con facilidad. Sin embargo, el pequeño entorno pierde su esencia cuando la lluvia, al cobrar intensidad, nos moja a ambos. La situación es frustraste, pero eso no quita que deje escapar una suave risa ante la situación.

Permanecemos en la misma posición durante un par de segundos más hasta que me convenzo de que ya se han ido.

—Creo que se han ido.

Es en ese entonces, al alzar la mirada, que caigo en cuenta de lo cerca que estamos.

—Edward...

Mi voz se torna un susurro quebradizo.

Lo miro, me mira y...

Pierdo los estribos y la abstinencia que tanto ansiaba contener.

Mis labios impactan contra los suyos, sellando un beso cautivador que solo me hace querer más. La sensación es incomparable, deliberante y fascinante, tan fascinante que me hace soltar un jadeo cuando su mano se apodera de mi cintura para atraerme más a él. La lluvia nos rodea, el tacto de sus labios me enloquece y solo ansío probar más.

—Vámonos.

Se separa de mí y salimos del pequeño rincón en el que nos resguardamos. Doblamos hacia la derecha, avanzamos de forma recta hacia una calle un poco deshabitada y allí, afortunadamente, observo a la limusina que nos espera en una esquina. Cuando nos metemos dentro del vehículo, siento que soy capaz de respirar con completa normalidad. La prensa me pone de los nervios con su innata invasión.

—Buenas noches señor, ¿A dónde nos dirigimos? —El chofer toma la palabra.

La mirada de Edward tropieza con la mía, queriendo que le diga a dónde nos vamos.

—Tu penthouse.

La respuesta me da una sensación liberadora en los labios. Edward le da indicaciones al chofer para luego mirarme.

—¿Para qué?

—¿Tiene que haber una razón? —digo.

Una expresión furtiva atraviesa su rostro, pero decide mantenerse en silencio y acomodarse sobre su lugar. Parece entender qué rumbo puede tomar la conversación y es bastante obvio que prefiere dejarla a medias antes que forzar algo.

Cuando la limusina se detiene frente al edificio, nos abren las puertas y nos metemos dentro de la estancia. El pequeño tramo de viaje en el ascensor denota tensión hasta que las puertas se abren dentro del penthouse que tanto conozco y entonces, avanzo hacia la sala hasta dejarme caer sobre el sofá.

—¿Un trago? —sugiere.

—Encantada.

Me reincorporo sobre mi lugar y admiro la lluvia que se cierne sobre la ciudad a través del gigantesco ventanal. Un escalofrío me recorre el vientre, la lluvia me parece extraña en este momento. Siempre relacioné a la lluvia con algo romántico, como esos momentos en los que te recuestas con tu pareja y lo olvidas todo.

La pregunta es, ¿el romanticismo sería algo usual entre nosotros?

No me considero demasiado romántica, es más, creo que nunca lo he sido. Más bien, un poco detallista, quizá. Siempre trato de poner atención a los detalles.

Acepto el trago de whisky que Edward me ofrece. Toma asiento a mi lado sobre el sofá y de nuevo, siento esa sensación en el aire. No es incomodidad y tampoco se siente como tensión. Se siente como un impulso que tengo estancado en la garganta.

De un tirón, me llevo a los labios todo el contenido del trago que me produce un leve ardor.

—Te amo —suelto, dejando el trago sobre la mesita que se sitúa justo frente a nosotros—. Ya no lo voy a negar. Te necesito de la misma forma que tú a mí, tu ausencia me produce un vacío que no soy capaz de explicar. Nosotros...

Mis palabras se cortan cuando sus labios se estampan sobre los míos y me atrae hacia él, de tal forma que logro posicionarme sobre su regazo.

—Te amo —me corresponde. Son palabras contundentes, profundas y honestas.

Su lengua recorre mi boca con inquietud, me tumba sobre el sofá y nos dejamos llevar por esta sensación que nos corroe. Y no es una sensación cualquiera, no es algo que alguien alguna vez me ha hecho sentir. Esto no se compara ni con la mitad que alguna vez otro hombre me hizo sentir. Es más; es intenso, profundo y apasionante. Es consumidor. Se siente prohibido y peligroso, pero cada minuto lo vale.

¿Quién hubiera pensado que lo que empezó entre miradas cargadas de rabia terminó así? ¿Que lo que empezó como una simple diversión en Amalfi terminó convirtiéndose en más? 

Puede que sea apresurado, puede que esté arriesgándolo todo, pero prefiero eso a quedarme con la duda de cómo se habría sentido entregarme por completo a él, envolviéndome en su arrogante actitud y en sus caricias prohibidas.

Sé que quedan cosas por descubrir, sé que necesito saber qué es lo que nos depara el futuro. Pero lo necesito de la misma forma y de la misma intensidad que él me necesita a mí, porque nunca será suficiente.

Fin de la primera parte


NOTA DE AUTORA: No tengo palabras... solo les recuerdo que el epílogo quizá sea publicado en el día de mañana o el miércoles. Gracias, gracias por leerme y por confiar en esta novela.

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