Caricias Prohibidas

Autorstwa juliettamv

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LIBRO I • DUOLOGÍA CARICIAS Leanne piensa que Edward es un bastardo que se cree superior a los demás y Edwa... Więcej

CARICIAS PROHIBIDAS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO FINAL
EPÍLOGO
Caricias Peligrosas

CAPÍTULO 44

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Autorstwa juliettamv

CONFUSIÓN
.
Leanne

Si soy franca, esta mujer no me agrada. La última vez que la vi fue en el despacho de Edward, cuando nos pilló después de acabar de tener sexo. Sus miraditas desafiantes no me agradaron para nada aquella vez, especialmente cuando me examinaba con la mirada.

Sé reconocer cuando no le agrado a una persona y ella parece detestarme. O estoy en lo incorrecto y me falla la percepción, pero tengo este presentimiento desde que la vi por primera vez.

—Sherlyn. —Me aclaro la garganta—. ¿Qué te trae por aquí?

—Tan solo recorría el gran paraíso italiano. Me imagino que tú también. Este es un hermoso sitio.

Me examina con la mirada y luego, vuelve a iniciar un contacto visual estrecho entre ambas.

»Te invito un café.

La propuesta no me gusta para nada, peeero...

—Claro. —Acepto la propuesta—. ¿Te parece en esta cafetería? Digo, es la que tenemos cerca, a menos que quieras visitar otra.

Ella sonríe.

—Me parece bien aquí.

Tomamos asiento afuera del sitio, donde el atardecer resplandece ante la vista de cualquiera que se siente aquí mismo.

El camarero nos trae el menú y se retira en silencio. Mientras ojeo la carta, puedo sentir la escrutadora mirada perteneciente a la matriarca Haste sobre mí. Sí, conozco ese «truco» si se le puede llegar a llamar así. Busca intimidarme en base a las miradas. Qué mal que no funciona conmigo, tendrá que hacer uso de otro as bajo la manga.

—¿Y qué hacías por aquí? —indaga.

Dejo la carta sobre la mesa.

—Necesitaba algo de aire fresco. Tuve un día largo, ya sabes.

—Me imagino.

El camarero regresa a tomar nuestro pedido y ambas ordenamos una infusión.

—Te he visto con mi hijo la otra vez —comenta cuando nos quedamos a sola—, cuando abrí puerta y los sorprendí.

—Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.

—Generalmente, Edward es así, lleva a cualquiera a su despacho y luego les da una patada en el culo cuando se aburre.

Esboza una sonrisa para parecer más amena, aunque sus palabras no concuerdan con sus gestos.

Eso fue básicamente un; "Eres solo sexo, no te gastes en tratar de conquistar a mi hijo o te arranco los ojos".

Cualquier otra mujer que no tiene las cosas en claro se descolocaría al oírla, pero no es mi caso. Sé perfectamente cómo fluyen las cosas así como también sé que Edward Haste no es ningún santo.

Es lo que muchos hombres suelen hacer —me limito a decir.

—¿A ti te lo han hecho? Digo, pareces hablar desde la experiencia.

Touché, zorra. Busca herir mi ego. Escondo la sonrisa que quiere asomarse y me cruzo de piernas.

¿Cómo le explico que su hijo hoy me hizo lo mismo? A mí no me pesa decirle la verdad a esta mujer, es más, al mentirle, parecería que estuviera en busca de su aprobación cuando sé muy bien que no es así. Aun así, es problema mío, no suyo y no tendría por qué meter la nariz en asuntos ajenos.

—Sí, pero son cosas que pasan. No me afecta en lo más mínimo.

—Qué extraño, cualquier otra estaría llorando en cualquier rincón, Leanne.

—Suerte para mí que no soy cualquier otra.

Consigo hacerla sonreír.

—¿Y qué es eso que traen entre manos mi hijo y tú? —Se aclara la garganta al decir eso.

En ese momento, el camarero regresa con nuestros pedidos y se retira en completo silencio cuando le agradezco.

—Sexo espontáneo.

Sherlyn, que acababa de llevarse su taza de té a los labios, empieza a toser y alza la mirada hacia mí.

—Veo que no te pesa decir la verdad.

—No, Sherlyn, no tengo nada qué ocultarle. Tampoco me apena disfrutar del sexo de forma libre si eso es lo que pareció perturbarla.

Le doy un sorbo a mi taza de té bajo su mirada.

—¿No te molesta?

—¿Qué?

—No darte tu lugar en la vida de Edward y conformarte con eso; ser la mujer que se tira cuando se aburre. —Le da un sorbo a su taza de té—. No pretendo que te sientas atacada, te lo digo de buena forma, querida.

—De hecho, yo me preguntaba lo mismo acerca de Edward, ¿cómo se sentirá él al ser el hombre que me tiro cuando me aburro? ¿Se conformará con solo ser eso para mí? —me llevo una mano al mentón, fingiendo pensar—. La verdad no tengo idea.

Observo a Sherlyn, quien parece fastidiada con mi actitud, pero aun así, hace un intento por disimular su rabieta.

—Me encanta tu sentido de humor, Leanne.

—Gracias, me lo dicen muy a menudo.

—Pero deberías ser consciente de tu lugar en la vida de mi hijo...

—Tu hijo y yo tenemos nuestros términos y nos entendemos muy bien, créeme. A mí no me molesta. Es solo sexo.

—Entonces déjalo —suelta, con sus ojos azules tornándose más oscuros.

—¿Disculpe?

—Leanne, voy a ser franca contigo porque honestamente, ya me cansé de oír tus patéticos comentarios sarcásticos y...

—¿Patéticos? Pero qué ofensivo de su parte, señora...

—Y me parece que una zorra como tú jamás le llegaría a los talones a alguien como a Edward.

Ahí está. Claro como el agua. Esta es la verdadera Sherlyn, no la que esconde su pretensión detrás de sonrisas hipócritas y comentarios mal intencionados. Esta es la mismísima Sherlyn Haste.

—De ser así, ¿te has preguntado si él me llega a los talones a mí? Porque Edward es un hijo de perra, deberías saberlo, aunque estoy segura de que estás al tanto. Debe venir de familia esa costumbre de tener actitudes egocéntricas.

—Aléjate de él.

Debería estar hirviendo de cólera, pero siento alivio al ser capaz de ver sus verdaderos colores.

—¿O qué? —Arqueo una ceja.

—O te voy a hacer la vida imposible y créeme cuando te digo quieres meterte conmigo.

—Tú no quieres meterte conmigo —contraataco—. Soy libre de hacer lo que quiera con mi vida y si crees que vas a llegar tú y manejarme, estás en lo incorrecto.

—Te crees muy sabia, ¿no es así?

—No sé, quizá lo soy al no dejarme pisotear por alguien como tú.

—Aléjate de Edward.

—¿Por qué te interesa tanto lo que tu hijo haga? Es algo que realmente no logro entender.

—Porque una promiscua como tú jamás va a poder entenderlo.

—¿Promiscua? —Me carcajeo—. Ese es un nuevo insulto, un poco patético quizá, pero original. Debería darte unos cuantos puntos.

—¿Siempre te tomas todo tan a la ligera, Leanne?

—Cuando viene de personas que no me interesan y solo me hacen perder el tiempo, sí. Todo tu discurso me parece patético, al igual que tus ataques hacia mí. Nunca te hice nada, ni mucho menos te falté el respeto...

—¿Crees que no conozco a las mujeres como tú? —me interrumpe—. Esas que buscan más fama de la que ya tienen y se cuelgan del cuello del primero que se las folla.

—Ya tengo la suficiente fama y lo he logrado todo por mi cuenta como para que vengas a asumir que "me cuelgo del cuello de tu hijo" cuando ya poseo el suficiente poder.

Me pongo de pie y dejo un par de billetes sobre la mesa.

—Ten una buen tarde, Sherlyn.

Me alejo de ella para empezar a caminar en dirección a casa. Parece que hoy la suerte no está de mi lado.

***

Edward

—Así que, vienen de Norteamérica... —Suelta una risita—. Qué coincidencia, justo yo que tengo debilidad por...

—Ya, cállate —la interrumpo.

El que tenga que estar aquí escuchando sarta de estupideces no es más que culpa de de Joseph tengo que aguantarme la presencia de esta rubia insípida que no hace más que joderme desde que puso un pie dentro de mi penthouse.

—¿Te molesto, Edward?

—Felicidades, Matilde. Acabas de descubrir América.

La miro de reojo. Matilde Leblanc es la reciente amante de Joseph, no sé hace cuánto se ven ni mucho menos me interesa. No logro entender cómo mi hermano tolera una personalidad tan tediosa como la de esta tipa.

—Oh, vamos. —Su mano se posa sobre mi pecho—. Estás despechado por esa mujer que acaba de irse hace unos minutos. Lo vi en tu mirada.

—¿Despechado?

Rueda los ojos.

—Te sorprenderías de lo fácil que puedo reconocer a un hombre que se ahoga en su propio vaso de agua. —Lleva mi mano hacia sus tetas—. Puedes desahogarte conmigo.

—Qué bajo caes. Te tiras a mi hermano ¿y ahora quieres tratar de hacer lo mismo conmigo?

—Podríamos hacer un trío...

—En tus sueños, rubia. —Me pongo de pie—. Lárgate de mi penthouse.

—Estoy esperando a Joseph.

—Tendrás que esperarlo en otro sitio.

Antes de que pueda decir algo más, las puertas se abren y aparece Daniel en compañía de Joseph. Este último, hace una mueca al ver a su amante aquí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —habla, mirando en dirección de la rubia que sonríe de forma coqueta mientras se cruza de piernas.

El vestido que lleva encima se alza hasta descubrir la mitad de sus muslos.

—Vengo a visitarte, Joe.

Arrastra las palabras con coquetería y hago una mueca de asco. Joseph es rápido a la hora de tomarla del brazo y alejarse con ella. «Por fin». Si escuchaba por un segundo más su irritante voz iba a darme una cefalea. Nos quedamos a solas. Puedo deducir de inmediato a qué se debe la mirada de mi hermano.

—¿Qué? ¿Vas a regañarme? —me burlo.

—Me topé a Leanne en la recepción.

Imbécil. Si hay algo que me molesta es que este idiota hable de ella como si la conociera, ¿tanto le interesa la modelo? 

—¿Qué te hace pensar que me importa? Información irrelevante, Daniel.

—No la encuentro muy irrelevante, tu cara lo dice todo. —Da un paso hacia mí y empieza a servirse un trago en la barra—. Se veía herida, pero no utilizaría esa palabra, más bien, humillada. ¿Qué le hiciste?

—¿Tanto te importa? ¿Ahora te crees su amigo o qué? Ni siquiera te conoce.

—Te pones a la defensiva muy rápido.

—No te metas en mis asuntos. Lo que haga con Leanne es cosa mía, no tuya.

—Me meto porque, de hecho, me parece una buena mujer. Dentro de todas las mujeres con las que has estado, parece ser la más decente. No tiene los humos subidos a la cabeza y es respetuosa.

—¿Y?

—No es un secreto para nadie que te acobardas cuando se trata de sentimientos.

—Si quieres, ve, fóllatela, enamórala o una de esas mierdas que a ti te van. Ni siquiera me importa ya —suelto.

—Bien. Me has dejado en claro que no te molesta.

—No, ya no me importa ni me molesta. Vete, cásate con ella, tengan hijos, haz lo que se te salga del culo, pero no me metas en ello porque me importa una mierda lo que suceda entre ustedes.

Pensar en ellos juntos me da náuseas.

—¿Así de fácil? —interroga. 

—No me jodas, Daniel. —Me doy la vuelta.

Me encierro en mi habitación y apoyo la cabeza contra la pared. Idiota. Cree que puede provocarme con Leanne, está equivocado.

Correrla de mi penthouse mi penthouse fue una buena decisión. Ya estaba premeditada. Quiero que deje de hacer que me sienta como un completo idiota. Echarla y actuar distante resultaron siendo buenas opciones.

Solo por un puto instante quise detenerla, decirle que me arrepentía. Menos mal me abstuve a hacer semejante idiotez.

Ninguna mujer tiene control de mis sentimientos. Ella no será la primera.

Pero no entiendo qué me sucede con esta insolente. Son las malditas ganas de buscarla hasta hacerle entender que me vuelve loco.

A veces solo quiero que se quede, luego quiero echarla, pero después solo quiero buscarla de nuevo y repetirle que la odio por hacerme ver como un imbécil arrastrado. Quiero que se aleje de mí.

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