Réquiem por Trujillo

By mildemonios

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Han pasado muchos años desde que los muertos regresaron a la vida para alimentarse de los vivos. Algunas com... More

1. Ángelo: Toque de queda
2. Stefanie: Debajo de la tierra
3. Cristian: Una noche tranquila
4. Todos: Los últimos días
6. Stephanie: Primera vez afuera
7. Cristian: Problemas en el camino
8. Teresa: Parada en el camino
9. Daniel: La vida en el centro comercial
10. Stephanie: Primera vez frente al mar
11. Cristian: Noche en altamar
12. Negociaciones frente a Cao
13. Al agua patos
14. Stephanie: Arribo a la playa
15. Cristian: Un nuevo mundo

5. Angelo: Presentaciones

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By mildemonios

Las familias seleccionadas eran llevadas a una sala de preparación antes de ser finalmente exiliadas de la colonia. Se trataba de una sala redonda con cómodos sillones rojos a los lados. En el medio descansaba una mesita, sobre la cual se ofrecía bebidas y algunos bocadillos.

La sala tenía cuatro puertas de acceso, colocadas en los cuatro puntos cardenales. Una de estas puertas estaba vigilada por dos guardias altos y de apariencia dura, vestidos completamente de negro y armados de distintas maneras.

Angelo había estado sentado con impaciencia observando a todos. Tenía una mano en el bolsillo de su saco, en donde sostenía la pistola oculta. No sabía si tenía el seguro puesto o no. Para él eso no era información relevante en ese preciso momento. Al comienzo había tratado de iniciar conversación con los que estaban ahí, pero nadie había sido comunicativo. Todos estaban demasiado consternados.

De pronto una de las otras puertas se abrió e ingresaron los dos últimos exiliados, Teresa y Daniel.

Entraron con paso seguro y largo. Sus ojos iban rápidamente de un lado a otro, absorbiendo información rápidamente. Miraban a los guardias, miraban las puertas, miraban los bocadillos, miraban a los otros exiliados.

A diferencia de los demás, Teresa y Daniel parecían estar en su elemento. Eso tranquilizó a Angelo de inmediato. Estaban vestidos para la acción, con armas que sobresalían de distintos lados y una compacta mochila cada uno. Mientras que su hermana se veía en shock y el programador se veía inexpresivo y Steph se veía asustada, Teresa y Daniel parecían saber exactamente lo que tenían que hacer.

El programador se le adelantó. Se paró y los saludó amigablemente.

"Buenos días. Soy Cristian. Cristian Paten", se presentó.

Daniel y Teresa lo miraron, pero no le devolvieron el saludo. En su lugar, Teresa se dirigió a todos.

"Me llamo Teresa. Él es Daniel. Entiendo que se sientan nerviosos y asustados. No se preocupen. Daniel y yo somos lo que en otras colonias llaman Caminantes. Hemos sido entrenados para sobrevivir allá afuera. En cuanto salgamos tendremos que estar organizados. Si quieren sobrevivir, sigan nuestras instrucciones. Nosotros sabemos lo que hacemos"

"Yo tengo esto...", dijo Angelo parándose de manera impulsiva. Sacó del bolsillo la pistola. "Quizás..."

"Bien. Regla uno", dijo Teresa mirándolo con intensidad. "Ninguno de ustedes va a disparar un arma de fuego bajo ninguna circunstancia a menos que nosotros les demos permiso. Esas pistolas hacen ruido. Y ese ruido atrae a los apestosos. Si queremos sobrevivir allá afuera, debemos evitar eso como sea. ¿Alguna pregunta?"

Hubo un silencio. Habían estado en ese cuarto por un par de horas esperando con angustia que por fin les digan qué iba a pasar. A qué hora los iban a botar a la calle. Por donde lo harían. Si les darían algo para el camino. Lo que sea. Solo los habían dejado en ese cuarto y no les habían di-cho nada más. Los guardias que los observaban tampoco decían nada y no respondían a ninguna pregunta.

"¿Caminantes?", preguntó finalmente Angelo. "¿Eso es como una tribu? ¿Cómo una profesión?"

"Los Caminantes son los que mantienen Tarma a salvo. Cuando salimos de ahí hace un par de años, Tarma era una pequeña ciudad a la que le estaba yendo bastante bien. Por su posición habían logrado establecer un sistema de defensa efectivo contra los apestosos", respondió Teresa. "Nos entrenan desde pequeños para que podamos sobrevivir por nuestra cuenta afuera"

"¿Y ustedes dos desertaron? ¿Qué pasó? ¿Por qué están aquí?", preguntó Cristian.

"Eso no importa ahora", intervino Daniel. "Escuchen. Nosotros dos hemos sido entrenados para lo que viene. No hemos sido entrenados para proteger a otros, así que vamos a necesitar que ustedes colaboren. ¿Entendido? Necesitamos que caminen en fila. En todo momento. Y siempre en el mismo orden. Eso es importante. Necesitamos saber en todo momento en dónde está cada uno. Para eso necesitamos que mantengan una formación. ¿De acuerdo?"

Todos asintieron en silencio. Angelo se comenzaba a sentir un poco más seguro.

"Luego iremos alterando el orden sobre la base de lo que observemos en el campo", continuó Daniel. "Pero por el momento será así. Teresa irá a la cabeza. El hacker irá detrás de ella. Tenemos entendido que llevas mapas. Eso nos va a ser útil", Cristian se dispuso a preguntar cómo era que sabían eso, pero Daniel no le dio la oportunidad. Siguió hablando. "Después irán los más débiles. Steph y su hija. Y después la otra madre con sus dos hijos. Recuerden, niños. Tienen que mantenerse en formación en todo momento. No se pueden salir de la fila. Si ven algo que les llama la atención, se lo dicen a su madre. Si ella lo considera importante, nos lo puede decir. ¿No había un anciano con ustedes?"

Angelo negó con la cabeza y luego miró sutilmente hacia los dos guardias. Daniel no insistió.

"Está bien. Entonces, luego irás tú y el último de la fila seré yo. ¿Preguntas?", Daniel cruzó los brazos y todos se miraron entre ellos indecisos.

"¿A dónde iremos?", preguntó Dota, quien abrazaba a sus dos hijos como si estuviera en el medio de una corriente de agua. "¿Sabemos a dónde nos vamos a dirigir? ¿Podemos ir a Tarma, de donde ustedes vienen?"

"Está demasiado lejos para llegar caminando", respondió Teresa con dureza. "Ustedes jamás sobrevivirían el viaje. No, necesitamos encontrar un refugio más cercano"

"Yo puedo ayudar con eso", levantó la mano Cristian.

"Lo sabemos", respondió Teresa y después caminó donde Angelo, quien había colocado su pesada mochila en el suelo. "Saca todo lo que tienes ahí dentro y ponlo ordenadamente en el piso. Quiero revisarlo. Tú también", señaló a su hermana Dota. Luego señaló a Daniel. "Él va a revisar las mochilas de los dos niños"

"¿Y la mía nadie las va a revisar?", preguntó Cristian. Su mochila estaba en una esquina apoyada. Era compacta y no se veía muy pesada.

"No hace falta", respondió Daniel y caminó donde los dos niños sin dar mayor explicación.

Cristian se quedó confundido en el medio de la sala. Vio a un lado a Angelo y a Dota concentrados, sacando las cosas de sus mochilas. Al otro lado a Daniel revisando las mochilas de los dos niños. A Steph calmando a su hija. Teresa parada detrás de Angelo, dándole instrucciones. Era como si todos tuvieran un lugar en esta pequeña nueva maquinaria, menos él. Sabía que era útil. Sabía que esto incrementaba las posibilidades de que él mismo sobreviviera. De alguna manera Teresa y Daniel sabían que él tenía información que ellos necesitaban y por eso lo habían puesto delante de la fila, junto a Teresa. Eso debía significar algo. Pero aun así se sentía excluido.

Quizás estaba pensando demasiado. Consideró en sacar una de las tabletas que había traído, para revisar los mapas que tenía disponibles, pero eso implicaba gastar un poco la energía de las baterías y prefería no hacer eso. En su lugar pensó que tenía sentido descansar. Después de todo, cuando salieran...

Bam. Una de las otras dos puertas se abrió de golpe e ingresó una mujer de entre 50 y 60 años. Estaba vestida como una típica burócrata de administración central. Cristian no la conocía y no la había visto antes, pero eso no significaba nada. Administración central tenía mucha gente dispersada en distintas oficinas de las siete torres.

La mujer iba acompañada de un joven que sostenía folders con papeles y que iba ligeramente por detrás. Su asistente, sin duda. La mayoría de los altos burócratas de administración central tenían uno, el cual terminaba usualmente reemplazándolo o siendo ascendido a un puesto similar en otra parte de la organización. Mientras que la mujer parecía atenta y muy segura de sí misma, el asistente parecía un imbécil. Tímido, temeroso, lento. Esta mujer se había buscado un asistente mediocre. Eso denotaba un complejo de inferioridad que seguramente se reflejaría en una manera tosca y abusiva de tratar a las personas.

Cristian concluyó que estaban en problemas. No obstante, ¿qué era lo peor que podía pasar? Ya estaban a minutos de ser expulsados de la colonia, a una ciudad infestada de zombis hambrientos.

"Buenos días a todos, mi nombre es...", comenzó a decir la mujer.

Teresa levantó una mano y la interrumpió sin mirarla.

"Un momento", le dijo, mientras separaba lo que Angelo debía llevar y lo que no. La mujer se volteó hacia su asistente, que estaba con la boca abierta. Los guardias no sabían qué hacer. Cuando Teresa terminó de ayudar a guardar sus cosas, se paró y encaró a la mujer. "Ahora sí. ¿Qué decía?"

"Mi nombre es Ella Puya. Soy coordinadora del proceso de retiro de familias. Estoy a cargo de vuestro exilio"

"Mucho gusto", Daniel se paró junto a Teresa. "¿Algo más?"

Ella lo miró y dudó. Luego revisó un papel que le entregó su asistente.

"Necesito asegurarme de que estén aquí...", comenzó a decir. Daniel le interrumpió.

"Yo soy Daniel. Ella es Teresa. Ellos son Angelo, Dorotea, Alan, Morris, Cristian, Stephanie y la pequeña Naomi. Listo. ¿Algo más?"

Ella arrugó su frente. Revisó el papel y se dispuso a decir algo. Daniel la volvió a interrumpir.

"Sí, así es. Faltan los dos hermanos que vivían con nosotros y el anciano que vivía con Angelo. Nadie aquí tiene idea de en dónde están. ¿Algo más?"

"Oiga, jovencito, creo que usted debe...", comenzó a decir Ella. Daniel levantó la mano.

"Soy mayor de edad hace mucho, mucho tiempo. Y no recuerdo que nadie me haya tratado de jovencito cuando nos reclutaron para hacer patrullas alrededor de esta colonia y ayudarlos con sus problemas de seguridad. Un trabajo que nadie quería, si mal no recuerdo", comentó él. "Quizás deba usted estar pensando que la debemos tratar con respeto. ¿Era eso lo que iba a decir? Porque nos está botando de la colonia. ¿Tiene usted idea de lo que eso significa para nosotros? No solo no le debemos respeto. Creo que, por el contrario, nos hemos ganando el derecho de tratarla mal. ¿Tú qué opinas, Teresa?"

"Creo que tienes razón, Daniel", respondió la otra caminante. "No entiendo qué tipo de petulancia podría hacerle creer a esta señora que la debemos tratar con respeto"

Ella dudó por unos segundos. El asistente estaba petrificado. Los dos guardias estaban expectantes.

"Podría...", dudó nuevamente. "Podría quitarles sus armas... Exiliarlos desarmados"

Daniel y Teresa se miraron entre ellos. Los guardias se demoraron un momento en reaccionar, lo cual fue suficiente.

Daniel y Teresa desenfundaron cada uno una pistola. Daniel apuntó a Ella. Teresa apuntó a los guardias.

"Angelo", dijo Teresa. "Éste es el momento de sacar tu arma. Apúntala a uno de estos dos guardias, si fueras tan amable"

Ella y el asistente levantaron sus manos.

"Sí", dijo Daniel. "Podría. ¿Lo va usted a hacer?"

La mujer resopló e hizo una mueca de frustración. Dio media vuelta y se dirigió a la puerta por la que había entrado. Agarró a su asistente de la ropa y le dijo en voz baja.

"Que terminen de ordenar sus paquetes y se vayan. ¿Me entendiste?"

En cuanto había salido, Daniel y Teresa enfundaron sus armas. Angelo guardó la suya también. El asistente se volteó hacia los demás. Tampoco dijo nada.

Todos continuaron trabajando en silencio por unos minutos, hasta que Teresa y Daniel decidieron que estaban listos. Todos se pusieron sus mochilas y sus maletines. Angelo revisó por última vez que tuviera su pistola a la mano. Steph sacó su cuchillo y lo volvió a guardar.

"Estamos listos", le dijo Teresa al asistente, quien le hizo un gesto a los guardias, quienes a su vez abrieron la puerta. Daba a un pasillo largo muy bien iluminado, el cual terminaba en una reja de metal, la cual tenía detrás otra puerta de madera dura. Uno de los guardias entró nervioso y sacó un manojo de llaves de alguno de sus bolsillos.

Para ingresar al pasillo, todos los exiliados miraron a Teresa, la cual caminó con tranquilidad y se adelantó. Cristian no necesitó que nadie diga nada antes de ponerse detrás de ella.

"A un metro y medio de distancia del que esté adelante. Ni más, ni menos", le dijo Teresa a todos. Cristian obedeció.

Los demás se colocaron en el orden en el que les habían indicado. Daniel se colocó al final.

"¿Todos listos?", preguntó Teresa. Todos comunicaron de alguna manera u otra que lo estaban. Y así comenzó a avanzar por el pasillo.

Para Angelo, cada paso era más angustiante que el anterior. Desde que le habían anunciado que su familia había sido sorteada, su vida se había venido abajo. Todo lo que había acumulado, todo lo que había construido, todo se había perdido. Ahora estaba él solo y sus habilidades y una pistola y nada más. Lo que importaría ya no serían las cosas que tenía, las propiedades que su tío le había heredado. Todo eso se quedaba en la colonia.

Lo que importaba ahora era si sabía disparar, si sabía defenderse con un cuchillo, si sabía mantener la calma. Y la verdad era que Angelo dudaba mucho de que fuese suficiente. Ahora que su hermana y sus sobrinos estaban en manos de alguien más, de estos dos comandos que los estaban dirigiendo, en buena medida ya no lo necesitaban a él. Eso era un alivio. Durante los dos días anteriores había estado cuestionando el sentido de seguir. Si valía la pena efectivamente salir a la calle o si era mejor irse a vivir la vida clandestina dentro de las siete torres que su tío había elegido. O si era aún mejor olvidarse de todo el asunto y poner fin a su vida. Tenía una pistola en su bolsillo ahora. Podía sacarla, apuntarse a la frente y finalizarlo todo. Quizás eso era mejor para todos.

Ahora esa pregunta volvía a su cabeza, considerando que su hermana ya no dependía de él, sino de Teresa y de Daniel. Cada paso que daba la duda se hacía más fuerte.

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