Pandora (EN PAUSA)

De Jota-King

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Primera entrega. ¿Qué ocurre si un día descubres que has vivido bajo la sombra de un engaño? Tu mundo en frac... Mai multe

Notas del autor.
Prefacio.
Pequeña traviesa.
Decisiones, el llanto de una madre.
Necesidad.
No creas que será fácil.
Indiscreción.
A 30 días del final.
Planes futuros.
El placer del deseo.
Cercanía lejana.
Un regalo inesperado.
Nunca es tarde como piensas.
¿Dónde está Pandora?
Tras la tormenta no hay calma.
Una drástica decisión.
No siempre la sangre llama.
Un sueño hecho realidad.
Libertad.
Absurdo descuido.
La decisión de Leila.
Regocijo en el corazón.
Como torre de naipes.
Un nuevo día.

Solo un segundo basta.

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De Jota-King

OCHO AÑOS ATRÁS...

Un particular sonido llamaba la atención de Quentin, quien levantaba la cabeza para escuchar con mayor claridad de dónde provenía. Bastarían unos segundos para que se diera cuenta que provenía del baño, específicamente desde su pantalón. Una inesperada llamada a su celular interrumpiría aquel juego sexual que estaba a punto de iniciar nuevamente entre ellos. Rápidamente éste se levantaba de la cama y se dirigía hacia el baño, cerrando la puerta de éste.

Leila por su parte se mantenía expectante, a la espera de que Quentin pronto saliera para continuar con lo que pretendían. Ella deseaba más sexo, lo necesitaba. Sorpresa para ella sería el verlo salir minutos después, semi vestido y apurado, dejando a un costado de la cama el vestón y corbata que traía en las manos. Su rostro evidenciaba nerviosismo. Pero había algo más, algo en su mirada, no era la misma al salir del baño, aquella llamada había provocado un cambio muy evidente en él, y fuese cual fuese la noticia que le dieron, lo tomó por sorpresa.

—¿Sucede algo? —Leila se levantaba de la cama, cubriendo su cuerpo desnudo con un camisón, acercándose a Quentin por la espalda y abrazándolo por la cintura. Éste se encontraba frente al antiguo armario donde guardaba su ropa, en busca de una nueva camisa, pues la que llevaba ya no le servía— Te noto preocupado, ¿pasó algo en la empresa?

—Nada de lo que debas enterarte Leila. —Su voz ronca y profunda demostraba desdén hacia ella, algo andaba mal producto de aquella llamada, sin embargo, era algo que en el momento no le interesaba, Leila aún estaba en un estado de excitación.

—Te siento tensionado mi amor, ¿qué te parece si volvemos a la cama, te sacas la ropa y retomamos lo que estábamos haciendo? —Leila lo apretaba fuertemente mientras soltaba un largo suspiro, su voz sensual era una invitación imposible de rechazar— Así te relajas un poco.

—Ahora no puedo Leila, tengo que hacer y debo retirarme. —Sin siquiera voltear la mirada, Quentin extraía una camisa y se soltaba de los brazos de Leila, dando unos pasos hacia el espejo de cuerpo entero que mantenía a un costado del armario— La llamada que recibí es de suma urgencia, y debo salir a atenderla de inmediato.

—¿Tan importante como para dejarme así?

Al preguntar, Leila soltaba la amarra de su camisón y lo abría de par en par, dejándole ver su cuerpo desnudo a través del espejo. Éste la observaba, levantando levemente una ceja mientras terminaba de hacer el nudo de su corbata. Se acercó a su velador y extrajo del cajón una carpeta que tenía guardada ahí.

—Ahora no tengo tiempo, lo siento Leila.

—¡Qué ridículo, —exclamaba ésta cerrando sus ropas y sentándose a la orilla de la cama— hace una hora atrás tampoco tenías tiempo!

—Ahora es diferente mujer, debo irme de inmediato.

—¿Diferente dices, y qué cambió, dime qué cambió? —Enfurecida, Leila se levantaba y le daba un fuerte empujón, lanzándolo contra el armario— ¡Tu llamada, esa llamada fue lo que cambió todo, no debiste contestar!

—¡No empieces con tus estupideces y tus celos sin fundamento mujer!

Enfurecido tras las acusaciones tomaba el vestón y comenzaba a caminar hacia la puerta, no obstante, Leila súbitamente le interrumpía el paso, dándole fuertes golpes en el pecho con la palma abierta, al tiempo que continuaba recriminándole.

—¡Responde, responde, quién te llamó, qué tan importante es lo que tienes que hacer para dejarme así como estoy!

En total enajenación, ésta le seguía dando golpes en el pecho, haciendo que Quentin retrocediera a paso lento. Poco a poco las facciones de éste cambiaban, haciéndose evidente la ofuscación en él, hasta que ya no lo soportó más, la tomó por los brazos y con violencia la apartó de su camino, haciendo que Leila tambaleara a punto de caer al suelo.

—¡Nada de esto debió pasar Leila, será mejor que te vistas y dejes de provocarme!

Sin siquiera mirar a Leila, éste se dirigió hasta la puerta y salió de la habitación, cerrando con violencia ésta, mientras Leila, tras oír sus palabras, se derrumbaba sobre el piso rompiendo en llanto.

Por largos minutos se mantuvo así, dándole puñetazos al suelo, sintiéndose estúpida y sucia. Claramente Quentin no quería nada con ella y lo ocurrido entre ellos no fue otra cosa que un desliz del momento, precisamente provocado por ella. Muchas cosas pasaban por su mente, entre otras aquella misteriosa llamada, fue eso lo que acabó con el juego de sábanas que tenían y provocando la discusión entre ambos.

Ahora tenía una misión por delante, debía saber quién lo había llamado. Si era tan importante como lo dijo, de seguro tenía que ver con la empresa, sin embargo, aquello no era motivo para que Quentin cambiara de actitud tan repentinamente, había algo más, algo que su esposo le estaba ocultando y debía saberlo a cualquier precio. No era posible que después de hacerle el amor como lo había hecho, la dejara así por una simple llamada.

—Algo me estás ocultando Quentin estoy segura, —murmuraba con rabia mientras se encontraba en el piso de la habitación— y no tardaré en enterarme de lo que se trata, lo juro.

Los días pasaron como si aquella mañana no hubiese ocurrido nada, no obstante, Leila no dejaría las cosas así como así, y no tardaría mucho en increparlo por lo ocurrido. Sentía que Quentin le debía una explicación, no solo por aquella llamada que le cambió el estado de ánimo, sino porque era la culpable de la interrupción del juego de sábanas que felizmente para ella estaba pasando entre ambos.

Por primera vez desde hace mucho tiempo, Leila se sentía deseada por Quentin, y precisamente esa mañana fue la prueba para ella de que no todo estaba perdido, había una real posibilidad de hacer que las cosas mejoraran entre ellos. De lo contrario, Quentin no la hubiese hecho el amor de la manera en que lo hizo, con esa entrega y pasión desmedida que la hizo florecer nuevamente.

Extraño además era para ella, el hecho de que Quentin no le dirigiera la palabra durante esos días, pero de lo que no se daba cuenta, era que ella actuaba de manera fría hacia él, y cada vez que éste se acercaba a ella, simplemente lo ignoraba. Nunca notó las noches en que Quentin la buscó en la intimidad, a pesar de llegar cansado y a altas horas de la madrugada, le fue imposible arrancarla de su profundo sueño. No lo soportó más, y una noche decidió increparlo sin saber lo que pasaría.

—¿Vas a seguir así, —Leila interrumpía aquella distancia entre ambos, lanzándole la pregunta tras topárselo en uno de los pasillos— sin hablarme?

—No sé a qué te refieres. —Con voz seca le respondía Quentin.

—No te hagas el inocente, sabes bien a qué me refiero.

—¿Acaso no tienes otra cosa más que hacer que fastidiarme? —Quentin intentaba evadir la conversación, pues en el fondo sabía que terminaría en una pelea sin sentido— ¿No tienes una amiga por ahí a quien visitar?

—¿Quién te llamó? —Leila insistía sin embargo.

—Por lo visto vas a insistir en lo mismo, ¿no tienes nada mejor que hacer?

—¡No pienses que soy estúpida, esa mañana estábamos muy bien, hicimos el amor dos veces y de un de repente tu celular suena y cambias drásticamente!

—Ya te lo dije mujer, problemas en la oficina. ¡Además no tengo por qué darte explicaciones!

—¿Y por eso es que no me hablas?

—Fuiste tú quien decidió no dirigirme la palabra, ¿tengo que recordártelo acaso? —Quentin intentaba mantener la compostura, pero le era difícil viendo la manera en que Leila lo acataba, sin mediar cuartel— Ahora, ¿puedo seguir con mis cosas?

—No sé qué es lo que quieres, en verdad te desconozco. Pensé que después de lo que pasó en nuestra cama las cosas cambiarían entre tú y yo.

—Voy a decirte algo Leila, —Quentin hacía una pausa, respirando hondo antes de continuar— también pensé lo mismo, sin embargo decidiste no hablarme, hasta ahora.

—¿Y entonces?

—Veo que ni siquiera te diste cuenta las veces en que te busqué para hacerte el amor. Fueron muchas noches en que lo hice, y tu respuesta fueron unos cuantos manotazos, además de correrte a la orilla de la cama.

Leila quedaba sorprendida por sus palabras. Por segundos no supo qué responderle. Lo que ella tanto quería estaba sucediendo y ni cuenta se había dado. Sentía vergüenza de increparlo, incluso olvidando aquella llamada que aún la tenía molesta. Pero debía reaccionar y responder, defenderse de los dichos de Quentin.

—¡Sabes perfectamente que tengo el sueño pesado, además, no es mi culpa que por tu trabajo llegues a dormir tan tarde! ¿O crees que me voy a desvelar esperándote?

—De acuerdo, si así son las cosas, entonces prefiero no seguir insistiendo. Creo que lo mejor es que duerma un tiempo en la habitación de invitados, así no te genero incomodidad.

—¡Como quieras Quentin, puedes irte a la mierda si quieres!

Totalmente ofuscada, Leila daba media vuelta y se dirigía a su habitación, azotando la puerta de esta en señal de enfado por lo que Quentin le había dicho. En el interior, daba vueltas de un lado a otro como león enjaulado, recriminándose por no haber notado lo que en verdad ocurría, pero lejos de hablar con Quentin y pedirle disculpas, se dejó llevar por la rabia contenida por largo tiempo en su interior.

Minutos después, Quentin ingresaba a la habitación en busca de un poco de ropa y otras pertenencias, y se dirigía a la habitación destinada a las visitas. Leila lo observó por largos minutos, dubitativa en si era o no apropiado el hablarle y aclarar la situación, pero terminó por desistir al verlo salir sin siquiera dirigirle la mirada. Comprendía que él también estaba enrabiado con la situación, por eso lo mejor era no insistir por aquella noche. Ya habría tiempo de hablar.

Los días pasaron de manera excesivamente rápido para ella, y sin darse cuenta, solo cinco días la separaban de la crucial cita en el calendario. Durante el tiempo en que durmieron en habitaciones separadas, fueron varias las noches en que Leila se escabulló a la habitación de Quentin, impulsada a intentar averiguar de quién era aquella enigmática llamada. Tenía muy en claro el día en que había ocurrido, solo bastaba con hurguetear el celular de Quentin para saberlo.

Pero por mucho que lo intentó, no logró averiguar nada, simplemente no pudo dar con la clave con la cual Quentin mantenía bloqueado su celular. Esto alimentaba en ella la certeza de que algo le estaba ocultando, pese a que según él, después de esa mañana, fueron varias las noches en que la buscó en la intimidad. Dudaba en la veracidad de sus palabras, pues quizás no era más que una treta, una manera de desviar su atención. No comprendía que el averiguar dicha llamada, se había vuelto una obsesión para ella.

Al punto de tener ya calculada la hora en que Quentin llegaba por las noches, y tras tomar una taza de café en la cocina, se dirigía a su habitación, tardando alrededor de treinta minutos en quedar profundamente dormido, eso si es que no se ponía a hablar por teléfono. Cuando eso ocurría, Leila se escabullía en silencio hasta llegar a la puerta para intentar escuchar lo que hablaba, sin embargo, solo lograba percibir murmullos desde el interior de la habitación.

Era tal su obsesión por esa llamada que incluso, teniendo la oportunidad de hacerlo, no había intentado tener intimidad con Quentin, pese a encontrarlo profundamente dormido en varias ocasiones. Pero lo peor era que había pasado por alto algo de vital importancia para ella, la decisión que tomaría una vez que estuviera en la clínica. Aún estaba a tiempo de arrepentirse y darle a esa criatura en su vientre la oportunidad de llegar a este mundo.

La noche anterior a la cita, armó un pequeño bolso con lo imprescindible para estar en la clínica un par de días, y lo ocultó dentro de su vehículo antes de que Quentin llegara, y así evitar que éste le hiciera algún tipo de pregunta, aunque era evidente que aquello no ocurriría, llevaban prácticamente un mes sin cruzar palabra alguna.

Al verse acorralada por la fatal fecha, se dio cuenta que había perdido el tiempo con Quentin, pero aquella obsesión traicionera la impulsaría a intentar una vez más acceder al celular de éste, comprendiendo que después de salir de la clínica con su “problema” resuelto, ya nada importaría. Esperó hasta que Quentin estuviera profundamente dormido y se escabulló sigilosa a la habitación, buscando en la penumbra el celular de éste.

—¿Buscas algo?

—¡Quentin! —Al escuchar su ronca voz, palideció en segundos— este… yo… creí que estabas dormido.

—¿Buscas esto acaso? —Desde debajo de la cabecera, Quentin extraía el celular, mostrándoselo— ¿Por esto te has estado metiendo a escondidas mientras duermo?

Leila no tenía palabras para defenderse. No solo había sido descubierta en el acto, sino que además, Quentin le daba a entender que sabía las ocasiones en que había intentado acceder al celular. Un sudor frío le recorrió el cuerpo, haciéndola temblar de nervios y sin saber qué hacer.

—¿Todavía crees que te estoy engañando?

—¿Por qué no dijiste nada en este tiempo? —Leila intentaba sacar el habla, aunque solo lograba murmurar sus palabras— ¿Sabiendo lo que hacía, tú lo permitiste?

—No debiste entrar aquí en busca de mi celular. —Quentin se reincorporaba, sentándose en la cama y mirándola fijamente, dejando sobre el velador el celular.

—¿Y qué debía venir a buscar entonces? —Leila no comprendía lo que ocurría, y mucho menos entendía lo que éste le quería decir.

Sin emitir palabra alguna, éste se levantó de la cama y se paró frente a ella, fue ahí que notó que se encontraba desnudo. Sin esperar que Leila reaccionara, la rodeó con sus brazos por la cintura y la besó apasionadamente. En cosa de segundos ambos se encontraban en la cama, dejándose llevar por la pasión y el deseo contenido en sus cuerpos.

A la mañana siguiente, Leila salió temprano de la mansión, una media hora después que lo hiciera Quentin. Antes de abandonar el lugar, se despidió de Dexter y Bernardo, abrazándolos y besándolos como si fuese la última vez que los vería, ahogando en su garganta aquel llanto que se apoderó de ella en el momento. No podía dejar que sus hijos la viesen así, de seguro le harían preguntas, las cuales le sería imposible de responder.

¿Cómo les diría que estaba a punto de cometer un crimen, que en su vientre llevaba una criatura que no debía llegar a este mundo? Tan siquiera pensar en ello le aterraba. En el caso que Quentin notara su ausencia, la excusa que dejó con la ama de llaves era que se había ido un par de días a la casa de una amiga, la cual estaba pasando un mal momento y necesitaba de su ayuda.

Como Quentin poco y nada conocía el círculo de amistades con las cuales contaba Leila, no haría preguntas, por lo que en su retorno, si es que le preguntaba directamente a ella, en esos días dentro de la clínica tendría tiempo para inventar una excusa creíble, o por lo menos contactarse con alguna de sus amigas, la menos conocida por parte de su esposo, para que la solapara con aquella mentira, aunque esto significara el revelarle a ella el verdadero motivo que provocó dicha mentira.

Ya en la clínica, se ponía a disposición de aquel médico recomendado por José Luis, quien sentenciaría el futuro de la criatura que portaba en su vientre. Por fin aquella pesadilla que tantas noches le quitó el sueño terminaría. Recostada en la camilla dentro del pabellón, sentía en extremo calor en su cuerpo, quizás producto de la radiación de las luces que iluminaban el lugar, o tal vez por el miedo que aún sentía en su interior.

Mientras el médico a cargo de la interrupción de su embarazo le explicaba el procedimiento, el cual tardaría entre diez y veinte minutos, una mujer vestida de azul y de baja estatura se encargaba de ponerle la anestesia local para que no sintiera dolor en la zona del cuello uterino, sin embargo, esta sedación no evitaría el dolor que estaba a punto de sentir por la aspiración de la criatura.

Sus miedos se incrementarían al ver al médico con la cánula flexible en sus manos una vez que el cuello del útero ya se encontraba dilatado, preparándola para introducirla y comenzar la succión. Se aferró fuertemente a la camilla al sentir cómo ésta era introducida en su cuerpo por el médico, cuerpo que comenzó a temblar de manera incontrolable.

Sentía cada centímetro de aquel flexible en su interior, sudaba frío y sus pupilas se dilataban mientras observaba como el médico conectaba a la cánula la jeringa que terminaría con la vida que se gestaba en su vientre.

Solo unos segundos bastaban para que diera inicio el asesinato.

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