Pandora (EN PAUSA)

By Jota-King

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Primera entrega. ¿Qué ocurre si un día descubres que has vivido bajo la sombra de un engaño? Tu mundo en frac... More

Notas del autor.
Prefacio.
Pequeña traviesa.
Decisiones, el llanto de una madre.
Necesidad.
No creas que será fácil.
Indiscreción.
A 30 días del final.
Planes futuros.
El placer del deseo.
Solo un segundo basta.
Un regalo inesperado.
Nunca es tarde como piensas.
¿Dónde está Pandora?
Tras la tormenta no hay calma.
Una drástica decisión.
No siempre la sangre llama.
Un sueño hecho realidad.
Libertad.
Absurdo descuido.
La decisión de Leila.
Regocijo en el corazón.
Como torre de naipes.
Un nuevo día.

Cercanía lejana.

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By Jota-King

Los bellos alazanes mantenían su andar firme, pero lento, dejando sentir el golpeteo de sus cascos en el suelo con cada paso que daban. Se mostraban tranquilos y relajados durante el paseo, esto se notaba en especial en la postura de su cabeza y sus orejas hacia adelante. Temible de cuando en cuando volteaba la cabeza mientras caminaba, como si quisiera mirar a la pequeña Pandora, quien por su parte se mostraba relajada, moviéndose a la par del animal, con los hombros rectos y los talones hacia abajo en los estribos.

La pequeña llevaba la mirada fija hacia adelante entre las ojeras del caballo, y su rostro lo decía todo, ella estaba completamente feliz con la caminata, no solo por el hecho de estar junto a Beatriz y Leila aquella tibia tarde, sino por poder montar a Temible. Fueron precisamente su padre Facundo, en conjunto con Rigoberto, uno de los adiestradores de estos magníficos ejemplares, quienes se encargaron de enseñarle a montar a muy temprana edad, dado el amor que Pandora manifestó por estos animales.

Prácticamente era imposible lograr que la pequeña se despegara del joven alazán cada vez que iba a ver los entrenamientos. La química entre ellos era única y especial, por lo que inevitablemente llegaría el día en que Pandora por fin lo montara. Hacía muy poco tiempo, y luego de ver un programa en la televisión, la pequeña había manifestado su deseo de aprender el arte de la equitación, sin siquiera saber qué era aquello, pero si lo que vio en la televisión se traducía en poder montar un caballo, ella era feliz.

La cálida brisa de la tarde traía consigo una amalgama exquisita de aromas florales propios de la naturaleza en la cual se encontraban sumidas, entremezclándose entre sí conjuntamente con la tranquilidad del lugar. El sendero que seguían las llevaba directamente a un riachuelo donde acostumbraban a detenerse por unos minutos para disfrutar los sonidos que la naturaleza les ofrecía, una pausa perfecta para estirar un poco el cuerpo y de paso que los alazanes bebieran un poco de aquellas cristalinas aguas.

Unas rocas al borde de éste eran el asiento perfecto para disfrutar el momento. El sonido de aquellas aguas tranquilas y traslúcidas se mezclaba con el trinar de las pequeñas aves posadas entre las ramas de los árboles, quienes revoloteaban y cambiaban de una rama a otra como si les dieran la bienvenida al lugar. Aquel aroma a tierra mojada era abundante ahí, y en su conjunto con los diferentes sonidos y colores de aquella perfecta naturaleza, era para las mujeres una experiencia inolvidable, refrescante y relajante.

Era un soplo de vida y vitalidad para el alma el poder disfrutar aquello, un baño de belleza y vivos colores para la vista, el tener la posibilidad de degustar aquellos aromas, aquella tranquilidad que se respiraba lejos del frenesí de las grandes ciudades. Una caricia para el corazón de Leila en especial, quien no lo estaba pasando bien en su vida. Aquel paisaje que ante sus ojos tenía, le ayudaba a arrancar de la realidad por la cual atravesaba, y eso matizado con la incomparable compañía de Beatriz y en especial de Pandora, era algo que su corazón atormentado atesoraba en lo más profundo, haciéndola sentir en compañía y libertad.

Por su parte, para Beatriz era una alegría el estar junto a su hermana, sin embargo su compañía en cierto modo contrastaba con el hecho de que siempre la visitara sola. Llevaba años sin ver a sus sobrinos. No comprendía como ellos jamás volvieron a visitarla, siendo que de niños era normal para ella el verlos y disfrutarlos a cada momento. Los pequeños recorrían cada rincón de la hacienda, y al igual que Pandora, disfrutaban los paseos a caballo por aquellas tierras.

—Es revitalizante estar aquí hermanita, necesitaba distraerme, liberar mi mente de todo el caos que tengo en ella. Gracias por este paseo Beatriz, realmente era algo que necesitaba.

—Siempre cuenta con ello Leila, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, —sentada ahí sobre las rocas, Beatriz le extendía la mano cariñosamente, y ambas, tomadas de la mano, disfrutaban no solo del paisaje y del momento, sino también de ver como Pandora jugaba de un lado a otro— ¿algún día la conocerán? Me refiero a Dexter y Bernardo, deben de estar grandes mis sobrinos.

—Eso espero también, —susurraba Leila, soltando un pequeño suspiro— mis hijos han cambiado mucho con los años, ya no les apetece el volver a estas tierras. Están sumidos en un mundo estresante y lleno de tecnología, con suerte conocen el patio de aquella enorme mansión.

—¡Oye, por si no te has dado cuenta acá también hay tecnología hermanita! No creas que por estar aquí estamos desconectados del mundo.

—Creo que es una manera sutil de decirte que están alejados de mí, simplemente no logro tener una conexión con ellos, están más apegados a su padre que a mí. Pero en ocasiones hasta llego a dudar en que también estén apegados a él.

La tristeza se sentía en las palabras de Leila, ni siquiera ella comprendía en qué punto de sus vidas sus hijos se habían alejado tanto. De pequeños siempre fueron dependientes de ella, sin embargo, a medida que fueron creciendo, también lo hizo la lejanía, llegando al punto de formar un verdadero abismo entre su vida y la de sus hijos. Y por más intentos que hizo para revertir la situación, sentía que sus esfuerzos eran en vano, al punto de ya no intentarlo.

—Intenta convencerlos de venir, quiero que conozcan a su prima cuando llegue. ¿Qué edad tienen ya? Llevo tanto sin verlos que ya perdía la cuenta. —Esbozaba Beatriz.

—Dexter tiene 17, y Bernardo 15.

—¡Cómo pasa el tiempo! —Reaccionaba ésta, en parte sintiéndose un tanto avergonzada con su pregunta, siendo sus únicos sobrinos, por lo menos podría tener la certeza o aproximarse a sus edades, pero no era así— Pensar que la última vez que los vi no tenían ni la edad de Pandora, ¿se acordarán de ella?

—Lo dudo, —le aseguraba entre dientes Leila, esbozando un pequeño suspiro— Pandora tenía como 2 o 3 años cuando la conocieron.

—¿Están hablando de mí? —Súbitamente la pequeña las interrumpía tras escuchar su nombre, y es que estaban tan sumidas en su conversación que no se dieron cuenta cuando ésta apareció a sus espaldas, dándoles un buen susto de paso— ¿Ya nos vamos, me dio hambre?

—Sí pequeña, ya nos vamos, se está haciendo tarde ya, —le respondía Beatriz, revolviéndole el pelo por asustarlas— ¡eres bien traviesa, nos diste un buen susto!

—¿Y ellos quienes son, por qué no me vienen a ver, son mis primos? —Pandora se lanzaba sobre los brazos de Leila tras su pregunta, haciendo que ambas casi cayeran de la roca— ¡Quiero verlos, tráelos tía para que jueguen conmigo, yo los llevo a ver los caballitos, les muestro mi pieza, mi cama, mis juguetes, a mi mamá, a mi papá!

Ambas mujeres quedaron silentes tras las palabras de la pequeña, pues ésta las tomaba por sorpresa con sus dichos, en especial a Leila. Sus ojos poco a poco comenzaron a cristalizarse, poniéndose nerviosa y sin saber qué responderle. Por escasos segundos su mente se nubló, su lengua se trabó y su cuerpo tembló. Sería Beatriz quien resolvería el tema, logrando salir del incómodo momento para su hermana. Se levantó de la roca y tomó por las manos a Pandora, haciendo que ésta se parara frente a ella, y con dulce voz respondió a su interrogante.

—Te prometo que pronto los conocerás. Tú quizás no los recuerdas, pero ellos te vieron cuando eras más chiquita de lo que eres ahora.

—¿En serio? —Preguntaba extrañada, rascándose la cabeza— No los recuerdo, bueno, ¿ya nos vamos? Mis tripas me están sonando, tengan compasión de mí.

—Sí pequeña, ve por tus cosas para que volvamos a la casa.

—¡Bueno! Y por cierto, ¡no soy tan chica!

La pequeña daba media vuelta y corría a recoger sus cosas, al tiempo que gritaba ¡Temible, ya nos vamos caballito! Por su parte y aun desconcertada, Leila se levantaba de la roca sacudiendo sus ropas y miraba a Beatriz sin emitir palabra alguna. Su mente le había jugado una mala pasada y había quedado en evidencia ante los ojos de su hermana.

—Tranquila Leila, ya llegará su momento, solo espero que estés lista cuando eso ocurra, tendrás que ser fuerte, nadie sabe la reacción que tendrá. —Beatriz posaba sus manos sobre los hombros de Leila, quien daba un largo suspiro mientras secaba sus ojos antes que las lágrimas lograsen correr.

—Ese es el gran miedo que tengo, —murmuraba con un nudo en su garganta— que ese día llegue y todo cambie, que todo lo sufrido por estos años no valga nada y termine de la peor manera. No podría soportarlo.

—No pienses eso, ten fe en que las cosas mejorarán, tú tranquila, ya verás que al final del túnel encontrarás la luz que tanto necesitas.

—Ojalá sea así Beatriz, ojalá. Es un verdadero tormento.

—¿Aún crees que tomaste la decisión correcta?

—Creo que nunca lo sabré.

—¡Ya pues, vámonos que tengo hambre, mi guatita relincha igual que Temible! —De un grito la pequeña las devolvía a la realidad.

La noche apenas se abría paso, sin embargo, el firmamento ya ofrecía un cielo estrellado, limpio y brillante. El ambiente a esa hora estaba fresco, desprendiendo del terreno suaves aromas, los que se mezclaban con el característico olor proveniente de las caballerizas, lugar donde las mujeres llegaban, siendo recibidas por los cuidadores de los animales. Después de un largo paseo éstos debían ser revisados, alimentados y cepillados adecuadamente, y quien mejor que ellos para realizar dicho trabajo.

Pandora como siempre, se ponía a conversar con todo el mundo, pero en especial con Temible, aquel magnífico ejemplar era adorado por la pequeña, y éste, cual si fuese un perro amaestrado se dejaba querer por la infanta. Cada vez que el alazán debía ser cepillado, Pandora debía estar presente, esto para que el animal estuviese tranquilo durante el proceso, sin embargo, a esas horas ya no sería posible aquello, pues la pequeña debía comer y descansar ya que al día siguiente el colegio la esperaba.

Un par de horas después, la pequeña Pandora ya se encontraba dormida, luego de comer y ducharse había caído rendida en su cama. Su sueño era placentero y profundo, la expresión en su rostro lo decía todo, pues había pasado una tarde maravillosa. A los pies de la cama su madre la observaba, sigilosa. La amaba con todas las fuerzas de su corazón, y siempre realizaba aquella práctica, dado lo ajetreado de sus labores dentro de la hacienda, cada noche tras acostarla y arroparla, ésta esperaba a que la pequeña se durmiera, contemplándola por largos minutos, custodiando su sueño.

Esos minutos era el tiempo que más podía dedicarle, y siempre se lamentaba por ello, no obstante, esa ausencia por su parte en cierto punto se compensaba con el amor que la pequeña recibía por parte de todos dentro de la hacienda. Desde que Pandora llegó a su vida, su mundo cambió para siempre. Durante los primeros años fue muy demandante, debía estar pendiente de ella en todo momento y a la vez realizar sus labores dentro de la hacienda, resultándole en muchas ocasiones difícil el equilibrar ambos trabajos, sin embargo, no se separaba de ella en ningún momento.

Por otra parte Facundo, el padre de la pequeña, era un tanto más esquivo en esta etapa, aunque no por ello le quitaba la atención que ameritaba. Eso hasta que la pequeña dio sus primeros pasos. Un mundo nuevo se abrió para ella, y poco a poco comenzó a conocer lugares que desconocía su existencia dentro de la hacienda, siendo su lugar preferido las caballerizas, precisamente donde un día conoció a Temible.

Por su parte Leila y Beatriz a esa hora ya se encontraban en la sala de la casona, luego de comer, ducharse y vestirse con prendas más cómodas, compartían una copa de licor. Mejor dicho, Beatriz era quien tomaba licor, Leila había optado por consumir solamente jugo. Debía dar pasos lentos en ese mundo, pues no quería volver a caer en aquel vicio que casi le costó la vida en su momento, y su hermana no sería precisamente artífice para que aquello volviera a ocurrir, en especial con el susto vivido durante la mañana.

Ya entrada la noche y luego de un par de horas de plática entre ambas, Beatriz recibía una llamada de parte de Armando, quien le avisaba que hacía escasos minutos su vuelo había aterrizado en el aeropuerto, por lo que durante la noche arribaría a la hacienda. Se encontraba fuera de la ciudad por un viaje de negocios. Uno de los criaderos de renombre del país estaba interesado en formar una alianza con la hacienda Casablanca, para en conjunto realizar exportación de estos magníficos alazanes, esto dada la posición actual con la cual contaba a nivel internacional la hacienda Casablanca en cuanto a la crianza de Pura Sangre.

Por lo que el formar una alianza con dicho criadero, para Armando era una oportunidad de llegar con sus alazanes a lugares a los cuales aún no lograba llegar. Esto lo tenía entusiasmado pero nervioso a la vez, y es que siempre pensó que llegaría el día en que no solo sus animales serían reconocidos en varios lugares del mundo, sino también su trabajo y dedicación en la crianza de estos ejemplares, pero por sobre todo, el trabajo y amor que cada uno de los trabajadores ponía en cada animal.

No lo consideraba un logro personal, muy por el contrario, aquello era fruto del trabajo y esfuerzo de todo un grupo humano que ponía de su parte para criar y adiestrar a sus animales. Desde el mejor y más veterano de los adiestradores, hasta el más humilde trabajador que realizaba algo tan simple como alimentarlos. Armando contaba los minutos en su reloj para darle a sus trabajadores aquella gran noticia, y sin lugar a dudas, dentro de ellos el primero en enterarse de dicho logro sería Facundo, su capataz y mano derecha dentro de la hacienda.

Sin embargo, su real mano derecha es y siempre ha sido Beatriz, sin su apoyo y por sobre todo, sin su amor, nada de esto sería posible. Tras la muerte de sus padres, y pasar por una mala racha que duró cerca de seis años en la hacienda, poco a poco ésta retomó el prestigio del cual una vez fue dueña, transformándose con el correr de los años, en uno de los criaderos más importantes a nivel nacional. Destacando en este punto el ser cuna de alazanes campeones a nivel nacional en las carreras, y unos cuantos en equitación.

—¿Quién te llamaba hermanita?

—Era Armando, ya llegó a la ciudad y pronto estará aquí.

—¡Qué bueno, por lo menos podré ver a mi cuñado favorito!

—¡Es el único cuñado que tienes, tontita!

—Imagino que tendremos tema de conversación por largo rato, digo, para esperarlo despiertas.

—Además no tiene idea que estás aquí, se llevará una grata sorpresa.

Con la tranquilidad de Beatriz al saber que pronto Armando estaría en casa, ésta se mostraba más alegre y relajada de lo normal, contrastando un tanto con Leila, quien intuía que su cuñado, de una u otra forma notaría que algo malo pasaba con ella, y no tardaría en preguntar y de paso, hacerle un fuerte llamado de atención. Por lo menos para las mujeres la noche apenas iniciaba, tendrían tiempo de charlar cosas íntimas que tenían pendientes, relajarse y disfrutar de su compañía, pues pese a la lejanía, aquellos lazos de amor de hermanas eran indelebles, así como la confianza mutua.

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