Amor de subterráneo

By SkyRayo

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Después de un sueño impactante, Levana comenzará a encontrarse seguidamente con un atractivo chico de rasgos... More

𝘚𝘪𝘯𝘰𝘱𝘴𝘪𝘴
𝘈𝘤𝘭𝘢𝘳𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯
𝘜𝘯 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘪𝘯𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘥𝘰
𝘔𝘪 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘴 𝘑𝘶𝘯

𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘳𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘵𝘪

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By SkyRayo

Anoche después de saber su nombre. Un bello nombre, por cierto. Jun salió corriendo de frente, me quedé viéndolo y lo detuve con un grito.

—¿Dónde vives?

—En los edificios de allá. —Sus manos viajaron del interior de sus bolsillos a la fría noche. Señaló al frente, un edificio imponente y muy elegante se alzaba entre los demás. —Tengo un departamento ahí.

Abrí mi boca del asombro, pero solo llegué a gesticular una palabra.

—Cuídate.

—Tú también.

Él volvió a colocar una sonrisa en sus labios y siguió corriendo.

Había entrado a mi casa tranquila, cuando mi mamá me interceptó angustiada. Le pregunté por qué se veía tan mal. Se demoró unos segundos en contestar, pero cuando al fin lo hizo lo que me dijo me cayó como un baldazo de agua fría.

—Tu padre está aquí. Cuando regresé del trabajo lo encontré tirado en el sofá. —Mi madre pareció haber visto mi espanto así que me abrazó.

Por todos esos sucesos no pude dormir bien y ahora me duele la cabeza como si me hubiera ido de fiesta. Después de ducharme, salí a la cocina, abrí la alacena con delicadeza para no hacer ruido y saqué mi cereal de chocolate junto con una bolsa de gomitas para el refrigerio. Abrí el refrigerador y saqué la leche que debo echar junto a mi cereal en un tazón.

Cogí mi mochila e inspeccioné si estaban todos mis libros de texto. Salí apurada en busca de Louise. Me parecía un poco raro que esta vez no hubiera ido a levantarme como siempre lo hace.

Crucé el jardín delantero de su casa y toqué el timbre. Unos pasos me indicaron que estaba a punto de abrir la puerta. La vi asomarse. Se veía desganada, un poco pálida y llevaba unos lentes oscuros más grandes que su rostro.

—¿Y esos lentes? —pregunté bromista. Ella volteó a otro lado, tratando de evitarme.

—Por la noche olvidé sacarme los lentes de contacto y los ojos se me irritaron. Debido al calor debo utilizar los lentes. —Su voz se oía rasposa y sin gracia.

—¿Estás bien? —Me acerqué a ella queriendo quitarle los lentes. Louise retrocedió con el rostro contraído por la molestia.

—Sí.

—¿Segura?

—Deja de molestarme. Yo iré más tarde a la escuela. Adiós. —La puerta se cerró en mis narices.

«Si me preguntas a mí, ella te advirtió.»

Ya sé. Estaba extraña.

«Ustedes dos son extrañas.»

Debería avanzar a la escuela.

Caminé en dirección al subterráneo. Cuando llegué a la estación bajé las escaleras como habitualmente lo hacía. Dos figuras familiares para mí estaban paradas en el andén a la espera de un tren. Me acerqué y los saludé.

—Hola, chicos. —Alcé mi mano como gesto de amabilidad.

—Hola, peque —saludó Marco lanzándose hacia mí para luego darme un abrazo de oso. Aún no me acostumbro a su alegría. Es decir, yo también soy alegre pero no tanto.

—Déjala. La incomodas —se interpuso Jun y de un manotazo expulsó a Marco.

—¿Por qué me tratas así? —Marco se quedó a un lado con los ojos entornados mientras Jun me saludaba o intentaba saludar.

—Oh, qué raro. Marco pensé que no subías en esta estación —dije al pensar un poco.

—Bueno, mi psicólogo tiene gripe así que me dijo que aplazaría la cita porque no quiere contagiarme. Dice que le caigo bien.

Jun lo miro y volteo hacia mí. Marco y yo estábamos tranquilos, no había nada raro en nuestros rostros, pero Jun nos seguía mirando.

—¿Tengo algo en la cara? —pregunté.

—No. Solo que pensé que te sorprenderías por lo que Marco acaba de decirte —se excusó Jun.

—¿Por qué? Yo también voy al psicólogo.

—¡Qué plot twist! —gritó Marco animado.

El subterráneo se detuvo en la estación con un ruido sordo. Los tres subimos. Para nuestra mala suerte, todos los asientos estaban llenos. Jun y Marco se agarraron de la baranda superior mientras que yo tuve que arreglármelas con las barandas verticales.

En la segunda parada, el tren se desocupó de golpe y me tumbé en uno de los asientos. Marco se sentó a mi lado y Jun se puso a lado de él. Saqué mi teléfono y vi que el libro que había leído tenía una segunda parte. Me dispuse a leer el libro que acababa de guardar en mi biblioteca de Wattpad. Su nombre era "Si me dejaras de amar"

El principio era deprimente, comenzaba con una carta sobre el corazón roto del protagonista y lo mucho que le dolió que no lo amaran.

«Ya parece tu vida amorosa.»

Si, cierto. Digo cállate, Fufffy.

Sentí algo apoyarse encima de mi hombro. Volteé y le di un cabezazo a Marco que andaba de chismoso viendo lo que leía.

—Ya pareces Doña Canelona por chismosa —dije mirándolo de frente.

—Sería una doña muy guapa —contestó Marco con una risa ahogada.

—Serías una doña muy rara —aclaró Jun con una ceja alzada.

Marco me arranchó el celular de las manos y leyó lo que estaba en la pantalla. Miró a Jun y le extendió la mano para que pudiera ver. Jun tomó con interés mi teléfono y miró fijamente hacia mí. Marco le susurró algo al oído a Jun, traté de acercarme más para poder oír, pero no logré entender nada.

Marco me devolvió mi teléfono y sostuvo una mirada confundida.

—¿Louise no vino contigo? —preguntó triste.

—Nopi. No sé qué le pasa. Soy una muy mala amiga — aseguré molesta conmigo misma.

—¿Por qué? —Sus ojos impacientes trataron de sacar una respuesta, pero cambié de tema.

—Ya que tienes mi teléfono agrega tu número por si acaso —dije sonriente. Él volvió su rostro hacia mí y luego observó a Jun con una sonrisa pícara para luego escribir en el teléfono y lanzarlo hacia mí.

—Ok, ahí tienes.

—Ah, bueno.

El subterráneo se detuvo y los tres bajamos de un salto. Casi al mismo tiempo dirigimos nuestra vista a cada celular para fijarnos de la hora.

«Vas a llegar tarde, de nuevo.»

Cállate, idiota.

Salí corriendo hacia la escuela con Jun y Marco pisándome los talones.(Y los zapatos también)

Mis amigos se despidieron con un beso volado (solo Marco, Jun se despidió con una sonrisa y sin hacer ruido) y entré a hurtadillas al complejo.

La puerta del salón estaba a medio cerrar. Kae me miró con lástima desde su asiento en la esquina delantera del aula.

El profesor de matemáticas se levantó de su sitio y fijó sus ojos en mí. Me encontraba de rodillas gateando por entre las sillas.

—Ya sabes que es lo que debes hacer —dijo el profesor estirando la mano restándole importancia.

Lo miré y me percaté de un cierto parecido a un chico de ojos verdes. Realmente parecía una versión más adulta de Jun.

—Apúrate y regresa pronto al aula para que no te atrases —advirtió el profesor.

Cómo siempre llego tarde el profesor me dijo que a la próxima que llegara tarde me iba a mandar a la dirección. Bueno, está fue la próxima.

Espero que no esté el subdirector.

«Uy, sí. Recuerdas que te dijo que te iba a suspender.»

Espero que no cumpla eso.

Crucé el pasillo y me dirigí a la dirección. Me apuré tal y como me había dicho el profesor.

El director me miró burlón desde su escritorio. Ya se estaba acostumbrando a mis visitas matutinas.

—Hola, direc, ¿cómo lo trata la vida? —saludé mientras me sentaba en la silla que se hallaba al frente de su escritorio.

—Hola, Levanta. Buenos días, tardona. Ya hemos llenado toda una carpeta con advertencias.

—Si, ya debería darle igual.

El director soltó una carcajada y me miró relajado.

—Regresa a tus clases. Eres un caso perdido.

En cinco minutos, ya me encontraba sentada y durmiendo en mitad de la clase. Al despertarme, la clase de matemáticas ya había acabado, pero al ver todos los asientos alrededor mío, no pude encontrar a Louise.

Me levanté y fui donde Kae, que desde hacía rato me miraba con el ceño fruncido.

—¿Has visto a Louise? — pregunté.

—Nopi. Justo te iba a preguntar a ti. Al parecer, no vino. ¿No te dijo algo?

—De hecho, yo pensaba que si iba a venir —expliqué. No sabía si entrar en detalles o no.

—¿Le habrá pasado algo? Ella nunca falta.

—Pues, la verdad es que... —La campana del receso sonó, cortando mi explicación. Kae salió corriendo, dejándome confundida y abandonada.

Me senté en mi silla y me dediqué a mirar la pizarra del salón.

¿En qué momento dejé de darme cuenta lo que pasaba con Louise? Siempre habíamos sido muy unidas, nunca habíamos tenido problemas de comunicación. Eso solía creer. Quizás, no es que no me diera cuenta, es que no quería darme cuenta. Me sumergí demasiado en mis propios problemas (aunque eso no es malo), no me percaté que ahí fuera soy el único apoyo de una persona que se desmorona.

Debo ir a verla. Insistir. Solo quiero que esté bien. No quiero que oculte sus problemas. Soy su mejor amiga y aunque no sea un profesional, puedo ser de ayuda.

Antes de que terminara el recreo, saqué mi teléfono e intenté llamarla. El pitido sonó, pero ella no contestó. Trate de convencerme de que tal vez después de que fui a verla se echó a dormir de nuevo.

Tal vez por eso no vino a la escuela. Pudo haberse quedado dormida.

El timbre volvió a sonar y salí directo hacia el laboratorio. No pude prestar ni un poquito de atención a la clase de ciencias. Estaba inquieta y preocupada. En todo momento pensaba en Louise. Así estuve hasta la salida.

Antes de irme del colegio, me detuve en el portal que daba hacia la calle. Sostuve mi teléfono en la mano con actitud indecisa. No sabía si llamar a los padres de mi mejor amiga. Lo más probable es que la meta en problemas y de seguro la escuela ya habría llamado a sus padres debido a la inasistencia de hoy.

Metí mi celular en el bolsillo delantero de mi falda. Después de unos segundos comenzó a vibrar. Lo saqué y respondí a la llamada.

—¿Aló? —contesté.

No hubo respuesta. Solo silencio. Entonces, volví a hablar.

—¿Quién es?

—Hola, Levana. ¿Has visto a mi Louise? —preguntó la voz agitada y desesperada de quien yo supuse era la señora Maria, la madre de mi mejor amiga.

—No señora. No la he visto desde esta mañana. Pensé que se había quedado dormida.

No podía contener la frustración que sentía en ese momento. Me sentía pesada. No sabía donde pudo haberse metido.

Podría ayudar a buscarla ni bien llegue a casa. Seguro mi madre entenderá y me permitirá buscarla. Lo mejor era regresar rápido a casa para empezar mi búsqueda.

Arrastré mis pies hacia la estación del subterráneo. Ya dentro escuché como alguien gritaba mi nombre. Volteé para ver quien me llamaba.

Un Jun con respiración agitada por haber corrido alzaba su brazo llamándome mientras mantenía una postura de preocupación. Me acerqué corriendo hacia él. Por un momento creí haber visto una pequeña sonrisa en su rostro, pero luego se tensó y me habló.

—Marco me dijo que te dijera que encontró a Louise y que no le preguntes por qué él sabe que la estás buscando —dijo atropelladamente y sin pausas.

Alfedo camate pofavo —respondí para aliviar la tensión.

Por milésima vez en la misma hora, saqué mi teléfono. Aunque esta vez lo use para llamar a mi madre. Al tercer pitido respondió con voz entrecortada.

—¿Mamá?

—¿Ya te enteraste sobre lo de Louise?

—De hecho, ya sé donde está, creo. Un amigo me dijo.

—¿Un amigo? ¿Del colegio?

—Eh. Hablamos después. —Y corté.

Jun me miró confundido y se rio.

—Tú no le tienes miedo a nada —bromeó.

—Claro que sí. Pero podemos hablar de mis miedos en otro momento. Dime donde esta Louise.

—Cerca del departamento que comparto con Marco, en un parque. Podemos subir al sub o ir en taxi.

Justo el subterráneo llegó, pero yo quería llegar rápido donde mi mejor amiga. Jalé a Jun que me miraba un tanto sorprendido mientras la palabra "taxi" salía de mi boca.

Salimos de la estación. El sol brillaba en lo alto y yo sentía que me achicharraba. Mi mano comenzó a sudar y me di cuenta de que todavía tenía la mano de Jun en la mía.

Jun parecía estar concentrado en otra cosa, por ejemplo en parar el taxi que se avecinaba. Él alzó el brazo y el auto se detuvo.

El taxista era un hombre corpulento con un bigote gracioso que terminaba en punta. Me apoyé sobre la ventana del taxi y me quedé dormida. Jun me despertó de un zamaqueo que me revolvió todo el cerebro.

—Estoy viva —dije ni bien me levanté, y traté de ponerme de pie. Solo conseguí golpearme la cabeza debido a la estrechez del pequeño vehículo.

Me dolió.

«Pero más te duele un México corrupto.»

Bueno, sí. Me va a quedar un chinchón.

«Loki sufrió más.»

No me duele. Me quema. Me lastima.

«Sí. ¿Quién quiere trago?»

—Ten cuidado —alertó muy tarde mi acompañante.

—Cien años tarde, amigo —contesté sarcástica mientras me sobaba el lugar magullado.

Bajamos del taxi y caminamos hacia un pequeño parque con un par de columpios y un tobogán.

Ahí, sentada sobre un columpio desgastado estaba una chica con las manos sobre la cara y los codos sobre las rodillas, sus pies colgaban a una cierta distancia del suelo. Un chico posaba su brazo sobre sus hombros como si tratara de darle ánimo.

Me acerqué lentamente con Jun detrás de mí.

—Dale fuerza —me animó Jun con un leve empujoncito.

¿Cómo se supone que le de fuerza? Soy muy mala tratando de animar a las personas.

«Eres mala para la mayoría de cosas. Es tu mejor amiga, haz un esfuerzo.»

Me aproximé hacia Louise con los brazos a los costados y un poco tensa. Ya no llevaba las gafas como en la mañana y la parte que habían cubierto, ahora era visible. Un gran moretón de color azul con manchas violáceas se cernía sobre su ojo derecho.

La mire a los ojos y trate de decirle lo que sentía, pero las palabras se quedaban atoradas en mi garganta sin poder salir. Trate de decirle que todo estaría bien pero yo no podría saber eso, en cambio podía asegurarle que en cualquier momento yo la iba a cuidar.

Al parecer, ella podía leer mis pensamientos y darse cuenta de mis intenciones porque al instante, se acercó y me dio el abrazo que yo no me había atrevido a darle.

—Lo siento por gritarte esta mañana —dijo con la voz quebradiza. Por instinto, me aferré a ella con más fuerza.

—No, yo lo siento. Debí haberme dado cuenta que algo andaba mal. Perdón. —Cuando alguien lloraba me daba ganas de llorar, en este caso, el dolor de mi mejor amiga me dolía.

—¿Cómo podrías haberlo sabido? No es tu culpa, es mía —agregó mientras algunas lágrimas recorrían su rostro demacrado.

Mi estrella se está extinguiendo.

—No, no es tu culpa. Es culpa de él. Lo sabes. Nunca ha sido tu culpa —traté de convencerla. Traté de decirle la verdad pero su mente le jugaba malas pasadas.

—Entonces, ¿por qué me siento tan mal?

—Cuando te sientas mal, yo estaré aquí. Siempre estaré para ti. Te abrazaré cuando estés triste y me reiré contigo cuando estés feliz. Estaré contigo no importa cuál sea el problema que afrontes, lo afrontaremos juntas.

—No quiero aburrirte. Quiero que nuestra amistad dure.

—Tus problemas son míos al igual que tus alegrías. Mi vida, nunca me has aburrido. Eres mi estrella.

Marco y Jun lloraban abrazados como dos niños a los que les han quitado sus dulces. Trataron de disimular sus lágrimas y sus ojos rojos. Louise volteo una última vez hacia mi antes de saltar del columpio.

—Eres mi persona. Como Cristina y Meredith —pronunció lentamente.

—También eres mi persona.

Sin darnos cuenta, el cielo ya se había oscurecido entre tonos azules y morados. Las estrellas bailaban alrededor de la Luna dando un fantástico espectáculo.

Ya era tarde, ya casi tocaba el toque de queda. Debía regresar rápido a casa. Voltee hacia Louise, no parecía estar en condiciones de afrontar a sus padres en estos momentos. Ella estaba cansada, mi corazón también lo estaba.

Llamé a mi madre con la intención de que dejara que Louise se quedara en casa, después de todo, al día siguiente no habría clases. Mi madre contestó casi de inmediato.

—¿Mamá?

—¿Estás bien, cariño?

—Sí.

—¿Ya estás en casa? ¿Encontraste a Lou?

—Todavía no regreso pero si encontré a Louise. De hecho, te quería preguntar si ella podía quedarse.

—Levana, tu padre se va a quedar unos días en casa. No la deberías llevar, tú tampoco deberías ir. Puedes venir a hacerme compañía en el trabajo.

—Pensé que no iba a quedarse.

Mis manos se convirtieron en puños y sentí un nudo formarse en mi estómago. Sentí una mano posarse en mi hombro. Un escalofrío me recorrió y me tensé.

—¿Estás bien? —preguntó Jun.

—Sí, creo.

Jun miró a Marco y él se acercó.

—Pueden quedarse en nuestro departamento por esta noche, ya es tarde y casi ya da el toque de queda. Además, no se ven con ganas de volver a casa. Mientras ustedes duermen, nosotros estaremos estudiando para nuestros exámenes —ofreció Marco con una mini sonrisa.

Louise no dudó ni un segundo y yo tampoco. Si pasaba algo malo, tenía mi gas pimienta y dos puños llenos de furia.

—Deberíamos apurarnos si no queremos que la policía nos detenga por violar el toque de queda —apuró Marco mientras alzaba a Louise (prácticamente era un peso muerto) con un brazo.

Jun me tomó de la mano y corrió detrás de Marco. Volteó un par de veces hacia mi para comprobar de que le estuviera siguiendo el paso. Nos detuvimos frente a un edificio moderno. Entramos a la recepción donde estaba una pelirroja pecosa que miraba cada dos por tres a Marco.

—Nadaremos, nadaremos. —Marco cantaba desafinadamente la popular canción de mi alter ego, Dory.

—Marco —llamó Jun.

—Nadaremos, nadaremos —volvió a cantar Marco ignorando a su amigo.

—Marco. —Jun lo miraba a Marco un poco molesto y confundido.

—¿Qué? —pregunto Marco. Sabía que Jun no lo iba a dejar continuar hasta que le hiciera caso.

—La loca te está mirando. —Jun señalo a la pelirroja que se apoyaba contra el escritorio de la entrada.

—¿Qué loca?

—La loca —dijo Jun haciendo énfasis en la palabra.

—Ah, la loca. ¿Qué tiene?

—Ya nada.

La loca... digo la pelirroja paso por nuestro lado y dijo:

—No estoy loca.

Subimos al ascensor. Marco se recostó contra la superficie de metal mientras Louise lo miraba con los ojos entrecerrados. Mire a Jun y lo atrape viendo hacia mi dirección.

—Efectivamente, el aire está hecho de aire —dijo a nadie en especial.

La campanita tintineó y nos abalanzamos a la salida. Jun salió primero con Marco saltando a su detrás. Louise me agarró del brazo hasta que entramos al departamento que sorpresivamente estaba decorado de manera vintage.

Marco entró a una habitación que yo supuse era la cocina, ya que al salir traía consigo una bandeja con cuatro tazas de café, nos las ofreció y bebimos. El café tenía un sabor muy amargo y casi no tenía mucho azúcar pero sabía bien.

Mi vista viajó desde la puerta hacia las habitaciones y cuartos que se hallaban consecutivos. Jun entro a un cuarto y salió en un pijama azul de a cuadros.

—Marco, ¿puedes encontrar algo que se pongan para dormir? —inquirió Jun a Marco.

—A la orden, capitán. —El chico plantó una gran sonrisa en su rostro mientras se dirigía al cuarto que estaba al lado del que había salido Jun.

—Yo voy contigo —se sumó Louise y corrió detrás de él.

Escuché un par de risas y dejé de tensarme involuntariamente. Jun me observó indeciso por un rato.

—¿Quieres ver algo bonito? —preguntó con el rostro iluminado y con brillitos ficticios.

Tu rostro, por ejemplo.

«Ay, atrevida.»

—Sí me gustaría —acepté y bajé la mirada.

Jun atravesó la pequeña sala y me guió hacia una habitación con las ventanas abiertas. En unas macetitas habían plantitas en miniatura. Eran tan tiernas. Nunca había visto este tipo de plantas.

—¿Cómo se llama esta? —pregunté curiosa aunque no sabía si Jun sabría como se llamaba.

—Esa es una suculenta. Es la favorita de mi hermana —dijo con cierto cariño.

—Tu hermana tiene buenos gustos.

—Le alegrará escuchar eso. —Sonrió.

Su sonrisa era melancólica. Igual que el ambiente.

Una suave ráfaga envolvió la habitación. La cortina se elevó y pude ver el rostro de Jun iluminado por la luna. Sus rasgos trazaban líneas y curvas perfectas. A medida que me acercaba pude notar un atisbo de sorpresa en sus facciones.

Cuando estuvimos cara a cara, él me miro. No me observó, me miró. Pude notar como recorría mis facciones como yo había recorrido las suyas. No pude evitar sonrojarme, mis mejillas estaban calientes al igual que mis orejas.

—¿Por qué estás tan triste? —preguntó de la nada.

—Por lo de Louise —mentí olímpicamente. Debería ser estafadora.

—Por supuesto, aunque no creo que sea el único motivo de tu tristeza. —He knows

—Todos tenemos nuestros propios demonios.

—Algunos peores que otros, ¿verdad?

—Sí.

—¿Cuáles son los tuyos?

Nos quedamos viendo en silencio. No podía responderle. No quería hacerlo. Ese tema siempre había sido delicado para mí. No se lo había dicho a nadie.

Como por arte de magia, Marco nos llamó para avisarnos que había encontrado unos polos que nos quedarían bien. Louise y yo tomamos los enormes polos que colgaban de los brazos de Marco. Este alzó una ceja y nos miró divertido, como si estuviera a punto de soltar un chiste. Salieron de la habitación para darnos espacio para cambiarnos.

Me sentía bien con ellos, era agradable y cómodo, pero no sabía bien lo que pensaban. No podía decir que eran corrientes ni extravagantes, solo eran normales de una forma especial.

—Deberíamos ir a dormir —sugirió Louise con una sonrisa poco notable para mí.

—Supongo —contesté.

—Aunque tengo una pregunta, Marco, Jun —se dirigió a los mencionados que entraban.

—Dime —respondió Marco al instante.

—¿Dónde se supone que vamos a dormir? —preguntó ella con los brazos cruzados.

—En una cama, elijan. ¿La de Jun o la mía? —Alzó las cejas disque seductoramente. Lo único que seduce son changos dijo Louise a mi oído.

Ambas nos miramos y con una mirada cómplice gritamos diferentes respuestas. Por mi parte elegí la habitación de Jun mientras Louise decía el nombre de Marco. Ambos se miraron de la misma forma como nosotras nos habíamos visto y con un suspiro, Jun me llevo a su habitación.

Entramos al pequeño espacio, Jun señalo su cama con la mano extendida y me advirtió mostrándome un estante lleno de libros que se hallaba a la derecha de la cama empotrado en la pared:

—No toques los libros.

—Ok, señor. ¿Qué vas a hacer? —pregunté cuando él se sentó en el escritorio.

—Voy a estudiar para mi examen de ética —respondió a medida que sacaba cuadernos y libros de Dios sepa donde.

—Bueno —respondí y me tiré a la cama. Estuve tratando de conciliar el sueño durante varios minutos, pero cada vez que lo hacía me sentía como en una de las películas de Pesadilla en Elm Street. Tengo que ser sincera Freddy Krueger es uno de los seres que más me aterroriza. Esas garrotas y esa cara toda fea me hace acordar al lobo feroz.

Dormí por alrededor de unas dos horas. Cuando me levanté Jun seguía en su escritorio estudiando (al menos, eso creía). Me paré detrás de la silla y alcé mi cuello para ver lo que hacía.

El lápiz que sujetaba se movía ágil al compás de su mano pero al verme soltó el lápiz, tapó el dibujo y esquivó mi mirada. Sus manos que antes ágiles se movían temblaban, pude notar una casi imperceptible cicatriz que cruzaba su mano.

—Debió ser duro —dije sin pensar.

Abrió mucho los ojos y se quedó viendo al frente, enseguida una lágrima cayó rápidamente por su rostro, la hoja debajo de sus manos se empapó.

—Y ahora tengo a una adolescente consolándome —contestó irónico y rio con una gracia inigualable. Se tapó la cara con las manos y se recostó en el escritorio.

—Puedes contarme, sabes. —Me apoyé en el escritorio y junté las manos como si fuera a rezar. Traté de ver el dibujo pero lo escondió.

—Primero, tú. —Lo miré raro y desvió su vista hacia el techo.

—Entonces, no.

—Como desees.

Me volví hacia la cama y decidida a quedarme dormida, la destendí totalmente.

«Bueno, ahora si parece tu cama.»

Cállate, Fuffy.

—Deberías dormir. Ya es muy tarde —mencioné a nadie en especial. No pensé que "el nadie en especial" se acostaría a lado mío.

—Quizás, debería ir a dormir al sofá —dijo al aire Jun.

—Mientras no te muevas como gusano puedes dormir aquí.

—Es mi cama, sabes.

—Pero me la prestaste.

Nos quedamos en silencio sin saber qué decir. Mi cerebro se vio obligado a pensar y rebobinar para encontrar un tema de conversación.

—Por cierto, ¿qué es ética? —pregunté con interés genuino.

—Según Google es la disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano.

—¿Vas a poner eso en tu examen?

—Ojalá. Es el concepto que es más fácil de entender.

—¿Tienes enamorada? —solté de la nada.

—¿Y eso a que viene? —Volteó confundido.

—Solo preguntaba. —Reí para disimular.

El silencio volvió. Me dieron ganas de hacer pis y me dirigí al baño que claramente no sabía donde era.

—Nadaremos, nadaremos —susurré para que nadie me escuche.

Vi la habitación de Marco que estaba con la puerta abierta. Pude ver a Louise y Marco conversando, no quería interrumpirlos así que seguí paseando. En una esquina, en la que no había reparado a ver, estaba un pequeño conejito en su conejera que parecía casa de muñecas.

—Se llama Ralph —interrumpió Jun apoyado contra la pared con una taza en la mano.

Parecía un bad boy. Necesito más terapia.

«Recién te das cuenta.»

—¿Eso es café? —pregunté con mi mano señalando la taza.

—No, es tecito. ¿Quieres? —ofreció angelical con una sonrisa de lado.

Espera, creo que tu luz me encegueció.

—Sí, si quiero —respondí con una seriedad imponente.

«Te está ofreciendo té. No te está proponiendo matrimonio.»

—Primero, dime donde está el baño.

Como diría Ariana Godoy: prioridades chiquitas.

«También dijo: Tóxica pero no pendeja; pero eso si no haces caso, mensa

—Al lado de la puerta —respondió como si fuera muy obvio.

Fui corriendo.

Todo bien, solo que era muy pequeño.

«¡Que bien, de tu tamaño!»

—Explícame por qué la habitación con plantas es más grande que el baño —dije ni bien salí del baño.

—Es la habitación de Ralph —explicó sin saber como explicarlo.

—Ah, ok —contesté como si fuera lo más normal del mundo.

Alargó su brazo para darme una taza celeste con maripositas. Miré la taza, lo miré a el y me desternillé de risa.

—¿Qué? Me gustan las mariposas —dijo sonriente.

—Chócala. —Extendí mi mano para chocar los cinco.

Tomé el tecito mientras caminaba de vuelta a la habitación. Jun esperó a que yo termine el té y se llevó la taza a la cocina. Cuando regresó, estaba acurrucada debajo de las sabanas como una momia.

Él sacó una colcha del cajón de un armario marrón y se acostó a lado mio pero encima de las sabanas y se tapó con su propia colcha.

Estuve despierta hasta que él se durmió, pude observarlo con calma, pude pensar con calma sobre la situación. Sus pestañas eran largas y sus cejas eran marcadas. Su rostro era muy tranquilizante, en especial cuando duerme.

¿Cómo es que termine durmiendo en la cama de este muchacho con cara de niño pequeño y gestos de adulto? Quisiera saber más sobre él pero no se puede esperar recibir sin dar nada a cambio. La vida es un juego de reciprocidad.

La noche no estaba fría ni cálida, era tibia. Había estrellas, creo. Eso espero. Me encantan las estrellas. Siempre acompañan a la luna para que no se sienta sola. Bailan a su alrededor y la alegran, la embellecen. La luna es muy bonita pero las estrellas también lo son.

Dibujitos:

Mechula03  hizo esta hermosa ilustración de Jun y Levana:

Edits:

Jun:

Levana:

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