Licor de cereza

By C_L_Rose

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[Esta es una segunda parte, lee la sinopsis at your own risk] Cherry tiene los guantes empapados por la sangr... More

Epígrafe y notita sobre el libro anterior
0 - Visión roja
1 - Poco femeninas
2 - Madrugar es pecado para las aves nocturnas
3 - Adoración
4 - Tunno
5 - Como si la conociera
6 - Mentiras negras
7.1 - Bianca Russo
7.2 - Eres una basura
8 - Aquellos a los que no podemos odiar
9.1 - Lección paternal
9.2 - Vulnerable
10.1 - Tregua
10.2 - Soy lo que hicieron de mí
11 - De tal palo, tal astilla
12.1 - Ninguno vale un resfrío
12.2 - Arrodíllense
13 - ¡No lo rompan!
14.1 - Seremos otros al regresar al pasado
14.2 - La única que te ama
15.1 - Demasiado para contar
15.2 - Jaque mate al corazón
16.1 - Lo que buscamos
16.2 - La séptima hermana
17.1 - El quinto hermano
17.2 - Niña mala
18.1 - Expertos en primeras impresiones
18.2 - Ya no es nuestro problema
19.1 - Idiota arrogante
19.2 - El sexto hermano
20.1 - Mentiras blancas
20.2 - Juegos de manos
21.1 - Esmeraldas de la muerte
21.2 - Pájaro caído
22.1 - El peor ángel
22.2 - Fragile, como una bottiglia de cristal
23.1 - Dejar ir
23.2 - La realeza también llora
24.1 - Los duros son los más rotos
24.2 - Orígenes confusos
25.1 - Replantéate tus prioridades
26.1 - Nos vemos al Alba
26.2 - Animales
27 - La tríada
28.1 - Fuego cruzado
28.2 - Hasta las cenizas
29 - Charlotte, el licor de cereza
¿Y ahora?
Adelanto del tercer libro

25.2 - La punta del iceberg

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By C_L_Rose

... Se esperan lluvias intermitentes para esta noche, con una temperatura de quince grados...

La aguda voz de la meteoróloga del noticiero nocturno dio paso, al apagar el televisor, al silencio más puro. Ni los autos circulaban por la avenida, ni una suave respiración cortaba el aire. El bolso de la cámara dio un golpe seco contra el sofá, atravesando la casa de Alessandro de una punta a la otra. 

Como si respirara muerte, un estremecimiento me nació en el pecho y se extendió como hielo seco por mi piel. La garganta se me secó cuando pensé en llamar y me vi interrumpido por un largo bostezo. Golpes secos de las suelas contra el suelo anunciaron mi presencia, sin delatar alguna otra. Con cierto recelo, atravesé la cocina. La encontré en un perturbador orden, igual que la sala, más aterrador que el caos provocado aquél día en que Alessandro perdió la cabeza.

Por la ventana vi un rastro de luz a mitad del patio trasero, sumido en las tinieblas de la media noche, y tuve un instante de duda antes de aventurarme a averiguar de dónde provenía. El frío se sintió más intenso que en la calle. Detrás de mí, la puerta se cerró con silencio taciturno. La lluvia caía como llovizna y dejó entrar al viento por dentro de mi manga, dibujando mi piel y estremeciéndola al paso. Me froté los brazos con descuido, apresurándome por correr hacia la luz. Un chirrido oxidado se clamó en la silenciosa noche al empujar la puerta de metal. Un haz de luz cálida se extendió como miel por las plantas sin flores y las paredes de cemento sucio.

En una esquina al fondo, entre las numerosas jaulas cubiertas por mantas viejas y roídas, Alessandro descansaba sentado en el piso. Los rulos le caían mojados sobre la frente. Estaba tan pálido como la misma muerte y llevaba una mirada perdida y exhausta. No había rastro de la ira que esperaba, tan solo un desconsuelo que se dejaba ver a través de la sangre en la parte blanca de sus ojos, más intensa que el azul apagado. La mirada que me dio no fue más que de desdén, diferente a las agujas que se clavaban en mi columna por la de Valentino. Éste se hallaba más cerca de la entrada y olvidó toda sutileza al bufar por mi presencia.

—¿Tú cómo entraste aquí? 

Por un espacio pequeño entre las frazadas vi a un pájaro que se sacudía entre las pomposas plumas. Dormía en un palo inflado como una bola, sin que alcanzara a ver sus ojos por ningún lado.

Observé a Alessandro, buscando algún signo de dolor en su debilidad. No era más que un muñeco de trapo desalmado. Cerré detrás de mí la puerta, deteniendo la fría brisa que me rozaba la nuca y me obligaba a encoger los hombros hasta que el abrigo las cubriera. Evité ver a Valentino mientras guardaba las manos en los bolsillos, esperando que este saltara como un lobo feroz sobre mí en cualquier segundo.

—Todavía tengo las llaves de Matteo —le hablé a Ale, bajando la voz hasta susurrarle como a una frágil bomba—. Quería devolvértelas.

—Quédatelas —dijo con voz ronca, como si tuviera la garganta llena de arena y la fuera perdiendo con cada sonido que emitía.

Me aclaré la garganta, mirándolo desde abajo para captar su mirada. Esta no se desvió del punto en la pared en el que se había concentrado. Las palmas me empezaron a sudar.

—El auto...

Volteó a verme sin ánimo, con una mirada muerta que me hizo callar. Separó los labios agrietados y apenas pude comprender lo que dijo.

—Ya déjenme solo.

Valentino dio un paso al frente, cubriéndome con el cuerpo con tosquedad. Supe de antemano que esa actitud no haría más que empeorar las cosas, pero decidí quedarme donde estaba. Pronunció su nombre con una dureza de piedra que hizo mella como una chispa diminuta en combustible puro.

El hombre en el suelo, con un repentino brillo inestable en el azul sangriento, gritó en italiano con frenesí de desquiciado. Se le agitó la respiración y el temblor del cabello delató la rabia que le recorría las venas. Valentino se alejó por la sorpresa, las aves despertaron de su letargo y sacudieron las alas con desesperación en su prisión de tinieblas.

Tan pronto como la llama nació se extinguió. Volvió a la posición anterior, sin dejar más rastro de su inestabilidad que el temor de los indefensos animales que lo rodeaban. En el silencio, casi podía ver los pequeños ojos penetrando las mantas y buscando el peligro. Intenté acercarme a él e infundirle la tranquilidad que su hermano, con la discreción de un oso en un ballet, no le daba. Siquiera me vio de reojo. No fui más que una bala perdida para él.

—Ven, vamos adentro. —Me ignoró—. Cam se pondrá como loca si te ve así.

La mención de la chica no sirvió de mucho, pero fue suficiente para que respondiera.

—Se fue hace rato.

—Pero puedo decírselo.

Sus ojos se dispararon como dagas hacia mí.

—Me darías otro motivo para no matarte.

Contuve el aliento. Estaba tan desgastado emocionalmente que no soportó la rabia, solo volvió a apagarse.

Hubiera preferido que se levantara y me estrangulara. Él tenía más derecho que nadie.

Poco a poco comenzaba a odiarme a mí mismo. En especial por lo mucho que tardé en verme.

«Tú eres el peor».

Quería hacer las cosas bien, pero no encontraba por dónde empezar.

Finalmente, se puso de pie a duras penas, dejando ver un atisbo de dolor en las duras facciones, y accedió a seguirme. Se movió con inusual lentitud, haciendo hasta lo imposible por ocultar la impotencia que ese estado le daba.

Según Camila, tuvo suerte. Iris lo había apuñalado cinco veces, creyendo que con eso bastaría, pero no había dado a ningún órgano vital y las drogas en su sistema retrasaron el desangrado. Ale poco crédito le daba a esa suerte. Solo Dios, y ni él, sabría lo que sucedía en su cabeza.

En lugar de salir con nosotros, se dirigió a una jaula. Descorrió lo suficiente una de las mantas para poder ver la puerta. Los ojitos temerosos del ave se encontraron con los del muerto viviente. Alessandro abrió la puerta de la jaula y la abandonó.

Hizo lo mismo con la siguiente. Dejó el paso abierto para que los pájaros, que se mantuvieron en el mismo lugar todo el tiempo que esto duró, salieran. Se quedó quieto observándolos, indiferente al frío que lo rodeaba.

Valentino le preguntó algo en italiano. Entre gruñidos frustrados le respondió su hermano, a lo que solo entendí una vaga referencia a su "nonno". Rendido a la idea de que ya no había nada que hacer, nos acompañó.

El agua cayó con indiferencia sobre él sin que demostrara sentirla. Arrastró los pies con desánimo, extendiendo barro y raíces arrancadas del camino. Una vez adentro, se lanzó en el sofá de la sala y encendió el televisor. Valentino se sentó también, evitando mi mirada lo más posible.

La luz fantasmal de la pantalla bañó sus rostros con un tono azulado que recordaba al hielo. Proyectó sombras vivas en el suelo y ocultó las facciones de ambos bajo una mortecina ilusión. Aproveché para sentarme también, buscando llegar de alguna forma al punto que buscaba.

—¿Cenaste?

En la televisión, la voz irritante de la mujer del clima captaba toda la atención. Los siguientes días anunciaban lluvias suaves intercaladas con tormentas violentas, manteniendo un clima tan inestable como la tranquilidad de la sala. Alessandro no dijo nada, cambiando de canales sin que pudiéramos discernir lo que ninguno anunciaba. Cuando pensé que así seguiría, respondió.

—Mamá me preparó algo.

—¿Clelia cocina?

Se encogió de hombros, sacudiendo el control remoto en el aire con desinterés.

—Trabajaba como cocinera en la casa cuando papá la conoció, también le enseñaba idiomas a mis primos —explicó. Valentino le lanzó una mirada de reproché que ignoró. Con la mano tanteé el bolso a mi derecha y rebusqué, tratando de sacar la cámara de su estuche mientras Alessandro divagaba, en un intento de olvidar sus propios pensamientos—. En esa época los tíos se unieron a la milicia y papá tuvo la libertad de hacer lo que quisiera con el futuro de la familia, así que no importaba mucho de dónde salió mamá. Si papá decía que se quedaba, se quedaba y punto. El abuelo estaba en un punto en que su poder era solo de título, todos sabían que papá era el rey —soltó aquello último con cierto desprecio.

Lo comprendía, aunque fuera a la ligera. Lorenzo tenía algo que me hacía desconfiar, una mirada arácnida, metálica, desfrazada de parsimonía y elegancia.

—Hablando de la familia —balbuceé, limpiando con el dedo la pantalla de la cámara.

Encendí la máquina e intercambié una mirada despectiva con Valentino. Me contuve de buscar la manera de echarlo. Ninguno tuvo reparo en demostrar la desconfianza que sentíamos por el otro. Tenía una mirada que se asemejaba a la de su padre, avellanas y veneno en un solo lugar. Evité encontrarme con esta escalofriante mezcla.

—¿Este es su primo?

Tendiéndole la cámara a Alessandro, su espíritu se renovó con una expresión de profunda extrañeza. El menor se acercó a zancadas y miró por encima de su hombro la fotografía que le enseñaba.

—Franscesco. —La arruga en la frente de Alessandro se profundizó, acentuada por las sombras que la televisión generaba en la penumbra—. ¿De dónde la sacaste?

—Anoche en la cárcel me pareció ver a esta chica. —Valentino, olvidando el recelo que me tenía, la señaló cuando pasó a la imagen anterior.

Alessandro estiró la mano para devolverme la cámara. No se veía la expresión en el rostro de la chica, pero recordaba el salvajismo con el que trataba de librarse de ellos claramente. Se giró a verlo con el ceño fruncido.

—¿Cárcel?

—Cherry golpeó a un policía y nos llevaron.

Alessandro plasmó la más pura confusión en su rostro. Por un momento, estuvo en blanco por completo.

—¿Qué? —preguntó, incrédulo. Me miró a mí también, esperando que pudiera brindarle alguna explicación coherente—. ¿Dónde está ahora?

—En el bar.

Si bien aquella respuesta fue corta y vaga, fue suficiente para que él comprendiera la situación. Se cubrió el rostro con las manos y se reclinó hacia atrás todo lo que pudo, lanzando un grito gutural al techo. En medio de la penumbra de la sala, su gruñido sonó como una triste derrota. Dejó caer los brazos. La debilidad en el cuerpo se hizo evidente.

—Deben estar por comerse esas pirañas. —Devolvió su atención a mí, haciendo una señal hacia la cámara en mis manos—. ¿De dónde sacaste esa foto?

Titubeé antes de responder, dándole una mirada discreta a Valentino. Este la cazó y un estremecimiento me recorrió la columna. Un mal presentimiento respecto a él me picó en la nuca y antes incluso de que llegara a detenerme estaba guardando la máquina.

—Una institución mental.

Ale alzó las manos como si eso lo explicara todo.

—Franscesco es psiquiatra.

—Ahí estaban internadas la madre y la tía de Iris. —El nombre hizo que algo lúgubre brillara en la mirada de los hermanos. Continué, con la cautela de antes y guardando la distancia con ambos—. Cuando pregunté por ellas, dijeron que me equivoqué de lugar.

—Debes haberte equivocado —concluyó, demasiado derrotado como para cuestionárselo. Interpretó mi silencio como una concesión—. ¿Qué hacías ahí?

Esa pregunta la había intentado responder un millar de veces, pero seguía sin tener respuesta. Esa tarde, mientras cuidaba a los sobrinos de Cam, me lo plateé infinidad de veces. Ambos tenían una energía propia de los niños que, de tanto en tanto, me hacía pensar en Laura y me devolvía a eso.

«No», me detuve cuando vi lo que hacía, «ni siquiera pienses en defenderla».

¿Por qué seguía buscando motivos para defenderla? Con cada intento por odiarla, su rostro infantil regresaba a mi memoria. Era surrealista pensar que ese temor inocente que vi en ella el primer día no existía. La garganta se me secaba cada vez que se me cruzaba la idea de que lo que estaba mal con ella podía ser tan profundo como irreversible. Negarlo era ingenuo, pero solía gustarme pensar que podía hacer algo. Que podía arreglarla.

Que podía ser la salvación que necesitaba, si tan solo se hubiera abierto a mí. 

Me odiaba. Me odiaba más que a ella, más de lo que pensé que sería posible odiarse a uno mismo.

Esa codependencia era asquerosa. Repulsiva. ¿Había alguna forma de salir de ese círculo vicioso?

Quizás la muerte.

¿La muerte de quién? ¿Era suficiente la sangre para arrancarnos los lazos enfermizos que creamos?

Inhalé para compensar el vacío en mis pulmones, evitando a toda costa la mirada de ambos. Recogí mis cosas y me puse de pie.

—Me voy yendo, solo quería ver cómo estabas.

—Vivo —replicó en una extraña forma de atacarme. Sin furia, pero llena de ella a la vez.

—No físicamente —corregí. Tomó un cigarrillo de un atado olvidado en la mesa y se decidió a ignorarme—. Sé cuánto querías a Matteo.

Y sabía que aquella reacción era absoluta negación. Después de vivir la pérdida de Cherry y tener que enfrentarse a la traición del engaño, tenía la ilusión de la falsa muerte sobre su cabeza. El golpe de la muerte de su hermano no acababa de llegar y temía por su inestabilidad, temía que cualquier brisa sacara a flote los sentimientos negados, pero no podía hacer más por él. 

El cigarrillo no llegó a tocar sus labios. Dejó los brazos caer, sin energía para nada más que mirar a la televisión. Dudé que registrara lo que mostraban en las noticias.

—Matteo era el único de nosotros que valía algo.

Valentino inclinó la cabeza en una concesión tácita. La calada que le dio Alessandro al cigarrillo declaró el fin de la conversación. A pesar de que no quería hacerlo, accedí a irme.

—¿Quieres que le diga algo de tu parte a Cherry?

Lo pensó unos segundos antes de asentir con movimientos dudosos.

—Dile que Tomás llamó. Los hombres que tiene vigilando esa casa en el lado sur... —Hizo una mueca adolorida al incorporarse—. Dicen que vieron movimientos extraños.

El frío me acarició la piel con crueldad.

—Es la casa de Cam.

Nos observamos en silencio, con la tensión pesando en las sombras del salón. Tomó el teléfono llamó, dando las primeras muestras de nerviosismo de la noche. Hizo dar brincos a la pierna como un perro. Las mías se debilitaron. Perdí la facultad de habla mientras pasaban los inagotables segundos. El tono de llamada fue tan claro que lo oí repetirse desde lejos. Cuando el alma comenzaba a abandonarme, el murmullo inentendible de su voz me brindó un alivio inmenso. Alessandro respiró lo que hasta entonces había aguantado. Balbuceó un par de palabras antes de poder hablar con claridad.

—Lo siento, ¿podrías llamarme cuando llegues a tu casa? —Hubo una pausa en la que no miró a nadie—. Sí, está todo bien. Solo hazlo en cuanto llegues.

Con el cuerpo debilitado por el temor, acomodé el bolso de la cámara sobre el hombro y le tendí las llaves. Meditaba en silencio, pero alcanzó a detenerme antes de dejarlas sobre la mesa. Abandoné la casa bajo la mirada filosa de Valentino.

Para antes de que acabara el día, ya había conseguido lo que buscaba. Resultó tan fácil que hasta se asemejó a un juego. Por una vez me sentí libre de reglas. Los errores eran insignificantes. Fue tan sencillo como esperar a que el negocio cerrara y ver a los empleados salir uno detrás del otro. 

La melena flameante de la chica se distinguió con facilidad, idéntica a la de su hermana. Se detuvo a conversar con un hombre mientras el sol caía. Tenía una silueta poco más suntuosa que la de Camila, más no estaba segura de que la palabra "gorda" pudiera aplicar con ella. Quizá era la sonrisa asquerosamente energética la que la hacía brillar, por fuera del físico, de una manera particular. Como si el mundo se detuviera para ver la vida que irradiaba.

La había observado a distancia. En un momento se despidió por fin de él y tomaron caminos separados. Fue cuando di un salto de la banca en la que estaba y la seguí, empujando con descuido a quienes se metieran en mi camino. Uno tras otro los negocios daban registro del vandalismo; vidrios tapados con cartón, una cantidad insólita de cerraduras, cámaras de seguridad. Lentamente la multitud desapareció. Ella ingresó a una calle vacía. Se detuvo junto a un cartel que anunciaba un número de línea y se sentó bajo el techo de plástico de una parada que iba dibujando las gotas de lluvia. Esa parte de la ciudad era de lo más triste. Las casas se encontraban devastadas y garabateadas con pintura. La parada estaba escrita con letras verdes y artísticas, proclamando que el arte no era un delito.

Aproveché el momento para avanzar a paso rápido por la calle. La capucha me cubrió hasta la frente, evitando que la lluvia me molestara. Se relajó al verme, confiándose de mi aspecto infantil. Troté el último tramo, inclinando más la cabeza y protegiéndome mejor. No me prestó atención. Fue muy tarde cuando sintió el filo del cuchillo en la garganta.

Clavé la hoja tan hondo como mi fuerza me lo permitió y abrió la boca como un pez fuera del agua. De un movimiento seco tiré hacia abajo, ante lo que emitió lo que pretendió ser un pedido de auxilió. Al arrancar la cuchilla, la sangre brotó a raudales sin mancharme. Por el cuello del abrigo se extendió una mancha roja e imparable. Fácil y rápido, su cabello anaranjado se tiñó de escarlata. Dejé caer el cuchillo y el metal raspó con un estruendo las baldosas rotas de la acera, atravesando la calle en un único segundo.

No tuve momento de titubeo al tomar su bolso y alejarme. Encontré, después de eso, un lugar donde me sentí segura de revisarlo. Revisé las tarjetas arrojándolas a la basura con desinterés. Doblé el dinero y lo guardé. Lo mismo hice con los documentos y el teléfono. Ya satisfecha, me deshice del resto para retomar mi camino. Tan poco fue el esfuerzo que me tomó que rozó lo aburrido.

Me detuve en una esquina para tomar un taxi, el cual pagué con el mismo dinero de Victoria. El hombre me vio más de lo necesario. Un insulto bastó para que volviera su atención al frente, y tan pronto lo hice me aseguré de no tener sangre encima. El cielo se fue oscureciendo tras las nubes de tormenta a medida que el vehículo avanzó.

Ignoraba la hora, pero la noche era joven y sería aquella que tanto había esperado. Nada podía opacar la euforia de saber que todo daría frutos. Ya eran indiferentes las huellas o los testigos. El control era un sinsentido. Deseaba que me vieran a los ojos, aunque fuera en una fotografía, y supieran que era culpa de ellos. De su desprecio. De cada vez que me dijeron loca, animal o monstruo. Aquellos que no eran parte de los tantos muertos que la cacería había dejado sabrían que tenían la culpa. Hasta el día de mi muerte, hasta mi última respiración, daría todo de mí para que el remordimiento les arrancara lágrimas de cocodrilo similares a las mías.

Al llegar a la dirección, le lancé el dinero al hombre y salí a toda prisa. El auto se marchó. La lluvia caía con fuerza para entonces y me obligó a correr por la entrada de la acogedora casa, clavando la vista en las siluetas que se movían por las ventanas. Cortinas naranjas estampadas con flores, plantas que atrapaban la lluvia como llanto. Verifiqué la dirección entre los documentos de Victoria solo para no perder tiempo. Llamé repetidas veces al timbre, rindiéndome a la ansiedad y mordiéndome las uñas frente a la entrada. Una mano en el bolsillo apretaba con fuerza el único cuchillo que llevaba conmigo. El agua caía como sudor por mi frente. Los segundos pasaban.

Cuando volví a presionar el botón, una mujer se asomó a ver quién era. El recelo que mostró se desvaneció un poco cuando conectó con mi rostro, dándose cuenta de que debía inclinar la cabeza hacia abajo para verme a los ojos. Mi mente se nubló un segundo, tratando de recobrar la compostura.

—¿Sí? —preguntó la mujer.

—¿Está Camila?

Mis pecas, mi voz, en sus ojos se vio con claridad la idea de que estaba frente a una niña. Mis ojos, la ansiedad, ella también dejó ver que algo no encajaba conmigo. Su negativa hizo que mis labios se curvaran con deleite hacia arriba.

El final está a la vuelta de la esquina. 

Seis partes más. Cuatro capítulos. Como soy una ansiosa, los voy contando uno a uno jsjsjs. 

Hasta aquí, ¿qué esperan para el final? ¿Les está gustando la historia? Nos vemos pronto jiujiu :) <3

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