El contagio que nos presentó...

By Cabushtak

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Ai, una escritora novata, y Dom, un famoso cantante de punk, se han contagiado de COVID y ahora tendrán que p... More

Antes de dar comienzo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Epílogo
Agradecimientos

Capítulo 25

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By Cabushtak

Sujeté con fuerza la mano del doctor Zhang cuando me metieron el hisopo gigante por la nariz, también cuando lloré sentada en la misma esquina de la cama a causa de una profunda herida emocional.

No dejé de pensar en la confesión de William ni en la asfixia accidental que Dominic provocó al abrazarme. En ese momento pensé que me mataría sin querer, en especial porque estuve cerca de desmayarme bajo sus brazos.

Luego de que pudieran quitármelo de encima y Zhang me hiciera reaccionar, Dominic juró y perjuró que no se dio cuenta de que estaba empleando mucha fuerza para abrazarme. Se disculpó tanto como pudo, sin parar con las lágrimas.

De nuevo trató de lanzarse a mis pies, pero William impidió que siguiera perdiendo la dignidad conmigo. Con ayuda del personal del hotel lograron sacarlo de mi habitación, aunque este se resistiera débilmente y maldijera a gritos cuantas veces pudo.

Antes de irse por completo se sujetó del marco de la puerta, usando la poca fuerza que le quedaba. Echó una última mirada a su espalda, dirigida específicamente a mí.

—¡Perdóname, Ai! —exclamó, con medio cuerpo ya en el pasillo—. Yo no quería hacerte daño.

Aunque lo hubiera hecho física y emocionalmente de las formas más intensas que se le pudieron ocurrir. Bajé el rostro, miré hacia el alfombrado para no tener que cruzarme con sus ojos. Sus disculpas me herían más por lo innecesarias que eran y su condición demacrada también me provocaba preocupación y pesar.

—Déjame explicarlo, por favor... —insistió una última vez antes de que Will pudiera sujetarlo de uno de los brazos.

La voz imparable de Dominic se escuchó cada vez más lejos, hasta que finalmente la misma puerta de su habitación terminó por ahogar el ruido. La enfermera Adams acompañó al resto de los hombres, dejándome a solas con el doctor Zhang.

Que el pecho me doliera no fue ningún impedimento para desahogarme de mis otros malestares. Cerré los ojos, agaché la cabeza y me pasé una de las manos por el rostro. Me dije a mí misma que me relajara y que no mostrara debilidad, pero tan pronto recordé las acciones de Dom, mis labios se tensaron, se agrandó el nudo en mi garganta y finalmente volví a llorar de decepción.

Zhang se sentó a mi lado, sin decir nada por los próximos segundos. No sabía hacia qué dirección miraba porque sus goggles se empañaron. Encorvado un poco hacia adelante, giró la cabeza y me preguntó en voz baja qué había sucedido.

—Él ya tenía novia. —soltar esas palabras resultó más fácil de lo que pensé—. Y no me lo dijo.

Mi llanto fue lo único audible en la habitación. Solo pude imaginarme las reacciones del doctor bajo su muy cubierto traje. En las casi dos semanas que me había quedado en el hotel jamás había visto su rostro. ¿Estaría sintiéndose apenado por mí?

—Estoy tan sorprendido como tú —confesó, con ambos codos en las rodillas—. Dominic solo me hablaba de ti...

Mi corazón se achicó, me encogí en mi asiento sin poder detener mi tristeza. Zhang sujetó sutilmente una de mis manos, sin pensárselo ni por un instante. Soltó un corto "lo lamento", como si alguien importante para mí hubiese fallecido. Fue mi relación con Dominic la que murió casi tan rápido como vino al mundo y por la que sabía que no valía la pena llorar.

Odiaba ser tan vulnerable y tan estúpida.

Me sequé las lágrimas con rapidez, esperando que con eso también desaparecieran todas mis inseguridades. Respiré con pesadez, abrumada, pero dispuesta a seguir. Al menos lo suficiente para sobrevivir el resto del día.

—¿Podría realizarme la prueba de COVID? —dije con irritación, pasándome el dorso de la mano por la nariz—. Quiero irme de aquí.

—Por supuesto —contestó él, palmeándome la espalda y levantándose de la cama—. Ya verás que en dos días seremos libres.

Era sorprendente cómo una situación podía cambiar tanto mis ánimos sobre el futuro. Si antes tenía dudas de partir, ahora solo quería esfumarme para siempre y olvidarme de todo lo que pasó. Necesitaba abrazar a mi madre, desahogarme con mi mejor amiga y dejar que el resto de mi existencia siguiera su curso con su respectiva herida en el corazón.

Así es el amor, ¿cierto?

Supe que Dominic estaba a punto de irse cuando escuché la sirena de una ambulancia en el estacionamiento del hotel. Múltiples voces y pasos resonaron por todo el pasillo durante los siguientes minutos mientras yo acomodaba mis cosas en la maleta. Miré hacia la puerta por reflejo, con la barbilla temblorosa.

—Dominic ya está sedado —comentó alguien—. Pueden proceder.

Abrí los ojos más de la cuenta, me sequé las pocas lágrimas que surgieron al escuchar su nombre. Seguí metiendo ropa a la maleta para distraerme, aunque no funcionó. Mi poca estabilidad emocional volvió a fragmentarse en el momento en que noté que mi habitación se hallaba cada vez más vacía y que Dominic ya estaba a punto de irse.

No quiero que esto termine...

Pero mi terquedad se debía únicamente a mis recientes vivencias fuera del dolor porque no podía creer que las cosas acabaran como lo hicieron. Dom me traicionó justo en el último minuto, cuando menos pensé que lo haría. Y lo peor fue que ni siquiera él mismo tuvo el atrevimiento de decírmelo.

Tomé el vestido rojo de la cama cuando era momento de guardarlo. Lo observé fijo, con los ojos borrosos y las manos temblorosas. Apreté los dientes y los dedos, esperando tranquilizarme. Sin embargo, no pude detenerme a tiempo, algo que lamenté. Rompí la falda del vestido de un tirón. El ruido de la tela desgarrándose me resultó ligeramente placentero, en especial porque sentí que me libraba de una carga molesta.

Lo tiré al suelo, respirando con un poco de fuerza. Después lo pateé para alejarlo lo más posible de mí. No quería volver a verlo, aunque por mucho tiempo fuera mi preferido. El basurero sería su nuevo hogar, a donde paran todas las cosas que ya no sirven y nadie quiere.

Ojalá las relaciones pudieran desecharse así también.

Me senté en la cama, cubriendo mi rostro con ambas manos para ahogar un poco el ruido de mis lamentos. De fondo solo se oyeron los mismos pasos y voces entrando y saliendo de la habitación de Dom. Al menos no me oiría nadie ni se detendrían a pensar en lo ridícula que me veía.

No vale la pena, no vale la pena... Me repetí sin parar, pero no logré tranquilizarme hasta que tocaron la puerta y me interrumpieron.

Rápidamente, me sequé las lágrimas y me levanté hasta la entrada para abrir, aunque no tuve la confianza suficiente para dejar que alguien entrara a mi habitación. La entreabrí con dudas, asomando un poco la cabeza.

Lo primero que saltó a mi vista fue la puerta de enfrente abierta de par en par y una silla de ruedas. Dos personas apilaban algunas pertenencias en el pasillo y dos más estaban de pie junto a la cama, donde sobresalían un poco las piernas de Dom.

—Venía a darte mi número. —dijo William, con los ojos bien puestos en mí.

Su seriedad flaqueó por un momento después de percatarse de que yo llevaba un buen rato llorando. Evadió la mirada, se rascó la nuca y al final me tendió un post-it con su nombre y celular escrito en él. Repitió que deseaba compensarme por todo, aunque mi silencio fuera su verdadera y más importante intención.

—Sé que esto no soluciona nada, pero no lo odies —El tono de su voz fue disminuyendo poco a poco hasta ser casi imperceptible—. Él, eh... de verdad te aprecia.

Mantuve la mirada agachada, no del todo convencida. Me limité a asentir una vez con la cabeza antes de encerrarme nuevamente, ya con su número en mis manos.

Guardé el papel en una de las bolsas laterales de la maleta antes de regresar a mi rincón del sufrimiento, donde permanecí quieta por al menos dos minutos, observando los restos de tela roja esparcidos por el suelo. Nada pudo interrumpir mi concentración, salvo la aparición de la persona más identificable de mi mundo.

—¿Will? —Escuché la voz de Dom en el pasillo, lenta y torpe—. Will, ¿puedo hablar con Ai?

Los pasos y el ruido fueron cada vez menores, pero el traslado de Dom hasta el ascensor desapareció mucho más lento que el de los demás. Logré escucharlo todo, aunque no quisiera.

—Déjame hablar con ella. —Era como oír a un ebrio—. Will, no me ignores, quiero ver a Ai.

—Ella no te quiere ver. —Le contestó con frivolidad antes de que el timbre del ascensor anunciara el fin de su charla.

Pasaron dos días muy largos. La espera para mis resultados fue casi una tortura, en especial por el silencio que abundaba en el hotel y los recuerdos amargos que constantemente revivían en mi interior. 

Fue aquel corazón roto el que me proporcionó la inspiración suficiente para escribir sin parar mi novela, aunque me tomara varias pausas a lo largo del día para llorar. Varios capítulos nacieron hora tras hora como parte de un profundo desahogo. De algo tenía que servir mi dolor. 

Y sí, de alguna u otra forma cada uno de esos párrafos nuevos sirvieron para hallar consuelo o respuestas más lógicas para cada una de mis reacciones. Era como si me aconsejara a mí misma a pesar de que aún no tuviera el valor de hacerme caso. La emoción a ratos resultó más fuerte.

Algunas de las siestas que tomé fueron provocadas por el llanto. Dormir con lágrimas en los ojos era de verdad una sensación espantosa, en especial porque mi mente no me permitía descansar. Despertaba un poco más deprimida y apagada.

Solange y yo hicimos una videollamada por día, un poco más largas que las que solíamos tener. Se portó comprensiva en todo momento y hasta detuvo sus actividades para prestarme atención y consolarme. Fue desagradable hablar casi todo el tiempo con la voz quebrada, pero también me resultó sanador tener a alguien conmigo para librarme de una parte del molesto peso en mis hombros.

Jamás había escuchado a Solange tan molesta. Su boca solo se abrió para insultar a Dominic de todas las maneras que se le pudieron ocurrir. Incluso llegó al extremo de desearle la muerte sin saber que él ya se encontraba internado en algún hospital desconocido.

—Ai, tú no has perdido nada valioso, pero él sí —Fue uno de sus tantos intentos de consuelo—. Dominic perdió a una mujer que lo quiso sinceramente muy por encima de su fama y dinero.

Yo trataba de escuchar con atención y creerme sus palabras. Mis ojos se entrecerraban por la resequedad y el agotamiento de constantes e imparables llantos.

—Él podrá conseguir a otra chica dispuesta a soportar sus desastres únicamente por la riqueza que tiene. —Esto lo repitió al menos dos veces en cada llamada—. Ya no llores, Ai.

Siempre prometía que no lo haría más, pero en cuanto nos desconectábamos me tiraba en la cama para sufrir hasta el cansancio. Ni siquiera en la universidad, con ese sujeto ahora insignificante, sentí un daño tan profundo.

Tal vez tendré que volver a terapia.

En especial porque mis inseguridades salieron a flote de nuevo. Inseguridades que me hacían sentir insuficiente y que pensé que ya se habían enterrado en lo profundo de mi interior.

Así pues, con el agotamiento y la incertidumbre recorriéndome de pies a cabeza, llegó la mañana del tercer día, el último de todos los que pasé dentro del hotel Royan Prince. El cierre de un complicado y turbulento capítulo en mi vida finalmente estaba muy cerca de su inminente final.

Mientras organizaba mis últimas cosas en la maleta, con la puerta de la habitación abierta de par en par, dos personas que nunca había visto aparecieron en la entrada y me saludaron con energía. Sonrieron con amplitud a pesar de que la confusión de mi rostro al observarlos fuera muy notoria.

La mujer tenía el cabello castaño rojizo, ondulado y largo hasta la mitad de su espalda. Los ojos verdes, la piel clara y rasgos faciales que delataban que se hallaba en sus treinta. El hombre, en cambio, era asiático como yo. Ojos rasgados y pequeños, una barbilla masculina, el cabello negro y canoso de algunas raíces. También lucía joven, pero no podía calcular qué tanto.

—Felicidades, Ai —dijo la enfermera Adams, asomando por encima del marco de la puerta un par de papeles—. Estás oficialmente curada de COVID-19.

Poder conocer sus rostros después de tanto tiempo fue en verdad reconfortante. Si a alguien tenía que agradecerle por su paciencia y dedicación para que yo me recuperara, era exactamente a ellos.

Sus palabras me aliviaron de una manera indescriptible. Luego de tantas molestias debía tener al menos un corto momento de alivio, calma y alegría. Me acerqué a ellos tan pronto como pude. Tomé la hoja de las manos de la enfermera y confirmé con mis propios ojos que ya podía volver a mi hogar. La curvatura de mis labios fue inevitable.

Alcé los brazos y los abracé a ambos sin aviso previo, aunque no supiera si realmente era bueno tener contacto de esa manera. Ninguno de ellos se apartó, sino que respondieron con el mismo entusiasmo. Cada uno posó su respectivo brazo tras mi espalda y dijo su respectiva felicitación otra vez.

Al separarnos, Zhang fue el primero en hablar.

—Un amigo mío ha podido conseguir un vuelo de negocios hacia tu ciudad, Ai. —Me informó—. Partirá dentro de tres horas, así que tenemos que irnos.

Adams añadió que ellos también se irían en vuelos similares, pero que dentro de poco quizás tendrían que volver para ayudar a que el hotel Royal Prince pudiera usar algunos de sus pisos como hospital. El caso de Dominic y el mío ayudó mucho a saber que el hotel se hallaba en condiciones óptimas de recibir a otros pacientes. De paso, muchos empleados podrían conservar sus empleos.

Había mucha gente a la que debía agradecer, pero el tiempo no me alcanzó. Zhang arrastró mi maleta por el pasillo hasta el ascensor en lo que yo verificaba haberlo guardado todo. Con la llave en mano y con el cuerpo ya en el pasillo, eché una última mirada a toda la habitación que me albergó durante unas muy interesantes semanas.

Extrañaría la tina, la cama gigantesca, el balcón, la increíble vista a la playa. Tomé un último suspiro, tensé los labios y sin pensarlo dos veces, di media vuelta y me marché de ahí sin ver atrás. Encerré todos los recuerdos de este confinamiento para que no me siguieran de cerca. Lo que pasó en el hotel se quedaría ahí para siempre, tal y como William quería.

Observé por un segundo la puerta de la que fue la habitación de Dominic, con el estómago hecho un nudo y los ojos ardiendo. Cerré los párpados por un instante, sin detener mis pasos, respirando hondo. Finalmente, giré el cuerpo para seguir las señales de Adams y Zhang, que ya me esperaban dentro del ascensor.

Fue un placer, Dom.

Antes de este aislamiento yo no lo conocía y hasta entonces mi vida jamás lo necesitó. Iba a estar bien sin él, tal y como lo estuve en los últimos años. En cuanto abandonara aquella playa él desaparecería para mí junto a todo lo que pasamos juntos.

No buscaría su música ni revisaría sus redes sociales. Me alejaría por completo de esa farándula para no cruzarme jamás con alguna noticia relacionada a Dominic Kean. Incluso si no lograba salir del hospital tampoco quería enterarme. Fingiría por completo que nunca existió para no sufrir más.

¿De verdad eso es posible?

Viendo fijo hacia el pasillo solitario, con la vista nublada pero el semblante más firme, las puertas del ascensor se cerraron. 

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