Réquiem por Trujillo

By mildemonios

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Han pasado muchos años desde que los muertos regresaron a la vida para alimentarse de los vivos. Algunas com... More

1. Ángelo: Toque de queda
3. Cristian: Una noche tranquila
4. Todos: Los últimos días
5. Angelo: Presentaciones
6. Stephanie: Primera vez afuera
7. Cristian: Problemas en el camino
8. Teresa: Parada en el camino
9. Daniel: La vida en el centro comercial
10. Stephanie: Primera vez frente al mar
11. Cristian: Noche en altamar
12. Negociaciones frente a Cao
13. Al agua patos
14. Stephanie: Arribo a la playa
15. Cristian: Un nuevo mundo

2. Stefanie: Debajo de la tierra

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By mildemonios

Cuando las siete torres se habilitaron en plena crisis para albergar gente, no se había pensado en que tendría que encontrar más espacios luego para más sobrevivientes que irían llegando. Esos fueron los tiempos anteriores a la lotería, cuando se pensaba que se debía dejar ingresar a todos los que se pudiera, porque haría falta mucha mano de obra para mantener un buen refugio funcionando. Por eso se procedió a incorporar espacios aledaños a la colonia y a habilitarlos para cultivar más comida y para criar más ganado.

Tomó varios años, pero eventualmente se llegó a la conclusión de que había un límite a cuánta gente podía vivir en las siete torres y se comenzaron a implementar medidas para que la población no creciera. Se procedió a implementar los pisos aislables, de tal manera que si hay un caso de infección en uno de ellos, se pueda aislar y así contener la amenaza.  Esto fue importante, porque la gente continuaba infectándose.

Con el pasar de los años quedó claro que hacía falta un sistema por el cual los técnicos que se encargaban de distintos aspectos del mantenimiento de la colonia tenían que ser transferidos a nuevas generaciones.  Aprendices eran seleccionados por administración central para encargarse de las funciones que quedaban libres a cambio de mejoras en las condiciones de vida. Si grupos reclamaban por lo que estaba sucediendo, solo hacía falta hacerles recordar que la amenaza que había allá afuera -cadáveres andantes - era peor que la frialdad de los líderes de la administración central.

Eventualmente se llegó al método de la lotería. La historia no registró de quién fue la idea, pero ésta fue muy bien recibida por administración central primero y por los colonos ilustres de las siete torres luego. Está de más decir que estos no estarían en la lista las familias elegibles para ser desterradas. Sería una vez al año. Sería al azar. Habría formas de ser excluido de la lista si eras un ciudadano particularmente útil para la colonia. Fue un sistema que fue evolucionando en el tiempo.

Stephanie, por su lado, odiaba la lotería. Ella cargaba todas las etiquetas necesarias para ser la más desfavorecida por ese sistema. Alguna vez había sido miembro del círculo interno de administración central. Había sido coordinadora de logística de la torre 2. Había tenido un trabajo relevante. La gente dependía de ella. Steph tomaba decisiones de vida o muerte de vez en cuando. Había vivido en un buen departamento de 110 metros cuadrados con sus padres, su hermana menor y su cuñado. Todo había estado funcionando a su favor.

Mientras avanzaba por el sucio túnel que unía el sistema de recirculación del agua al sótano de la torre 7 se acomodó el pañuelo que usaba para taparse la boca y la nariz, que la protegía de los apestosos olores que había allá abajo, no pudo evitar recordar esa noche en la que cayó en desgracia. Cada año, cuando era la lotería, recordaba esa noche. Fue cuando todo cambió y pasó de ser una burócrata en ascenso a una trabajadora que limpiaba los conductos del desagüe cuando estos se atoraban. Básicamente uno de los diez peores trabajos posibles en esa colonia. Y ella no lo decía por decir. Lo sabía con certeza. Ella había hecho la lista en su vida anterior.

Cuando aun era coordinadora de logística, conoció al gerente de sistemas de la torre 3 y congenió con él de inmediato. Acordaron encontrarse la siguiente semana para conversar y conocerse mejor. Stephanie recordaba esos primeros días y la sorpresa que tuvo cuatro meses después, cuando se enteró que estaba esperando un bebé. Ahí fue cuando comenzaron los verdaderos problemas.

Se enteró un día de semana poco después del almuerzo. Corrió de inmediato a la torre 3. Hacía unas semanas que no lo había visto. La relación entre ambos no había despegado realmente. Que ella viviera con sus padres y su hermana y su cuñado había sido un problema. Y que él viviera con su esposa y sus tres hijos había sido otro aún mayor.

Por eso no se había enterado de que días antes Tomas había sido enviado por la administración central a supervisar la refacción de un cableado en las afueras de la colonia. Ninguno de los técnicos que fueron había regresado. Ninguno de los comandos que fueron a resguardarlos tampoco.

Steph no tenía idea de lo que debía hacer. Si reportaba que estaba esperando un hijo, lo contarían como un miembro más de la familia. Eso quería decir que por lo menos uno de los miembros de su actual familia tendría que ser reasignado a otro departamento. ¿Podía hacerle eso a sus padres? Definitivamente no. Tendría que ser su hermana Alison. Ella y su esposo tendrían que irse a unirse a otra familia en otro departamento.

No obstante, ella en calidad de coordinadora de logística sabía que eso era condenar a su hermana a un estilo de vida inferior al que tenía en ese momento. Quizás si Alison hubiese sido dura como su hermana mayor, eso no habría sido un problema. Pero ella era débil y su esposo no era mucho mejor. Ambos tenían un trabajo mediocre en una de las huertas móviles. Alison sin Steph no sobreviviría mucho. Y si bien Alison era fuente de varios problemas y preocupaciones, lo cierto era que Steph quería mucho a su hermana menor.

Pasaron días en los que no podía dormir. En los que no podía comer. En los que tenía que retirarse sutilmente al baño a vomitar. Sus padres no se daban cuenta, pues tenían sus rutinas. Su hermana y su cuñado andaban en su propio mundo. Y así, sin realmente darse cuenta, de pronto ya faltaban dos meses para que el bebé naciera.

Ella siempre había sido flaca. Y la providencia la ayudó destinando esos dos últimos meses para invierno. A través de un contacto consiguió que Pascal, un anciano que había sido enfermero pero que ahora trabajaba en la granja, se comprometiera a ayudarla con el parto a cambio de raciones de comida para él y para su familia. El plan era tan descabellado que nunca se detuvo a pensar si tenía sentido o cuál sería el movimiento después de su siguiente movimiento.

Ahora se daba cuenta de que había sido un plan demasiado audaz. Pretendió dar a luz a escondidas, no registrar al recién nacido y que sus padres lo cuiden mientras ella estaba trabajando. Su plan en realidad era ir solucionando los problemas conforme fuesen apareciendo.

Y entonces fue el segundo golpe de mala suerte. En su piso vivía Anfo, un inspector de seguridad, cuyo trabajo era revisar desde afuera que las defensas de la colonia estaban aguantando e indicar en qué lugares hacía falta reparaciones. Parece que se infectó y regresó a su departamento, se transformó en uno de esos monstruos lentos y hambrientos en la noche y atacó a su familia. Luego salió a los pasillos en busca de otras víctimas.

Lo que vino a continuación fue un desastre. Los mecanismos de seguridad se activaron. El piso fue aislado. El infectado logró ingresar a otro departamento. Su habitante abrió la puerta para ver de qué se trataba todo el ruido que oían allá afuera, a pesar de que los protocolos dicen que no hay que hacer precisamente eso. Al rato se transformaron ellos y la familia del incauto. Todos juntos pudieron hacer fuerza suficiente para ingresar a otro departamento y a otro y a otro. Para cuando llegaron los comandos, casi todos habían sido mordidos, menos Steph y su hija recién nacida, a la cual mantuvo silenciada dándole de lactar durante todo el episodio en el baño.

Cuando llegaron los comandos y las salvaron, Stephanie no podía estar más agradecida. Fueron las dos únicas sobrevivientes de todo el piso. Sus dos padres fueron parcialmente devorados. Cuando la rescataron y la llevaron a la posta médica del segundo piso, pudo ver las carcasas de lo que alguna vez había sido sus cuerpos. El maestro jubilado Carlos Londoño y la enfermera jubilada Marta Álvarez eran ahora restos de huesos con carne y pellejo colgando, los cuales albergaban en su interior a una parte de los órganos que alguna vez habían contenido. La sangre estaba por todas partes. Los zombis que los habían consumidos yacían inertes a un lado, con las cabezas atravesada por las flechas cortas de los comandos.

Recién cuando estuvo en la posta médica siendo atendida cayó en cuenta del problema que tenía entre manos. Estaban a salvo, pero había revelado la existencia de su hija. Ahora vendrían las consecuencias. Pensó que no podrían ser muy graves, considerando que ella era una pieza importante en el funcionamiento de esa torre. Que los podría solucionar.

Estaba en un error.

Su jefe ni siquiera la fue a ver a la posta. Sus compañeros de trabajo tampoco. Sin embargo, lo que más le dolió fue que su hermana Alison, que no había estado en el departamento esa noche, porque se había ido a una fiesta en el centro comunitario de la torre 2, no la fue a visitar e ignoró todos los intentos de Steph de contactarla. Después de todo lo que había sacrificado por ella, ahora que la necesitaba, le fallaba.

Los que sí la visitaron fueron médicos y enfermeras. Y luego agentes de seguridad y finalmente un burócrata para reubicarla. Por haber querido engañar a administración central sería castigada. Así eran las reglas.

En el diminuto tiempo que pasó entre el final de esa oración y la siguiente, Steph pensó que no podía ser tan malo. Que siempre y cuando no la botaran de la colonia, todo estaría bien. Que ella podría reconstruirlo todo. Que encontraría la manera. Nuevamente estaba en un error.

La mandaron a mantenimiento de desagües y la reubicaron a un departamento improvisado en uno de los sótanos de la torre 7, prácticamente el peor lugar para vivir. Ni siquiera le permitieron ir a su anterior departamento a recoger sus pertenencias. La mandaron con lo que tenía encima. Tendría que empezar de cero, literalmente hablando.

Ahora tenía una rutina diaria muy distinta. Regresaba por un canal subterráneo con agua hasta las rodillas. Haber tenido una linterna a baterías en esa situación habría sido útil, pero administración central no los abastecía de esos recursos. Debían utilizar unos lamparines anticuados muy poco prácticos que funcionaban con querosene. Steph debía llevarlo elevado por encima de la cabeza y ligeramente por delante de ella para que sirva de algo.

Además, tenía un pesado maletín al hombro con sus herramientas. Cuando llegara a su departamento y lo soltara sobre el piso, le dolería el hombro por buena parte de la noche y del día siguiente. Steph odiaba esas noches. Por suerte no eran todas.

Además, ésa era noche de lotería. Steph odiaba las noches de lotería. Todas las probabilidades estaban en su contra. Y si bien su vida apestaba -literal y metafóricamente mente hablando-, estar allá afuera a merced de esa otra amenaza era aún peor. Tenía que llegar cuanto antes a su departamento. Aunque, por supuesto, antes debía pasar por el departamento de Dalia para recoger a Naomi.

Dalia era una señora con problemas de movilidad que había tenido que renunciar a su trabajo de electricista por una lesión en una pierna. Apenas podía caminar por un accidente que había sufrido arreglando una conexión eléctrica en el techo de la torre 7. Administración central entonces decidió que ya no era útil y la retiró a labores de costurera. A nadie le importó que no tuviera experiencia previa cociendo o arreglando ropa. La relegaron a su departamento, a donde le llevan ropa una vez a la semana para que la repare. Usualmente se trata de uniformes para los que trabajan directamente para administración central.

Eso no le da suficiente para vivir, por supuesto.

Por el otro lado, muchas familias incluían hijos pequeños y no tenían con quién dejarlos para ir a trabajar. Dalia satisface esa necesidad para los que viven bajo tierra de esa torre. Y no cobra barato.

Naomi estaba con Dalia en ese momento. Antes del toque de queda Steph tendría que recogerla y llevarla a su departamento.

Steph adoraba el tiempo que pasaba con Naomi. Ahora tenía cuatro años y cada minuto que pasaba con ella era preciado. Lamentablemente, cuando por fin llegara a recogerla estaría cansada y ella odiaba eso. Pero aun así hacía el esfuerzo por abrazarla y conversarle y quererla lo más que podía. Por supuesto, le daba más pena aun que cuando llegara donde Dalia, Naomi estuviera ya cansada también y con sueño y tuviese como prioridad llegar a casa para comer, cambiarse e irse a dormir. Al final de cada día, Steph pasaba menos de media hora de tiempo de calidad con su hija. Eso tenía que cambiar pronto, aunque aun no visualizaba cómo.

Esa noche Steph y Naomi fueron las primeras en llegar al departamento. Desde su caída en desgracia, compartía ese sucio rincón de 60 metros cuadrados con otras cuatro personas. Ninguno de ellos tenía mucho en común con ellas dos, aunque usualmente cada uno se mantenía en lo suyo.

Si Steph se duchaba antes de atender a Naomi, al salir del baño la encontraría dormida y sin haber cenado. Por eso se lavaba rápidamente, no más, y luego le servía una comida humilde y la acompañaba mientras comía somnolienta. Luego la cambiaba y le lavaba los dientes en el único baño pequeño que compartían todos. Finalmente la acostaba en la esquina que ellas dos compartían y le contaba un cuento. Recién entonces, cuando estuviese roncando tiernamente tapada por la colcha que usaban ambas, Steph se iba a la ducha y se tomaba el tiempo en bañarse adecuadamente.

Cuando salió del baño esa noche, se topó con los hermanos Meza, dos de los otros habitantes de ese departamento. Estaban sentados en la mesa que tenían en el medio del único ambiente común. Estaban conversando animados y bromeando, como siempre hacían, pero en voz baja para no despertar a Naomi, a quien siempre trataban con respeto. Tenían entre 30 y 40 años y si bien estaban en la misma situación patética que Steph, tomaban la vida con mucho más ánimo. Ellos trabajaban limpiando baños para las oficinas de administración central en distintas torres. No les molestaba en lo más mínimo. Habían vivido un tiempo afuera de la colonia y consideraban esto mucho mejor. No tenían quejas. Su buen ánimo era desesperante para Steph, a pesar de que de vez en cuando le traían un regalo a Naomi: Un pequeño juguete, una prenda de ropa... Pequeños detalles que recogían sin meterse en problemas durante su trabajo en las oficinas.

Ella los saludó cuando salió del baño vestida con otra ropa y se apresuró en ir donde su hija. Ansiaba poder echarse a su lado, para acompañarla mientras dormía. Había pocas cosas que Steph disfrutara más que ese simple acto de no hacer nada junto a su hija que tampoco hacía nada.

Desde su rincón podía escuchar la radio que Billy y Navid tenían sobre la mesa. La tenían con volumen moderado, en un acto de consideración hacia Naomi. Steph apreciaba ese gesto. Faltaba quince minutos para la lotería.

De pronto llegaron al departamento los otros dos que faltaban. Abrieron la puerta y caminaron a la esquina en la que guardaban sus cosas. Arrojaron ahí algunas de las armas que llevaban encima. Teresa y Daniel trabajaban cazando zombis que se acercaban demasiado a la colonia. Habían llegado hacía un par de meses a Las Quintanas y parecían tener mucha experiencia en eso.

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