El chico que bajó de las estr...

By uutopicaa

541K 67.6K 44.7K

☆☆ Si Amelie y Noah se besan, él desaparecerá para siempre, y ella no está preparada para que eso ocurra; sin... More

INTRODUCCIÓN
1. El novio perfecto
2. Debe tener ojos verdes
3. Debe caerle bien a mi familia
4. No debe sentir celos de mis amigos
5. Debe saber cocinar
6. Debe preocuparse por mí
7. Debe tener cuerpo de modelo de ropa interior
8. Debe serme fiel
9. Deben gustarle los animales
10. Debe ser inteligente
11. No debe mentirme
12. Necesita tener mucho dinero
13. Debe cantar bien
14. Debe ser comprensivo
15. Necesita tener buena suerte
16. No debe ser asfixiante
17. Debe tener buen sentido del humor
18. Debe ser paciente
19. Debe ser responsable
20. Debe sorprenderme de vez en cuando
21. Tiene que confiar en mí y en mis amigos
22. Debe ser generoso
23. Debe respetarme
24. Debe amar la Navidad tanto como yo
25. Debe darme ánimos cuando me quiero rendir
26. Debe cumplir con sus promesas
27. Debe respetar mis decisiones
28. Debe aceptarme como soy
29. Debe expresar sus emociones sin miedo
30. Debe aceptar mis decisiones
31. Debe besar bien
EPÍLOGO
☆ QUERIDOS LECTORES ☆
EXTRA 01
EXTRA 02
¡ESPECIAL DE HALLOWEEN 2021!
EXTRA 04
EXTRA 05
EXTRA 06
EXTRA 07
EXTRA 08

EXTRA 03

12K 1.1K 798
By uutopicaa


DÍA 1

No quiero sonar interesada, pero tener un novio adinerado es genial. Arrastro la maleta sin poder dejar de sonreír. El crucero se ve enorme de cerca, no puedo creer que realmente me voy a subir.

Cuando los padres de Noah les dijeron a los míos que querían llevarme de vacaciones con ellos, temí que mamá se negara. Sin embargo, lograron convencerlos con promesas de que sería una vivencia inolvidable y que teníamos que disfrutar antes de sumergirnos en la universidad, que nos va a consumir casi todo el rato libre.

¡Estoy emocionada!

—Aquí tienen los pases a su camarote —dice la señora Walker mientras nos entrega dos tarjetas como de crédito—. No las pierdan. Son las llaves del cuarto, también lo que deben usar para pagar por lo que necesiten. La tuya, Amelie, está enlazada a la cuenta bancaria de tu padre. Dijo que no abuses y que el límite es trescientos dólares.

—¿En serio? Wow, pues gracias. —Guardo el pequeño rectángulo en mi bolsillo.

—Gracias, ma —responde también mi novio—. ¿Yo cuanto tengo?

—Lo mismo. Pero si necesitan algo extra, no tengan vergüenza de consultarlo. —Luego, se aleja hacia su esposo para decirle quién sabe qué.

—¿Tenemos cuarto propio? —Alzo una ceja hacia Noah, eso nunca lo mencionaron.

—Sí, pero no tiene balcón —explica él—. La abuela Audrey también tiene un camarote para ella sola. Es más cómodo para todos de esta forma.

Asiento. E intento ocultar mi emoción y mis nervios al respecto. ¿Dormiremos bajo el mismo techo por cinco noches? Uff... muchas cosas pasan por mi mente: besos robados en la oscuridad, abrazos bajo las mantas y...

—¿Estás bien? —pregunta él cuando nos ponemos en la línea para abordar—. No sé en qué estarás pensando, pero te sonrojaste.

—¡Ay, no! Perdón, perdón. Pensaba en que mi pijama es horrible y me avergüenza que lo veas —miento.

—No te juzgaré —promete él y guiña un ojo.

Mostramos nuestros pasaportes a un guardia y atravesamos el cruce de seguridad de aduana. De ahí, sigue una rampa ancha y de poca inclinación que conecta el puerto con el barco. Mi corazón late con prisa. Siento que estoy en una película.

Pronto descubro que el interior es incluso más increíble que el exterior. Lo primero que vemos es el salón central, que ocupa casi tres plantas de alto. Cuatro elevadores de cristal comunican cada sector, no puedo esperar a subir en ellos. En el medio, hay un bar circular con alrededor de cincuenta sillas alrededor. Varias personas vestidas de uniforme negro se preparan para atendernos. Algunos ofrecen champagne a los pasajeros a medida que atraviesan el umbral. Hay mesas y sillones, ventanales o cómo se llamen aquí —¿ojos de buey?— para disfrutar del paisaje. El piso es alfombrado. Los colores de la decoración hacen un contraste enorme que me hacen desear quedarme aquí, de pie en mi sitio, observando todo para no perderme de ningún detalle.

—Este lugar es enorme —susurro.

—Lo es, por eso nos dieron un mapa a cada uno —bromea Noah—. Hay once pisos a los que podemos acceder. Tres son públicos por completo. Tres son de camarotes. También están el restaurante central y el teatro y... pues ya lo miras tú cuando dejemos las maletas.

—Verdad. ¿Hacia dónde hay que ir?

Entre ambos logramos descifrar más o menos el camino. Seguimos a una parte de la multitud hacia los elevadores laterales y, unos diez minutos más tarde, ya nos encontramos frente a la puerta indicada.

—Este sitio es hermoso, incluso los corredores están decorados —dice él.

—Sí, es increíble. ¿Y tus padres dónde están?

—Creo que en un piso más arriba, pagaron casi el doble por un espacio con balcón.

Entramos al cuarto, me siento nerviosa. Hay dos camas dobles, un escritorio, un pequeño sillón, una mesa, un televisor, heladera, baño privado y demás; lo mismo que podría verse en un hotel, pero más bonito. Se ve extremadamente limpio. Me agrada.

—¿Cuál cama quieres? —pregunta Noah.

—Ni idea, ¿y tú?

—La misma que tú —dice y coloca su brazo alrededor de mi cintura.

—Pues entonces, la que está cerca de la ventana. —Me esfuerzo por no titubear—. Podemos dejar las maletas sobre la otra.

—O mejor, la desarmamos para que parezca que uno de los dos duerme allí. Ya sabes, en caso de que mis padres o mi abuela quieran venir a chequear.

Asiento con la cabeza, sonrojada.

Ambos hemos hablado sobre nuestra relación en reiteradas ocasiones. Con seriedad y en profundidad. No daremos el paso que sigue hasta que yo me considere lista, sin embargo, confío en él lo suficiente para que podamos tener toda clase de contacto físico no sexual. Dormir en una misma cama, por ejemplo, es más que aceptable. Sé que mi novio no se propasará y me encantaría despertarme entre sus brazos.

En eso, un mensaje suena por altavoz.

—Bienvenidos a Ocean Princess, este es su capitán, John G. Wickleman. Por favor, busquen sus camarotes y aguarden allí hasta que hayamos abandonado el puerto. El bufett de la terraza está abierto veinticuatro horas y es de libre acceso. Los bares y el casino también funcionan sin descanso. Los horarios de las demás secciones, como la tienda y la discoteca, están impresos en las carpetas que descansan sobre sus mesas de noche. Allí también hallarán el cronograma de espectáculos a presentarse en el gran teatro y en el restaurante secundario. La comida y la entrada a los shows está incluida con su viaje, solo los gastos extra deben ser abonados. Estaremos una tarde en Orlando, donde se ofrecerán excursiones. La cena de gala es mañana por la noche. Si necesitan algo o tienen dudas sobre el crucero, pueden marcar 941 en el teléfono de sus camarotes para comunicarse con la cabina. Sin más, espero que disfruten de la travesía.

—Wow —exclamo—. ¿Comida gratis todo el día? Voy a salir rodando de aquí. Ya me imagino yendo por un hotdog a las tres de la mañana.

—También podemos bajar de peso, te mantengo en movimiento a menudo y ya —sugiere Noah—. Hay muchos ejercicios que podemos realizar aquí.

—¡Oye! —me giro hacia él.

—¿Qué? Hay un gimnasio en el crucero. ¿Ves? Aquí. —Señala el mapa.

Suspiro y río. A esta altura de nuestra relación, debería estar acostumbrada a esa clase de comentarios, pero me siguen tomando desprevenida.

—Eres un idiota.

—Y te encanta. —Se aproxima para robarme un beso.

—La verdad es que sí. —Rodeo sus hombros con mis brazos para atraerlo de nuevo y posar mis labios contra los suyos.

Amo que podamos estar así. Que ya no haya miedo demostrar cuánto nos queremos y que el peligro de perderlo haya quedado atrás. Pego mi cuerpo al suyo y disfruto del contacto. Siento que todavía no hemos podido recuperar todos los meses que pasamos con temor a besarnos.

Noah pone sus manos en mi cintura y me hace retroceder con él hasta que ambos caemos sobre una de las camas, con él por debajo.

—¿Qué haces? —murmuro contra su boca.

—Tenemos que esperar a que abandonemos el puerto, solo busco mantenernos ocupados —asegura—. Y probar qué tan cómodo es el colchón.

Coloco mis piernas alrededor de su cuerpo y le dedico una sonrisa traviesa.

—¿Y cuál es tu veredicto?

—Tiene buenos resortes y no hace ruido cuando se agita. Me agrada —insinúa—. ¿Y qué haces tú?

—Yo disfruto de mi novio. No tengo otra excusa, lo siento. Los comentarios veloces e inteligentes no son lo mío. Por eso, dejaré de decir tonterías y haré otra cosa más útil con mi boca. —Lo beso antes de que pueda responder.

Sus manos pasean por mi espalda, se escurren debajo de la blusa y me hacen estremecer. Estoy sumamente contenta de que tengamos esta clase de privacidad y la posibilidad de disfrutar el uno del otro con libertad. Es algo que no podemos hacer a menudo porque ambos vivimos con nuestras familias.

Nuestros labios juegan cada vez con más pasión, insistentes y con urgencia. Lo muerdo con suavidad y él suelta un gruñido que me enloquece. Luego, pide permiso con su boca para entrar en la mía y que nuestras lenguas se enreden. Respirar es cada vez más difícil y sé a la perfección que ambos cuerpos están reaccionando.

—Me encantas —murmura él cuando se separa para tomar un poco de aire, algunos minutos después.

—Y tú a mí —respondo. Tengo los labios un poco adoloridos. Me siento sobre él y coloco ambas manos en su pecho sin dejar de sonreír—. Eres todo lo que siempre deseé y mucho más. Superas incluso mis sueños más secretos.

—¿Sueñas cosas sucias conmigo? —bromea él en un intento por hacerme sonrojar.

—Quizá —admito, para seguirle el juego—. Y puedes superar todo ello con solo tus besos, ¿cómo lo haces?

—Solo lo dices porque no has vivido en la vida real lo mismo que en el mundo onírico. —Me guiña un ojo.

Voy a responder, cuando siento que el crucero se mueve. Es algo leve, pero me marea un poco y debo cubrirme la boca con una mano. Luego, por altavoz nos avisan que en diez minutos podremos empezar a recorrer.

—¿Estás bien?

—Sí, solo me sorprendí. No estaba preparada para la sacudida.

—¿Necesitas medicina para el mareo? Mamá trajo para ella.

—Estaré bien —afirmo—. ¿Quieres ir a dar una vuelta mientras me ajusto a esto?

—Claro, solo dame unos minutos para... relajarme.

Automáticamente, bajo la vista a su pantalón y me sonrojo. Giro para darle la espalda y abrir la maleta. Aprovecharé para vestirme con algo más bonito que lo que llevo puesto desde que salimos de casa hace ya varias horas. Seguro tomaremos fotos, quiero verme bien.

—Yo iré a arreglarme —aviso.

***

El sitio no es tan laberíntico como creía. Hay tres sets de elevadores: uno en cada extremo y otro en el centro. Recorrer el crucero es sencillo. Empiezas en una punta del piso, caminas hacia la opuesta, tomas el elevador y repites el proceso.

—¿Sabías que cualquiera puede usar el casino? —dice Noah.

—¿Aunque seamos menores?

—Sí, porque para venir al crucero necesitábamos abordar con adultos. Y se supone que ellos se hacen cargo. No nos darán bebidas alcohólicas salvo que crean que somos mayores, lo demás está permitido.

—¿No piden identificación?

—Solo en los bares, por lo que dijo papá.

—Genial —sonrío—. Siento curiosidad por probar algunas cosas.

—Yo también. —Nos detenemos junto al elevador.

—¿Qué quieres ver ahora? —reviso el mapa.

—A ti, en traje de baño en la piscina —asegura él—. O quizás una hamburguesa en el buffet. Muero de hambre, cualquiera de las dos opciones me parece bien. O ambas, en el orden que prefieras.

—¡Oye! —río—. Yo también quiero almorzar, vamos primero ahí. Luego podemos buscar el cronograma de los espectáculos y prepararnos para ir a nadar un rato. El día está espectacular.

Subimos hasta el buffet. Hay bastantes personas aquí. Es una habitación enorme con diez islas de cocina temática. Cada una de ellas ofrece varias opciones que cambian según el día. Hay mesas por todos lados.

Noah y yo nos separamos porque él insiste con pedir su hamburguesa. Yo quiero probar algo nuevo, así que voy hacia el sector de platillos asiáticos. Pido un set variado de sushi y escojo un espacio con sillones al aire libre para disfrutar del buen clima.

Mi novio de une algunos minutos más tarde.

Almorzamos sin prisas mientras debatimos las posibilidades. El espectáculo de esta noche es una comedia stand up que mucho no nos interesa, y estamos agotados. Tuvimos que levantarnos antes del amanecer para poder viajar desde donde vivimos hasta el puerto, que queda a unas cuatro horas de distancia. Es posible que nos vayamos a dormir luego de cenar. Mañana, sin embargo, habrá un show de magia. Ese sí suena genial, la temática es Alice in Wonderland.

Más allá de eso, decidimos que usaremos el primer día para relajarnos. Y que no tendremos horarios reales. Si en verdad sentimos deseos de levantarnos a las tres de la madrugada para ir a comer algo o jugar en el casino, que así sea. Estamos de vacaciones.

—La única regla es que cenamos con mi familia a las ocho. Tenemos una mesa asignada.

—¿Sí o sí a esa hora? —consulto.

—Sep. El crucero ofrece cena temprana a las seis. Cena regular a las ocho. Y cena tardía a las diez. Se puede elegir la comida entre cinco opciones cada noche. Si nada te gusta, luego vas al buffet y ya.

—Okay —afirmo después de terminar mi almuerzo—. Me sorprende que nos den tanta libertad.

—Creo que mis padres entienden que necesitamos tiempo para nosotros. Y privacidad.

—Supongo... ¿puedo consultarte algo personal? —bajo la voz.

—Dime, Amy.

—¿Ellos son reales? ¿Cuál es su historia? ¿Cómo es que...? Hace tiempo que lo quiero consultar y me avergüenzo.

—Sabes que no entiendo muy bien qué ocurrió con lo del deseo. —Noah se encoje de hombros—. Hasta donde sé, se supone que ellos me adoptaron de pequeño porque no pueden tener hijos propios. No hay fotos viejas porque estaban almacenadas en el sótano que se inundó. Se supone. ¿Sabes qué creo? Que ellos deseaban tener un niño. Y yo necesitaba padres. Entonces, de repente y de alguna forma, empecé a formar parte de su vida. Para ellos, estoy aquí desde hace mucho.

—Es muy raro...

—Lo es, pero dudo que podamos averiguar qué soy... o qué era antes de volverme humano. No vale la pena seguir dándole vueltas al asunto, Amy. Estoy aquí contigo, eso es lo que importa.

—Tienes razón. —Me pongo de pie y le robo un beso fugaz antes de ir a dejar los platos sucios donde corresponde.

***

No recuerdo cuándo fue la última vez que me sumergí en una piscina. Me encanta, es enorme. Hay un montón de personas en el agua, pero el espacio es tan grande que no se siente aglomerado.

Estamos de pie justo en la orilla. Buscamos con la mirada un par de sillas libres para dejar las toallas y demás cosas que llevamos con nosotros.

—Allí —señala Noah y comienza a caminar rumbo a uno de los lados—. ¿Me pondrías bloqueador en la espalda antes de que nademos?

—Claro, si tú haces lo mismo por mí. Solo hazlo bien, no quiero que me dejes marcas de dedo en el bronceado —bromeo.

—Me aseguraré de que ciertas partes queden desprotegidas para que en tu piel se lea algo tonto —refuta—. No se me ocurre qué.

—¡Que ni se te ocurra! —Lo golpeo de forma amistosa.

Alcanzamos las sillas y ponemos nuestras cosas allí mientras nos alistamos para nadar. A los pocos minutos, ya estamos en el agua.

Nos divertimos como niños pequeños hasta que el espacio comienza a abarrotarse demasiado para mi gusto. Casi no queda sitio para nadar o moverse, solo se puede estar de pie en un costado sin hacer nada.

—Sequémonos —sugiero—. Podemos volver luego.

—El letrero dice que la piscina está abierta hasta medianoche. Luego, cierra hasta las seis del día siguiente.

—Quizá podamos venir luego de cenar.

—Me encantaría. ¿No suena romántico? Podemos besarnos bajo la luna dentro de la piscina que se encuentra en la cima de un crucero —sus palabras están llenas de emoción.

—Cuando lo pones así, me fascina. Hagámoslo uno de estos días —murmuro y bostezo.

Abandonamos el agua y nos recostamos al sol para secarnos un poco antes de regresar al camarote. Ya comienza a atardecer, el sol se acerca a la línea del horizonte y tiñe de anaranjado el paisaje.

Nos iremos a duchar y a preparar para la cena. Luego, a dormir. Mañana tendremos más energía para disfrutar del crucero.

DÍA 2

Aunque la cena de gala comienza a las seis de la tarde, a partir de las cuatro se montan en el salón central una decena de espacios escenográficos para fotografía. Varios profesionales esperan en cada uno de ellos para que los pasajeros puedan posar y lucir sus vestuarios. Eso sí, mañana exhibirán las imágenes en cada caseta y, el que las quiera, tendrá que comprarlas. Me asusta pensar en cuánto podrían costar, pero quiero una. Sería un suvenir o recuerdo bonito con Noah.

Yo llevo un vestido corto azul oscuro con los hombros al descubierto y sandalias doradas, el pendiente de estrella cuelga alrededor de mi cuello. Noah se ha colocado un pantalón formal negro y una camisa en el mismo tono que mi atuendo, sin corbata y con los primeros botones desabrochados. Su estilo va entre formal y seductor, me encanta. Se ve como una celebridad.

—Nunca te había visto tan maquillada —menciona cuando salgo del baño del camarote.

—¿Es demasiado?

—Para nada —niega—. Te queda increíble. Wow. Me arrojaría sobre ti para besarte, pero no quiero arruinar casi una hora de trabajo frente al espejo.

—Después de cenar, te daré el honor de quitarme el pintalabios que quede —bromeo.

—Es un trato. ¡Ah! Por cierto, tengo algo para ti. Espera. —Va hacia su maleta y busca con torpeza. Sus pertenencias vuelan por los aires y caen sobre la alfombra—. Aquí, mira.

Noah se aproxima otra vez con un pequeño obsequio.

—¿Qué es?

—Ábrelo —pide—. Vi esto en internet y tuve que comprarlo para ti esta noche, va perfecto con lo que usas.

Tomo el paquetito entre mis manos y le quito el envoltorio. Dentro, hay una cajita como de joyería que contiene un par de aretes ¿dorados? No, bañados en oro según la inscripción. Poseen una estrella que cuelga apenas por debajo de las orejas.

—Wow, qué belleza, ¿te costaron mucho? —Me los coloco.

—Podría haber sido peor —dice él. Y con eso entiendo que seguro gastó más de la cuenta—. Es que son perfectos para hoy.

—En eso tienes razón. —Veo cómo me quedan en la cámara del teléfono.

Alguien golpea a la puerta. Al abrir, veo a los padres de Noah y a su abuela, que están listos para la gala.

—Queremos tomar una foto familiar con todos juntos, ¿están listos? —pregunta la señora Walker.

—Así es —afirmo yo.

Los corredores están colmados de personas bien vestidas. Es como estar en una boda. Varios pasajeros son tan atractivos que parecieran celebridades. Y claro, hay otros que siguen en pijama y que resaltan entre la multitud porque no están preparados o interesados en el evento.

Tomamos los elevadores centrales hacia el sector de fotografías. A través del cristal, se aprecia el esplendor del Ocean Princess y quienes lo abordan. Es un micro paisajes que quiero recordar siempre, así que tomo algunas imágenes con el teléfono antes de que lleguemos a la planta principal.

—Estaba pensando que el fondo de allí, que es sencillo, se verá mejor detrás nuestro. Somos muchos y no queremos sobrecargar la foto frente a un diseño demasiado complejo —sugiere la madre de Noah—. ¿Qué opinan?

—Lo que digas, yo te sigo —bromea su esposo.

—¿Y ustedes? —Ella nos mira a mi novio y a mí.

—Tenía pensado tomar fotos con Amy en absolutamente todas las casetas, así que me es indiferente —afirma él.

Está decidido entonces. Nos colocamos en la línea para el escenario en cuestión y aguardamos por nuestro turno. El fotógrafo indica dónde debemos colocarnos, en qué orden y pose. Una pareja a cada lado, la abuela en el centro, orgullosa de las próximas generaciones —así dice el profesional—. Noah y yo nos tomamos de las manos, sus padres se abrazan por la cintura.

—Sonrían —pide y presiona el botón de la cámara varias veces mientras ajusta el ángulo—. Listo, aquí tienen su número para revisar mañana. Las fotografías tendrán costo por tamaño. El modelo más pequeño está cinco dólares, el más grande treinta. Se entregan en un portarretratos de cartón protegido para que no se arruinen durante el viaje. Si compran varias copias de la misma foto, cada impresión extra cuesta tres dólares menos que la original —explica.

—Muchas gracias por todo —saluda el señor Walker.

A partir de ahí, seguimos caminos diferentes. Tenemos casi tres horas para nuestro turno de la cena, y lo pasamos yendo de caseta en caseta para posar frente a todos los escenarios. Mi favorito es uno con un piano de cola. Noah se sienta como si estuviera tocando una melodía, yo me acomodo encima de la superficie de madera.

Nos indican tres poses. En la primera, sonreímos a la cámara. En la segunda, él finge que toca y yo que canto. La tercera es mucho más atrevida, conmigo recostada encima del piano mientras que mi novio me sostiene la barbilla desde la banqueta frente a las teclas, a punto de besarme, pero sin que nuestros labios se rocen.

—Perfecto —dice el fotógrafo. Luego, repite el discurso de los precios y llama a la siguiente pareja.

Nos alejamos rumbo al siguiente espacio, que tiene una fila bastante extensa.

—Oye... ¿puedo decir algo un tanto desubicado? —pregunta Noah en un susurro, casi avergonzado.

—¿Desde cuándo consultas primero? —me burlo—. Adelante.

—Con esa última foto en el piano... pues... mi mente ha volado un poco. —Esboza una media sonrisa traviesa.

—¿A qué te refieres?

—A que creo que esta noche soñaré con varias cosas que podríamos hacer encima del piano —besa mi mejilla para no arruinarme el maquillaje—. ¿Y sabes qué más? Ahora que te lo conté, estoy seguro de que te ocurrirá lo mismo.

—¡Ay, sí que eres un idiota! —Me avergüenzo.

—Nos encontraremos en sueños —insiste.

Cambio de tema tan pronto como puedo. Continuamos con las fotos hasta que es nuestro turno de ir a cenar. De ahí, luego nos dirigimos al espectáculo de magia en el teatro.

El show dura casi dos horas y está colmado de sorpresas increíbles. Para cuando acaba, la medianoche ha quedado atrás.

Comenzamos el camino de regreso los camarotes, pero nos equivocamos en algún punto y acabamos en el casino.

—Wow, este lugar está lleno de gente todavía —exclamo, sorprendida.

—Sí, y no hay ventanas. Es imposible saber si fuera es de día o de noche. Creo que es intencional —añade él.

—No lo sabría, es la primera vez que veo algo así.

—Yo igual... ¿quieres probar algo? —sugiere mientras se acerca al escritorio de recepción.

—¿Por qué no? —Lo sigo.

Noah habla con la chica durante algunos minutos. Le pregunta si podemos participar siendo menores, solo por si acaso, y cuánto cuesta cada cosa. Al parecer, todos los huéspedes tienen los primeros veinte dólares gratuitos. Solo es cuestión de pasar la tarjeta del crucero por las ranuras de las máquinas y listo.

Mi novio agradece y regresa hasta donde estoy.

Deseé que tuviera buena suerte, me pregunto si eso sigue siendo válido ahora que es humano. Supongo que lo averiguaré pronto.

***

Regresamos al camarote entre carcajadas casi al amanecer. Tratamos de no despertar a nadie, pero no podemos controlarnos. Creo que haber bebido algunas copias que nos ofrecieron sin preguntar es parte del problema.

—¿Y viste la cara del señor pelado que estaba al lado mío? —repito algo que ya dije—. Cuando ganaste la tercera vez casi se le salieron los ojos de la cabeza.

—Peor fue la mujer del vestido rojo —insiste él—. Poco le faltaba para acercarse a flirtear conmigo por dinero.

—Es que... solo usaste los veinte dólares gratis que tenemos, y ganaste casi mil. Es ridículo.

—Y tú los perdiste todos —se burla—. No te preocupes, te prestaré un poco.

—Te pagaré el préstamo en besos —añado mientras abro la puerta de nuestro cuarto.

—Con intereses, por favor.

—Así será.

No encendemos las luces, con lo poco que entra desde el cielo en el exterior nos alcanza para reconocernos. Tenemos las mejillas sonrosadas y no podemos dejar de sonreír.

Noah cierra la puerta a nuestras espaldas y posa sus labios sobre los míos casi de inmediato. Desde que nos alistamos para salir que conteníamos las ganas. Ahora ya no importa si mi maquillaje se corre o si a él se le arruga la camisa.

Lo empujo un poco hasta que su espalda queda contra el muro, junto al umbral. Me coloco en puntas de pie, aunque no es necesario, y profundizo el beso. Él corresponde, ansioso, y pone sus manos en mi cintura.

Pasados algunos minutos, susurro contra su boca.

—El vestido me ajusta, deja que me pongo el pijama y seguimos.

—Mmmm —responde él.

—¿Qué cosa?

—Que te ayudo con eso, si me lo permites. —Noah me dedica una mirada seductora que vuelve mis piernas de gelatina. El amanecer ya asoma a través del ventanal e ilumina el camarote.

—Claro —aseguro. No sería la primera vez que él me ve sin ropa. Ya estoy perdiendo la vergüenza con ello.

Mi novio suelta la cremallera de mi vestido y lo desliza hasta que cae al piso. Debajo, solo tengo mis bragas púrpura. Él me observa por algunos instantes. Sabe que me incomoda un poco, así que comienza a besarme el cuello mientras acaricia mi espalda con delicadeza.

—Yo también necesito ayuda para desvestirme —susurra contra mi oído.

Siento como si un repentino descargue de electricidad me recorriera el cuerpo de un extremo al otro. Sin contestarle, comienzo a desabotonarle la camisa.

—Ahh —suelto un gemido tímido ante el roce de sus labios en mi clavícula—. Me estás dificultando la labor.

—¿Quieres que me detenga?

—No... —admito y continúo hasta poder quitarle todo, salvo el bóxer.

Este es nuestro límite. Al menos, por ahora.

Cuando ambos estamos solo en ropa interior, Noah me toma en sus brazos y me lleva hasta la cama. Nos recostamos lado a lado y continuamos la sesión de besos semidesnudos mientras que nuestras manos recorren la piel del otro hasta que nos quedamos dormidos.

DÍA 3

Nos detenemos en Orlando alrededor del mediodía, recién acabamos de despertar. Cubierta de sudor y con el maquillaje manchando mi rostro, decido darme una ducha rápida mientras que Noah revisa las posibles excursiones y sus precios.

—Dijiste que no te interesan los parques de diversiones, ¿cierto? —pregunta a los gritos para que pueda oírlo desde el baño.

—Exacto. A esos quiero ir con tiempo, no a las apuradas en un par de horas.

—¿Y hacer parasail?

—¿Qué es eso? —consulto.

—Vas en una lancha, te ponen como en un paracaídas y te hacen volar un rato. Suena interesante, ¿no?

—¡Sí! —exclamo—. ¿Cuesta mucho?

—Para nada —asegura él.

Estoy convencida de que miente, pero no lo contradigo.

Cuando salgo de la ducha, me coloco el traje de baño negro y un par de shorts deportivos. Noah se ha marchado y dejó una nota sobre la cama que dice que lo vea frente a la puerta de desembarque. Me recuerda que debo llevar la tarjeta del crucero y mi morral.

En diez minutos, preparo aquello y salgo del camarote. Hay poca gente en el barco, imagino que varios ya han descendido para disfrutar el día en Florida. Se siente la humedad. Hace muchísimo calor.

***

Después de atravesar el chequeo de seguridad, un pequeño bus nos recoge para ir hasta la zona donde se practica parasail. Los padres de Noah escogieron ir a recorrer el centro de la ciudad, seguramente porque la abuela está limitada en cuanto a las actividades que puede realizar.

Otras diez parejas nos acompañan, la mayoría son bastante jóvenes. Dudo que superen los treinta años. Se crea un ambiente entretenido y de confianza durante el recorrido. Hay personas de todas partes del mundo.

Teresa y Analía son del sur de Argentina y están aquí por su luna de miel. Hablan poco inglés, pero logro entenderlas lo suficiente. Francis y Aidé vienen de Canadá, tienen un acento bastante francés, aunque hablan nuestro idioma a la perfección. No estoy segura de cómo pronunciar los nombres del matrimonio de Corea, ellos aman los cruceros y toman uno distinto cada año; ya tienen reservas para el próximo que será desde Brasil hasta el Caribe. Los demás no dicen mucho, tal vez son tímidos por su acento.

Al llegar a los muelles desde los que saldrán las lanchas, un instructor nos entrega chalecos salvavidas y nos brinda algunas instrucciones básicas. No podemos saltar del bote para nadar. Una vez en el aire, no tenemos permitido hacer movimientos bruscos. Todo lo que se arruine será culpa nuestra. Podemos dejas las pertenencias en el bus si queremos después de todo.

Sin más, nos dividen en tres grupos y comenzamos la aventura.

Las lanchas se alejan de la costa a gran velocidad. Hay un conductor que casi no dice nada. También un instructor, que ayuda a cada dúo a colocarse los arneses para elevarse en el cielo.

—Si tienen miedo o desean bajar antes de tiempo, alcen ambas manos. No griten, que de aquí no los escuchamos —nos indica—. Estarán allá arriba unos quince minutos. Disfruten del paisaje y de la experiencia. ¿Recomendación personal? Si llevan el teléfono al aire, solo úsenlo al principio. No desperdicien el tiempo con una pantalla o se van a arrepentir. ¿Alguna duda?

Noah y yo negamos. Le dejamos mi celular a otra pareja, para que nos tome fotografías desde la lancha. Mi novio lleva el suyo colgando alrededor del cuello en una funda protectora porque también quiere usar su cámara.

Estamos de pie en la parte posterior del bote, no me acuerdo cómo se llama. Siempre me las confundo. ¿Proa? ¿Popa? Da igual. Cada uno de nosotros se sostiene con una mano de los lados del armazón de metal lateral.

—A la cuenta de tres, suéltense —ordena el instructor—. Uno, dos... ¡tres!

Obedecemos. Nuestros pies se despegan de la superficie y comenzamos a elevarnos por el aire.

Grito de emoción, la adrenalina me recorre. Sé que es una actividad bastante segura, pero eso no quita que me resulte increíble. Estoy casi volando, a más de cien metros sobre el océano.

—¿Te gusta? —grita Noah.

—¡ME ENCANTA! ¡YAAAAAAY!

Ambos reímos. Nos tomamos algunas selfies y conversamos en voz normal durante el resto del tiempo. Aquí arriba, contra todas mis expectativas, se siente tranquilo. No hay viento ni ruido. Es como si alguien hubiese puesto pausa al mundo. Una vez que alcanzamos la altura máxima, la agitación disminuye y podemos disfrutar del paisaje y de una inmensa sensación de libertad.

—Amy, ¿puedo decir algo? —pregunta Noah.

—Claro.

—Te amo. Mucho. En serio. Y necesitaba ponerlo en palabras aquí mismo, se siente correcto.

—Yo también te amo, bobo —respondo, feliz—. Gracias por invitarme. Y por todo. Eres increíble.

—Lo sé —bromea.

***

La piscina está totalmente desierta. Son las diez y media de la noche. Hace un poco de frío, pero el agua es climatizada y se siente bien al contacto de la piel. Me sumerjo de un solo salto, Noah hace lo mismo.

—¿No es peligroso que no haya guardavidas? —pregunto.

—Por eso los niños deben irse a las seis. Con los adultos no se hacen tanto problema —responde él antes de comenzar a nadar de un extremo al otro.

Me sorprende que no haya más gente aquí. Supongo que es tarde. Los cruceros son costosos y hay pocas personas jóvenes. Los adultos cenan, van al teatro y al casino. Se olvidan de esta posibilidad.

Pierdo de vista a mi novio, que está bajo el agua... hasta que me toma por la cintura de repente y me hace zambullirme sin previo aviso.

—¡Aaaah! —exclamo. Apenas logro contener el aire a tiempo.

—¡Te tengo! —se burla él cuando ambos salimos a flote.

Como dijimos en el primer día, esto es mágico. Y sexy. Estamos empapados, a solas en la piscina del crucero. Al aire libre y bajo la luna. Esbozo una sonrisa y me relamo antes de besar a Noah con intensidad. Aprovecho que el peso no se siente bajo el agua y rodeo su cintura con mis piernas. Sorprendido, él me atrae hacia su cuerpo al tiempo que corresponde el gesto.

Una de sus manos está en mi espalda, la otra acaricia mi trasero sin vergüenza alguna. Me vuelve loca cuando actúa así: atrevido. La idea de que otros pasajeros podrían asomar en cualquier instante me resulta excitante. Siento miedo y vergüenza y, al mismo tiempo, más deseos que nunca de que nos pasemos un poco de la raya.

Siento el cabello pegado a mi cráneo, la tela de la bikini apenas me cubre y Noah lo sabe. Permito que su mano me recorra con lentitud, desde el muslo hasta las nalgas y también entre mis piernas, por encima del traje de baño. Suelto algunos pequeños gemidos contra su boca, él hace lo mismo.

—Amy —susurra—. Por favor, detenme antes que te proponga hacer una locura.

—¿Y si no quiero? —miento. En realidad, la idea me asusta.

—No hoy. No la primera vez —explica—. Esta es una fantasía que deberíamos dejar para más adelante, ¿no crees? —Aleja su rostro del mío, tiene la respiración agitada.

—Es verdad —admito. Quito mis piernas de su cintura y nado hacia uno de los lados—. Parece que volveremos a tener sueños similares —bromeo.

—No lo dudo —ríe él.

Pasados algunos minutos más, salimos de la piscina. Es casi medianoche de todos modos.

Vamos al camarote tomados de las manos y envueltos en las toallas blancas del crucero. Nos secamos lo mejor que pudimos, pero dejamos una estela de agua a nuestro paso.

—Necesito una ducha rápida. Entre el agua de mar y el cloro, mi cabello será un asco mañana —explico.

—Te acompañaría, pero creo que es una mala idea. Mejor espero aquí para evitar tentaciones en sitios no convenientes —alza una ceja.

—Me parece bien —le robo un beso fugaz—. Nos vemos en unos minutos.

Entro al baño, me aseo y, al salir, descubro que Noah se ha quedado dormido. Me acurruco a su lado y cierro los ojos. Amo sentir el calor de su torso desnudo contra mi piel.

DÍA 4

—No necesitas comprar todo eso —protesto.

—Gané casi mil dólares en el casino, puedo usar el dinero en lo que quiera —refuta mi novio mientras selecciona qué fotos de la noche de gala desea.

—No puedes llevar como cuatro copias de cada imagen, ¡y en distintos tamaños!

—Son recuerdos Amy. Algunos para ti, otros para mí. Uno se quedará con mi abuela, que seguro lo apreciará. Otros irán a la caja de recuerdos. Y para poner en el muro de mi cuarto en casa. Y en el de la universidad también.

—¡Te lo gastarás todo en eso! Solo compra una foto de cada versión, las escaneas en tu casa e imprimes más en Walmart por unos centavos —insisto.

—No es lo mismo —saca la lengua en mi dirección y pasa la tarjeta del crucero.

—¿Cuánto ha salido eso? —No me atrevo a ver la pantalla.

—Menos de lo que esperaba.

—¿Cuánto? —repito.

—Cuatrocientos setenta y cinco dólares, más los impuestos. Digamos que quinientos, me queda casi la mitad de lo que gané.

—Eres un idiota. Se nota que te sobra el dinero. Jamás gastaría tanto en trozos de papel.

—Son fotos. Recuerdos de este viaje, de los momentos increíbles que estamos viviendo.

—Lo que digas. —Suspiro—. Yo quería ver la tienda de suvenires, pero ahora temo que gastes demasiado ahí también.

—Toma mi tarjeta. —La extiende hacia mí—. Estás a cargo de ella hasta la noche. ¿Te parece?

—De acuerdo.

Tomamos el elevador central y nos dirigimos al sector comercial. Hay un espacio dedicado a snacks y bebidas, un bar, algunas máquinas expendedoras, un sector de lavandería pago y también la gran tienda del Ocean Princess. Es una mezcla entre el Duty Free de los aeropuertos y recuerdos del viaje. Parece pequeña desde el exterior, pero es inmensa por dentro.

Pasamos las siguientes dos horas allí. Algunos productos tienen precios excelentes, otros son absurdos. Entre ambos, escogemos obsequios para nuestros amigos y para mi familia. Detalles pequeños.

—Necesitamos llevarle esto a Azul. —Sostengo un biberón en forma del crucero—. Y también esa mini playera de allí. —Señalo a un lado.

—Lo que quieras —responde Noah—. Me gusta la versión en rojo, ¿tú cuál dices?

—Esa está bien. Iba a elegir la verde, pero creo que tienes razón. En rojo iría mejor.

Llenamos un pequeño canasto con regalos. Además, yo compro algo de maquillaje para mí. Y un perfume de botella bonita para mamá, para agradecerle por permitirme venir a estas vacaciones. También escojo un vino para papá y otro para el tío. A Victoria le compro un set de pinceles para acuarelas hecho en Francia. Suena bien. Sebastián recibirá una playera ridícula y un modelo a escala del barco, porque le gustan esa clase de cosas. Para Eric, un oso de felpa con el logo del barco. Y para Elliot, una bola de baseball también con el emblema del Ocean Princess.

—Creo que se nos ha ido la mano —murmuro, preocupada.

—Nah, solo paga. Son los obsequios ideales —responde Noah.

Gastamos lo que quedaba del casino. Casi cuatrocientos dólares de tonterías para nuestros seres queridos.

—¡Ay, lo siento! —me disculpo.

—Préstame veinte de lo que te queda a ti, y estamos a mano —asegura él.

—¿Para qué los quieres?

—Para volver a las maquinas esas y ganar otros mil —suelta una carcajada.

Lo peor del caso es que estoy casi segura de que podría lograrlo. Tiene buena suerte, después de todo.

***

Noah sale de la ducha completamente desnudo, solo lleva una toalla alrededor de la cintura. Si bien me estoy acostumbrando a verlo con traje de baño o en ropa interior, no dejo de sentir calor en las mejillas en cada ocasión. Tiene un cuerpo increíble, de esos que uno desea comerse con la mirada. El paño blanco que apenas lo cubre hace volar mi imaginación y la lleva hacia sitios que no debería.

—¿Qué haces? —pregunto. Finjo estar distraída con el teléfono. Sentada sobre la cama y con la espalda contra el muro, desvío la mirada.

—Olvidé llevar algo limpio para ponerme —explica—. ¿Qué hora es?

—Medianoche.

—Wow, el tiempo vuela. Mañana a la tarde ya desembarcaremos. Ojalá pudiéramos hacer que este viaje durara una semana más, ¿no?

—Sería genial. Iré a la ventana. Si veo una estrella fugaz, le pido eso. ¿Te parece? —bromeo.

—No lo hagas —responde con prisa mientras camina hacia su maleta.

—¿Por qué?

—¿Y si, accidentalmente, tu mente te lleva a desear otro novio perfecto y me reemplazas?

—Nunca lo haría —río ante su ocurrencia.

—Ahora que te he dado la idea de los superpoderes, será como yo, pero mejor. No quiero esa competencia.

—No te cambiaría por nada —prometo. Salto de la cama y voy hacia él para darle un beso.

—¿Segura?

—Segurísima —respondo contra su boca—. Mmmm hueles bien.

—Es un perfume nuevo que compré hoy —susurra.

—Me encanta.

—Tú me encantas. —Noah me hace retroceder hasta que mi espalda choca contra el frío vidrio de la ventana.

Tengo puesta una camiseta de tirantes y las bragas, así que la superficie helada contra mi piel hace que me estremezca.

Besar a mi novio se ha vuelto una adicción desde que comenzó el año, hace ya casi siete meses. Intento no descontrolarme en público, pero en momentos como esté, dejo salir los impulsos. Adoro que tengamos un camarote propio en el que podamos disfrutar de lo que sentimos sin miedo.

Me sigue resultando increíble que Noah sea real. Que exista y que esté a mi lado. No lo merezco, se lo he dicho muchas veces.

Nuestras bocas se buscan como imanes de polos opuestos. Es algo constante y mutuo. Tal vez, el hecho de que tuvimos que contener este deseo es el culpable de cuánto disfrutamos de cada roce.

De repente, algo húmedo cae en mis pies. Muevo un poco el derecho y... es la toalla. Eso significa que Noah está completamente expuesto. Al notarlo, hace un gesto con el brazo para agacharse y recogerla, pero lo detengo.

Él se separa por un instante para observarme con curiosidad.

—¿Qué? —consulto.

—¿No quieres que...? —señala el suelo.

—Nah. —Vuelvo a atraerlo a mí—. Por cierto, ¿te puedo contar un secreto?

—El que quieras.

Respiro hondo. Luego, trago saliva y susurro en voz muy baja.

—Estoy lista...

—¿Ahora? ¿Segura, Amy?

Asiento con un movimiento de mi cabeza y me muerdo el labio inferior. Este crucero es posiblemente la última oportunidad que tendremos para estar solos en lo que queda del verano. La privacidad que el camarote nos brinda es un gran resguardo que no hallaremos ni en su casa ni en la mía. Está el anonimato de no conocer a los que ocupan los cuartos aledaños, también la seguridad de que sus familiares ya se han recostado. Es el momento ideal y, ¿a quién quiero engañar? Muero de ganas —y de miedo— por intentarlo. Sé que él es el indicado. Desde hace mucho que eso lo tengo claro.

Desde que abordamos el crucero me ha costado contenerme. A él también. La noche en la piscina me hizo notar que el único motivo por el que aún no hemos estado juntos es porque me asusta un poco eso que dice la gente de que me dolerá. Tal vez sea cierto, pero si el sexo fuera algo malo o tortuoso, la sociedad no lo tendría tan presente. Casi todo mundo parece disfrutarlo y desearlo. Entonces, debe valer la pena.

Mi cuerpo me indica que quiere al suyo. El de Noah reacciona igual. Estoy preparada para afrontar el temor y juzgar por mí misma.

—Segurísima. —Doy un paso al costado y apago la luz principal del camarote para que quedemos solo con la pequeña lámpara de noche.

Noah me dedica una sonrisa mientras se aproxima a mí. Todavía no tengo el valor de bajar la mirada hacia su cuerpo desnudo. Jamás he visto a un hombre completamente sin ropa, más allá de las ilustraciones en el libro de Salud Sexual de la escuela.

Me siento sobre el colchón y alzo los brazos para que él me quite la camiseta. Luego de eso, coloca sus manos en mis hombros y empuja con suavidad para que me recueste y así poder deslizar mis bragas.

Un escalofrío me recorre y me obliga a juntar las piernas. Se siente raro.

—Acomódate, que busco la protección en la maleta —pide él.

—Has venido preparado, por lo que veo. —Llevo mi cabeza a la almohada.

—Ya te lo dije, quería estar listo para cuando tú lo estuvieras. —Regresa algunos segundos más tarde y se sube al colchón, justo sobre mí—. Amy, te amo. Pero necesito preguntarlo una vez más.

—Estoy segura —interrumpo antes de que él termine la frase—. Pero vayamos con calma. ¿Sí? Bésame. Y no hablo de los labios.

Noah suelta una carcajada suave antes de posar sus labios sobre mis pechos como en la noche de mi cumpleaños

—Detenme cuando quieras —murmura.

Okay —miento. No pienso hacerlo.

Su boca recorre mi piel. Al comienzo es con dulzura, luego con insistencia. Pronto comienzo a jadear y, ante esto, él reacciona. Lleva una de sus manos hasta mi entrepierna y comienza a acariciar. Las inseguridades me invaden. Son tonterías, pero cruzan mi mente por algunos segundo. ¿Y si no le agrado? ¿Debería haberme depilado otra vez? ¿Le dará asco?

Uno de sus dedos roza más profundo que los otros y hace que un gemido sonoro escape de mi boca. Con ello se alejan también los temores.

"Deja de pensar, Amelie", ordeno. Quiero hacer que él se sienta tan bien como yo, pero no estoy segura de cómo lograrlo. Me siento torpe e ingenua.

—Noah —llamo su nombre, agitada—. Me estás volviendo loca.

—Lo sé —continúa besándome los pechos y acariciándome con una mano—. Quiero que no te arrepientas de esto. Deseo hacerte sentir que es la noche más especial de tu vida. Porque lo es. Y la mía también.

—Y lo estás logrando —respondo entre jadeos.

Me dejo llevar por su tacto. Sin darme cuenta, separo las piernas cada vez más para permitir que su mano tenga libre acceso a mi cuerpo. Estoy agitada y comienzo a sudar. Siento como si mi cuerpo estuviera a punto de explotar.

—Noah, Noah —lo llamo casi en un ruego.

Él entiende mi desesperación porque seguro se encuentra en un estado de excitación similar. Aleja su mano húmeda de mi cuerpo y se acomoda sobre mí.

Abre la boca por un instante, creo que me va a preguntar otra vez si estoy segura, así que alzo una ceja, gesto que él comprende de inmediato. Esboza una sonrisa traviesa y presiona su cuerpo contra el mío.

¡Ay! ¡Ay! Es muy extraño. Todavía no está en mí y ya comienzo a perder el control. El corazón me late con prisa, como si deseara escapar del interior de mi cuerpo.

Mentiría si dijera que el miedo se ha esfumado.

Agitada, coloco ambas manos sobre sus hombros y me sostengo con fuerza.

—Disculpa si te clavo las uñas —logro pronunciar, nerviosa.

—Suena sexy —responde él—. ¿Lista?

—Sí.

—A la cuenta de tres. Uno, dos... Tres —dice y presiona con mucha fuerza.

Cierro los ojos y respiro hondo cuando lo siento. Duele. Pero no es tan malo como creía.

DÍA 5

Ruedo de un lado al otro de la cama, abrazada a la almohada.

—Yo que tú me levantaría —dice Noah.

Abro los ojos para ver dónde está. Se encuentra en el suelo. Empaca sus cosas con paciencia.

—¿Por qué?

—¿Has visto las sábanas?

Sus palabras me hacen saltar del colchón, sumamente avergonzada. Hay una clara mancha de sangre en el centro. Ay, no... si tengo suerte creerán que me ha tocado el período nomás.

En la noche, me sentía agotada y adolorida luego de nuestra primera experiencia juntos. No pude siquiera levantarme para ir al baño a asearme, tan solo abracé a mi novio con fuerza hasta dormirme con la cabeza sobre su pecho.

—Lo siento —susurro.

—¿Por qué te disculpas?

—No lo sé...

—Espera... ¿acaso te arrepientes? —Noah se pone de pie y viene hacia mí. Se puso su traje de baño para no andar desnudo, pero yo sigo sin nada de ropa.

—¡Para nada, tonto! No es eso. —Le robo un beso.

—¿Segura? ¿Segurísima?

—Sí —sonrío—. Es más, no me molestaría repetirlo apenas deje de dolerme.

—Lamento haberte lastimado —se disculpa él.

—No lo hiciste.

—Pero acabas de decir que...

—Es normal que duela. Ya me acostumbraré. Creo, ¿no es así como funciona? —Busco ropa para ir a darme una ducha.

—La práctica hace al maestro —confirma él—. Cuando quieras, tenemos otra sesión.

Estoy demasiado apenada para responderle, así que tan solo me meto al baño y cierro la puerta.

Ufff... lo de anoche ha sido... diferente. No hallo las palabras. Me siento extraña y no puedo dejar de sonreír. Estás han sido, definitivamente, las mejores vacaciones de mi vida. Cada vez estoy más segura de qué tan enamorada me encuentro de Noah.

Sonará tonto esto, porque solo he besado a dos o tres chicos antes de conocerlo. Y jamás tuve otra experiencia sexual en el pasado, pero... en mi corazón, él es el indicado. Para hoy. Para mañana. Y para toda la vida. ¿Cómo podría no serlo, si yo lo deseé así?

Ojalá que lo nuestro no se acabe. Que él no se aburra de mí y que cualquier diferencia podamos hablarla.

El agua tibia cae sobre mí cuerpo desnudo. Lo recorro con las manos, curiosa, como si fuese a encontrar algún gran cambio en la textura de mi piel.

Estoy feliz.

Soy feliz.

¡Ay, ay, ay! Se encendió esta cosa. ¿Cuántos de ustedes esperaban que esto pasara en algún momento? 🤭

Fue un viaje especial para ambos. Emotivo, íntimo. De autodescubrimiento como pareja. 

Espero que lo hayan disfrutado tanto como Amy y Noah. O casi. 🤣

Por cierto, dejo una foto del vestido en el que imagino a Amy durante la gala.

Continue Reading

You'll Also Like

7.5K 1.1K 30
¿Te ha pasado que sientes como si el tiempo se detuviera? Bien, esta vez no solo lo siento. El tiempo definitivamente se detuvo. ⚡️⭐️COMPLETA⭐️⚡️ in...
640 508 52
Hace algunos años, habian dos pequeños, mejores amigos además, siempre estaban juntos, pues sus madres eran como hermanas, hacian todas las cosas jun...
5.1M 444K 82
Nunca debí caer por él. Sin embargo, tampoco detuve mi descenso. Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí. ...
27.1K 2K 33
"te has ido, yo me he quedado. Me has dejado con una familia y mucho más por venir. Cariño, yo sé que me miras desde arriba y eso por eso que quiero...