El caos, la armonía y la mald...

By Gema_Martin_Munoz

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⭐Completa en Amazon⭐ Amador es un jovencito bastante presumido, un poco (muy) idiota y un conquistador nato... More

Antes de leer
Sinopsis
Personajes
1. Enamorado a primera vista
2. El niñato hechicero
3. A mí me gustan mayores
5. Segunda cita, manoseos con crema solar y una compresa flotante
6. La famosa señora Auxilio (que no se llama Auxilio), dos asaltos y una huida.

4. De niñero en la playa con la «sobri» y más gente

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By Gema_Martin_Munoz

4. De niñero en la playa con la «sobri» y más gente

* * *

Shakira


—Ya estoy lista, papá —me dice Claudia en casa de Cecilia, mi ex, tendiéndome su bolsa de playa en la que sólo están sus juguetes (cubos, palas, rastrillos, una regadera y moldes de animales para entretenerse con la arena).

—Ah, ¿sí? ¿Y dónde están tu toalla, la crema solar y la ropa limpia y seca?

—Es que me has dicho que sólo cogiera lo importante. —Me hace pucheritos y vuelve a salir del salón para hacerse con lo que le he dicho.

Hoy vamos a viajar a un pueblo cercano, que está a menos de una hora con la furgo, para pasar el día en la playa los dos juntos.

—¿Has vuelto a quedar con el chico ese del que me hablaste? —me pregunta Cecilia, sentada en uno de los sofás; yo estoy en el otro.

A pesar de que hace cuatro años que no estamos juntos como pareja (por culpa del coronavirus y de convivir encerrados entre las mismas cuatro paredes, las veinticuatro horas del día), nos llevamos genial como amigos y nos lo contamos todo. Además, es lo más sano para Claudia que sus padres se lleven bien. Mi hija, en este momento, vive con su madre y el Cacas, la actual pareja de Cecilia; tenemos la custodia compartida y ella se queda conmigo cada vez que quiere, aunque al Cacas no le haga ninguna gracia.

—No, pero me gustaría seguir conociéndolo —le respondo a Cecilia con una sonrisa tonta en los labios—. Lo malo es que lo veo muy niño; le llevo diez años.

—Tampoco son tantos, y le darías una alegría al cuerpo.

Me río y le lanzo un cojín, que ella coge al vuelo.

Hace una semana que me fui de fiesta con Amador y no nos hemos vuelto a ver, pero sí que nos hemos ido mandando mensajes a lo largo de estos días (cuando yo tenía cobertura, claro; algo bastante complicado en mitad del bosque). Me ha presentado mediante fotos a su gato siamés, Sigmund Freud (ya me ha ganado con ese nombre), a sus ratas albinas, Nila y Pelaya (son muy graciosas), y a Hermenegilda, su tarántula (me asusté en cuanto vi a ese bicho tan espeluznante en la pantalla de mi teléfono; ese niñato debe estar bastante loco para tener de mascota a esa cosa).

—Ahora sí que estoy lista. —Claudia regresa al salón con otra bolsa de playa—. ¿Nos vamos?

—Venga. —Me levanto del sofá—. Dile adiós a mamá.

Mientras mi hija se despide de Cecilia con un fuerte abrazo y un beso, el Cacas, que acaba de aparecer, me ordena que no le dé de comer porquerías a MI HIJA, que no la deje bañarse en el mar sin que hayan pasado las dos horas de la digestión, que le eche crema para que no se queme, que la vigile cuando esté en el agua para que no se la lleven las olas, que la seque para que no se resfríe, que esté atento por si hay medusas, que no ingiera arena, que conduzca bien la furgoneta... Y muchas órdenes más que suelta a la vez que yo pongo los ojos en blanco, porque yo soy EL QUE LA HA ENGENDRADO y no hace falta que un Cacas me diga cómo tengo que cuidar a mi niña.

Claudia y yo nos ponemos rumbo a la playa con el «trasto costroso», como llama cierta persona a mi furgoneta, y conseguimos llegar a nuestro destino casi una hora después, con la suerte de que no había tanto tráfico y hemos encontrado un aparcamiento cercano.

Una vez que planto la sombrilla con dibujos de mariquitas entre la arena y las piedras, y coloco nuestras toallas, tengo que arrestar a mi hija con rapidez para que no se vaya corriendo a bañarse, porque debo echarle la crema solar para que no se convierta en una gamba. Cuando la suelto, le digo que tenga cuidado jugando con los demás niños, que ni se le ocurra meterse donde no hace pie y que la estaré vigilando en todo momento. Después, para que este rato sea productivo, enciendo mi libro electrónico, que me lo he traído en lugar de uno en papel porque detesto que las hojas se ensucien o se mojen, y me pongo a leer con tranquilidad, aunque, de vez en cuando, levanto la vista de la pantalla para asegurarme de que a Claudia no se la ha tragado una ola invisible, ya que hace un día estupendo y la marea está baja.

Media hora más tarde, oigo gritar a alguien con una voz que me es demasiado familiar:

—¡Me cago en tu puta madre, en tu puto padre o en los putos gorilas que te han criado! ¡Joder, con la niña de mierda!

Dirijo la mirada hacia la persona que ha soltado tantas palabrotas a la vez, que se halla a unos metros de donde estoy, bajo una sombrilla con dibujos de arañas, sentado sobre una toalla con un diseño que no logro apreciar y fulminando con sus ojos, protegidos por las gafas de sol, a mi hija.

Al parecer, Claudia ha pasado por su lado, le ha salpicado gotas de agua sin querer y, con sus pasos, le ha echado un poco de arena encima.

—¡Perdón, señor! —se disculpa mi hija mirándolo, y después echa a correr en mi dirección.

—¡Y encima me llama señor! —se queja el niñato sacudiéndose la arena que le ha caído—. ¡Maldita mocosa maleducada! —Vuelve a mirar a mi hija, creo que para echarle un mal de ojo, pero, cuando se da cuenta de con quién está, se quita las gafas para verme mejor.

Supersuspendido. Se ha ganado un millón de puntos por debajo de cero por haberle gritado a Claudia. Lo más importante en mi vida es mi hija; si la trata mal, no me queda más remedio que castigarlo, aunque él no tenga ni idea de que yo soy su padre.

Mi niña se sienta en su toalla y yo ladeo la cabeza hacia ella, ignorando al otro, para regañarla:

—Cariño, ten cuidado cuando pases por al lado de la gente, porque puedes molestar.

Pero ese niñato se lo merece. Si hubiera estado más cerca en el momento en el que ha insultado a Claudia, le habría echado un cubo de agua y lo habría enterrado en la arena con piedras gigantes encima para que no pudiera salir a la superficie.

—Ya, papá. Lo siento —me responde ella en un tono de arrepentimiento.

—¡¿Shakira?! —escucho esa voz llamándome por el apodo con el que me ha bautizado.

Mis ojos viajan solos hacia Amador, que se acaba de levantar de su toalla para acercarse como un vendaval a mi sitio, repitiendo lo mismo que ha hecho mi hija, pero sin agua: molestar a las demás personas con su maratón, y casi las reboza en arena (todas se quejan del niñato, y él les enseña el dedo corazón de cada mano).

Ah, fantástico. El crío sí puede incomodar a quien sea, pero hay que tener especial cuidado con él para que no se enfade y se cague en toda tu descendencia.

—¡Shakira! —exclama cuando por fin descubre que soy yo, con una felicidad que me deslumbra, y se acopla a los pies de mi toalla, sentándose con las piernas cruzadas como si lo hubiera invitado, no sin antes pegarme un buen repaso con sus ojos; yo tampoco me quedo atrás, así que permito admirar su cuerpo y me percato de que aún conserva mi coletero verde alrededor de su muñeca—. No me puedo creer que estés aquí. Me hubieras avisado para que viniésemos juntos.

Yo tampoco me puedo creer que él esté aquí. Con la cantidad de playas que hay en toda España, ¿ha tenido que venir a la misma que yo, en el mismo pueblo, el mismo día y en la misma zona? La vida es un poco capulla.

—Es que tú no entrabas en mis planes de hoy, Amador —le respondo con una pizca de malhumor, y señalo a Claudia, que se ha quedado mirando con curiosidad al niñato que le ha gritado—. Tenía que venir con ella, la «maldita mocosa maleducada» —cito las palabras que le ha dedicado hace unos minutos, con cierta ironía.

Amador, al posar la vista en ella, se tapa la boca con la mano, impresionado.

—Hola otra vez —lo saluda ella.

—Hostia, la niña de mierda —murmura Amador para sí mismo, creyendo que no lo oigo, y después centra la mirada en mí para preguntarme con falsedad—: ¿Y puedo saber quién es esta nena tan mona? —Y decide estirar su brazo hacia mi hija para tirarle del moflete.

Si le digo quién es, seguro que pierde el interés en mí y huye despavorido, porque un chico tan joven pasaría de estar con alguien que viene con una sorpresita de diez años.

Abro la boca para responder:

—Mi...

—Sobrina —me interrumpe mi hija con la vista fija en el niñato—. Me llamo Claudia, no «niña de mierda» ni «maldita mocosa maleducada».

La miro de manera automática, sin comprender por qué se ha inventado que es mi sobrina.

Amador se echa a reír al oírla.

—Si no me hubieras salpicado agua ni echado arena encima en mi momento de siesta, no te habría llamado de esa manera, aunque creo que me toca disculparme contigo para que tu tío no me añada a su lista negra y quiera ser el donut de mi vida.

¿Qué tiene que ver el tío de Claudia en todo esto y por qué iba a poner a Amador en la lista negra?

Tras unos segundos procesando la información, caigo en la cuenta.

Vale, vale, que ahora soy el tío de mi hija, no su padre.

—Hombre, considero que es lo más adecuado que le pidas perdón a mi hi... —Mi cerebro cortocircuita de nuevo y consigo no meter la pata—. A mi sobrina. No has debido insultarla.

—Tranquilo, abuelete. —Amador me mira y levanta las manos en señal de rendición; luego, vuelve a posar los ojos en Claudia—. ¿Me perdonas, niña?

—Claudia —lo corrige ella.

Amador suspira, mirando al cielo, y rectifica:

—¿Me perdonas, Claudia?

Parece que le cuesta un mundo tratar con niños, así que lo tendré en cuenta a la hora de conocerlo un poco más.

—No te perdono —le responde mi hija, toda chula, y yo no puedo evitar sonreír.

Amador desvía la cabeza hacia mí, como si me estuviera pidiendo ayuda.

—Es su decisión. —Me encojo de hombros, divertido.

El niñato vuelve a dirigirse a mi hija para sacarle la lengua, como si tuviera cinco años, y yo niego con la cabeza porque no sé quién parece más pequeño de los dos.

—¿Por qué no os venís a donde estoy yo, y así no estáis tan solos aquí? —nos propone Amador—. En mi lado hay sitio de sobra; he venido con mi hermano, mi cuñado y mis compis de piso, y haré un esfuerzo por compartir con vosotros mis preciados donuts y gominolas. —Mira a Claudia—. ¿Te gustan los donuts?

¿Hacer de niñero de cinco personas, más mi hija? No, gracias. Además, se suponía que hoy iba a ser un día dedicado exclusivamente a Claudia.

—¡Me encantan los donuts, sobre todo los de chocolate con almendritas! —exclama ella, y choca la palma de su mano con la de Amador; después, me mira para suplicarme—: Porfa, pa... —Hace una pausa al darse cuenta de que iba a soltar la palabra «papá», pero enseguida lo arregla—: Tío, vamos con él. —Y me hace pucheritos.

A veces, mi fuerza de voluntad se resiente, y más cuando le tengo que negar algo a mi hija.

—No, que vamos a molestar —le digo, aunque me duela romperle el corazón (y al niñato, también).

Sin embargo, Amador ignora mi negativa, se levanta de un salto de mi toalla, me roba la sombrilla, diciendo «pues no se hable más, seguidme», y echa a andar hacia su lugar de la playa.

El sol me da en toda la cara, porque ese ladrón me ha birlado lo que me daba sombra, y me tengo que poner la mano a modo de visera para poder ver algo. Diviso a ese crío plantando mi sombrilla al lado de la suya, y después a mi hija corriendo, superfeliz, hacia él.

Se merece un castigo por desobedecerme, y no hablo sólo de Claudia, porque Amador ahora tiene dos millones de puntos por debajo del cero.

—¡Claudia, ayúdame a recoger nuestras cosas y llevarlas hasta allí, por lo menos! —vocifero, pero me arrepiento al instante por si he incordiado a alguien de mi alrededor.

Mi hija me hace caso y se acerca a mí, disculpándose por haberme dejado abandonado y poniendo como excusa que se ha emocionado por culpa de los donuts.

—¿Por qué le has dicho a Amador que eres mi sobrina? —quiero saber mientras metemos nuestras pertenencias en las bolsas de playa.

Claudia, abrazando su toalla y con toda la chulería del universo, me responde:

—Ay, papá, no te enteras de nada. Me he inventado que era tu sobrina para que ese hombre no se asustara de que tuvieras una hija, porque, por la forma en la que lo has mirado, estoy segurísima al cien por cien de que es el que te gusta, que te oído hablar con mamá antes.

—¡Pero bueno! —Me sorprendo por lo lista que es—. ¿Qué te he dicho siempre sobre escuchar conversaciones ajenas? ¿Y sobre mentir?

—Esta vez no importa; es una mentirijilla piadosa para que encuentres pareja, que no te veo feliz desde que lo dejaste con mamá.

Suelto las bolsas en la arena y me agacho para estar a su altura y hacerle cosquillas en la barriga.

—¿Cómo que no me ves feliz? ¡Tú ya me haces feliz! —replico mientras se ríe—. Además, la felicidad no se basa en tener o no tener pareja; hay cosas más importantes.

—Esa será tu opinión. —Se escabulle de mi tortura y sale disparada hacia Amador.

No me queda más remedio que ir detrás de ella y saludar a todos los presentes: a Cayetano, el gemelo de Amador, que me mira como si estuviera oliendo heces de perro; al chico tatuado, que me saluda con la mano y con un simpático «hola, Shakira»; y a las dos compañeras de piso, que se llaman Esme y Alma, y son igualitas.

¿Por qué sólo veo gente repetida?

—¡Anda, cómo molan los tatuajes! —le dice Claudia al tal Nil, y se sienta a su lado sin ninguna vergüenza y sin pedir permiso para verlos mejor.

—¿Quién es esta niña y por qué cree que tiene el privilegio de desgastar mis tatuajes con sus ojos? —se queja Nil, asustado por la confianza de mi hija—. Me está poniendo nervioso; no me gustan los críos humanos.

—¡Niñita grosera! —la regaña el tal Cayetano apuntándola con el dedo índice—. ¿Dónde están tus papis, maleducadita?

Me acomodo en mi toalla.

—Claudia, no molestes a estos chicos.

—Portaos bien con ella, que es la sobri de mi Shakira —interviene Amador—. Es un encanto de mocosa repelente.

Le regalo un codazo.

—No la llames mocosa, que tu nota está muy por debajo del cero.

—Ah, ¿sí? —me responde al mirarme—. Tú te has quedado estancado en el nueve. ¿Cuánto llevo yo?

—Menos dos millones.

Amador abre la boca, patidifuso. Nil se ha puesto a explicarle a Claudia lo que significa cada tatuaje con una paciencia infinita; Cayetano le ha ofrecido un melocotón «porque es muy sano comer fruta y tiene que crecer para ponerse fuerte»; y las dos chicas calcadas se han acercado también y le han dado un refresco de limón, un paquete de patatas y una bolsa llena de chuches.

Vaya, se han tomado demasiado en serio lo de tratar bien a «mi sobri».

—¿Cómo he bajado tanto en tan poco tiempo? —me pregunta Amador con los sentimientos heridos—. Eso es imposible.

—Lo de cagarte en los gorilas que han criado a mi sobrina y haberla llamado «niña de mierda» te ha pasado factura —lo informo.

—¿Qué me dices, mi Shakiro querido? —Finge extrañeza, llevándose una mano al pecho—. ¿Y qué tengo que hacer para subir nota?

—Sorpréndeme.

—¿Darte un beso? —Me dedica una sonrisa de pícaro.

—Está mi hi... Sobrina delante.

Y eso es lo que quiero, besos. Todas las mañanas me despierten besos —canturrea—. Sea por la tarde y siga habiendo besos...

—¿El Canto del Loco? —Enarco una ceja—. Pensaba que eras un fan incondicional de Shakira.

Una loba en el armario tiene ganas de salir —cambia de canción, y me guiña un ojo—. Auuuu.

¿Para qué habré dicho nada?

Claudia interrumpe el concierto de Amador para preguntarme si me quiero bañar con ella y los demás, y me apunto al plan para que pasemos tiempo juntos; también, porque no me fío nada de esos chavales, que puede que la pierdan de vista (se nota que son buenas personas, pero mi lado paterno siempre está preocupado y necesitando proteger a mi hija).

El resto del día se nos pasa volando entre aguadillas, chapoteos, risas, construir castillos de arena, buscar piedras bonitas, jugar a las cartas y comer muchísimas porquerías. Ya estoy oliendo el dolor de barriga que va a experimentar Claudia cuando llegue a casa, por haberse empeñado en zampar tanto, y las quejas de El Cacas, cuestionando mis habilidades como padre, pero lo que opine ese tipo me da igual; lo importante es lo bien que se lo ha pasado mi hija.

He descubierto que los amigos y el hermano de Amador son buenas personas de verdad, porque se han portado de maravilla con Claudia y se han divertido jugando con ella. Asimismo, me he enterado de que el nombre de Cayetano no es «Cayetano», sino «Pelayo», porque Nil se ha tomado a mal que me dirigiera a su novio como «Cayetano» y me ha soltado «¿cómo te atreves a llamar «Cayetano» a mi Cayetano?»; me ha explicado que él sólo puede llamarlo así y que la señora Auxilio (la madre de los gemelos) bautizó a su hijo como «Pelayo» (menudo nombrecito, ¿acaso sus progenitores lo odiaban?).

Por otro lado, me han contado que han venido a pasar el día a este pueblo, porque Nil y sus hermanas se han criado aquí y les ha apetecido bañarse y tomar el sol en la playa. Además, le he preguntado al cuñado de Amador sobre el esguince que se hizo hace una semana y me ha respondido que ya no le duele y puede andar a la perfección, aunque el tal Pelayo no esté de acuerdo y haya comentado que necesitaba más días de reposo.

Y ahora ha llegado el momento de que Claudia y yo nos volvamos a casa, porque pronto va a oscurecer y la mayoría de gente está abandonando la playa. Las dos compañeras de piso de Amador se quedarán en el pueblo durante el fin de semana, y los otros tres regresarán a la ciudad.

Mientras espero fuera de la furgoneta a que mi hija se cambie el bikini mojado por su ropa seca, diviso a Amador aproximándose a mí, en bañador, con sus gafas oscuras puestas, a pesar de que ya se haya ido el sol, y su toalla colgada al hombro.

—¿Nos vamos? —es lo primero que me dice al detenerse frente a mí.

—¿Nos vamos? —inquiero alzando una ceja—. ¿Quién te ha invitado a venirte con nosotros?

—Tu subconsciente. —Se lleva un dedo a la sien—. Te he leído la mente.

—Qué cara más dura tienes.

Sonríe y se muerde el labio, reprimiéndose las ganas de contestarme algo no apto para menores (lo sé, por esa sonrisilla demoniaca que está esbozando, aunque nos conozcamos desde hace tan sólo una semana).

—Necesito responderte para informarte de la dureza de otra parte de mi cuerpo, pero no quiero traumatizar a la niña que tienes metida en la furgo, porque puede escucharme y me bajarías la nota.

Bingo.

—Sí, mejor será que te quedes calladito, que estás más guapo.

—¿Sabes qué? Ahora sería un buen momento para que me dieras un beso —me dice cambiando de tema—. He estado sufriendo todo el día por culpa de no poder comerte la boca.

—Y más que vas a sufrir —le espeto, y me cruzo de brazos.

—Va, venga, sólo uno y te prometo que te dejo en paz. —Me hace pucheritos, igualito a mi hija cuando me pide algo y no se lo doy.

Con la cantidad de personas que hay en el planeta, me he tenido que topar con un crío de veinticinco años que parece más inmaduro que mi hija de diez.

—Bueno, tú ganas, niñato, pero sólo uno corto —cedo al fin.

—Está bien, abuelito.

Amador se quita las gafas de sol y se las coloca sobre la cabeza, según él, «para verme mejor», recordándome al lobo de Caperucita Roja, y me quedo ensimismado contemplando sus ojos grises.

Y antes de que pueda reaccionar o prepararme para el beso, ya tengo los labios de Amador pegados a los míos y su mano sujetando mi nuca. Mi cerebro se acuerda de cerrarme los ojos para disfrutar de este instante, y decido aprisionar el rostro de este chico entre mis manos y de saborear cada rincón de su boca.

Oigo un carraspeo, que parece lejano, y lo ignoro para seguir perdido en los besos adictivos de este niñato. Sin embargo, una tos bastante exagerada (y que siento más cercana), interrumpe este momento, obligándonos a Amador y a mí a separarnos para descubrir quién nos ha cortado el rollo.

—Ya estoy lista.

Bajo la mirada hacia Claudia, que no sé cuándo ha salido de la furgo, y adivino que ha sido ella la autora del carraspeo y la tos.

Mierda, qué oportuna. Espero que no se vaya de la lengua, contándoles a su madre y al Cacas que me ha visto dándole un beso a un chico (a mi ex no le importaría, pero el otro «opinaría» que esas «asquerosidades» las hiciera en privado y no delante de «su hijastra»).

Es un imbécil.

—¿Estás mala de la garganta, niña? —le pregunta Amador, que ni siquiera se esfuerza en hablarle con dulzura—. ¿Quieres un caramelo?

—No —le responde mi hija con decisión, y pone los brazos en jarras—. He tosido para que terminarais de besaros y me hicierais caso.

¿Es mi impresión o está un poquito celosa?

—Anda, la mocosita repelente quería atención —interviene Amador sonriéndole—. En eso te pareces a mí cuando era peque.

«Pues no has cambiado tanto», pienso.

A continuación, les ordeno que se suban a la furgo porque nos tenemos que ir ya, y Claudia se pone muy contenta al enterarse de que el niñato se ha apuntado para venirse con nosotros.

Una vez que los tres estamos acomodados en nuestros respectivos asientos, mi hija, que se encuentra en medio de Amador y de mí, me mira y mueve las cejas de arriba abajo con una sonrisa traviesa dibujada en su rostro.

—¿Por qué me miras así? —quiero saber.

—Ay, por nada. —Y gira la cabeza hacia el frente.

Durante la hora que dura nuestro regreso a la ciudad, Amador reproduce canciones de Shakira en su móvil, y mi hija y él las cantan a pleno pulmón mientras yo me centro en conducir. Como están todas las ventanas bajadas para que entre aire, los conductores y pasajeros de los demás vehículos nos miran en varias ocasiones, y mis dos acompañantes dejan de canturrear para saludarlos con las manos y un escandaloso «hola».

De verdad... Ya tenía bastante con una niña (a la que adoro); no hacía falta que se sumara a la ecuación otro crío (al que soporto a ratos).

—Pues ya hemos llegado a tu calle —le digo a Amador tras aparcar en doble fila, frente al edificio donde vive, a pesar de que me haya suplicado que quería acompañarme a dejar a «mi sobrina» en su casa, con la intención de que nos quedáramos solos, pero yo me he negado porque tengo cosas que hacer—. Ya te puedes ir.

No voy a llorar y decir que no merezco esto —canta Me voy, de Julieta Venegas, mientras se apea de la furgo con tanto dramatismo que parece que en realidad se dedica a la actuación, y mi hija lo mira riéndose—. Porque es probable que lo merezco, pero no lo quiero, por eso me voy. ¡Qué lástima, pero adiós! Me despido de ti y me voy. —Cierra con un sonoro portazo, fingiendo estar enfadado, y se asoma a la ventanilla.

—Gracias por no haber cerrado más fuerte, si no, me descompones la furgo —le espeto, irónico.

—De nada, Shakira. —Me lanza un beso, y luego posa su mirada en Claudia y mete el brazo por el hueco de la ventanilla, estirándolo hacia el moflete de mi hija para estrujárselo—. Espero verte pronto, guapetona.

—Yo también. Eres muy guay y me gusta que seas el novio de mi pa... Tío.

«El novio».

Nos ha visto dándonos un simple beso que ha durado segundos y ya nos ha etiquetado como «novios». Los niños son increíbles.

—Bueno, nos vamos ya —les digo para que terminen de despedirse—. Que se está haciendo muy tarde y los padres de Claudia me van a regañar.

Parece que han hecho muy buenas migas en la playa, algo que me alegra y asusta a partes iguales, porque me gusta que se lleven bien, pero tampoco quiero que Claudia le coja mucho cariño a Amador por si lo que sea que vayamos a tener sale mal, ya que lo pasaría fatal.

—Espero verte pronto a ti también, posible donut de mi vida —me contesta Amador—. Adiós. —Mueve la mano para despedirse de nosotros y, por último, nos lanza otro beso y se encamina hacia su bloque.

_______________________________

Chimpún.

¿Creéis que a Amador le importará que Shakira tenga una mocosa? ¿Saldrá corriendo cuando se entere? :P

#Shakimador <3

#MocosaRepelente

#ElCacas

#Nilayo

#GenteRepetida

#MamadorDramático

#CayetanoYElMelocotón

#SeñoraAuxilio


Gracias por leer <3

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#TorturaHastaElViernes <3

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