LA PROPUESTA PERFECTA

By haidewrites

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Como organizadora de eventos Lillian se tomaba muy en serio el hacer todo en su poder para que cada uno de lo... More

UNO
DOS
TRES
CUATRO
SEIS
SIETE
OCHO

CINCO

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By haidewrites

No, esto es imposible.

No hemos estado persiguiendo la pista equivocada todo el día.

El choque en la floristería es el único momento en que pudo haberse dado el cambio de los anillos y no había nadie más allí con un anillo de compromiso en mano.

¿Pero entonces cómo es posible que Héctor Garrido no dijera nada sobre esto?

—¿Vio Héctor el anillo? —pregunto.

—Por supuesto —dice el joven—. Hasta maltrató un poco el arreglo de flores al revisar que estuviese allí.

—¿Y no dijo nada?

—Nada sobre un error. Me dio mi propina y me dijo que me fuera rápido.

No entiendo nada. ¿Es posible que Héctor no notara el cambio?

¿Cómo podría no reconocer el anillo que compró para la mujer que ama y con la que espera pasar el resto de su vida?

En especial cuando el que tenemos y el que tiene no se parecen en lo absoluto.

—Será mejor que retomemos la marcha —dice Donovan—. Aún nos queda una hora de trayecto.

—Pero y sí... —empiezo.

—Garrido tiene nuestro anillo —asegura—. No puede ser de otra forma. Haya reconocido él el error o no, lo único cierto es que el anillo que tiene no es el que compró.

Nos despedimos de Tim y nos ponemos en marcha nuevamente.

Me asusta la idea de que podríamos estar perdiendo más tiempo persiguiendo una pista falsa. Pero Donovan tiene razón, el único lugar en que puede estar el anillo de su abuela es en manos de Héctor Garrido.

*

Con la aparición de cada vez más civilización empiezo a sentirme aliviado.

—Tendremos que hacer una parada — anuncio.

—No podemos detenernos —rechaza tajante.

El encuentro con Tim borró todo el buen humor y relajación de Lillian y la regresó al absoluto silencio.

Durante los últimos cuarenta minutos los únicos sonidos dentro del auto han sido las pocas palabras que Lillian ha tenido que intercambiar con algunos de los proveedores para la propuesta.

Entiendo que está muy preocupada por que hayamos perdido todo este tiempo para nada.

Pero sé que no es posible.

Aunque no entiendo cómo es que el tener un anillo completamente diferente a aquel por el que pagó le pasó por alto a Héctor Garrido, sé que eso es lo que ha sucedido.

Tiene nuestro anillo y no se ha enterado.

Y si resultara no ser el caso, si realmente el anillo se encontrara en poder de alguien que desconocemos, yo mismo iría hasta Derrick y le diría que no se comprometa. Que no está destinado a suceder.

Veo una pequeña cafetería a un costado y me dirijo hacia el estacionamiento de esta.

—No, es en serio, no podemos detenernos —se queja Lillian.

—No sé si tú tengas una vejiga infinita pero yo necesito ir al baño.

No le queda más opción que acallar sus protestas.

—¿Quieres que te traiga algo? —pregunto.

—¿Del baño? —replica con ironía.

Elevo la mirada al cielo.

—De la cafetería —explico.

—No, gracias. Sólo regresa cuanto antes.

Entro en el pequeño establecimiento, que como era de esperarse se encuentra decorado con motivo del día de San Valentín.

La mujer detrás del mostrador me saluda alegremente y me observa con la curiosidad reservada a los forasteros.

—¿El baño? —inquiero.

Ésta señala hacia el otro extremo del local.

Mi incursión al cuarto de baño es rápida.

De no haber llegado al pueblo ya me habría visto en la obligación de parar a un lado del camino a vaciar el tanque.

Paso la mirada distraídamente por las vitrinas en el mostrador durante mi trayecto a la salida.

Puede que se deba a la atenta mirada de la mujer clavada en mí, pero de pronto me siento algo culpable por no ir a consumir nada.

Me detengo en seco cuando algo en particular llama mi atención.

Sonrío.

—Quiero uno de esos, por favor —pido.

*

¿Qué le está tomando a Donovan tanto tiempo?

Espio por la ventana a tiempo de verlo salir de la cafetería con algo en las manos.

Frunzo el ceño.

¿Será que su sentido de la urgencia se sobresaturó y ha dejado de funcionar?

¿Qué parte de no tenemos tiempo no comprende?

Ni siquiera estamos seguros de que vayamos a recuperar el anillo realmente. Puede que todo este viaje haya sido en vano.

Y Derrick va a matarnos a ambos cuando se entere.

Me sorprende verlo dirigirse hacia mi puerta en lugar de hacia el asiento del conductor.

¿No estará pensando en dejarme conducir de nuevo?

Me indica abrir la puerta y lo hago.

Salgo del auto sintiéndome cada vez más confundida.

—¿Qué está sucediendo? —pregunto con nerviosismo.

—Cierra los ojos —indica.

Por alguna extraña razón lo hago sin rechistar.

—¿Qué haces? ¿Qué significa esto? —insisto con los ojos firmemente apretados.

—Ya lo verás —es todo lo que dice—. Ya casi... Un momento... Listo, puedes abrirlos.

Al hacerlo mis ojos se posan inmediatamente sobre un pequeño pastel en forma de corazón y brillante cobertura roja con una pequeña vela encendida en su centro.

—Feliz cumpleaños —dice Donovan con una enorme sonrisa—. Hagamos rápidamente lo de pedir el deseo o el viento se te adelantará y apagará la vela por ti.

—¿Y esto? —pregunto aun demasiado sorprendida para comprender su gesto del todo.

—Todo cumpleaños necesita un pastel. Anda, pide un deseo.

Río.

—Eres bastante desconcertante ¿lo sabías?

—Espero que eso no sea algo malo.

—No lo es —digo mirándole directo a los ojos.

Su mirada sostiene la mía y siento un escalofrío recorrer mi espalda.

¿Acaba de hacerme olvidar que tan sólo un segundo antes estaba de mal humor?

—Tu deseo —me recuerda.

Cierro los ojos una vez más.

Mi deseo es bastante predecible. Quiero recuperar el anillo y que la propuesta sea un éxito.

Soplo la vela que se apaga al instante.

—Desperdiciaste tu deseo pidiendo que recuperemos el anillo ¿cierto? —adivina Donovan.

Me encojo de hombros.

—Se suponía que pidieras algo para ti.

—Eso es todo lo que deseo en este momento.

—Bien, lo acepto. Cuando terminemos con todo esto te compraré otro pastel y pedirás un deseo apropiadamente.

—Pero ya utilicé mi deseo. Es uno por cumpleaños.

Él sonríe ampliamente, marcando su hoyuelo intensamente.

—¿Acaso no es un deseo por pastel? —pregunta con fingida inocencia.

Sacudo la cabeza divertida.

—Algo me dice que fuiste un niño bastante consentido.

—Puede ser —concede—. Anda, regresa al auto. Podemos comer pastel mientras hacemos el resto del camino.

Subo al auto con una sonrisa.

Puede que nada de esto hubiese pasado si no fuera por Donovan, pero debo admitir que una parte de mí siente que quizá no es tan malo el que haya sido él quien fuera por mí esta mañana.

*

Tras dos horas y tres minutos exactos de viaje nos detenemos frente al gran portón de La Colina Esmeralda.

Un exclusivo complejo de cabañas que ofrece a sus huéspedes una experiencia de relajación total.

—¿A nombre de quién está su reserva? —pregunta amablemente el oficial en la gaceta de seguridad tras darnos una cordial bienvenida.

—No tenemos reserva —digo—. Buscamos a Héctor Garrido —explico—. Cabaña A2.

El hombre se gira para revisar la información en el ordenador ante sí.

—Sólo se nos había notificado de un invitado para el Sr. Garrido y ya ha llegado. Lamento hacerles esperar, pero debo llamarle para poder concederles el acceso.

—No hay problema —acepto.

—Dígale que es referente a su entrega de WeDeliver. Que ha habido un error —interviene Lillian inclinándose sobre mí para que el oficial pueda verle.

Su cercanía resulta un tanto inquietante y ella parece darse cuenta de esto pues se aleja rápidamente.

El hombre asiente antes de tomar el teléfono.

—Sí, buenas tardes, necesito hablar con él Sr. Garrido —lo escucho decir—. Oh, está bien, Srta. Matos. Verá, tengo a unas personas aquí que dicen venir a ver al Sr. Garrido. Sobre la entrega de WeDeliver. Un mensajero vino antes a dejar un paquete. Al parecer hubo un error —hace una breve pausa mientras escucha indicaciones—. Entendido, señorita, les haré pasar.

Abre el portón para nosotros y avanzamos lentamente a través de este.

No nos resulta nada difícil encontrar la pintoresca cabaña que ocupa Garrido.

—Parece que realmente lo hemos conseguido —digo mientras nos encaminamos hacia la puerta.

—Puede que sea muy pronto para cantar victoria —dice pero es evidente que está mucho más relajada ahora que estamos aquí.

Tocamos a la puerta y una mujer de aspecto sereno nos abre la misma.

—Hola —dice cortésmente—. ¿Ustedes son los del servicio de mensajería? Adelante, pasen. Héctor vendrá enseguida. Fue un rato al gimnasio. No he visto ningún paquete por lo que no sé de qué hablan y no puedo ayudarles.

No parece que la seguridad sea algo que valore demasiado esta mujer.

Supongo que ayuda el que me acompañe Lillian.

La seguimos al interior de la cabaña.

Nos invita a tomar asiento y nos ofrece de tomar.

Aceptamos acomodarnos en el sofá, más ambos rechazamos su ofrecimiento de bebida. Todo lo que queremos es salir de aquí cuanto antes.

La mujer toma asiento frente a nosotros.

—Así que... —dice cruzando las piernas y colocando sus manos sobre su rodilla.

Un destello azulado llama mi atención.

Siento la mano de Lillian aferrarse a mi antebrazo y sé que ha notado lo mismo que yo.

En el anular izquierdo de la mujer reposa en todo su esplendor el anillo de mi abuela.

Héctor Garrido ya hizo su propuesta.

El hecho de que se haya ido al gimnasio dejando a su nueva prometida sola poco después explica muchas cosas.

No parece ser el novio más atento de los alrededores. Quizá por eso no notó el problema con su entrega.

O puede que sí lo notara pero decidiera que cualquier anillo le valía y que no tenía tiempo para salir a buscar el suyo.

Escuchamos pasos acercarse y nos levantamos cuando Héctor Garrido entra en el salón.

Es un hombre de aspecto frío que encaja perfectamente con su actuar.

Parece ser del tipo al que nada le importa demasiado.

—Saludos —dice claramente contrariado por nuestra presencia.

—Estas personas te buscan con relación a tu paquete —explica la mujer.

—¿Qué paquete? —pregunta yendo a su lado.

Lillian y yo intercambiamos una mirada.

—Lamento mucho tener que hacer esto —dice Lillian—, pero ese anillo no es su anillo —dice señalando la mano de la mujer.

Busca en su bolso y presenta a Garrido y su prometida el anillo que verdaderamente les pertenece.

—¿Quienes son ustedes? ¿Qué clase de broma es esta? —es claro por el tono de Héctor que verdaderamente no tiene idea de lo que está sucediendo.

Le explicamos lo acontecido en la floristería.

Puedo ver como la mujer mira de uno en otro cada vez más confundida y el como la vergüenza y el enojo van transformando su serena expresión.

Garrido se disculpa para hacer una llamada que ayudará a confirmar nuestra historia.

Nos deja en una habitación sumida en un incómodo silencio.

Regresa al poco tiempo y en su rostro también se perciben signos de que está avergonzado.

—Dicen la verdad —informa a su prometida.

Aunque no sé si seguirá siendo así.

La mujer no dice palabra mientras se quita el anillo y se lo entrega a Lillian.

—Lamento mucho la confusión y que hayan tenido que venir hasta acá —dice finalmente, apenada.

—Oh, no, nosotros lamentamos el haber tenido que irrumpir aquí y molestarlos.

Garrido se acerca a una mesa en un costado y alcanza a Lillian la caja de terciopelo vacía mientras recibe la suya.

Es oficial, hemos recuperado el anillo.

Héctor hace el intento de entregarle la pequeña caja a la mujer que hasta hace un minuto era su prometida, pero esta ni le mira.

—Nosotros nos iremos —digo.

—Una vez más disculpen las molestias —dice Lillian. .

Ninguno se molesta en ofrecerse en acompañarnos a la salida, por lo que decidimos hacer una rápida retirada por nuestra cuenta.

—Hiciste que tu secretaria comparara el anillo y ni siquiera te molestaste en verlo —escucho decir a la molesta novia al llegar a la puerta.

—Hemos roto una relación ¿cierto? —señala Lillian lanzando una apenada mirada hacia la cabaña.

—No creo que hubiese nada que romper.

Se encoge de hombros.

—Supongo que no —baja la mirada hacia la caja en su mano y sonríe—. Lo conseguimos.

—Lo conseguimos —repito sonriendo de vuelta.

—Ahora sólo debemos apurarnos en regresar cuanto antes y todo estará bien.

—Por supuesto, lo peor ha pasado. Ya nada puede salir mal.

—Claro —corrobora—. ¿Qué podría salir mal? 

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