Tres no son multitud, ¿o sí?

By Unjovenromantico

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Oliver es un artista que se gana la vida dando clases de dibujo y haciendo retratos por encargo. Alan tiene a... More

Cap. 1 Cómo empezó todo
Cap. 2: Alan
Cap. 3 Oliver
Cap. 4 Emy
Cap. 5 Algo inesperado
Cap. 6 (Alan). ¿Qué me pasa?
Cap. 7 La cita con Desi
Cap. 8 Mal de amores
Cap. 9 ¿Cómo arreglarlo?
Cap. 10 Menos desastre de lo esperado
Parte 11 (Alan) No se lo digas todavía
Capítulo 12 Siguen las mentiras
Cap. 13 Todo se acelera
Cap. 14 Aclarando cosas, o no...
Cap. 15 Demasiado tarde
Cap. 16 ¿En quién confiar?
Cap. 17 Una decisión, o tres...
Cap. 18 Las cosas cambian
Cap. 19 Las bodas no son tan horribles, o sí...
Cap. 20 Culpables
Cap. 21 Adivina quién viene esta noche...
Cap. 23 Líos de cama
Cap. 24 Nuevos cambios
Cap. 25 Una noche romántica en Los Ángeles
Cap. 26 El reencuentro
Cap. 27 No hay vuelta atrás
Cap. 28 Adiós (Último capítulo)

Cap. 22 Distancia

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By Unjovenromantico

Después de esa cena, la situación entre los tres amigos se vuelve un poco tensa. Entre unas cosas y otras, no consiguen pasar casi tiempo juntos, algo que los tres agradecen, pues hay determinados temas que se han convertido en tabúes para ellos, lo que resulta bastante incómodo, ya que no estaban acostumbrados a ello.

A los pocos días, a Cooper le surge un imprevisto que le obliga a regresar a Los Ángeles antes de lo planeado, así que le propone a Emy que le acompañe, aunque todavía no sea para instalarse definitivamente. 

Por su parte, Sandra le propone a Oliver hacer una escapada de fin de semana, aprovechando dos noches de hotel que le ha tocado en un sorteo organizado por su centro de estética. 

Y a Alan le invitan a un congreso de prosa y poesía, donde puede hacer interesantes contactos profesionales.

Los tres comparten sus planes para ese fin de semana mientras cenan.

—Cooper me ha invitado a irme con él a Los Ángeles mañana —empieza diciendo Emy—: Será por unos días...

—A mí me han invitado a un congreso de literatura este fin de semana —sigue Alan.

—Pues a Sandra le ha tocado un fin de semana en un sorteo y me ha invitado a ir con ella —dice Oliver.

Y los tres se quedan en silencio, cada uno con la mirada puesta en su respectivo plato. Los minutos siguen pasando, sin que a ninguno se le ocurra nada más que decir. 

Ninguno había tomado todavía la decisión de aceptar las invitaciones, pero el hecho de que cada uno de ellos haya manifestado sus posibles planes para ese fin de semana, hace que los tres acepten.

Mientras recogen los platos de la cena, Alan dice:

—Yo vuelvo el domingo por la tarde, ¿vosotros?

—Yo también —dice Oliver.

—Yo el viernes que viene. Estaré fuera toda la semana —comenta Emy.

—Pues, sí que ha sido casualidad, ¿no? —pregunta Alan.

—¡Vaya que sí! —dice Emy—: ¡Menuda casualidad! Cooper vendrá a recogerme a las 6 de la mañana para ir al aeropuerto. ¿A qué hora saldréis vosotros?

—Yo saldré pronto, también. Voy a ir en coche y quiero llegar a la charla que ofrece el último ganador del Premio Planeta.

—¿Dónde es el congreso, Alan? —pregunta Emy.

—Cerca de Andorra, unas cuatro horas de camino. ¿Y tú dónde vas, Oliver?

—No lo sé. Es un spa, pero no sé dónde. Me da igual, la verdad —contesta, con cierto desdén.

Vuelven a quedarse en silencio y es Oliver quien lo rompe diciendo que se va a la cama y les desea a sus amigos que tengan un buen viaje. Se queda con las ganas de saber dónde va a alojarse Emy, aunque supone que será en casa de Cooper, por lo que casi prefiere quedarse con la duda. 

Emy también se va a su habitación para preparar la maleta e intentar dormirse, ya que al día siguiente tiene que madrugar, aun sabiendo que probablemente no consiga conciliar el sueño.

Alan se queda un rato viendo la tele, pero tampoco tarda mucho en acostarse.

Al día siguiente, Emy sale de su habitación, levantando la maleta para que el sonido de las ruedas no despierte a sus amigos, pero ambos están ya despiertos. Alan, porque se ha puesto el despertador a esa misma hora, y Oliver porque prácticamente no ha podido pegar ojo en toda la noche.

Tiene una extraña sensación en el estómago, que no sabe identificar. Podrían ser nervios o, como él piensa, cierto remordimiento, algo que le ocurre cuando le quedan palabras por decir. Y eso mismo le había pasado esa noche.

Era algo que le habían enseñado sus padres siendo niño. Nunca dejaban que ninguno se fuera a la cama o saliera de viaje mientras estuvieran enfadados. Decían que nunca, separarse de alguien a quien querías, tenía que hacerse con un mal recuerdo, con una disculpa pendiente, con una mala sensación en el corazón. Pues si esa separación fuera definitiva, esas palabras no dichas se harían cada vez más pesadas e incómodas en nuestro interior. Por eso, si alguna vez tenían una discusión, le reñían o le castigaban, siempre tenían un te quiero y un abrazo como último gesto antes de despedirse o de darse las buenas noches.

Con sus amigos, no recordaba haber tenido antes esa sensación, pues siempre procuraban solucionar sus pocas desavenencias. Pero esa noche, justo además el día previo a su separación por unos días, no habían tenido una despedida demasiado cariñosa. Por eso, se había pasado casi toda la noche en vela, reprimiendo sus ganas de levantarse y hacer a sus amigos que también lo hicieran, para darles un abrazo y desearles un buen viaje de todo corazón.

Pero no lo había hecho, porque tampoco quería molestarles en su descanso. Y por eso, en cuanto oye que Emy sale de su habitación, se incorpora de su cama y sale a su encuentro.

—Oh, perdona, ¿te he despertado? —le pregunta Emy en susurros.

—No, estaba despierto —le dice, mientras la acompaña hacia la puerta.

Allí, ella deja la maleta en el suelo y se gira hacia Oliver, quien la observa unos instantes antes de hablar. 

—Solo quería decirte que..., bueno, eso, que tengas un buen viaje.

—Ah, gracias —responde Emy. Pero se queda quieta, mirándole, con la certeza de que él le quiere decir algo más, pero su boca permanece cerrada. 

Oliver da un pequeño paso hacia ella y Emy, por un momento, se siente sobrecogida. Levanta un poco más su cabeza para mirarle a los ojos, unos ojos que le parece que tienen un brillo especial, y el reguero de la luz del alba que entra por la ventana, le dan un tono más verde de lo habitual. 

Toma consciencia de su diferencia de altura, de su más de metro noventa, de la anchura de sus hombros, de los brazos fuertes que caen a ambos lados de su cuerpo, y tiene la tentación de apoyar la cabeza en su pecho, de sentir su cálido aroma, su protección y su cariño. Pero se queda inmóvil, notando cómo su corazón se acelera, esforzándose por desviar la idea de que va a pedirle que no se vaya, que se quede con él, y que lo haga para siempre. Pues, cada vez que aparece ese pensamiento fugaz en su cabeza, ella desea que se transforme en palabras que no dudaría en aceptar. 

Él vuelve a dar un paso más, menudo, casi inapreciable, y comienza a levantar sus brazos para apoyarlos, lentamente, sobre los hombros de Emy. Y ese leve contacto, a ella le provoca un cosquilleo que le recorre toda la espalda, desde los talones hasta la nuca, y el corazón se le acelera un poco más.

—Emy... —susurra Oliver, sin añadir nada más. 

Solo quería decirle que tuviera un buen viaje, y ya lo había hecho. Porque el resto de palabras que cruzaban por su mente, sabía que tenían que seguir ahí, guardadas, apartadas del camino hacia su garganta con gran esfuerzo. Palabras como que sentía un gran temor por su marcha, que odiaba estar separado de ella, que no soportaba saber que se iba con el imbécil de Cooper, que se moría de celos, que si se quedaba, él cancelaría su escapada con Sandra, sin dudarlo, que...

—Oliver, ¿qué pasa? —le pregunta Emy, al ver que su amigo sigue allí plantado, mirándola fijamente.

—Que tengas un buen viaje —repite Oliver.

—Ya me lo has dicho... Gracias —dice Emy, entre risueña y sorprendida por la actitud de Oliver. Pero, antes de que pueda añadir nada más, él la empuja hacia su pecho con un leve movimiento y la abraza con fuerza, apoyando su barbilla sobre la coronilla de Emy.

—Lo sé —le dice. Y permanecen así abrazados durante unos segundos.

En ese momento, Alan aparece junto a ellos y observa la escena, conmovido, y sin dudarlo un instante, se acerca para unirse al abrazo, rodeándolos a ambos.

La vibración del móvil en el bolsillo de Emy hace que los tres den un respingo. Es un mensaje de Cooper para avisarla de que la espera en la calle, frente al portal.

—Bueno..., tengo que irme —dice Emy, disimulando las lágrimas que se han agolpado en sus ojos. Y al incorporarse, comprueba que los ojos de sus amigos también están vidriosos—: Os llamaré cuando llegue, y así me contáis qué tal está yendo vuestras escapadas, ¿de acuerdo?

—Sí, claro, perfecto —dice Alan.

—Muy bien —dice Oliver.

—Tened cuidado en la carretera —les dice Emy, desde el descansillo.

—Y tú, dile al piloto que tenga cuidado en el aire —bromea Oliver.

Emy cierra la puerta y los dos amigos se van directos hacia la ventana, desde donde observan cómo Cooper ayuda a su amiga a meter el equipaje en el maletero y luego abre la puerta del copiloto para que Emy entre. Levanta su vista y les lanza un saludo con la mano antes de entrar. Y luego pueden ver cómo Cooper también les manda un saludo, llevándose la mano a la frente, después de encogerse de hombros y dedicarles una sonrisa de triunfo, que no gusta a ninguno de los dos.

—¿Puede ser más gilipollas ese tío? —pregunta Alan con desagrado.

—Ni entrenando —responde Oliver malhumorado.

Al cabo de un rato, Alan ya ha salido de casa y está de camino al congreso. Oliver está en la puerta de su casa, esperando a que Sandra pase a recogerlo.

Tendría que sentirse alegre de poder pasar un fin de semana con una mujer encantadora y muy atractiva, en un lugar donde, además de relajarse con diversos tratamientos terapéuticos, también augura que podrá disfrutar del sexo. Pero lo cierto es que alegría no es lo que siente. No puede evitar estar preocupado, y no solo al pensar en qué estará haciendo Emy y con quién está, sino también en que no tiene muy claro por qué Sandra le ha invitado a pasar ese fin de semana juntos.

Es evidente que hay atracción entre ellos, eso no ha hecho falta hablarlo. Pero tampoco habían hablado de sus respectivas intenciones. Él no se había planteado tener nada serio con ella, pero no sabía qué se había planteado Sandra. ¿Querría solo compañía durante un fin de semana de relax y el sexo no entraba en sus planes? ¿O, como para él era suficientemente claro, que la invitación implicaba pasar la noche juntos? ¿Querría que fueran solo amigos? No tenía ninguna duda de que si Emy le invitara a un fin de semana, lo haría en calidad de amigos. De hecho, ya lo habían hecho alguna vez, incluso habían dormido en la misma cama, sin que eso supusiera ningún problema. Bueno, en realidad, sí fue un problema que él tuvo que gestionar de la mejor manera que pudo, pero en ningún momento tuvo la menor duda de que podría haber sexo entre ellos.

Pero esta situación era muy diferente. No conocía a Sandra lo suficiente como para que supiera si ella quería solo amistad. Tampoco sabía si para ella, ese era el primer paso para iniciar una relación, o si solamente quería pasarlo bien un fin de semana, sin compromisos.

Y eso era algo que él sí que tenía muy claro; que no quería iniciar ningún tipo de relación que no fuera más allá de la amistad. Sandra le gustaba, sí, pero nada más. 

Cuando Sandra aparca su coche y le saluda con una alegre sonrisa, Oliver decide que tendrá que decirle lo que piensa, antes de iniciar el viaje. Pero ella comienza a hablar, para disculparse por su retraso y contarle todo lo que ha tenido que hacer antes de poder salir de casa, y ya llevan varios kilómetros recorridos antes de que él pueda desviar la conversación hacia ese tema que quiere aclarar.

De hecho, llegan a la puerta del hotel sin haber podido encontrar el momento para hablar del asunto. Así que, mientras se acercan a recepción, piensa que, cuando les entregue la llave de una sola habitación o de dos, puede ser la mejor ocasión para saber a qué atenerse. 

—Buenos días. Tengo una reserva a nombre de Sandra Tarresa.

—Buenos días —responde el recepcionista, cogiendo el bono que Sandra deja sobre el mostrador—: A ver... Es una reserva hecha por el Centro de Estética, ¿correcto?

—Así es. Gané un sorteo, je, je. Es el primer premio que me toca.

El recepcionista permanece en silencio, mientras teclea en el ordenador y mira la pantalla con gesto serio. 

—Vale..., mmmmm..., pues..., aquí veo que es una estancia para dos personas...

—Sí, dos habitaciones contiguas —aclara Sandra, lo que hace que Oliver respire profundamente. Parece que no tendrá que forzar la conversación. Seguro que encuentra alguna ocasión, durante el fin de semana, para hablar del tema y dejarlo todo claro.

—Sí, aquí está anotado. Pero me temo que no es posible. Estamos llenos y solo disponemos de una habitación doble en este momento.

—Oh, vaya... —Sandra mira a Oliver, quien no sabe qué decir, así que ella le pregunta—: Pues..., ¿qué hacemos? ¿Te importa compartir habitación?

Y antes de que Oliver responda, el recepcionista añade:

—Es una habitación doble, con dos camas. Se la podría cambiar por una con cama de matrimonio... 

—No —se apresura a decir Oliver—: Así está bien.  

Y Sandra no consigue disimular el gesto de decepción que se dibuja en su rostro, algo de lo que Oliver también se da cuenta. 

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¿Cuáles creéis que son las intenciones de Sandra? ¿Contaba con tener sexo con Oliver? ¿Quería que fuera una escapada de amigos? 

¿Se lo preguntará Oliver directamente, para que no haya opción a confusiones?

¿Creéis que acabará pasando algo entre ellos?

Lo veremos en el próximo capítulo, donde también sabremos qué tal les va a Emy y Alan, en sus respectivos destinos.

¡Os espero!

Cavaliere






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