El legado de Rafthel I: El se...

By debianrdt

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La quinta era de la humanidad llega a su fin. Cada era un gran imperio cae en el olvido, borrado de la faz d... More

Advenimiento del fin Parte I
Prólogo
Zagi (I)
Gildarts (I)
Jane (I)
Garren (I)
Divád (I)
Gildarts (II)
Garren (II)
Zagi (II)
Jane (II)
Divád (II)
Gildarts (III)
Garren (III)
Gildarts (IV)
Zagi (III)
Jane (III)
Zogu (I)
Garren (IV)
Divád (III)
Zagi (IV)
Zagi (V)
Jane (IV)
Gildarts (V)
Garren (V)
Divád (IV)
Zagi (VI)
Jane (V)
Garren (VI)
Senni (I)
Divád (V)
Gildarts (VI)
Zagi (VII)
El niño prodigio
Jane (VI)
El pequeño zorro
Garren (VII)
Zagi (VIII)
Jane (VII)
Gildarts (VII)
Edwin (I)
Zagi (IX)
Jane (VIII)
Edwin (II)
Senni (II)
Gildarts (VIII)
Zogu (II)
Garren (IX)
Jane (IX)
Edwin (III)
Divád (VI)
Zagi (X)
Garren (X)
Senni (III)
Garren (XI)
Edwin (IV)
Gildarts (IX)
Zagi (XI)
Edwin (V)
Jane (X)
Gildarts (X)
Senni (IV)
Edwin (VI)
El desconocido
Garren (XII)
Zagi (XII)
Gildarts (XI)
Senni (V)
Zagi (XIII)
Gildarts (XII)
Edwin (VII)
Senni (VI)
Zagi (XIV)
Jane (XI)
Garren (XIII)
Edwin (VIII)
Jane (XII)
Zagi (XV)
Divad (VII)
Edwin (IX)
Gidarts (XIII)
Zagi (XVI)
Edwin (X)
Epílogo

Garren (VIII)

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By debianrdt

GARREN

Cerelia

La luz del sol se filtraba por la pequeña ventana de su camarote, después de tres días de tormentas y nubes grises. El antiguo caballero de Morgadíl se levantó y preparó todo su equipo, había pasado mucho tiempo desde que se embarco en el furia marina y lo que en un principio sería un viaje de solo ida se había convertido en un oficio al que había otorgado su tiempo y salud día tras día durante un año completo.

—El sol —comentó Garren—. Dicen que en Cerelia nunca llueve, ¿es verdad?

—No —respondió Kel, su compañero de camarote—. Un día o dos al año suelen caer unas cuantas gotas.

Kel era un marinero venido de lejanas tierras de las que nunca hablaba, era un humano como Garren pero se movía por la cubierta con la agilidad de un gato salvaje.

—¿Habías estado antes aquí? —preguntó Garren mientras envainaba su nueva espada, una espada poco afilada, que sustituía a su preciada espada que tuvo que vender para conseguir dinero.

Kel asintió.

—Una vez al año venimos a Cerelia para hacer buenos negocios.

Garren sonrió al imaginarse los negocios que haría Ipulion, en el año que había compartido con el comerciante apenas lo había visto entablar conversaciones comerciales.

—No parece que nuestro capitán este muy interesado en los negocios —subrayó Garren—. Los hombres de negocios suelen estar mucho más ocupados de lo que lo suele estar Ipulion.

—Envía a sus emisarios para debatir las condiciones de los acuerdos —Kel se encogió de hombros mientras se abrochaba una de sus botas—. Ipulion es listo para los negocios pero no es tan bueno regateando.

Ambos hombres subieron hasta la cubierta recordando la última fiesta que se había celebrado en tierra, hacía un mes y que acabo con la mitad de la tripulación en los calabozos durante una noche.

Cuando Garren llegó arriba pudo ver la ciudad de Hidraqua, la capital de Cerelia, «es espectacular», pensó Garren que a pesar de haber escuchado cientos de historias sobre la ciudad del agua jamas se hubiese imaginado algo semejante.

La ciudad estaba en mitad del océano, construida con piedra blanca y en perfecta armonía con el paisaje, desde la lejanía podía apreciarse como el océano se adentraba en la ciudad. Por las calles podían verse pequeñas barcas navegando entre ellas como insectos en una colmena. El centro de la ciudad estaba más alto que la periferia describiendo una estructura piramidal que quedaba coronada por un majestuoso castillo blanco.

—Esa es la cara que ponen todos la primera vez que llegan a Hidraqua —señaló Ipulion, Garren se apresuro en saludarlo—. ¿Como lleváis el día?

Kel soltó un bufido y Garren se rió entre dientes.

—Pronto nos tocara desembarcar, preparadlo todo —indicó Ipulion—. Transforma toda esa energía negativa en trabajo efectivo Kel.

El marinero de mediana edad asintió con descontento.

Mientras la tripulación hacía el trabajo para preparar el desembarco, Garren no podía dejar de mirar a la majestuosa ciudad, «una ciudad tan densa, con el castillo en el centro y en lo más alto, se parece a Morgadíl».

—Toma —le dijo un marinero con un gran fardo en las manos—. Hay que llevar esto a proa.

Garren cogió el fardo y miró al marinero desconcertado.

—¿No debería bajarlo a los botes? —preguntó Garren intentando que no lo tomaran por ingenuo—. No hay embarcadero a la vista, así que usaremos los botes, ya llevo un año aquí.

—Es evidente que nunca has estado en Cerelia —le dijo entre risas—. ¡Eh muchachos! —avisó a los demás marineros—. Garren quiere ir a Cerelia en bote porque no hay embarcadero.

Los demás compañeros rieron y se burlaron del ex-caballero. Garren optó por seguir las indicaciones del marinero y llevar los fardos a proa. Cuando el barco estuvo lo suficientemente cerca de la ciudad de Hidraqua el suelo empezó a vibrar, una vibración que no había sentido nunca antes, «hay algo debajo», comprendió.

—¿Qué esta pasando? —se acercó a Ipulion para preguntarle—. ¿Es por esto que no necesitamos botes?

Ipulion lo miró con aire de suficiencia, era una mirada que molestaba profundamente a Garren pero conocía lo suficiente a Ipulion como para saber que eso hacía feliz al capitán y que cuando era feliz era más dado a hablar de cualquier cosa.

—Hidraqua no es todo lo que ves querido amigo —señaló a la ciudad con la barbilla—. Cuando la ciudad se construyó se hizo sobre unos cimientos impregnados con magia, pero la ciudad creció y el paso del tiempo y el peso han debilitado mucho ese poder.

Garren miró atentamente al castillo blanco.

—Se esta hundiendo... —pensó en voz alta.

Ipulion asintió y se dirigió al timón, invitando a Garren a que lo siguiera.

—Cada año se estima que Hidraqua se hunde unos seis centímetros —prosiguió el capitán—. Así que no les quedó otra que alzar el castillo con mecanismos y construir plantas superiores, imagina a Hidraqua como un gran árbol.

«Gran árbol...esa es exactamente la forma de Morgadíl».

—Entonces estamos adentrándonos en una de las plantas inferiores —apuntó Garren—. ¿No nos ahogaremos?

Ipulion y Garren llegaron hasta el timonel e Ipulion le hizo un gesto con la mano que Garren nunca había visto antes; el timonel se alejó de su posición rápidamente y fue en busca de un artilugio que enganchó con fuerza al timón.

—El timón tiene que estar totalmente inmóvil, un pequeño movimiento podría hacer que el mecanismo de Hidraqua nos soltase a la mitad.

El cielo empezó a oscurecer a toda velocidad y Garren observó como unas grandes placas metálicas comenzaban a recubrir todo el barco, dejándolo encerrado en aquel cuadrado de metal; las formas, el sonido y la sensación que estaba experimentando le hacían recordar a su Morgadíl natal. «Aquí encontraré las respuestas que necesito».

El resto del desembarco fue mucho más lento de lo que el antiguo caballero hubiese deseado, pero el final le gratificó lo suficiente como para olvidar la eterna espera de varias horas encerrado en el cubo de metal. El interior de las plantas inferiores de Hidraqua estaba bajo el mar y gracias a su disposición podía ver como las criaturas marinas hacían su vida tranquilamente como si allí no hubiese nadie, en total armonía.

—Supongo que es hora de decir adiós —se acercó Ipulion por detrás—. ¿Estas seguro que no quieres seguir con nosotros?

—No. Tengo cosas que solucionar aquí

Ipulion hizo una mueca de disconformidad.

—Bueno si cambias de idea, partiremos en una semana de vuelta a Pandora, los muchachos querrán ver de nuevo a sus hijos y a las esposas que allí dejaron.

Garren miró por última vez a los hombres con los que había compartido el último año.

—Rezaré por vuestra salud —dijo Garren y le estrechó la mano a Ipulion—. Ha sido un placer trabajar contigo.

Garren tenía sus cosas en un pequeño saco que ató a su cuerpo con una cuerda vieja.

—¿A que Dios rezaras por nosotros? —preguntó el capitán consciente de que Garren nunca había hablado de temas divinos durante su estancia en el barco.

«El Dios al que rezaba me ha abandonado», recordó el ex-caballero.

—A algún Dios que sepa escucharme —contestó con una vaga sonrisa.

Cuando Garren bajó del barco volvió a sentir la sensación que tanto había añorado, la del cálido hogar.

El ex-caballero tardó medio día en recorrer el nivel en el que se encontraba y lo que más le impresionaba era que los niveles que había por encima de su cabeza eran aun más densos, un detalle que le llamo especialmente la atención pues en su Morgadíl natal ocurría justo lo contrario.

Finalmente al caer la noche Garren se alojó en la posada La gaviota, por ser la que mejores vistas tenía de todo el nivel inferior.

El ambiente era festivo pero, aun así, Garren no encontró ningún signo en embriaguez en los asistentes al lugar. Después de haber convivido con una tripulación de marineros en el último año, ver una fiesta donde no estuviesen todos peleando o dando tumbos era como un espejismo en el desierto. Harto de no conocer lo que estaba ocurriendo se dirigió a la barra, se sentó y pidió una jarra que le sirvieron enseguida.

—Llevan bebiendo toda la noche —comentó Garren al hombre que había detrás de la barra, un anciano de pelo níveo pero sin apenas arrugas en el rostro—. ¿No deberían estar ya en su limite?

—Durante esta época del año impera la ley seca —respondió el anciano mientras se movía tras la barra poniendo jarras o copas a quien tuviese dinero para pagarlas—. Pero los clérigos de Hidraqua saben muy bien como hacer que la población no note la diferencia.

Garren miro la jarra de cerveza que le habían servido, todavía no había dado ni siquiera un sorbo de ella.

—¿Magia? —preguntó Garren mirando su rostro reflejado en el final de la jarra.

El posadero se encogió de hombros.

—¿Vendes bebida sin saber que han hecho con ella? —preguntó a la vez que apartaba la jarra con el dorso de la mano.

El anciano miró a su alrededor como si comprobara que nadie lo mirase y se acercó más a Garren apoyando sus brazos en la barra.

—Oye amigo —le avisó con reproche—. Si vas por ahí criticando las leyes del rey no duraras mucho por aquí.

La amenaza encendió la mecha en el corazón de Garren; el ex-caballero conocía muy bien esas palabras, era la misma mentalidad que tenían los habitantes de Morgadíl y que él había tenido durante casi toda su vida.

—¿Qué me pasará? —dijo a la vez que se levantaba de su asiento, indignado—. ¡Este hombre esta vendiendo bebidas sin saber lo que llevan en realidad! —alertó Garren a viva voz.

La gente que festejaba dejó de hacerlo para mirar, en silencio, al antiguo sirviente de Revan. Sus miradas no reflejaban preocupación alguna, era la viva imagen de la indiferencia, «¿es que no les importa?».

—Fuera de mi establecimiento —le ordenó el posadero—. Toma tu dinero —el anciano posadero le tiro a Garren las cuatro piezas de plata que había pagado por pasar allí la noche—. No quiero volver a verte por aquí ¿esta claro?

Garren volvió a mirar a toda la clientela, esperando algún indició de enfado o al menos curiosidad por saber que estaban bebiendo pero volvió a encontrarse con la indiferencia que poco a poco fue devolviendo a aquellas gentes a sus festejos. Garren, desilusionado, agarró fuerte la cuerda con la que estaba atado el saco y salió del lugar con la cabeza gacha.

—Puedes quedarte con ese dinero. Que tu Dios se apiade de tu alma —dijo Garren antes de cerrar la puerta tras él—. Que Dios se apiade de las almas de todos vosotros.

Aquellas monedas de plata eran todo un despilfarro para Garren, pero prefería tener que buscarse la vida trabajando que agacharse a recogerlas dejando su dignidad por los suelos. «Tal vez pueda encontrar refugio para la noche en alguna iglesia», pensó el ex-caballero, conocedor de que muchas iglesias ofrecían cobijo a los que profesaban su fe. No había mucha gente por las calles, ya era tarde y sorprendentemente no había mujeres en busca de dinero fácil, «sin alcohol, sin prostitución, no me extraña que Ipulion y los demás vengan solo una vez al año».

Al estar en mitad del océano la temperatura de Hidraqua era mucho más baja que a la que estaba acostumbrado Garren, aunque en los niveles inferiores no había viento por estar debajo del nivel del mar, cuando llegó a los niveles superiores en busca de gente a la que preguntar o, en caso de tener suerte, encontrar él mismo alguna iglesia, el viento era un duro enemigo que Garren tenía que combatir con cada zancada.

—Tsch —le avisó alguien desde un ventanal, era un muchacho joven—. Ya es más de media noche, el temporal esta empeorando, no deberías andar por las calles del nivel superior.

Garren se contuvo para no contestarle de mala manera, «¿cree que estoy aquí por gusto?»

—Busco una iglesia —respondió Garren que lamentó tener que dejar de andar para hablar con el muchacho—. ¿Sabes donde podría encontrar alguna?

El muchacho levantó la mano y miró por el horizonte.

—Eh, si claro —dijo mientras buscaba la dirección con los ojos—. Sigue esta calle hacía abajo y la tercera calle que te encuentres hacía la derecha, estarás muy cerca de la iglesia y ya podrás verla.

—Gracias —asintió con aprobación Garren Scorpio.

Siguiendo las indicaciones del chico, Garren bajo la calle y dejo a su derecha tres calles y cuando lo hizo se encontró con un gran campanario. En algunos pueblos en los que había estado mientras viajó con Elenia representaban así las iglesias así que sintió un gran alivio.

Cuando estuvo ante las puertas, dispuesto a llamar, observó el simbolo que estaba dibujado en ellas: un sol con rostro.

«He visto este simbolo en muchos lugares pero no recuerdo a quien pertenecía».

Mientras Garren intentaba recordar el nombre de aquel Dios recordó las palabras del posadero, de como los clérigos se encargaban de tener contentada a la gente a base de mentiras y placebos. Se cerró más sus humildes ropas y se alejó de la iglesia, ya no buscaba refugio divino, se contentaba con un portal donde poder resguardarse del frío viento.

El viento cada vez era más frío y peligroso pero Garren no encontraba ningún portal o callejón que estuviese a salvo; las calles tenían que tener un río artificial en medio de ellas lo que hacía que casi todas las calles fueran muy anchas.

Casi sin darse cuenta Garren acabó de nuevo frente a la ventana del muchacho que volvía a llamarle la atención.

—¿Te has perdido? —preguntó el muchacho con incredulidad—. Esta por allí —le indicó con el dedo.

Garren agachó la cabeza con terquedad.

—No necesito una iglesia.

—Pero no puedes estar en la calle —el joven suspiró—. Bueno puedes quedarte aquí esta noche, pero te aviso, dormirás bajo llave.

Aunque al ex-caballero no le hacía ninguna gracia dormir encerrado como un criminal en prisión era algo que llegaba a comprender; era un desconocido en mitad de la tormenta y con aspecto de pordiosero, él mismo habría desconfiado de alguien así.

—Agradezco tu oferta —dijo Garren—. Si hay algo con lo que pueda mostrarte mi gratitud solo tienes que pedirlo.

El chico hizo caso omiso al agradecimiento de Garren y metió su cuerpo hacía dentro, después de medio minuto la puerta se abrió y el joven apremió a Garren para que entrara.

—Tienes suerte de que no haya comenzado a llover.

Garren miró por afuera por una de las ventanas de la casa.

—Si, ni siquiera había pensado en ello.

Garren se quedó frente a frente al joven, al que sacaba una cabeza y posiblemente unos cinco años de edad, y le tendió la mano.

—Mi nombre es Garren Scorpio, soy un viajero de Pandora.

—Yo soy Theodor, vivo aquí con mis padres y mis tres hermanos —se presentó el chico, que echó un rápido vistazo hacía un rincón de la habitación donde se encontraban—. Y también con dos perros.

La casa de Theodor era una casa pequeña, construida con piedra blanca, como todo en Hidraqua; estaba constituida por una habitación muy grande con unas escaleras en la parte derecha que llevaban al piso superior. En la planta en la que se encontraba Garren había una pequeña cocina, una mesa grande y herramientas para la herrería junto a un banco de trabajo.

—¿Eres el hijo de un herrero? —preguntó el ex-caballero.

Theodor negó con la cabeza.

—Nuestra familia ha tenido una vida agraciada y la herrería es algo que me fascina.

Garren compuso una sonrisa cansada.

—Si tienes una buena vida me costara más el poder agradecer tu hospitalidad y bondad.

Theodor levantó las manos.

—Oh no, no es nada, de verdad —indicó con la mirada al banco de trabajo—. No es tan cómodo como una cama, pero con unas cuantas pieles te será más cómodo que el suelo.

Garren agradeció de nuevo la amabilidad del muchacho y preparó la que sería aquel día su cama. Aunque al hombre de cabello castaño le diese vergüenza reconocerlo, la mesa de trabajo era más cómoda que la cama que había ocupado en el barco el último año.

—Es hora de despertarse Garren —el sol ya entraba por todas las ventanas de la casa, pero Garren ni siquiera se había inmutado—. Ya es mediodía, has dormido suficiente.

El ex-caballero se levantó y bajó del banco de trabajo.

—Hacía meses que no dormía tan bien —reconoció el de Morgadíl.

Theodor le señaló la mesa, donde había un poco de fruta y un vaso de leche. Garren agradeció el gesto del muchacho y le invitó a compartir el desayuno con él.

—Y bueno, que te trae por aquí Garren —preguntó Theodor mientras daba un mordisco a una manzana.

Garren bebió un trago de leche y cogió una pera.

—Vengo buscando respuestas.

—Las iglesias son un buen lugar para encontrarlas —respondió con ironía.

—Los dioses y yo hemos decidido darnos un tiempo —dijo frunciendo el ceño el ex-caballero.

Ambos hombres continuaron el desayuno en silencio. Cuando terminaron, Theodor se levanto y empezó a recogerlo todo; Garren, sin decir nada, lo ayudó, observando donde guardaba el chico los platos para no tener que preguntarle.

«Esto es ridículo, ¿por qué me siento culpable?, no he dicho nada malo», pensó Garren que se hacía responsable del silencio producido.

—¿Tus padres no están por aquí? —preguntó Garren, al observar que no había visto a nadie más que a Theodor en la casa—. Me gustaría hablar con ellos.

—No te preocupes, hablé con ellos y no les importa que te hayas quedado aquí.

—En realidad —carraspeó—. Me gustaría hacerles algunas preguntas, como dije vengo buscando respuestas.

Theodor y él terminaron de recogerlo todo y se sentaron a la mesa, vacía, como las esperanzas de Garren de encontrar algo de utilidad, pero si algo había tenido siempre Garren Scorpio era la voluntad para seguir adelante.

—No creo que mis padres puedan responder adecuadamente a tus preguntas, deberías ir a una iglesia.

La insistencia del chico empezó a irritar a Garren, que intentaba no ser un desagradecido pero su fuego interior empezaba a arder con fuerza.

—Prefiero no hacerlo —dijo, cortante, Garren.

Theodor negó con la cabeza.

—¿Tienes algún problema con la iglesia? —preguntó el muchacho con el mismo tono cortante.

«Es demasiado insistente —Garren miró bien por todo su campo de visión por si divisaba algún simbolo religioso—. ¿Tal vez...?».

—¿Eres hijo de un sacerdote?

Theodor soltó una carcajada.

—Oh no, no lo soy —reconoció—. Tan solo siento curiosidad en el por qué de tu negativa a buscar respuestas en el sitio obvio.

Garren se levantó de la silla y se colocó frente a la ventana, mirando hacía el exterior, como hacía cuando vivía en Morgadíl y podía ver toda la extensión de su hogar desde su ventana.

—Escuché algo en una taberna sobre las iglesias de aquí.

—Solo buscas respuestas, que más da lo que hagan en la trastienda —le reprochó Theodor—. Hazles tus preguntas y vete.

Garren sabía que el muchacho tenía razón pero aun así no pensaba hacerlo, para él, lo que estaba haciendo el clero de Hidraqua era algo despreciable y rastrero, no pensaba en mezclarse con aquellas personas.

—Esos clérigos manipulan la bebida con sustancias desconocidas, sin informar a la población —Garren casi escupía las palabras—. ¿Tienes idea de lo peligros que eso conlleva?

—Esos clérigos solo obedecen ordenes, las leyes de Hidraqua están para cumplirlas.

Garren volvió a sentarse a la mesa, entrelazando sus manos con nerviosismo.

—¿Qué clase de gobernante ordena algo semejante? —pensó en voz alta.

Theodor se levantó de la mesa y le hizo una señal a Garren para que esperase. Tardó alrededor de un minuto pero a Garren ese tiempo se le hizo eterno; tenía miedo de que el muchacho hubiese ido a llamar a la guardia o algo así como ya le advirtió el dueño de la gaviota.

Cuando Theodor volvió tenía un pequeño cuadro en las manos. Era un retrato de un hombre esbelto y bello, con una larga melena rubia que relucía como el oro y unos ojos azules como zafiros, vestía unas túnicas de seda blanca azulada, como algunos habitantes de Hidraqua pero en su cabeza reposaba una elegante corona de oro y en su pecho había bordado un simbolo que Garren no llegaba a distinguir bien.

—¿Es el rey? —preguntó Garren aunque la corona del cuadro ya le estaba dando la respuesta.

Theodor asintió aguantando la risa.

—Anthony Gray, hijo de Leiman Gray —lo proclamó con tono pomposo.

Garren se quedó pensativo, intentando divisar con mayor claridad el simbolo de la túnica del rey Anthony.

Theodor lo miraba con perplejidad.

—No pareces sorprendido.

—Solo es un rey —reconoció Garren—. En el lugar donde nací al último rey lo derrocaron hace siglos, desde ese entonces hemos avanzado mucho —proclamó con orgullo.

—No es solo un rey —le advirtió Theodor—. ¿Has visto este simbolo? —le señaló el simbolo que Garren todavía no había descifrado.

La mirada de Garren era tan transparente que Theodor fue en busca de un trozo de papel y algo de tinta para dibujarle el simbolo con mayo nitidez.

—Mira —le mostró el dibujo cuando estuvo terminado—. Una pirámide dorada con el sol detrás de ella.

Garren lo comparó con el simbolo del cuadro.

—Si, tienes razón, han utilizado el mismo color para el sol y la pirámide, no la podía distinguir —se excusó el ex-caballero.

Theodor escudriñó el rostro de Garren en busca de algún gesto de sorpresa, pero su rostro seguía impasible.

—¿Nunca antes lo habías visto?

Garren negó con la cabeza. Theodor siguió en silencio, hasta que vio como el rostro de Garren empezaba a descomponerse y su piel a palidecer; rápidamente el antiguo paladín empezó a modificar el dibujo que el chico había hecho.

—No puede ser, no puede ser —repetía una y otra vez.

Garren añadió un ojo a la pirámide y debajo de ella, del revés, dibujó siluetas humanas de rodillas con las manos hacía el cielo, en el cielo unas criaturas deformes con púas las amenazaban desde el cielo y cuando terminó, cerró todo el dibujo dentro de un rombo.

—Es el simbolo sagrado de Revan —dijo en voz alta mientras lo sostenía con fuerza—. Definitivamente estoy cerca, estoy muy cerca.

Theodor lo observaba sin decir palabra alguna.

—Theodor —le dijo Garren mientras le mostraba el dibujo—. ¿Tu has visto alguna vez esto?

—No, lo siento.

Aquello fue un jarro de agua fría para Garren, pero aun así entendía que tal vez alguien tan joven como Theodor no supiese nada, «tendré que preguntar a alguien de esta ciudad que sea sabio y no sea un sacerdote».

—Dime como puedo hablar con este hombre —dijo señalando el cuadro del rey—. Si lleva este simbolo debe de saber algo de lo que estoy buscando.

Theodor rió a carcajadas.

—Es el rey, no va a querer reunirse contigo, Garren —le advirtió—. Además, ¿no sabes lo que significa este simbolo? —le señaló el simbolo que el rey tenía puesto.

—No, pero tal vez...

—...significa que es un Gray, el último Gray —le dijo con gesto serio Theodor.

—Lo siento pero no entiendo —reconoció Garren Scorpio.

Theodor suspiró.

—Los Gray o los antiguos, como prefieras llamarlos, son una familia que antaño era muy poderosa, dominaban prácticamente todo el mundo conocido y eran temidos por todos, pero un buen día desaparecieron sin dejar rastro.

«Sin previo aviso, como mi llegada aquí, tal vez corrieron la misma suerte que corrí yo».

—¿Y ahora solo queda vuestro rey? —preguntó Garren.

—Si —admitió Theodor haciendo una mueca—. Aunque hay quien dice que no es un verdadero Gray. Se casaban entre ellos para mantener su sangre, nuestro rey y sus antepasados se casaban con sus hermanas pero cuando solo había un descendiente o no había princesas elegían entre el pueblo a alguna que se les pareciera.

Garren sentía asco de lo que Theodor le había contado.

—Yacían con sangre de su sangre, eso es algo diabólico —protestó el ex-caballero.

Theodor soltó una carcajada.

—Cuentan las leyendas que eran más poderosos que los demonios, dicen que tenían dragones como mascotas.

—¿Vuestro rey tiene un dragón?

—No —reconoció Theodor entre risas—. Ya le gustaría tener a cualquier persona un dragón. Los dragones son criaturas libre, no son para tenerlas como mascotas.

—Pues por lo que cuentas...

—Son solo historias Garren, esas personas están muertas ahora y vivieron hace miles de años —le recordó el muchacho—. La mayoría de cosas que escuches sobre ellos son solo exageraciones.

—¿Entonces por qué me cuentas todo esto? —preguntó Garren que no entendía a donde quería ir Theodor con toda esa historia.

—Hay gente que cree que Anthony Gray es un ser superior y su devoción y su fe les lleva por caminos equivocados, solo quiero que lo recuerdes antes de que vuelvas a criticarlo en presencia de algún cereliano —le contó—. Has tenido suerte de que yo no sea un fanático del rey.

Garren no dijo nada, pero conocía esa filosofía de vida, era exactamente la misma vida que él había llevado en Morgadíl. Devoción total hacía Revan, habría castigado a cualquiera que osase contradecirlo, al igual que cualquier habitante de Morgadíl. No pudo evitar sentirse estúpido por su comportamiento.

—Entiendo —dijo cabizbajo—. Pero aun así no puedo permitir que se engañe a las personas de esa manera.

Theodor esbozó una sonrisa cansada.

—Por lo que veo no voy a convencerte tan fácilmente.

Garren se dirigió a recoger sus escasas posesiones.

—Si me disculpas tengo que marchar —Garren le tendió la mano—. Ha sido un placer conocerte Theodor, agradece de mi parte a tus padres vuestra hospitalidad.

Garren aproximó a la puerta con la mirada perdida, sabía que es lo que tenía que hacer si quería ponerse en contacto con Anthony Gray y encontrar las respuestas que necesitaba, pero también sabía que era una locura y que arriesgaría su vida por un simple golpe de suerte.

—Catorce, el número catorce —le dijo Theodor justo antes de que Garren cerrara la puerta a su paso.


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