El resto del verano transcurrió sin sobresaltos para la familia Potter, disfrutando de lo que quedaba de las vacaciones antes de que llegara el momento de que Harry comenzara su primer año en Hogwarts, junto con Neville, Ron y Huxley. Harry había intentado pasar el mayor tiempo posible con sus padres y sus hermanos, sabiendo que pasarían meses antes de volver a verlos. Y a medida que se acercaba el momento de partir hacia Hogwarts, Harry tuvo que admitir (sólo para sí mismo) que estaba nervioso. Nunca había estado separado de su familia por mucho tiempo, tal vez un par de días cuando asistía a pijamadas y cosas así, pero nada más que eso.
Estaba agradecido de que sus amigos también asistieran, pero no iba a ser lo mismo. Las noches que se despertaba de horribles pesadillas, sabía que su madre no iba a asomar la cabeza en su habitación para ver si dormía bien. No iba a ser consolado por las palabras tranquilizadoras de su padre ni por su sentido del humor cuando James sintiera que se sentía mal. Y no iba a tener a Ilaria y a Monte para que le hicieran reír con sus tontas travesuras.
La triste verdad era que Harry sentía nostalgia antes de salir de casa.
Cuando llegó el primero de septiembre, Harry se encontró muy despierto antes que el resto de su familia. Incluso Hedwig le echó una mirada de reojo mientras se movía en su cama. Debatió si simplemente sentarse allí y esperar a que los demás empezaran a despertarse, pero después de unos minutos, Harry se encontró saliendo de su dormitorio y dirigiéndose a la habitación de sus padres.
Renata y James estaban profundamente dormidos cuando Harry asomó cautelosamente la cabeza en la habitación. El sonido de los ligeros ronquidos de su padre resonaba, mientras Renata estaba prácticamente enterrada bajo las mantas. Harry se dirigió al lado de la cama de Renata y le dio un ligero empujón en el brazo, sabiendo que era más probable que ella se despertara que James.
Segundos después, sus ojos se abrieron y tardaron un momento en centrarse en Harry.
-Harry, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Está todo bien?- Inmediatamente, sus instintos maternales parecieron entrar en acción, haciendo que tuviera los ojos brillantes y estuviera alerta al instante -¿Qué está...?
-No pasa nada- le dijo Harry antes de subirse encima de ella y acomodarse en el centro de la cama -sólo quería darle los buenos días.
Renata no se dejó engañar fácilmente por el intento de Harry de quitarse los nervios de encima. Tenía que seguir recordándose a sí mismo que, aunque no fuera completamente sincero con ella, siempre sabría cómo se sentía de verdad.
-¿Estás nervioso por ir a Hogwarts?- preguntó Renata, dándose la vuelta para quedar frente a él. Apoyó la cabeza con el codo -Está bien si lo estás, no hay nada malo en ello.
-No estoy nervioso por ir- dijo Harry -sólo que no me gusta la idea de estar tan lejos de todos ustedes. No podré veros durante mucho tiempo. Voy a echar de menos estar en casa.
-Y todos te vamos a echar mucho de menos, Harry- dijo Renata en voz baja, mientras le daba un abrazo -Creo que no te das cuenta de cuánto hemos temido tu padre y yo este momento. Queremos que te vayas a vivir aventuras. Sé que te vas a divertir mucho con tus amigos, pero te vamos a echar mucho de menos. Pero sabes qué, siempre vamos a estar aquí cuando vuelvas. Tu casa siempre estará aquí, esperándote.
De alguna manera, su madre siempre sabía qué decir, tenía que ser una habilidad mágica suya, calculó Harry.
Mientras Harry rodeaba a su madre con un abrazo, James se removió y miró el despertador al lado de su cama, preguntándose por qué había gente despierta en la casa. Cuando echó un vistazo para hacer un comentario, pudo ver a Renata abrazando a Harry, lo que le hizo viajar al instante por el carril de los recuerdos. Cuántas veces Harry se colaba en la cama de sus padres para dormir la siesta. Se acurrucaba con cualquiera de ellos, pero siempre tenía una mano extendida para tocar al otro progenitor y asegurarse de que estaba allí en todo momento.
James tenía que admitir que desde que llegó la carta de Harry a Hogwarts, temía los cambios que iban a llegar a la casa. Estaba más que ilusionado con que Harry comenzara sus propias aventuras en el colegio, sobre todo porque James le había encomendado una tarea extra durante su estancia allí. Sin embargo, sabía que el hogar se iba a sentir extraño con la ausencia de Harry. Sí, él y Renata seguirían teniendo las manos llenas para manejar a Ilaria y a Monte. Pero la casa definitivamente se iba a sentir diferente.
Finalmente, Monte e Ilaria entraron en la habitación como todas las mañanas cuando se despertaban temprano. Como de costumbre, parecían muy ofendidos de que nadie se hubiera molestado en despertarles, sabiendo que había una fiesta en toda regla. Se metieron en la cama, Monte arrastrándose sobre su padre mientras Ilaria rogaba que al menos pudiera pisar el Expreso de Hogwarts para ver cómo era.
La familia Potter pasó la mayor parte de la mañana juntos, y los nervios y las preocupaciones de Harry se desvanecieron poco a poco. Claro que iba a echar de menos a su familia, pero no se iban a ir a ninguna parte. Siempre iban a continuar donde lo habían dejado por última vez.
Antes de salir de la cabaña, Renata había revisado el baúl de Harry mientras James ayudaba a Harry a meter a Hedwig de nuevo en su jaula. Estaban preparados para reunirse con todos en la estación de King's Cross y, mientras James preparaba la chimenea para utilizar la Red Flu, a Harry se le aceleraba el corazón en el pecho. El momento se acercaba cada vez más, sobre todo cuando Harry se unió a James y a Monte en la chimenea. Salieron primero con Renata e Ilaria siguiéndoles de cerca.
Cuando llegaron a la estación, James esperó a que la familia se reuniera antes de dirigirse al andén. Harry había oído historias al respecto, desde el tío Sirius hasta Fred y George, hablando de atravesar la barrera. Era lo que separaba el mundo mágico del muggle. Ron dijo que la había atravesado un par de veces con sus hermanos mayores cuando se fueron a Hogwarts y que parecía más aterradora de lo que realmente era.
Harry se limitó a empujar su baúl, siguiendo a su padre. Monte estaba sentado en los hombros de James, mirando a su alrededor mientras la gente pasaba en todas direcciones. Mientras tanto, Renata intentaba mantener a su lado a Ilaria, que quería acercarse a un muggle y hacerles un millón de preguntas. Pero todos se detuvieron al llegar a la barrera, haciendo que James se volviera hacia Harry con una sonrisa.
-Muy bien, Harry, te toca. Tienes que ir primero.
Con la mirada fija en el frente, Harry se preguntó si todos los que lo rodeaban estarían de pronto involucrados en una elaborada broma que lo llevaría a chocar directamente con una pared de ladrillos. Con su baúl delante, si salía corriendo, se iba a golpear a sí mismo si la pared resultaba ser sólida. Sin embargo, aunque no se le ocurriría gastar una broma a su padre, tenía la sensación de que su madre practicaba un poco más de piedad. Y cuando miró en su dirección, ella le hizo un gesto de ánimo.
Respirando profundamente, Harry miró hacia delante, asomándose por encima de la jaula de Hedwig antes de empezar a moverse hacia la barrera. Pero cuanto más se acercaba a ella, parecía que sentía la necesidad de aumentar la velocidad y, antes de darse cuenta, estaba corriendo hacia la barrera, y luego atravesándola.
Una extraña sensación le invadió al pasar, pero una sonrisa se dibujó en su rostro al llegar al otro lado.
Sólo que se olvidó de la parte de detenerse una vez que lo lograra. Alimentado por la adrenalina que corría por sus venas, Harry se movía a la velocidad del rayo.
Sólo cuando su tronco se estrelló contra alguien que estaba cerca de la barrera, se detuvo por completo. Se oyó un aullido cuando la persona cayó al suelo, incluidas las pertenencias que habían caído de su propio baúl. Harry se quedó congelado en su sitio, mortificado por lo que había hecho, mientras notaba a una chica que se frotaba el trasero mientras le miraba fijamente.
-¿Qué intentabas hacer, batir un récord de velocidad con esa cosa?- le preguntó ella. Harry se acercó rápidamente, dispuesto a ofrecerle la mano mientras empezaba a disculparse profusamente.
-Lo siento mucho, sólo intentaba pasar la barrera y no...
-Ves, Harry, lo has conseguido perfectamente- sonó la voz de James desde detrás de él, dejando a Harry rojo de vergüenza -Yo... ¿Doctora Mulligan? ¿Qué está haciendo aquí?
Confundido, Harry se giró para ver que la atención de su padre ya no estaba en él, sino en una mujer que caminaba hacia la escena. Tenía el pelo castaño ligeramente encanecido cerca de las raíces y a su lado había un hombre alto que lucía un caprichoso bigote.
-Señor Potter- respondió la mujer -me alegro de verle, ha pasado tanto tiempo. Diría que casi no le he reconocido, pero parece que apenas ha envejecido. Admito que estoy celosa.
A su lado, el hombre se aclaró la garganta, dejándola reírse antes de las presentaciones -Lo siento, no conoce a mi marido. Este es Aaron y para responder a tu pregunta, estamos dejando a nuestra hija para su primer año en Hogwarts. Acaba de llegar hace un minuto. ¿Marleigh?
-¡Estoy aquí abajo!
Harry retrocedió un paso cuando la chica a la que había golpeado con su tronco levantó la mano para notificar a sus padres que estaba más cerca de lo que creían. No sabía quién era la doctora Mulligan, pero por la forma en que reaccionó su padre y por cómo reaccionó ella al saludar a Renata cuando finalmente atravesó la barrera, estaba claro que se conocían bastante bien de alguna manera. El padre de Marleigh se acercó y ayudó a su hija a ponerse en pie, después se sacudió con un resoplido y recogió sus cosas del suelo.
Mientras tanto, la doctora Mulligan estaba arrullando a Ilaria y a Monte -Oh, Dios- dijo -así que eso significa...
Se giró y miró a Harry con una sonrisa -Harry Potter, mírate, has crecido mucho desde la última vez que te vi. Como era de esperar, ya que han pasado años desde la última vez que te vi. Te pareces a tu padre.
-Lo siento- dijo Harry -pero ¿quién es usted?
En el fondo, Marleigh resopló con fuerza ante la reacción de Harry al saludo de su madre. Pero en lugar de que la mujer explicara quién era, James intervino.
-Harry, esta es la doctora Eithne Mulligan- le dijo -nos ayudó a tu madre y a mí hace unos años. Eras demasiado joven entonces para recordarlo, pero ya la conocías.
-Er... es un placer conocerla, doctora Mulligan.
-¡Oh, tonterías, todos ustedes dejen de ser tan formales y llámenme Eithne!
Harry no tenía la menor idea de que estaba hablando con el antiguo terapeuta de sus padres que les había ayudado a ambos en algunos de los momentos más difíciles. Lo único que sabía era que prácticamente había atropellado a la hija del viejo amigo de su padre.
Miró en dirección a Marleigh una vez más para ver que había perdido uno de sus libros de antes. Se acercó, lo recogió y se lo tendió para que lo cogiera.
-Lo siento, no quise golpearte con mi baúl. Es que estoy... nervioso por ir a Hogwarts.
Al detenerse un momento, la mirada de Marleigh lo recorrió antes de que su expresión endurecida se suavizara. Dio una media vuelta de ojos antes de que una pequeña sonrisa apareciera en sus labios. Echando sus largos rizos oscuros por encima del hombro, finalmente le quitó el libro y suspiró.
-Estás perdonado... esta vez. Pero la próxima vez, intenta respirar profundamente la próxima vez que te sientas nervioso en lugar de atropellar a la gente con tu trompa. Inspira por la nariz y saca la boca. Agradézcamelo después, Potter.